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Oficina de Defensa del Anciano         Asturias Republicana
   
   

Olvidar a los que más lo merecen para condecorarse los unos a los otros
Medallas de oro

Por Marcelino Laruelo.


Medalla de oro, no de plata, para los que el día uno de cada mes, de todos los meses de su vida, pagaron la renta y, pudiendo, nunca se hipotecaron. Mil medallas de oro (en papel de periódico reciclable) tengo encargadas.

Medalla de oro al político desconocido. Siete meses de matraca electoral no lo aguanta nadie, ni los tertulianos. Eso sí que perjudica a la salud. Lo mejor de la era marianista han sido estos meses de gobierno “sin funciones”. Si dejaran, yo votaría a un presidente que se presentara sin programa y sin campaña, pero que prometiera: “No voy a hacer nada”. ¡Cuatro años sin decretos, ni leyes, ni tratados, ni BOEs, ni viajes…! ¡Nada! Si dejaran, yo votaría a un alcalde que fuera por el ayuntamiento una vez al mes y tampoco hiciera nada: ¡Cuatro años sin levantar calles, sin cambiar farolas, sin abrir zanjas, sin talar árboles, sin organizar saraos, sin “restallones” y sin traer los B-52 a bombardear la playa! ¡Qué felicidad y qué tranquilidad!

Medalla de oro para los que ayudan gratis a la gente humilde a leer la nómina, a defender sus derechos y a hacer la declaración de la renta. Mientras que los que cobran, tocan la mandolina tras las vidrieras. Teléfonos fantasma o Internet para la pobre gente cumplidora. Venga a dar la matraca con si envían las papeletas electorales por correo o no (“devolver al remitente”), pero lo que no mandan es el borrador de la declaración de la renta, que tanto servicio hacía a todos los que no tratan con Mossack-Fonseca ni dominan el arte de las off shore. La propaganda electoral la deberían de pagar los votantes, antes de pasar por la urna, con un tique como el de la ORA. Veríamos entonces.

Medalla de oro para aquellas mujeres, y sus hombres, que trabajando a turnos en fábricas y hospitales, o de noche haciendo el pan y las medias lunas del desayuno de otros, sacaron adelante una familia. A veces, familias de muchos hijos y casas sin lavadora.

Medalla de oro para la maestra que, sin nada de nada, desasnó a generaciones de rapaces. No como ahora, que un chavalín de diez años, inteligente y despierto, escribe fatal, no sabe las provincias de Aragón ni la capital de Finlandia, y multiplica y lee con dificultad.

Medalla de oro para los que empezaron a trabajar a los doce o catorce años y se jubilaron a los 65. Los que sacaron piedras de la dársena del Dique, condujeron camiones, anduvieron al abareque, plancharon camisas, abrieron la tienda todos los días y trabajaron las vacaciones.

Medalla de oro para el catedrático de inglés que también lo era de francés; que daba clases de alemán y leía libros en ruso; buen violinista y ajedrecista.

Medalla de oro para el maestro de escuela que leía y, ahora, regala libros; el que en los primeros años ochenta entrevistó a los milicianos republicanos de Asturias, buscó en archivos prohibidos y dejó para la historia páginas fundamentales y no superadas de Higinio Carrocera y de los demás mandos milicianos. Que escribió y leyó, escribió y leyó, hasta quemar la vista y quedarse ciego, aunque con dos lazarillos de otra escuela, la de Tormes.

Medalla de oro para el párroco que se fue a vivir de alquiler para construir una residencia de ancianos y un hogar del pensionista; y para el fraile paúl que en el sermón de la misa del domingo, en 1964, dijo que todos los donativos serían entregados a los huelguistas de la Fábrica de Moreda.

Condecorarse los unos a los otros: ¡aún queda gente de otra pasta y con memoria!