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Oficina de Defensa del Anciano

Marcelino Laruelo Roa

Muertes Paralelas

Muertes paralelas

A Eduardo Barriobero le dejaron tirado en Barcelona y le
fusilaron los franquistas cuando entraron.
(2ª parte)

 

 

Eduardo Barriobero y Herrán, el abogado de la CNT.
Un republicano de cepa y abolengo,
defensor del obrero.

 


Por Marcelino Laruelo.
Muertes Paralelas. Gijón, 2004.

Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV

Capítulo II
Eduardo Barriobero, infancia en La Rioja; estudios en Zaragoza; política y literatura en Madrid.


Eduardo Barriobero y Herrán nació en el pueblecito riojano de Torrecilla en Cameros el día 29 de Julio de 1875. Su familia era toda de La Rioja. Juan Francisco Barriobero, el padre, era natural de Entrena, había sido militar y dirigía entonces una casa de banca. La madre, natural de Bañares, se llamaba María Herrán y era maestra. No sé el motivo por el que el nacimiento se produjo en Torrecilla, pero el caso es que al poco tiempo la familia se fue a vivir a Entrena y en ese lugar creció y pasó su infancia Eduardo Barriobero.

Los estudios de bachillerato los hizo en Burdeos, junto con dos años de Enología. Fue en la Universidad de Zaragoza donde estudió Derecho, licenciándose a los veinte años. En Zaragoza residió en casa de un tío suyo que fue gobernador de la provincia. Eduardo Barriobero cursó también la carrera de Medicina. Y en Zaragoza fue donde dio comienzo a su activismo político frecuentando el Círculo Republicano y fundando más tarde las juventudes del Partido Republicano Federal de Pí y Margall.

No sé si Barriobero pertenecería a una familia de estirpe republicana o no, pero lo que sí es cierto es que la vida de Eduardo Barriobero iba a seguir los cánones que corresponden al prototipo de político pimargalliano del siglo XIX: intelectual de amplios saberes, en muchos de los cuales alcanza la erudición; abogado que logra un gran prestigio profesional; escritor prolífico de notable calidad y personal estilo; periodista destacado, fundador de revistas e incansable articulista de opinión; y en lo político, el radicalismo del ideario republicano y federal más izquierdista, claramente revolucionario, antiburgués y anticapitalista que le acerca al sindicalismo libertario y le aleja de la socialdemocracia. Barriobero fue un hombre de acción que no dudó en participar en un motín o ponerse al frente de una barricada, que pasó sin transición de los salones de las Cortes a las celdas de la cárcel: conspirador, anticlerical, masón...; perteneció a ese tipo de gentes de una moralidad intachable, que huyen del lujo, de la ostentación y del exhibicionismo, y aman la sencillez y la intimidad; sin que se les conozcan otros vicios que los relacionados con la cultura, con los libros, con el arte...

Llegó el joven Barriobero a Madrid con su título de licenciado en Derecho bajo el brazo y el supuesto objetivo de preparar unas oposiciones. Era el Madrid de fin de siglo, de vísperas del desastre de la guerra con los Estados Unidos. Barriobero visitó a Emilio Castelar. Su admiración por el republicano posibilista tal vez veniese de aquellos veranos de la infancia en que acompañaba al secretario del Ayuntamiento de Entrena hasta las afueras del pueblo a esperar al cartero que traía el fascículo correspondiente de la “Historia de Europa en el siglo XIX”, que escribía Castelar. Como cuenta el cronista, luego, se iban los dos a sentar debajo de un olivo y allí lo leían en voz alta. Emilio Castelar murió en 1899 y Barriobero, andando los años, publicaría una semblanza de Castelar acompañada de una recopilación de sus artículos y discursos.

No se sabe en qué pararía lo de las oposiciones, pero lo que sí se conoce es que Barriobero estaba volcado de lleno en la literatura y en la política: fundó la revista Germinal y se hizo muy amigo del médico ácrata Pedro Vallina. Literatura y activismo social. Por participar en una manifestación de cigarreras, fue acusado de agresión al teniente Grau, de Seguridad. La acusación no era cierta, como el propio teniente reconoció, pero hasta que dicho teniente pudo prestar declaración, Barriobero permaneció en la cárcel. A esta detención siguió otra, para terminar teniendo que huir a Francia como consecuencia de esa afición a participar en manifestaciones que invariablemente terminaban en algarada.

En el libro “Los sucesos de Agosto ante el Parlamento”, se asegura que Barriobero, en su exilio francés, que duró dos años, estuvo primero en Marsella, donde se ganó la vida trabajando en una imprenta. De Marsella pasó a Lyon, donde trabajó de camarero. Posteriormente, se marchó a París y allí el ilustre e histórico federal Nicolás Estévanez le tomó bajo su protección y le proporcionó medios para ganarse la vida como traductor de varias editoriales. Aprovechó los ahorros que consiguió reunir para viajar por distintos países de Europa antes de regresar a España. En París, fundó Barriobero la logia internacional “Plus Ultra”, y de su estancia en Francia conservó el contacto epistolar que mantuvo con Anatole France y con Emilio Zola. Bastantes años después, el gobierno francés le distinguiría como caballero de la “Legión de honor” en reconocimiento a sus méritos como traductor al castellano de la obra del “intraducible” Rabelais.

