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Oficina de Defensa del Anciano         Asturias Republicana
   
   

Las ventajas de los trabajadores de las grandes empresas no se trasladan a los de las pequeñas ni a las subcontratas
La UGT (y la CNT) para no iniciados
Por Marcelino Laruelo.


En la primavera de 1977, en el local de la UGT de Gijón, en el Natahoyo, todas las tardes se formaban colas de trabajadores delante de las mesas de los sindicatos: no se daba abasto a rellenar fichas, entregar carnets, cobrar cotizaciones y defender al obrero lo mejor que se podía y sabía, sin nadie que enseñara ni guiara. Gratis et amore. Sin horas sindicales. Todo por la causa obrera.

A finales de enero de 1977, unos pistoleros del conglomerado de la extrema derecha franquista asesinaron a tiros a los indefensos trabajadores del despacho laboralista de la calle de Atocha, en Madrid, vinculado a Comisiones Obreras y al PCE. Todo el mundo se alzó en un clamor contra ese crimen de ejecutoria mafiosa y toda la izquierda se unió, entonces sí, al PCE de forma fraternal e incondicional. Si hubieran querido, podrían haberse adueñado de todos los centros de poder en Madrid sin que hubiera sonado un solo tiro. ¿Quién, en aquella España, en aquella Europa y en aquel mundo se iba a enfrentar a un millón de trabajadores capitalinos indignados y resueltos a todo? Semanas tuvieron para organizar el jaque mate. Pero la dirección del PCE no estaba para revoluciones, sino para negociaciones. Pilar Brabo se encargó de que imperara el orden del “servicio de orden”. Centenares de coronas, pero ni una bandera ni una pancarta, y seis mil “sifones” ante el menor grito o consigna. El PCE, reconocido ya como partido de orden, fue legalizado por orden del presidente Adolfo Suárez dos meses y medio después. El PCE se presentó a las elecciones de junio de 1977 sin importarle que todos los partidos y organizaciones de o a su izquierda estuvieran sin legalizar. En esas elecciones, no libres, no democráticas y no constituyentes: PSOE, 118 diputados, PCE, 20. Consecuencia de una política equivocada. Y carreras para entrar en el PSOE.

En política, como en medicina, lo importante no son las recetas, sino acertar en el diagnóstico. No es mejor médico el que más pacientes haya mandado para el otro barrio, ni es mejor partido al que más militantes le metan en la cárcel. Es imposible que bajo una dictadura un sindicato pueda funcionar. CC OO, sin el PCE, no hubiera pasado de ser una sensibilidad más en el Vertical, como la JOC, la HOAC y los falangistas no franquistas. Los trabajadores siempre defendieron lo que es suyo como pudieron y cuando pudieron, basta ver las demandas en las magistraturas de Trabajo de 1940 para acá.

A mediados de los setenta, CC OO, el PCE y otros querían transformar el Vertical en una central única, según el modelo portugués, de funcionamiento asambleario y controlado por ellos. Frente a eso, estaba la reconstrucción de los sindicatos históricos, con sus secciones sindicales y sus sindicatos y federaciones de industria. De abajo arriba, no al revés. Tampoco hubo juego limpio. A la CNT, Martín Villa la trató como en la II República: acosarla, perseguirla, infiltrarla; pero la CNT de los setenta era mucho más débil, tantos estudiantes y tan pocos obreros. La UGT supo aprovechar el viento a favor para fortalecerse y consolidarse. Al final, la aceptación de los comités de empresa propició una imantación entre todos los sindicatos. La dependencia de las subvenciones para mantener costosos aparatos burocráticos hizo el resto. No hay sindicalismo porque las ventajas obtenidas por los trabajadores de las grandes empresas no se trasladan a los de las pequeñas ni a las subcontratas. Si se suprimieran las subvenciones, las horas sindicales y otras mamandurrias sólo quedarían las ejecutivas.

La pudriella de la corrupción y el amor al dinero ha destruido algo tan noble como la defensa de los derechos y condiciones de vida de los trabajadores. Desmoraliza y entristece ver a la UCO llevar detenido a alguno de los que en 1977 estaba detrás de aquellas mesas en un bajo del Natahoyo. Otro sindicalismo es posible, claro que sí, con honradez, sin lujos ni ostentación. Pero tampoco veo yo que se trate igual a los Blackblesa, ni a los Estafabank, ni a los Estafaluz. En vez de “landróveres”, haría falta el transiberiano. Y no tienen.