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La represión franquista en Carreño.

La verdadera historia de los Alvarez Rodríguez, de Prendes, en Carreño.

Capítulo II

La entrada de los nacionales en Asturias en Octubre de 1937


Por Lourdes Alvarez.

 

De los cuatro hermanos, solamente se escondió uno porque había sido alférez de ametralladoras. Los otros tres vinieron para casa. Mi madre les dijo que por qué no iban al Musel a coger un barco, pero ellos decían que qué les iba a pasar a ellos, si no habían hecho nada.

Primero llevaron al solteru, que estaba en casa, y luego al otro, que tenía cinco hijos, y entonces, fue Eladio a presentase a casa de Emilio y le dijo: “Emilio, llevaron a Falo y a Manolo para Candás...” Y el le contestó: “A ti no te pasa nada, a ti llévote yo” Y llevolu él.

Estuvieron cuatro días en Candás, y a los cuatro días amarráronlos y lleváronlos a matalos a San Antonio. Lleváronlos a ellos tres sólos. Por el camín les preguntaron por el otru hermanu, pero no yos sacaron nada. Matáronlos, y pa tiralos a la mar, cortaron-yos les cuerdes. A uno no lu habíen matao. Era Manolo, que se presentó en casa a las cuatro de la mañana con un tiru en un brazu y otru en la espalda. Picaron a la puerta y bajó mi madre a abrir...

No se salvó. Estaba casau y tenía cinco hijos...

Entonces, mi madre preguntó: “Manolo, ¿qué pasó?” Y ella, antes que nada, preguntó por Falo, que tenía veinte años. Mamá, matáronnos; tiráronnos a la mar y yo salí al faro de Candás. Y mi madre, pues, estaba loca... Y Manolo le dijo: “Madre, tápame a mí que tengo cinco hijos.” Fue un cuadro espantoso.


El caso es que pasó, curolu un hombre de allí, don Antonio, el señoritu la quinta. No era médicu, pero túvolu ocho días en su casa y curoi les herides, hasta que dijo que no lu podía tener más tiempo. Claro, en casa tampoco podía estar, y guardáronlu, cuándo unos, cuándo otros, pero él no valía para estar guardau, presentábase a todos, a los que el conocía y creía que podía tener confianza en ellos, y empezaron a decir “Manolo el ferreru ta aquí, Manolo el ferreru ta aquí.”


Lourdes Alvarez y tres de sus hermanos.

A una mujer en Albandi que i mataron al marido, llevó más palos por culpa de él... Hicieron'i hacer una fosa en casa mismo, que antes les cocines teníen el suelo de barro. Hasta que se negó a seguir cavando y yos dijo que para enterrala a ella ya había bastante. Pegaron'i mucho, porque decíen que al mi hermanu Manolo lu habíen visto allí, y sí, estaba allí, primero en casa y luego en el monte, y esa muyer llevabai de comer. El casu ye que él, después, salió a una muyer que iba para la fuente a pedii un cachu pan y ella fue a denuncialu, allí, en Albandi, a unos falangistas que primero fueron de las Juventudes Comunistas.

Juntaronse cinco o seis, corrieron tras de él por el monte y mataronlu allí. Sí, compañeros de partido. Cuatro meses estuvo, y a los cuatro meses matáronlu junto a casa.

El otru hermanu mío siguió guardau... Llevaron a mi madre presa.
El hermano que nos quedaba, Adolfo, estaba escondiu en casa de la mi cuñada.
Y un día, la muyer de Manolo escribioi una carta para que fuera a recoger unos paños a una casa de una vecina, que habíen llevao la ropa p’allí. Ella cogió una cesta y fue a llevai los paños pa mandalos pal Coto. Entonces a ella siguiéronla y por la noche fue allí la Falange de Candás a cachear. Ella estaba en el horru, y les neñes aquel día estaben en nuestra casa. Y, claro, al cachear allí, el mi hermanu estaba abajo durmiendo, en una bodega que había allí. El salió a por todo, salió y disparó. A un soldau lu mató... Econtrose en un praín de allí con la pistola descargada. Traía bombes de mano con él, estaba bien preparau... Tirose praos abajo, por un talud, pero abajo estaben también los de Falange, todo rodeao. Los de abajo preguntaron: “¿Quién?” Y el dijo: falange. Pero claro, él en eso escapó, escapóseyos por otro sitio. Entoces volvieron donde la mi cuñada, hiciérola bajar del horru, sacáronla, y a un tal que llamaben Marqués Valero y el tal Jesús de don Carlos, que era el jefe de la Falange de Candás, bajáronla por les escaleres p’abajo y el Marqués pegoi dos palos y dijo: “Tú te mereces dos palos”. Y dijo Jesús de don Carlos: “Tú te mereces más. Arrimate ahí.” Y ella arrimose a la pared y pegaroni dos tiros. Dejó dos niñines, una de cuatro años y otra de dos años y medio con puramente lo puesto. Precintaron la casa y de allí no se pudo sacar nada. Dejaron dos niñines desnudes.