De nuevo en Madrid y de vuelta al activismo político. La policía ya le tenía fichado. Así que por su participación en las protestas como consecuencia de la conocida como “catástrofe del Tercer Depósito”, es decir, el derrumbe del tercer depósito de aguas del Canal de Isabel II que produjo numerosas víctimas, estuvo encarcelado durante seis meses. Al producirse el atentado de Mateo Morral contra Alfonso XIII, Barriobero defendió públicamente desde las páginas de El País, diario republicano fundado por Antonio Catena, al famoso José Nakens, republicano de siempre y director, a su vez, de la influyente publicación El Motín. Esto le supuso a Barriobero la inclusión en el sumario del atentado y otros cinco meses en la Cárcel Modelo. La acusación de complicidad se transformó después en apología a consecuencia de haber escrito un folleto de dieciséis páginas titulado: “D. José Nakens. Su carácter, sus antecedentes, su intervención en el asunto Morrals. Algunos apuntes del anarquismo.” Durante su estancia en la cárcel conoció y trató a Francisco Ferrer Guardia, el pedagogo libertario propulsor de la llamada “Escuela Moderna”, que sería fusilado en el Montjuich en 1909. Barriobero fue después uno de los principales adalides en la demanda de revisión del proceso militar a resultas del cual Ferrer había sido inicuamente condenado a pena de muerte y ejecutado.

En ese año de 1906, Eduardo Barriobero tenía en los estantes de las librerías varias obras suyas: “Misterios del mundo” (filosofía del suicidio); “Cervantes de levita” (crítica); “Don Quijote de la Mancha” (comedia lírica); “Gargantúa”, de Rabelais (traducción), y “La poesía épica y el gusto de los pueblos”, de Voltaire (traducción). Es el Barriobero escritor, autor de más de ochenta obras. No busquen en la red de bibliotecas públicas de Asturias porque no encontrarán casi ninguna... Y en relación con esto se me ocurre ahora preguntar: ¿adónde habrán ido a parar todos aquellos miles y miles y miles de volúmenes que atesoraban los numerosos ateneos y centros culturales, y sus famosas bibliotecas circulantes, de la época inmediatamente anterior al triunfo del franquismo?

Según Gonzalo Santonja, pues, inevitablemente, hay que recurrir al gran especialista en la literatura popular del siglo XX, Barriobero formaba parte de ese conglomerado literario que se agrupa bajo denominaciones tan definitorias, tomadas de los títulos de sus trabajos de investigación, como “La novela revolucionaria de quiosco”, “La novela proletaria”, “Los novelistas sociales”... Son ediciones populares de colecciones de novelas en las que Eduardo Barriobero aparece acompañado de los Samblancat, Urales, Elías García, Miguel Seisdedos, a los que más tarde se vendrán a sumar los Sénder, Falcón, Garcitoral, arropados todos por los consagrados, desde Tolstoy y Gorki hasta Pí y Margall y Blasco Ibáñez. Santonja destaca en la obra literaria de Barriobero la traducción al castellano de la obra de Rabelais y la colección “Quevedo” que dirigió y prologó. Fue una colección de excelente presentación y calidad, y de económicos precios. Por el sello editorial “Mundo Latino” y en colaboración con la “Cía. Ibero-Americana de Publicaciones”, se imprimieron en Madrid, en los talleres tipográficos de Galo Sáez, los volúmenes que formaron la colección. En Enero de 1930 salió el primer tomo, titulado “La sonrisa de Themis (anecdotario forense)”. De esta colección, orientada hacia las recopilaciones y reediciones de autores clásicos, se publicaron veinticuatro volúmenes, mereciendo destacarse, a juicio de Santonja, “Los viejos cuentos españoles”, recopilación; “El rey y la institución de la dignidad real”, famoso tratado del P. Mariana sobre el regicidio; los “Episodios rabelesianos”; el “Doctrinal de Quevedo”; “Cymbalum mundi”, cuentos del clásico francés Buenaventura des Periers; “El Corbacho”, del arcipreste de Talavera; “El libro de la fiesta nacional”; “Retrato de jesuitas”, anónimo portugués; “Tratado de las cosas íntimas de la compañía de Jesús”, del P. Mariana; “Proceso y ejecución de Luis XVI”; sin olvidar el “Ananga-Ranga”; “El arte de amar”, de Ovidio, o el “Ensayo sobre la poesía épica”, de Voltaire, que incluía un prólogo de Víctor Hugo. Por otra parte, las vivencias de sus estadías en el extranjero las dejó recogidas Barriobero en un libro que tituló: “Cómo está Europa”. Tampoco se puede dejar de destacar en este apartado la cualidad de erudito cervantista de Eduardo Barriobero, patentizada en sus obras: “Cervantes de levita. Nuestros libros de caballería” y “Dos capítulos del Quijote suprimidos por la censura”.

De la literatura al periodismo. Colaboraciones en toda la prensa de tendencia republicana con artículos de militancia y combate. Como decía Samblancat, opinar en España no es impune, así que la participación de Barriobero en las campañas periodísticas solía traerle más procesamientos y más cárceles. Lejana ya la época de la desaparecida Germinal, Barriobero se encontraba a finales de 1910 con fuerzas suficientes para afrontar la aventura de sacar adelante una nueva revista: La Palabra Libre, cuyo primer número salió a la calle el 11 de Diciembre de ese año. Dirigida por el propio Barriobero, llevó primeramente el subtítulo de “Periódico republicano de cultura popular”. Este subtítulo fue cambiado meses después por el de “Órgano de la Liga Anticlerical Española”, Liga que presidía el catedrático Miguel Morayta. La revista se proclamaba enemiga “de la Monarquía, del Militarismo, de la Iglesia Católica, del Capitalismo, de la Desigualdad, de la Injusticia y de la Inmoralidad.” Eran frecuentes los sueltos con citas de Kropotkin. Salieron 68 números en el casi año y medio de vida que tuvo. El déficit económico de la revista era compensado con las aportaciones personales de Barriobero y otras dos personas más. Contó en sus páginas con importantes colaboradores de los que pueden citarse a Eugenio Noel, Emilio Carrere, Ramiro de Maeztu, Ciges Aparicio, Anselmo Lorenzo, Alomar, Silverio Lanza, Villaespesa, Luis Bonafoux, Enrique Barea, Alejandro Ver o Alfredo Calderón. Además de otras tareas internas que desconozco, Barriobero escribía un artículo o una serie de notas sueltas en cada número y atendía un “bufete popular” al que los lectores dirigían consultas legales.

