Capítulo
II
Capítulo III
Capítulo
I
El alzamiento en Ferrol y la detención de Azarola
Al contralmirante Antonio Azarola y Gresillón le
pasaron por las armas en el cuartel de Dolores de la Base
Naval de Ferrol a las seis de la mañana del día
cuatro de Agosto de 1936. Los nuevos amos de la Base y de
Galicia entera organizaron la ejecución con gran
pompa y aparato. Al dramático acto había que
revestirlo con el boato de un auto de fe. El reo no era
un heterodoxo, sino un católico fervoroso que llevaba
en la mano un crucifijo. Y era también un marino
de carácter que no quiso colaborar con sus martirizadores,
sino manifestarles su profundo desprecio: el contralmirante
Azarola no aceptó que se le leyese íntegra
la sentencia, se negó a firmar la notificación
y manifestó que no vestiría el uniforme, como
le ordenaban, para ir a la ejecución. Previamente,
también se había negado a estar presente durante
el desarrollo del consejo de guerra, excepto cuando le tocó
el turno a la defensa. Le iban a asesinar, estaba claro,
y el contralmirante Azarola hizo todo lo que pudo para que
el asesinato no se pudiera ni justificar ni camuflar bajo
el manto de ninguna clase de justicia.
El
contralmirante Antonio Azarola era el jefe del Arsenal de
la Base Naval Principal de Ferrol cuando generales y coroneles
se aprestaban a sublevarse contra la República en
aquellos días de Julio de 1936. Desde Azaña,
presidente de la República, Casares, presidente del
Gobierno, y Giral, Ministro de Marina, hasta el alcalde
de Ferrol y los dirigentes del Frente Popular y de los sindicatos,
pasando por las masas laboriosas y republicanas, las dotaciones
de los buques de guerra y de las dependencias de la Base,
todo el mundo, absolutamente todos, veían en Azarola
al defensor del Estado que, con su vigilancia y determinación,
impediría el triunfo de la agresión totalitaria
que se barruntaba. La Base Naval, la ciudad y hasta
Galicia toda parecían fiar su libertad y seguridad
en manos de este marino.
Los
conjurados de la reacción habían ido tejiendo
su red hasta que la encontraron lo suficientemente densa
y resistente para inmovilizar con ella a sus enemigos. Y
esperaron su momento. El pueblo llano confiaba en sus dioses
republicanos sin reparar en que la pólvora estaba
cada vez más húmeda.
Antonio
Azarola hacía unos meses que había regresado
a Ferrol. Portela Valladares, en el breve gobierno que presidió
para preparar la celebración de las elecciones en
Febrero de 1936, le había confiado la cartera de
Marina. El contralmirante conocía bien Madrid
y a la clase política republicana, pero aún
conocía mejor el Ministerio. En sus más de
cuarenta años de servicio activo, fueron varios los
destinos que le tocó desempeñar en la Jurisdicción
Central de la Marina. El último de ellos, como subsecretario
del Ministerio de Marina con Giral de ministro. Otros ministros
sucedieron a Giral, pero siguieron manteniendo su confianza
en Azarola. El sector de la prensa madrileña
que era contrario al gobierno decía de él
que era el factótum del Ministerio de Marina y que
tenía a los ministros como meros portavoces suyos.
Azarola lo tomaba como cosas de la prensa y gajes de la
política, nada importante, porque, en realidad, su
eficacia y minuciosidad no habían dejado un resquicio
para el ataque de los contrarios.
La
dilatada carrera, los viajes por el mundo, el trato con
gentes de diversas ideas y credos, y los años, sesenta
y uno, le daban la vista larga y penetrante que tanto vale
en la vida. Y, sin embargo, al reincorporarse a su destino
de segundo jefe de la Base Naval de Ferrol y jefe del Arsenal,
me parece a mí que era incapaz de imaginar,
siquiera, que entre marinos, entre los oficiales de alta
graduación con los que se relacionaba a diario y
cuyos destinos tantas veces el azar había entrelazado,
imperasen la doblez y la deslealtad, precursoras de la traición
y la crueldad: “¡Pero usted también,
don Francisco!”, dicen que exclamó Azarola
cuando vio al capitán de navío Francisco Moreno
como uno de los cabecillas de la sublevación.
Mes
de Julio, calor y vacaciones, o veraneo, como se decía
entonces. El viernes día diecisiete llegaron al gobierno
de la nación las primeras noticias de los movimientos
insurreccionales que se desarrollaban en las plazas africanas.
