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Oficina de Defensa del Anciano

Marcelino Laruelo Roa

Muertes Paralelas

Muertes paralelas

A Eduardo Barriobero le dejaron tirado en Barcelona y le
fusilaron los franquistas cuando entraron.
(3ª parte)

 

 

Eduardo Barriobero y Herrán, el abogado de la CNT.
Un republicano de cepa y abolengo,
defensor del obrero.

 


Por Marcelino Laruelo.
Muertes Paralelas. Gijón, 2004.

Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV

Capítulo III
Eduardo Barriobero durante la II República

Eduardo Barriobero había vuelto a acercarse a las filas federales y se le ve aparecer en Julio de 1930 al frente de una comisión reorganizadora de Madrid que convocó, para el mes siguiente, una asamblea nacional y en Octubre, un congreso federal en Barcelona. El fraccionamiento de las filas federales, los sucesivos reagrupamientos, las alianzas con otros grupos políticos o la aparición de nuevas tendencias ha sido minuciosamente estudiado por el citado profesor Agustín Millares Cantero en la tesis doctoral que lleva por título: “Barriobero contra Franchy. Los federales de Pí y Margall en la Segunda República española”. Tesis que, resumida, ha sido publicada bajo el título: “Franchy Roca y los federales en el Bienio Azañista”.

A finales de 1930, las filas federales seguían divididas y enfrentadas. Eduardo Barriobero propugnaba la revisión e inclusión en el programa oficial del Partido Republicano Democrático Federal de las reivindicaciones sociales que permitieran ejercer una atracción electoral sobre las masas sindicalistas. Con Barriobero al frente del partido oficial, la vuelta o no a la coalición de la Alianza Republicana perdió importancia frente a las prioridades programáticas y reorganizativas. Tampoco se puede pasar por alto el papel de las relaciones personales. No creo que ninguno de los conspicuos miembros de la reunión de San Sebastián, del Comité Revolucionario y, más tarde, del Gobierno Provisional, sintiesen la más mínima simpatía por Eduardo Barriobero, motejado como “el primer pistolero de la nación” por su continuada labor como abogado defensor de los sindicalistas de la CNT. A la enemiga de Marcelino Domingo, antes reseñada, se unía el desprecio de Lerroux y el odio de Azaña. Mirando hacia atrás, ¿qué podía tener en común Eduardo Barriobero con un Prieto, con un Gabriel Maura o con un Alcalá-Zamora?

En las elecciones municipales del 12 de Abril de 1931, Gijón y Sabadell fueron las ciudades donde los federales obtuvieron mejores resultados, con once concejales en cada una. Para interpretar el resultado electoral de Gijón hay que tener en cuenta, como relata Antonio L. Oliveros, las presiones ejercidas desde su diario, El Noroeste, y la actitud de los sindicalistas de la CNT, resumidas en estas palabras que pone en boca de Eleuterio Quintanilla: “Los sindicalistas gijoneses, que hacemos el mayor número de electores, vamos a hacer esta vez una excepción con nuestro apoliticismo y acudiremos como un solo hombre a las urnas, a votar por la República. Por tanto, el partido republicano o liberal que no entre en la Alianza será aplastado.” Así que en la Alianza Republicana gijonesa se integraron no sólo los republicanos federales, presididos por Manuel Conde, sino también los reformistas de Melquiades Alvarez, pese a la oposición tajante de éste. Fue nombrado alcalde de Gijón un federal, Isidro del Río Rodríguez, y el primer gobernador civil de la provincia designado por el gobierno provisional fue otro federal, Pedro Vargas, miembro del Consejo nacional del partido. Pedro Vargas renunciaría al cargo, semanas después, para presentarse a las elecciones a Cortes Constituyentes, saliendo elegido por Valencia, pero en la candidatura del Partido Radical Socialista: un ejemplo más de la inestabilidad que en las propias filas federales provocaba la división y el enfrentamiento interno.

El Partido Federal que presidía Eduardo Barriobero fue la primera organización política en exigir al Gobierno provisional desde la prensa, dos días después de proclamarse la República, la convocatoria de elecciones a Cortes Constituyentes. Junto con esa elemental reivindicación democrática, quedó claro que el PRDF iniciaba oficialmente el ejercicio de una oposición de izquierdas que tan difícil resultaba de digerir a quienes se creían que la izquierda eran ellos y nadie más.