En lo político propiamente dicho, quizás no fuera Eduardo Barriobero un pimargalliano ortodoxo y coherente a lo largo de toda su vida, tal y como afirma Agustín Millares Cantero, pero, más allá de la estricta fidelidad a un programa, a un partido y a un líder, yo creo que en Barriobero hay una trayectoria vital que es ejemplo de lucha permanente por la libertad, por los derechos humanos y por la justicia social; la lucha contra la opresión y los abusos de los gobiernos y de los aparatos del estado; la lucha cotidiana, con la toga o con la pluma, en defensa de los débiles. ¿Disfrutó alguna vez de las prebendas del poder? Solamente persecuciones y prisiones. Nada más que hay que ver cómo fueron sus últimos días. Si no se es un fanático y un sectario, debería considerarse normal que uno modificara, o mantuviera, su opinión sobre cuestiones políticas en virtud de los argumentos, de las nuevas ideas, de las nuevas circunstancias que apareciesen. Lo contrario sería, por poner un ejemplo, las Cortes, y los parlamentos regionales, que padecemos en nuestros días: ¿para qué suben a la tribuna los mandamases de los partidos a discursear si todo el mundo sabe que nadie va a modificar su voto, que todos tienen que hacer lo que diga el jefe?

El profesor Agustín Millares, especialista y gran conocedor de los entresijos de la historia del republicanismo federal, autor de numerosos libros y publicaciones, nos documenta sobre las andanzas partidistas de Eduardo Barriobero en los primeros años del siglo XX. Atracción política por Salmerón y su “Unión Republicana”, por los radicales de Lerroux, por el Melquiades Alvarez que llegaría a formar la “Conjunción Republicano-Socialista”... Otra cosa sería que los movimientos y oscilaciones políticas de Barriobero tuvieran como Norte el medro y el enriquecimiento personal, o que hubiera llegado a la degradación, como tantos otros, de ser un colaboracionista de la Monarquía o de la dictadura de Primo de Rivera.

Pero dejemos que sea el propio Barriobero el que se defina políticamente a sí mismo en este artículo aparecido en La Palabra Libre del diez de Septiembre de 1911, a propósito de la dura polémica que le enfrentaba con los lerrouxistas:
“Creo en el anarquismo, en su lógica y en su virtualidad, con el mismo ardimiento que tantos disgustos me ha proporcionado. Enemigo de todo fanatismo, cedo de mi ideal cuanto la realidad me pide y en este sentido sirvo a la República, porque me parece más progresiva hacia el anarquismo que la monarquía. Pero dentro de la República elijo el campo más radical o el mejor dispuesto para la acción; cuando los guías o los jefes abandonan la tendencia radical o la acción, son ellos los que desertan, no yo que aguardo a pie firme el más allá y brindo generosamente mi cooperación a quienes se propongan avanzar un paso en la penosa conquista de la libertad. Por esto secundé a Lerroux y por esto le abandoné, por esto estoy en la Conjunción y por esto con la Conjunción ni me ligan cadenas ni he firmado escritura pública. Arrojen, pues, la cara y no el espejo los que me llaman versátil. Además, aferrado a mi ideal y hombre sustantivo en punto a convicciones, cuando sigo a un caudillo lo sigo como caballero, no como esclavo.”

El activismo político de Eduardo Barriobero, que podemos considerar que se inició durante su época de estudiante en Zaragoza, iba estando amojonado por los hitos mayores y menores de la organización de las juventudes federales, de las primeras prisiones, del exilio... En 1910, con su bufete de abogado en Madrid, inició la etapa de la vida que le daría amplio renombre en todo el país. No tengo claro si el largo paréntesis que va desde que obtuvo la licenciatura en Derecho hasta el inicio de su actividad profesional respondió a una decisión personal o fue consecuencia de alguna sanción que le inhabilitara para el ejercicio de la abogacía durante un determinado período de años. Los grandes casos con que inició su ejecutoria de penalista son los ya citados de la defensa de los encartados por los atentados cometidos en Gijón contra directivos de la patronal.

Casi al mismo que tiempo que los de Gijón, Barriobero participó como uno de los abogados de la defensa de los acusados por los hechos insurreccionales que tuvieron lugar en Cullera, consecuencia del movimiento huelguístico nacional de Septiembre de 1911 que había decretado la UGT y fue secundado por la CNT. Sometidos los encausados a un consejo de guerra, siete de ellos fueron condenados a pena de muerte. El gobierno conmutó seis de ellas, y el único condenado a la máxima pena que no se benefició de la gracia gubernamental fue Juan Jover Corral, de veintidós años, conocido como el “Chato de Cuqueta”, cuyo abogado defensor era, precisamente, Eduardo Barriobero. Una fuerte campaña de prensa forzó una entrevista entre una comisión y el rey Alfonso XIII, que finalmente aprobó el indulto de Jover, concesión que dejó muy mal parado al gobierno de Canalejas. Otro caso estelar en la actividad como abogado penalista de Eduardo Barriobero fue la defensa de Sancho Alegre, acusado de haber intentado asesinar al rey. Y en la defensa de los obreros de Altos Hornos de Vizcaya el propio Barriobero fue acusado por el tribunal de desacato y tuvo que cumplir siete meses de cárcel.