En el cielo azul del verano, un rumor muy lejano anunciaba
la tormenta invisible que bajaba de las sierras del Rif
y de las montañas de Navarra. Casares tal vez creyese
que se encontraba frente a otra sanjurjada más que
podría liquidar con la misma facilidad que la anterior:
se equivocaba, no serían cuatro gotas, sino la tormenta
del siglo. Porque los conjurados empujaban resueltamente
a los jefes y oficiales a entrar en los despachos de los
generales indecisos. Allí, frases manidas, gestos,
poses y ademanes bastaron en unos casos para que el general
accediese a firmar el pliego en el que ya le llevaban redactado
el bando declarando el estado de guerra: ¡todo el
poder para el Ejército! Y ellos se consideraban como
los únicos amos del Ejército. El gobierno
era un ente lejano, las pistolas de los conjurados una realidad
cercana que reducía a los que se resistiesen a firmar.
Mientras, un bimotor con el general receloso contorneaba
sin prisa la costa marroquí.
Cádiz,
Sevilla, Burgos, Valladolid, Zaragoza... El trueno de la
guerra retumbaba por todas partes: ¿dónde
están los grandes líderes, los elocuentes
oradores de los discursos en campo abierto, los “lenines”
españoles? El gobierno republicano era una
peña de amigos reunida en el Ministerio de Marina
que “combate” el golpe militar llamando a los
sublevados por teléfono. Si no los convence con sus
ofertas, los destituye más tarde por telegrama. ¡Telegramas!
Días, semanas, meses antes hubieran servido
para ordenar a la Guardia Civil la detención de media
docena de generales y otra media de coroneles, ¡y
asunto concluido! Pero no, a los próceres
de la República no les importaba tener las cárceles
llenas de presos gubernativos, siempre que se tratase de
gente humilde, de gente del pueblo; pero molestar a los
conspiradores, eso, de ninguna manera.
Mes
de Julio, mes de veraneo, la mitad de las dotaciones de
la Armada estaban disfrutando el permiso estival. El propio
contralmirante Azarola tenía planeado pasar unos
días de vacaciones tomando baños en el balneario
de Cuntis. Una repentina enfermedad de su mujer le retuvo
al mando del Arsenal. En la Base de Ferrol estaban los cruceros
“Libertad”, “Miguel de Cervantes”
y “Almirante Cervera”, este último en
dique seco. El ministro de Marina, en la madrugada del sábado
dieciocho, dictó órdenes para que zarpasen
inmediatamente los dos primeros y pusiesen rumbo sur: ya
se les darían instrucciones más concretas
cuando estuviesen en alta mar. Idénticas órdenes
se radiaron al acorazado “Jaime I”, que se encontraba
carboneando en Vigo. El jefe de la Flota, vicealmirante
Miguel Mier del Río, retrasó todo lo que pudo
el cumplimiento de la orden y los barcos no largaron amarras
sino veinticuatro horas después. El vicealmirante
Núñez, jefe de la Base, probablemente por
indicación de su jefe de Estado Mayor, capitán
de navío Manuel Vierna, ordenó que se cerrasen
todas las estaciones radio de buques y dependencias y se
entregasen las llaves al comandante respectivo. En algunos
casos, además, los oficiales inutilizaron la radio
llevándose alguna pieza indispensable para su funcionamiento.
Con esta medida trataban de impedir que las dotaciones pudieran
tener información de primera mano de lo que estaba
ocurriendo en el país y que se las previniese contra
los intentos de la oficialidad de sumarse a la sublevación.
El capitán de navío Manuel Vierna había
sustituido al almirante Calvar en el puesto de jefe del
Estado Mayor de la Base y ahora, Giral, otra vez ministro
de Marina, había destituido de su cargo a Manuel
Vierna, pero éste continuaba en el desempeño
de sus funciones. Vierna mantendría, sin embargo,
abierta la estación radio central de la base, atendida
por oficiales de su confianza, para conocer el desarrollo
de los acontecimientos y poder comunicarse en clave con
el resto de los comprometidos en la sublevación.
En
Madrid, como se sabe, el oficial 3º Radio, Benjamín
Balboa, al conocer el desarrollo que tomaba la sublevación
y comprobar la complicidad de sus mandos, se había
apoderado de la Estación Radio del Estado Mayor de
la Armada. Desde ella, y por medio de sus compañeros
radiotelegrafistas en buques y dependencias de tierra, pudo
mantener informadas a las dotaciones, conocer la situación
real en cada momento y coordinar y animar el contragolpe.
