Tomás Zarracina
Rodríguez,
concejal de la I República
Por
Marcelino Laruelo.
No se quién era el que decía, muy acertadamente,
que los aniversarios y conmemoraciones estaban muy bien
para pasarle el polvo a éste o aquel personaje de
la historia..., y devolverle al desván del olvido
al día siguiente.
Por sugerencia
del amigo Prendes Quirós, he preparado unos folios
sobre un republicano de Gijón: Tomás Zarracina
Rodríguez. Nuestro modestísimo propósito
no era otro que recordar a este republicano ejemplar, precisamente,
en la cena que el Círculo Republicano Gijonés
celebra este once de Febrero de 1999 para conmemorar aquel
otro once de Febrero, el de 1873, en que los diputados proclamaban
la República por 258 votos contra 32.
Recordar a un
republicano ejemplar y, también, incitar a que otros
exciten el celo edilicio para que el mármol que desde
hace más de cien años perpetúa el nombre
y la memoria de Tomás Zarracina en la casa en la
que vivió, no perezca ante la voraz e insensible
piqueta del urbanismo feroz. Pues aunque ni reyes ni regentes,
ni dictadores primos ni dictadores francos, ni bombas de
avión ni cañonazos de barco, nada ni nadie,
durante más de un siglo, le puso la mano encima,
el peligro acecha y para la ignorancia no hay descanso.
En días recientes, hemos tenido que sufrir el oprobio
de ver como ígnaras manos cubrían con una
gruesa capa de pintura la lápida de Tomás
Zarracina. Y ha tenido que ser, precisamente, en esta época,
cuando la palabra "cultura" llena todas las bocas
y, también, muchas carteras: vienen, llegan, la cubren
de mierda, que ese es el color que le han dado, y unos se
van y otros se quedan, todos, tan campantes. Así
que si antes decía, medio en broma, que los aniversarios
servían para "quitar el polvo", en este
caso veremos a ver si sirve para "quitar la pintura".
Se va a necesitar de espátula y disolvente en abundancia.
Hasta no hace
mucho, el nombre de Tomás Zarracina era para mí
el de una calle, una fábrica y poco más. Y
también un recuerdo vago de un comentario escuchado
a los abuelos, ¿o quizás fue una lectura?;
no lo sé. Se refería a unos hechos que habían
acontecido cuando el movimiento obrero estaba en sus albores.
Iba a celebrarse un Primero de Mayo según la costumbre
de la época: manifestación a la salida de
las fábricas, seguida de charlas y conferencias en
los centros obreros. Pero, inevitablemente, la prensa publicaba
unos días antes la orden del gobernador de la provincia
que, siguiendo instrucciones del gobierno, prohibía
toda clase de actos y concentraciones obreras ese día.
Hubo, sin embargo, uno que no pudo impedir: en una panadería
de Gijón, ese día tan señalado, ya
que no la Libertad, al menos el Pan se repartió gratis
a los necesitados. Era la panadería de Tomás
Zarracina. Pero, ¿quién era ese hombre?
Tomás Zarracina: propietario e industrial
El que no sabe y quiere saber, no le queda más remedio
que buscar, preguntar, leer... Eso he hecho: he preguntado
a los amigos y he buscado en los libros, las hemerotecas
y los archivos. En el Archivo Municipal encontré
nota sumaria de su bautismo: "Tomás Zarracina
Rodríguez, hijo de Francisco y Mª del Carmen,
18 de Septiembre de 1832." Quiere decirse que había
nacido en Gijón alrededor de esa fecha.
Mi amigo Agapito
González, con la celeridad y precisión que
le caracterizan, me hizo saber que Tomás Zarracina
estaba casado con Agapita Menéndez, natural también
de Gijón, con la que, al menos, tuvo tres hijos:
Francisco, nacido el catorce de Octubre de 1859; Mª
del Carmen, nacida el cinco de Septiembre de 1865; y Antonio,
que ve la primera luz el once de Febrero de 1867. Así
mismo, me comunica que Tomás Zarracina era propietario
de numerosas fincas y variadas industrias. Casi con total
certeza, era de su propiedad la manzana de edificios delimitada
por las actuales calles de Begoña, Costanilla de
la Fuente Vieja, Moros y la propia Tomás Zarracina,
antes llamada del Teatro. Esta calle del Teatro recibía
ese nombre por discurrir por detrás del primigenio
"Teatro Jovellanos" que, como se sabe, nada tenía
que ver con el actual, que, por otra parte, toda la vida
se llamó "Teatro Dindurra" por haber sido
Dindurra el que lo construyó. En esa manzana de edificios
y solares tenía Zarracina su domicilio y algunas
de sus industrias. Poseía la panadería "La
Constancia", todo un nombre, situada en las calle de
Enrique III. Abarcaban también sus negocios el almacenamiento
y obtención de harinas, la fabricación de
chocolates y la elaboración de sidra champanada.
Teniendo ya escrito
este bosquejo sobre Tomás Zarracina, mi buen amigo
Arturo Muñiz, entusiasta y eminente bibliófilo
asturianista, me facilitó una extensa información
sobre las actividades industriales y mercantiles del inquieto
y activo gijonés. Surge, sin embargo, una nueva duda,
pues mientras no aparece reseña alguna de una panadería
con el nombre de "La Constancia", si la hay con
el de "La Esperanza": ¿cambio de nombre
o confusión?
