Los presos
del acorazado “Pelayo” y el
crucero "Reina Regente"
El
Nuevo Régimen
(semanario federal)
Madrid, 16-5-1891
No
habrán olvidado nuestros lectores la elocuente interpelación
del Sr. Vallés y Ribot sobre los malos tratamientos
que en el “Pelayo” y el “Reina Regente”
sufrieron algunos trabajadores de la ciudad de Barcelona.
El señor ministro de la Gobernación negó
el hecho afirmando que los presos no habían sido
objeto sino de las medidas de precaución que las
circunstancias exigían. Los presos, hoy ya en la
cárcel, han hecho la siguiente
DECLARACIÓN:
“Pablo
Bo Guinubar, Cipriano Planells Albañá, Mariano
Perales Lozano, Jaime Casañas Tapias, Isidro Mutiñó
Cabanas, Miguel Gausachs Ferrés, Esteban Cuyás
Santamaría, José Asbert Casañas y Sixto
Cugul Calvet, obreros detenidos por los sucesos del corriente
mes, los cuatro primeros en el crucero “Reina Regente”
y los cinco últimos en el acorazado “Pelayo”,
sabiendo que se han suscitado dudas, acerca de cómo
estábamos y del trato que recibimos en dichos barcos
de guerra durante nuestra permanencia en ellos, á
fin de que sepa toda España y el mundo entero lo
que pasó, por nuestro honor y nuestra conciencia
afirmamos lo siguiente, que es rigurosamente verídico:
Detenidos
el día 3 del corriente en diferentes puntos de Barcelona
y su llano, fuimos de momento conducidos al gobierno civil
de esta provincia, bajo excusa de que el señor gobernador
quería hablarnos, y una vez allí, y sin que
para nada viésemos á ese señor, á
eso de las cuatro de la tarde del mismo día, maniatados
y formando una cuerda en medio de numerosa fuerza de la
Guardia civil, fuimos conducidos al muelle nuevo y embarcados
frente á la capitanía general, yendo maniatados
con cadenas hasta llegar al fondo de los barcos de guerra.
Los
que fuimos llevados al “Reina Regente” se nos
puso en la sala de lanzar torpedos, de proa, que está
á flor de agua, de unos 20 á 25 palmos debajo
de cubierta. Al momento de llegar se nos amarró de
dos en dos á unas barras de hierro que pesarían
de unas cinco á seis arrobas cada una, sujetado á
ellas cada individuo por medio de dos fuertes grilletes,
uno en cada pie.
En
esta posición, sin poder menearnos, sin quitarnos
de allí ni para dormir, estuvimos cincuenta horas.
El
día 5, á las seis de la tarde, se presentó
el juzgado á tomarnos declaración, preguntándonos
qué ideas teníamos y si habíamos tomado
la palabra en reuniones públicas aconsejando la huelga.
Después
de esta diligencia se nos quitó uno de los grilletes,
pero continuamos amarrados á la barra por un pie,
y seguimos en la más feroz incomunicación.
Uno
de nosotros, Perales, enfermó de alguna gravedad,
á consecuencia de la posición en que estaba;
se pidió y vino el médico: le miró,
confesó que estaba malo, le hizo dar un té
y ración de vino, pero... continuó en la barra.
A
las ocho y media de la noche del día 7, ó
sea más de cien horas después de haber entrado
en los buques, se nos participó el alzamiento de
la incomunicación, pero continuando amarrados por
un pie en la barra. Sólo el día 9, es decir,
seis días después de haber entrado en los
barcos, pudimos ver á nuestras familias y á
algunos compañeros de las sociedades obreras de que
formamos parte, que nos vinieron á ver, unos individualmente
y otros en comisión; pero continuando amarrados á
la barra hasta las diez de la noche de dicho día
9, en que nos sacaron de los barcos para llevarnos á
la cárcel, habiendo siempre estado vigilados por
centinelas de vista con carabina y bayoneta calada.
Y
respecto á los otros cinco detenidos en el Pelayo,
se nos puso dos pisos más abajo de la batería,
en un sitio llamado pañón ó pañol,
al lado del servomotor, situado unos 45 palmos bajo cubierta
y mucho más hondo de flor de agua, en un corredor
de unos 16 palmos de largo por seis de ancho, sin ver el
más pequeño rayo de luz natural, alumbrados
por una lucecita de aceite... cuando no se apagaba. Allí
estuvimos los cinco amarrados á dos barras por un
pie, desde el domingo 3 al sábado 9 del corriente,
dándonos una colchoneta, ó mejor dicho, un
trozo de tela para dormir en él, y otro para abrigarnos,
pero sin quitarnos el pie de la barra.
Al
sacarnos á las diez de la noche del día 9,
se nos maniató allí mismo al pie de la barra,
maniatados hicimos el viaje por el agua, y de esa misma
manera se pretendió que nos encaramáramos
por el muelle de San Beltrán, sin escaleras, cosa
de que protestamos por sernos imposible efectuarlo, y luego
se nos condujo á desembarcar por las escaleras de
la antigua puerta de la Paz, saliendo del mar á las
once en punto.
Todo
esto lo afirmamos por nuestras honradas conciencias y nuestras
públicas convicciones, pudiendo asegurar que nadie
será osado para desmentirlo ni un ápice.
El público imparcial que juzgue ahora si
se nos ha tratado ó no conforme á la ley,
y de si nuestras detenciones han significado la busca de
criminales que han cometido delitos, ó la venganza
de alguien contra los obreros que profesamos determinadas
ideas.
Cárcel
de Barcelona 11 de Mayo de 1891.-Cipriano Planells.-Jaime
Casañas.-Mariano Perales.-A ruego de Pablo Bo, Casanas.-Miguel
Gausachs.- Isidro Mutiñó. - Esteban Cuyás.
– José Asbert.-A ruego de Sixto Cugulí,
Mutiñó “
Increíble
parece que pueda ocurrir esto en un país civilizado.
No hay verdadera libertad donde los Gobiernos no respetan
escrupulosa y constantemente los derechos de los ciudadanos.
Al presunto reo del mayor delito no cabe, según nuestras
leyes, vejarle en más de lo que su seguridad exige.
Es una abierta violación de todo derecho sujetar
con grillos en los pies á una barra hombres de quienes
no se sabe siquiera si son delincuentes. Fue ya un atropello
llevarlos á buques de guerra, en vez de conducirlos
á las prisiones ordinarias; fue un acto de salvajismo
tenerlos allí como no se tiene á los más
empedernidos criminales, sobre todo, cuando la misma circunstancia
de hallarse en el mar hacia poco menos que imposible su
fuga. ¿Estará de Dios que los conservadores,
ni aun ahora que dicen haberse liberalizado, olviden sus
antiguas mafias? Esto nos recuerda los pontones de otros
tiempos, aquellos pontones que se empleó para los
presos políticos en los bárbaros días
del general Narváez. ¿No podremos llegar aquí
nunca al reinado de la libertad y de la justicia? ¿Estaremos
condenados á no pasar de una engañosa tolerancia,
interrumpida al antojo de cualquier ministro ó de
cualquier gobernador de una provincia?