Primera República|Entre Repúblicas|Segunda República|Crítica Republicana a la II República |Contacta
|Dictadura franquista|
Las quintas y las matrículas del mar.
Por José Mª de Orense

El partido progresista, a raíz de la revolución de Septiembre, contrajo con el país el compromiso solemne de quitar las quintas.
Verdad es que así lo prometió también en tiempo de los moderados.
Es el colmo de la inmoralidad y de la vergüenza que el partido progresista, en el poder, se desentienda de esta obligación, contraída el día de la desgracia, es decir, cuando las promesas: son sagradas.

La abolición de las quintas era una cuestión que interesaba a todos los padres, a todas las madres; era una cuestión en la cual el partido progresista podía haber ganado un lauro inmortal.
¡Qué alegría no hubiera sido para el pueblo al saber que las quintas habían sido abolidas!

Las quintas son hijas de este sofisma de la revolución francesa: "Todos tienen obligación de defender la patria;" después se ha añadido, "cuando sean llamados por la ley;" con cuyo correctivo, según sea la ley, será un precepto tiránico o una cosa racional; alteremos la ley, y estará hecho todo.

La verdad de esta materia es que el gobierno tiene obligación de defender la patria, y de sólo exigir con este objeto a los ciudadanos una parte pequeña de sus haberes: lo demás es el heroísmo, y el heroísmo no se manda. Numancia, Sagunto y Zaragoza se hundieron antes de sucumbir; miles y miles de ciudadanos, unos en una ocasión, otros en otra, hemos dejado nuestras casas para oponernos a los enemigos de la patria; pero nunca ha sido un delito el someterse a ellos cuando no había remedio; ni a nadie se le ha pedido obligatoriamente toda su fortuna para defender a la patria. Mañana nos invaden de nuevo los franceses; necesitamos doscientos millones de reales para sostener la guerra. ¿Le ocurre á ninguno ir a apoderarse de toda la fortuna de uno o dos capitalistas para sacar aquella suma, o vender con este objeto todas las fincas de un rico propietario?
Pues igual injusticia: se comete el día en que, bajo el pretexto de defender la patria, se saca a un pobre labriego cuanto tiene, que es su hijo; es decir, que además de vejarle y atacar sus sentimientos, se le impone una contribución de 4.000 reales, cuando su capital, no es de 400, y para defender una sociedad en que nada tiene que perder, que es sólo su madrastra, y que ningún bien le sabe procurar. La profesión militar es como otra cualquiera; y sólo debe ejercerse voluntariamente. ¿La patria necesita ejércitos? Que pague sus soldados, como paga sus uniformes, y soldados no le faltarán, como no faltan en Inglaterra, como no faltaron en España en tiempo de la casa de Austria; y si faltasen, sería una desgracia como si faltase dinero y no pareciese; ¡y qué! ¿no sucumben las naciones con la tiranía de las quintas?

Todos los países despóticos han adoptado las quintas; prueba de que se avienen bien con la tiranía, y que no dan ninguna garantía los ejércitos así formados a las libertades públicas: lo visto en España de 1844 acá, debe desengañar a quien se haga otra ilusión.

La moralidad del ejército es otro pretexto; bien moral encuentro al ejército británico; pero si para moralizar el ejército hay que desmoralizar al pueblo; más estoy por la moral de éste. Sobre todas estas razones hay otra suprema; en los gobiernos libres hay que hacer, a la corta o a la larga, lo que quieren los pueblos: éstos no quieren las quintas; tienen razón en no quererlas, y sin quintas nos quedaremos más pronto o más tarde: resistir esta exigencia es debilitarse el Ministerio que lo intente; acceder á ella es llenarse de una popularidad que le hará invulnerable como Aquiles para las otras cuestiones en que se comprometa.