En el libro "Asturias
Industrial", de Fuertes Arias, hijo de Fuertes Acevedo,
aparece reseñada la entidad "Viuda e Hijos de
Zarracina", dedicada a la fabricación de sidra
champanada, y que con el nombre de "La Asturiana",
había sido fundada por Tomás Zarracina en
1857 (1853?). Estaba situada en Somió y era una de
las más importantes de la provincia. Daba empleo
a veinticinco trabajadores, de los cuales quince eran mujeres,
y la producción ascendía 480.000 litros, exportándose
gran parte de la misma a la América Latina. En el
libro "Gijón y la Exposición de 1899"
se precisa que constaba de doce lagares y que por no haberse
registrado a tiempo el nombre de "La Asturiana",
lo perdió su propietario, motivo por el cual tuvo
que pasar a llevar el apellido del mismo. La fábrica
de harinas "La Caridad" había sido fundada
por Zarracina en 1890 y estaba situada en el barrio del
Tejedor, con una extensión de cinco mil metros cuadrados.
Constaban las instalaciones de un edificio de tres plantas
destinado a fábrica; almacenes para trigos, harinas
y residuos; almacén general de efectos; instalación
de la máquina motriz, consistente ésta en
una turbina de vapor Breguet (sistema Laval) de 100HP, y
cuadras, cocheras y oficinas. Se podían producir
hasta 18.000 Kgs. diarios de harina y daba empleo a cuarenta
y cinco obreros. La fábrica de chocolates "La
Industria", fundada en 1877, estaba situada en la calle
del Teatro y en ella trabajaban doce obreros, alcanzando
la producción los 150.000 Kgs. anuales de chocolates
variados. la sierra mecánica de maderas, que entró
en funcionamiento en 1875 y estaba situada junto a la anterior,
trasla-dándose posteriormente a la carretera de Villaviciosa,
y su principal actividad era la elaboración de cajonería
para envases. La panadería mecánica "La
Esperanza" fue fundada por Tomás Zarracina en
1863 y era una de las más importantes de Asturias,
pues la elaboración diaria de pan era de unos 5.000
Kgs. y empleaba a treinta trabajadores.También presidió
Tomás Zarracina durante algún tiempo la sociedad
promotora del balneario de "Las Carolinas", situado
en la playa de San Lorenzo.
¿Y cómo un mediano propietario e industrial
de una recóndita villa de España y en pleno
siglo XIX podía ser republicano?
Tomás Zarracina: concejal republicano de la I República
En España, cuando el país ya no aguanta más,
los reyes se marchan y viene la República que trae
la Libertad. Isabel II se fue; se marchó también
Amadeo de Saboya y llegó la I República un
once de Febrero de 1873. El día trece de ese mismo
mes y año, aquí, en Gijón, según
consta en el Libro de Actas del Ayuntamiento de Gijón
que se conserva en el Archivo Municipal, se recibió
en el Ayuntamiento un telegrama del Gobernador de la provincia
en el que se comunicaba la renuncia del rey y que las Cortes,
constituidas en Asamblea Soberana, habían proclamado
la República. Se personaron por la tarde en el Ayuntamiento
los señores Pérez Carreño, Guilmain
y Menéndez Acebal, los cuales hicieron presente al
alcalde, José Domínguez Gil, que traían
órdenes verbales del Gobernador para que la Corporación
dimitiese y resignase el mando en el diputado provincial
Alejandro Blanco. Entre el alcalde y el gobernador se cruzaron
varios telegramas que denotaban la confusión propia
del momento. Finalmente, con la garantía del diputado
Alejandro Blanco de contribuir al mantenimiento del orden,
"el Ayuntamiento, en atención a las circunstancias
y en su deseo de que la tranquilidad y el sosiego público
no lleguen a turbarse, quizá con el pretexto de su
permanencia al frente de la administración municipal,
acordó por unanimidad hacer renuncia desde luego
del cargo, con tanta más razón, cuanto que
veía rebajada su dignidad como Corporación
local por haber dispuesto el Gobernador la entrega de armas
a la fuerza ciudadana sin su intervención."
Efectivamente, se habían enviado doscientas armas
que, como posteriormente se comprobaría, no estaban
en muy buen estado.
Se trasladó
a Oviedo una comisión municipal, y el Gobernador
(¿Angel de F. Valmori?) oídas las consideraciones
que los representantes de la Corporación gijonesa
exponen como fundamento de su dimisión, acepta ésta
y nombra, para reemplazarlos provisionalmente a las siguientes
personas: Segundo G. Prada, José Palacio, Francisco
Alvarez, Francisco Pérez Carreño, Eduardo
Guilmain, Policarpo Boluna, Eusebio Menéndez, Arsenio
Buznego, Justo del Castillo, Casiano García, Antonio
Erdocea, Vicente Valdés, Francisco Castañón,
Eladio Carreño, Apolinar Acebal, Francisco Díaz,
Francisco Castro, Antonio Suárez, Restituto Buylla,
Manuel Cerra, Tomás Zarracina, Manuel Rodríguez
(de Tremañes), Manuel Rozada, Ramón de la
Rubiera y Alejandro Blanco y Jove Huergo. Total: venticinco.
De nuevo en Gijón,
concurren al día siguiente, catorce de Febrero, en
las Cosistoriales la Corporación dimisionaria y los
antes mencionados, leyéndose la resolución
del Gobernador de la provincia. Los concejales salientes
abandonan el local y la nueva Corporación queda presidida
por el de más edad, que resulta ser Alejandro Blanco
y Jove Huergo. Procediéndose a continuación
a celebrar las respectivas votaciones para el nombramiento
de alcalde, tenientes de alcalde y síndicos, resultando
elegidos por unanimidad los siguientes:
Alcalde 1º Presidente, Alejandro Blanco.
