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Oficina de Defensa del Anciano

Marcelino Laruelo Roa

Muertes Paralelas

Muertes paralelas

Carlos Rubiera Rodríguez, diputado en Cortes,
de la UGT y del PSOE,
fusilado en Madrid el año 1942 por el régimen franquista.

El día que fusilaron a Carlos Rubiera

Por Marcelino Laruelo.


Al diputado en Cortes Carlos Rubiera Rodríguez le fusilaron los franquistas en Madrid, el 28 de Abril de 1942. Tres años hacía que la guerra había terminado, la guerra de las trincheras, pero continuaba con toda intensidad la de los tribunales militares, igual de cruel y sangrienta, frente a gente que se había rendido y entregado las armas, y frente a civiles que nunca las habían empuñado. Cayó Carlos Rubiera a las seis de la mañana delante de las tapias del Cementerio del Este, amordazada la boca, amarrados los brazos por detrás y dando frente al piquete de guardias de Asalto, al representante de la Iglesia y al médico militar.

Carlos Rubiera había sido hecho prisionero en Alicante, junto a los últimos miles de republicanos que se habían refugiado en el puerto con la esperanza de que un barco les sacara de la muerte y les llevara a la vida del exilio. Previo paso por el tristemente célebre campo de concentración de Los Almendros, donde fue identificado y clasificado, se le trasladó a Madrid, a la prisión de Yeserías, de donde le llevaron a la prisión provisional para hombres de Santa Rita, un antiguo reformatorio situado en Carabanchel, en la que ya se encontraba en Marzo de 1940.

A petición de la Comisión Clasificadora de Prisioneros que funcionaba en la prisión de Yeserías, dieron comienzo las investigaciones policiales. El último domicilio conocido de Carlos Rubiera estaba en el número 13 de la calle Raimundo Fernández Villaverde, en Nuevos Ministerios, donde vivían sus padres, Carlos y Palmira. Fue el comisario jefe de la Comisaría de Cuatro Caminos el que envió a la justicia militar el primer informe el tres de Abril de 1940. Hacía constar, algo ya conocido, los puestos desempeñados por Rubiera durante la República, pero manifestaba que “en los registros alfabéticos de esta Comisaría carece de antecedentes”.

Un mes más tarde, en Mayo, Carlos Rubiera figuraba ya encausado en el sumarísimo de urgencia que llevaba el número 64.569, instruido por el Juzgado Militar Permanente nº 21, que funcionaba en el segundo piso del número 13 del Paseo de la Castellana y que, posteriormente, se trasladaría a la calle de Piamonte, al lado de Las Salesas.

El colapso de la justicia militar franquista en la capital de España debió de alcanzar proporciones bíblicas a pesar de su carácter “sumarísimo” y de “urgencia”. Dos años y medio después de lo del “cautivo y desarmado el ejército rojo” y de haber sido hecho prisionero en Alicante, el director de la prisión provincial de Madrid dirigió un oficio urgente al juez militar del Juzgado nº 21, que instruía la causa, para peguntarle si, a tenor de lo dispuesto en la legislación vigente, el recluso Carlos Rubiera podría ser puesto en libertad atenuada, salvo que fuera a ser juzgado o existiera peligrosidad, debiendo, en ese caso, el juez militar emitir “la oportuna resolución fundamentada que prive al referido encartado del derecho que le asiste de gozar de tal situación”. Colapso judicial y directores de cárceles que quieren acabar con los problemas de todo tipo que provoca la superpoblación carcelaria.

En Febrero de 1942, compareció a declarar como testigo el empleado de banca Enrique García Beaumont, declaración favorable para Rubiera, pues dice que al suprimirse por un decreto del Gobierno de Febrero de 1937 el consejo de administración del Banco Español de Crédito, fue sustituido por un comité directivo designado por dicho gobierno, del que formó parte Carlos Rubiera, pero “que no realizó despidos ni denuncias”.