Colofón de estos años es la vuelta de Barriobero a la militancia en las filas federales y la obtención del acta de diputado. En las elecciones celebradas el domingo 8 de Marzo de 1914, Eduardo Barriobero formaba parte de la candidatura que la Coalición republicano-socialista presentaba en Madrid. Encabezada por Pablo Iglesias, la candidatura estaba integrada, además de por Barriobero, por Rodrigo Soriano, Luis Talavera, Rosendo Castells y Roberto Castrovido. A 20.849 ascendió el número de votos finalmente validados que obtuvo Eduardo Barriobero, siendo uno de los ocho diputados electos por la circunscripción de Madrid.

En el verano de 1914, en homenaje por haber obtenido el acta de diputado en Cortes por Madrid y aprovechando su estancia veraniega en el pueblecito riojano de Entrena, la corporación municipal “acordó por unanimidad ponerle a la calle Mayor de esta villa el nombre de Eduardo Barriobero y Herrán”. En 1936, tras el triunfo de la sublevación militar, las placas que daban nombre a la calle fueron arrancadas. Después de la muerte de Franco, el concejal del grupo socialista del ayuntamiento de Entrena, Manuel Rodríguez Rodríguez promovió y consiguió que la corporación aprobase, sino devolver el nombre de Barriobero a la calle Mayor, al menos que una de las calles más importantes del pueblo llevara su nombre.

Eduardo Barriobero siempre fue recordado con cariño por los habitantes de Entrena. No era fácil que se olvidase la importante victoria que, para los intereses de este pueblo, Barriobero había obtenido en el Tribunal Supremo. El ayuntamiento del vecino concejo de Sorzano había planteado una reclamación por un deslinde, reclamación que acabó en pleito. El asunto no habría tenido mucha importancia si no fuera porque en las tierras que los de Sorzano reclamaban como suyas se encontraba el manantial que surtía de agua potable a Entrena. Con las dos sentencias anteriores favorables a los intereses de Sorzano, llegó el asunto en apelación al Supremo. Fue entonces cuando Barriobero se hizo cargo de la defensa de los derechos de Entrena y consiguió que el Supremo reconociera la pertenencia a Entrena de las tierras en litigio con la vital fuente que en ellas había, fuente que siguió suministrando todo el agua potable del pueblo hasta hace muy pocos años.

En las elecciones de 1916, la candidatura de la Coalición fue derrotada en Madrid y Barriobero no pudo renovar su escaño. Regresaría a las Cortes en 1918, pero no por Madrid, sino como diputado independiente por el distrito minero de Valverde del Camino, en la provincia de Huelva. En defensa de los intereses de los trabajadores, Barriobero había llevado varios pleitos contra la compañía de las minas de Río Tinto y había tratado y hecho amistad con el líder obrero De la Rosa. En las elecciones que se celebraron en 1919 volvería a repetir su triunfo en Valverde, distrito que hasta entonces había estado vedado para los republicanos. Barriobero fue de los diputados más activos y diligentes a la hora de llevar al hemiciclo todos aquellos casos que le hacían llegar a sus manos, no ya de su distrito electoral, sino desde toda España. En la legislatura de 1918, Eduardo Barriobero formó parte de las comisiones permanentes de Suplicatorios y de Guerra, e intervino en un total de ciento un asuntos. He aquí algunos de ellos como ilustración:
- Sobre la concesión de una amnistía.
- Coacción ejercida sobre los soldados del Ministerio de Marina para el cumplimiento del precepto pascual de confesar y comulgar.
- Deficiencias de la Administración de Justicia en España.
- Abusos que cometen con los obreros de algunas compañías mineras de la provincia de Huelva.
- Pago a los maestros de La Coruña de los aumentos graduales de sueldo.
- Recompensa que merece el Sr. Rosso de Luna por sus trabajos científicos.
- Impuesto municipal que impide pueda venir a Madrid el pescado de Huelva.
- Perjuicios que sufre la vegetación del pueblo de Campofrío por causa de los humos de las minas de Huelva.
- Forma en que se administra la justicia canónica en España.
- Malos tratos inferidos a un soldado del regimiento de Sevilla.
- Atropellos cometidos en Sabadell por los germanófilos.
- Conveniencia de emancipar a los carteros de la obligación de subir escaleras.
- Médico socialista detenido en Elche.
- Concesión de un indulto en conmemoración de la paz.
- Expediente por desfalco en el Ayuntamiento de Ceuta.

Durante este período de actividad política como diputado, fueron presentados ante la correspondiente comisión de las Cortes cuarenta y cinco suplicatorios para procesar a Eduardo Barriobero. La mayoría tenían su origen en artículos periodísticos suyos, publicados principalmente en los periódicos República, El Parlamentario, El 13, El Soviet, El Rumor Público, Hoy, y Las Izquierdas. Uno de los suplicatorios fue debido a un escrito suyo publicado en La Federación, periódico que se editaba en Gijón. También se solicitó en dos ocasiones su procesamiento por la aparición de pasquines y proclamas impresas, y, por último, queda reseñar la querella presentada por el fiscal por posible delito de desacato contra un juez en el curso de un procedimiento en el que Barriobero actuaba de abogado defensor.