1er. Teniente Eladio Carreño.
2º id. Restituto A. Buylla.
3º id. Francisco Pérez Carreño.
4º id. Francisco Díaz
5º id. Segundo G. Prada.
Síndico Apolinar Menénez Acebal.
id. supl. Eduardo Guilmain
El alcalde presidente
dio las gracias por la honra que le habían dispensado
nombrándole para dicho cargo, proclamó y dio
posesión a los anteriormente mencionados de los suyos
respectivos y, por último, se adoptó el acuerdo
de que las sesiones ordinarias se celebrasen los sábados
de cada semana a las siete de la noche, dándose con
ello por terminada esta sesión inaugural, de la cual
levantó acta certificada el secretario del Ayuntamiento.
Un día
después, se volvió a reunir la Corporación
para nombrar a los alcaldes de barrio, treinta y uno en
total. Se eligieron también los miembros de la Corporación
que integrarían las diferentes comisiones permanentes,
que eran las siguientes: Policía urbana y festejos;
Hacienda, presupuestos y arbitrios; Alumbrado y serenos;
Instrucción pública; Cárcel y presos
pobres; Obras públicas, caminos y arbolado; Montes
y terrenos comunales; Milicia voluntaria; Intervención
de fondos. No se va a hacer aquí un resumen de cada
sesión municipal, pero si interesa destacar dos cosas:
la primera, las comunicaciones que envían ofreciendo
sus servicios a la nueva Corporación los cónsules
de Francia, Alemania e Italia; el Comandante de Marina,
los administradores de la Aduana y Fábrica de Tabacos,
y el director del Instituto "Jovellanos". El otro
aspecto a señalar es la ausencia de Tomás
Zarracina; no sólo no figura en ninguna de las anteriores
comisiones municipales, sino que tampoco consta que asista
a las reuniones ordinarias de la Corporación.
En el movimiento
republicano gijonés debía de haber las lógicas
discrepancias que no tardarían en aflorar. Por otra
parte, ser entonces concejal o alcalde no era, al contrario
de lo que ahora sucede, ningún chollo. Se iba al
Ayuntamiento, como a la política, por un ideal, a
servir a la ciudad y a la nación, y no con la idea
de "servirse de" para propio beneficio. Vease,
si no, lo que ocurrió en el Ayuntamiento de Gijón
al mes y medio de tomar posesión aquella primera
Corporación republicana. Pues ocurrió que
en sesión extraordinaria celebrada el día
ventiséis de Marzo de aquel año de 1873, presidida
por el primer teniente de alcalde, Eladio Carreño,
se dio cuenta de cuatro comunicaciones recibidas. La primera
de ellas iba firmada por Alejandro Blanco, alcalde de Gijón
hasta ese momento, y decía así:
"No reconociendo como demócrata ningún
poder ni corporación que no esté nombrado
por sufragio universal, y únicamente prescindiría
de aquel requisito por circunstancias extraordinarias y
por el tiempo indispensable, bajo cuya base he aceptado
el formar parte de esta Corporación municipal; viendo
que a pesar de haber transcurrido tiempo suficiente para
la elección, ésta se prorroga indefinidamente,
poniendo al Ayuntamiento en una situación ilegal,
sin que pueda dar fuerza ni hacer ejecutivos sus acuerdos
en asuntos económicos, ni por consiguiente formar
sus correspondientes presupuestos, renuncio desde este día
al cargo de concejal y, por lo tanto, al de Alcalde 1º
Presidente de la Corporación, que únicamente
acepté mientras aquella pudiera constituirse con
arreglo a la ley. Espero, pues, que V. se haga cargo desde
luego de la Alcaldía y en su día disponga
se dé cuenta de mi renuncia al Ayuntamiento para
los efectos procedentes. Gijón, 24 de Marzo de 1873.
Salud y fraternidad. Alejandro Blanco. Sr. 1er. Teniente
de Alcalde."
En parecidos
términos se expresan otros tres concejales que también
dimiten el cargo. Aunque no está entre ellos Tomás
Zarracina, lo cierto es que éste sigue sin acudir
a las sesiones de la Corporación. Cabría atribuir
esa actitud a otros motivos que no fueran políticos,
y así pudiera ser, pero hechos que veremos posteriormente
parecen corroborar la tesis del desacuerdo político
como causa y explicación de aquella ausencia.
El día
siete de Junio de 1873, estando a punto de levantarse la
sesión en las Consistoriales, se recibe el siguiente
telegrama:
"El Gobernador al Alcalde. El Ministro de la Gobernación
en telegrama de hoy me dice lo siguiente. Las Cortes están
constituidas. Inmediatamente después de haber aceptado
la dimisión del poder ejecutivo, han aprobado por
aclamación y casi por unanimidad que la república
federal es la forma de gobierno de la Nación española.
Mañana se hará la votación definitiva
y nominal de esta proposición. Circúlese y
publíquese."
Continúa
el acta municipal relatando que "el Ayuntamiento oyó
con satisfacción tan importante noticia, y el Sr.
Boluna dio un "viva la República federal"
que fue contestado con entusiasmo por el Ayuntamiento y
público que ocupaba el salón." A continuación,
el Ayuntamiento de Gijón acordó dirigir al
Presidente de la Asamblea Nacional un telegrama con estos
términos:
"El Presidente
del Ayuntamiento de Gijón al Presidente de la Asamblea
Nacional. Recibida con inmenso júbilo la satisfactoria
noticia de haberse proclamado la república federal
por la Asamblea. Este Ayuntamiento, en sesión pública
hizo igual proclamación y acordó por unanimidad
felicitar a la Asamblea por tan importante solución".
