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Tomás Zarracina Rodríguez,
concejal de la I República


Tomás Zarracina Rodríguez,
concejal de la I República


Por Marcelino Laruelo.


No se quién era el que decía, muy acertadamente, que los aniversarios y conmemoraciones estaban muy bien para pasarle el polvo a éste o aquel personaje de la historia..., y devolverle al desván del olvido al día siguiente.

Por sugerencia del amigo Prendes Quirós, he preparado unos folios sobre un republicano de Gijón: Tomás Zarracina Rodríguez. Nuestro modestísimo propósito no era otro que recordar a este republicano ejemplar, precisamente, en la cena que el Círculo Republicano Gijonés celebra este once de Febrero de 1999 para conmemorar aquel otro once de Febrero, el de 1873, en que los diputados proclamaban la República por 258 votos contra 32.

Recordar a un republicano ejemplar y, también, incitar a que otros exciten el celo edilicio para que el mármol que desde hace más de cien años perpetúa el nombre y la memoria de Tomás Zarracina en la casa en la que vivió, no perezca ante la voraz e insensible piqueta del urbanismo feroz. Pues aunque ni reyes ni regentes, ni dictadores primos ni dictadores francos, ni bombas de avión ni cañonazos de barco, nada ni nadie, durante más de un siglo, le puso la mano encima, el peligro acecha y para la ignorancia no hay descanso. En días recientes, hemos tenido que sufrir el oprobio de ver como ígnaras manos cubrían con una gruesa capa de pintura la lápida de Tomás Zarracina. Y ha tenido que ser, precisamente, en esta época, cuando la palabra "cultura" llena todas las bocas y, también, muchas carteras: vienen, llegan, la cubren de mierda, que ese es el color que le han dado, y unos se van y otros se quedan, todos, tan campantes. Así que si antes decía, medio en broma, que los aniversarios servían para "quitar el polvo", en este caso veremos a ver si sirve para "quitar la pintura". Se va a necesitar de espátula y disolvente en abundancia.

Hasta no hace mucho, el nombre de Tomás Zarracina era para mí el de una calle, una fábrica y poco más. Y también un recuerdo vago de un comentario escuchado a los abuelos, ¿o quizás fue una lectura?; no lo sé. Se refería a unos hechos que habían acontecido cuando el movimiento obrero estaba en sus albores. Iba a celebrarse un Primero de Mayo según la costumbre de la época: manifestación a la salida de las fábricas, seguida de charlas y conferencias en los centros obreros. Pero, inevitablemente, la prensa publicaba unos días antes la orden del gobernador de la provincia que, siguiendo instrucciones del gobierno, prohibía toda clase de actos y concentraciones obreras ese día. Hubo, sin embargo, uno que no pudo impedir: en una panadería de Gijón, ese día tan señalado, ya que no la Libertad, al menos el Pan se repartió gratis a los necesitados. Era la panadería de Tomás Zarracina. Pero, ¿quién era ese hombre?



Tomás Zarracina: propietario e industrial


El que no sabe y quiere saber, no le queda más remedio que buscar, preguntar, leer... Eso he hecho: he preguntado a los amigos y he buscado en los libros, las hemerotecas y los archivos. En el Archivo Municipal encontré nota sumaria de su bautismo: "Tomás Zarracina Rodríguez, hijo de Francisco y Mª del Carmen, 18 de Septiembre de 1832." Quiere decirse que había nacido en Gijón alrededor de esa fecha.

Mi amigo Agapito González, con la celeridad y precisión que le caracterizan, me hizo saber que Tomás Zarracina estaba casado con Agapita Menéndez, natural también de Gijón, con la que, al menos, tuvo tres hijos: Francisco, nacido el catorce de Octubre de 1859; Mª del Carmen, nacida el cinco de Septiembre de 1865; y Antonio, que ve la primera luz el once de Febrero de 1867. Así mismo, me comunica que Tomás Zarracina era propietario de numerosas fincas y variadas industrias. Casi con total certeza, era de su propiedad la manzana de edificios delimitada por las actuales calles de Begoña, Costanilla de la Fuente Vieja, Moros y la propia Tomás Zarracina, antes llamada del Teatro. Esta calle del Teatro recibía ese nombre por discurrir por detrás del primigenio "Teatro Jovellanos" que, como se sabe, nada tenía que ver con el actual, que, por otra parte, toda la vida se llamó "Teatro Dindurra" por haber sido Dindurra el que lo construyó. En esa manzana de edificios y solares tenía Zarracina su domicilio y algunas de sus industrias. Poseía la panadería "La Constancia", todo un nombre, situada en las calle de Enrique III. Abarcaban también sus negocios el almacenamiento y obtención de harinas, la fabricación de chocolates y la elaboración de sidra champanada.

Teniendo ya escrito este bosquejo sobre Tomás Zarracina, mi buen amigo Arturo Muñiz, entusiasta y eminente bibliófilo asturianista, me facilitó una extensa información sobre las actividades industriales y mercantiles del inquieto y activo gijonés. Surge, sin embargo, una nueva duda, pues mientras no aparece reseña alguna de una panadería con el nombre de "La Constancia", si la hay con el de "La Esperanza": ¿cambio de nombre o confusión?