Tras ese apretado resumen de la actividad política de Eduardo Barriobero durante sus años como diputado en Cortes, viene ahora la reseña de la época en que afianzó su fama de abogado defensor de los trabajadores. Con bufete en Madrid y Barcelona, Barriobero era el abogado de los sindicalistas de la CNT en todas las causas que se les siguían, especialmente en Cataluña. Son los años del pistolerismo de los gángsteres del “Sindicato Libre”, apoyados por la patronal y amparados por el todopoderoso gobernador, el general Martínez Anido. Los enfrentamientos eran cotidianos, de tal manera que, a pesar de las medidas de autoprotección, dos secretarios generales de la CNT fueron, sucesivamente, víctimas de sendos atentados: Salvador Seguí, que fue asesinado a tiros, y Angel Pestaña, que consiguió sobrevivir a las heridas de bala. Nadie quería arriesgarse a defender en estrados a los cenetistas. Estos acudieron entonces a Madrid y encontraron a dos abogados dispuestos: uno era Serrano Batanero, el otro, Eduardo Barriobero.

José Serrano Batanero, concejal del Ayuntamiento de Madrid y diputado por Guadalajara durante la II República, sería también fusilado por los franquistas al final de la guerra. Pero volviendo a la defensa de los obreros, en más de un centenar de ocasiones compareció Barriobero ante los tribunales de Barcelona para defender a los sindicalistas de la CNT, poniendo dinero de su bolsillo para pagar los viajes de los testigos y socorrer a las familias de los detenidos. Así, por ejemplo, Barriobero se encargó, junto con los abogados Serrano Batanero, Pedro Rico, Fernández Boixader y Valero Martín, de la defensa de los acusados del asesinato de Eduardo Dato, presidente del gobierno, ocurrido el día ocho de Octubre de 1921. El juicio se celebró dos años después, recién instaurada la dictadura primorriverista, y fueron condenados a pena de muerte Pedro Mateu y Luis Nicolau, a pesar de la falta de pruebas y de la carta enviada al tribunal desde Rusia, donde se encontraba exiliado, por Casanellas declarándose autor del magnicidio. El resto de los procesados, entre los que estaban los dos que defendía Barriobero, Tomás de la Llave y Luis Bataille, fueron absueltos.

Barriobero fue masón, y un masón importante, pero dado el secretismo en que siempre se ha desenvuelto la Masonería y el gran hermetismo que caracteriza la actividad interna de las logias, los datos que a continuación se ofrecen sobre la militancia masónica de Barriobero deben de ser tomados con precaución, no obstante que la documentación manejada proceda del Archivo General sobre la Masonería de Salamanca.

A pesar de que se le supone ya durante su exilio parisino fundando una logia, lo único comprobable es su pertenencia a la masonería en 1912. Expedido con fecha del día uno de Enero de ese año, en hermoso y artístico título, autentificado por los correspondientes sellos y firmas de los venerables gran maestre, canciller y secretario accidental, la Gran Logia Simbólica del Serenísimo Gran Oriente en Madrid, comunica a todos los masones esparcidos por el globo terrestre: “Salud, Fraternidad, Unión. Sabed: Que previos los requisitos señalados en constitución de la Francmasonería española y con arreglo a las observaciones generales del orden masónico se ha conferido al digno hermano Eduardo Barriobero Herrán (Alcibíades) el grado de Maestro Simbólico, tercero del Rito Escocés ant.: y acep.: y como obr.: activo de la Resp.: Log.: La Catoniana nº 2 (Madrid). Y para que sea reconocido y como tal recibido y auxiliado, guardándosele todas las prerrogativas y preeminencias, expedimos el presente diploma al O.: de Madrid (España) a 1º de Enero de 1912 (e.: v.:)”

En una pequeña ficha aparece el siguiente historial:
- 13-7-1912 Regularizado. Exaltado al grado “3”.
- 7-10-1912 “1468”. Exaltado al grado “4”.
- 6-7-1913 “1628”. Exaltado al grado “9”
- 14-8-1915 “1398”. Exaltado al grado “13”
- 30-9-1917 “399” Exaltado al grado “33”.

Aunque la ficha anterior carece de las firmas y sellos que la autentifiquen, no cabe duda que en los años 1917, 1918 y siguientes, Eduardo Barriobero era ya un masón conocido, como lo confirma el hecho de que otras logias alejadas de Madrid, tales que la “Casablanca nº 346”, de la ciudad marroquí homónima; la “América”, de Ubrique; la “Abril nº 412”; la “Unión Justa”, de Buenos Aires, o la “Veritas”, de Tánger, le eligiesen como su representante en diferentes asambleas generales del Gran Oriente Español. Más aún, durante un año desempeñará interinamente la Gran Maestría, pasando luego a ocupar tan alta dignidad masónica el doctor Simarro.

Pero las opiniones y conceptos que Barriobero exponía en sus artículos de prensa y en sus discursos resultaban demasiado izquierdistas y no gustaban en muchos ambientes masónicos. Tal ocurrió con los miembros de la “Logia Jovellanos nº 337” de los valles de Gijón, a la que pertenecían no pocos de los empresarios y líderes republicanos de la ciudad. Aunque el motivo concreto lo desconozco, lo cierto es que el gran maestre y el secretario de esa logia firmaron en 1918 un escrito, dirigido al Gran Consejo de la Orden, en el que advertían que no mandarían ningún representante a la próxima asamblea ni darían cumplimiento a ninguna instrucción en tanto no obtuviesen “una completa y satisfactoria reparación” por “los erróneos e injuriosos conceptos emitidos por el h. Barriobero contra algunos de nuestros más entusiastas y luchadores hnos.”

