Con
la fundación de HUNOSA, el estado franquista se hizo cargo de
un amplio lote de empresas arruinadas
Sobre un cincuentenario
Por José Antonio Rodríguez Canal.
(13-03-2017)
Hace
cuatro días, en la presentación de los actos conmemorativos
del cincuentenario de Hunosa, la presidenta de la compañía
estatal, la ingeniera lenense Teresa Mallada, la undécima persona
que accede a ese cargo ejecutivo, ocupado antes por paracaidistas (excepto
Mamel Felgueroso y Luis Tejuca) designados por Madrid, hizo el elogio
de la trayectoria de la empresa que preside. Se le olvidó, sin
embargo, para situarla en la adecuada perspectiva histórica,
referir que la creación de Hunosa en 1967 fue un ejemplo típico,
palmario, de manual, de nacionalización de pérdidas. Con
la fundación de Hulleras del Norte, S. A., el Estado franquista
se hizo cargo de un amplio lote de empresas arruinadas, de muy baja
productividad, descapitalizadas, en situación límite,
abocadas al cierre. Eran las consecuencias en el tiempo del plan de
estabilización económica, de la desaparición del
proteccionismo. Esto fue así y lo demuestra el hecho de que entonces
hubiera explotaciones competitivas, como Minas de Figaredo y Mina La
Camocha, que siguieron en el sector privado (la primera, mientras le
convino; luego también se echó en brazos estatales).
El Estado pagó por aquellas empresas ruinosas, y pagó
con generosidad, hasta el punto de que algún empresario llegó
a manifestar que, de haberlo sabido, hubiera comprado algunas minas
para revenderlas a continuación al Estado con beneficio apreciable.
La creación de Hunosa evitó un posible estallido social
de magnitudes incalculables en el caso de producirse un cierre generalizado
de pozos. Que decenas de miles de trabajadores perdieran de golpe el
empleo significaría el colapso de las cuencas, que se convertirían
en un polvorín (por cierto, en contra de lo afirmado por la presidenta,
las tres, Nalón, Caudal y Aller, nunca sumaron, ni en los años
de mayor auge demográfico, 300.000 habitantes). El régimen
temía que se creara ese escenario y al constituir Hunosa desactivó
el mecanismo que podría ponerlo en marcha: nacionaliza las explotaciones
hulleras ruinosas, con instalaciones en plena obsolescencia, y garantiza
los salarios, no habrá despidos. No se plantea, ni nadie reclama,
incluir en el sector público las explotaciones rentables antes
citadas, ni las de antracita, que siguieron y siguen en el sector privado.
La historia de Hunosa es conocida. Con el paso de los años, ya
en la etapa democrática, los mineros arrancaron ventajosas condiciones
para prejubilarse y jubilarse, y los recursos de esta procedencia se
convirtieron de hecho en el sostén principal de la economía
de las cuencas, sumidas en un proceso de declive económico y
demográfico que no ha atenuado siquiera la millonada de los fondos
mineros gastados o invertidos con criterios de discutible racionalidad.
Las conquistas sociales en la minería del carbón incluyen,
sin embargo, aspectos que no cuesta trabajo encuadrar en el ámbito
de los agravios comparativos, como el hecho de que cualquier trabajador
minero, aunque no haya visto un pozo ni en fotografía, tiene
derecho a un coeficiente reductor de la edad de jubilación, mientras
en la siderurgia la silicosis no estaba considerada como enfermedad
profesional. Para reivindicar este derecho elemental, el mismo mes del
mismo año de la creación de Hunosa iban a la huelga los
trabajadores del taller de fundición de la Fábrica Siderúrgica
Moreda y Gijón (propiedad de la Sociedad Industrial Asturiana
Santa Bárbara, una de las empresas que colocó sus minas
al Estado). En la fundición de aquella factoría, antecedente
gijonés de Uninsa, Ensidesa y la actual Arcelor, se trabajaba
con sílice y, como consecuencia, los obreros padecían
silicosis.
También en la siderurgia el Estado nacionalizó las pérdidas,
pero fue menos generoso con los trabajadores de este ramo –y con
los de la construcción naval- que con los mineros del carbón
a la hora de fijar las prejubilaciones derivadas de los efectos devastadores
de la reconversión industrial. Se consumó así otra
clase de agravio comparativo a la siderurgia, que, una vez en la órbita
estatal, siempre tuvo en Asturias más empleo, directo e inducido,
que Hunosa.
Con cuantiosas aportaciones de dinero público se saneó
(y acto seguido se reprivatizó) la siderurgia asturiana, que
hoy continúa como principal empleador privado de la región,
con cerca de seis mil puestos de trabajo directos.
Mientras, cincuenta años y miles de millones de euros después
de 1967, Hunosa tiene apenas 1.300 trabajadores en su plantilla, encabezada
por una de las ejecutivas mejor remuneradas del sector público
astur, y las toneladas equivalentes a más que toda su producción
anual puede descargarlas el buque granelero ‘Berge Blanc’
en solo tres escalas en El Musel.