Fernando
VII, "el doble", añade la traición
a la crueldad.
Por Francisco Pi y Margall en
Historia de España
A
pesar del mal éxito obtenido en su última
tentativa revolucionaria por los liberales emigrados, no
desmayaban en su empresa. Vigilados estrechamente
por el Gobierno (francés) de Luis Felipe, cuyo innoble,
por lo interesado, cambio de actitud censuraban los demócratas
franceses, y no pudiendo operar en la frontera pirenaica,
resolvieron hacer nuevas tentativas por el Mediodía
de España, llevando esta vez la dirección
del movimiento el general don José María de
Torrijos, que se hallaba refugiado en Gibraltar. Lanzó
una proclama a principios del año 1831, envió
algunos confidentes a Algeciras y él mismo desembarcó
en la costa, seguido de doscientos hombres, siendo rechazado
por las tropas realistas. Poco después,
desembarcaba también el ex ministro don Salvador
Manzanares, al frente de trescientos hombres, con dirección
a la serranía de Ronda, en espera del alzamiento
que se le había ofrecido iba a hacer la ciudad de
Cadiz. Levantóse sólo el batallón
de marina en San Fernando, que se vio forzado a huir, y
el capitán general de Andalucía, don Vicente
Quesada, con numerosas fuerzas emprendió la persecución
de los revolucionarios dispersándolos fácilmente.
Aprehendido Manzanares, díó en el
acto muerte al guía desleal que le condujo con engaños
a donde, se hallaban los realistas, muriendo él de
un tiro disparado por un hermano del delator.
Instaláronse de nuevo las comisiones mili tares y
subieron al cadalso todos los que no lograron su salvación
en la huida. Con tal motivo, arreció la persecución
contra los liberales, hasta el punto de haberse
ahorcado en Madrid el día 23 de Marzo a un sujeto,
por el único hecho de dar un viva a la libertad.
Un anónimo dirigido al ministro Calomarde, denunciándole
que algunas personas de la Corte sostenían correspondencia
con los emigrados, bastó para prenderlas. Eran
el comerciante don Francisco Bringas, el oficial de artillería
Torrecilla, el librero don Antonio Miyar, el abogado don
Salustiano Olózaga, el arquitecto Marcoartú
y el propietario don Rodrigo Aranda. Marcoartú
pudo librarse de las garras de la policía, arrojándose
por un balcón. Substanciáronse las causas
que se formaron rápidamente contra los presos y la
primera sentencia de muerte dictóse contra
Miyar, conduciéndosele a la horca el 11 de Abril.
Olózaga pudo fugarse de la cárcel del Saladero,
vistiendo un uniforme militar con las insignias
de teniente coronel que le proporcionaron sus amigos, y
después de no pocos afanes y peligros consiguió
llegar a Francia.
El mes de Mayo siguiente se cometió por el Gobierno
de Fernando un crimen abominable en Granada, cuyo recuerdo
estará siempre vivo en la memoria de los españoles.
Doña Mariana Pineda, viuda de don Manuel
Peralta, había dado a bordar una bandera de seda
morada con el lema de Ley, Libertad, Igualdad, y denunció
este hecho un clérigo atribuyéndolo a que
se trataba de cierta enseña para proyectos revolucionarios.
Fue presa y condenada a muerte aquella infeliz mujer, mostrando
en la capilla un ánimo varonil y esforzado.
Recomendó a los cuidados de la amistad la suerte
de los dos hijos de pocos años que dejaba y subió
al patíbulo con toda entereza, legando con su muerte
un baldón eterno para los feroces jueces y gobernantes
de tan aborrecible época.
Faltaba todavía añadir la traición
a la crueldad en los procedimientos inquisitoriales de los
consejeros de Fernando. Inquietábales la estancia
de Torrijos en Gibraltar, a donde regresó
después de frustrada la tentativa que antes hemos
referido, y para precipitarle y apoderarse de su persona
concibieron la infame idea de tenderle un lazo. Sirvióles
para este plan la vileza del general don Vicente Gonzalez
Moreno, gobernador militar de Málaga, quien
hizo se escribiese a Torrijos haciéndole saber que
todo se hallaba dispuesto para recibirle y hacerle triunfar
en su empresa. Mandóle confidentes y emisarios animándole,
y creyendo Torrijos que eran ciertas tales noticias, sin
abrigar la menor desconfianza, salió de Gibraltar
en dos barquichuelos, con cincuenta y uno de sus partidarios,
entre los que se hallaban don Manuel Flores Calderón,
presidente de las Cortes en 1823; don Francisco Fernández
Golfín, ministro que fue de la Guerra en el mismo
año; don Juan López Pinto, teniente coronel
de artillería; don Francisco de Borja Pardio, comisario
de guerra; y don Francisco Arcas, capitán de buque
mercante. Persiguióles durante la travesía
un falucho guardacostas que les impidió ir al punto
donde pensaban desembarcar, y arribaron a la playa de Fuengirola.
A esto atribuyeron el no encontrar en ella fuerzas auxiliares
que suponían estaban esperando su arribo, y continuaron
la marcha hasta legua y media de Málaga, deteniéndose
en una alquería. Cercáronles las tropas
realistas mandadas por Gonzalez Moreno, que les intimó
la rendición en el término de seis horas,
teniendo que entregarse todos; en tanto se les
conducía a la ciudad, despachábase un propio
a Madrid para comunicar la noticia del arresto, según
lo tenía ordenado Calomarde. El 10 de Diciembre
llegó a Málaga el decreto condenando a muerte
a cuantos formaban parte de la expedición, y consumóse
aquella terrible hecatombe humana en las primeras horas
del siguiente día. Pidió Torrijos
que no se le vendasen los ojos y que se le permitiera mandar
hacer fuego a los soldados del piquete ejecutor; pero no
le fue concedido. Los cincuenta y dos infelices
perecieron fusilados, yendo a aumentar el infinito número
de los martires de la libertad. Algunos años
después, erigió el ayuntamiento de Málaga
un monumento en honor a la memoria de Torrijos y de sus
compañeros, en la plaza de la Merced, encerrándose
allí la caja que guarda el cadáver de aquel
esforzado caudillo.
A Gonzalez Moreno le valió su villana acción
el epíteto de verdugo de Malaga, que le pusieron
los liberales, y el ascenso a teniente general que le otorgó
el Rey. Su fin no pudo ser mas desdichado: al terminar la
primera guerra civil, donde servía en las filas de
Don Carlos, asesináronle sus mismos voluntarios.