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Oficina de Defensa del Anciano

Marcelino Laruelo Roa

Muertes Paralelas

Muertes paralelas

A Eduardo Barriobero le dejaron tirado en Barcelona y le
fusilaron los franquistas cuando entraron.
(4ª parte)

 

 

Eduardo Barriobero y Herrán, el abogado de la CNT.
Un republicano de cepa y abolengo,
defensor del obrero.

 


Por Marcelino Laruelo.
Muertes Paralelas. Gijón, 2004.

Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III

Capítulo IV
Eduardo Barriobero en la guerra y la muerte.

 

La sublevación de los militares sorprendió a Barriobero en Madrid. Se unió a un grupo de milicianos y, fusil al hombro, fue uno más. Una vez derrotados los rebeldes y pacificada la ciudad, Barriobero se dedicó a organizar un hospital de convalecientes y un ateneo popular en los dos chalets que el Partido Federal se había incautado en la calle Diego de León.

En Agosto, desde el Comité de Milicias Antifascistas de Barcelona, dueño y señor de Barcelona y Cataluña entera tras derrotar a las fuerzas de la reacción, y el Comité Pro-Presos solicitaron a Barriobero que se desplazase a la capital catalana para presidir el Comité Superior de Justicia de Cataluña, máximo órgano de la administración de justicia mientras la revolución se mantuvo triunfante. Barriobero había sido propuesto con anterioridad por los representantes de diversas fuerzas políticas para presidente del Tribunal Supremo y cuando se encontraba a la espera de que el nombramiento saliera en la Gaceta, estalló la guerra. Al aceptar la petición de sus amigos cenetistas de Barcelona, Eduardo Barriobero, antes de partir de Madrid, acudió a entrevistarse con el ministro de Justicia, Blasco Garzón, antiguo federal, para manifestarle que declinaba el nombramiento de presidente del Tribunal Supremo. Barriobero, previendo las dificultades que los burócratas de la Generalitat pudieran ocasionarle, solicitó al ministro el nombramiento de magistrado del Supremo para poder contar con esa categoría judicial antes de iniciar el desempeño de sus funciones en Cataluña: no fue posible, otra vez la burocracia, en este caso la del Ministerio, consiguió impedirlo; aunque, como el propio Barriobero reconocía, también influyó que nunca había sido un buen abogado de sí mismo.

Quizás pueda parecer una exageración interesada, pero en Barcelona le aguardaba otra desagradable sorpresa: el gobierno de la Generalidad, por boca de su presidente, Casanovas, había amenazado con dimitir en bloque si la CNT llevaba a cabo el nombramiento de Barriobero como máximo responsable de la Justicia en Cataluña. Era comprensible que los enemigos de la revolución opusieran resistencia a la consolidación de ésta, pero también se mezclaban en el caso una xenofobia latente y viejos resquemores personales: ¿Cómo iba a aceptar la Generalidad que la máxima autoridad judicial de Cataluña, aunque fuera de la Cataluña revolucionaria de Agosto del 36, fuera alguien venido de Madrid? Ante eso, carecía de importancia el hecho de que Barriobero tuviera bufete abierto en Barcelona desde hacía treinta y cinco años y que allí pagara sus impuestos. Precisamente en ese bufete había estado de pasante, de “amanuense” y cobrando de la CNT, dice Barriobero, el mismo Casanovas que ahora se había convertido en un enemigo acérrimo suyo.

En los primeros momentos de la sublevación, cuando el resultado de la lucha era incierto, Angel Samblancat, al frente de un grupo de milicianos, se había hecho cargo del Palacio de Justicia de Barcelona y constituido en el mismo un comité revolucionario. Este comité y sus atribuciones fueron “legalizadas” posteriormente por un decreto de la Generalidad en el que se nombró su presidente a Angel Samblancat, viejo amigo y compañero de profesión de Barriobero, que pasó a formar parte del mismo desde su llegada a Barcelona. Pero la situación real era de bloqueo y parálisis por la negativa de la dirección de la CNT y de la FAI a enfrentarse con el gobierno de la Generalidad. Triunfante la revolución, de entre todas las organizaciones proletarias no surgió una dirección revolucionaria que se hiciera cargo del poder y señalara a las masas el camino y los objetivos que permitieran consolidar su triunfo. Los tribunales y jueces del régimen republicano había sido borrados del mapa, pero los tribunales del pueblo no se habían implantado. En Cataluña, como en el resto de España en que los rebeldes fueron derrotados por las fuerzas populares, los leves residuos del viejo estado que se acababa de derrumbar no fueron totalmente aventados. Sería a partir de ellos como la contrarrevolución conseguiría reconstruir el aparato del estado burgués.