En el libro "Asturias Industrial", de Fuertes Arias, hijo de Fuertes Acevedo, aparece reseñada la entidad "Viuda e Hijos de Zarracina", dedicada a la fabricación de sidra champanada, y que con el nombre de "La Asturiana", había sido fundada por Tomás Zarracina en 1857 (1853?). Estaba situada en Somió y era una de las más importantes de la provincia. Daba empleo a veinticinco trabajadores, de los cuales quince eran mujeres, y la producción ascendía 480.000 litros, exportándose gran parte de la misma a la América Latina. En el libro "Gijón y la Exposición de 1899" se precisa que constaba de doce lagares y que por no haberse registrado a tiempo el nombre de "La Asturiana", lo perdió su propietario, motivo por el cual tuvo que pasar a llevar el apellido del mismo. La fábrica de harinas "La Caridad" había sido fundada por Zarracina en 1890 y estaba situada en el barrio del Tejedor, con una extensión de cinco mil metros cuadrados. Constaban las instalaciones de un edificio de tres plantas destinado a fábrica; almacenes para trigos, harinas y residuos; almacén general de efectos; instalación de la máquina motriz, consistente ésta en una turbina de vapor Breguet (sistema Laval) de 100HP, y cuadras, cocheras y oficinas. Se podían producir hasta 18.000 Kgs. diarios de harina y daba empleo a cuarenta y cinco obreros. La fábrica de chocolates "La Industria", fundada en 1877, estaba situada en la calle del Teatro y en ella trabajaban doce obreros, alcanzando la producción los 150.000 Kgs. anuales de chocolates variados. la sierra mecánica de maderas, que entró en funcionamiento en 1875 y estaba situada junto a la anterior, trasla-dándose posteriormente a la carretera de Villaviciosa, y su principal actividad era la elaboración de cajonería para envases. La panadería mecánica "La Esperanza" fue fundada por Tomás Zarracina en 1863 y era una de las más importantes de Asturias, pues la elaboración diaria de pan era de unos 5.000 Kgs. y empleaba a treinta trabajadores.También presidió Tomás Zarracina durante algún tiempo la sociedad promotora del balneario de "Las Carolinas", situado en la playa de San Lorenzo.
¿Y cómo un mediano propietario e industrial de una recóndita villa de España y en pleno siglo XIX podía ser republicano?


Tomás Zarracina: concejal republicano de la I República


En España, cuando el país ya no aguanta más, los reyes se marchan y viene la República que trae la Libertad. Isabel II se fue; se marchó también Amadeo de Saboya y llegó la I República un once de Febrero de 1873. El día trece de ese mismo mes y año, aquí, en Gijón, según consta en el Libro de Actas del Ayuntamiento de Gijón que se conserva en el Archivo Municipal, se recibió en el Ayuntamiento un telegrama del Gobernador de la provincia en el que se comunicaba la renuncia del rey y que las Cortes, constituidas en Asamblea Soberana, habían proclamado la República. Se personaron por la tarde en el Ayuntamiento los señores Pérez Carreño, Guilmain y Menéndez Acebal, los cuales hicieron presente al alcalde, José Domínguez Gil, que traían órdenes verbales del Gobernador para que la Corporación dimitiese y resignase el mando en el diputado provincial Alejandro Blanco. Entre el alcalde y el gobernador se cruzaron varios telegramas que denotaban la confusión propia del momento. Finalmente, con la garantía del diputado Alejandro Blanco de contribuir al mantenimiento del orden, "el Ayuntamiento, en atención a las circunstancias y en su deseo de que la tranquilidad y el sosiego público no lleguen a turbarse, quizá con el pretexto de su permanencia al frente de la administración municipal, acordó por unanimidad hacer renuncia desde luego del cargo, con tanta más razón, cuanto que veía rebajada su dignidad como Corporación local por haber dispuesto el Gobernador la entrega de armas a la fuerza ciudadana sin su intervención." Efectivamente, se habían enviado doscientas armas que, como posteriormente se comprobaría, no estaban en muy buen estado.

Se trasladó a Oviedo una comisión municipal, y el Gobernador (¿Angel de F. Valmori?) oídas las consideraciones que los representantes de la Corporación gijonesa exponen como fundamento de su dimisión, acepta ésta y nombra, para reemplazarlos provisionalmente a las siguientes personas: Segundo G. Prada, José Palacio, Francisco Alvarez, Francisco Pérez Carreño, Eduardo Guilmain, Policarpo Boluna, Eusebio Menéndez, Arsenio Buznego, Justo del Castillo, Casiano García, Antonio Erdocea, Vicente Valdés, Francisco Castañón, Eladio Carreño, Apolinar Acebal, Francisco Díaz, Francisco Castro, Antonio Suárez, Restituto Buylla, Manuel Cerra, Tomás Zarracina, Manuel Rodríguez (de Tremañes), Manuel Rozada, Ramón de la Rubiera y Alejandro Blanco y Jove Huergo. Total: venticinco.