El auditor de guerra del Cuerpo de Ejército de Guadalajara, Ulpiano Pereiro, acordó elevar los autos de la causa instruida contra Carlos Rubiera Rodríguez a Plenario por el procedimiento sumarísimo y el fiscal jurídico militar, perteneciente a la Fiscalía Jurídica de la 1ª Región Militar, con fecha veintitrés de Febrero, formuló las conclusiones provisionales. En ellas acusaba a Rubiera de ser uno de los jefes del Partido Socialista y de la UGT, de haber participado en numerosos actos públicos y redactando muchos escritos en favor de esas organizaciones; haber sido diputado en Cortes y haberse significado siempre en todas sus actividades como miembro del grupo de Largo Caballero. Seguía el fiscal diciendo que, durante la guerra, Rubiera ocupó numerosos puestos directivos, como consejero del banco antes citado, vicepresidente y presidente de la Diputación de Madrid, gobernador civil de la provincia y subsecretario del Ministerio de Gobernación. El fiscal calificó su actuación como “adhesión a la rebelión”, con las circunstancias modificativas de “peligrosidad y trascendencia” que figuraban en el artículo 173 del Código de Justicia Militar, y pidió la pena de “Reclusión mayor a muerte”, sin que considerase necesario la práctica de “nuevas pruebas”.

Al conocerse la calificación del fiscal, dos nuevos testigos enviaron por escrito al juzgado militar sus testimonios, jurados “por Dios y por su honor”, también en favor de Rubiera, cosa rara en un país como éste y, más aún, en una época de delaciones, venganzas y ajustes de cuentas. El primero era de Antonio Fernández Orts, que en esas fechas, tres de Marzo de 1942, desempeñaba el puesto de jefe de negociado en el Ministerio de la Gobernación. Este señor había sido secretario general del Gobierno Civil de Madrid durante el mandato de Rubiera y afirmaba en su declaración que durante ese período el orden público no dependía del gobernador, sino de la Dirección General de Seguridad, y que luego pasó a depender de la Junta de Defensa de Madrid, cuando el gobierno de la nación se trasladó a Valencia. Aseguraba el testigo que el Gobierno Civil no tenía ninguna intervención en la Junta de Defensa y que sus funciones eran meramente administrativas y de relación con los ayuntamientos de la provincia. También decía en su escrito que en varias ocasiones había oído al gobernador Rubiera censurar los excesos que se cometían en la zona roja y que atendía a todo el mundo que acudía a solicitar su ayuda, sin preguntar por su filiación o ideas. Carlos Rubiera, para garantizar que nadie se aprovechara económicamente del desbarajuste ocasionado por la guerra, había ordenado a los alcaldes y concejales de los pueblos de Madrid en poder de las fuerzas nacionales que ingresaran todo el dinero y efectos que tuvieran en su poder en una cuenta del Banco Hispanoamericano, cuenta que aún existía en el momento de realizar su declaración el testigo. Finalmente, afirmaba Antonio Fernández que durante la actuación de Rubiera al frente del Gobierno civil de Madrid no se había ordenado perseguir ni molestar a nadie.

Fechada también el día tres de Marzo, el industrial madrileño Wifredo Furió Guillot, industrial del sector de recambios del automóvil y ex presidente de la Cámara Nacional del Automóvil, envió al juzgado militar su testimonio, claramente favorable al acusado, Carlos Rubiera. Wifredo Furió había sido vocal de los Jurados Mixtos de Trabajo de Oficinas y Despachos, de Madrid, en representación de la patronal, y en esa labor había coincido con Carlos Rubiera, vocal también de los mismos, que representaba a la parte obrera. Wifredo Furió afirmaba que, aun manteniendo puntos de vista e ideológicos distintos de los de Rubiera, había observado en él siempre cordura, ecuanimidad y corrección, así como un ánimo de coadyuvar a solucionar los problemas con elevado espíritu de justicia y con arreglo a los preceptos legales. En virtud de lo cual, “he mantenido una relación de amistad cordial y sincera con D. Carlos Rubiera Rodríguez, que me complazco en proclamar, pues en su actuación nunca observé tacha alguna a su conducta y, es más, con ocasión de estar el que suscribe detenido en los calabozos de la Dirección General de Seguridad en el mes de Diciembre del año 1936, y al acudir mis familiares a visitar a dicho señor por ser entonces Gobernador Civil de la Provincia de Madrid, para que interpusiera su valiosa influencia al objeto de que se me pusiera en libertad, tengo la evidencia de que hizo todo cuanto pudo por que así fuera, en aquellos momentos tan graves porque atravesábamos en Madrid”. Era el Madrid sitiado, cañoneado y bombardeado, amenazado por la famosa “quinta columna”.