De Tribunal Revolucionario se pasó a una simple “Oficina Jurídica” y Samblancat, su primer presidente, al ser nombrado a los pocos días magistrado de la Audiencia, fue sustituido por Eduardo Barriobero, según decreto de fecha 28 de Agosto, firmado por J. Quero Molares, consejero de Justicia de la Generalitat. En el decreto de constitución de la “Oficina Jurídica”, firmado por Companys y Quero, a un prólogo revolucionario le seguía un articulado de espíritu contrarrevolucionario en el que en propia interpretación de Barriobero solamente se les autorizaba “para resolver consultas gratuitamente, leer con aire distraído los cuarenta mil procesos de carácter social” y cosas semejantes. Por el contrario, interpretando el decreto en sentido revolucionario, Barriobero dedujo como facultades de la “Oficina Jurídica” las de reparar las injusticias cometidas por la monarquía y las dictaduras, revisar las causas sociales de todos los tribunales de Cataluña, rectificar la normativa jurídica que no respondiera al sentimiento jurídico del pueblo, incorporando ese sentir popular a la administración de Justicia, abrir el cauce para la nueva legalidad surgida de la nueva situación, completa gratuidad del asesoramiento y administración justicia para los trabajadores, etc. También decidió que había que sustituir los viejos códigos por los principios de equidad y de justicia que todo hombre justo lleva en su corazón, única manera de aplicar e interpretar el nuevo Derecho aún no escrito.

La Oficina Jurídica entendía de asuntos civiles y mercantiles, y durante los ochenta días de su existencia, funcionó en jornadas de doce horas y sin cerrar sus puertas ni domingos ni festivos. Además de Barriobero, integraban su personal un secretario general, nueve letrados auxiliares, entre los que se encontraba el diputado federal por Huelva Cordero Bell, y nueve auxiliares no letrados, además de unos ochenta milicianos, no aptos para el frente por heridas o edad, que actuaban como alguaciles y auxiliares. En representación de la CNT y de la FAI estaban José Batlle y Antonio Devesa, ejerciendo este último de tesorero. Se organizaron en tres salas, una para temas de control obrero e incautaciones de fábricas, otra para matrimonios y divorcios, y otra para lo relacionado con los alquileres de viviendas. Se establecieron delegaciones en Badalona, Granollers y Mataró, aparte de las oficinas jurídicas de Gerona y Tarragona. Para que la Oficina Jurídica no resultara gravosa, se estableció que de las cantidades obtenidas por los reclamantes se detrajera un diez por ciento. En esos ochenta días de funcionamiento se dictaron más de seis mil fallos, de los que solamente se recurrieron diez, aparte de los seis mil matrimonios celebrados y unos dos mil divorcios.

Cuando los milicianos ocuparon el Palacio de Justicia, lo primero que hicieron fue ir amontonando todos los procesos sociales para llevarlos a quemar. Una de las instrucciones que dio Barriobero nada más llegar fue la de que antes se retirasen los resguardos de las causas con fianza, consiguiendo así salvar importantes sumas de dinero que, de otro modo, hubieran podido ir a parar a los bolsillos de cualquier funcionario. Las primeras actuaciones de Barriobero se encaminaron a erradicar la usura persiguiendo a los usureros, comprendidos notarios, acreedores hipotecarios y prendarios. Pero en seguida la Generalidad salió al paso con un decreto que Barriobero tildó de protector de la usura. Además de esto, la Oficina Jurídica se ocupaba de todo lo relacionado con casamientos, divorcios y protección de menores; reclamaciones de alquileres, indemnizaciones por despido y accidente laboral, accidentes y siniestros pendientes de indemnización por las compañías aseguradoras, legalización de incautaciones y controles, control de las prisiones y del régimen penitenciario, reclamaciones de carácter civil o mercantil, revisión de los pleitos de carácter social ya fallados en los que se hubiera denegado la indemnización, represión de las actividades contrarias al régimen, e informes y consultas. Se quisieron constituir tribunales de lo criminal para juzgar a los numerosos detenidos relacionados con la sublevación que la CNT y otras organizaciones tenían en su poder, pero otra vez se chocó con oposición de la Generalidad y la colaboración de la CNT.

