No hay pasaporte ni para mi padre
Por
Santiago Blanco
Otro
error de la historia contemporánea —de la de
ayer y de hoy— es el de la lucha de los nacionalistas
vascos. Los nacionalistas vascos lucharon valientemente,
heroicamente, y todos los aumentativos que se desee, y que
son justos, como lucharon con idéntica adjetivación
todos los españoles durante la estúpida guerra
civil. A nadie impresiona ya ese lenguaje de valientes,
cuando todos lo fueron. Pero esos vascos lucharon por sus
Fueros. Sus batallones pelearon en Euzkadi y en Asturias,
mientras duró Euzkadi. Cuando cayó
el País Vasco en poder de las fuerzas de Franco,
los vascos dejaron de pelear. En mi despacho del Gobierno
Civil de Asturias tenía cola de vascos que exigían
pasaporte para largarse con viento, fresco, hacia Francia,
aun cuando estaban comprendidos en edad militar y Asturias
y el resto de España seguían luchando. (Cuando,
huyendo una vez más de un campo de. concentración
francés, en compañía de otros dos fugitivos,
ambos andaluces —Benito Vizcaíno, de Almería,
y Ricardo González, de Motril— nos dirigimos
a un Refugio vasco, en Narbona, en demanda de comida, nos
encontramos con los fueros feudales de los agresivos nacionalistas
vascos No había comida más que para los vascos.
Aquello era un refugio «del Gobierno Vasco».
Había que apellidarse Aguirreurreta, o algo por el
estilo, o demostrar que se era ciudadano vasco. Y
no hubo comida para los tres maquetos muertos de hambre
y fugitivos. Fueron los franceses —los
socialistas franceses— quienes nos recogieron y nos
albergaron en una chabola campesina y nos dieron comida
y nos ayudaron fraternalmente.)
(Años después, en el París ya liberado,
en la época en que trabajé como redactor de
política y arte de la Agencia Febus, dirigida por
José María Aguirre y de la cual era principal
accionista el teniente Amado Granell ....-libertador de
París—, me hallaba con mi compañero
de redacción y brillantísimo periodista Mario
de la Viña tomando el diario café de la tarde
en la terraza de «La Belle Ferronniére»,
en la rue Pierre Charron, de cuyo establecimiento éramos
asiduos clientes —sólo para tomar aquella pócima
infernal que se llamaba café sin el menor respeto
al verdadero café—, cuando surgió en
la mesa contigua una curiosa conversación, a plena
voz, como hacemos los españoles —incluyendo
a los vascos—. Un grupo de estos estimados compatriotas
recordaba acaloradamente las incidencias de la caída
de Bilbao, el paso fugaz por Santander y su «caída»
en Asturias. Mario de la Viña y yo escuchábamos
divertidos los gritos del grupo de vascos, quienes, naturalmente,
hablaban en castellano.
—Donde lo pasamos más jodido —decía
un vasco grandote, bien alimentado— fue en Asturias.
Los asturianos estaban empeñados en meternos en sus
batallones y querían obligarnos a ir al frente, cuando
aquello ya estaba más que jodido —el adjetivo
era reiterado como expresión definitiva.
—Lo peor de todo —terció otro de mediana
estatura, con cara de navaja de afeitar— era un carajito
que había en el Gobierno Civil que no quería
dar pasaporte ni a su padre. El muy imbécil decía
que los vascos que estuviesen comprendidos en edad militar
teníamos que ir al frente.
Mario de la Viña, que conocía los ruidosos
incidentes que yo había tenido en el Gobierno de
Asturias con los vascos que se presentaban a exigirme pasaporte
para salir de Asturias porque «allí ya no tenían
nada que hacer» y a quienes yo preguntaba si era para
incorporarse a la zona leal de Cataluña o para quedarse
en Francia —que nos constaba que era su intención—,
me miró preocupado y soltó un taco previendo
el lío.
—¿Ustedes no son españoles? —les
pregunté dirigiéndome a todo el grupo.
Me había vuelto simplemente hacia ellos, sin levantarme
de mi silla.
—Somos vascos —me contestó el grandote
«jodido». —Y eso, ¿dónde
coño está? ¿Por qué hablan en
español y no en vasco?
Fue un momento de sorpresa para todos ellos, que aproveché
para largarles el mal café que me habían revuelto
con sus recuerdos:
—El carajito en cuestión, soy yo. Y,
efectivamente, no le daba pasaporte ni a mi padre porque
mi padre era útil a nuestra causa, y peleaba por
la República. Pero sostengo que ustedes no merecían
el pasaporte que solicitaban para quedarse en Francia. Y
¡carajo!, tienen ustedes razón al no querer
ser españoles, porque con españoles como ustedes
España se va á la mierda.