La actuación resuelta de Balboa fue decisiva para
evitar que la mayoría de los buques de guerra cayesen
en manos de los sublevados. Y de ahí el interés
de los mandos en cerrar las radios e impedir el acceso del
personal a ellas. Manuel de Vierna, el jefe del
Estado Mayor destituido que seguía en su puesto,
ordenó el día diecinueve al capitán
de corbeta Espinosa que cerrase las dependencias de la Estación
Radio de la Base y las del gonio de Carranza, y que el personal
de esas dependencias pasase arrestado al Arsenal. Al parecer,
dichas órdenes habían sido autorizadas por
el jefe de la Base.
El
contralmirante Antonio Azarola, que levantó el arresto
a ese personal, tenía que estar al corriente de lo
que estaba ocurriendo. Palparía la tensión
pero constataría la normalidad y mantendría
y aconsejaría la calma en los departamentos de su
mando. Sabemos que el objetivo de los conjurados era declarar
el estado de guerra para que todo el poder pasase a sus
manos y adueñarse así de ciudades, provincias
y del país entero. Cualquier incidente, convenientemente
exagerado, les serviría de coartada y si no, ya se
lo inventarían ellos. Por contra, los mandos no comprometidos
sabían que la declaración del estado de guerra
era una facultad exclusiva del gobierno y trataban de mantenerse
en la legalidad, resistiéndose a adoptar medidas
provocadoras y desproporcionadas. Es así como hay
que interpretar relatos y testimonios para poder comprender
cómo se desarrollaron realmente los acontecimientos.
En
la ciudad de Ferrol no hubo ningún incidente digno
de mención, y en la Base, los marineros libres de
guardia, salieron de permiso “francos de ría”.
Cabe pensar que, como en el resto de las ciudades del país,
los dirigentes de los partidos del Frente Popular y de los
sindicatos, enterados del levantamiento de las tropas de
Africa, se reunirían con las autoridades municipales
para analizar la situación y adoptar algún
tipo de acuerdos. El domingo por la tarde, a las puertas
de un cine, se produjo el famoso altercado entre paisanos
y tres tenientes de Artillería que portaban su pistola
reglamentaria. Estos tenientes no eran de la guarnición
de la ciudad, sino que se encontraban en Ferrol en viaje
de prácticas. Resultado: dos tenientes heridos de
bala, al parecer por policías municipales, y un tercero
que fue detenido y conducido a las dependencias del Ayuntamiento.
No me consta el número de civiles heridos. Salieron
entonces las primeras tropas a la calle: un capitán
con quince hombres del Regimiento de Artillería de
Costa nº 2. El piquete de soldados se presentó
en el Ayuntamiento y se llevó por la fuerza al teniente
allí detenido en medio de un abucheo general. El
coronel Antonio Corsanego Waters-Horcasitas, que mandaba
ese regimiento, tuvo que regresar apresuradamente de La
Coruña, donde se encontraba de vacaciones. El comandante
militar de la plaza, general de Infantería Ricardo
Morales, a su vez, ordenó que todas las tropas se
retirasen de las calles y regresasen a sus cuarteles. En
la Base, Manuel Vierna aprovechó el incidente para
ordenar por su cuenta a las seis de la tarde que se pasase
a la situación “C” de máxima emergencia.
El
lunes, día 20, amaneció tranquilo en Ferrol
y toda la masa obrera se incorporó a sus puestos
de trabajo. Las dotaciones de los buques de guerra y de
las dependencias de la Base desempeñaban sus cometidos
con absoluta normalidad. Sin embargo, en La Coruña,
los conjurados con la sublevación ya habían
dado los primeros y decisivos golpes: el general jefe de
la VIII Región Militar, Salcedo Molinuevo; el general
de la brigada de Infantería, Caridad Pita, y el coronel
jefe del Regimiento de Artillería, Torrado Atocha,
fueron detenidos y destituidos. Los coroneles Tovar,
jefe del Estado Mayor de la División, y Martín
Alonso, del Regimiento de Infantería Zamora nº
29 fueron la punta de lanza de los golpistas. Después
de nombrar comandante militar de la plaza al coronel Enrique
Cánovas Lacruz, declararon el estado de guerra. Las
tropas comenzaron a desplegarse por la ciudad y a ocupar
los puntos estratégicos venciendo focos de resistencia
y cañoneando la sede del gobierno civil. Pero ya
se hablará más delante de lo ocurrido en La
Coruña.