Sería Queipo de Llano, el general que había sometido Sevilla y los pueblos andaluces a sangre y fuego, el que en una de sus alocuciones diarias desde Radio Sevilla lanzó el primer cañonazo que puso en marcha la ofensiva de la Generalidad contra Barriobero y la Oficina Jurídica que presidía. Queipo acusó a Barriobero y sus compañeros de haber alquilado una caja de seguridad en un banco de Perpiñán para depositar en ella un tesoro que habían sacado de España, producto de sus actividades en la citada Oficina Jurídica. Toda calumnia se basa en un poco de verdad y un mucho de mentira. Efectivamente, Barriobero, acompañado de Batlle, había estado en Perpiñán y alquilado una caja de seguridad en la Societé Marselleise de Credit, pero no para guardar un tesoro, sino un precioso documento que demostraba las relaciones de un importante dirigente de la Esquerra con la extrema derecha. Eso ocurría el siete de Octubre de 1936 y el veinte de Noviembre aparecía en la Gaceta el decreto de disolución de la Oficina Jurídica. No hubo ningún reparo por parte de los cuatro representantes de la CNT y de la FAI que formaban parte del gobierno de la Generalidad. Firmaba ese decreto no un hombre de la burguesía, sino el mismísimo Andrés Nin, máximo dirigente del POUM, y entonces flamante consejero de Justicia de la Generalidad. El mismo Andrés Nin que había sido secretario general de la CNT en 1921, el Nin que participó en Moscú en la fundación de Internacional Sindical Roja, de la que fue secretario, y miembro del PCUS, y del soviet de Moscú; el mismo Nin que defendió las tesis de Trotsky y se integró en la Oposición de Izquierdas, el que tradujo sus obras al español... Y en plena revolución española, como dejó escrito el propio Trotsky: “las organizaciones dirigentes del proletariado ayudaron a la burguesía a destruir aquellos comités, a liquidar los asaltos dados por los obreros a la propiedad privada, y a subordinar las milicias obreras al mando de la burguesía, con el POUM participando en el gobierno, por añadidura, y asumiendo una responsabilidad directa en aquel trabajo de contrarrevolución.” ¡Qué poco podría imaginar Andrés Nin que unos meses más tarde le habrían de ultimar a él las fuerzas estalinistas al servicio de esa contrarrevolución en una cheka de Alcalá de Henares! Nada nuevo en la repetición de esta tragedia proletaria porque como el propio Trotsky dijo: “Nadie ha encontrado todavía otros métodos para ello (paralizar la revolución) que la represión feroz, la matanza de la vanguardia, la ejecución de los dirigentes, etc.”

En sus actuaciones al frente de la Oficina Jurídica, Barriobero confesó haberse guiado por la máxima ciceroniana que dice: “quítale a tu enemigo la bolsa y le llevarás a donde quieras”. Y, efectivamente, no creo que se le pueda achacar una sola muerte a Barriobero, a pesar de que su actuación coincidió con unos momentos en que la vida de un enemigo tenía muy poco valor. Del dinero recaudado se dio rendida cuenta. Descontados los gastos de personal y generales, se habían entregado para ayuda a la guerra más de novecientas mil pesetas. A mediados de octubre, gracias a la actividad de la Oficina Jurídica, se había repartido más de millón y medio de pesetas a los beneficiarios de indemnizaciones por accidentes, despidos, etc. Quedaban pendientes de diligenciar un millón de pesetas de antiguas fianzas y tres millones y medio de pesetas de un litigio sobre un premio mayor de la lotería, a los que se impondría un diez y un quince por ciento, respectivamente, que percibiría la Oficina, aparte de las cantidades que quedasen sin entregar porque nadie las reclamase. Se calculó que, en conjunto, se podría recaudar un millón trescientas mil pesetas, cantidad que Barriobero pensaba repartir de acuerdo con lo que determinaran las Juntas de Defensa. Pero el gobierno de Generalidad no pensaba de la misma manera.

El decreto de Nin solamente se aplicó de forma inmediata a la Oficina Jurídica de Barcelona, continuando en funcionamiento durante varios meses las restantes. Todo el trabajo pendiente en la disuelta Oficina Jurídica se repartió entre cuatro juzgados de Primera Instancia. No hubo recursos ni se anularon resoluciones y, una vez cumplimentada la transferencia a los juzgados, la mayoría de sus componentes fueron destinados a otros cargos de responsabilidad.

El presidente del gobierno de la Generalidad, Tarradellas, le pasó recado a Barriobero para que acudiera a visitarle. Tarradellas tenía planeado alejar lo más posible a Barriobero para evitar cualquier posible reacción al cierre de la Oficina Jurídica por parte de él y de sus amigos. Por mediación del presidente de la Audiencia Territorial le hizo saber que quería premiar sus servicios confiándole una misión en el extranjero. En la entrevista que mantuvieron ambos se habló de la conveniencia de editar en el sur de Francia un semanario bilingüe que contrarrestara la propaganda y la fuerte penetración franquista en la zona. Lo dirigiría Barriobero. Pero Barriobero se dio cuenta de que no había verdadero interés en el proyecto y que de lo que se trataba era de alejarle y mantenerle entretenido.

Antes de que se volviera a entrevistar con Tarradellas, Barriobero recibió aviso para que se trasladara lo antes posible a Valencia. Le llamaba Mariano Sánchez Roca, subsecretario del Ministerio de Justicia, subdirector del diario La Tierra hasta hacía poco y amigo íntimo de Barriobero. El ministro de Justicia en el gobierno que presidía Largo Caballero era el cenetista García Oliver, viejo conocido también. Habían decidido que Barriobero ocupase el cargo de fiscal de la República, vacante por la dimisión de José Vallés Fortuño. Remiso a desempeñar ese cargo por considerar que toda su trayectoria profesional había sido lo contrario de la fiscalía, terminó aceptando, pues, aparte la insistencia, prefería seguir dentro de España que fuera de ella.

Cuenta el propio Barriobero que cuando le dijo a Tarradellas que declinaba su oferta porque había sido nombrado fiscal de la República, notó que aquel empalidecía hasta quedar blanco. No era para menos. Se acababa de descubrir el complot de Dencás con amplias ramificaciones entre la clase política catalana. Lo que se pretendía era negociar la independencia de Cataluña a cambio de su retirada de la guerra, para lo cual se habría de eliminar a los principales dirigentes de la CNT y de otros partidos de izquierda. José Dencás Puigdoller había sido consejero de Sanidad con Maciá y de Gobernación con Companys. Dencás huyó a extranjero a finales de 1936 y murió en Tánger en 1965.

