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Hay una izquierda pancista que, en cuanto pudo, se hizo funcionarial
Tigres pancistas

Por Marcelino Laruelo.


Contaba aún Gijón con cines de verdad cuando se estrenó El Cazador, de Cimino. No le gustó a la (pseudo) izquierda revolucionaria el realismo de la película. Durante decenios, el cine fue una universidad y una ventana al mundo para aquellos españoles de la infinita posguerra que no tenían un libro en casa ni una peseta para viajar. El ayuntamiento (de tierra) de Gijón, que organiza todo tipo de saraos, ha sido incapaz de tener abiertos un par de cines municipales con buena y variada programación, a dos euros la entrada y sin palomitas. Tal vez así, pudiéramos ver en todo su esplendor La Puerta del Cielo y desintoxicarnos un poco de la basura televisiva.

Uno de los proyectiles del crucero nacionalista Almirante Cervera entró por el tejado del edificio de Salat, en San Bernardo. Menos mal que no explotó. Algún marinero humanitario le quitaría la espoleta. Caían los morterazos del Simancas y paqueaban desde los balcones. Así empezaron, ochenta años hizo, bombardeando una ciudad indefensa: “voy a comprar dos tabletas de chocolate y unas latas de sardinas que esto igual dura una semana”. Y duró casi tres años. Más treinta y cinco de prórroga.

Mirar de frente a los ojos del tigre y aguantarle la mirada. A los poderosos, en la historia de la humanidad, les gustaba rodearse de fieras y emparentar con los dioses. Administrar la vida y la muerte. La “pudriella” se extiende por todas partes, rebasa Asia Menor y el norte de Africa, y entra en Europa clandestinamente haciendo “bumping”. Los “tigres de papel” llevan décadas de concienzuda demolición: mejor la barbarie que cualquier atisbo de socialismo, de progreso, de justicia social... De Tito, Nasser y el movimiento de países no alineados, nos han llevado al odio y al fanatismo, a unos Balcanes medievales y, en el horizonte, otro sultán, otro káiser y otro zar, y otros Reagan y Thatcher.

Hay una izquierda pancista que, en cuanto pudo, se hizo funcionarial. Pero sin “andar en la sierra herido”, como cantaba Víctor Jara, al que los “tigres de papel” le cercenaron las manos, la canción y la vida. ¡Qué sabrán de los zarpazos que recibe el pueblo si pasaron por todas las crisis de este país sin que les cayera una sola gota de agua encima!

Hay seres humanos, en esta ciudad, trabajando doce horas diarias y cobrando lo que les paguen y si les pagan. Hay obras municipales de política baldosística en las que se trabajó en día festivo. Los grandes recortes los sufrieron los trabajadores corrientes, no la aristocracia obrera ni esos dirigentes sindicales que cobran cinco mil euros netos al mes sin ir a trabajar (a cambio de…). Se cometen muchos abusos con los trabajadores y nadie quiere acordarse de que una vez hubo pleno empleo, de que el pleno empleo es posible y necesario. Está bien preocuparse por los tigres del circo y estaría mejor hacerlo por las vacas y las golondrinas, pero ayer vi como una anciana llegaba al geriátrico en la camilla de una ambulancia con un solo trabajador multitarea. Hay ancianos en las residencias amarrados a una silla doce horas al día y a los que nadie saca a ver la luz del sol y ningún médico visita. Son aquellos niños y niñas que fueron la esperanza de la República, los que sufrieron la guerra y la posguerra, y todo lo demás. Y son las víctimas de todo tipo de abusos y atropellos, desde la estafa del ERA a la de los bancos, las eléctricas, las telefónicas…, y la marginación y discriminación sanitaria.

“Salvad al tigre”, que buena película si hubiera un cine en Gijón donde ir a verla otra vez. Que gran papel hizo Jack Lemmon. Las mujeres lloran, los hombres recuerdan.