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La siderurgia asturiana fue víctima del sector de tecnócratas proclive a favorecer los intereses vinculados al País Vasco

La jibarización de UNINSA

Por José Antonio Rodríguez Canal.

 

En Asturias ha pasado prácticamente inadvertida la noticia de la muerte, ocurrida en Madrid hace seis días, de José María López de Letona y Núñez del Pino, ministro de Industria entre 1969 y 1974. López de Letona, fallecido a los 95 años de edad, tuvo una influencia decisiva y negativa en el desarrollo de la siderurgia asturiana. Cuando sustituyó en el Ministerio de Industria a Gregorio López Bravo, en octubre hará 44 años, con el desenlace de la crisis política que estalló por el ‘caso Matesa’ (el cobro de subvenciones estatales a la exportación por operaciones ficticias) estaba muy avanzada la construcción en Gijón de la factoría siderúrgica integral de la Unión de Siderúrgicas Asturianas, S. A (Uninsa), entonces la más moderna de Europa, proyectada para disponer de cuatro hornos altos (dos, los actuales, en la primera fase) y una producción de siete millones de toneladas de acero al año.

La factoría gijonesa fue puesta en marcha en 1971, pero pese a su elevado índice de productividad, en comparación con las restantes instalaciones siderúrgicas del país, se le cortaron las alas del crecimiento con el cambio ministerial, lo que tuvo como consecuencia la limitación de la producción de acero a un techo de 2,5 millones de toneladas anuales. Esta jibarización, culminada con la fusión por absorción con Ensidesa en 1973, era la expresión de un giro drástico en la política siderúrgica, pilotado por López de Letona a favor de los intereses vascos en detrimento de los asturianos. Ensidesa y, sobre todo, la moderna Uninsa, que también tenía mayoría del estatal Instituto Nacional de Industria (INI) en el accionariado desde 1970, iban a ser postergadas para favorecer la creación en 1971 de la denominada IV siderúrgica integral, Altos Hornos del Mediterráneo, en Sagunto, como sucesora de la vieja siderúrgica integral que poseía allí Altos Hornos de Vizcaya. La operación se llevó a cabo con la cooperación necesaria de Claudio Boada Villalonga, nombrado por López de Letona, en abril de 1970, presidente del INI. Boada, que permaneció en el cargo hasta 1974, había sido presidente ejecutivo de Altos Hornos de Vizcaya desde 1967, tiempo en que la empresa, en teoría privada, entró de hecho en el sector público al capitalizar el Estado las ingentes cantidades aportadas en el marco de la denominada acción concertada de ayuda a la industria del acero.

Le peculiaridad del caso de la IV siderúrgica integral saguntina, cuya creación fue causa de la relegación de Uninsa, consistía en que su construcción empezaba por el final: primero, los trenes de laminación y después la cabecera, los hornos altos. La crisis que a escala mundial afectó al sector siderúrgico -no se libraron US Steel ni Nippon Steel- se llevó por delante las previsiones establecidas para la instalación valenciana y de la factoría proyectada, de Altos Hornos del Mediterráneo, desaparecida como empresa en 1984, solo pasó de los planos a la realidad parte de la primera fase, la que luego se denominó Siderúrgica del Mediterráneo (Sidmed) y existe hoy: básicamente, un tren de laminación en frío, que es propiedad, como las factorías asturianas, de ArcelorMittal.

Pero el daño para Gijón y para Asturias ya estaba hecho. Se impidió el crecimiento de la factoría de Uninsa, factor dinamizador de la economía regional. La siderurgia asturiana, víctima así del sector de tecnócratas proclive a favorecer los intereses vinculados al País Vasco, sufriría después, ya unificada como Ensidesa, la reconversión perpetrada con Carlos Solchaga en la cartera ministerial de Industria del Gobierno de Felipe González, que a la larga supuso el cierre de instalaciones y la reducción drástica de plantillas a cambio de la nueva acería LD-III de Tabaza. Seguidamente, durante la estancia de Aznar en la Moncloa, se llevó a cabo el costosísimo saneamiento económico de la empresa para entregarla a continuación, a precio irrisorio, al sector privado. Y hasta hoy. Los siete millones de toneladas de acero al año que iba a producir Uninsa en Gijón hace ya casi cuatro décadas contrastan con los 4,6 millones producidos por ArcelorMittal en sus dos factorías asturianas en 2017. En eso se resume, a grandes rasgos, la historia del último medio siglo de lo que pudo ser y no fue la siderurgia asturiana, fuente de empleo, riqueza, y prosperidad; madre nutricia, núcleo potencial de una poderosa industria transformadora, desaprovechado por la patronal parasitaria, amiga de la subvención y enemiga del riesgo empresarial.