Y llegamos al
venticuatro de Agosto. Ese día, bajo la presidencia
del alcalde saliente, Eladio Carreño, se da lectura
a la lista de los concejales electos. Es aquí cuando
de nuevo aparece el nombre de Tomás Zarracina, y
lo hace, precisamente, encabezando esa lista de concejales
que no han sido nombrados por ningún gobernador,
sino elegidos en votación. Forman la lista de nuevos
concejales los siguientes nombres: Tomás Zarracina,
Manuel de la Cerra, Segundo González Prada, Policarpo
Boluna, Eduardo Guilmain, Apolinar Menéndez Acebal,
Casiano García, Eusebio Menéndez, Antonio
Suárez, José Palacio, Leonardo Menéndez
Tuya, José Corral, Arsenio Buznego, José González
Coto, Manuel Rodríguez, Juan A. Gómez, Benigno
Quirós, Antonio García, Francisco Caicoya,
Calixto Meré, Marcelino Villamil, Manuel Muñiz,
Jacinto Menéndez, Manuel Alvarez Ramos y Francisco
Lavandera. Preside interinamente la Corporación el
concejal que más votos obtuvo, que lo fue José
González.
En otra reunión
de la Corporación electa, Tomás Zarracina
es nombrado primer teniente de Alcalde y pasa a formar parte
de las siguientes comisiones municipales: Policía
urbana; Presupuestos, cuentas y arbitrios; Cárcel
y presos pobres; Voluntarios de la República; Conservación
y limpia del puerto.
Tomás Zarracina y la sublevación militar
contra la I República
Del mismo modo que se dice que "la alegría dura
poco en casa del pobre", pienso yo que también
se podría haber acuñado esta otra frase: "la
Libertad dura poco en España". Efectivamente,
el general Pavía mete a los caballos en el edificio
de Las Cortes y pone fin a la I República antes de
que hubiera trascurrido un año desde su instauración:
¡qué poco dura la alegría y la Libertad
en casa del español pobre! Algo parecido pensarían
los concejales republicanos gijoneses, pues aunque algunos
de ellos no fueran pobres, económicamente hablando,
si que todos eran en aquel momento "unos pobres concejales
republicanos", republicanos ya sin República.
Un siete de Enero
de 1874, los concejales gijoneses acuden a la convocatoria
de una sesión extraordinaria. Y va a tocarle presidir
tan triste reunión, precisamente, a nuestro hombre,
Tomás Zarracina, en su calidad de primer teniente
de alcalde. Se abre la sesión, se lee y aprueba el
acta de la anterior y, a continuación, Tomás
Zarracina procede a leer varios telegramas en los que se
da cuenta del atentado cometido contra la Asamblea Nacional
y de la formación de un nuevo gobierno presidido
por el duque de La Torre, así como otro telegrama
en el que el Gobernador militar de la provincia pregunta
al Ayuntamiento si éste está conforme con
la política que representa el nuevo gobierno. Respecto
a esto último, "el Ayuntamiento, unánimemente,
acordó no estar conforme con dicho Gobierno y, por
lo tanto, hacer, desde luego, dimisión de su cargo,
participándolo así al Gobernador de la provincia
para que designe la persona que haya de hacerse cargo de
la Alcaldía y, hasta tanto, continuar en las Consitoriales
todos los Sres. Concejales para atender a la conservación
del orden, por el término de cuatro días.
Así mismo, y en vista de haberse declarado la provincia
en estado de sitio, y de la orden para desarmar al Batallón
de Voluntarios de la República, de esta villa, se
acordó que una Comisión de Concejales reciba
las armas, munición y equipo que los voluntarios
vayan presentando..."
Venticuatro horas
más tarde, el Comandante militar de Gijón
convoca en el Ayuntamiento al alcalde en funciones, Tomás
Zarracina, y a las siguientes personas: Nemesio Sanz Crespo,
Víctor Menéndez Morán, Eustaquio García,
José Domínguez Gil, Bernardo de la Rionda,
José Díaz Pérez, Victoriano García
de la Cruz, Francisco Díaz, Maximino de la Sala,
Rafael García Cuesta, Evaristo del Valle, Florencio
Valdés, Francisco Roces y Casimiro Velasco. Están
también presentes algunos concejales y la reunión
la preside el Comandante militar de la plaza, el cual da
lectura a un telegrama del Gobernador militar de la provincia
que comunica haber admitido la dimisión de la Corporación
y nombrado para reemplazarla a las personas mencionadas
anteriormente, siendo el Comandante militar el encargado
de darles posesión, procediendo después ellos
a la elección de los cargos municipales y completando
el número de concejales con personas de las parroquias
rurales.
A pesar de la
presión a que son sometidos por parte de las autoridades
militares, los señores Sanz Crespo, Menéndez
Morán, Domínguez Gil, Rionda Roces y Velasco
se negaron a aceptar el cargo aduciendo motivos de salud
o el tener muchas ocupaciones; mientras que el resto fundamentó
su negativa en que "ni el nombramiento estaba dentro
de las prescripciones legales ni creían al Sr. Gobernador
militar de la provincia con facultades para obligarles a
aceptar cargos de elección popular, pues parecía
natural que fueran llamados a formar la Corporación
municipal los Concejales que cesaron el 11 de Febrero de
1873, elegidos todos por sufragio universal."
