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No hace falta estudiar Sociología en la Sorbona para darse cuenta de cómo es "el pueblo"
“El pueblo”: elogio y crítica

Por Marcelino Laruelo.


A las ocho de la mañana del domingo 26 de Junio, ya estaba todo el personal a la puerta del colegio electoral. Media hora después, ya se habían constituido las mesas y a las nueve, los electores más madrugadores introducían su voto en la urna. Catorce horas más tarde, el recuento estaba hecho y las actas, cumplimentadas: ¡el pueblo español funciona y España funciona! Sobre todo, cuando no hay nadie poniendo palos en las ruedas o sargazos en el BOE.

En una de las 57.526 mesas electorales que se constituyeron en toda España me tocó estar de vocal a mí. ¡A mí, que nunca voto! No es que sea abstencionista, sino, más bien, abstencionario. Este régimen partitocrático y corrupto a mí no me va. Cuando se pueda elegir directamente al diputado y al concejal de distrito, al alcalde y al presidente de gobierno, entonces iré a votar (o no). Pero, allí estaba, formando parte de la mesa, por imperativo legal. Allí estaba el presidente, que ese domingo le tocaba disfrutar de sus hijas. Allí estaba el vocal suplente, con el menisco roto, ayudándose con una muleta y que llevaba más de seis meses esperando para que le operasen. Allí estaba, también, la representante electoral del PSOE, ayudando en todo lo que pudo como uno más.

Se atendió a todo el mundo con una corrección y cortesía exquisitas, y se ayudó al que lo precisaba en la medida de nuestras posibilidades, que no eran muchas. Esta mesa tuvo un 74% de participación y el recuento de los votos se hizo de forma minuciosa y se comprobó dos veces. Resulta verdaderamente llamativo que en un país en el que, por ejemplo, para “legalizar” los estatutos de una humilde asociación, como la Plataforma de Afectados por el ERA, se necesitan más de tres meses, sea capaz de movilizar a más de doscientas mil personas un día determinado y sacar adelante la tarea electoral con la sola ayuda del bolígrafo y el papel. En un país, España, en que como decía un ingeniero alemán que estaba de huésped en casa de mi güela: “Nada sale a la primera y nada se acaba en su plazo”. Igual va a resultar que lo que falla es por arriba.

El voto es libre, personal y secreto. Daba vergüenza ver aquellos cajones que pretendían ser cabinas electorales sin luz, sin papeletas, un desastre. En ciertos sitios y en determinados momentos, se puede saber lo que votan los vecinos al verles coger la papeleta de la mesa. Las candidaturas que no pueden costear el envío por correo están en inferioridad de condiciones. Por otra parte, también se sabe que en muchas casas se impone el voto “unifamiliar”. Y hay que pensar en la gente mayor, indicar las cosas más claramente, no utilizar tamaños de letra “pulga”… La papeleta al Senado con las cruces marcadas de imprenta favorece la confusión y la nulidad del voto. Por otra parte, si los partidos quieren copias de las actas, que las hagan ellos, que bastante tiene que escribir ya el presidente de la mesa.

“Si yo fuera presidente”, que decía Tola, lo primero que haría sería poner una tasa de dos céntimos por mensaje de “guashá” (4 a las fotos y 8 a los vídeos) y destinar la recaudación a la caja de las pensiones. Ha circulado mucho, tras conocerse el resultado electoral, una estampita en la que Pilatos preguntaba al “pueblo” a quién liberaba, si a Jesús o a Barrabás… A no ser que se viva en una burbuja o que solamente te relaciones con los de tu cuerda, no hace falta estudiar sociología en la Sorbona para darse cuenta de cómo es “el pueblo”. Y “a la gente hay que gastala como ye”. En la suma asturiana a Podemos le faltan 45.000 votos y en la de Gijón, 12.000. En la plaza de la Contrescarpe lo llamarían boicot. Pero si 71 diputados les parecen pocos, ¿qué diría Fernando Sagaseta si viviera? Lo que hace falta son ganas de trabajar y salirse de burbujas y capillitas, y en vez de pedantear, beber el vino de las tabernas, como dijo el poeta. Año de 1975, con Franco de cuerpo presente, un solitario concejal se levantó en el Pleno del Ayuntamiento de Gijón para decir que él no suscribía el pésame de la Corporación por el fallecimiento de El Caudillo. Se llamaba José Manuel Palacio. No sé si me explico.