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Oficina de Defensa del Anciano         Asturias Republicana
   
   

El santo patrono de las estaciones ferroviarias subterráneas y otras causas difíciles e imposibles
San Parrochu

Por Marcelino Laruelo.


12.500 millones de euros les robaron, repito, robaron, a los trabajadores, y 3.500 millones de euros le estafaron a la Seguridad Social en horas trabajadas y no pagadas ni cotizadas. Lo dicen la UGT y CCOO. Si fueran la CSI, la CNT o la CGT, seguro que salía más. Es el robo y la estafa secular: cotizan por ti dos horas y trabajas lo que les de la gana. El verano siempre va bien porque es cuando hacen el “agosto”.

Al señor arzobispo de Oviedo y a la señora alcaldesa de la comuna (de tierra) de Gijón les tengo que escribir una carta, no sobre el robar a los obreros ni el estafar a los ancianos, que eso ya lo hablamos directamente Pedro el Pescador y yo mientras hacemos el “vino crucix” por Cimadevilla. Al arzobispo y a la alcaldesa (de tierra) les voy a escribir para pedirles que, en terrenos del “Solaron”, se construya una ermita bajo la advocación de San Parrochu, un santo un tanto preterido, pero nunca olvidado. San Parrochu, el veintitantos de Agosto, entre la Virgen de Begoña y San Agustín: que se lo digan a los de Divertia para que aprovechen el tirón romero y el estruendo orquestal para rellenar, de paso, los huecos verbeneros que deja el santoral.

Es verdad que los viejos parrocheses del barrio, a los que todavía alcancé a conocer y tratar, no me lo pudieron confirmar. Pero siempre circularon leyendas e historias ancestrales que hablaban de San Parrochu y lo pintaban con una sardina en brazos y un cerdo de ramal. Se decía que en una hambruna muy grande que hubo en Gijón siglos atrás, la laguna que llamaban La Charca, en lo que hoy es el parque de Teodoro Cuesta, que se comunicaba con el mar del Natahoyo, había aparecido una mañana llena de “parroches”, “vives”, pero que se dejaban coger con la mano de los que estaban a punto de palmar de hambre como si estuvieran muertas. Fue ese “milagro” que salvó a los gijoneses de morir de inanición el que está en el origen de la historia o leyenda, pues es lógico pensar que, en justo agradecimiento, se hubiera levantado una pequeña ermita con la imagen descrita, a la que el pueblo enseguida bautizó como San Parrochu. Echémosles la culpa a los franceses napoleónicos de que, en su afán por llevar las luces, le diesen fuego a la ermita. Cenizas de las que hoy va a resurgir. Leyendas, sí, pero lo cierto es que en los viejos planos de Gijón que se conservan en el Archivo General del Castillo de Simancas, provincia de Valladolid, figuran la citada “Charca” y las denominadas “Casas del Parrochu”, situadas entre las vías decimonónicas del Ferrocarril de Langreo. Por otra parte, gochos siempre hubo, los criaban en “corripas” y por piaras, hasta que lo prohibieron las ordenanzas municipales.

A San Parrochu del Solarón, se le podría venerar como el santo patrono de las estaciones ferroviarias subterráneas y otras causas difíciles e imposibles: novenas, la misa, el repicar de la campana, los voladores, sacar al santo en procesión, la “puya’l ramu”, las barracas, y por la noche, la orquesta Estruendo Sideral hasta las seis de la mañana, como hacen los ayuntamientos por todos los pueblos de Asturias. Y la comuna (de tierra) de Gijón no puede ser menos.

¡Central Park! ¡Sí, hombre, sí! A la sombra del Empire State y de la catedral de Chartres, ¡no te jeringa! Si Pitágoras nos visitase, diría que la suma simple de los catetos da una hipotenusa poblacional muy considerable. De la “barrera ferroviaria” a la barrera de barracas. A concejales (de tierra) y “divertias”, ya les veo anunciando un nuevo Wimblendon y el torneo de las Seis Naciones. Pero según el principio de la “democracia del sufrimiento compartido”, que les pongan a ellos debajo del balcón de casa la orquesta Estruendo a toda potencia cuando estén descansando. Gijón, ruidosa capital europea del chiringuito y la barraca.