Bueno, pues nosotros no sabíamos nada. Yo diba allí, a casa de un vecín por la mañana a trabayar toul día pa llevar un pocu leche y algo pa casa, porque no había nada, y aparáronme allá, junto a la capilla de Prendes. Veníen unos soldaos de un batallón que había en el Centro de Agricultores. Aparáronme y me dijeron: “¿de tu casa no salieron tiros anoche?” Contesté que no, que de mi casa que no. El insistió que de algún sitiu habíen salido... Me preguntó que pa donde iba y le dije que a una casa de allí a trabajar. Me ordenó que no saliera de la casa a la que iba y pusieron a un soldau a la puerta de casa. Hacia la una del mediodía, xiblaronse unos a otros y marchó. Yo le dije a Josefa, que me iba para mi casa a ver qué pasaba y que volvía enseguida. Al llegar a casa le pregunté a la mi hermana qué había pasao, y ya me dijo que habíen matao a Consuelo (la cuñada).


Los padres de Lourdes cuando eran jóvenes y el padre en la época
de producirse los hechos que aquí se cuentan.

Mi madre estaba presa en Candás, pegaroni, llamábenla “la pasionaria”, cortaroni el pelo, pusiéroni UHP en la cabeza. De Candás lleváronla pa La Vidriera de Avilés. De La Vidriera de Avilés trajéronla pal Cerilleru, y del Cerilleru llevaronla pa Gijón. Fue entre Marzo y Abril del 38. Lleváronla pa Gijón, juzgaronla y cayerony 50 pesetes de multa por desafecta al régimen. Estaba presa en El Coto hasta que pagásemos les 50 pesetes. Fuimos a vela un día y dijo ella” “sacaime de aquí´” Dijimosi nosotres: “Mamá, tas mejor ahí que en casa.” Porque aquella casa nuestra era un infierno, no podíamos ir a la fuente, no podíamos ir a ningún sitiu. “Si salgo de aquí mátobos, ye que no sabéis lo que ye esto.” Y bueno, bajamos a Gijón y en la Plaza había una carnicera que llamaben Aniceta a la que mi madre i vendía algo, y fuimos a pedii les 50 pesetes. Y diónosles. Fuimos a Orden Público, dimos les 50 pesetes, diéronnos un papel y con aquel papel fuimos al Coto y salió mi madre. Entonces, en la calle 17 de Agosto había una que había estao presa con ella. Le dijimos a mi madre que era mejor que se quedase en esa casa unos días. Ella dijo que sí. Era de viernes. De sábado por la tarde presentose mi madre en casa. Tenía sesenta años y dijo que tenía ganes de venir pa casa. Traía una carta pa una de Avilés, de Santiago el Chulo, de una hija que tenía presa, y fue a llevaila. Díjonos que iba ir andando hasta Trasona y quedase a dormir allí, en casa de una prima, y al día siguiente iba a casa de Santiago el Chulo a dai la carta. Bueno, pues de lunes a medianoche ya vinieron a buscala. Estábamos en casa mi padre, la mi hermana, yo y les neñes de Consuelo. Entró en casa uno que no conocíamos. Yo estaba durmiendo y sentí un tiru. Cuando bajé ya se habían marchao. Le pregunté a mi hermana qué había pasao y me dijo que el tiru lu habíen pegao en el portal. Eran de la centuria de Valladolid. Se llevaron toda la ropa, los trajes de los mis hermanos. Emilia les pidió que no se lo llevasen, que era el únicu recuerdo que teníamos. Dijo que quedaba depositao en casa de Gerardo Demetrio, y que cuando se presentase mi madre que fuera a buscalo allí. Bueno, pues al otro día por la mañana, dijimos-i a él que mi madre no estaba aquí, que estaba en Trasona. Porque mi madre había dicho que si veníen a buscarla que dijesen dónde estaba, que no-i daba más morir que no. Al día siguiente, sobre las cuatro de la tarde volvieron a buscarla a casa, entonces ya conocimos quién eren: los vecinos: José Ramón de Quirós, Falo de Jesús, José Ramón de Quirós, un hijo del Xelal, y entonces ya eren todos conocidos, ya no era la centuria de Valladolid. Preguntaron por mi madre y les dijimos que estaba en Trasona, porque mi hermana había ido hasta Trasona y a la vuelta pasó por el cuartel de la Guardia Civil a decir que habían vuelto a buscar a mi madre los de Falange. Le dijeron en el cuartel que fuera tranquila para casa que a nuestra madre no le pasaba nada. Fueron a buscarla a Trasona y la llevaron para la centuria que estaba en Deva. Mi hermana la vino a ver. La tuvieron ahí desde el martes hasta el sábado. La sábado por la noche salió un vecín que lu habíen llevao cuando ella. El vecín, pagaron quinientes pesetes uno por él y fue pa casa. Y a mi madre la mataron en Los Caleros de Roces.

