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No es democrático que en esas pachangas de reuniones de chigre se esté decidiendo quién gobierna y quién no. Lo democrático es que el pueblo, el ciudadano, pueda votar directamente a su alcalde
XYZ

Por Marcelino Laruelo.

 


Siempre me gustaron las matemáticas. Y eso a pesar de los malos profesores que me tocaron. Ha habido elecciones, pero el análisis de los números electorales no va más allá de sumas y restas que aburren a las piedras.

Cuentan las crónicas que estando en el hospital el gran matemático hindú Srinivasa Ramanujan recibió la visita de otro matemático que le dijo que había venido en el taxi 1.729; “un número muy aburrido”. Ramanujan, de inmediato, le contestó que no, que era un número “bastante interesante”, pues era el número más pequeño que podía expresar la suma del cubo de dos números de dos diferentes maneras: 1 elevado a 3 más 12 elevado a 3; ó 9 elevado a 3 más 10 elevado a 3. Sí, señor.

40 también puede ser un número políticamente interesante. Más del 40 por ciento del electorado de Asturias no fue a votar o lo hizo en blanco o nulo. Ofende a la inteligencia el pasotismo histórico de los análisis políticos sobre esta cuestión. Han sido 88.000 en Gijón y 453.000 en Asturias. Superan al partido que más votos haya sacado. Pero con esos no se quiere reunir nadie.

Los abstencionistas no serán siempre los mismos, digo yo, porque, entonces, habría que concluir que son también los mismos los que votan lo de siempre en plan hinchada futbolera. Tampoco es aceptable que se considere a los abstencionistas y nulistas como una especie de ciudadanos subprime o substandard. Y aunque solamente la mitad de ese 40 por ciento actuara por motivaciones políticas e ideológicas definidas, ya sería un factor de primer orden a tener en cuenta.

XYZ, la ecuación de tres incógnitas tiene solución. Pero en estas elecciones, sin igualdad, la ecuación era una nebulosa: candidato X, candidatura Y, programa Z. Muchas incógnitas. Máxime en una época en que la confianza en XYZ es tendente a cero. Como dirían en la antigua Cimadevilla: “¿En qué barcu anda esi/a?”

No vamos a mejor. El tenderete se viene abajo por su propia podredumbre, no es que lo quieran tirar para levantar otro mejor. No hay planos ni vigas, hay escayola y merengue. Si fuera posible confrontar en un debate los componentes de las candidaturas de 1979 con los de las pasadas elecciones, creo yo que no les aguantaban un asalto. Aquellos venían de años de brega y se preocupaban por tener un mínimo de fundamento, y éstos llegan del subvencionariado y el funcionariado por la gracia de un clic o de un cloc.

De la acerada pluma del director de la Neue Rehinische Zeitung saldrían frases más duras y exactas, análisis más acertados. Y es que, también aquí y ahora, lo viejo no acaba de irse y lo nuevo no es capaz de fundamentarse. La “pudriella” sigue creciendo. Sexto, de la ley a la ley, va eliminando a la clase política de Primero. Todo es un “déjà vu”. Y más vale que se repita como farsa que como tragedia.

En un país en el que todo el mundo se escaquea todo lo que puede, en el que nadie quiere llevar las cuentas de la comunidad de vecinos del edificio en el que vive, resulta escamante la facilidad con que los partidos rellenan sus listas electorales y servicios adyacentes cuando se trata de conseguir el mangoneo de pueblos, ciudades y autonomías.

Mientras siga vigente el abstruso, injusto y antidemocrático sistema electoral actual no seré yo el que me acerque a las urnas. Los beneficiados y perjudicados de ese sistema cambian, pero sus males permanecen. No es democrático que en esas pachangas de reuniones de chigre se esté decidiendo quién gobierna y quién no. Lo democrático es que el pueblo, el ciudadano, pueda votar directamente a su alcalde, a su concejal de barrio, a su diputado y a su presidente autonómico. Lo democrático es elegir representantes, no contribuir a porcentajes.

La “pudriella” es total, sistémica. No se trata de colonia y aspirinas, sino de entrar con la retro. La cuestión no es “okupar” la poltrona, sino cómo controlarle cuando esté en la poltrona. Ya vimos lo que dio de sí el “cambio” de los socialfelipistas, y eso que parecían más listos y con más fundamento. Así que, muchos o pocos, mientras las cosas sigan así, ya no picamos ni poniendo quisquilla en la papeleta. Que conste.