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La Libertad es un bien muy preciado
El periodista Herbert Matthews escribe sobre los últimos
días de la República en Cataluña, en 1939 (II).

 

LOS ÚLTIMOS DÍAS (II)


POR HERBERT L. MATTHEWS


Ni siquiera en Cádiz se habían celebrado las Cortes en un escenario tan extraño y pintoresco, bajo las bóvedas con aire de mazmorra del viejo castillo de la colina. Hubo un tiempo en que el lugar había sido utilizado como establo y los pesebres todavía estaban allí, a un lado del vestíbulo de techo bajo. La noche era fría, y algunos de los ministros y diputados mantuvieron puestos los abrigos durante toda la sesión. Los doce ministros estaban apretujados en un banco sencillo demasiado corto para tantos. Otros bancos y sillas se habían colocado frente a ellos, y en ángulo recto a su derecha, mientras que a la izquierda se había arreglado un estrado y una ruda tribuna para Martínez Barrio, el presidente de las Cortes...

Azaña, para su eterna desgracia, se había negado a correr el riesgo de estar presente. Otros, como La Pasionaría, estaban en Madrid y no pudieron llegar; otros, como Portela Valladares, que se había unido al gobierno cuando parecía probable que ganara, habían pensado mejor en su lealtad; otros, como Caballero y Araquistain, alimentaban su amargura en otros lugares. En total, estuvieron presentes menos de setenta de los cuatrocientos setenta y tres diputados que conformaban el pleno de las Cortes.

Fue en este escenario, con la bandera republicana desplegada por última vez en unas Cortes de la Segunda República, con su tribuna cubierta de brocado rojo, con alfombras baratas en el suelo de piedra y asientos de madera lisa, donde Martínez Barrio golpeó con su mazo a las 10:25 de la noche del 1 de febrero de 1939 y dio comienzo la sesión.

"Nos reunimos en circunstancias difíciles", dijo. "Pero sois la representación legítima y auténtica del pueblo. Mantened vuestras pasiones bajo control. Esta sesión será probablemente histórica en la vida de España. Están ustedes escribiendo una página de honor para el futuro de la patria española".

Negrín fue el primer orador y el único que interesó. Quienes conocíamos su estado de agotamiento físico y desánimo nos preguntábamos si sería capaz de seguir hablando. Varias veces tuvo que detenerse para recuperarse, y a veces parecía casi demasiado aturdido para expresar sus pensamientos de manera coherente, especialmente después de que sus notas se perdieron cuando estaba a mitad de la intervención, y tuvo que hablar extemporáneamente. No creo que se haya publicado ningún texto de su discurso, y solo tengo mis notas inconexas para poder continuar.

Habló del "ambiente severo de guerra" por el que estaban pasando, pero dijo que ahora "los espíritus se habían tranquilizado y los temores calmado". Podría haber habido "un desastre definitivo", pero se había evitado. Durante un tiempo "una ola de pánico casi asfixió a la retaguardia, paralizó al Ejército, destruyó la República". Había habido "una falta de comunicación entre el Gobierno y su pueblo, y una utilización de ese pánico por el enemigo, pero no había habido levantamiento contra el gobierno. De hecho, la verdad fue todo lo contrario."

Luego, pasó a explicar por qué había habido pánico. Había "demasiada gente en la España lealista. Millones habían huido antes de que llegaran los fascistas, y esa es la mejor prueba del sentimiento de nuestro pueblo. La masacre de Santa Coloma de Queralt desmoralizó a la retaguardia. No fue una sorpresa, y el Gobierno estaba preparado". Después de la caída de Tarragona, se pidió al Gobierno francés que aceptara entre 100.000 y 120.000 ancianos, mujeres y niños, pero lo rechazaron.

"El orden público se mantuvo por voluntad del pueblo, no por la fuerza. La energía del Gobierno es nacional. En tres días se resolvió el problema de los refugiados, gracias al Gobierno francés".

Nuevamente habló del pánico, que había afectado tanto a los soldados como a los civiles. Estaban tomando "medidas enérgicas", pero "la moral del Ejército era buena". Lo que hubo fue "un pánico organizado por provocadores, por mentiras, que minó la moral. Esos fueron nuestros peores enemigos, y no pudimos combatirlos por falta de medios. Hay pocos ejemplos de un ejército que luchó durante tanto tiempo contra tales adversidades. Muchos estaban sin armas, esperando la muerte de sus camaradas para poder tomar sus rifles. La escasez no era culpa suya, ni del Gobierno ". (Esta fue la única vez en su discurso que mostró emoción, y por un momento pareció que se derrumbaría).