Barriobero llegó a Valencia el sábado 27 de Noviembre por la noche. Al día siguiente, a pesar de ser domingo, iniciaba el regreso a Barcelona con el nombramiento en el bolsillo. Había pedido, y obtenido, un permiso de ocho días para viajar a Francia y recuperar los importantes documentos que tenía allí depositados. Cuando regresó de Francia, cuatro días después, y se disponía a salir hacia Valencia, recibió una llamada de su amigo Sánchez Roca, subsecretario de Justicia: el nombramiento había sido anulado, toda vez que no se había publicado en la Gaceta. Parece ser que “al pobre García Oliver le habían abrumado con los escándalos de la Oficina Jurídica”. Sánchez Roca creía que todavía podría arreglar el asunto, pero Barriobero le pidió que no lo intentara. Se comprende. Al cenetista García Oliver, antiguo miembro del grupo “Los Solidarios”, con Durruti, los Ascaso y compañía, pues este García Oliver, dieciséis años atrás, lo había defendido Barriobero en un juicio en el que se le acusaba de un atraco en Tarrasa. García Oliver quedó en libertad, pero Barriobero, debido a su actuación como abogado defensor, fue detenido y conducido a pie, esposado y acompañado por una pareja de la Guardia Civil desde Tarrasa hasta Madrid.

Volviendo al nombramiento fallido, lo que había ocurrido en esos días fue lo siguiente: al conocer Tarradellas la designación del nuevo fiscal, se apresuró a enviar un emisario a Valencia que se entrevistó con Prieto para relatarle todos los “escándalos de la Oficina Jurídica”. Y Prieto, en la reunión del Gobierno, amenazó con llevar el asunto a las Cortes. A tenor de lo que trasciende de algunas intervenciones parlamentarias suyas y teniendo en cuenta las relaciones de los federales con los socialistas en Asturias, creo que a Indalecio Prieto le debía de caer Barriobero bastante mal. Además, el nombramiento de fiscal de la República tenía que llevar la firma de Azañan y casi se puede estar seguro de que no lo firmaría jamás. Una comisión formada por miembros del Comité Regional de la CNT-FAI y del Partido Federal se trasladó a Valencia con toda clase de justificantes y dispuesta a aclarar los supuestos “escándalos”. Todo pareció quedar solventado, así que con unas palmadas en la espalda, regresaron todos a Barcelona con la promesa de que se reintegraría a Barriobero en el cargo, y sí el gobierno ya hubiera designado a alguien, entonces se le nombraría presidente de una de las salas del Tribunal Supremo o, si lo prefería, se le nombraría embajador. Lo cierto es que Barriobero retornó a sus tareas en la liquidación de la Oficina Jurídica, donde permaneció cincuenta días sin que nadie le hiciera reclamación alguna. Fiscal de la República fue nombrado el ex radical-socialista Eduardo Ortega y Gasset, y este nombramiento sí que salió publicado en la Gaceta.

Barriobero no pudo regresar a Madrid: su casa había sido desvalijada y el almacén donde guardaba sus libros incendiado por la aviación. Continuó en Barcelona y en los primeros meses de 1937 ya estaba de nuevo ocupado con la defensa de varios presos políticos de la CNT. En Mayo de ese año se produjo en Barcelona el enfrentamiento que marcaría el declinar definitivo de las fuerzas revolucionarias. El golpe se tenía que descargar en Barcelona y en Cataluña, que era donde la revolución aún estaba viva. Aunque el pueblo plantó cara a la reacción y durante unos días fue dueño de las nueve décimas partes de la ciudad, la incompetencia y el colaboracionismo de los altos dirigentes de la CNT y de los ministros anarquistas terminaría facilitando el avance de la reacción. Primero, hubo que provocar una crisis de gobierno que se saldase con la dimisión de Largo Caballero y su sustitución por Negrín, con lo que de la restauración de un estado democrático se pasó a iniciar la construcción de un estado fuerte basado en la coerción policial, la censura y la persecución de las organizaciones izquierdistas. A finales de Mayo de 1937 se inició una “caza de brujas” contra el POUM: se suprimieron sus periódicos, se clausuraron sus locales y se detuvo a sus militantes más significados. Su secretario general, Andrés Nin, el mismo Nin que seis meses antes había firmado la supresión del único tribunal revolucionario de Cataluña, fue detenido en su despacho por la policía, entregado a los agentes soviéticos que operaban en España, torturado a primeros de Agosto en una cheka de Alcalá de Henares y se cree que fue asesinado en El Pardo.