Carlos Rubiera fue trasladado a la cárcel de Porlier y el consejo de guerra, en audiencia pública, se celebró el día siete de Marzo de 1942 en el Palacio de Justicia, en la plaza de las Salesas de Madrid. El fiscal solicitó para el acusado la pena de muerte a garrote vil. El tribunal militar le condenó a pena de muerte y el auditor de guerra, en oficio fechado el día veinte del mismo mes, una vez comprobado que “se han observado los trámites propios del procedimiento sumarísimo” y que “el fallo se ajustaba a derecho”, dio traslado a la sentencia al capitán general de la Primera Región Militar para que la “apruebe por sus propios fundamentos y, siendo firme, si V. E. así lo acuerda, habrá que proceder a su ejecución”. Y el día siete de Abril, en otro oficio, sin firma pero con el sello de la citada Capitanía, se da el “conforme” y el “apruebo la sentencia dictada”. Era general jefe de la Primera Región Militar (Madrid) el teniente general Andrés Saliquet Zumeta que, en 1945, pasaría a presidir el Consejo Supremo de Justicia Militar.

Al conocer la sentencia de pena de muerte impuesta en el consejo de guerra a Carlos Rubiera, su padre, Carlos Rubiera Menéndez, que tenía 67 años, estaba viudo y también vivía en Madrid, había dirigido una instancia al Capitán General de Madrid, fechada el día nueve de Marzo. El padre de Carlos Rubiera decía en ella que el fiscal “no pudo concretar acusaciones de tipo personal, esto es, de crímenes y robos, sino que simplemente el fallo se fundamentó en los cargos políticos desempeñados por su hijo.” Más adelante, explicaba que la Diputación provincial de Madrid, según había publicado la prensa el día 28 del pasado mes de Febrero, recorte adjuntado por el abogado defensor, había designado a uno de sus gestores para que realizara un informe sobre la actuación de su hijo como presidente de dicha institución durante la guerra. Dicho informe había sido solicitado por el juzgado militar que instruía el sumario. Pero el consejo de guerra se celebró antes de que se pudiera elaborar y presentar como prueba. Reiteraba en su instancia, Carlos Rubiera padre, lo ya dicho por otro testigo: que la policía no dependía de su hijo cuando era gobernador, sino de la Dirección General de Seguridad, primero, y de la Junta de Defensa de Madrid, más tarde. En lo referido al puesto desempeñado por su hijo como Subsecretario del Ministerio de la Gobernación, reiteraba que se trataba de un puesto meramente administrativo y “el subsecretario sólo llevaba la función burocrática interna del Ministerio, pero sin relación alguna con el orden público ni con la adopción de aquellas medidas que pudieran representar actos de gobierno o de política general.” El cargo de subsecretario no se le había otorgado a Carlos Rubiera por afinidad y confianza del ministro, sino por imposición del PSOE. El ministro de la Gobernación, Angel Galarza Gago, radical-socialista primero, del PSOE después, tenía fama de querer controlarlo todo personalmente y los directores generales de Seguridad y de la Guardia Civil despachaban directamente con él. Resaltaba Carlos Rubiera padre en su escrito que cuando su hijo fue nombrado subsecretario, “habían cesado en la zona roja las inhumanas persecuciones que anteriormente se perpetraron contra las personas de significación derechista y sus bienes.” También se señalaba en el escrito dirigido al Capitán General de Madrid, que cuando Carlos Rubiera hijo estuvo al frente de la Diputación provincial se había opuesto e impedido que se realizara una depuración política de los funcionarios de dicha Diputación.