El
jefe de la Base Naval, vicealmirante Indalecio Núñez,
había recibido a las seis de la mañana una
llamada telefónica del gobernador civil de La Coruña
para comunicarle que probablemente se declararía
la huelga general, pero que no debía de preocuparse,
y que seguramente también se declararía el
estado de guerra. El vicealmirante Núñez discrepó
de la conveniencia de declarar el estado de guerra “porque
la población está muy tranquila e iba a provocar
grave conflicto”. El gobernador le respondió
que estaba al habla con las autoridades militares y creía
que éstas declararían el estado de guerra.
Tras esta conversación telefónica, el vicealmirante
Núñez llamó al general Salcedo para
que le orientara en todo lo referido a la declaración
del estado de guerra y aprovechó también para
decirle que, personalmente, encontraba disparatado el declararlo.
El general Salcedo le respondió “que se alegraba
mucho de oír su opinión porque precisamente
en aquel momento se lo estaba exponiendo a una persona que
estaba con él en su despacho (...)” ¿Se
trataría de su jefe de Estado Mayor, teniente coronel
Tovar? Se sabe que, poco después, el vicealmirante
Núñez recibió otra llamada de La Coruña,
era el gobernador civil. Ahora le pedía que le enviase
un buque de guerra y, tal vez por la urgencia, le sugería
que podía ser un torpedero, “con objeto de
bombardear la batería del treinta y ocho del monte
San Pedro, la Capitanía General y el castillo de
San Antón”. El vicealmirante le respondió
que el torpedero no servía para esa misión
y, en ese momento, la conversación se interrumpió,
oyéndose un intenso fuego de cañón
y fusilería y al gobernador decir que le estaban
bombardeando. Como se sabe, otro torpedero, el “Nº
3”, participó en los combates contra los sublevados
en San Sebastián.
Por
lo que se ve, el vicealmirante Núñez no estaba
decidido a declarar el estado de guerra, pero atendiendo
a las indicaciones de su jefe de Estado Mayor convocó
una reunión con los jefes de las principales dependencias
de la Base y los comandantes del crucero “Almirante
Cervera” y del destructor “Velasco”. En
esta reunión estuvo presente el general Ricardo Morales,
comandante militar de la plaza. Los capitanes de navío
Manuel de Vierna y Francisco Moreno ya se habían
reunido previamente con todos estos jefes, excepto Núñez
y Morales, y de lo que se trataba ahora era de presionar
al vicealmirante jefe de la Base para que se sumase a la
sublevación y ordenase el despliegue de unidades
de Infantería de Marina y de Marinería. Es
el mismo esquema en todas partes: los jefes y oficiales
comprometidos con la insurrección se reúnen
con sus compañeros y luego van en grupo a “convencer”
al jefe superior con el mismo leitmotiv: va a desencadenarse
una revolución y hay que sacar a las tropas a la
calle para impedirlo. Como recalcará el contralmirante
Azarola, la normalidad en Ferrol era total y nadie se había
quejado de ninguna falta de disciplina en las dotaciones
de la Marina. El vicealmirante Núñez, en esa
reunión, consintió que se pusiese en marcha
el plan “C”, máximo grado de emergencia
en la Base, previsto para una situación revolucionaria.
El propio vicealmirante quiso dejar claro a todo el mundo
en lo que consistía dicho plan “C” que,
en resumen, era lo siguiente: “acuartelamiento general
de las tropas con la orden de no salir a la calle sin previo
aviso”. Tanto el gobernador civil como el alcalde
de Ferrol habían sido puestos al corriente de estas
medidas. Posteriormente, los insurrectos modificarían
el contenido del citado plan “C” incluyendo
en el mismo la acción conjunta con el Ejército
y la ocupación de determinados sectores de la ciudad
por compañías armadas de Marinería
e Infantería de Marina.
A
esas reuniones ni se le invitó ni acudió el
contralmirante Azarola que, como se sabe, era el segundo
jefe de la Base y jefe de su Arsenal. Azarola tuvo noticia
de que se estaba celebrando dicha reunión y dos veces
llamó por teléfono al vicealmirante Núñez
para que viniese a conferenciar con él en su despacho
para conocer su opinión, libre de coacciones, sobre
lo que estaba ocurriendo. Pero Núñez no fue
a verle. Antes o después, pero en esas mismas
horas del mediodía, el subsecretario de Marina, general
Matz, telefoneó desde el Ministerio al vicealmirante
Núñez y le preguntó que con quién
estaba. El vicealmirante eludió definirse claramente,
pero afirmó que estaba con sus compañeros
militares y que se solidarizaba con el Ejército.