Convocadas las elecciones a Cortes Constituyentes para el 28 de Junio, Eduardo Barriobero decidió presentarse por Asturias. Se confeccionó una candidatura conjunta de los federales y los sindicatos agrarios que habría de concurrir por las minorías. De cara a estas elecciones, se produjo en Asturias un suceso que tendría graves consecuencias: el boicot de socialistas y radical-socialistas a la candidatura del partido de Melquiades Alvarez. Según nos cuenta Oliveros, Azaña, antiguo correligionario de Melquiades Alvarez, estaba interesado en atraer a éste a la colaboración con el gobierno y las instituciones republicanas. Para estas elecciones, Azaña ofreció a los melquiadistas ir en una candidatura conjunta en Asturias en la que ellos tendrían la mayoría de puestos. Melquiades Alvarez no aceptó porque quería que el acuerdo se extendiese a otras partes de España. Tuvieron lugar entonces los graves sucesos del Teatro Campoamor, en Oviedo, cuando se iba presentar la candidatura melquiadista, que competiría por las mayorías con la gubernamental. Piquetes de jóvenes socialistas y radical-socialistas, armados de piedras y palos, reventaron el acto, que hubo de suspenderse; asaltaron y destruyeron la sede ovetense del partido y obligaron a Melquiades Alvarez, temeroso de un atentado, a abandonar su domicilio y refugiarse en Gijón, en casa de un yerno. La directiva del partido tomó entonces el acuerdo de retirarse de las elecciones y de los puestos que ocupaban en las instituciones. Todos menos el habilidoso jefe, que aceptó el acta de diputado que Lerroux le consiguió en Valencia.

En ese ambiente, la candidatura federal-agraria que encabezaba Barriobero se iba a beneficiar, sobre todo en Gijón, además de la atracción que pudiera ejercer sobre las masas cenetistas, de la benevolencia de los melquiadistas y de su influyente periódico regional, El Noroeste. No fueron muchos los actos electorales que se celebraron, pues entonces los partidos no disponían de las fortunas que el estado entrega hoy a las organizaciones políticas para que las dilapiden en propaganda. Previsto para el domingo y suspendido por la lluvia, el lunes cuatro de Mayo se celebró un mitin federal en la plaza del Carmen de Gijón. Junto con Eduardo Barriobero y Luis Zubillaga, secretario del Consejo nacional del PRDF, intervinieron Manuel Conde, presidente de la Agrupación Federal de Gijón; Benigno Fernández, presidente de las Juventudes, y Ramón Fernández, ex alcalde y jefe de la minoría republicana en el ayuntamiento. Sobre la intervención de Barriobero, la breve reseña aparecida en “El Noroeste” destacó su denuncia de que a pesar de haberse instaurado la República, “los métodos del Gobierno y las instituciones siguen siendo de cuño monárquico”. Barriobero también señaló que la tarea de las Cortes Constituyentes era reformar totalmente el régimen e instaurar una República federal, y llamó la atención sobre el peligro de la penetración de los ex monárquicos en los organismos republicanos y así como la ineludible necesidad de exigir responsabilidades a los que participaron en la dictadura. Barriobero pidió el apoyo circunstancial de los apolíticos, o sea, de los cenetistas, en cuanto que la República sería la garantía de su libertad y recordó que la República federal no la otorgaba el estado, sino que se construía pueblo a pueblo.

La candidatura federal-agraria fue la más votada en Gijón y la segunda en Asturias. Eduardo Barriobero obtuvo en Gijón, según El Noroeste, 12.766 votos, frente a los 2.668 de Ramón Pérez de Ayala, candidato más votado de la Conjunción republicano-socialista, o los 1.369 logrados por José Bullejos, secretario general y primer candidato del PCE. A destacar que la participación electoral fue en Gijón superior a la de Oviedo, lo que permite afirmar con cierto fundamento que Barriobero consiguió arrastrar a las urnas a un importante porcentaje de militantes de la CNT.

También salió elegido diputado otro federal, Manuel Rico Avello, miembro de la agrupación de Oviedo, pero que concurría a las elecciones formando parte de la Conjunción republicano-socialista. Meses después, Rico Avello sumaría su escaño a los de la Agrupación al Servicio de República que lideraba José Ortega y Gasset. Si no me equivoco, Manuel Rico fue Alto Comisario en el Marruecos español, y ministro en dos ocasiones, desempeñando las carteras de Gobernación y Hacienda en los gobiernos presididos por Lerroux y Portela respectivamente. Fue detenido y asesinado en Julio de 1936 en la Cárcel Modelo de Madrid.

El miércoles dos de Junio, los diputados electos, Eduardo Barriobero y Emilio Niembro, federales, y Angel Menéndez y Angel Sarmiento, agrarios, llegaban a Gijón, donde fueron objeto de un recibimiento espectacular. Desde la Puerta de la Villa, la muchedumbre que aguardaba su llegada les obsequió con ramos de flores y les acompañó en manifestación por la calle Corrida hasta la plaza de Galán, antigua del Carmen, donde tenía su sede el Círculo Federal, desde cuyo balcón pronunciaron breves palabras de agradecimiento. El domingo siguiente, convocados por el alcalde, se celebró en el Ayuntamiento una reunión en la que los representantes de diversas entidades locales expusieron a los dos diputados federales todos los asuntos que consideraban que debían plantearse en Madrid.

La representación del PRDF en las Constituyentes alcanzó la veintena de diputados. Muchos de esos diputados pasarían al cabo de muy poco tiempo a engrosar las filas de otros grupos parlamentarios. En una situación de gran efervescencia política y de aluvión de nuevos militantes, el movimiento de diputados de unos grupos a otros era entonces muy frecuente, estimulado en no pocos casos por el reparto de cargos que la instauración del nuevo régimen propiciaba. Por otra parte, las filas federales sufrirían la erosión de la división interna en dos sectores irreconciliables: el de los partidarios de la colaboración con el gobierno, que lideraba Franchy Roca, y el sector oficial, bajo la dirección de Barriobero, situado en la crítica de izquierdas al Gobierno y enfrentado a la mayoría gubernamental de las Cortes.