Finalmente, en el “Suplica” de la instancia, el padre de Carlos Rubiera decía lo siguiente: “Que para armonizar los fallos de la Justicia con las consignas de perdón del Caudillo, se dignará proponer la conmutación de tan grave pena, mucho más teniendo en cuenta que mi hijo, en unión de otros, constituyeron el Comité que a fines de Marzo de 1939 coadyuvó al desarme de todos aquellos elementos peligrosos que en el puerto de Alicante pretendían una vana y estúpida resistencia al enfrentarse con las valientes tropas nacionales, y además del resultado estéril de esta actitud, sin embargo, se hubiera conseguido derramar todavía más sangre española. Este gesto de mi hijo y de los que coadyuvaron a esta labor, fue reconocido oficialmente, como manifiesta mi propio hijo y, según parece, se levantó acta oficializada por algunas representaciones diplomáticas extranjeras. Ensalzándose la conducta loable de ellos y, de hecho, ofreciéndoseles la seguridad del perdón con la garantía de la vida.
V. E. sabrá perdonar los excesos o faltas de corrección que en esta instancia pueda haber y que sólo son hijas del estado de ánimo del que suscribe al ver próxima la pérdida de un hijo que, descarriado políticamente, no lo considera como un delincuente merecedor de la pena de muerte.
Es gracia que espera alcanzar de V. E., cuya vida Dios guarde muchos años para bien de España.
Madrid, 9 de Marzo de 1942.” Firmado y rubricado.

Continuaron llegando a los juzgados militares las declaraciones de testigos en favor de Carlos Rubiera. Así, el de Federico Reina Moñino, que era jefe de negociado de primera clase de la administración civil del estado y estaba destinado en la sección de Política Interior del Ministerio de la Gobernación. Con fecha 31 de Marzo de ese mismo año de 1942, redactó y firmó un escrito en favor de Carlos Rubiera. En él contaba que cuando prestaba servicio en dicho ministerio, en Valencia, fue testigo de algunas conversaciones entre altos cargos en las que se decía que el nombramiento de Rubiera se había producido por sus conocimientos y para que pusiera orden en el aparato administrativo del ministerio, ya que el ministro sólo se ocupaba del Orden público. Afirmaba textualmente “que pude comprobar personalmente el proceder correcto del Subsecretario D. Carlos Rubiera con todo el personal, incluso con algunos de marcada significación derechista, estando entre éstos D. Prudencio Rovira Pita, que había ostentado el cargo de Diputado en Cortes monárquico y había sido secretario particular de D. Antonio Maura.”

Otro funcionario, en este caso de Hacienda, Luis Feito Diego, puso por escrito en conocimiento de la autoridad judicial militar cómo había sido detenido por unos milicianos en las afueras de Madrid, en los peligrosos días de finales de Julio de 1936. Fue encerrado en unos locales de la Comisaría de Vigilancia situados en la Estación del Norte. Por medio de un policía, pudo enviar una nota a Carlos Rubiera. Acudió éste rápidamente y logró sacarle de allí, no sin vencer ciertas resistencias. Como la documentación le quedó retenida, Carlos Rubiera se comprometió a llevarle en su coche a casa para asegurarse de que no le ocurría nada durante el recorrido; pero antes, Rubiera tenía que solucionar un asunto sumamente urgente. Fue entonces testigo Luis Feito de la actuación de Rubiera para salvar la vida del general López Ochoa. A toda velocidad, se dirigieron al Hospital Militar de Carabanchel, donde se encontraba internado el general. A la entrada del establecimiento se había reunido una multitud, entre la que predominaban los milicianos y milicianas con el fusil al hombro o la pistola al cinto. Se pedía a voz en grito la cabeza de López Ochoa “para cobrarse la cuenta pendiente que con él tenían desde Octubre de 1934”. Según este testigo presencial, Rubiera mandó al chófer que detuviera el coche y, descendiendo de él, se dirigió a los milicianos de un “control” allí establecido. Después de darse a conocer, se abrió paso entre los manifestantes y durante más de media hora se le vio hablar con los grupos más exaltados. Consiguió Rubiera apaciguar los ánimos y convencerlos para que desistieran de asaltar el hospital y linchar al general, regresando al automóvil, según manifestaba este testigo “con una visible satisfacción por la labor realizada y la consecución del fin propuesto”. Durante el camino de regreso a la capital, Rubiera expresó su rechazo de estos “procedimientos criminales empleados por muchos indeseables”, añadiendo “que así no llegamos a ninguna parte”.