De nuevo en Gijón, concurren al día siguiente, catorce de Febrero, en las Cosistoriales la Corporación dimisionaria y los antes mencionados, leyéndose la resolución del Gobernador de la provincia. Los concejales salientes abandonan el local y la nueva Corporación queda presidida por el de más edad, que resulta ser Alejandro Blanco y Jove Huergo. Procediéndose a continuación a celebrar las respectivas votaciones para el nombramiento de alcalde, tenientes de alcalde y síndicos, resultando elegidos por unanimidad los siguientes:

Alcalde 1º Presidente, Alejandro Blanco.
1er. Teniente Eladio Carreño.
2º id. Restituto A. Buylla.
3º id. Francisco Pérez Carreño.
4º id. Francisco Díaz
5º id. Segundo G. Prada.
Síndico Apolinar Menénez Acebal.
id. supl. Eduardo Guilmain

El alcalde presidente dio las gracias por la honra que le habían dispensado nombrándole para dicho cargo, proclamó y dio posesión a los anteriormente mencionados de los suyos respectivos y, por último, se adoptó el acuerdo de que las sesiones ordinarias se celebrasen los sábados de cada semana a las siete de la noche, dándose con ello por terminada esta sesión inaugural, de la cual levantó acta certificada el secretario del Ayuntamiento.

Un día después, se volvió a reunir la Corporación para nombrar a los alcaldes de barrio, treinta y uno en total. Se eligieron también los miembros de la Corporación que integrarían las diferentes comisiones permanentes, que eran las siguientes: Policía urbana y festejos; Hacienda, presupuestos y arbitrios; Alumbrado y serenos; Instrucción pública; Cárcel y presos pobres; Obras públicas, caminos y arbolado; Montes y terrenos comunales; Milicia voluntaria; Intervención de fondos. No se va a hacer aquí un resumen de cada sesión municipal, pero si interesa destacar dos cosas: la primera, las comunicaciones que envían ofreciendo sus servicios a la nueva Corporación los cónsules de Francia, Alemania e Italia; el Comandante de Marina, los administradores de la Aduana y Fábrica de Tabacos, y el director del Instituto "Jovellanos". El otro aspecto a señalar es la ausencia de Tomás Zarracina; no sólo no figura en ninguna de las anteriores comisiones municipales, sino que tampoco consta que asista a las reuniones ordinarias de la Corporación.

En el movimiento republicano gijonés debía de haber las lógicas discrepancias que no tardarían en aflorar. Por otra parte, ser entonces concejal o alcalde no era, al contrario de lo que ahora sucede, ningún chollo. Se iba al Ayuntamiento, como a la política, por un ideal, a servir a la ciudad y a la nación, y no con la idea de "servirse de" para propio beneficio. Vease, si no, lo que ocurrió en el Ayuntamiento de Gijón al mes y medio de tomar posesión aquella primera Corporación republicana. Pues ocurrió que en sesión extraordinaria celebrada el día ventiséis de Marzo de aquel año de 1873, presidida por el primer teniente de alcalde, Eladio Carreño, se dio cuenta de cuatro comunicaciones recibidas. La primera de ellas iba firmada por Alejandro Blanco, alcalde de Gijón hasta ese momento, y decía así:

"No reconociendo como demócrata ningún poder ni corporación que no esté nombrado por sufragio universal, y únicamente prescindiría de aquel requisito por circunstancias extraordinarias y por el tiempo indispensable, bajo cuya base he aceptado el formar parte de esta Corporación municipal; viendo que a pesar de haber transcurrido tiempo suficiente para la elección, ésta se prorroga indefinidamente, poniendo al Ayuntamiento en una situación ilegal, sin que pueda dar fuerza ni hacer ejecutivos sus acuerdos en asuntos económicos, ni por consiguiente formar sus correspondientes presupuestos, renuncio desde este día al cargo de concejal y, por lo tanto, al de Alcalde 1º Presidente de la Corporación, que únicamente acepté mientras aquella pudiera constituirse con arreglo a la ley. Espero, pues, que V. se haga cargo desde luego de la Alcaldía y en su día disponga se dé cuenta de mi renuncia al Ayuntamiento para los efectos procedentes. Gijón, 24 de Marzo de 1873. Salud y fraternidad. Alejandro Blanco. Sr. 1er. Teniente de Alcalde."

En parecidos términos se expresan otros tres concejales que también dimiten el cargo. Aunque no está entre ellos Tomás Zarracina, lo cierto es que éste sigue sin acudir a las sesiones de la Corporación. Cabría atribuir esa actitud a otros motivos que no fueran políticos, y así pudiera ser, pero hechos que veremos posteriormente parecen corroborar la tesis del desacuerdo político como causa y explicación de aquella ausencia.

El día siete de Junio de 1873, estando a punto de levantarse la sesión en las Consistoriales, se recibe el siguiente telegrama:
"El Gobernador al Alcalde. El Ministro de la Gobernación en telegrama de hoy me dice lo siguiente. Las Cortes están constituidas. Inmediatamente después de haber aceptado la dimisión del poder ejecutivo, han aprobado por aclamación y casi por unanimidad que la república federal es la forma de gobierno de la Nación española. Mañana se hará la votación definitiva y nominal de esta proposición. Circúlese y publíquese."

Continúa el acta municipal relatando que "el Ayuntamiento oyó con satisfacción tan importante noticia, y el Sr. Boluna dio un "viva la República federal" que fue contestado con entusiasmo por el Ayuntamiento y público que ocupaba el salón." A continuación, el Ayuntamiento de Gijón acordó dirigir al Presidente de la Asamblea Nacional un telegrama con estos términos:

"El Presidente del Ayuntamiento de Gijón al Presidente de la Asamblea Nacional. Recibida con inmenso júbilo la satisfactoria noticia de haberse proclamado la república federal por la Asamblea. Este Ayuntamiento, en sesión pública hizo igual proclamación y acordó por unanimidad felicitar a la Asamblea por tan importante solución".