El PRDF, tanto por personalidad de su presidente como por el respeto hacia ese republicanismo “de cepa y abolengo” que pocos podían representar mejor que el hijo de Pí y Margall, el diputado en las Constituyentes Pí y Arsuaga, fue un polo de atracción, aparte de para la militancia de la CNT, para sectores de la extrema izquierda republicana, como los que personificaban el abogado y periodista Angel Samblancat, o los ex oficiales del Ejército Salvador Sediles y Antonio Jiménez; el propio Blas Infante, ideólogo del andalucismo, que solicitó por escrito su adscripción a las filas federales, o la famosa Hildegart (¡y su madre, Aurora Rodríguez Carballeira!) que, tras romper con el PSOE, ingresaron en las filas del PRDF. Y pimargalianos se declararon, aunque no pertenecieran al PRDF, Marcelino Domingo, ministro de Instrucción Pública, Roberto Castrovido y el propio Francesc Maciá.

Eduardo Barriobero, a sus actividades de abogado, escritor y periodista, añadió ahora las de presidente del PRDF y portavoz de la minoría federal en las Cortes. Su actividad parlamentaria fue intensa y en el Diario de sesiones se recoge su intervención en más de 150 asuntos diferentes. Por supuesto, también en la elaboración de la nueva Constitución y de las leyes que la complementaban. Pero Barriobero iba a destacar como una de las pocas voces que desde la izquierda criticaban y denunciaban los abusos de los gubernamentales, abusos que iban desde los malos tratos a los detenidos en las comisarías, a la conducta despótica de los gobernadores civiles. Fue el centro de la vindicación de la supremacía de los derechos ciudadanos frente a aquella ley de excepción llamada “Ley de Defensa de la República”. Miembro del Comité Pro-presos de la CNT, fue el portavoz cualificado de los presos sociales y políticos, y no desperdició oportunidad para denunciar la pervivencia de los modos y usos propios del régimen monárquico, tanto en materia de orden público como en la administración de justicia. Aprovechó conmemoraciones y cuantas ocasiones se presentaban para demandar amnistías e indultos. Criticó el estatuto catalán en cuanto que restringía la autonomía municipal y promovía la sustitución del viejo centralismo madrileño por el nuevo centralismo barcelonés, y también porque no se edificaba sobre los principios federalistas de Pí y Margall, sino sobre los nacionalistas de Prat de la Riba...

El programa del Partido Federal entraba en colisión en muchos aspectos con los artículos de la nueva Constitución que se iban aprobando en las Cortes. Barriobero fue uno de los pocos que denunciaron tanto el plagio de la alemana de Weimar como el constante chalaneo entre los distintos grupos, de tal manera que, por ejemplo, algunos artículos eran claramente federalistas pero iban seguidos de otros que los contrariaban y anulaban. Pí y Arsuaga consideraba todo ello como motivo suficiente para que el Partido Federal siguiese en la oposición. Eran los federales partidarios de la supresión total de la pena de muerte, incluso en el ejército y en tiempo de guerra; proponían un ejército de voluntarios en tiempo de paz, la supresión de los impuestos sobre el trabajo, la gratuidad y obligatoriedad de la enseñanza primaria, la soberanía popular o del individuo frente a la de la nación, la reforma y democratización de la justicia...; por no hablar de la defensa a ultranza de la autonomía municipal como base sobre la que levantar los pactos que llevasen a la República federal.

Todos estos aspectos, más el radicalismo anticlerical que les enfrentaba a los sectores más conservadores de las Cortes y del gobierno, que tuvo su punto álgido en la en lo oposición a la dulcificación del artículo 24 de la Constitución y el rechazo frontal a la mencionada “Ley de Defensa de la República”, tuvieron como consecuencia que Barriobero fuera uno de los pocos diputados que no votaron favorablemente la nueva Constitución republicana. Y solamente cuando aquella ley de excepción fue derogada, en Agosto de 1933, por una nueva ley de orden público, fue cuando Barriobero expresó su acatamiento oficial de la Constitución el día siete de Septiembre de ese año.

Eduardo Barriobero, que había defendido que la elección de presidente de la República se hiciera por sufragio universal directo en vez de por compromisarios, tampoco se mostró partidario de la candidatura de Alcalá-Zamora y propuso que en vez de un ex monárquico se eligiese a una figura histórica y de intachable trayectoria republicana como Pí y Arsuaga. El propio Pí y Arsuaga, en declaraciones a la prensa, mostró su preferencia por Lerroux, otro republicano de toda la vida. Así mismo, la minoría federal votó negativamente la confianza solicitada días más tarde por el nuevo gobierno de Azaña. Eran la exigua oposición de izquierda en las Constituyentes que con sus denuncias y críticas ponían en apuros al gobierno y a la mayoría que lo sostenía. “Jabalíes” bautizó a los izquierdistas de la cámara el “servidor de la República” y, más tarde, protegido del franquismo, José Ortega y Gasset. Es el jabalí, efectivamente, un animal montaraz y de cualidades y estampa poco lucidas, pero que tiene a su favor el vivir en libertad y no ser aficionado a frecuentar los establos ni comer en los pesebres, como otros.