Supimos donde estaba presa mi madre porque los conocimos a los que la llevaron. Al día siguiente de llevarla, fue mi padre a casa Demetrio a buscar los trajes de los mis hermanos y dijoi Gerardo que él no los conocía, que no sabíen quién eren, siempre y cuando uno de ellos era el sobrín de él. Un traje gastolu Gerardo Demetrio y otru uno de Perlora, los dos solteros. Cuando fue mi hermana a ver a mi madre a Deva econtrose allí con José Ramón de Quirós. Le preguntó por ella y el otro le dijo que mi madre iba a venir para casa, que no se preocupase. Bueno, pues mi hermana vino de vuelta para casa y nos dijo eso, que a mi madre la iban a mandar para casa.

Aquella misma noche llegó el mi hermanu, que estaba guardau pol monte. Dijímosi que habíen llevao a nuestra madre otra vez. El dijo: “Yo si supiere fijo que mi madre se salvaba por presentame yo, presentábame. Pero yo sé fijo que van a matar a mi madre y a mí van a picame, porque me van a picar.” Nosostros le dijimos: “Ay, Adolfo, si te cogen...” “No tener preocupación por mí, que a mí, vivu, no me cogen, tengo yo valor suficiente pa matame.”

Bueno, pues llamaron a Marcelo el de Vicente, que tenía una furgoneta, para que fuera a buscar un muertu. Dijo que cuando llegó allí le cayó el alma a los pies al ver que era Ramona de... Cogila y llevela pa Ceares. No lo sé, no sabemos más de ella.

Con mi padre hicieron tanto como con Jesucristo. El 25 de Febrero, mi padre llevaba ya tres meses presentándose en una curva de la carretera de Prendes al Tiru a las once de la mañana. Le hacían contar hasta diez y le mandaban que volviese al día siguiente. A los tres meses, nos sacaron de casa a la una de la noche a mi padre, a la mi hermana y a mí. Nos llevaron a cachear una casa que había en Prendes en la que no vivía nadie. A nosotros nos pusieron delante. Entraron los soldaos, que eran de un batallón que había ahí, en el Centro de Agricultores. Salieron y dijeron: “Es que se escapó. Las mujeres tirar para casa y el viejo que se quede aquí.” Bueno, pues vinimos para casa, tranquiles, porque si un hombre buenu había, esi era mi padre. A eso de las cinco de la mañana yo sentí desde la cama decir: “¡Ay mi madre, que me mataron!” Yo dije: “Milia, a mi padre pegaroni.” Y ella contestó: “Tú siempre estás altiva, lo que tienes no es más que miedo.” Volví a sentir otra vez: “¡Ay mi madre, que me mataron!” Bueno, pues yo siento a mi padre. Bajé pa abajo, abrí la puerta y estaba tirau en el portalón. Vino desde la capilla de Prendes hasta casa a gates, con les mueles de una parte de abajo todes sacaes y con los costilles de un lao todes rotes, deshechu, estaba deshechu. Bueno, pues echámoslu en la cama, rompimos una sábana en tires, vendemoslu como pudimos... Y al otru día, no podíamos decir nada, teníamos que callar la boca.

