Fernando
Garrido
Por Francisco Pi y Margall
El Nuevo Régimen.
Semanario federal.
Madrid, 30-5-1891
El día 31 de Mayo de 1883 murió en
Córdoba Fernando Garrido. Ocho años hace que
le perdimos, y no nos cansamos de lamentar su muerte. No
existe hoy entre nosotros un tan activo ni tan audaz propagandista.
Son innumerables las obras que publicó encaminadas
todas a encarnar en el pueblo, ya los principios democráticos,
ya la federación, ya las reformas que a su juicio
habían de redimir a las clases jornaleras
de la esclavitud y la miseria.
Empleaba
Garrido para la difusión de sus ideas todos los medios
que tenía a mano -la hoja, el periódico,
el folleto, el libro, la poesía y la prosa, el drama
y la novela, la plática, el discurso, la arenga,
la proclama-, y en todo usaba un lenguaje sencillo, un estilo
fácil, una manera agradable con que cautivaba a las muchedumbres. Dirigíase ahora a la razón,
ahora a la fantasía, ahora al sentimiento,
y ganaba a la vez los corazones y las almas. Lo veía
todo con claridad pasmosa y con claridad lo transmitía,
así al lector corno al oyente, que ningún
esfuerzo habían de hacer por entenderle ni seguirle
en sus razonamientos. No se esforzaba nunca por parecer
ni sabio, ni filósofo, ni erudito: evitaba el empleo
de las voces técnicas a fin de hacerse más
comprensible y ponerse al alcance de mayor número
de inteligencias.
No
exponía Garrido, sin embargo, ideas vulgares ni comunes.
Hombre más bien de los venideros que de los pasados
siglos, abría siempre nuevos horizontes.
No circunscribía a las fronteras de su nación
la idea de la patria; la extendía a la tierra toda,
como extendía a toda la humanidad la idea de la familia.
No se proponía unir por la federación las
solas regiones de la Península; quería unir
por ella todas las gentes y crear un poder que, dirimiendo
las diferencias internacionales, pusiese término
a la guerra.
No
limitaba sus aspiraciones a la emancipación de los
jornaleros de España; quería emancipar a los
de todo el orbe, haciendo del trabajo el único título
de propiedad y la única fuente de vida y de riqueza
para todos sus semejantes. No dejaba a una sola
clase ni los goces de los sentidos, ni las maravillas de
la ciencia, ni los esplendores del arte; quería levantar
todos los espíritus a las más sublimes regiones
del humano entendimiento.
Ni
era Garrido hombre que retrocediese ante ningún peligro.
Fue diversas veces encarcelado, pasó muchos años
en el destierro, estuvo en inminente peligro de pagar en
el cadalso sus atrevimientos, vivió vida
azarosa y casi siempre pobre, y no dejó nunca de
repetir en alta voz sus ideas, cuando no en su nación,
en otras naciones. Unió su voz y sus esfuerzos a
los de Mazzini, a los de Pyat, a los de Ledru Rollin, a
los de Kossuth, a los de todos los revolucionarios de 1848,
y no perdonó sacrificio por la defensa de su noble
causa. No tenia el valor material de que tantos hacían
alarde; pero sí ese valor cívico que mueve
los hombres a grandes empresas. Rotos en Sedan los ejércitos
del tercer Bonaparte, buscó en favor de Francia el
apoyo de Garibaldi.
¿Qué
ventajas sacó Garrido de sus constantes é
ímprobos trabajos? Durante la República de
1873 fue intendente general de Hacienda en las Islas Filipinas.
Esta fue toda su recompensa. Pobre fue a las Islas,
y pobre volvió, y tan pobre, que se hubo de consagrar
con más energía que antes a la literatura
y el arte. No se quejaba con todo; antes se daba por muy
satisfecho con haber sido representante del pueblo durante
toda la revolución de Septiembre y haber contribuido
primero a la consagración de los derechos
individuales, después a la caída de
la casa de Saboya y al establecimiento de la República.
Después
de la Restauración, ¡qué de libros y
de folletos no escribió para combatirla!
Escribió, entre ellos, “La Restauración
borbónica” y “Los Cuentos cortesanos”,
y puede muy bien decirse que no dejó la pluma sino
con la vida.
Murió
Garrido a los 62 años de su edad –había
nacido en Cartagena el día 6 de Enero- murió
cuando tenía aún vigorosa la razón
y lleno de energía el ánimo. Muy de sentir
es que no viviera más tiempo para seguir fustigando
a los que por su corrupción y por la corrupción
que fomentan aceleran la ruina de nuestra infeliz España,
cada día más abatida por los tributos y cada
día en mayor malestar y en mayor penuria. Ya
que otra cosa no podamos, démosle una muestra más
de nuestra gratitud y de nuestro cariño, y recomendémosle
a las nuevas generaciones.
Garrido
fue, no sólo un propagandista, sino también
un buen escritor en prosa, un poeta y un artista que pintaba
al óleo con la misma facilidad con que escribía.
Como prosista y como poeta le recordamos en otro lugar de
este periódico, rindiéndole el único
tributo que cabe rendir a los muertos: la memoria de lo
que hicieron.
Fernando
Garrido escribió en los periódicos La Estrella,
La Caricatura, El Infierno y otros que vieron la luz en
la ciudad de Cádiz. Escribió en La Atracción,
La Organización del Trabajo, El Eco de la Juventud,
La Asociación, Las Barricadas, La Voz del Pueblo,
La Democracia, La Revolución Social y otros que se
publicaron en esa villa. Escribió La propaganda democrática
y los viejos partidos políticos, La defensa del socialismo,
La democracia y las elecciones del 10 de Mayo, Espartero
y la Revolución, La República democrática
federal universal, La democracia y sus adversarios, La Cooperación
y La Restauración teocrática; folletos, de
algunos de los cuales se hizo numerosas ediciones. Escribió,
además, los dos primeros tomos de los Viajes del
chino Dagarlicao, la primera serie de Cuentos cortesanos,
La revolución en la Hacienda del Estado, de la provincia
y del Municipio, el libro titulado Pobres jesuitas, y Los
Estados Unidos de Iberia. Escribió, por fin, obras
de gran volumen e importancia, como La historia del reinado
del último Borbón de España, la de
las clases trabajadoras, la de las persecuciones políticas
y religiosas, la de los crímenes del despotismo,
la de los progresos sociales, la de las asociaciones obreras
y la de la humanidad y sus progresos, obras casi todas publicadas
con el seudónimo de A. T. De Castilla.
El
año 1859, con el título de Obras escogidas,
y con un prólogo de Pí y Margall, publicó
en dos tomos una colección de artículos y
poesías, de la que forman parte tres composiciones
dramáticas: Don Bravito Cantarrana, Un día
de revolución y La más ilustre nobleza.