La
procesión del Rosario en Cádiz.
El Nuevo Régimen.
Semanario republicano federal.
En
Cádiz ha querido restablecer el obispo la procesión
del Rosario. Lo ha visto el pueblo con malos ojos, y ha
deshecho a silbidos y pedradas la primera que se ha aventurado
a salir por las calles. De lamentar es el hecho,
máxime cuando han resultado de la agresión
heridos y contusos; pero no es menos de lamentar la imprudencia
del prelado. Esos rosarios públicos han producido
siempre escándalos. Entre nosotros es ya
proverbial decir que acaba como el rosario de la aurora
lo que mal acaba. ¿Acabaron tampoco bien
los que no hace muchos años se realizaron en Valencia?
Suponemos
que el obispo de Cádiz no había de ser tan
cándido que creyera poder sortear el peligro con
sólo sustituir el rosario de la aurora por el de
la noche. Debió, por el contrario, presumir que la
oscuridad favorecería a los enemigos de tan ridícula
alharaca, máxime cuando la procesión había
de empezar entre dos luces. Se cegó, y por poco paga
su imperdonable ceguera.
Ha
dicho el obispo, después de haber vuelto incólume
a su iglesia, que hizo la procesión por indicaciones
del Pontífice; y nos sorprende a la verdad que a
hombre tal puedan atribuirse tan mezquinos pensamientos.
Los pontífices de la talla de León XIII deben
pensar en conducir los pueblos a la religión y no
al fanatismo, en acercarse al ideal del Evangelio y no en
favorecer lo que el mismo Jesús condenó de
modo tan explícito.
El
rosario es una verdadera aberración del cristianismo.
Por él se convierte la oración dominical
y la salutación a la Virgen en fórmulas mágicas
que maquinalmente y sin fijarse en su sentido se repiten.
Es aberración aún mayor el rosario público,
ya que Cristo encargó que se orara en secreto.
“Cuando
oréis, predicó Cristo en el sermón
de la montaña, no seáis como los hipócritas
que gustan de orar de pie en las sinagogas y en las esquinas
de las calles para ser vistos de los hombres; en verdad,
os digo, recibieron su recompensa. Mas cuando tu hubieras
de orar, entra en tu cuarto y, cerrada tu puerta, ora a
tu padre en oculto, y tu padre, que ve lo oculto, te recompensará.
Y cuando oréis, no habléis mucho, como hacen
los paganos, porque piensan que hablando mucho son oídos.”
El
cristianismo está hace tiempo fuera del Evangelio.
En restituirlo al Evangelio y no en restablecer prácticas
ya justamente proscritas, deberían, así los
prelados como el Pontífice, poner todo su ahínco
y cifrar todos sus esfuerzos. Esas procesiones del Rosario
no son y propias de ningún país culto.
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Se celebró en Cádiz, y sin nuevos
contratiempos, otro rosario de la aurora. Debo advertir
que el tal rosario resultó una verdadera formación
militar. Eran tantos los fieles como los guardias civiles.
Además de guardias civiles había guardias
de orden público. En suma, por cada manifestante
acompañaban el rosario cuatro individuos de instituto
armado. ¿Qué había de ocurrir
de este modo? El culto pueblo de Cádiz hubo de pasar
por la vergonzosa mojiganga, y el obispo dirigió
luego la palabra a sus colegas comparándolos con
los mártires de la antigua Roma, que seguidos de
sus verdugos iban al sacrificio resignados y serenos. Es
claro que tan patético discurso provocó la
hilaridad de las gentes ilustradas. Se dice que el obispo,
después de esta victoria (¿?) desistirá
de celebrar más rosarios. Más vale así.
Excusado
es que diga a mis lectores la satisfacción con que
los periódicos neos han publicado la noticia de la
celebración de ese Rosario. Al mismo tiempo que la
exposición de esta inusitadas alegrías, insertan
esos periódicos violentos artículos contra
los enemigos de la fe. Hay papel de esos que pide la cabeza
de millones de españoles. ¡Tal es la mansedumbre
y tal su obediencia a los divinos preceptos! Esas pobres
gentes se han envalentonado con la debilidad de estos raquíticos
gobiernos, y han llegado a figurarse que hay en el país
quien los tome en serio. No negaré que haya católicos
de buena fe en España; pero sí niego que gentes
medianamente ilustradas no vean en el clero una masa ambiciosa
y enemiga sistemática de cuanto significa cultura
ni civilización. La generalidad comprende que la
Iglesia se ha quedado atrás y sigue indiferente su
camino, sin rendirla más tributo que el que exige
para unos el miedo de sus almas tímidas, para otros
la conveniencia, para muchos el qué dirán
y para los más el “por si acaso” y el
“a mí qué me importa.”
Mal
camino sigue la Iglesia. El tiempo no pasa en vano y la
reacciones violentas cuando se producen, son efímeras
y no significan otra cosa que el paso atrás que dan
los pueblos para arrollar mejor a los que estorban su adelanto.