Al general Matz le pareció entonces que todo
estaba ya claro. Desde Madrid, por teléfono y telégrafo,
se transmitió la orden de destitución y el
nombramiento del contralmirante Azarola como jefe interino
de la Base. Debió de ser entonces cuando se produjo
la conversación telefónica del ministro de
Marina y Azarola. Esa conversación quedó grabada
para siempre en la memoria de los que fueron testigos de
la misma. Francisco Giral, hijo del titular de
Marina en aquellos días de Julio de 1936, en entrevista
realizada por Elena Aub en 1981, dentro del proyecto de
historia oral del Archivo General de la Guerra Civil de
Salamanca, dijo lo siguiente: “(...) pero en la Marina,
una de las cosas más impresionantes que siempre recordará
mi padre, y que yo tengo que volver a contar, es su conversación
con el almirante Azarola, el jefe de la Base, de la Base
Naval de Ferrol, que hablando con el ministro, teniendo
en cuenta que el almirante Azarola era un navarro de nacimiento,
extraordinariamente reaccionario; pero un caballero en todo
el sentido de la palabra, ¿verdad?, como ha habido
mucha gente, así; todavía no se les ha hecho
bastante justicia. Por eso mi padre siempre recordaba esa
conversación por teléfono con el almirante
Azarola, diciéndole el almirante desde su puesto
en la Base de Ferrol: “Señor ministro,
estoy a sus órdenes; pero estar a las órdenes
del ministro me va a costar la vida dentro de unas horas
o de un momento, pero cuente usted con la adhesión
del jefe de la base. Estoy sitiado desde tierra por los
sublevados de tierra; pero la base está a las órdenes
del ministro, como hemos jurado y hemos prometido.”
¡Un caballero, un caballero! (...)”
Otro
testimonio, complementario del anterior, procede del libro
de Víctor F. Freixanes titulado “Unha ducia
de galegos” (“Una docena de gallegos”).
En las páginas del libro se cuenta cómo Ramón
Piñeiro, secretario del Comité Provincial
del Estatuto, en Lugo, fue testigo de la última conversación
entre una autoridad civil de Galicia, el alcalde de Lugo,
y el ministro de la Gobernación. El alcalde hablaba
en nombre de los cuatro gobernadores civiles y había
conseguido establecer comunicación con el ministro
por medios extraordinarios, pues al haberse sublevado el
Ejército en Valladolid las comunicaciones con Madrid
habían quedado cortadas. Todas las propuestas de
actuación del alcalde las desechaba el ministro de
forma tajante: “no hagan nada, no tomen ninguna iniciativa,
absolutamente ninguna. El almirante Azarola tiene ya instrucciones
del gobierno y sabe lo que hay que hacer. Dejen todo en
manos del almirante Azarola. No hagan nada, que nadie se
mueva.”
No
hay certeza, aunque parece muy probable que el general Morales,
comandante militar de Ferrol, asistiese a la reunión
de jefes de la Marina que se celebró en el despacho
del vicealmirante Núñez. Lo que sí
sabemos es que el resto de la mañana el general Morales
la pasó reunido con jefes y algunos oficiales de
los regimientos de Artillería y de Infantería.
Morales no se decidía a declarar el estado
de guerra. A primeras horas de la tarde de ese
lunes día veinte, el general Morales convocó
a una reunión de urgencia al coronel jefe del Regimiento
de Artillería de Costa, que acudió acompañado
de otros jefes y oficiales. En el despacho del general,
en la Comandancia Militar, se encontraban ya otros jefes
de cuerpo, además del teniente coronel Arias y el
capitán de corbeta Suances. Estaba claro que Azarola
les infundía respeto y su actitud les preocupaba,
por eso los que estaban en la conjura no perdían
oportunidad de exaltar los ánimos aunque para ello
tuvieran que calumniar al contralmirante.