Otros muchos militantes internacionalistas, críticos con el estalinismo, sufrirían el mismo destino. El 10 de Agosto fue disuelto el Consejo de Aragón y su presidente, el cenetista Joaquín Ascaso, detenido bajo la acusación de robo. La división que mandaba el dirigente del PCE Enrique Líster, enviada por el gobierno a la zona, se encargó de disolver por la fuerza y pueblo por pueblo las colectividades agrarias y los comités revolucionarios. Los agentes del servicio de información franquista destacados en el mediodía francés informaban del constante aumento del número de militantes y dirigentes anarcosindicalistas que llegaban huyendo de la represión desatada en Cataluña.

En ese marco de represión general del verano del 37, Barriobero y sus principales colaboradores de la Oficina Jurídica también fueron detenidos secretamente. Utilizaron como excusa la misma acusación que formulara Queipo de Llano desde la fascista Radio Sevilla: robo de oro, joyas y divisas. Valía más la palabra de un general rebelde que tantos años de una vida ejemplar. No fue el único, la mitad de la cárcel de Barcelona estaba ocupada por militantes revolucionarios e internacionalistas. Informaciones procedentes de agentes nacionalistas destacados en Perpiñán, permiten situar la detención de Barriobero el 21 de Septiembre, coincidiendo con la toma al asalto, con empleo de tanques y cañones, del edificio de los Escolapios, sede del comité de Defensa CNT-FAI. Devesa, por su parte, afirmó que fue detenido junto con Barriobero el 19 de Septiembre y conducidos ambos a la cárcel Modelo de Barcelona. El creciente número de detenciones, procesamientos y eliminaciones físicas de militantes y dirigentes de la izquierda, principalmente del POUM y de la CNT, fue la causa de que el fiscal de la República, Eduardo Ortega y Gasset, el mismo que ocupó el cargo que primero se había dado a Barriobero, huyera de España en Octubre ante el temor a un atentado como el que antes había sufrido el presidente de la Audiencia Territorial de Cataluña. Entre los detenidos y encarcelados estaba Sánchez Roca, subsecretario de Justicia con García Oliver, el mismo García Oliver que durante las jornadas de Mayo de Barcelona, siendo ministro de Justicia todavía, había enviado desde la radio este mensaje a sus camaradas de las barricadas: “¡Alto el fuego; besos a los guardias de Asalto!”. Semanas después tendría que amenazar a Eduardo Ortega para que sacasen de la cárcel a su compañero y amigo Aquilino Fernández. Y Benito Pavón, abogado y compañero de Barriobero, miembro del Comité Pro-Presos de la CNT, nombrado por García Oliver presidente de la Comisión Jurídica Asesora, tuvo que huir de España para evitar un más que probable encarcelamiento. El mismísimo Largo Caballero, todopoderoso jefe del gobierno en Mayo de 1937, apeado del gobierno por la conjunción de Prieto con el PCE, fue detenido el 21 de Octubre y colocado bajo arresto domiciliario, los mítines que tenía programados en la región levantina fueron prohibidos, se le desposeyó de los periódicos que controlaba y fue apartado de la dirección de la UGT mediante el golpe secesionista que encabezó González Peña. ¡Y eso que era Largo Caballero!

Es muy probable que Barriobero, a pesar de encontrarse enfermo y de las gestiones de los masones franceses ante Martínez Barrio, presidente de las Cortes y alto dignatario de la masonería española, permaneciera en la cárcel hasta la celebración del juicio. La vista en juicio oral ante la Sala Segunda del Tribunal Supremo tuvo lugar el día tres de Noviembre de 1938. Allí comparecieron junto a Barriobero, Luis Cordero Bell, diputado en Cortes; Antonio Devesa y José Batlle. Fueron absueltos, pero al menos Barriobero no quedó en libertad, le mantuvieron en la cárcel en calidad de preso gubernativo. Al poder no le pareció suficiente, pues Azaña firmó el decreto destituyendo a los cuatro magistrados del Supremo que habían dictado la absolución. Barriobero y sus compañeros habían sido juzgados por el Tribunal Supremo debido a la calidad de aforado de Cordero Bell, pero para el común de los detenidos en esta ola de represión contrarrevolucionaria, el gobierno de Negrín, con el refrendo de Azaña, había creado unos tribunales de excepción, eufemísticamente encargados de juzgar los delitos de “espionaje y alta traición”, en los que todos sus miembros eran designados por el gobierno.

