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Oficina de Defensa del Anciano         Asturias Republicana
   
   

Entre protocolos y trabajo a reglamento
Protocolo machista del organismo autónomo ERA

Por Marcelino Laruelo.

 

Cuentan las crónicas que, tras el triunfo electoral del “socialfelipismo” en Octubre de 1982, aparecieron por los organismos públicos, a las ocho en punto de la mañana, muchas personas desconocidas. Y es que como cobraban el sueldo sin ir a trabajar, temían que con la llegada de los “rojos” al poder, les mandaran a Siberia a “redimir condena por el trabajo”, sin remunerar, claro. Tal vez volvería a pasar lo mismo si ganan ahora los “nuevos”.

Protocolos. Es la palabra de moda y España, dado el nivel de obtusidad generalizada imperante, también se ha llenado de “protocolos”: “Abrir antes de entrar”. Y si no hay “un protocolo” para lo que sea o de lo que sea, entonces lo “mejor” (léase: lo más cómodo) es permanecer de brazos cruzados o seguir “guasapeando”. Antes, a eso se le llamaba “trabajar a reglamento”. Un mal síntoma que vaticinaba el cierre de la empresa.

Económicamente hablando, el ERA trata a los ancianos de sus residencias mucho peor que los bancos a sus “preferentistas”, y desde el punto de vista de la atención recibida, peor que a los presos de la cárcel. Entre la obtusidad y el trabajo a reglamento, casi sería un mal menor mandarles a algunos el sueldo a casa (“ojos que no ven, corazón que no siente”), pues no hay cosa más injusta y desmoralizante que unos se maten a trabajar y otros no la hinquen, y a finales de mes todos cobren lo mismo.

Parece ser, nadie lo ha visto, que uno de los “protocolos” del ERA establece como “norma” que cuando una anciana, a la que tienen amarrada a una silla sin recibir ninguna rehabilitación, deja de caminar, entonces la hay que, no vestir, que vestirse es otra cosa, la hay que cubrir con trapos. Nada de pantalones. Una ventaja tienen los hombres, los ancianos en idéntica situación: a ellos no les ponen vestidos abiertos desde la espalda, ni medias sin liga ni trozos de manta o de cortinas o de manteles por las piernas, que no lo distingo bien. A los hombres, pantalones. A los hombres sí, se puede; a las mujeres, no se puede.

Todavía quedan personas sensibles a la zafiedad. Encontrar en un salón con hombres, mujeres y visitas, a la madre de uno, o de otros, desnuda de cintura para abajo, con las medias en los tobillos y enseñando los pañales es una absoluta falta de respeto a los principios más elementales de la dignidad del ser humano. Máxime cuando se trata de un anciano indefenso al que, además, están estrujando económicamente. Sin olvidar el aspecto higiénico y sanitario.

No sé si en algún “protocolo” del ERA se dice que hay que trabajar en parejas. Poner unos pantalones amplios y cómodos entre dos a una anciana no parece una tarea imposible. Ahora bien, si de lo que se trata es de correr y acabar lo antes posible, sea como sea. Si al que cobra por mandar le da igual ocho que ochenta. Entonces, y al sólo fin de no caer en el pecado constitucional de la discriminación por razón de sexo, tal vez habría que aconsejar a la obtusidad dirigente del ERA que encargara a alguna firma textil centroeuropea, con cargo a los ancianos, por supuesto, unos trajes unisex, modelo campo de concentración, fáciles de poner, resistentes, duraderos y baratos.