El
contralmirante Azarola, por medio de su hijo, alférez
de navío y segundo comandante del torpedero “Nº
7”, que se encontraba en dique seco, ordenó
a su ayudante, teniente de Infantería de Marina Luis
González Pubul, que se dirigiese al Gobierno Militar
a fin de recoger un oficio urgente. Al mismo tiempo, es
probable que hacia la una y media del mediodía, que
era cuando entraban los trabajadores de la Constructora
Naval tras el descanso para la comida, una mayoría
no se reincorporase a sus puestos al conocer los acontecimientos
que se estaba produciendo en La Coruña y que se había
declarado la huelga general. Estos trabajadores y parte
de la población ferrolana se fueron concentrando
pacíficamente en las inmediaciones de los astilleros.
El Ayudante Mayor del Arsenal, capitán de fragata
Angel Suances, ordenó entonces que se cerrasen las
puertas y se reforzase la guardia. Fue entonces cuando,
al enterarse, el contralmirante Azarola procedió
a anular esa orden y mandó que se abriesen otra vez
las puertas para dar sensación de normalidad.
Hacia
las tres de la tarde, comunicaron al contralmirante Azarola
que un comandante de Artillería solicitaba entrevistarse
con él de parte del general goberandor militar de
la plaza. Se trataba del comandante de Artillería
Miguel López Uriarte que venía desde el Gobierno
Militar en compañía del ayudante del contralmirante,
al cual, finalmente, no se le entregó el oficio,
sino que se le explicó verbalmente su contenido.
Al conocerlo, el ayudante de Azarola solicitó que
le acompañara un jefe del Ejército para que
fuera éste el que diera las explicaciones. ¿Qué
clase de oficio sería ése que no se quiso
entregar? ¿Sería el nombramiento de Azarola
como jefe interino de la Base o una artimaña para
obligarle a ir al Gobierno Militar y hacerle prisionero?
No se conoce, pero a tenor de lo que declaró
como testigo el vicealmirante Núñez en la
celebración del consejo de guerra, el oficio contenía
la orden de detención del contralmirante Azarola.
El comandante López Uriarte calificó su entrevista
con Azarola como “una misión de carácter
diplomático”. Más o menos se sabe lo
que este comandante venía a decirle a Azarola: el
general Morales iba a declarar el estado de guerra pero
deseaba conocer antes, por boca de Azarola, la actitud que
adoptaría la Marina. Durante la mayor parte de la
entrevista estuvo presente el capitán de fragata
y Ayudante Mayor del Arsenal, Angel Suances Piñeiro.
Al replicarle Azarola que no era a él a quien se
tenía que dirigir con tal asunto, sino a la autoridad
superior de la Base, vicealmirante Núñez,
el comandante López Uriarte se extendió en
toda una serie de consideraciones para tratar de justificar
la declaración del estado de guerra. Azarola se dio
entonces cuenta, y así lo manifestó, que la
misión que realmente traía este comandante
era la de convencerle para que apoyase tal medida. El propio
comandante López Uriarte tuvo que terminar por reconocerlo.
En un momento dado, Angel Suances, para estrechar más
al contralmirante, le comunicó que unos auxiliares
navales, vestidos de uniforme, acababan de ser agredidos
por las turbas cuando se disponían a entrar en la
Base. Probablemente se tratase de una invención más,
pues de los tales auxiliares no se volvió a saber
más, y durante el procedimiento del consejo de guerra
ni se dio a conocer su identidad ni fueron llamados a declarar.
El
contralmirante Azarola, después de conversar telefónicamente
con el alcalde de Ferrol y, muy probablemente, con el vicealmirante
Núñez, declaró al comandante de Artillería,
para que se lo transmitiera al general Morales, que no podía
sumarse a un acto que consideraba sedicioso, que se declaraba
abstenido de dicho movimiento y que permanecería
en su residencia a disposición de dicha autoridad,
retirándose a sus habitaciones en calidad de detenido.
La
reunión entre Azarola y el comandante López
Uriarte debió de ser muy bronca. El destituido jefe
del Estado Mayor, Manuel de Vierna, que a pesar de todo
seguía desempeñando dicho cargo, declararía
más adelante, durante la instrucción del consejo
de guerra, que tuvo que ordenar al capitán de fragata
Luis Vierna (hermano del anterior?), destinado en las Escuelas
de Marinería, “para que se trasladase al despacho
de dicho señor (Azarola) y le hiciese deponer su
actitud, aunque fuese por medios violentos, y que los gritos
y voces que dichos señores daban traslucían
al exterior del edificio, siendo oídas por personal
subalterno, cuya moral en aquellos momentos había
que sostener y no deprimir con escenas como la citada (...)”