El Comandante
militar de la plaza, que presidía la reunión,
suspendió la misma durante una hora para poder consultar
con su superior. Transcurrida la misma, se reanudó
nuevamente aquella, manifestando el Comandante militar que
el Gobernador "no admitía ninguna de las excusas
expuestas por los nombrados y suplicaba en nombre del Gobierno
que todos admitiesen el cargo y se posesionaran del Ayuntamiento
para velar por los intereses locales y atender a la conservación
del orden público." En vista de los cual, y
expresando su protesta, aceptaron todos menos Maximino de
la Sala, que mantuvo su negativa y abandonó la reunión.
A continuación, presididos por el de más edad,
Bernardo de la Rionda, y una vez constituido el Ayuntamiento,
se procedió a la elección de los cargos municipales.
Por unanimidad, fue elegido alcalde José Domínguez
Gil, y del mismo modo los cinco tenientes de alcalde y el
síndico.
Un año
después, en la sesión ordinaria del Ayuntamiento
de Gijón que tiene lugar el día dos de Enero
de 1875, bajo la presidencia de José Suárez
Hevia, 2º teniente de Alcalde, se da lectura al siguiente
telegrama del Gobernador de la provincia, recibido dos días
antes:
"Gobernador, Alcaldes. Proclamado por los Ejércitos
del Norte y Centro D. Alfonso XII Rey de España,
y secundado por las guarniciones de las demás provincias,
ha dimitido el Ministerio presidido por el Sr. Sagasta,
nombrándose otro regencial bajo la presidencia del
Sr. Cánovas del Castillo. En Madrid inmenso júbilo,
y en esta capital se ha recibido tan notable acontecimiento,
llevado a cabo con tanta unanimidad y sin colisión
alguna, con muchísima satisfacción. Hágalo
V. también público en ésa."
En Gijón,
nada más recibirse dicho telegrama y antes de reunirse
la corporación, el alcalde en funciones había
dado órden de que se comunicase al vecindario lanzando
cohetes y colocando colgaduras en el balcón del Ayuntamiento.
Muerte de Tomás Zarracina
Tomás Zarracina fallecía en Madrid el trece
de Diciembre de 1898. De ese largo período de casi
venticinco años que va desde su dimisión de
los cargos municipales hasta su muerte, nada o muy poco
he podido averiguar. Por el libro de Carmen Maurenza: "Historia
de la imprenta en Asturias", sabemos que un año
antes de su desaparición, Tomás Zarracina
todavía tenía "humor" para fundar
junto con Vicente Innerarity y Felipe Valdés un diario
republicano que en poco tiempo, y durante muchos años,
sería el diario más importante de la región:
"El Noroeste".
Comenzó
tirarse este periódico el día once de Febrero
de 1897 en una máquina rotoplana de la moderna imprenta
que los mencionados socios instalaron en el número
uno de la calle Covadonga de Gijón. Será en
las páginas de "El Noroeste", y a propósito
de la muerte del que fuera uno de sus fundadores, donde
de más cosas de su vida nos podremos enterar.
Muere Tomás
Zarracina en Madrid, y todo parece indicar que se había
trasladado a la capital en compañía de su
mujer... ¿para tratar de encontrar algún remedio
médico, quirúrgico tal vez, a alguna grave
enfermedad que ya padeciese? No hay certeza, pero hay indicios.
Un día antes del desenlace definitivo, llegaban a
la capital en el tren correo de Gijón su hija Carmina
con su marido, Alfredo Santos; les acompañaba el
médico de la familia, Wenceslao Vigil. Y el día
catorce de Diciembre, "El Noroeste" da la triste
noticia a los asturianos y, sobre todo, a los gijoneses,
incrustando en su portada una sentida necrológica
de la que entresaco los siguientes párrafos:
"A él
debe Gijón varias de sus ricas industrias y muchas
de las mejoras que ostenta. Ni cansancio en el trabajo ni
temores en las empresas ni desmayos en su fe inquebrantablemente
republicana sintió jamás el Sr. Zarracina.
Por su constancia, por su laboriosidad, por su desprendimiento,
por todas las nobles cualidades que en él resplandecían,
puede decirse que había encarnado en sí el
tipo de esa generación que va extinguiéndose
después de dar a España y a la Libertad días
de gloria.
No tenía
rencores más que para la opresión y la injusticia.
Cuando a sus oídos llegaban los ecos de las lamentaciones
que las iniquidades del caciquismo arrancaba a las víctimas,
sublevábase todo su ser y parecía como que
su noble semblante se iluminaba repentinamente.
(...) Callemos
nosotros y hablen los innumerables necesitados que a él
acudieron y que jamás de su lado salieron sin obtener
algún alivio a sus necesidades; hablen los numerosos
dependientes que durante muchos años estuvieron con
él en contacto y que nunca vieron en D. Tomás
al patrono avariento, sino al cariñoso amigo y generoso
protector; hablen todos los vecinos de Gijón, que
vieron siempre en nuestro llorado amigo lo que efectivamente
era: un gijonés entusiasta, un convecino honrado,
un republicano consecuente, un generoso filántropo.
¡Qué triste es ver como mueren los buenos!
Por eso le lloran todos sin excepción; que las distancias
del político borrábalas la simpatía
del íntegro ciudadano."
El jueves quince,
"El Noroeste" dedicaba toda su primera página
a la esquela de Tomás Zarracina Rodríguez.