Tengo que advertir que mantengo mis dudas respecto a ese período de la vida de Barriobero que va desde su detención hasta que fue juzgado y absuelto por el Supremo. Generalmente, todo el mundo recurre al libro de memorias del que fuera director de Solidaridad Obrera, Jacinto Toryho, titulado: “No éramos tan malos”. En sus páginas se afirma que nadie sabía nada de la detención y encarcelamiento de Barriobero, y ese “nadie” abarcaba desde la dirección del Partido Federal a la de la CNT, y desde el propio Toryho hasta el presidente de la Generalidad, Companys, que conocía a Barriobero de la época en que ambos defendían a los cenetistas ante los tribunales de Barcelona en 1920. También decían estar ignorantes del asunto el ministro de Justicia, Ansó, y el comisario de policía. Toryho afirma que gracias a su intervención y a negociar con Companys la libertad de Barriobero a cambio de silenciar el asunto, éste fue sacado de la cárcel, ingresado en el hospital de San Pablo protegido, o vigilado, por un piquete de guardias de Asalto, todos ellos, según Toryho, cenetistas de confianza. Según Toryho, los guardias impidieron en una ocasión que Barriobero fuera sacado de madrugada por un grupo de gente armada que con una falsa orden de detención pretendían darle el “paseo”. A mí esta versión me parece poco fiable, en primer lugar, porque de las sesenta páginas que Toryho dedica en sus “memorias” a hablar de Barriobero, la mitad son un plagio, una copia literal, de lo que el propio Barriobero dice de sí mismo en “Memorias de un tribunal revolucionario...” Además, Toryho dice que fue Devesa el que le informó de la situación en que se encontraba Barriobero, cuando el propio Devesa afirmó en su posterior declaración ante el juez militar franquista que estuvo en la cárcel hasta finales de 1938: ¿Es creíble que la detención de dirigentes de la CNT, como Devesa y Batlle, pasase también desapercibida a la dirección de la CNT y al director del periódico anarquista Solidaridad Obrera, editado en Barcelona? ¿Es posible que cuando, según Toryho, ya se sabía, en Noviembre y Diciembre, que Eduardo Barriobero estaba enfermo y hospitalizado, nadie pensase en evacuarle a Francia, o a la región levantina, incluso contra su voluntad, antes de que se produjera la debacle de Cataluña? No me lo creo. Más bien soy de la opinión que el hombre que se pasó toda la vida hurtando sindicalistas al presidio y al verdugo, no tuvo a nadie que le echara una mano cuando la necesitó.

Pedro Vallina, médico y ácrata, amigo íntimo de Barriobero desde antes de la revista Germinal, dejó escrito en sus memorias, editadas en Méjico, este esclarecedor párrafo: ”Un grupo muy restringido de compañeros de prisión visitaba diariamente a Barriobero y le llevaban los menesteres y alimentos más necesarios. Entre otros, recordamos a César Flórez, que le profesaba un entrañable cariño. Le propusimos seriamente sacarle por la fuerza de la prisión, costase lo que costase; pero el se negó resueltamente. Deseaba salir por la puerta grande y con la frente en alto.
En el momento del desastre, nadie se acordó de nadie, y la derrota de las almas fue más grave que la de los cuerpos. Los soldados desconocidos de la guerra teníamos la mejor voluntad, pero carecíamos de influencias y de medios de transporte, y a duras penas pudimos escapar, no para conservar la vida sino para continuar la lucha del día de mañana.
¡Pobre Barriobero! Siempre le recordaré y defenderé su memoria. Defendió siempre a los trabajadores perseguidos por la justicia burguesa. ¡Gratitud eterna al defensor de los caídos!”

Y ahora veamos dos aspectos contradictorios de los testimonios de Toryho y Vallina. Toryho escribió que la última vez que fue a visitar a Barriobero, vísperas de la entrada de los nacionalistas en Barcelona, le ofreció evacuarle a Francia en una furgoneta junto con otras personas y pone en boca de Barriobero esta respuesta: “Yo me quedo. Estoy muy enfermo. Un viaje como ese en tales condiciones no podré resistirlo. Entre morirme en el camino o que los que mañana tomen Barcelona me peguen cuatro tiros, prefiero lo segundo. No temo la muerte. Sé que mi ciclo vital ha terminado, así que venga un abrazo y ¡agur!”

Vallina, por el contrario, afirma que: “las aspiraciones (de Barriobero) eran, a la salida de la cárcel, internarse en Francia, donde esperaba ser bien acogido gracias a su traducción de Rabelais, escritor intraducible, trabajo de un mérito raro, que le valió la condecoración de la “Legión de Honor”. Dicho lo cual, tampoco puede descartarse que ambos testimonios respondan a la verdad, y que lo que un día fuera aspiración dejara de serlo más tarde.

Llega ahora el momento de escribir sobre el asunto de los millones, las joyas y el oro del que unos y otros acusaron a Barriobero y a sus compañeros de haberlo sustraído durante su etapa al frente de la Oficina Jurídica y tenerlo escondido en un banco en el extranjero. Mi opinión es que, efectivamente, ese pequeño tesoro se sacó de la España republicana y se depositó en un banco francés, pero también estoy convencido que nadie se quedó con un duro, y Barriobero, mucho menos, porque quien nace rico y a lo largo de toda la vida no demuestra el más mínimo interés por enriquecerse, sino más bien lo contrario, no parece razonable que vaya a cambiar de manera de ser a los sesenta años.

Con Barriobero como presidente de la Oficina Jurídica, las otras dos personas de mayor peso eran los representantes de la CNT en la misma: Antonio Devesa y José Batlle. Devesa, además, era el cajero de la Oficina Jurídica. Los tres eran hombres de larga trayectoria y los tres eran miembros del Comité Pro-Presos de la CNT desde tiempo atrás. Eran gente que habían sido perseguidos por la monarquía liberal, por la dictadura primorriverista y por la República, así que algo sabrían de las necesidades de la clandestinidad. No serían, desde luego, los únicos en constituir fondos secretos en bancos del extranjero. En mi opinión, lo que ocurrió fue que alguien, fueran personas, comités u organizaciones, tomó la decisión de crear un fondo de reserva a buen recaudo y así parece que se hizo.