Y llegamos al venticuatro de Agosto. Ese día, bajo la presidencia del alcalde saliente, Eladio Carreño, se da lectura a la lista de los concejales electos. Es aquí cuando de nuevo aparece el nombre de Tomás Zarracina, y lo hace, precisamente, encabezando esa lista de concejales que no han sido nombrados por ningún gobernador, sino elegidos en votación. Forman la lista de nuevos concejales los siguientes nombres: Tomás Zarracina, Manuel de la Cerra, Segundo González Prada, Policarpo Boluna, Eduardo Guilmain, Apolinar Menéndez Acebal, Casiano García, Eusebio Menéndez, Antonio Suárez, José Palacio, Leonardo Menéndez Tuya, José Corral, Arsenio Buznego, José González Coto, Manuel Rodríguez, Juan A. Gómez, Benigno Quirós, Antonio García, Francisco Caicoya, Calixto Meré, Marcelino Villamil, Manuel Muñiz, Jacinto Menéndez, Manuel Alvarez Ramos y Francisco Lavandera. Preside interinamente la Corporación el concejal que más votos obtuvo, que lo fue José González.

En otra reunión de la Corporación electa, Tomás Zarracina es nombrado primer teniente de Alcalde y pasa a formar parte de las siguientes comisiones municipales: Policía urbana; Presupuestos, cuentas y arbitrios; Cárcel y presos pobres; Voluntarios de la República; Conservación y limpia del puerto.



Tomás Zarracina y la sublevación militar
contra la I República


Del mismo modo que se dice que "la alegría dura poco en casa del pobre", pienso yo que también se podría haber acuñado esta otra frase: "la Libertad dura poco en España". Efectivamente, el general Pavía mete a los caballos en el edificio de Las Cortes y pone fin a la I República antes de que hubiera trascurrido un año desde su instauración: ¡qué poco dura la alegría y la Libertad en casa del español pobre! Algo parecido pensarían los concejales republicanos gijoneses, pues aunque algunos de ellos no fueran pobres, económicamente hablando, si que todos eran en aquel momento "unos pobres concejales republicanos", republicanos ya sin República.

Un siete de Enero de 1874, los concejales gijoneses acuden a la convocatoria de una sesión extraordinaria. Y va a tocarle presidir tan triste reunión, precisamente, a nuestro hombre, Tomás Zarracina, en su calidad de primer teniente de alcalde. Se abre la sesión, se lee y aprueba el acta de la anterior y, a continuación, Tomás Zarracina procede a leer varios telegramas en los que se da cuenta del atentado cometido contra la Asamblea Nacional y de la formación de un nuevo gobierno presidido por el duque de La Torre, así como otro telegrama en el que el Gobernador militar de la provincia pregunta al Ayuntamiento si éste está conforme con la política que representa el nuevo gobierno. Respecto a esto último, "el Ayuntamiento, unánimemente, acordó no estar conforme con dicho Gobierno y, por lo tanto, hacer, desde luego, dimisión de su cargo, participándolo así al Gobernador de la provincia para que designe la persona que haya de hacerse cargo de la Alcaldía y, hasta tanto, continuar en las Consitoriales todos los Sres. Concejales para atender a la conservación del orden, por el término de cuatro días. Así mismo, y en vista de haberse declarado la provincia en estado de sitio, y de la orden para desarmar al Batallón de Voluntarios de la República, de esta villa, se acordó que una Comisión de Concejales reciba las armas, munición y equipo que los voluntarios vayan presentando..."

Venticuatro horas más tarde, el Comandante militar de Gijón convoca en el Ayuntamiento al alcalde en funciones, Tomás Zarracina, y a las siguientes personas: Nemesio Sanz Crespo, Víctor Menéndez Morán, Eustaquio García, José Domínguez Gil, Bernardo de la Rionda, José Díaz Pérez, Victoriano García de la Cruz, Francisco Díaz, Maximino de la Sala, Rafael García Cuesta, Evaristo del Valle, Florencio Valdés, Francisco Roces y Casimiro Velasco. Están también presentes algunos concejales y la reunión la preside el Comandante militar de la plaza, el cual da lectura a un telegrama del Gobernador militar de la provincia que comunica haber admitido la dimisión de la Corporación y nombrado para reemplazarla a las personas mencionadas anteriormente, siendo el Comandante militar el encargado de darles posesión, procediendo después ellos a la elección de los cargos municipales y completando el número de concejales con personas de las parroquias rurales.

A pesar de la presión a que son sometidos por parte de las autoridades militares, los señores Sanz Crespo, Menéndez Morán, Domínguez Gil, Rionda Roces y Velasco se negaron a aceptar el cargo aduciendo motivos de salud o el tener muchas ocupaciones; mientras que el resto fundamentó su negativa en que "ni el nombramiento estaba dentro de las prescripciones legales ni creían al Sr. Gobernador militar de la provincia con facultades para obligarles a aceptar cargos de elección popular, pues parecía natural que fueran llamados a formar la Corporación municipal los Concejales que cesaron el 11 de Febrero de 1873, elegidos todos por sufragio universal."