De la esquela obtenemos estos nuevos datos: que al fallecer
tenía sesenta y seis años, que solamente le
quedaba una hija, Carmen, y que no tenía nietos,
por lo que podemos suponer que sus otros hijos varones habrían
muerto antes de llegar a la edad adulta o matrimoniar, porque
tampoco se menciona ninguna "hija política".
En la esquela se convoca a sus "conocidos y amigos"
para que concurran al día siguiente, a las dos y
media de la tarde, a la estación del Ferrocarril
del Norte, desde donde el cadáver será conducido
al cementerio general. Aunque el funeral queda para el día
después al del entierro, la esquela lleva cruz; por
lo tanto, nada se se puede afirmar sobre sus creencias religiosas
o ausencia de las mismas, pero tal vez no sea aventurado
suponer que Tomás Zarracina, siendo creyente, no
era hombre de iglesia.
En una segunda
nota necrológica que "El Noroeste" publica
en las páginas interiores de ese mismo jueves quince,
se encuentra una nueva información sobre un aspecto
de la vida de Tomás Zarracina que hasta ahora desconocíamos:
"Los buques nacionales surtos en el puerto, rindieron
también su tributo de cariño al antiguo piloto
de la Marina mercante izando bandera a media asta."
Y más adelante, la misma nota continúa: "La
Junta local de Fusión Republicana y el Comité
Federal acudirán en representación de sus
partidos respectivos a la Estación del Norte para
acompañar el cadáver, más no por esto
dejan de invitar, sino que lo hacen por nuestro conducto,
a los republicanos todos de Gijón..."
Es decir, que,
en primer lugar, Tomás Zarracina, como la mayoría
de los jóvenes de las familias pudientes gijonesas
de la época, había estudiado Náutica
en el Instituto de Náutica y Mineralogía que
fundara Jovellanos; estudiar entonces Náutica en
Gijón debía de ser algo así como ahora
hacer Derecho o Empresariales, solamente que restringido
a los chicos de veinte familias. En segundo lugar, queda
claro que Tomás Zarracina era miembro de las mencionadas
organizaciones políticas.
Llega el día
del entierro y, según se puede leer en la crónica
de "El Noroeste", en los andenes de la Estación
del Norte ya no se podía dar un paso debido a la
multitud que allí se había reunido desde una
hora y media antes de iniciarse la conducción del
cadáver al cementerio.
La tarde del
día anterior, en Madrid, donde Tomás Zarracina
apenas si era conocido, en el traslado del cadáver
desde el Hotel Inglés hasta la Estación del
Norte, se había formado un cortejo de más
de ciento cincuenta coches. Al carruaje fúnebre le
seguieron a pie numerosas representaciones de la colonia
asturiana y del partido republicano. Presidieron el duelo
Alfredo Santos, yerno del fallecido; Calixto Rodríguez,
sobrino; Rafael María de Labra y el acaudalado propietario
Indalecio Fernández; se señala la asistencia
de Salmerón, Azcárate, Sardá, Baselga,
Morayta, Amós Salvador, conde de Revillagigedo, Villamil
y Pérez de Ayala, entre otros. En Mieres, esperaban
al tren gran cantidad de correligionarios y amigos. En Oviedo,
aún se incrementó el número de personas
que aguardaban en la estación el paso del tren, al
que subió una representación del partido republicano
para acompañar los restos de Tomás Zarracina
hasta el cementerio. Formaban parte de ella Indalecio Corugedo,
José González Alegre, Arturo Buylla, Marcelino
Pedregal, Indalecio y Antonio Corugedo (hijos), Arcadio
Ríos, Aurelio Alonso, Perfecto Rodríguez y
Bonifacio Gutiérrez; no pudiendo desplazarse hasta
Gijón Adolfo Buylla, Aniceto Sela, Adolfo Posada
y Melquíades Alvarez. En Oviedo se depositaron en
el furgón tres coronas de flores, que fueron a sumarse
a las diez de Madrid y Mieres.
A la una y media
de la tarde llegaba el tren con su fúnebre carga
a la Estación del Norte de Gijón. El cadáver
de Tomás Zarracina se depositó en una de las
salas, transformada en improvisada capilla ardiente. Llegan
más flores y coronas, hasta sumar un total de veintitrés.
Para lo que aquí nos interesa, y aparte de las de
la familia, conviene recoger las inscriciones de las cintas
de algunas de esas coronas por la información que
de ello trasciende: "Eladio Carreño y familia,
a su íntimo y cariñoso amigo Tomás
Zarracina"; "Viuda e hijos de Pérez Conde,
a su inolvidable amigo"; "A D. Tomás Zarracina
los republicanos de Oviedo"; "El partido de Fusión
republicana (de Gijón) a su querido miembro D. Tomás
Zarracina"; "la Juventud Radical (de Gijón)
a don Tomás Zarracina"; "A su inolvidable
D. Tomás, sus dependientes"; "Los panaderos,
a su principal D. Tomás Zarracina"; "A
D. Tomás Zarracina, los operarios de su fábrica
de chocolates"; "Los operarios de sidra, a su
principal D. Tomás Zarracina"; "Los operarios
de la fábrica de harinas, a su principal"; "Los
operarios de la fábrica de sierra, a su principal
D. Tomás Zarracina"; "Nicasio García
a su querido D. Tomás"; "El Noroeste, a
su fundador D. Tomás Zarracina".