Marchó la mi hermana a lavar. Era por la tarde y yo quedé allí, en el portal y en la puerta que daba a la habitación. Llegaron los soldaos otra vez. Yo como no sabía quién fuera el que pegara a mi padre, seguí allí, arrimada a la puerta. Uno de ellos dijo: “¿Por qué su padre no se fue a presentar hoy?” Le dije: “Porque mi padre no puede.” “¿Qué i pasa?” “Pues que está malu.” “¿Qué tiene?” “Ay, pues no lo sé, entre usted y preguntei.” Y entró, llegó junto a la cama: “¿Qué i pasa, viejo?” “Toy muy malu.” Salió pa fuera: “Bueno, su padre no se va a poder presentar, pero va a presentase usted.” Era un soldao corriente, no sé si era cabu. Le pregunté que si hoy también, y me dijo que sí. Le pregunté a mi padre si conocía al que había entrao: “Esi hijoputa fue el que me pegó esta noche.” Bueno, pues yo marché a presentame al Centro de Agricultores, en La Rebollada, en la carretera que va para Avilés. Esi estaba en una casa más para allá que era del médico que habíen matao. Subí por les escaleres a presentame en la oficina. El estaba detrás de una mesa. Entré y dí las buenas tardes y me acerqué a la mesa. Se levantó: “¿Pero usted no sabe saludar?” Yo dije que sí, que había dao las buenas tardes. Me pegó una hostia tan grande que todavía me está doliendo. No era el cabo de antes, era un alférez. “Vaya a la puerta usted, levante el brazo y diga arriba España.” Bueno, pues así lo hice. “¿Por qué viene usted?” “Porque mi padre no puede venir.” “¿Qué i pasa a su padre?” “No lo sé.” “¿Y no lu visitó un médico?” “No. Pa que venga un médico a mi casa tien que dame usted un papel.” Porque había allí un médicu, don Antonio, que estaba de posada en casa de Gerardo Demetrio. “Bueno, pues tómelu. ¿Qué tien su padre?” “No lo sé.”

De la que bajé, era ya al oscurecer del todo, casi no se veía. Bajaba contenta porque creía que iba a ir el médicu conmigo a casa. Pregunté a la suegra de Gerardo si estaba allí don Antonio y me dijo que estaba arriba, que subiese. Don Antonio me preguntó que qué pasaba, y yo le dije que habían pegao a mi padre. Se extrañó de que le hubiesen pegado. Me dijo que hoy que no iba, porque tenía más miedo que... Pero dijo que a primera hora de la mañana estaba en nuestra casa. Corrí todo lo que pude hasta llegar a casa. Estaba mi hermana y le dije que el médico no venía hasta mañana.

Vino el médico y le dijo: “Hombre, don Manuel, ¿cómo lu pusieron así?” “No lo sé, don Antonio.” “Pero, bueno, es que usted no lo merece.” “Por lo visto, sí lo merecía.” Nos dijo que él no podía hacer nada, que tenía que ser un médico de huesos. “No se puede tocar en él, tien les costilles todes rotes y van a prendei unes bien y otres mal y no sé como va a ser esto.” Mandonos a la farmacia a buscar un líquido blanco pa untalu y seguir vendándulu. “Tien que dame usted un papel pa dir llevalu al alférez del centro.” Me dio el papel y puso de pronóstico reservado. Marché con el papel para el centro. Pensé para mí que hoy no me daríen la hostia porque ya sabía saludar. Le dí el papel al alférez. “Es tanto como pone el médicu aquí.” “No lo sé.” “¿Pero es que usted no sabe cómo está su padre?” “Está mal, pero no lo sé.” Le pregunté si tenía que venir a presentarme más veces. “No hace falta.”

Mi padre quedó mal, pero tiró unos años. Hicieron mucho con mi padre. No lo merecía, porque era un hombre muy buenu, muy buenu. Por donde quiera que se pregunté por Manuel el ferreru en Albandi, en Prendes, todos dirán que era un hombre de lo mejor que había.

Al mi hermanu lu guardaron en Albandi, en una casa. De andar por les cuques del maíz metido hincharon los pies y se baldó. Lu guardaron en la que llamen la casa de Cuervo. Había una madre y una hija y teníen un bar. Estuvo guardau hasta el día de San Martín, el once de noviembre (1938). Cumplía él 25 años y matose esi día. Denunciáronlu. No saben si fue una muyerina que andaba pidiendo por ahí... No se sabe. A él lu iben a coger y dijo: “No vaya a ser que vayan a hacer lo que hicieron con la mi cuñada. Porque si a mí me cogen en un descampao, mato a diestro y a siniestro, y si me cogen en una casa mátome yo". Pegose dos tiros en la cabeza. Entonces, ya nos dejaron, pero hasta entonces quisiera que viesen los días y días que no teníamos qué comer, que comimos por los bardiales, escayos, porque mi padre no tenía nada y éramos seis en casa, nada más que el cielo y la tierra, porque hasta aquelles dos criatures... Que tenía él un hermanu con una casería en Perlora y no les recogió, que pasaron más hambre aquelles neñes pidiendo por les cases de los vecinos. Fue la cosa más horrible que pudo haber, lo más horrible. No lo olvidaré nunca y lo llevaré siempre conmigo.

