asturiasemanal.es
Oficina de Defensa del Anciano         Asturias Republicana
   
   

El árbol no se mete con nadie y a todos beneficia, pero está rodeado de enemigos
Plantar, talar, quemar

Por Marcelino Laruelo.


De la Cumbre del Clima de París, hay dos cosas que me llaman la atención: una me extraña y la otra me indigna. Me extraña que no se hubiera invitado a la cumbre, con voz pero sin voto, al antiguo equipo directivo y técnico alemán de la prestigiosa escuela de Wolfsburgo para que les explicaran cómo, con una simple aplicación informática, se podría bajar un grado la temperatura que marcan todos los termómetros del planeta en 2016. O los termostatos de las calefacciones, para que marcando 21 grados corten a 18. Ya lo hacen con el cambio horario de verano y está el personal encantado.

Lo que me indigna de la cumbre parisina es la actuación del gobierno francés y de su policía: cuando los terroristas islamistas mataban a la gente indefensa el 13 de Noviembre, no se vio ni a un gendarme que, como el de Irma la Dulce, se enfrentase a los matones con su pistola y su silbato. Horas pasaron hasta que se decidieron a intervenir en el Bataclán… Sin embargo, con qué prontitud y contundencia actuaron días después contra los manifestantes de la marcha mundial por el clima: bombas, gases, cargas, 200 detenidos y 25 bajo arresto domiciliario previo.

“Pensar globalmente, actuar localmente” es una de las divisas del ecologismo. El Ayuntamiento que preside la alcaldesa Carmen Moriyón, que dice estar muy centrada en el medio ambiente, acaba de sacar a subasta el aprovechamiento maderero de parcelas de propiedad municipal. No parece que talar árboles, aunque sean “ocalitos”, en un concejo que bate récords de contaminación sea una buena idea.

Dedicarse a cazar conductores con un rádar de alta precisión en carreteras suburbiales de dos carriles en cada sentido con velocidad limitada a 50 en vez de a 70, mientras la ciudad apesta a benceno y otros venenos procedentes de la fábrica de un señor que vive en los “Gardens” londinenses, pues abunda en la sensación de que la señora alcaldesa anda un poco despistada en asuntos medio ambientales y en otros: si quieren que la gente no corra cuando va o viene del trabajo, que quiten un carril de cada lado, hagan un bulevar y planten árboles. Claro, para las arcas municipales es más rentable la caza con rádar.

Plantar un árbol es muy fácil. Desde avionetas se llegaron a plantar árboles, así que, ahora que todos vamos a tener un dron en casa, pues más sencillo todavía. Lograr un árbol es otra cosa. Plantar, por ejemplo, un fresno de dos savias y raíz desnuda en un monte requiere de labor, maña y tenacidad: limpiar de maleza, cavar una fosa, echar buena tierra, cuchar, poner una piedra… El árbol, este fresno, no se mete con nadie y a todos beneficia, pero está rodeado de enemigos: el vendaval que lo desarraiga, la nieve que lo tumba, la sequía que lo angosta, el venado que lo ramonea, el corzo que lo descorteza, la vaca que lo quiebra, la enredadera que lo asfixia…; sin olvidar el bicherío menor y las plagas y enfermedades, y la lluvia ácida… Así que cada vez que paso junto un árbol de cien años, sea un fresno, un roble o un “ocalito”, le saludo y acaricio, y le echo la buenaventura: ¡que los hombres de la motosierra no se fijen en ti!

“Asturias Negra” es el título del libro que escribió José Luis Navazo en la época de “pajaritos, pío, pío; nucleares, pum, pum”. Pegarle fuego al monte es tan fácil como plantar árboles por vía aérea. Si Navazo, escritor, ecologista y piloto, escribiera, varias décadas después, una nueva versión de su famoso libro, tal vez debiera añadir al título: “de los incompetentes”. “La Asturias Negra de los incompetentes”.

Se puede detectar, fotografiar, identificar y multar a un coche que va a cincuenta y tantos por hora, pero no se puede detectar un fuego en el monte hasta que ya lo ven desde Inglaterra. No hablemos ya de limpiar los montes, de reforestar, de mejorar los pastizales, de no dejar que los prados se conviertan en bardiales, de recuperar las fuentes y los ríos y torrentes. Decía Ernest Jünger que cuando peor y más difícil se ponía la vida, la única solución era volver a la tierra. ¡Qué no habría que decir aquí, en la tierra más feraz del mundo, la que va del Bidasoa al Miño! (o viceversa, que diría Cela). ¡Cuántos puestos de trabajo y cuánta riqueza se podría crear!

“Si yo fuera presidente” era aquel programa de Tola, ¡pobre Tola!, que hoy tampoco dejarían emitir aunque viviera. En “Si yo fuese de Podemos”, programa que igualmente no saldría en antena, pediría la dimisión de la “corbata” de agricultura y del “corbato” de la presidencia (y tercer locutor de los partes televisivos) por su incompetencia de reconocido prestigio y larga trayectoria. Y también le diría al “corbato” de Sanidad que sus declaraciones causan diarrea y hasta pueden ser cancerígenas.