El Comandante militar de la plaza, que presidía la reunión, suspendió la misma durante una hora para poder consultar con su superior. Transcurrida la misma, se reanudó nuevamente aquella, manifestando el Comandante militar que el Gobernador "no admitía ninguna de las excusas expuestas por los nombrados y suplicaba en nombre del Gobierno que todos admitiesen el cargo y se posesionaran del Ayuntamiento para velar por los intereses locales y atender a la conservación del orden público." En vista de los cual, y expresando su protesta, aceptaron todos menos Maximino de la Sala, que mantuvo su negativa y abandonó la reunión. A continuación, presididos por el de más edad, Bernardo de la Rionda, y una vez constituido el Ayuntamiento, se procedió a la elección de los cargos municipales. Por unanimidad, fue elegido alcalde José Domínguez Gil, y del mismo modo los cinco tenientes de alcalde y el síndico.

Un año después, en la sesión ordinaria del Ayuntamiento de Gijón que tiene lugar el día dos de Enero de 1875, bajo la presidencia de José Suárez Hevia, 2º teniente de Alcalde, se da lectura al siguiente telegrama del Gobernador de la provincia, recibido dos días antes:
"Gobernador, Alcaldes. Proclamado por los Ejércitos del Norte y Centro D. Alfonso XII Rey de España, y secundado por las guarniciones de las demás provincias, ha dimitido el Ministerio presidido por el Sr. Sagasta, nombrándose otro regencial bajo la presidencia del Sr. Cánovas del Castillo. En Madrid inmenso júbilo, y en esta capital se ha recibido tan notable acontecimiento, llevado a cabo con tanta unanimidad y sin colisión alguna, con muchísima satisfacción. Hágalo V. también público en ésa."

En Gijón, nada más recibirse dicho telegrama y antes de reunirse la corporación, el alcalde en funciones había dado órden de que se comunicase al vecindario lanzando cohetes y colocando colgaduras en el balcón del Ayuntamiento.



Muerte de Tomás Zarracina


Tomás Zarracina fallecía en Madrid el trece de Diciembre de 1898. De ese largo período de casi venticinco años que va desde su dimisión de los cargos municipales hasta su muerte, nada o muy poco he podido averiguar. Por el libro de Carmen Maurenza: "Historia de la imprenta en Asturias", sabemos que un año antes de su desaparición, Tomás Zarracina todavía tenía "humor" para fundar junto con Vicente Innerarity y Felipe Valdés un diario republicano que en poco tiempo, y durante muchos años, sería el diario más importante de la región: "El Noroeste".

Comenzó tirarse este periódico el día once de Febrero de 1897 en una máquina rotoplana de la moderna imprenta que los mencionados socios instalaron en el número uno de la calle Covadonga de Gijón. Será en las páginas de "El Noroeste", y a propósito de la muerte del que fuera uno de sus fundadores, donde de más cosas de su vida nos podremos enterar.

Muere Tomás Zarracina en Madrid, y todo parece indicar que se había trasladado a la capital en compañía de su mujer... ¿para tratar de encontrar algún remedio médico, quirúrgico tal vez, a alguna grave enfermedad que ya padeciese? No hay certeza, pero hay indicios. Un día antes del desenlace definitivo, llegaban a la capital en el tren correo de Gijón su hija Carmina con su marido, Alfredo Santos; les acompañaba el médico de la familia, Wenceslao Vigil. Y el día catorce de Diciembre, "El Noroeste" da la triste noticia a los asturianos y, sobre todo, a los gijoneses, incrustando en su portada una sentida necrológica de la que entresaco los siguientes párrafos:

"A él debe Gijón varias de sus ricas industrias y muchas de las mejoras que ostenta. Ni cansancio en el trabajo ni temores en las empresas ni desmayos en su fe inquebrantablemente republicana sintió jamás el Sr. Zarracina. Por su constancia, por su laboriosidad, por su desprendimiento, por todas las nobles cualidades que en él resplandecían, puede decirse que había encarnado en sí el tipo de esa generación que va extinguiéndose después de dar a España y a la Libertad días de gloria.

No tenía rencores más que para la opresión y la injusticia. Cuando a sus oídos llegaban los ecos de las lamentaciones que las iniquidades del caciquismo arrancaba a las víctimas, sublevábase todo su ser y parecía como que su noble semblante se iluminaba repentinamente.

(...) Callemos nosotros y hablen los innumerables necesitados que a él acudieron y que jamás de su lado salieron sin obtener algún alivio a sus necesidades; hablen los numerosos dependientes que durante muchos años estuvieron con él en contacto y que nunca vieron en D. Tomás al patrono avariento, sino al cariñoso amigo y generoso protector; hablen todos los vecinos de Gijón, que vieron siempre en nuestro llorado amigo lo que efectivamente era: un gijonés entusiasta, un convecino honrado, un republicano consecuente, un generoso filántropo. ¡Qué triste es ver como mueren los buenos!
Por eso le lloran todos sin excepción; que las distancias del político borrábalas la simpatía del íntegro ciudadano."

