LOS
ÚLTIMOS DÍAS (II)
POR
HERBERT L. MATTHEWS
Ni
siquiera en Cádiz se habían celebrado
las Cortes en un escenario tan extraño y pintoresco,
bajo las bóvedas con aire de mazmorra del viejo
castillo de la colina. Hubo un tiempo en que el lugar
había sido utilizado como establo y los pesebres
todavía estaban allí, a un lado del
vestíbulo de techo bajo. La noche era fría,
y algunos de los ministros y diputados mantuvieron
puestos los abrigos durante toda la sesión.
Los doce ministros estaban apretujados en un banco
sencillo demasiado corto para tantos. Otros bancos
y sillas se habían colocado frente a ellos,
y en ángulo recto a su derecha, mientras que
a la izquierda se había arreglado un estrado
y una ruda tribuna para Martínez Barrio, el
presidente de las Cortes...
Azaña,
para su eterna desgracia, se había negado a
correr el riesgo de estar presente. Otros,
como La Pasionaría, estaban en Madrid y no
pudieron llegar; otros, como Portela Valladares, que
se había unido al gobierno cuando parecía
probable que ganara, habían pensado mejor en
su lealtad; otros, como Caballero y Araquistain, alimentaban
su amargura en otros lugares. En total, estuvieron
presentes menos de setenta de los cuatrocientos setenta
y tres diputados que conformaban el pleno de las Cortes.
Fue
en este escenario, con la bandera republicana desplegada
por última vez en unas Cortes de la Segunda
República, con su tribuna cubierta de brocado
rojo, con alfombras baratas en el suelo de piedra
y asientos de madera lisa, donde Martínez
Barrio golpeó con su mazo a las 10:25 de la
noche del 1 de febrero de 1939 y dio comienzo la sesión.
"Nos
reunimos en circunstancias difíciles",
dijo. "Pero sois la representación legítima
y auténtica del pueblo. Mantened vuestras pasiones
bajo control. Esta sesión será probablemente
histórica en la vida de España. Están
ustedes escribiendo una página de honor para
el futuro de la patria española".
Negrín
fue el primer orador y el único que interesó.
Quienes conocíamos su estado de agotamiento
físico y desánimo nos preguntábamos
si sería capaz de seguir hablando. Varias veces
tuvo que detenerse para recuperarse, y a veces parecía
casi demasiado aturdido para expresar sus pensamientos
de manera coherente, especialmente después
de que sus notas se perdieron cuando estaba a mitad
de la intervención, y tuvo que hablar extemporáneamente.
No creo que se haya publicado ningún
texto de su discurso, y solo tengo mis notas inconexas
para poder continuar.
Habló
del "ambiente severo de guerra" por el que
estaban pasando, pero dijo que ahora "los
espíritus se habían tranquilizado y
los temores calmado". Podría haber habido
"un desastre definitivo", pero se había
evitado. Durante un tiempo "una ola de pánico
casi asfixió a la retaguardia, paralizó
al Ejército, destruyó la República".
Había habido "una falta de comunicación
entre el Gobierno y su pueblo, y una utilización
de ese pánico por el enemigo, pero no había
habido levantamiento contra el gobierno. De hecho,
la verdad fue todo lo contrario."
Luego,
pasó a explicar por qué había
habido pánico. Había "demasiada
gente en la España lealista. Millones habían
huido antes de que llegaran los fascistas,
y esa es la mejor prueba del sentimiento de nuestro
pueblo. La masacre de Santa Coloma de Queralt desmoralizó
a la retaguardia. No fue una sorpresa, y el Gobierno
estaba preparado". Después de
la caída de Tarragona, se pidió al Gobierno
francés que aceptara entre 100.000 y 120.000
ancianos, mujeres y niños, pero lo rechazaron.
"El
orden público se mantuvo por voluntad del pueblo,
no por la fuerza. La energía del Gobierno es
nacional. En tres días se resolvió el
problema de los refugiados, gracias al Gobierno francés".
Nuevamente
habló del pánico, que había afectado
tanto a los soldados como a los civiles. Estaban tomando
"medidas enérgicas", pero "la
moral del Ejército era buena". Lo
que hubo fue "un pánico organizado por
provocadores, por mentiras, que minó la moral.
Esos fueron nuestros peores enemigos, y no pudimos
combatirlos por falta de medios. Hay pocos
ejemplos de un ejército que luchó durante
tanto tiempo contra tales adversidades. Muchos
estaban sin armas, esperando la muerte de sus camaradas
para poder tomar sus rifles. La escasez no
era culpa suya, ni del Gobierno ". (Esta fue
la única vez en su discurso que mostró
emoción, y por un momento pareció que
se derrumbaría).