El señor cura de Albandi, don Alfredo, era un sacerdote como muy pocos en la Iglesia. Fuera de la iglesia, decía él que era como todos, que era un paisano como los demás. No sé de dónde era natural, pero ellos vivíen en El Natahoyo. Tenía una hermana que se llamaba Rosario, tenía un hermanu que se llamaba Jesús, otru hermanu que se llamaba Manolo.

Al cura de Albandi lu mataron (los franquistas) en Candás con Olegario la Partera. ¡Lo que hicieron en Candás con esi Olegario! Trajéronlu por Candás con un palu cruzao por los brazos, les partes todos desheches...

El cura de Albandi estuvo en el hospitalillo de Revillagigedo haciendo servicio cuando la guerra. Luego, lu cogieron presu en Candás y matáronlu. Igual llevaba ocho años de párroco de Albandi. Tiraba mucho pa la gente obrera, muy sociable, de idees avanzades. Paraba mucho por nuestra casa, porque mi padre, los domingos, trabajaba de carpinteru en un bancu que tenía en casa y mucha gente iba a encargai un arao, una gradia. Siempre se saludaban y entraba siempre en casa.

Teníamos un perru que se tiraba siempre al cura, porque el cura traía una muleta que llevaba dentro una espada y provocaba con ella al perro, así que cuando venía el cura había que amarrar siempre al perro. Un día, mi madre le preguntó: “Oiga don Alfredo, ¿hay Dios?” “¿Qué preguntes tien usted? ¿Quién sabe lo que habrá? ¿Habrá una mano poderosa...? No lo sé. Pero mire, yo es que estudié para cura como el marido suyu que está ahí trabajando estudió pa carpinteru, sólo que la mi carrera fue más larga.

Mi madre fue una mujer muy buena, muy arrogante, que no tenía nada de ella. Todos los días rezaba el rosario. No iba a misa, pero creía mucho en el rosario, nunca la vi ir a confesar, pero el rosario todos los días lu rezaba y a mí teníame allí con ella. Pues mira qué desgracia tenía yo por ser la última, porque los mis hermanos eren hombres y la mi hermana nunca estuvo en casa, yo no la conocí en casa, siempre estuvo sirviendo en casa de los marqueses de Valero (que veraneaben en Candás).

Después que pasó todo, éramos seis en casa, pasando hambre porque nadie nos daba nada. Teníamos una casina y no pagábamos renta. Mi padre quedó tan mal de cuando i-pegaron tanto que no podía ir a trabajar a ningún sitio. Los del taller donde trabajaba fueron los que nos sacaron avante. En un carro y un burru, llevabeni desde Veriña les pieces a casa pa que les hiciera allí y pagaben-i algo. Yo fui a trabayar a una casa y llevaba algo de leche y comida pa casa. Porque la mi hermana había tenido una hija de soltera, y con les dos que habíen quedao huérfanes criaronse en casa hasta que fueron mayorines y fueron a servir y casaronse. Tuvieron suerte porque dieron con unos mozos muy formales.

Luego, ya aparó todo: no se vieron más muertos ni se vio nada más, apaciguáronse y deshizose la Falange que bastante nos machacó.Y eso que e
n Albandi, con los rojos, no se mató a nadie.

Otra gente que mataron los nacionales:

De Albandi:
Pin de la Pesgana,
Manolo el Convento,
el párroco Alfredo Santirso,
Manuel de la Casera,
Lolo Pin,
Sidro Antón
y la mi cuñada.

De Prendes:
Florentino de Reguera,
el médico Carlos Mingote que vivía en La Rebollada,
Graciano Pinzales, de 17 años,
Alvaro Cantarines,
Jenaro Sordu,
Demetrio.

De Logrezana:
Casa García, José Pepón,
4 hermanos de Casa Gabino,
el hijo de la del Salguero,
Josefa Martínez López, de Tamón.

Y mucha gente de Candás, hasta que el cura de Luanco dijo que no pasaben más camiones por allí pa matalos en Peñas, y no pasaron más.

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