Lo que digo a continuación procede de las causas de los consejos de guerra a que fueron sometidos por las autoridades franquistas Devesa y Batlle tiempo después de finalizada la guerra. Antonio Devesa Bayona tenía cuarenta y cuatro años cuando fue descubierto por los franquistas en el campo de concentración de Reus el 22 de Agosto de 1940. Natural de Benidorm y avecindado en Barcelona, trabajador textil, fue conducido a la prisión de esa ciudad, donde permaneció incomunicado hasta que prestó declaración ante el juez instructor militar. Devesa pertenecía a la CNT desde 1920 y había estado condenado a pena de muerte por un atraco a un banco; el indulto le llegó cuando ya le habían puesto en capilla. Detenido, como hemos visto, por la policía republicana junto con Barriobero, estuvo en la cárcel hasta la celebración del juicio en el que fueron absueltos. Devesa afirmó en su declaración al juez militar que permaneció en la cárcel como preso gubernativo hasta el veintidós de Noviembre de 1938, fecha en que fue ordenada su libertad por la Dirección de Servicios Especiales de la Generalidad en el sumario 485 bis de 1937, instruido por el Sr. Sentís por supuesto delito contra la propiedad. Fue trasladado a un campo de trabajo en Cadaqués y consiguió huir a Francia antes de la llegada de las tropas franquistas. Regresó a España en Junio de 1940 cuando las fuerzas hitlerianas ocupaban Francia.

Respecto al dinero recaudado en la Oficina Jurídica, Devesa declaró que se hicieron varias entregas al Comité de Milicias Antifascistas que, sumadas, pasaban de ochocientas mil pesetas. Como se sabe, el Comité de Milicias Antifascistas, controlado por la CNT, fue durante los primeros meses de la guerra el organismo revolucionario cuya autoridad se extendía por toda Barcelona, Cataluña y la parte de Aragón no ocupada por los franquistas. Figura en la declaración una pormenorizada descripción del ”tesoro” depositado en Francia. Fue, al parecer, el día uno de Diciembre de 1936, once días después de la publicación del decreto de disolución de la Oficina Jurídica, cuando Eduardo Barriobero, Antonio Devesa, Luis Cordero Bell y José Batlle alquilaron en el banco Credit Lyonnais, de la ciudad francesa de Lyon, la caja fuerte nº 105 que, a su vez, tenía cuatro subcajas, una para cada uno. Contenidos:
En la nº 6 (Barriobero): 2 barras de oro (2.204 grs. total), valoradas en 18.000 pts.; un lote de alhajas; 220.000.- pts. en billetes de mil y 27.500 en billetes de quinientas. Total: 265.500.- pts. más las alhajas.
En la nº 7 (Devesa): un lote de alhajas, 234.000.- pts en billetes de mil y 11.000.- pts. en billetes de quinientas. Total: 245.000.- pts. más las alhajas.
En la nº 8 (Cordero): relojes de oro y alhajas; tres lingotes de oro valorados en 16.000.- pts.; 246.000.- pts. en billetes de mil, 11.000.- pts. en billetes de quinientas y 1.500.- pts. en billetes de cien, y alhajas envueltas en tres paquetes a nombre de Cordero, otro a nombre de su madre y otro al de su esposa. Total: 274.500.- pts más las alhajas.
En la nº 9 (Batlle): 173.000.- pts. en billetes y 15.000.- francos.

El total es un millón de pesetas en billetes y oro, aproximadamente, más las alhajas. Tanto en el sumario del consejo de guerra de Devesa como en el de Batlle se dice que el contenido de la caja de este último fue extraído, introducido clandestinamente en España y entregado a otras personas. Devesa también dice en su declaración que el día veintisiete de Diciembre de 1938 acudió junto con Cordero a la habitación del Hospital General de Cataluña en la que estaba Barriobero y en presencia de dos policías que hicieron de testigos, el notario, allí presente, Valentín Fausto Navarro y Azpeitia, otorgaron un poder en favor de los funcionarios agregados a la embajada española en París: Joaquín Lozano Rabadán y Francisco Burgo (¿?) Sánchez, para que pudiesen retirar el contenido de las citadas cajas y darle el destino que tuvieran por conveniente.

Devesa, que después de la disolución de la Oficina Jurídica había sido nombrado en Enero de 1937 inspector general de Prisiones de la Generalidad, el día veintinueve de Abril de 1941 fue sometido a un consejo de guerra en el que se le condenó a pena de muerte. Unas semanas después, el siete de Junio, al amanecer, fue fusilado en el Campo de la Bota. De nada le sirvieron que varios funcionarios de la Cárcel Modelo firmaran un escrito ensalzando su actuación al frente del sistema penitenciario catalán, como tampoco surtió ningún efecto el escrito de dos hombres que habían estado presos “durante el período rojo” y que ahora se dirigían a la autoridad militar pidiendo clemencia para una persona que “había dado buen trato a los presos”. Firmaban esa petición: José Graells Galcerán, subdelegado de Farmacia, y José Mª de Porcioles Colomer, notario y presidente de la Diputación provincial de Lérida, que sería luego alcalde de Barcelona entre 1957 y 1973.