En 1921 se iba a producir una variación de importancia en la relación de Barriobero con la masonería. En la tenida de maestros de la “Catoniana” que se celebró el día tres de Mayo de ese año, se concedió licencia ilimitada a Eduardo Barriobero, grado 33, y así se le comunicó por escrito, días después, al gran maestre del Gran Oriente Español. Por otra parte, el propio Barriobero dejó escrito que se había dado de baja de la masonería, siendo gran maestre, “por no querer firmar para Portela Valladares el grado 33 que graciosamente le habían concedido”. A pesar de todo ello, Barriobero continuó siendo un buen masón, tal y como ratificó con sus propias palabras: “en la vida profana he procurado practicar con mayor intensidad, o al menos con el mismo fervor que antes, los principios y los deberes que aprendí en mi vida masónica.”

Da la impresión que Barriobero permaneció en esa situación de “licencia ilimitada” hasta el año 1932. El 31 de Enero de 1933 le dirigió una nota a Augusto, que casi con toda seguridad se trate del destacado masón Augusto Barcia, asturiano de Luarca, diputado en varias ocasiones y ministro de Estado con el Frente Popular en 1936; y en dicha nota Barriobero se quejaba de una carta “impertinente” que había recibido y le pedía que la contestase él, ya que él había sido el portador de la solicitud de afiliación. Con fecha 21 de Enero de 1936, los responsables de la logia “Perfección nº 21”, perteneciente a la Gran Logia Regional del Centro de España enviaron a Eduardo Barriobero un escrito contestando a su petición de afiliación. En él le informaban que la tenida celebrada unos días antes había acordado archivar el expediente de afiliación de conformidad con el dictamen de la superioridad en que se le consideraba “masón irregular”, pudiendo solicitar la regularización en ese mismo taller. Indignado, a vuelta de correo, Barriobero les envió la siguiente respuesta que, por su interés, reproduzco íntegra y con los subrayados del original:
“Srs. de la Gran Logia Regional del C. de España.
Queridos hermanos: En contestación a la solicitud de afiliación que les dirigí hace unos cuatro años aproximadamente, acabo de recibir su carta en la que me hacen saber que soy un Masón irregular, es decir, que no llego a regular y mucho menos a bueno.

Ya sé que en la vida quien más pone, más pierde; pero me permito rogarles que revisen sus archivos, aun cuando para ello necesiten otros cuatro años, pues pertenecí a la Catoniana del Grande Oriente español, en ella gané paso a paso mis grados hasta el 33; desempeñé durante largo tiempo el cargo de Gran Maestre de la Orden y durante breve tiempo la Presidencia de esa misma Gran Logia del Centro de España; lejos de merecer censura en ocasión alguna, tengo la casa llena de testimonios de gratitud y títulos honoríficos y no más tarde que en el año pasado, cuando Vds. creyeron necesitar una pluma autorizada que saliera en defensa de la Institución, se acordaron de la mía. Si estos factores y sumandos de mi historial y mi actuación, dan por resultado la irregularidad, quiero vivir y morir con ella, puesto que la juzgo respetable y hasta gloriosa.
De Vds. Affmo. E. Barriobero (rubricado).”

A mi modo de ver, el enfrentamiento interno que se comprueba existía en las tan fraternales como discretas filas de la masonería, no era otra cosa que el reflejo del que en el ámbito de la política se estaba produciendo entre los sectores más izquierdistas del republicanismo, en los que militaba Barriobero, con el conglomerado gubernamental de los Azaña y compañía, enfrentamiento del que hablaré más adelante. Por otra parte, era muy cierto que hacía pocos meses que Eduardo Barriobero había publicado el libro titulado: “La francmasonería. Sus apologistas y sus detractores. Infundios, desmentidos y secretos revelados.” Este libro, de 330 páginas, fue recomendado por el Gran Consejo Federal Simbólico a todas las logias por considerar que “destruía todos los infundios que se lanzaban contra la masonería y por contener la más completa documentación para defenderla y desarmar a sus detractores.”

En Marzo de 1937, en plena guerra, La Gran Logia Regional del Nordeste de España, de los valles de Barcino, se dirigió al Gran Consejo Federal Simbólico, para preguntar si existía algún motivo legal que impidiese la afiliación de Eduardo Barriobero, toda vez que les había llegado alguna indicación de que pensaba solicitarla. La respuesta de los responsables del Consejo Federal fue muy jesuítica, pues afirmaban que carecían de antecedentes y que daban traslado de la consulta al “Supremo Consejo del Grado 33 para que nos ilustre.” La respuesta que llegó desde Valencia fue la siguiente: “A vuestra frat:. planch:. de 2 de Abril hemos de contestar que el H:. Barriobero perteneció a la Resp:. Log:. “Catoniana”, saliendo después de nuestros auspicios.
Destacamos, y vosotros seguramente también, la actitud contradictoria en que se ha colocado ese H:., escribiendo verdaderas agresiones contra QQ:. HH:. y en desprestigio de la Or:., y, por otra parte, haciendo celosa e inteligente defensa de la misma. Vosotros, pues, podréis hallar más exactamente que este Supremo Consejo, la situación legal de aquel H:. y juzgar sobre la base moral que el asunto comprende.
Recibid...”

Por lo que se ve, la aprobación de la readmisión de Barriobero en la masonería era una patata caliente que nadie quería tener en su mano. Yo creo que Barriobero, finalmente, no volvió a ser admitido.