En Carabanchel se había luchado duro, pues se habían sublevado algunos regimientos de Artillería que cañonearon el aeródromo de Cuatro Vientos, siendo a su vez atacados repetidas veces por la aviación leal al gobierno republicano. El general Eduardo López Ochoa estaba siendo investigado por la actuación en Asturias de las tropas a sus órdenes durante la Revolución de Octubre de 1934, motivo por el cual se encontraba en una celda del pabellón de presos del citado hospital. Según figura en la Causa General franquista, el director del Hospital Militar, coronel de Sanidad González Deleito y un comandante de Infantería, enviado por el ministro de la Guerra, que en aquellos días era el general Castelló, intentaron sacar al general López Ochoa subrepticiamente del Hospital y ponerle a salvo, pero no lo lograron. El coronel González Deleito fue “paseado”, fusilado, y, días después, el general López Ochoa fue sacado del Hospital y fusilado en la ladera de un cerro próximo. Posteriormente, unos desalmados de los estratos más crueles y profundos de la especie humana, le cortaron la cabeza y la pasearon por los Carabancheles en la punta de una bayoneta, remedo de la medieval picota. Se dibuja así mejor el marco en el que se produjo la intervención, digna y humanitaria, de Carlos Rubiera que, además, era socialista y asturiano.

Muchas más personas mandaron sus escritos al tribunal militar testimoniando de lo buena persona que había sido Carlos Rubiera, como, por ejemplo, los médicos Vicente y Enrique Ager Muguerza, a los que había sacado de una “cheka”. Al mismo tiempo, su padre continuaba sin descanso buscando apoyos para la petición de clemencia para su hijo, para evitar que se ejecutara la pena de muerte. Consiguió que propietarios y encargados de la fábrica de sifones y gaseosas en la que había trabajado su hijo durante cinco años, firmasen un escrito resaltando su buena conducta, el respeto y la disposición a ayudar a los perseguidos durante el período de guerra. También consiguió localizar el destino de algunos militares nacionalistas que, se aseguraba, habían participado en las negociaciones para la rendición de los varios miles de militares y civiles que se habían refugiado en el puerto de Alicante a la espera de los barcos mercantes que les condujeran al exilio, barcos que nunca llegaron. Se afirmaba que en esas negociaciones se había incluido la cláusula de garantía de la vida de los que participaron en ellas. Este documento de rendición estaría firmado por el general italiano Gastone Gambara, el teniente coronel Francisco Rodríguez, y el teniente Pérez Caballero en representación de FET de JONS de Alicante; y por Carlos Rubiera y el teniente coronel Burillo, por parte republicana.

Alicante ya estaba en poder de la quinta columna falangista desde el día 28 de Marzo. Cuando las tropas italo-españolas de la división Littorio, al mando del general Gambara entraron en Alicante por la carretera de Madrid, se encontraban en las explanadas del puerto unas diez mil personas, la mayoría hombres, muchos de ellos militares y armados, aunque había también mujeres, niños y ancianos. Como se negaban a entregarse, el general italiano ordenó que se tomasen posiciones para que no pudieran huir al mismo tiempo que se ponía en contacto con el Cuartel General del Generalísimo, en Burgos, para pedir instrucciones. En el mar, el Canarias y otros buques de guerra nacionalistas bloqueaban la entrada o salida de cualquier barco en el puerto. El teniente coronel español, que actuaba como enlace del Cuartel General del Generalísimo ante el general Gambara, autorizado por éste, se entrevistó con el teniente coronel Burillo al que, junto con Carlos Rubiera, todas las fuentes coinciden en señalar como los personajes más importantes que actuaron en representación de los allí refugiados, muchos cuales ya habían sido previamente desarmados en los controles establecidos por los falangistas de la quinta columna a la entrada de la ciudad.

En el transcurso de una primera conferencia entre los representantes franquistas y los republicanos, más allá de lo que la mitología haya podido incrustar en la historia, parece ser que se les dijo que las órdenes recibidas de Burgos eran que se entregasen sin condiciones o que, en caso contrario, se ocupasen las instalaciones portuarias a viva fuerza. Pidieron los republicanos, y se les concedió, un plazo de dos horas, para exponerlo al resto de representantes de los refugiados en el puerto y adoptar una resolución. Transcurridas las dos horas, el teniente coronel Burillo comunicó a los militares franquistas que procederían a entregarse a partir de aquel momento. Las mujeres y los niños fueron conducidos a un teatro de Alicante, mientras que los hombres fueron enviados a un campo situado a dos kilómetros de la ciudad, que sería el tristemente conocido como Campo de los Almendros.