A principios de Febrero de 1932, los esfuerzos de Barriobero culminaban en la formación de la Alianza de Izquierdas en la que durante casi un año consiguió agrupar a la extrema izquierda republicana no marxista. Más allá de los puntos del programa que suscribieron, lo que les unía quedaba resumido en esta frase: “con la República, pero contra esta República”. No estaban de acuerdo ni con puntos fundamentales de la Constitución ni con la acción de gobierno y afirmaban que los grandes males que afectaban al país durante el régimen monárquico se perpetuaban bajo el republicano.

La Alianza estaba integrada a nivel central por Antonio Jiménez y Salvador Sediles, militares retirados ambos y diputados de la Extrema Izquierda Federal por Barcelona; Ramón Franco, militar, y Angel Samblancat, abogado, escritor y periodista, que habían obtenido el acta de diputados por Barcelona en las filas de la Esquerra; Eduardo Ortega y Gasset, Juan B. Botella Asensi y José A. Balbontín, diputados procedentes de las primeras escisiones en las filas de los radical-socialistas, más Rodrigo Soriano y el propio Barriobero, diputados que junto con Niembro y Pí componían la representación parlamentaria oficial del Partido Federal, no integrándose en la Alianza estos dos últimos y manteniéndose en una posición centrista. Junto a ellos, los dirigentes de la Izquierda Republicana Anticlerical Augusto Vivero y Gómez Hidalgo, que serían los grandes dinamizadores de la campaña de mítines que desarrolló la Alianza.

No cabe duda de que si la Iglesia Católica fue siempre en España una fuerza reaccionaria, durante la II República, desde el primer día hasta el último, fue el centro aglutinador y dirigente de la conspiración antirrepublicana. No es de extrañar, por tanto, que la Izquierda Republicana Anticlerical a las pocas semanas de su fundación contara ya con más de cien mil afiliados, cuatrocientos de ellos en Serían los anticlericales de La Coruña los encargados de organizar el primer mitin de la Alianza de Izquierdas. Tras éste, y hasta finales de 1932, la Alianza daría más de medio centenar por toda España, algunos de ellos suspendidos por los todopoderosos gobernadores civiles. En Asturias, la Alianza celebró en Junio dos actos, uno en Gijón y otro en La Felguera. La asistencia a estos mítines fue muy numerosa, celebrándose el de Gijón en la plaza de toros, y el de La Felguera, en el campo de fútbol. Intervinieron en ellos, junto a Barriobero, José Antonio Balbontín, diputado por Sevilla; Rodrigo Soriano, diputado por Málaga, Ramón Franco, diputado por Barcelona, Luis Zubillaga, secretario del PRDF, y Cánovas Cervantes, director del periódico La Tierra. Los representantes de la Alianza también efectuaron una visita a Candás, donde se les informó de la paralización de las obras del puerto, paralización que se achacaba a la venganza del ministro de Obras Públicas por los malos resultados electorales cosechados en esa villa marinera por la coalición republicano-socialista gobernante. Era entonces ministro de Obras Públicas Indalecio Prieto y antes había desempeñado ese ministerio, denominado de Fomento, otro asturiano, Alvaro de Albornoz.

Frente al claro afán del gobierno y de las Cortes de prolongar indefinidamente el período constituyente, Barriobero y la Alianza pedían la celebración inmediata de elecciones. Quizás creyendo, como era lógico, que una vez aprobada la Constitución éstas habrían de celebrarse en breve, la actividad de la Alianza se centró, sobre todo, en la calle y en informar y denunciar ante el público lo que estaba ocurriendo. Tenían su programa, en el que figuraba desde la nacionalización de la banca hasta una reforma agraria que proponía la expropiación y la explotación comunal de la tierra, y un objetivo: desalojar del gobierno a los neorrepublicanos y a los socialistas. Fueron de los pocos, sino los únicos, que denunciaron y combatieron la discriminación y persecución que desde el gobierno y sus aparatos de poder se llevaba a cabo contra la CNT, mientras que, dueño del ministerio de Trabajo, Largo Caballero y sus compañeros de gabinete beneficiaban en todo lo que podían a la UGT. En todos sus discursos, Barriobero no se cansaba de repetir que los federales y la Alianza se encontraban más próximos a la CNT que a ningún partido, y recordaba que el propio Pí y Margall consideraba a la sección española de la Internacional como la extrema izquierda de su partido.

Al producirse el fallido golpe de estado de Sanjurjo en Agosto de 1932, los diputados de la Alianza recalcaron en sus intervenciones parlamentarias que desde hacía mucho tiempo ya venían denunciando el peligro y reclamando la necesidad de depurar la administración y los aparatos coercitivos del estado de elementos monárquicos, sin que ni gobierno ni mayoría les hubieran hecho el más mínimo caso. Y cuando en Septiembre se sometió a votación el estatuto de autonomía para Cataluña, elaborado sin consultar ni tener en cuenta a los ayuntamientos, Barriobero, al igual que sus compañeros federales Pí, Niembro y Soriano, se ausentaron del hemiciclo para no participar en la votación.