Hay que volver atrás y retomar el hilo biográfico en Septiembre de 1923 con el triunfo de la sublevación de Primo de Rivera, capitán general de Cataluña, que instauró en España una dictadura que duró siete años. Las libertades políticas fueron suprimidas, las Cortes disueltas y la prensa sometida a censura, y aunque Primo de Rivera no fue un dictador tan sanguinario como el que vino después, persiguió sañudamente a los que se atrevieron a oponérsele. Primo de Rivera buscó y consiguió la colaboración de la UGT, pero extremó la persecución contra la CNT con el objetivo de lograr su definitivo desmantelamiento. Como cuenta un testigo y protagonista, el director del periódico asturiano El Noroeste, Antonio L. Oliveros, en su famosa obra: “Asturias en el resurgimiento español”, “después de la capitulación de Llaneza con Primo de Rivera, el proletariado asturiano era entregado a la Dictadura atado de voluntad y de manos. En Asturias, como en el resto de España, el Directorio militar desató una persecución feroz contra la CNT, cuyos sindicatos fueron disueltos, sus hombres deportados, expatriados o encarcelados, y sus periódicos en definitiva suspendidos. Los trabajadores de Asturias volvieron a conocer días de esclavitud política, de tiranía social y penuria. Durante los seis años y medio de Dictadura no tuvieron otra voz defensiva que la de El Noroeste, y El Noroeste, que no desperdiciaba oportunidad de lanzar a la cara del socialismo asturiano la infamia de una traición repugnante, sufrió innumerables veces penas represivas que le imponían los dictatoriales, algunas por indicación de los propios dirigentes socialistas.”

Eduardo Barriobero regresó a España tras una breve etapa que pasó en Francia durante las primeras semanas de la dictadura. En 1926 participó activamente en la sublevación de “la noche de San Juan” que, como se sabe, se trataba de una conspiración antidictatorial, no antiborbónica. El grupo conspirador tenía uno de sus centros más importantes en Asturias. Esta región, desde finales del siglo XIX, había ido escalando posiciones hasta alcanzar los primeros lugares en el desarrollo industrial y económico del país; de igual modo, su influencia en la política nacional se había acrecentado de manera notable. En Gijón radicaba el comité clandestino de la CNT, y aquí se encontraba Melquiades Alvarez, último presidente de las Cortes. Según Oliveros, la conspiración se empezó a tramar en 1924 y era un movimiento amplio en el que estaban comprometidos generales dinásticos, jefes de partidos políticos, grandes capitalistas y los sindicalistas de la CNT. Tres días antes de la fecha marcada, la conspiración fue descubierta y neutralizada por el gobierno. Eduardo Barriobero, que se había desplazado a Gijón para enlazar con el comité de la CNT, fue detenido junto con Quintanilla y Baldomero del Val. La actuación represiva de Primo de Rivera fue muy arbitraria y tal parece como si buscase sentar la discordia y la desconfianza entre los conjurados. Romanones fue multado con medio millón de pesetas y Melquiades Alvarez ni siquiera fue procesado; un consejo de guerra impuso penas leves a los generales Weyler y a Aguilera, pero severas al resto de los militares procesados. Eleuterio Quintanilla y Baldomero del Val permanecieron noventa días incomunicados en la cárcel del Coto en unas condiciones tan duras que, como cuenta Oliveros, estuvieron a un paso de la muerte. Posteriormente, fueron absueltos por las autoridades militares.

Eduardo Barriobero fue sancionado con cinco mil pesetas de multa. Por impago de la misma, ingresó en la cárcel Modelo en Septiembre de 1927 y permaneció entre rejas hasta primeros de año. No sería eso lo peor, sino la difamación de que fue objeto, pues un sector de los conjurados le acusó de haber sido el delator que descubrió a la policía la trama de la conspiración.

El Comité pro-presos del Sindicato Unico de Trabajadores de Pamplona, perteneciente a la CNT, dirigió a Barriobero una carta fechada el once de Octubre de 1926. En esa carta, junto con noticias referentes a un consejo de guerra que se celebraría en Pamplona y en el que Barriobero era el abogado defensor, y la petición de que asumiese también la defensa ante el Supremo de un compañero vizcaíno, se le informaba de lo siguiente: “También le manifestamos que el bandido Lerroux sigue haciendo de las suyas porque no hace mucho tiempo escribió una carta a Bilbao, a un significado lerrouxista que es procurador y tiene gran amistad con los compañeros de Bilbao, en cuya carta afirmaba Lerroux no solo que usted fue el confidente en lo del 24 de Junio, sino que hace mucho tiempo recibe usted dinero de la dirección general de seguridad. La carta existe todavía en poder de dicho señor. Se lo prevenimos para que no ignore lo que contra usted se trama, aunque ya comprendemos que en las circunstancias actuales será difícil desenmascarar a sujetos como ésos.”

Tres días más tarde, Barriobero le enviaba copia de esa carta a Lerroux, diciéndole que aunque suponía que se trataba de una burda falsificación necesitaba su ayuda para desmentirlo. Días después, Eduardo Barriobero fue agredido, en plena calle de Alcalá, junto al Ministerio de Hacienda, por un obrero llamado Quílez que, por la espalda, le golpeó en la cabeza con una llave inglesa, derribándole y dejándole sin sentido unos minutos. Barriobero ya había tenido conocimiento de la infamia de que era objeto y del personaje que era su principal propalador en Madrid. Algunos amigos le habían advertido que Marcelino Domingo, en su tertulia de La Granja del Henar, le acusaba de haber sido el delator y varios de los asistentes proponían que se le diese una paliza en la calle, con el consiguiente escándalo público y su divulgación en la prensa. No conozco la respuesta de Lerroux, que entonces estaba en la cárcel, a las sucesivas cartas de Barriobero. Parece que no solamente negó su autoría, sino que se incomodó porque se hiciese caso a esos bulos, pero lo cierto es que pese a la insistencia de Barriobero de que se le entregase la carta famosa o se permitiese fotografiarla, el correligionario de Lerroux en Bilbao a quien iba dirigida, un tal Esteve, siempre respondía que se le había traspapelado.