Por orden del Capitán General de Madrid, fechada el 14 de Abril, y a tenor de lo expuesto por Carlos Rubiera padre en su instancia, se solicitó al Ministerio del Ejército la remisión de la citada acta, pues de su existencia y de la constancia de esa supuesta garantía de respetar la vida para todos aquellos que se entregaran y no tuvieran delitos de sangre, podría depender que se concediera el indulto o no al condenado a pena de muerte Carlos Rubiera Rodríguez.

El juez instructor del juzgado eventual número 26, de Madrid, coronel del cuerpo de mutilados de guerra, Ricardo Monet Taboada ofició a los testigos de dicha negociación, el ahora coronel de Estado Mayor Francisco Rodríguez Urbano y al teniente de Caballería Pérez Caballero, para que, desde sus actuales destinos, contestasen por escrito a las preguntas que les formulaba para aclarar la supuesta negociación en el puerto de Alicante.

El coronel Francisco Rodríguez Urbano declaró que ni se había redactado tal acta ni hecho ninguna clase de promesas. Al mismo tiempo, se recordaba que el comandante Burillo, que actuó “como jefe del núcleo rojo” en las negociaciones, no había apelado a dicha acta para que le fuese conmutada la pena de muerte cuando se le impuso ésta en un consejo de guerra.

Ricardo Burillo, comandante de Infantería retirado que ingresó en la guardia de Asalto, se destacó en la guerra, dentro del bando republicano, desde el primer momento: cuartel de La Montaña, Sierra de Madrid, Toledo, defensa de Madrid, etc. Aunque de orígenes aristocráticos e ideas conservadoras, como tantos otros, se afilió al PCE y fue nombrado jefe de Seguridad en Barcelona tras los sucesos de Mayo de 1937, dirigiendo la represión. Mandó cuerpo de ejército, pero terminó separándose del PCE y adhiriéndose a la Junta de Defensa del coronel Casado en los días finales de la guerra. Había sido nombrado jefe de Orden Público en la zona de Levante y era el militar de mayor rango entre los refugiados en el puerto de dicha localidad.

El teniente de Caballería Pérez Caballero, destinado en 1943 en el gobierno militar de Palencia, al que el juez instructor se había dirigido por su participación en la negociación del puerto de Alicante como representante de Falange en dicha provincia, negó su participación y afirmó que nunca había estado en Alicante y que, por lo tanto, no conocía a nadie de los mencionados. Seguramente se trataba de otra persona.

Al considerar el juez instructor que el acuerdo de rendición del puerto de Alicante no había existido y que, por lo tanto, no había acta ninguna, “dada la urgencia del caso, tiene el honor de elevar a V. E. estas actuaciones para que proceda conforme a su criterio.” Y el criterio del capitán general de Madrid fue aprobar, con fecha 24 de Abril de 1942, la sentencia de pena de muerte impuesta a Carlos Rubiera. La lluvia de Asturias caía sobre Madrid en la madrugada de aquel martes 28 de Abril.

Carlos Rubiera Rodríguez, hijo de Carlos y Palmira, había nacido en Gijón y había abierto los ojos a la luz del mundo, treinta y ocho años atrás, en la paz campestre de una casería de la parroquia de Caldones, entre el trinar de malvises y jilgueros, y el campaneo pastoril de las vacas por los prados. En la mirada hacia adentro de los ojos de su cuerpo caído aparecerían los cerezos en flor, la nube blanca de Moreda, la plata del Cantábrico, el oro de la sidra y el fuego oscilante del mecheru de Caldones.

Y en aquella llama que se estaba apagando ardían, desgajadas del tronco de la vida, las leves hojas de la escuela y de los juegos infantiles, la de la llegada a Madrid y el trabajo en La Esmeralda y, luego, entre botellas y sifones, en La Compañía La Asturiana de Madrid, en la calle Galileo. Revivía el fuego moribundo con la hoja de la fundación del Sindicato de Empleados, afecto a la UGT, y su admiración por Largo Caballero, y su afiliación al PSOE… Y quedó la ceniza y el humo… Y ya solamente la ceniza que aventó la brisa del amanecer.