"Nuestro terrible y tremendo problema", continuó, "siempre ha sido la falta de armas. Nosotros, un gobierno legítimo, tuvimos que comprar armas clandestinamente, como contrabando, incluso en Alemania e Italia. Logramos hacernos con algunas, y salir adelante".

Fijando sus ojos firmemente en nosotros, los de la prensa extranjera, habló de la lealtad del Gobierno y de cómo había cumplido todas sus promesas, esperando así que las democracias cambiaran de actitud y le dieran una oportunidad al Gobierno. Con profunda amargura, el Primer Ministro habló a continuación de "la farsa de la 'No Intervención' y 'la retirada italiana [de 10.000 hombres] seguida de nuevos envíos de hombres y material".

Antes de la última ofensiva, Negrín había dicho que "podríamos perder terreno, pero teníamos que salvar al Ejército para que, si dejaban pasar el material, pudiéramos salvar la situación. Podríamos haber conseguido material si hubiéramos mantenido los nervios, si la retaguardia hubiera conservado su unidad".

"El Ejército se ha reformado", afirmó. "Si pudiéramos mantenernos en una parte de Cataluña, podría significar la prolongación de la guerra, con todas sus consecuencias".

A continuación, se produjo el único ataque de Negrín contra los británicos. Eligió una pequeña cosa, el trato al destructor del Gobierno ‘José Luis Diez’ en Gibraltar, pero por la forma significativa en que nos miró, quedó claro que quería que fuera el punto principal que nos lleváramos a casa. Contó cómo las reparaciones hechas en el puerto de Gibraltar fueron a expensas del Gobierno; cómo los británicos habían anunciado la fecha de salida; cómo se permitió a los Rebeldes atacar al José Luis Diez en aguas británicas, dañándolo gravemente. Finalmente, contó cómo la tripulación fue detenida por las autoridades británicas que, ignorando las protestas del Gobierno, preguntaron a cada miembro de la dotación por separado si quería volver a la España leal o a la España franquista. Todos votaron para regresar al lado del Gobierno.

En esta protesta contra una injusticia relativamente poco importante, Negrín condenaba diplomática pero claramente todo el sistema británico de favorecer a los Rebeldes contra los Lealistas.

"Estamos luchando por la independencia de nuestro país", prosiguió, "y también por la democracia. Esta es una lucha de dos civilizaciones, de la Cristiandad contra el Hitlerismo. Estamos defendiendo otros países, que no solo no nos ayudan, sino nos están causando nuestras mayores dificultades.

"Para salvar la paz de Europa, abandonaron a Austria y recortaron Checoslovaquia. Si llegara el momento en que España ofreciera un sacrificio más, ¿estarían en una posición más fuerte para enfrentar a los agresores, para defenderse a sí mismos? Aquí es donde la respuesta puede llevar a la cuestión de si unas pocas potencias totalitarias controlarán el mundo, o si continuará dividido. Hitler y Mussolini se equivocan al apoyar a Franco, porque el pueblo no está con él, y porque los frutos de la victoria nunca los ganarán".

El Primer Ministro ofreció después tres puntos que podrían ser aceptados por los Lealistas como condiciones para una paz justa: Primero, una garantía de la independencia del país; segundo, una garantía de que el pueblo español podría decidir sobre su régimen y su destino; tercero, que cuando la guerra terminara, se acabarían todas las persecuciones y represalias.

"Lucharemos para salvar Cataluña", concluyó, "y si la perdemos seguiremos luchando en la zona central. Los países no viven solo de victorias, sino de los ejemplos que su pueblo ha sabido dar en tiempos trágicos."

Fue con ese noble tema con el que finalizó el largo discurso. Nadie podría llamarlo una obra maestra de la oratoria; fue desarticulado y mal comunicado por un hombre tan agotado que apenas podía mantenerse en pie, pero a pesar de ello debería ocupar un lugar entre los grandes documentos de la historia española.

Luego, intervinieron los representantes de cada uno de los principales partidos con breves discursos. Martínez Barrio pidió un voto de confianza explícito al Gobierno, que fue concedido unánimemente por aclamación…

Así terminaron las últimas Cortes de la Segunda República Española...

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