Este asunto tuvo su continuación en Gijón y en Asturias, donde abundaron los posicionamientos públicos de los cenetistas en favor de Barriobero. Así, por ejemplo, tal y como viene recogida en el libro de Ramón Alvarez Palomo, “Avelino G. Mallada, alcalde anarquista”; la Federación Local de Gijón hizo pública su postura en defensa de Barriobero mediante esta nota dirigida a todos los demócratas de la región: “Con motivo del acuerdo del Colegio de Abogados de Bilbao, incapacitando al colegiado del mismo don Eduardo Barriobero Herrán, ante todos los tribunales de España, por un período de seis meses, esta Federación Local, considerando que tal acuerdo es una injusticia, y al mismo tiempo un enorme perjuicio para unos cuantos hombres que están encartados en procesos por supuestos delitos, cuya defensa estaba encomendada al citado abogado, celebrará el domingo, día 10, un mitin de carácter provincial en Oviedo, con la cooperación de la Liga de los Derechos del Hombre y otras entidades de carácter jurídico, donde se protestará del citado acuerdo y se pedirá que la Audiencia Territorial de Burgos no llegue a tomar en consideración lo que, acaso, sea motivo de influencias ajenas a la cuestión de donde dimana la petición del Colegio de Abogados de Bilbao.”

El Ateneo Obrero de Gijón, por su parte, había invitado a Marcelino Domingo a venir a Gijón a pronunciar una conferencia. Enterado Barriobero, escribió desde Madrid para poner en antecedentes tanto a la directiva del Ateneo como a sus amigos cenetistas. La directiva, previendo el más que posible boicot de la gente de la CNT, se les ocurrió encargar de la presentación de Domingo a la única persona que podía neutralizar a los cenetistas: Oliveros, el director de El Noroeste, que ignoraba todo lo relacionado con la calumnia a Barriobero. La conferencia se celebró en un teatro Dindurra abarrotado de público y sin que se produjera ningún incidente. Finalizado el acto, se presentó a Domingo un grupo de cenetistas en busca de explicaciones. Marcelino Domingo se las dio y el asunto pareció solucionarse, pero en la comida con que se le obsequió, Domingo volvió a repetir las acusaciones contra Barriobero, reproducidas días después por el socialista Teodomiro Menéndez, también masón, a consecuencia de lo cual tuvo un duro enfrentamiento con el cenetista Marcelino Suárez, agradecido admirador de Barriobero, que le había defendido en el proceso por el atentado contra Orueta. Coincido plenamente con Oliveros en la desazón que produce en cualquiera este tipo de enfrentamientos en personas que profesaban la misma ideología, que eran “hermanos” masones, encarcelados por el mismo enemigo, y que por celos y envidias llegaba a utilizar tales ardides.

La entonces recién creada Alianza Republicana no participó en la “Sanjuanada”. Su Junta provisional estaba formada por: Alejandro Lerroux, por el Partido Republicano Radical; Manuel Hilario Ayuso, por el Partido Republicano Federal; Marcelino Domingo, por el Partido Republicano Catalán, Manuel Azaña, por el grupo Acción Republicana, y Roberto Castrovido en representación de la prensa republicana. Eduardo Barriobero, carente de la protección y promoción que suele otorgar la pertenencia a un partido político, a un sindicato, a una logia o a la directiva de una asociación cualquiera, no aparecía entre los firmantes del manifiesto que aglutinaba a catedráticos, escritores y profesionales en torno a la citada Alianza Republicana. No obstante, en una de las numerosas conspiraciones que no llegaron a fraguar, Barriobero aparecía como ministro de Justicia en un hipotético gobierno provisional que habría de estar presidido por Santiago Ramón y Cajal.

Fracasados otros intentos de acabar por la fuerza con la dictadura de Primo de Rivera, fue el propio dictador el que presentó su renuncia al rey el 28 de Enero de 1930, sustituyéndole el general Berenguer. El Partido Federal, por su histórica animadversión a coaligarse con otras fuerzas y su antipatía hacia el lerrouxismo, abandonó en 1929 la Alianza Republicana. A eso se debe el que no estuviese oficialmente representado en el archifamoso “Pacto de San Sebastián”, de Agosto de 1930. Tampoco lo estuvo ni el PSOE ni la UGT, a pesar de que a la reunión asistieron a título personal Prieto y Fernando de los Ríos. Y, sin embargo, en esa reunión hay que buscar el origen de la composición de llamado “gobierno provisional” que se haría cargo del poder en Abril del año siguiente.

Si el partido Federal no estuvo oficialmente representado en San Sebastián, no es menos cierto que esa reunión de “amigos” que tuvo lugar el 17 de Agosto de 1930 se celebró en los locales de la Unión Republicana y bajo la presidencia de un histórico del federalismo donostiarra, Fernando Sasiaín, futuro alcalde de San Sebastián tras las elecciones de Abril. Y tampoco estaba la CNT. Importa recalcar esto porque tanto federales como cenetistas serían, más adelante, totalmente marginados, cuando no perseguidos, por los que se harían con el poder pocos meses más tarde.

Esta reedición de la coalición republicano-socialista desembocó en el gran fracaso de la sublevación que el 12 de Diciembre se inició en Jaca y el 15 en Madrid. Este fracaso fue enteramente achacable a la incapacidad del Comité Revolucionario para actuar en revolucionario y, al mismo tiempo, puso de manifiesto la doblez y la poca fiabilidad tanto de algunos de sus miembros como de las organizaciones que representaban.

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