"Se
cumplieron nuestras profecías, Rizal ha sido, entre
los presos de importancia, la primera víctima sacrificada
por Polavieja. Lograron su venganza los frailes, esos
hombres que al romper el sagrado vínculo de la
familia y hacer voto de castidad se despojan de todo humano
sentimiento. ¿Son frailes por fanatismo? Están
dispuestos como los Torquemadas y los Arbués a
inmolar en los altares de su Dios la humanidad entera.
¿Lo son por conveniencia y cálculo? No anidan
en sus pechos sino bajas pasiones: la de la lujuria, la
de la dominación, la de la codicia.
Se
las juraron al infeliz Rizal esos hombres indignos. No
bien estalló en Filipinas la insurrección,
le denunciaban aquí ya como alma y caudillo de
los rebeldes. Se les escapó la presa, y ebrios
de rabia no pararon hasta conseguir que el Gobierno le
volviera al Archipiélago. Venía Rizal a
la Península con pasaporte de Blanco.
Han
logrado esas inicuas gentes su objeto. Rizal ha sido pasado
por las armas. ¿Era culpable del delito que se
le atribuía? Nos lo hace poner en duda lo tranquilo
que en sus fincas estaba cuando se dio el primer grito
de guerra, su voluntario destierro de las islas, sus francas
declaraciones ante el consejo que le juzgó, y el
apresuramiento de Azcárraga a decir por la prensa
que ninguna intervención ha tenido en la sentencia
de muerte. No ha querido, a lo que parece, nuestro ministro
que caiga sobre su cabeza la sangre del justo.
Ha
muerto Rizal, y no ha sonado una palabra de conmiseración
en la Península. Era aún joven, de vastos
conocimientos, de generosas aspiraciones, escritor notable,
que habría probablemente figurado entre los mejores
cuando hubiese adquirido sobre nuestro idioma más
y mejor dominio. Nada arrebatado, sesudo, prudente, querido
de su pueblo y de cuantos le trataban, habría podido
ser un grande elemento para la reorganización de
aquellas remotas islas, reorganización de todo
punto indispensable, si vencemos y aspiramos a conservarlas.
No abundan, por desgracia, hombres de sus prendas.
¡Qué
de indultos no se prodigan aquí para los autores
de horrendos crímenes! ¡Qué de
afán y de interés no muestran por salvarlos
aun las autoridades! Para hombres como Rizal, ni hay indulto
ni quien lo pida, como no sean sus deudos. Y, sin embargo,
aún reconociéndole reo del delito que se
le atribuye, debería inspirarnos respeto a nosotros
que ponemos nuestro primer título de gloria en
haber arrojado de nuestro territorio a los moros de Granada,
sin que les valieran ni los ricos monumentos que nos dejaron,
ni el sistema de regadíos con que enriquecieron
la agricultura, ni el impulso que dieron a las artes,
ni una posesión de siglos.
Ha
muerto Rizal, y morirán tras él, pasados
por las armas, otros hombres de valía. Lo quieren
y lo aplauden los que se dicen órganos de la opinión
pública: nos toca callar a nosotros, que de ella
disentimos. Después de todo, no sucede sino lo
que está en nuestras tradiciones. Matemos, matemos:
el Duque de Alba es la genuina representación de
España."
El
Nuevo Régimen.
Semanario republicano federal (2-1-1897).
Hemeroteca Municipal de Madrid.
La
guerra en Filipinas
"Hasta
aquí, el Gobierno ha fijado su atención
en Cuba. Hora es de que vuelva los ojos a Filipinas. Continúa
allí la guerra y no se vislumbra el término.
Han fracasado, según se ve, las negociaciones de
paz seguidas con Primo de Rivera. No se contentan los
insurrectos con un puñado de oro; quieren a todo
trance las reformas porque se levantaron. "Si se
las ha concedido a Cuba, dicen ahora: ¿por qué
se las ha de negar a Filipinas? Pedimos mucho menos de
lo que Cuba exigió: no aspiramos a la independencia;
no reclamamos siquiera la amplia autonomía que
acaba de otorgársele. La supresión de las
comunidades religiosas, la representación en Cortes,
una moderada intervención en el gobierno interior
de nuestras provincias y de nuestros municipios son
hoy nuestros principales anhelos. Nos tratan las autoridades
españolas como vasallos, casi como siervos; quisiéramos
que nos trataran como iguales, como ciudadanos. ¿Pedimos
algo que no sea racional y justo?
-Las comunidades religiosas se las suprimió hace
sesenta años en la Península primeramente
por decreto, después por ley en Cortes. Sus bienes
fueron declarados nacionales y puestos en venta. Representación
en Cortes la tuvimos desde que se promulgó la Constitución
de Cádiz hasta que rigió la de 1837. Intervención
en el gobierno de los intereses propios la alcanzaron
en España los municipios aun bajo el más
brutal absolutismo. Más de tres siglos pasaron
ya desde que España descubrió y conquistó
estas islas: ¿no es hora aún de que se nos
deje de tratar como vencidos? ¿no lo es aún
de que se nos asimile a los vencedores?"