Había sido en vida, Carlos Rubiera Rodríguez, un militante ugetista y socialista ejemplar. Acudió al castillo de Figueras, el uno de Febrero de 1939, en plena culminación de la ofensiva franquista sobre Cataluña, a la última reunión de Las Cortes en tierra española, pasó a Francia y debió de ser de los poquísimos diputados que regresaron en avión a la zona centro. Presidió en Madrid, el 23 de Marzo de 1939, la última reunión de la Diputación provincial, y estaba en el puerto de Alicante corriendo la misma suerte que la gente corriente. Administró mucho dinero y murió con lo puesto.

Carlos Rubiera ya era el secretario de la Federación Nacional de Empleados de Oficina de la UGT, en 1931, y miembro del comité regional de la Unión de Empleados de Madrid. Era hombre de palabra fuerte y clara, de discurso elocuente, y enseguida empezó a recorrer los pueblos de la provincia de Madrid dando mítines en las plazas y en las casas del pueblo. El PSOE le eligió para que fuera en la candidatura por Madrid provincia en las elecciones a Cortes de Noviembre de 1933, pero el triunfo se lo llevaron las derechas y no alcanzó el acta de diputado.

Se redobló la actividad y los mítines, y se iba asentando la fama y el prestigio entre los correligionarios. En Septiembre de 1935, junto con Andrés Manso, habló en la Casa del Pueblo de Béjar, ante 3.500 personas, de los precios del trigo, los problemas del campo y del país. En Noviembre de ese mismo año, acudió invitado, por segunda vez, a Salamanca. Carlos Rubiera habló en nombre de las Juventudes Socialistas de Madrid y pidió que el gobierno compareciese ante el tribunal popular, o sea, que convocase elecciones. Le acompañaron en el uso de la palabra la maestra y abogada Julia Alvarez, el diputado en Cortes Amós Ruiz Lecina y el presidente de la Agrupación Socialista Salmantina, Francisco Martín.

Se disolvieron las Cortes y se convocaron elecciones generales. La Federación provincial de agrupaciones socialistas de Madrid celebró un congreso extraordinario para elegir a sus representantes en la candidatura del Frente Popular por Madrid provincia, y allí estaba Carlos Rubiera encabezándola.

La breve, pero dura, campaña electoral, le llevó hasta Ceuta. El domingo doce de Enero de 1936 se celebró un mitin socialista en el Teatro Cervantes de esa localidad. Intervino en primer lugar Rubiera, delegado del Sindicato de Banca y Bolsa de Madrid. Atacó al Partido Radical y al gobierno, alabó la actuación de la clase obrera asturiana durante la pasada revolución y pidió que se boicoteasen los mítines de las organizaciones derechistas. El delegado gubernativo, allí presente, tras varias llamadas al orden, suspendió el mitin. Su compañero, el catedrático de la Universidad de Sevilla, Martínez Pedroso, ya no pudo dirigir la palabra a las masas que abarrotaban el local. Luego, lo de siempre: desalojo, alborotos, cargas policiales, protestas, detenciones… Y el resto de mítines y actos previstos, suspendidos.

Se celebraron las elecciones de Febrero del 36 y Carlos Rubiera salió elegido diputado en Cortes por la circunscripción de Madrid provincia con casi cien mil votos. Triunfaron las izquierdas y en la candidatura frentepopulista de la mayoría en esa circunscripción, junto a Rubiera, salieron elegidos Luis Fernández Clérigo y Roberto Escribano, de Izquierda Republicana; Manuel Torres Campañá, de Unión Republicana, y los socialistas Julia Alvarez Resano y Luis Rufilanchas. Por las minorías, las derechas obtuvieron dos representantes: Javier Martín Artajo y Rafael Esparza, ambos de la CEDA. No hubo impugnaciones y enseguida pudieron ser proclamados y recibir el acta de diputado.