Mi impresión es que fueron los capitanes de fragata
Suances y Vierna los que efectuaron la detención
de Azarola. Acto seguido, Suances tomó el mando del
Arsenal y organizó el despliegue de las fuerzas sublevadas.
En
las primeras horas de la tarde, tropas de los regimientos
de Infantería y Artillería empezaron a tomar
posiciones por las calles de Ferrol y a ocupar los puntos
establecidos en el citado plan “C”, pero
no se declaró el estado de guerra. Desde
el Ayuntamiento, se lanzaron tres potentes voladores que
anunciaron a la población que el Ejército
se había sublevado. Algunos grupos de trabajadores,
armados con unas pocas pistolas y alguna escopeta, provocaron
conatos de resistencia con disparos desde las esquinas de
las calles, mientras el resto del personal de la Constructora
Naval abandona los talleres.
¿Qué
ocurrió en la Base Naval? Hay que tomar con mucha
cautela los relatos de los hechos porque o bien proceden
de mandos comprometidos o que simpatizaban con la sublevación,
o bien de personas que recogen lo que les contaron otras
que no citan. Los pocos que no simpatizaban con los rebeldes
y que por el puesto que desempeñaban podían
tener un conocimiento amplio y una visión de conjunto
de los hechos, contralmirante Azarola, capitán de
navío Sánchez Ferragut, fueron fusilados.
También fueron fusilados o murieron en los combates,
la mayoría de los marineros, cabos y auxiliares que
salieron en defensa de la República. Téngase
en cuenta que, según detalla el historiador Xosé
Manuel Suárez, en la comarca de Ferrol fueron ejecutadas
al menos seiscientas cincuenta personas.
Hecha
la advertencia, y a tenor de cómo se desarrollaron
los acontecimientos, parece que está claro que la
sublevación en la base se inició al mismo
tiempo que en la ciudad: se detuvo al contralmirante Azarola,
se desplegaron las primeras fuerzas y se emplazaron ametralladoras
por los puntos estratégicos que dominaban la Base.
Los insurrectos contaban con las fuerzas de Infantería
de Marina y poco más. Cuando se pretendió
sacar una compañía de desembarco formada por
marineros del acorazado “España”, los
suboficiales y la marinería se dieron cuenta de que
les querían llevar engañados para ocupar los
objetivos que los insurrectos habían asignado a la
Marina. Entonces, se rebelaron, dispararon contra los oficiales
y se adueñaron del viejo acorazado, que era una especie
de cuartel flotante. Del crucero “Almirante Cervera”,
que estaba en dique seco, salieron también algunas
secciones de marineros armados a tomar posiciones en los
edificios próximos. Cuando se inició
el tiroteo, hubo tal confusión que no se sabía
bien quién disparaba contra quién y con qué
finalidad. Entonces, los marineros del “Cervera”
recibieron orden de regresar a bordo. Poco después,
un grupo numeroso de civiles que había entrado en
la Base se mezcló con marineros de la dotación
y subieron al crucero. En esas horas, también se
vieron marineros del “Cervera” por las calles
de Ferrol portando sus armas reglamentarias y en una actitud
clara de oposición al levantamiento militar.
Con
el mando del Arsenal en manos del capitán de fragata
Angel Suances, ninguno de los buques de guerra surtos en
la base se sumó a la sublevación. Solamente
el destructor “Velasco”, que mandaba del capitán
de corbeta Manuel Calderón, permaneció desde
el principio hasta el final al lado de los sublevados.
En el dique de la Campana se encontraba del torpedero “Nº
7” y era su comandante accidental el alférez
de navío Antonio Azarola, hijo del contralmirante.
Toda la dotación del torpedero se encerró
a bordo y no participó en los combates. Hay un momento
en esta tarde del lunes día veinte que parece que
la sublevación va a ser dominada en la Base por las
fuerzas de marinería adictas a la República.
El capitán de navío Francisco Moreno,
tras celebrarse la reunión de jefes con el vicealmirante
Núñez, permaneció en el Estado Mayor
de la Base dirigiendo los movimientos de las fuerzas que
se habían sublevado y a las diez de la noche el vicealmirante
Núñez le nombró jefe del Arsenal.
Mientras
dentro de la Base proseguían los intensos tiroteos,
en la ciudad de Ferrol las tropas del Ejército, al
caer la tarde, habían rendido el Ayuntamiento y detenido
al alcalde y a setenta personas más. Ocuparon al
asalto la Casa del Pueblo y fueron eliminando,
uno tras otro, los pocos focos de resistencia que quedaban.