II

Si es grande la tiranía que se ejerce sobre el pueblo con las quintas, mayor aún se ejerce en los proletarios de la costa con la odiosa y abominable institución de las matrículas de mar. ¿Qué recursos tienen los pobres habitantes de las costas, más que dedicarse a la pesca o a la navegación? Pues desde que toman forzosamente este oficio, pues que no pueden tomar otro, ya se hallan obligados a ir al servicio de los buques de guerra cuando sean llamados, y no precisamente dentro de una edad, y siendo solteros, como para el servicio de tierra, sino durante toda su vida, y aunque tengan veinte hijos; de manera que tienen que dejarlos, tienen que dejar a sus esposas e ir a someterse a una vida que detestan, puesto que no la toman voluntariamente. Si queremos tener una buena y numerosa marinería es preciso hacer todo lo contrario a lo que hemos practicado hasta ahora, y dejar enteramente libre esta profesión, y desestancar la sal, para que las pesquerías tomen todo el aumento de que sean susceptibles, facilitar capitales destinados a la navegación y alimento a nuestro comercio exterior. A estos objetos se dirigen las medidas que he propuesto tratando los aranceles y en las relativas a la abolición de las rentas estancadas.

Como muchos me preguntarán de buena fe de qué modo se harán nuestros buques con marineros, contestaré: lo mismo que con soldados: pagándolos bien; y no faltarán, como no faltan en los Estados Unidos, y como no faltan en Inglaterra, donde hace más de treinta años no se ha dado el caso de tener que recurrir a la fuerza para dotar de marineros sus buques de guerra. La Inglaterra tiene en sólo sus escuadras sobre cincuenta mil marineros; y suponiendo que nosotros necesitásemos cinco mil, esto es, la décima parte, que es lo que más podemos sostener en mucho tiempo con nuestros actuales recursos, y suponiendo un enganche de diez años, se necesitarán quinientos marineros cada año; y dándoles, como a los soldados, 4.000 reales (la cuarta parte al entrar al servicio, y las tres cuartas partes restantes al salir de él para poder sostenerse el resto de sus días), hacen la suma anual necesaria de 2.000.000 de reales; y ¡¡¡por esta suma, que se gasta en los empleados dedicados a las matrículas, tenemos siempre aniquiladas nuestras costas y sometidas á la tiranía más cruel!!! ¿Cabe mayor ceguedad? Los 2.000.000 de reales anuales, si se quiere que los paguen las provincias y que no salgan del presupuesto, podrán sacarse como un impuesto especial de 10 reales anuales por tonelada; y sobre las 230.000 toneladas de nuestra marina mercante y pescadora, darían 2.300.000 reales, que, deducidos gastos, quedarían en los 2.000.000 necesarios.

Si así no quiere sacarse, puede pedirse á cada marinero 40 reales al año, ó sean 10 reales por trimestre, que los darían llenos de placer; o finalmente, pedirse 100.000 reales anuales a cada una de las veintidós provincias marítimas, lo que haría subir sus contribuciones una nueva fracción adicional, y libertarían de su atroz suerte a un sin número considerable de sus hijos.

Si no se hace una cosa tan fácil, confiésese de una vez que el fin del gobierno representativo no ha sido en España mirar por los pueblos, sino satisfacer la ambición ignorante y egoísta de unos cuantos. De necesitarse cada año más o menos que los quinientos marineros, fácil es calcular el aumento o disminución de los pedidos en cualquiera de las tres hipótesis.

En tiempo de Carlos III hubo la manía de hacer muchos buques de guerra, sin calcular que, no teniendo un movimiento mercantil proporcionado, levantábamos un gran edificio sobre arena, que no podía resistir el primer viento contrario: tengamos caminos, esto es, medios de exportar, y tendremos comercio exterior; constrúyanse buenos puertos, y habrá marinería y riqueza, y entonces tendremos naturalmente los grandes medios de tener, cuando sea necesario, una marina de guerra respetable: la marina mercante es el plantel; cuidemos de aumentarla.

Madrid, 1870


José Mª Orense, marqués de Albaida, diputado en 1844, fue uno de los dirigentes de la Revolución de 1868. Presidió las Cortes republicanas en 1873 y tuvo que exiliarse en Francia tras el golpe de estado del general Pavía.