El final de la Alianza de Izquierdas cabe situarlo en Noviembre de ese año, cuando se celebraron las elecciones al Parlamento de Cataluña. Esas elecciones supusieron la fragmentación de la Alianza en varias candidaturas y la dispersión de sus miembros más destacados. A un resultado catastrófico se vinieron a sumar las agrias e ingratas diatribas que les lanzaban desde las organizaciones confederales y periódicos anarquistas, en manos ya del apoliticismo más extremo de la Federación Anarquista Ibérica. Y como una consecuencia más del aventurerismo que dominaba la CNT, se producirían los dramáticos sucesos que tuvieron lugar en el pueblecito de Casas Viejas, en la provincia de Cádiz.

Como se sabe, a primeros de Enero de 1933, la CNT lanzó la consigna de huelga general en apoyo de las demandas de los ferroviarios. Fue la provincia de Cádiz donde la huelga tuvo mayor repercusión. En el pueblo de Casas Viejas, los revolucionarios se hicieron con el poder tras corta lucha con los cuatro guardias civiles del cuartelillo, dos de los cuales murieron en los enfrentamientos. Se cortaron las comunicaciones, todas las escrituras de propiedad del Registro Civil fueron quemadas en una hoguera y se proclamó el comunismo libertario. Hasta que fuerzas de la “republicana” fuerza de Asalto, apoyadas por la Guardia Civil, reconquistaron el pueblo. El último foco de resistencia fue la cabaña del conocido como “Seisdedos”. Frente a ella, los de Asalto emplazaron ametralladoras y posteriormente le prendieron fuego. De la familia de “Seisdedos”, hombres, mujeres y niños, solamente hubo dos supervivientes y porque consiguieron escapar en los primeros momentos. Reducida a cenizas y dominado todo el pueblo, el teniente Rojas, que mandaba a los de Asalto, autorizó la “razzia” y la venganza. Doce hombres, sin armas en la mano, fueron hechos prisioneros en sus casas, conducidos a las tapias del cementerio y fusilados.

La repercusión política de este hecho fue enorme, agravada por la falta de sensibilidad y de agilidad política de Azaña y su gobierno. Por desgracia, no se trataba de un hecho aislado, sino de lo que habría de convertirse en símbolo de la política de orden público del gobierno de la República, sin que importase mucho que el ministro de la Gobernación se apellidase Maura o Casares Quiroga. La detallada estadística que el diario La Tierra, dirigido por Cánovas Cervantes, publicó el 14 de Abril de 1932 y, en la misma fecha, un año después, no dejaba lugar a dudas. Pueblo a pueblo y muerto a muerto, las fuerzas “republicanas” de la Guardia Civil y de Asalto provocaron durante el primer año la muerte de 166 ciudadanos y la de otros 121 más durante el segundo. Aplicación de la ley de fugas, descargas sobre manifestantes indefensos, torturas en las comisarías, deportaciones masivas a Villacisneros, en el Sáhara español; por no hablar de las detenciones gubernativas, la prohibición de mítines y manifestaciones, el secuestro o censura de periódicos y revistas, o la clausura de los locales de sindicatos y partidos; todo ello llevado a cabo sin intervención judicial, mediante una simple orden del gobernador civil. Según cifras aportadas por Barriobero, unos meses después del suceso de Casas Viejas, en Junio, había en las cárceles españolas más de ocho mil presos que no estaban sometidos a procedimiento judicial alguno.

Al abrirse el período de sesiones en Febrero, el asunto de Casas Viejas centró la actividad parlamentaria durante varios meses: comisiones parlamentarias, sumarios judiciales, reportajes periodísticos como el realizado por el que sería famoso novelista español, premio Nacional de Literatura en 1935, Ramón J. Sénder...; poco a poco se fue sabiendo la verdad y conociendo los entresijos de la actuación policial. El teniente que mandaba a los de Asalto fue detenido y el director general de Seguridad, procesado. Como era un protegido de Azaña, el presidente consiguió que el fiscal general de la República retirara la acusación contra él. A dos votaciones de confianza se tuvo que someter el gobierno, consiguiendo superarlas a costa de generar graves tensiones entre los grupos de la mayoría.

Desde finales de 1932 se venía produciendo un proceso de acercamiento entre las dos minorías federales del parlamento, la intransigente con el gobierno que encabezaba Barriobero y la más benevolente que dirigía Franchy Roca. Los graves sucesos de Casas Viejas agruparon a los dos bandos federales y los convirtieron en los principales acusadores del gobierno. En esa situación y con un ambiente favorable en la mayoría de las agrupaciones federales, Joaquín Pí y Arsuaga convocó una asamblea nacional del partido, que se celebró a primeros de Abril. No sin ciertas tensiones, la asamblea vino a ratificar la previa unidad parlamentaria que había permitido que se constituyese una minoría federal con catorce diputados. El eje central de la discusión fue la postura del partido ante la coalición gubernamental y, como suele ocurrir en estos casos, la unidad era más aparente que real. La asamblea aprobó la colaboración con otros partidos republicanos y con el socialista, tanto a nivel gubernamental como electoral, únicamente en el caso de que la pervivencia del régimen republicano estuviera en peligro inminente.