A finales de Abril de 1936, Rubiera fue designado secretario de la comisión de Gobernación de Las Cortes, que presidía Manuel Torres Compañá. Y en Mayo, en reunión del grupo parlamentario socialista, presidida por Largo Caballero, se eligió a Carlos Rubiera como vocal del partido en la Junta Nacional del Paro. Y junto a la actividad sindical e institucional, la acción política en los mítines: en Tolosa, el domingo 24 de Mayo, ante más de diez mil personas, hablaron Carlos Rubiera, Santiago Carrillo, Enrique de Francisco y el dirigente comunista bilbaíno Leandro Carro. Discurso de Largo Caballero en el Cinema Europa de Madrid sobre: “Disciplina, unidad y congreso del Partido Socialista”; fue Carlos Rubiera el encargado de presentar y moderar el acto. Participación de Rubiera en otro mitin, a finales de Junio, en el Teatro Rosales de la capital, organizado por el comité del Frente Popular de funcionarios del estado, la provincia y el municipio.

Se sublevaron los militares y arrastraron al país a la guerra. Carlos Rubiera, a mediados de Septiembre de ese año de 1936 representaba a la Federación provincial socialista de Madrid en la constitución del comité provincial del Frente Popular de Madrid, que estableció su sede en el palacio de Villahermosa, en el número veinte de la calle Zorrilla.

El seis de Octubre, Carlos Rubiera fue nombrado gobernador civil de Madrid. Sustituyó al dimisionario Francisco Carreras, de Izquierda Republicana, licenciado en Ciencias Exactas y Farmacia. Unos días después, en un comunicado que la Junta de Defensa de Madrid dirige a los milicianos, a los luchadores de la Libertad, firmado por todas las organizaciones, Rubiera estampa la suya como representante de la Agrupación socialista madrileña.

El domingo trece de Diciembre, Carlos Rubiera hizo uso de la palabra en el acto conmemorativo del undécimo aniversario de la muerte de Pablo Iglesias que había organizado la Agrupación socialista madrileña. Una semana después, se produjo un reajuste de cargos en el gobierno. Carlos Rubiera presentó su dimisión como gobernador civil de Madrid y fue sustituido por Miguel Villalba Gisbert. En el Ministerio de la Gobernación, a cuyo frente estaba el abogado y diputado por Zamora, Angel Galarza Gago, fundador del partido radical-socialista, que había dejado para convertirse en socialista caballerista; el socialista Wenceslao Carrillo cesó como Subsecretario del ministerio y pasó a sustituir a Manuel Muñoz (ex militar y diputado azañista) al frente de la Dirección General de Seguridad. Carlos Rubiera fue entonces nombrado Subsecretario de Gobernación en sustitución de Wenceslao Carrillo. Permanecerá en este cargo hasta primeros de Junio de 1937 cuando, tras los sucesos de Barcelona y la crisis de gobierno, Largo Caballero fue sustituido por Negrín. A Carlos Rubiera le sustituyó en la Subsecretaría de Gobernación el socialista negrinista y diputado Juan Simeón Vidarte Franco-Romero, con el socialista prietista Julián Zugazagoitia al frente del ministerio.

Rubiera, antes y después de su cese en la subsecretaría de Gobernación, fue un orador habitual en los mítines y actos de masas que se organizaban en la capital, en la provincia y en otras partes de España. Habló en Castellón, en un mitin de afirmación socialista, junto a Rodolfo Llopis; y en el acto central del Uno de Mayo, junto a Marianet y Federica Montseny. Se dirigió a la nación desde los micrófonos de Unión Radio, participó en actos de homenaje a las milicias, a las Brigadas Internacionales, de agradecimiento a la URSS… Y a mediados de Marzo de 1938 fue nombrado presidente de la Diputación provincial de Madrid, en cuyo cargo permanecería hasta el final de la guerra.

Carlos Rubiera junto con otros dirigentes del socialismo caballerista, como Wenceslao Carrillo o Pascual Tomás, se unió, tras la caída de Cataluña en manos de los franquistas, a los besteiristas y apoyó el golpe del coronel Casado. Tal vez hubiera podido escapar en el último momento en un barco, como Carrillo y Casado, o subirse al avión de Air France, como Pascual Tomás; tal vez le hubiera detenido la Gestapo en Francia y entregado a Franco para que le hiciese fusilar, como a Zugazagoitia o a Muñoz…

Más de dos millares y medio de personas fueron fusiladas ante las tapias del Cementerio del Este de Madrid en los primeros años de “paz”. Carlos Rubiera Rodríguez, uno de ellos.