El jueves quince, "El Noroeste" dedicaba toda su primera página a la esquela de Tomás Zarracina Rodríguez. De la esquela obtenemos estos nuevos datos: que al fallecer tenía sesenta y seis años, que solamente le quedaba una hija, Carmen, y que no tenía nietos, por lo que podemos suponer que sus otros hijos varones habrían muerto antes de llegar a la edad adulta o matrimoniar, porque tampoco se menciona ninguna "hija política". En la esquela se convoca a sus "conocidos y amigos" para que concurran al día siguiente, a las dos y media de la tarde, a la estación del Ferrocarril del Norte, desde donde el cadáver será conducido al cementerio general. Aunque el funeral queda para el día después al del entierro, la esquela lleva cruz; por lo tanto, nada se se puede afirmar sobre sus creencias religiosas o ausencia de las mismas, pero tal vez no sea aventurado suponer que Tomás Zarracina, siendo creyente, no era hombre de iglesia.

En una segunda nota necrológica que "El Noroeste" publica en las páginas interiores de ese mismo jueves quince, se encuentra una nueva información sobre un aspecto de la vida de Tomás Zarracina que hasta ahora desconocíamos: "Los buques nacionales surtos en el puerto, rindieron también su tributo de cariño al antiguo piloto de la Marina mercante izando bandera a media asta." Y más adelante, la misma nota continúa: "La Junta local de Fusión Republicana y el Comité Federal acudirán en representación de sus partidos respectivos a la Estación del Norte para acompañar el cadáver, más no por esto dejan de invitar, sino que lo hacen por nuestro conducto, a los republicanos todos de Gijón..."

Es decir, que, en primer lugar, Tomás Zarracina, como la mayoría de los jóvenes de las familias pudientes gijonesas de la época, había estudiado Náutica en el Instituto de Náutica y Mineralogía que fundara Jovellanos; estudiar entonces Náutica en Gijón debía de ser algo así como ahora hacer Derecho o Empresariales, solamente que restringido a los chicos de veinte familias. En segundo lugar, queda claro que Tomás Zarracina era miembro de las mencionadas organizaciones políticas.

Llega el día del entierro y, según se puede leer en la crónica de "El Noroeste", en los andenes de la Estación del Norte ya no se podía dar un paso debido a la multitud que allí se había reunido desde una hora y media antes de iniciarse la conducción del cadáver al cementerio.

La tarde del día anterior, en Madrid, donde Tomás Zarracina apenas si era conocido, en el traslado del cadáver desde el Hotel Inglés hasta la Estación del Norte, se había formado un cortejo de más de ciento cincuenta coches. Al carruaje fúnebre le seguieron a pie numerosas representaciones de la colonia asturiana y del partido republicano. Presidieron el duelo Alfredo Santos, yerno del fallecido; Calixto Rodríguez, sobrino; Rafael María de Labra y el acaudalado propietario Indalecio Fernández; se señala la asistencia de Salmerón, Azcárate, Sardá, Baselga, Morayta, Amós Salvador, conde de Revillagigedo, Villamil y Pérez de Ayala, entre otros. En Mieres, esperaban al tren gran cantidad de correligionarios y amigos. En Oviedo, aún se incrementó el número de personas que aguardaban en la estación el paso del tren, al que subió una representación del partido republicano para acompañar los restos de Tomás Zarracina hasta el cementerio. Formaban parte de ella Indalecio Corugedo, José González Alegre, Arturo Buylla, Marcelino Pedregal, Indalecio y Antonio Corugedo (hijos), Arcadio Ríos, Aurelio Alonso, Perfecto Rodríguez y Bonifacio Gutiérrez; no pudiendo desplazarse hasta Gijón Adolfo Buylla, Aniceto Sela, Adolfo Posada y Melquíades Alvarez. En Oviedo se depositaron en el furgón tres coronas de flores, que fueron a sumarse a las diez de Madrid y Mieres.

A la una y media de la tarde llegaba el tren con su fúnebre carga a la Estación del Norte de Gijón. El cadáver de Tomás Zarracina se depositó en una de las salas, transformada en improvisada capilla ardiente. Llegan más flores y coronas, hasta sumar un total de veintitrés. Para lo que aquí nos interesa, y aparte de las de la familia, conviene recoger las inscriciones de las cintas de algunas de esas coronas por la información que de ello trasciende: "Eladio Carreño y familia, a su íntimo y cariñoso amigo Tomás Zarracina"; "Viuda e hijos de Pérez Conde, a su inolvidable amigo"; "A D. Tomás Zarracina los republicanos de Oviedo"; "El partido de Fusión republicana (de Gijón) a su querido miembro D. Tomás Zarracina"; "la Juventud Radical (de Gijón) a don Tomás Zarracina"; "A su inolvidable D. Tomás, sus dependientes"; "Los panaderos, a su principal D. Tomás Zarracina"; "A D. Tomás Zarracina, los operarios de su fábrica de chocolates"; "Los operarios de sidra, a su principal D. Tomás Zarracina"; "Los operarios de la fábrica de harinas, a su principal"; "Los operarios de la fábrica de sierra, a su principal D. Tomás Zarracina"; "Nicasio García a su querido D. Tomás"; "El Noroeste, a su fundador D. Tomás Zarracina".