En Junio de 1933, lo que Azaña planeó como una simple sustitución de ministros, Alcalá-Zamora lo convirtió en crisis de gobierno. Las presiones eran en dos sentidos: o que se formase un gobierno netamente republicano sin la presencia de advenedizos ni de los socialistas y que incluyese a los radicales de Lerroux, o que los socialistas gobernasen en solitario. Alcalá-Zamora, tras los fracasos de Besteiro y Prieto para formar gobierno, tuvo que volver a encargar la formación del mismo a Azaña, pero exigiéndole que ampliara la base parlamentaria que sustentase al gabinete. Corrió el rumor de que Alcalá-Zamora estaba dispuesto a dimitir si Azaña no conseguía formar gobierno, y en ese ambiente fue como se produjo la incorporación de los federales a la coalición gubernamental en la persona de Franchy Roca como ministro de Industria y Comercio.

Como el propio Barriobero reconoció, no se le concedió a la minoría federal ni cuarenta y ocho horas para reflexionar y negociar su participación en el gobierno. De cualquier forma, se sabía que esta participación estaba condicionada a la derogación de la “Ley de Defensa de la República” y a que el Ministerio de Trabajo no estuviera en manos de un socialista, aparte de otros aspectos como el fin del veto a los radicales, la nueva ley del jurado, amplia amnistía...

Este, que sería el último gobierno presidido por Azaña en el período constituyente, duró hasta el mes de Septiembre. Le sucederían los gobiernos de mayoría radical hasta la celebración de las elecciones generales de Diciembre que darían el triunfo a las derechas. De los federales, el primero en manifestar su oposición a la presencia de Franchy Roca en el gobierno fue el propio Pí y Arsuaga, contrario a la colaboración con una República marcadamente unitaria, postura ésta que contó con el entusiasta apoyo de los federales gijoneses. Barriobero y algunos otros diputados federales prefirieron, por delicadeza, alejarse del parlamento para evitar tener que oponerse a los proyectos del gobierno y dar lugar a las consiguientes tensiones internas. Finalmente, Franchy Roca dimitiría el cargo en Septiembre y la consecuencia fue la crisis ministerial que apartaría a Azaña de la presidencia.

Los federales celebraron en Octubre otra asamblea nacional para analizar el período en el que se produjo la colaboración ministerial. De esa asamblea salió el PRDF dividido en cuatro sectores: el de los históricos, encabezados por Pí y Arsuaga y proclives a la colaboración con los radicales; el de los centristas de Niembro, el de Barriobero y, caso aparte, la desmembración catalana. En esa situación, se celebraron las elecciones de 1933 que darían el triunfo a la derecha. Aunque no fue el único partido republicano que estuvo a punto de desaparecer, no por eso dejó de ser menos desastroso el resultado general que esas elecciones supusieron para los federales: pasaron de catorce a tener solamente dos diputados, y eso gracias a las coaliciones anudadas en Cataluña. Eduardo Barriobero, que se presentó por Asturias, Huelva y Logroño no pudo obtener el acta de diputado por ninguna de esas provincias.

Durante los primeros meses de 1934, Barriobero se retiró del activismo político y retornó a sus labores de abogado y a su afición de escritor. En Junio visitó Gijón y pronunció en el Ateneo Obrero una conferencia titulada: “Borrador para un presupuesto republicano”, en la que denunció los despilfarros realizados por los gobiernos republicanos. La lucha contra ese despilfarro ministerial y contra el “enchufismo” fue una de las constantes en la actividad parlamentaria de los federales. El diario “La Tierra” sacó a la luz pública las constantes adquisiciones de automóviles para uso y disfrute de las jerarquías gubernamentales y de sus familias. El número de automóviles, la mayoría de ellos americanos y caros, alcanzó en 1933 la cifra de 537. En lo que se refiere al “enchufismo” y acumulación de cargos, el mismo diario publicó varias relaciones con los nombres de los diputados, los cargos que acumulaban y los ingresos que obtenían. Continuador de la tradición del partido pimargaliano de defensa de la austeridad y de que cada hombre desempeñara un solo cargo público, Barriobero recordó al público gijonés que los gobiernos republicanos parecían hasta entonces empeñados en cumplir con la definición que de la acción de gobernar había dado Helvetius a Montesquieu: “Arte sutil de pasar el dinero de los bolsillos de los gobernados al de los gobernantes.”

A consecuencia de una enfermedad, Barriobero estuvo durante el verano ingresado en el hospital Santa Alicia. Llegó Octubre de 1934 y estalló la Revolución. Triunfó en Asturias durante unos días hasta que el Ejército republicano, volcado con toda su fuerza sobre esta región, derrotó a los revolucionarios. Comenzó la represión: asesinatos, torturas, detenciones y consejos de guerra. Y Eduardo Barriobero, como miembro del Comité Pro-presos, acudió presto a la llamada para defender a los perseguidos y a los derrotados ante los tribunales militares. Conviene reseñar aquí el nombre de otros dos miembros del Comité Pro-presos de la CNT, uno era el abogado Benito Pavón, que acompañó a Barriobero en los estrados de esos consejos de guerra. El otro era Mariano Sánchez Roca, subdirector del diario La Tierra y también abogado. Eduardo Barriobero pertenecía también al Comité Nacional Pro Amnistía, integrado por destacadas personalidades de la izquierda como: Eduardo Ortega y Gasset, Juan B. Botella Asensi, Luis Jiménez de Asúa, Augusto Barcia, Cayetano Bolívar, Clara Campoamor, Dolores Ibarruri...