El otro miembro destacado de la Oficina Jurídica, Luis Batlle Salvat, natural de Maspujols, en la provincia de Tarragona, tenía 52 años cuando fue detenido por la policía en Barcelona. Había regresado de Francia huyendo de los hitlerianos y de los petainistas, y vivía clandestinamente en Barcelona. Un cenetista que había sido detenido fue el que contó a la policía en el interrogatorio que había visto a Batlle en la terraza de un café. Le detuvieron en Junio de 1941. Fue condenado a pena de muerte por el consejo de guerra que se celebró en Barcelona el día dos de Agosto de 1943. Conmutada por la de reclusión perpetua, fue puesto en libertad condicional en Enero de 1959.

Eduardo Barriobero seguía en su cama del hospital cuando las tropas nacionalistas ocuparon Barcelona el día 26 de Enero de 1939. Pocos días después, el dos de Febrero, el periódico La Vanguardia, lleno de fotos del ejército vencedor desfilando por las calles de la ciudad conquistada, daba cuenta de la detención de Barriobero y de que el juez militar que instruía el caso “continuaba recogiendo pruebas contra el acusado”. El consejo de guerra se celebró en la tarde del día siete de Febrero, en la sala primera de la Audiencia y en sesión pública. Era el primer consejo de guerra de la larguísima lista que el Ejército de ocupación celebraría en Barcelona. Presidía el consejo de guerra permanente el comandante de Caballería Luis de Vicente Sasiain, el mismo que presidió el tribunal permanente nº 1 que actuó en Gijón y en el campo de concentración de Camposancos. Cinco minutos después de las cinco de la tarde llegaba Eduardo Barriobero a la sala. En el auto resumen, resumen de toda una vida, la honrada y ejemplar vida del abogado de los pobres fue transmutada en delictiva por los pretorianos de los ricos. El fiscal, capitán honorario José Mª Rodríguez, aparte de acusarle de haber sido quien fue, quiso imputarle incendios de conventos y detenciones de clérigos, más la muerte de un policía. Declaró un testigo, cosa rara en los consejos de guerra, para acusar a Barriobero de la muerte de un detenido en los calabozos de la Oficina Jurídica. Este testigo, Joaquín Estapé Valls, era sobrino y apoderado de Jaime Valls Rovira, al que la Oficina Jurídica le impuso una multa de ciento cincuenta mil pesetas, negociando el pago de cincuenta mil en el acto y el resto a plazos. Según el testigo, su tío, desesperado, se había ahorcado en la celda. A continuación, el fiscal solicitó la pena de muerte y el abogado defensor, Sierra Valverde, que había actuado como defensor ante los tribunales republicanos, después de afirmar que “la Oficina Jurídica era menos roja que lo que vino después”, pidió que se considerase el caso como un delito de auxilio a la rebelión y delitos comunes. A Barriobero se le permitió un turno de alegaciones, pero, como es natural, la crónica no las recogió. Y a las siete y venticinco minutos se levantó la sesión y los miembros del consejo de guerra se retiraron a “deliberar en secreto”: Condenado a pena de muerte.

Pena de muerte. Muchos autores afirman en sus libros que Eduardo Barriobero tuvo, además, que sufrir la última tortura del garrote vil. Creo que no. Aunque, como he dicho, la causa del consejo de guerra no se pudo encontrar en los archivos militares, todo apunta a que fue fusilado. Ni en la petición del fiscal se pide el agarrotamiento ni en la prensa se menciona. Según el asiento del Registro Civil, Eduardo Barriobero Herrán “falleció en el Campo de la Bota el diez del actual (Febrero) a consecuencia de hemorragia interna, según resulta del oficio recibido, y su cadáver habrá de recibir sepultura en el cementerio del Sudoeste.” La “hemorragia interna” viene a abundar en que fue un pelotón de fusilamiento el que dio fin a sus días, y el lugar, el tristemente célebre Campo de la Bota, también.

Y para terminar, estas palabras que Eleuterio Quintanilla pronunció en su exilio francés al enterarse de la muerte de Barriobero, palabras que fueron recogidas por Ramón Alvarez Palomo en el libro que dedicó al cenetista gijonés: “Tan infame crimen tendrá su sanción oportuna en todos los sentidos. Y no me refiero precisamente a la sanción histórica que está descontada y será inapelable. Aludo a la doble sanción popular y de la justicia republicana para la villanía culpable de los verdugos y el culpable abandono de los “otros”... Yo rezo estos días, fervorosamente, la oración laica, íntima y fraterna al gran amigo desaparecido. ¡Pobre y desgraciado Barriobero! ¡Y pensar que nada he podido yo hacer por él cuando estaba preso en Barcelona...!”


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