Al iniciarse la conducción del cadáver hasta el cementerio, empezó a llover y las calles se convirtieron en seguida en verdaderos lodazales, lo que no impidió que el cortejo fúnebre fuera el más numeroso nunca visto antes en Gijón. Encabezaban la marcha numerosos obreros con antorchas encendidas, seguidos del clero con cruz alzada y el féretro, portado a hombros por trabajadores de las industrias de que era propietario el difunto. El duelo lo formaban Alfredo Santos, Jesús Menéndez Acebal, Calixto y Joaquín Rodríguez, Macario y Felipe Menéndez, Domingo G. Coto, Ladislao Menéndez, Policarpo Boluna, José Mª Menéndez Prada, Senén Rendueles, Frutos y Eduardo M. Etzenaga, Manuel y Enrique Pérez Conde, Indalecio Corujedo, José G. Alegre, Arturo A. Buylla, los presidentes del Comité de Fusión Republicana, del Comité Federal, de la Sociedad "La Carpintería", los presbíteros Sebastián Benavides y Nemesio Alvargonzález, y una comisión del Ayuntamiento formada por el alcalde, Prendes Pando, y los concejales Manuel Menéndez, Andrés García y Benito Conde; José García Mencía, en representación del Ateneo Obrero, recogía una de las cintas del féretro.

La comitiva hizo su recorrido hacia el cementerio de Ceares por las calles de Marqués de San Esteban, Pedro Duro, Numa Guilhou, Carmen, Libertad, Langreo y Teatro, donde se rezó un responso delante de la casa del finado, continuando por Begoña, Paseo de Alfonso XII y carretera de Ceares. Una vez en el cementerio, una multitud de personas desfiló ante el cadáver de Tomás Zarracina en postrer despedida.

El sábado, se celebró el funeral en la iglesia de San Pedro por ser la de mayor capacidad. Se reunieron más de tres mil personas que una vez finalizada la ceremonia religiosa, que duró dos horas, se dirigieron por las calles de Gijón, formando dos filas interminables hasta la casa en la que vivía Tomás Zarracina en la calle del Teatro.

Pero lo más significativo fue el incidente que se produjo en la celebración del funeral. Lo cuenta así la crónica de "El Noroeste":

"El hecho es tan insólito que, a no haberlo visto, jamás lo hubiéramos creído, conocida como nos es la ilustración del párroco de S. Pedro. Sin duda, un exceso de puritanismo les cegó a él y al sacristán mayor de esa parroquia; porque queriendo o sin quererlo, ayer se arrojó del templo a El Noroeste, a los republicanos de Oviedo y Gijón y a la Juventud radical.

A tanto equivale, el haber prohibido que se colocasen en el catafalco las coronas que nuestra empresa y las agrupaciones dichas dedicaron a D. Tomás Zarracina. Republicano fue éste toda su vida y no se desdeñó de ser uno de los fundadores de El Noroeste. Si tan mala cosa es ser republicano y tener relación con este diario, ¿cómo tantos sacerdotes acudieron presurosos a entonar salmos por el alma del finado?

En el clero de Gijón no se ha visto hasta ayer intolerancia tan soberanamente ridícula. Ningún precedente la abonaba, porque no ha mucho que hemos visto en esa misma iglesia coronas del círculo conservador y de otras agrupaciones políticas.

Ello es que aún habiendo entre los republicanos hombres de sentimientos acaso más, mucho más sinceramente cristianos que muchos que fundan toda su religión en hipócritas exterioridades, ayer fueron indirectamente arrojados de la iglesia de San Pedro. La lección fue dura; y a la dignidad herida toca aprovecharla."

Como consecuencia de ese incidente, las agrupaciones gijonesas de Fusión Republicana y de la Juventud Radical repartieron entre el pueblo sendos manifiestos denunciando los hechos ocurridos en el funeral de Tomás Zarracina. Estos manifiestos fueron publicados en días sucesivos, previa mutilación por la censura oficial, en el diario "El Noroeste".



Una calle y una lápida en recuerdo
de Tomás Zarracina


El día diecisiete de Diciembre, cuatro días después de su muerte, el concejal Manuel Menéndez Menéndez propuso a la Corporación que presidía Francisco Prendes Pando, reunida en sesión ordinaria, que se diese a una calle de la ciudad el nombre de Tomás Zarracina. La propuesta, aprobada por unanimidad, quedó recogida en libro de actas de esta manera:

"Hizo uso después de la palabra el Sr. Menéndez Menéndez manifestando que Gijón y su Ayuntamiento supieron demostrar el aprecio y estimación de aquellos de sus hijos que por medio del trabajo han contribuido al desarrollo y riqueza de la población, dando su nombre a una calle como recuerdo permanente de dicha estimación y aprecio; que, desgraciadamente, ha fallecido en estos días uno de esos hombres que con sus iniciativas y trabajo ha logrado elevar la importancia industrial de Gijón a un grado muy alto, por lo cual merecía el agradecimiento de todo el pueblo; y concluyó proponiendo se diese el nombre de D. Tomás Zarracina a la calle en donde vivió este distinguido hijo de Gijón, que es a quien se refería anteriormente. El Ilustre Ayuntamiento acordó por unanimidad y aclamación aprobar lo propuesto por el Sr. Menéndez y Menéndez y que conste en el acta del día el sentimiento con que la Corporación se enteró de tan triste noticia."