A finales de ese año de 1934, Eduardo Barriobero publicó dos nuevos libros: “Delitos de multitud” y “Galantería sagrada. La mujer y los Santos Padres de la Iglesia Católica”. Y meses después, en Mayo, saldría a la luz pública su famoso estudio sobre la masonería titulado: “La francmasonería. Sus apologistas y sus detractores. Infundios, desmentidos y secretos revelados.”

Estamos en la primavera de 1935 y se empiezan a producir acontecimientos que van a tener no poca transcendencia en el futuro. Me referiré, primero, al congreso de refundación del PRDF que convocaron los federales democráticos de Murcia y que se celebraría en Abril. Barriobero fue nombrado presidente de esta rama federal que tendría que convivir con la menos radical Izquierda Federal, de Franchy Roca, y con el fundamentalismo histórico del Partido Federal Pimargaliano de Pí y Arsuaga. Por otra parte, el asturiano Alvaro de Albornoz trataba de recomponer la unidad de acción entre las desarboladas huestes republicanas ex gubernamentales en torno a un programa común. Era la condición previa que les permitiría negociar favorablemente en un futuro la recomposición de otra alianza electoral con los socialistas. Y ello a pesar de que un sector importante de la dirección de la socialdemocracia española se hubiera escorado hacia posiciones izquierdistas una vez que se habían visto apeados del gobierno. Pero detrás de Albornoz, el que mandaba era Azaña, y Azaña puso el veto a todas las organizaciones republicanas situadas a su izquierda, especialmente a los federales. Porque Azaña, que despreciaba tanto la teoría pimargaliana como a sus legítimos valedores y que no olvidaba la acción opositora de los federales con los gobiernos que presidió, sentía una especial inquina hacia Eduardo Barriobero.

Cinco años más joven que Barriobero, la animadversión de Azaña hacia Barriobero venía de atrás. La trayectoria vital de ambos me permite afirmar que tal vez se conociesen desde el primer lustro del siglo. Por sus escritos, por su actitud y hasta por su pose, es fácil imaginar que antipatizasen desde el primer día. Lo único que se sabe con relativa certeza tiene que ver con la masonería. Parece ser que Manuel Azaña solicitó la entrada en la masonería en la misma logia a la que pertenecía Barriobero y éste se opuso a su admisión. De ser cierto este hecho, tendría que haberse producido antes de que Barriobero pasase, en 1921, a la situación de masón durmiente, es decir, sin militancia activa en la orden.

Azaña no se molestó en disimular su odio hacia Barriobero y en sus diarios no se cansó de denostarle. Le llamó de todo: “sinvergüenza”, “turbio y turbulento”, “abogado de las malas causas” y hasta “delator”. No acabaron ahí los epítetos, pues para Azaña, Barriobero era un “republicano indeseable”, “merodeador”, “cobarde” y “cínico”, y, para rematar, dejó escrito en dichos diarios que siempre le había tratado con el pie. A lo largo de todo el período republicano y durante la guerra, Azaña no desperdició la menor ocasión que le permitiera eliminar a Barriobero de la vida pública.

En esa misma primavera de 1935 se iba a producir otro hecho trascendente: Angel Pestaña, a la cabeza del sector cenetista conocido como “los treintistas”, publicó el manifiesto-programa que dio origen a la fundación del Partido Sindicalista. Dadas sus relaciones anteriores, sus coincidencias innegables y sus necesidades presentes, Pestaña y Barriobero establecieron un acuerdo de colaboración entre sus respectivos partidos y celebraron varios mítines conjuntos, especialmente en Cataluña, región levantina y Mallorca. Pero esta alianza entre el naciente Partido Sindicalista y el PRDF no tuvo ni la intensidad ni la continuidad que Barriobero esperaba.

El final de 1935 estuvo marcado por los casos de corrupción que hundieron al Partido Radical de Lerroux y por la resistencia de Alcalá-Zamora a entregar la presidencia del Gobierno a Gil Robles, cuyas declaraciones y actuaciones le hacían aparecer ante las masas republicanas de la nación como el hombre que abriría las puertas a la instauración un régimen fascista en España. Se llegó así al segundo gobierno de Portela Valladares, la disolución de las Cortes y la convocatoria de elecciones generales para el 16 de Febrero.