Hemos
recibido de Filipinas una carta en que se nos hace una
pintura tristísima del estado de aquel archipiélago.
No es de ningún rebelde; es de un hombre amante
de España y cristiano celoso. "Estoy contra
la insurrección, dice, y ansío que concluya;
pero reconozco que la han provocado la injusticia y el
desprecio con que se nos mira. Hay aquí una
insoportable tiranía: la ejercen, ya juntas, ya
separadamente, la cogulla y la espada. El afán
de enriquecerse es, por regla general, el primer móvil
de las autoridades y los empleados que nos manda la Península:
lo invaden y lo minan todo el cohecho y el fraude. Apenas
si hay verdadera administración de justicia. Tan
ardiente es ya la sed de oro, que se explota indignamente
a los mismos peninsulares. Padecen hambre los soldados
que vienen aquí a defender la Patria. Clamen ustedes
por la reforma de estas desdichadas islas: es indispensable,
es urgente."
Nosotros
venimos hace tiempo apenados por lo que en Filipinas ocurre.
No son para dichas las infamias y las crueldades allí
cometidas desde que comenzó la guerra. Ejecuciones
bárbaras, millares de hombres encarcelados o deportados
por simples sospechas, tormentos, matanzas que aterran,
secuestros inauditos llenan desde entonces las páginas
de la historia de aquel archipiélago. Oíd
a los que fueron deportados a los presidios de Africa:
no hay esclavitud comparable con la que han sufrido. A
la menor muestra de dignidad ha crujido el látigo
en la espalda de los hombres que ningún crimen
habían cometido y tenían mucha más
educación que sus infames carceleros. Desnudos,
hambrientos, sin cama se les ha tenido. ¿Habremos
pasado ya los españoles de héroes a bandidos?
El
actual Gobierno ha librado a esos infelices de tan horrendo
suplicio: conviene que no se detenga en esa obra de reparación
y acometa la reforma del gobierno de las islas. ¿Por
qué no devuelve ya a los secuestrados todos sus
bienes? ¿Por qué no da plena satisfacción
a las justas aspiraciones de los filipinos? No las tienen
sólo los insurrectos, las tiene todos los que piensan,
todos los que han podido sustraerse al embrutecimiento
que con el fin de perpetuar su dominación han empleado
los frailes.
El
mes de Junio del año 1895, iniciada la guerra en
Cuba, decía uno de nuestros diputados en el Congreso:
"Imposible parece la conducta que con las colonias
sigue el Gobierno. Todavía no ha concedido a los
filipinos asiento en nuestras Cortes; ¿será
también necesario que se subleven para que lo obtengan?"
Se sublevaron, sublevados siguen, y todavía no
han conseguido ni aun la esperanza de obtenerlo. ¿Hay
ceguedad como la nuestra?
El
Nuevo Régimen.
Semanario republicano federal (2-12-1897).
Hemeroteca Municipal de Madrid.
La
pacificación de filipinas
"No
nos cansamos de llamar hidalga la nación española.
¡Cuán poco hacemos porque lo parezca!
Se insurrecciona Filipinas, y dice desde luego que no
pretende separarse de España. Tomo las armas, escribe
al gobernador de Cavite para que los transmita al general
Blanco, no por odio a la madre de la patria, sino por
verme representada en Cortes, tener la debida intervención
en lo que constituye mis particulares intereses y estar
libre del yugo de las comunidades religiosas. Lo he pedido
en forma legal repetidas veces, y no he logrado ni que
se me conteste. La desesperación me ha movido a
recurrir a la guerra.
España
sabía de sobra cuán justas eran las aspiraciones
y las quejas de la colonia, y se decidió, sin embargo,
a ahogarlas en sangre. Destituyó por débil
a Blanco; le reemplazó por Polavieja, de quien
se sabía que era hombre de alma católica
y entrañas de fiera, y se regocijó viendo
que se encarcelaba y se fusilaba a criminales e inocentes,
y se arrojaba de Cavite a los insurrectos sin piedad para
los vencidos.
Fuera
de Cavite los rebeldes, se encerraron en los montes de
San Mateo. La guerra se hizo desde entonces dura, difícil,
ocasionada a descalabros, fecunda en sorpresas, de poco
o ningún lucimiento. Recurrióse primeramente
a la idea de utilizar los odios de raza, a fin de que
filipinos con filipinos se destrozaran, y después
a la de sobornar y comprar con oro a los cabecillas. ¿No
es verdad que los dos medios son a cual más hidalgos?
Se
optó finalmente por el peor, por el soborno. Se
agració a los cabecillas con millones de pesetas
y se los embarcó para Hong-Kong entre vítores
y aplausos (...)"
El Nuevo Régimen.
Semanario republicano federal (8-1-1898).
Hemeroteca Municipal de Madrid.
Para saber más sobre José Rizal:
http://ensayo.rom.uga.edu/filosofos/filipinas/rizal/
http://www.epdlp.com/rizal.html
http://www.geocities.com/Tokyo/Pagoda/7029/rizal.html
http://srjarchives.tripod.com/1998-10/PEARSON.HTM