"Nuestro
terrible y tremendo problema", continuó,
"siempre ha sido la falta de armas. Nosotros,
un gobierno legítimo, tuvimos que comprar armas
clandestinamente, como contrabando, incluso en Alemania
e Italia. Logramos hacernos con algunas, y salir adelante".
Fijando
sus ojos firmemente en nosotros, los de la prensa
extranjera, habló de la lealtad del Gobierno
y de cómo había cumplido todas sus promesas,
esperando así que las democracias cambiaran
de actitud y le dieran una oportunidad al Gobierno.
Con profunda amargura, el Primer Ministro habló
a continuación de "la farsa de la 'No
Intervención' y 'la retirada italiana [de 10.000
hombres] seguida de nuevos envíos de hombres
y material".
Antes
de la última ofensiva, Negrín había
dicho que "podríamos perder terreno, pero
teníamos que salvar al Ejército para
que, si dejaban pasar el material, pudiéramos
salvar la situación. Podríamos haber
conseguido material si hubiéramos mantenido
los nervios, si la retaguardia hubiera conservado
su unidad".
"El
Ejército se ha reformado", afirmó.
"Si pudiéramos mantenernos en una parte
de Cataluña, podría significar la prolongación
de la guerra, con todas sus consecuencias".
A
continuación, se produjo el único ataque
de Negrín contra los británicos.
Eligió una pequeña cosa, el
trato al destructor del Gobierno ‘José
Luis Diez’ en Gibraltar, pero por la
forma significativa en que nos miró, quedó
claro que quería que fuera el punto principal
que nos lleváramos a casa. Contó cómo
las reparaciones hechas en el puerto de Gibraltar
fueron a expensas del Gobierno; cómo los británicos
habían anunciado la fecha de salida; cómo
se permitió a los Rebeldes atacar al José
Luis Diez en aguas británicas, dañándolo
gravemente. Finalmente, contó cómo la
tripulación fue detenida por las autoridades
británicas que, ignorando las protestas del
Gobierno, preguntaron a cada miembro de la dotación
por separado si quería volver a la España
leal o a la España franquista. Todos
votaron para regresar al lado del Gobierno.
En
esta protesta contra una injusticia relativamente
poco importante, Negrín condenaba diplomática
pero claramente todo el sistema británico de
favorecer a los Rebeldes contra los Lealistas.
"Estamos
luchando por la independencia de nuestro país",
prosiguió, "y también por la democracia.
Esta es una lucha de dos civilizaciones, de la Cristiandad
contra el Hitlerismo. Estamos defendiendo otros países,
que no solo no nos ayudan, sino nos están causando
nuestras mayores dificultades.
"Para
salvar la paz de Europa, abandonaron a Austria y recortaron
Checoslovaquia. Si llegara el momento en
que España ofreciera un sacrificio más,
¿estarían en una posición más
fuerte para enfrentar a los agresores, para defenderse
a sí mismos? Aquí es donde la respuesta
puede llevar a la cuestión de si unas pocas
potencias totalitarias controlarán el mundo,
o si continuará dividido. Hitler y
Mussolini se equivocan al apoyar a Franco, porque
el pueblo no está con él, y porque los
frutos de la victoria nunca los ganarán".
El
Primer Ministro ofreció después tres
puntos que podrían ser aceptados por los Lealistas
como condiciones para una paz justa: Primero, una
garantía de la independencia del país;
segundo, una garantía de que el pueblo español
podría decidir sobre su régimen y su
destino; tercero, que cuando la guerra terminara,
se acabarían todas las persecuciones y represalias.
"Lucharemos
para salvar Cataluña", concluyó,
"y si la perdemos seguiremos luchando en la zona
central. Los países no viven solo de victorias,
sino de los ejemplos que su pueblo ha sabido dar en
tiempos trágicos."
Fue
con ese noble tema con el que finalizó el largo
discurso. Nadie podría llamarlo una obra maestra
de la oratoria; fue desarticulado y mal comunicado
por un hombre tan agotado que apenas podía
mantenerse en pie, pero a pesar de ello debería
ocupar un lugar entre los grandes documentos de la
historia española.
Luego,
intervinieron los representantes de cada uno de los
principales partidos con breves discursos. Martínez
Barrio pidió un voto de confianza explícito
al Gobierno, que fue concedido unánimemente
por aclamación…
Así
terminaron las últimas Cortes de la Segunda
República Española...
SIGUIENTE
ANTERIOR