Desde entonces, la calle del Teatro, donde vivió y tuvo algunas de sus industrias Tomás Zarracina, pasó a llevar su nombre. Y no deja de sorprender que durante la dictadura franquista lo siguiera conservando, máxime teniendo en esa calle su sede la Falange gijonesa.

Para otro once de Febrero, pero de 1900, los republicanos gijoneses de Fusión Republicana convocaron a todo el pueblo de Gijón a la inauguración de una lápida "dedicada al que fue entusiasta defensor de los ideales republicanos, don Tomás Zarracina." Como era costumbre en aquella época, en la que no existían ni subvenciones ni subvencionariado, los gastos de construcción de la lápida y de su colocación fueron costeados mediante suscripción popular abierta en la Imprenta de El Noroeste y en otros periódicos. El dinero sobrante de dicha suscripción se repartió, posteriormente, a partes iguales entre la Institución Filantrópica y el Hospital de Caridad.

Estaba previsto que los actos se iniciasen con una concentración a las diez y media de la mañana en la Estación del Norte, pues el día once era domingo. Desde allí, y una vez que llegasen las comitivas republicanas de Oviedo y otros pueblos de la provincia, se partiría hacia la casa de la familia de Tomás Zarracina para proceder a la inauguración de la mencionada lápida. Así mismo, en el patio del Instituto "Jovellanos" se repartirían 300 libras de pan a los pobres.

Para conmemorar el 27º aniversario de la proclamación de la República, ese mismo día se celebraría un banquete en el restaurante "Petit Boullon", presidido por Melquiades Alvarez, mientras que, por su parte, "El Noroeste" tiraba un número extraordinario en el que aparecían artículos de Pi y Margall, Gumersindo de Azcárate, Rafael María de Labra, Estévanez, Adolfo Buylla, Rafael Altamira, A. Sela, Adolfo Posada y otros.

No pudieron tener los republicanos su fiesta en paz. El Gobernador, cumpliendo órdenes del Ministerio de la Gobernación, ordenó que se concentrasen en Gijón numerosos efectivos de la Guardia Civil, a pie y a caballo, al mando de un teniente coronel que traía orden de impedir toda celebración pública que el pueblo quiera tributar a la memoria de Tomás Zarracina. El día anterior a los actos, por la noche, el jefe de la Guardia Civil solicitó al alcalde que enviase operarios para arrancar la lápida de la fachada. Accedió a ello el Alcalde y los operarios se presentaronn en la casa de los Zarracina con escaleras y herramientas. Solamente la intervención decidida del portero de la finca, Robustiano Rodríguez pudo impedir el atropello. Robustiano adviertió serena, pero firmemente, que al primero que tocase la lápida le costaba la vida. Tan resuelto le vieron, que los empleados del municipio optaron por retirarse sin intentar llevar a cabo las órdenes que traían.

Llega el domingo, y la Estación del Norte, lugar de reunión con las distintas comisiones que vienen por tren, y la calle de Los Moros están tomadas por la Guardia Civil, que impide que se formen grupos. Ante tan lamentable situación, los dirigentes republicanos, reunidos en la casa de los Zarracina, acuerdan enviar un telegrama a Pi y Margall, Azcárate y demás diputados de la minoría republicana en Las Cortes denunciando lo ocurrido y pidiendo se interpele al Gobierno sobre ello. Y al público que, impaciente, deambula por las calles próximas al mencionado domicilio se le convoca para un mitin de protesta que se celebrará a las tres de la tarde en el Casino Federal. Tras este mitin, que se cerraría con una intervención de Melquiades Alvarez, se celebró una velada en el citado Casino Federal, iniciándose la misma con la interpretación por la orquesta de "La Marsellesa". Concluiría la jornada con la lectura de este escrito de un histórico del republicanismo español, Nicolás Estévanez:

"A los federales de Gijón y a todos los de Asturias

Pena me causa la imposibilidad de celebrar con ustedes la fiesta anual del partido. A medida que se aleja la fecha memorable, se entibia el entusiasmo con que antes festejábamos la conmemo-ración; y por lo mismo son acreedores a sentidos plácemes los republicanos que todavía la celebran.
En la villa de Gijón no se ha extinguido la fe republicana; en ella se mantiene vivo el sacro fuego, y es uno de los más potentes focos de la Federación y de la Libertad. Comparte Gijón con Alicante y Va-lencia, Talavera y Tarragona, Figueras y otras ciudades, la gloria de ser esperanza de la Democracia, de la República, de la Federación.
No vaciléis un instante, federalistas de Asturias; mantened el fuego sagrado un día y otro día, un año y otro, que en el federalismo está la mayor garantía de la República y sin él será infecundo todo intento de regeneración.
¡La regeneración.... ¿Por qué se habla tanto de ella sin que aparezca por ninguna parte? Se habla de ella porque la Patria lo exige, lo reclama, lo necesita como fundamento esencial de su existencia. Y no aparece por ninguna parte porque se la busca donde no puede encontrarse, en decrépitas instituciones, en estúpidas rutinas, en entes depravados. ¿Cómo han de regenerar a la infeliz España seres degenerados, leyes corruptoras y clases corrompidas?
Luchad, luchemos todos sin tregua por la Federación y la República."