Al iniciarse
la conducción del cadáver hasta el cementerio,
empezó a llover y las calles se convirtieron en seguida
en verdaderos lodazales, lo que no impidió que el
cortejo fúnebre fuera el más numeroso nunca
visto antes en Gijón. Encabezaban la marcha numerosos
obreros con antorchas encendidas, seguidos del clero con
cruz alzada y el féretro, portado a hombros por trabajadores
de las industrias de que era propietario el difunto. El
duelo lo formaban Alfredo Santos, Jesús Menéndez
Acebal, Calixto y Joaquín Rodríguez, Macario
y Felipe Menéndez, Domingo G. Coto, Ladislao Menéndez,
Policarpo Boluna, José Mª Menéndez Prada,
Senén Rendueles, Frutos y Eduardo M. Etzenaga, Manuel
y Enrique Pérez Conde, Indalecio Corujedo, José
G. Alegre, Arturo A. Buylla, los presidentes del Comité
de Fusión Republicana, del Comité Federal,
de la Sociedad "La Carpintería", los presbíteros
Sebastián Benavides y Nemesio Alvargonzález,
y una comisión del Ayuntamiento formada por el alcalde,
Prendes Pando, y los concejales Manuel Menéndez,
Andrés García y Benito Conde; José
García Mencía, en representación del
Ateneo Obrero, recogía una de las cintas del féretro.
La comitiva hizo
su recorrido hacia el cementerio de Ceares por las calles
de Marqués de San Esteban, Pedro Duro, Numa Guilhou,
Carmen, Libertad, Langreo y Teatro, donde se rezó
un responso delante de la casa del finado, continuando por
Begoña, Paseo de Alfonso XII y carretera de Ceares.
Una vez en el cementerio, una multitud de personas desfiló
ante el cadáver de Tomás Zarracina en postrer
despedida.
El sábado,
se celebró el funeral en la iglesia de San Pedro
por ser la de mayor capacidad. Se reunieron más de
tres mil personas que una vez finalizada la ceremonia religiosa,
que duró dos horas, se dirigieron por las calles
de Gijón, formando dos filas interminables hasta
la casa en la que vivía Tomás Zarracina en
la calle del Teatro.
Pero lo más
significativo fue el incidente que se produjo en la celebración
del funeral. Lo cuenta así la crónica de "El
Noroeste":
"El hecho
es tan insólito que, a no haberlo visto, jamás
lo hubiéramos creído, conocida como nos es
la ilustración del párroco de S. Pedro. Sin
duda, un exceso de puritanismo les cegó a él
y al sacristán mayor de esa parroquia; porque queriendo
o sin quererlo, ayer se arrojó del templo a El Noroeste,
a los republicanos de Oviedo y Gijón y a la Juventud
radical.
A tanto equivale,
el haber prohibido que se colocasen en el catafalco las
coronas que nuestra empresa y las agrupaciones dichas dedicaron
a D. Tomás Zarracina. Republicano fue éste
toda su vida y no se desdeñó de ser uno de
los fundadores de El Noroeste. Si tan mala cosa es ser republicano
y tener relación con este diario, ¿cómo
tantos sacerdotes acudieron presurosos a entonar salmos
por el alma del finado?
En el clero de
Gijón no se ha visto hasta ayer intolerancia tan
soberanamente ridícula. Ningún precedente
la abonaba, porque no ha mucho que hemos visto en esa misma
iglesia coronas del círculo conservador y de otras
agrupaciones políticas.
Ello es que aún
habiendo entre los republicanos hombres de sentimientos
acaso más, mucho más sinceramente cristianos
que muchos que fundan toda su religión en hipócritas
exterioridades, ayer fueron indirectamente arrojados de
la iglesia de San Pedro. La lección fue dura; y a
la dignidad herida toca aprovecharla."
Como consecuencia
de ese incidente, las agrupaciones gijonesas de Fusión
Republicana y de la Juventud Radical repartieron entre el
pueblo sendos manifiestos denunciando los hechos ocurridos
en el funeral de Tomás Zarracina. Estos manifiestos
fueron publicados en días sucesivos, previa mutilación
por la censura oficial, en el diario "El Noroeste".
Una calle y una lápida en recuerdo
de Tomás Zarracina
El día diecisiete de Diciembre, cuatro días
después de su muerte, el concejal Manuel Menéndez
Menéndez propuso a la Corporación que presidía
Francisco Prendes Pando, reunida en sesión ordinaria,
que se diese a una calle de la ciudad el nombre de Tomás
Zarracina. La propuesta, aprobada por unanimidad, quedó
recogida en libro de actas de esta manera:
"Hizo uso
después de la palabra el Sr. Menéndez Menéndez
manifestando que Gijón y su Ayuntamiento supieron
demostrar el aprecio y estimación de aquellos de
sus hijos que por medio del trabajo han contribuido al desarrollo
y riqueza de la población, dando su nombre a una
calle como recuerdo permanente de dicha estimación
y aprecio; que, desgraciadamente, ha fallecido en estos
días uno de esos hombres que con sus iniciativas
y trabajo ha logrado elevar la importancia industrial de
Gijón a un grado muy alto, por lo cual merecía
el agradecimiento de todo el pueblo; y concluyó proponiendo
se diese el nombre de D. Tomás Zarracina a la calle
en donde vivió este distinguido hijo de Gijón,
que es a quien se refería anteriormente. El Ilustre
Ayuntamiento acordó por unanimidad y aclamación
aprobar lo propuesto por el Sr. Menéndez y Menéndez
y que conste en el acta del día el sentimiento con
que la Corporación se enteró de tan triste
noticia."