Pero hasta las cuatro y media de la madrugada del día
veinte para amanecer el veintiuno no pudieron enviar refuerzos
a los insurrectos de la Base Naval. En dos camiones blindados
llegaron el capitán de navío Francisco Moreno
con oficiales y soldados de Artillería e Intendencia,
y varios cañones y morteros que se emplazaron inmediatamente
para hacer fuego contra el “Cervera”. Uno de
esos camiones blindados se utilizó a continuación
para evacuar al contralmirante Azarola y a su mujer, que
estaba enferma, alojándoles en las habitaciones particulares
del vicealmirante Núñez. La tripulación
del “Cervera”, aprovechando la oscuridad, consiguió
abrir una de las válvulas que daban agua al dique
para tratar así de ponerlo a flote y poder salir
a fondear en lugar seguro. Una vez a flote, el “Cervera”
tenía orden, radiada desde Madrid, para disparar
sus cañones, incluso los de grueso calibre, contra
las dependencias donde se hubieran hecho fuertes los insurrectos.
Desde
la jefatura de la Base se solicitó al Comandante
Militar que enviase al alcalde Santamaría, preso
en el cuartel de Artillería, para que se dirigiese
a la tripulación del “Cervera” y procurase
convencerles de que se rindieran. El general Morales, primero,
se negó, pero poco después, aceptó
la propuesta con la condición de que acompañase
a Santamaría y estuviera siempre presente un jefe
de Artillería. En un coche procedente del Gobierno
Militar llegó a la Base el alcalde Santamaría
con el teniente coronel Fano. En la Jefatura de la Base
y en presencia de Fano y Núñez, se entrevistaron
Azarola y Santamaría, pero a pesar de pedírselo
el propio Azarola, Santamaría rechazó que
tuviera ninguna influencia sobre la tripulación del
“Cervera” y se negó a dirigirse a ellos.
Como
es conocido, la llegada de unos hidroaviones de la base
de Marín en apoyo de los sublevados y el ardid del
falso mensaje de radio pidiendo en nombre del gobierno que
se evitase el derramamiento de sangre, fueron factores que
contribuyeron grandemente a la desmoralización de
las fuerzas que sostenían la causa de la República.
No obstante, el “Cervera” llegó a hacer
varios disparos de cañón, algunos de ellos
con los de 15,5; disparos que obligaron a los rebeldes a
abandonar posiciones. Aunque, según parece, habían
conseguido abrir la compuerta del dique, el crucero no llegó
a salir del mismo. Allí, fue bombardeado por los
hidros y artillería de los rebeldes, aunque sin consecuencias.
Como temían sobremanera la acción del “Cervera”,
se llegaron a cursar órdenes para que las baterías
de defensa de costa de Montefaro estuvieran preparadas para
disparar sobre él.
Al
caer la tarde, en el crucero se izó bandera blanca
y se pidió parlamentar. Desembarcó entonces
el teniente de navío Sánchez Pinzón
para entrevistarse con los jefes rebeldes. Acompañado
por el capitán de navío Francisco Moreno,
Sánchez Pinzón se presentó ante el
vicealmirante Núñez para exponerle las condiciones
de rendición, condiciones que fueron aceptadas. Entonces,
el comandante, oficiales y la mayor parte de la dotación
abandonaron el “Cervera”. Permanecieron a bordo
del crucero parte de la marinería y del personal
encargado del mantenimiento de las calderas junto con un
grupo de paisanos. Estos fueron los que se rindieron horas
después cuando se presentó para ocupar el
buque el capitán de fragata Salvador Moreno con una
sección de Infantería de Marina. En la madrugada
del veintiuno para el veintidós se rindió
la dotación del “España” y la
Base Naval quedó ya en manos de los sublevados.
Una
nota importante que conviene remarcar es que hasta las diez
de la mañana del miércoles día veintidós
no ordenó el Comandante Militar de Ferrol, general
Ricardo Morales, que se declarase el estado de guerra y
se fijasen en las calles los bandos con sus disposiciones.
Entonces,
en Ferrol, como en el resto de la España que caía
en manos de los sublevados, el régimen de terror
que instauraban se asentaba en dos tipos de actuaciones
complementarias: por un lado, la trágica farsa de
los consejos de guerra con su epílogo de fusilamientos;
por otro, los “paseos” que concluían
con cuatro balazos en las tapias del cementerio o en la
cuneta de la carretera.
Capítulo
siguiente.