Por
Francisco Pi y Margall
y Francisco Pi y Arsuaga.
A las nueve y media de la mañana del
3 de Julio salió la escuadra a todo vapor. Componíanla
el Infanta María Teresa, bajo el mando del capitán
Concas y en cuyo barco llevaba la insignia el almirante
Cervera; el Vizcaya, capitán Eulate; el Almirante
Oquendo, capitán Lazaga; el Cristóbal
Colón, capitán de navío de primera,
García de Paredes y capitán Moreu; el
Plutón, capitán Vázquez, y el Furor,
capitán de navío de primera, Villaamil,
y capitán Cardier.
La flota americana se componía del Indiana, capitán
Taylor; del Oregón, capitán Clark; del
Iowa, capitán Evans; del Texas, capitán
Philip; del Brooklyn, comodoro Schley y capitán
Cook; del Ericson, capitán Usher; del Gloucester,
capitán Vainvight; del Vixen, capitán
Sharp, y del New-York, almirante Sampson y capitán
Chadwick.
Los barcos de la escuadra española tenían
escasa protección. En las torres de los de la
americana la artillería era de gran calibre.
Según relación oficial del propio
almirante Cervera, los hechos se realizaron del modo
que pasamos a relatar.
Las instrucciones dadas para la salida eran las siguientes:
El Infanta María Teresa había de salir
el primero, siguiéndole sucesivamente el Vizcaya,
Colón, Oquendo y los destructores. Todos los
barcos tenían todas sus calderas encendidas y
con presión.
Al salir el Teresa empeñaría el
combate con el enemigo que hallara más a propósito
y los que le seguían procurarían dirigirse
al Oeste a toda fuerza de máquina, tomando la
cabeza el Vizcaya. Los caza-torpederos habían
de mantenerse, si podían, fuera del fuego, espiar
un momento oportuno para obrar, si se presentaba, y
tratar de huir con su mayor andar, si el combate nos
era favorable.
Salieron los buques del puerto con tal precisión
que sorprendió a los mismos enemigos.
Tan pronto como salió el Teresa rompió
el fuego, a las 9 y 35 minutos, sobre un acorazado que
estaba próximo; pero dirigiéndose a toda
fuerza de máquina sobre el Brooklyn, que se encontraba
al SO. y que interesaba tratar de poner en condiciones
de que no pudiera utilizar su superior andar. Los demás
buques empeñaron el combate con los otros enemigos
que acudían de los diversos puntos donde estaban
apostados. Realizada la salida, se tomó el rumbo
mandado, y el combate se generalizó con la desventaja,
no sólo del número, sino del estado de
nuestra artillería y municiones de 14 cms.
Al Infanta María Teresa, un proyectil de los
primeros le rompió un tubo de vapor auxiliar,
por el que se escapaba mucho, que nos hizo perder la
velocidad con que se contaba; al mismo tiempo, otro
rompía un tubo de la red contra incendios. El
buque se defendía valientemente del nutrido y
certero fuego del enemigo, y no tardó
mucho en caer entre los heridos su valiente comandante,
capitán de navío don Víctor M.
Concas, que tuvo que retirarse, y como las circunstancias
no permitían perder un segundo, tomó Cervera
el mando directo del buque, esperando ocasión
de que pudiera llamarse al segundo comandante, pero
ésta no llegó, porque el combate arreciaba,
los muertos y heridos caían sin cesar, y no había
que pensar en otra cosa que en hacer fuego en tanto
que se pudiera.
En tal situación, teníamos fuego en la
cámara del almirante, donde debieron hacer explosión
algunos de los proyectiles que allí había
para los cañones de 57 mm; vinieron a participarle
haberse prendido fuego el cangrejo de popa y la caseta
del puente de popa, al mismo tiempo que el incendio
iniciado en la cámara de Cervera se corría
al centro del buque con gran rapidez, y como no se contaba
con agua, fue tomando cada vez más incremento,
siendo impotentes los esfuerzos para atajarlo. Comprendió
Cervera que el buque estaba perdido y pensó desde
luego en dónde lo vararía para perder
menos vidas, pero continuando el combate en tanto que
fuera posible.
Desgraciadamente, el fuego ganaba terreno con
mucha rapidez y voracidad, por lo que envió
a uno de sus ayudantes con la orden de que se inundasen
los pañoles de popa; pero, imposible penetrar
en los callejones de las cámaras a causa del
mucho humo y del vapor que salía por la escotilla
de la máquina, donde también era absolutamente
imposible entrar por no permitir la respiración
aquella abrasadora atmósfera, fue necesario
dirigir el barco a una playita al O. de Punta Cabrera,
donde embarrancaron con la salida, al mismo tiempo que
se les paraba la máquina. Era imposible subir
municiones ni nada que exigiera ir bajo la
cubierta acorazada, sobre todo a popa de las calderas;
y no pudo pensarse más que en salvar la parte
que se pudiera de la tripulación, de cuya opinión
fueron el segundo y tercer comandantes y los oficiales
que se pudieron reunir, a los cuales consultó
Cervera si creían que podían continuar
el combate, y contestaron negativamente. En tal situación
y comenzadas las explosiones parciales de los depósitos
de las baterías, ordenó el almirante
arriar la bandera e inundar todos los pañoles.
Ganado rápidamente el buque por el fuego, apenas
se dispuso del tiempo suficiente para abandonarlo, y
eso con la ayuda de los botes americanos.
El comandante, ayudado por buenos nadadores,
pasó a tierra; el segundo y el tercero
dirigían a bordo el embarco, y necesitándose
dirección en tierra, cuando ya venían
los botes americanos, el almirante se fue a
nado, ayudado por dos cabos de mar, llamados Juan Llorca
y Andrés Sequeiro, y su hijo y ayudante, teniente
de navío, don Angel Cervera.
Concluido el desembarco de la gente, fue el almirante
invitado por el oficial americano que mandaba los botes
a seguirle a su buque, que era el yate armado Gloucester.
Acompañaron a Cervera su capitán de bandera,
herido, su hijo y ayudante, y el segundo del buque,
el último que lo abandonó.