Desde entonces,
la calle del Teatro, donde vivió y tuvo algunas de
sus industrias Tomás Zarracina, pasó a llevar
su nombre. Y no deja de sorprender que durante la dictadura
franquista lo siguiera conservando, máxime teniendo
en esa calle su sede la Falange gijonesa.
Para otro once
de Febrero, pero de 1900, los republicanos gijoneses de
Fusión Republicana convocaron a todo el pueblo de
Gijón a la inauguración de una lápida
"dedicada al que fue entusiasta defensor de los ideales
republicanos, don Tomás Zarracina." Como era
costumbre en aquella época, en la que no existían
ni subvenciones ni subvencionariado, los gastos de construcción
de la lápida y de su colocación fueron costeados
mediante suscripción popular abierta en la Imprenta
de El Noroeste y en otros periódicos. El dinero sobrante
de dicha suscripción se repartió, posteriormente,
a partes iguales entre la Institución Filantrópica
y el Hospital de Caridad.
Estaba previsto
que los actos se iniciasen con una concentración
a las diez y media de la mañana en la Estación
del Norte, pues el día once era domingo. Desde allí,
y una vez que llegasen las comitivas republicanas de Oviedo
y otros pueblos de la provincia, se partiría hacia
la casa de la familia de Tomás Zarracina para proceder
a la inauguración de la mencionada lápida.
Así mismo, en el patio del Instituto "Jovellanos"
se repartirían 300 libras de pan a los pobres.
Para conmemorar
el 27º aniversario de la proclamación de la
República, ese mismo día se celebraría
un banquete en el restaurante "Petit Boullon",
presidido por Melquiades Alvarez, mientras que, por su parte,
"El Noroeste" tiraba un número extraordinario
en el que aparecían artículos de Pi y Margall,
Gumersindo de Azcárate, Rafael María de Labra,
Estévanez, Adolfo Buylla, Rafael Altamira, A. Sela,
Adolfo Posada y otros.
No pudieron tener
los republicanos su fiesta en paz. El Gobernador, cumpliendo
órdenes del Ministerio de la Gobernación,
ordenó que se concentrasen en Gijón numerosos
efectivos de la Guardia Civil, a pie y a caballo, al mando
de un teniente coronel que traía orden de impedir
toda celebración pública que el pueblo quiera
tributar a la memoria de Tomás Zarracina. El día
anterior a los actos, por la noche, el jefe de la Guardia
Civil solicitó al alcalde que enviase operarios para
arrancar la lápida de la fachada. Accedió
a ello el Alcalde y los operarios se presentaronn en la
casa de los Zarracina con escaleras y herramientas. Solamente
la intervención decidida del portero de la finca,
Robustiano Rodríguez pudo impedir el atropello. Robustiano
adviertió serena, pero firmemente, que al primero
que tocase la lápida le costaba la vida. Tan resuelto
le vieron, que los empleados del municipio optaron por retirarse
sin intentar llevar a cabo las órdenes que traían.
Llega el domingo,
y la Estación del Norte, lugar de reunión
con las distintas comisiones que vienen por tren, y la calle
de Los Moros están tomadas por la Guardia Civil,
que impide que se formen grupos. Ante tan lamentable situación,
los dirigentes republicanos, reunidos en la casa de los
Zarracina, acuerdan enviar un telegrama a Pi y Margall,
Azcárate y demás diputados de la minoría
republicana en Las Cortes denunciando lo ocurrido y pidiendo
se interpele al Gobierno sobre ello. Y al público
que, impaciente, deambula por las calles próximas
al mencionado domicilio se le convoca para un mitin de protesta
que se celebrará a las tres de la tarde en el Casino
Federal. Tras este mitin, que se cerraría con una
intervención de Melquiades Alvarez, se celebró
una velada en el citado Casino Federal, iniciándose
la misma con la interpretación por la orquesta de
"La Marsellesa". Concluiría la jornada
con la lectura de este escrito de un histórico del
republicanismo español, Nicolás Estévanez:
"A los federales
de Gijón y a todos los de Asturias
Pena me causa
la imposibilidad de celebrar con ustedes la fiesta anual
del partido. A medida que se aleja la fecha memorable, se
entibia el entusiasmo con que antes festejábamos
la conmemo-ración; y por lo mismo son acreedores
a sentidos plácemes los republicanos que todavía
la celebran.
En la villa de Gijón no se ha extinguido la fe republicana;
en ella se mantiene vivo el sacro fuego, y es uno de los
más potentes focos de la Federación y de la
Libertad. Comparte Gijón con Alicante y Va-lencia,
Talavera y Tarragona, Figueras y otras ciudades, la gloria
de ser esperanza de la Democracia, de la República,
de la Federación.
No vaciléis un instante, federalistas de Asturias;
mantened el fuego sagrado un día y otro día,
un año y otro, que en el federalismo está
la mayor garantía de la República y sin él
será infecundo todo intento de regeneración.
¡La regeneración.... ¿Por qué
se habla tanto de ella sin que aparezca por ninguna parte?
Se habla de ella porque la Patria lo exige, lo reclama,
lo necesita como fundamento esencial de su existencia. Y
no aparece por ninguna parte porque se la busca donde no
puede encontrarse, en decrépitas instituciones, en
estúpidas rutinas, en entes depravados. ¿Cómo
han de regenerar a la infeliz España seres degenerados,
leyes corruptoras y clases corrompidas?
Luchad, luchemos todos sin tregua por la Federación
y la República."