El partido más poderoso en la España de los años treinta era el PSOE. Azaña se daba cuenta que para asentar la república burguesa en España y contener el ascenso imparable de la revolución proletaria necesitaba de la colaboración socialista. Por eso, una vez digerida la derrota electoral de 1933 y aprovechando el retroceso momentáneo que supuso la represión de la Revolución de Octubre, se lanzó, en primera instancia, a la tarea de poner orden, disciplina y racionalidad en las filas republicanas. El primer paso fue llevar a cabo la unificación de su partido, Alianza Republicana, con la ORGA gallega de Casares y los radical-socialistas de Domingo y Albornoz, dando el nombre de Izquierda Republicana a la organización resultante. El segundo paso fue sellar una alianza con la Unión Republicana de Martínez Barrio que había abandonado las filas lerrouxistas y Gordón Ordás, y con el grupo de Sánchez Román. Con esa fuerza a sus órdenes, Azaña estaba ya en condiciones de negociar con los socialistas otra reedición más de la Conjunción republicano-socialista. Pero para entonces era la socialdemocracia española la que estaba profundamente dividida. El ala izquierda, o sea, el sector caballerista del partido, de la UGT y de las juventudes, estaba sometido a una presión constante por parte de las otras organizaciones obreras. La radicalización de las bases y la cuestión de la amnistía para los miles de presos políticos de Octubre obligó a la dirección socialista a transigir con la formación de un frente electoral, todo ello en una línea de continuidad con las alianzas obreras puestas en pie en Barcelona, Madrid y Asturias desde principios de 1934.

El 15 de Enero, firmaban en Madrid el programa constitutivo del Frente Popular los dirigentes políticos siguientes: Amós Salvador por Izquierda Republicana, Bernardo Giner de los Ríos por Unión Republicana, Juan Simeón Vidarte y Manuel Cordero por el PSOE, Francisco Largo Caballero por la UGT, Vicente Uribe por el PCE; José Cazorla por las Juventudes Socialistas, Angel Pestaña por el Partido Sindicalista y Juan Andrade por el POUM. Básicamente, se trataba de un programa radical burgués apoyado por las organizaciones obreras y en el que el PSOE, para salvar la cara, había obligado a introducir “la nacionalización de la tierra y su entrega gratuita a los campesinos”, “el subsidio de paro”, “la nacionalización de la banca” y el “control obrero de la producción”. Pero expresamente se hacía constar en el programa que los partidos republicanos no aceptaban ninguna de esas propuestas. En caso de victoria, según se decía en la introducción, serían los partidos republicanos los encargados de desarrollar este programa desde el gobierno con el apoyo de los partidos obreros. En resumen que, como todo el mundo sabe, lo importante y por lo que se votó al Frente Popular fue por la amnistía para los miles de presos políticos y sociales. Resta decir que esa amnistía que arrastró a las masas a las urnas no figuraba en el acuerdo previamente suscrito por las fuerzas republicanas entre sí y que el grupo de Sánchez Román se negó a ir en coalición con los comunistas.

Los dos partidos federales tenían en conjunto y en determinadas provincias más fuerza electoral que muchas de las organizaciones signatarias y, pese a ello y a que tanto Barriobero como Franchy expresaron públicamente la aceptación del programa del Frente Popular, Azaña vetó su admisión en la coalición. Por otra parte, y según era costumbre hasta entonces, los partidos se ponían de acuerdo a nivel provincial para elaborar las diferentes candidaturas. En este caso no fue así, sino que se creó un comité ejecutivo central que aprobaba o rechazaba la composición de las diferentes listas provinciales.

Asturias era de siempre una de las provincias donde más fuerza tenían los federales de Barriobero. Los dirigentes del partido hicieron una propuesta al resto de organizaciones del Frente Popular en la que se reservaban dos puestos en la lista electoral, uno de los cuales lo ocuparía Barriobero. Fue vetado. Pensaron entonces sus seguidores en organizar una candidatura por las minorías junto con otras personalidades de la izquierda, pero, finalmente, no se pudo llevar a efecto. A Barriobero le ofrecieron también, con la aquiescencia de Companys, un puesto por Barcelona en la lista de la Esquerra. No era una oferta altruista. La Esquerra temía que la CNT y la FAI llevaran a cabo una dura campaña llamando a la abstención electoral como respuesta a la persecución que sufrían ambas organizaciones. De ahí que el comité electoral de la ERC pensase en incluir a Barriobero para que les sirviese como pararrayos de la tormenta anarquista. Cuando ya había aceptado y estaba con la maleta hecha para participar en la campaña electoral, le tuvieron que comunicar que “se le había puesto el veto desde las alturas”. Quedó, pues, Barriobero fuera de las Cortes, donde solo tuvo asiento uno de sus compañeros de partido, Cordero Bel, que obtuvo el acta por Huelva en la lista del Frente Popular y que, hay que decirlo, superó en más de mil votos a González Peña, aureolado por su participación en la revolución de Octubre y preso en la cárcel después de habérsele conmutado la condena a pena de muerta impuesta en un consejo de guerra. Peña también consiguió el acta por la provincia onubense.

Barriobero, después de renunciar a todos sus cargos en el partido, se retiró a las tareas habituales de su vida particular: ejercer la abogacía y escribir libros. Así lo cuenta él mismo en “Memorias de un tribunal revolucionario durante la República” que publicó en Enero de 1937, reeditado por la editorial “Hacer” en 1986.



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