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Oficina de Defensa del Anciano

Marcelino Laruelo Roa

Muertes Paralelas

Muertes paralelas

Isidro Liarte Lausín, gobernador civil de Asturias fusilado
por el ejército franquista.

Isidro Liarte Lausín, gobernador civil de Asturias diez días de Julio de 1936


Por Marcelino Laruelo.
Muertes Paralelas. Gijón, 2004.


Por orden del comandante militar de la plaza de Oviedo, coronel Eduardo Recás, y en cumplimiento de la sentencia de pena de muerte impuesta en consejo de guerra, el que había sido gobernador civil de la provincia, Isidro Liarte Lausín, fue pasado por las armas a las cuatro de la tarde del día 23 de Diciembre de 1936. La ejecución se llevó a cabo en el patio de la cárcel de Oviedo y, junto con Isidro Liarte, cayeron también bajo las balas del piquete ejecutor Próspero Cué Alvarez, Eugenio Ordóñez Juez, Evaristo González Ania, José Juan Demetrio Castro Feito, Jesús Gutiérrez Areces y Pedro Pascual Fernández.

Liarte Lausín había llegado a Oviedo el día diez de Julio e inmediatamente tomó posesión del cargo en el edificio del Gobierno Civil. Le hizo entrega del mismo Carlos Martínez que había venido desempeñándolo interinamente desde el cese del anterior gobernador, Rafael Bosque Bosque. El médico Carlos Martínez, que había sido diputado en las Constituyentes, presidía en Julio de 1936 el Comité provincial de Izquierda Republicana. El decreto con el cese del gobernador Rafael Bosque había sido firmado por Azaña en El Pardo, a propuesta del presidente del gobierno, el día tres de Julio.

Rafael Bosque había levantado en su contra a la derecha asturiana más reaccionaria, y a sus periódicos, casi desde su llegada a la provincia a últimos de Marzo. Era un hombre del Frente Popular y se comportaba como tal después de un bienio derechista en el que había que incluir, en el caso de Asturias, año y medio de represión contrarrevolucionaria. Parece ser que el detonante de su dimisión/cese fue el telegrama que dirigió al diputado derechista José Calvo Sotelo en respuesta a lo que éste afirmó en las Cortes. Fue en el transcurso de una intervención parlamentaria en defensa de la proposición no de ley presentada el dieciséis de Junio por las derechas en la que se pedía se aprobase la siguiente resolución: “Las Cortes esperan del Gobierno la rápida adopción de las medidas necesarias para poner fin al estado de subversión en que vive España”. Calvo Sotelo, en su turno a favor de la misma, entre otras cosas, aludió a los hechos que se habían producido en el cuartel de la Policía de Asalto, en Oviedo, donde, según Calvo Sotelo, el comandante instructor enviado por el Ministerio de la Gobernación para investigar los graves incidentes protagonizados por unos guardias en una verbena, obligó a todos los guardias a formar en el patio del cuartel y autorizó la entrada, siempre según palabras de Calvo Sotelo, “a un pelotón de “guardias rojos”, comunistas, para que reconozcan entre aquéllos, forzados en rueda de presos, a los autores de los incidentes...” Claro está, se trataba de una exageración más del diputado derechista a la que Rafael Bosque consideró obligado responder. Su respuesta enardeció aún más los ánimos en la región; la posterior destitución y traslado de la mayoría de los mandos de esa unidad de Asalto terminó de exasperarlos. Era el jefe de las fuerzas de Asalto en la capital asturiana el famoso comandante Gerardo Caballero, que fue destituido por el gobierno y residenciado forzoso en Zaragoza.

Pero, a pesar de todo, el gobierno de Casares quería tranquilizar a las derechas a toda costa. Rafael Bosque contaba con el apoyo de las fuerzas políticas asturianas que formaban el Frente Popular y con el explícito de su presidente, el socialista Oliveira: el gobierno le cesó o aceptó su dimisión, que viene a ser casi lo mismo. Al conocerse la resolución del gobierno, se confeccionaron y repartieron octavillas convocando a una manifestación y llamando a la huelga general hasta que Bosque fuera restituido en su cargo. La protesta y el descontento en medios obreros se fueron extendiendo rápidamente, y delante del Ayuntamiento se formó una numerosa concentración de manifestantes que desfilaron hasta la sede del Gobierno Civil. Desde un balcón del edificio, el alcalde de Oviedo, el socialista López Mulero, improvisó un discurso en el que afirmó “que se iba a dirigir al ministro (de la Gobernación) para decirle que si querían consolidar la República no deberían destituir al señor Bosque, porque éste era el verdadero intérprete del Frente Popular.” El propio Bosque tuvo que salir a saludar a los manifestantes y pedirles que se disolvieran pacíficamente y siguieran confiando en las resoluciones de los dirigentes y organizaciones del Frente Popular. Se hizo también necesaria una reunión de dirigentes sindicales y de los partidos de izquierda en la que se aprobó hacer público un llamamiento a la normalidad para que la huelga no acabara extendiéndose a todas las actividades de la región.

Fue en ese ambiente en el que Isidro Liarte Lausín se tuvo que hacer cargo del Gobierno Civil de Asturias. “Republicano desde los dieciséis años”, según propia declaración, y miembro de Izquierda Republicana, había desempeñado con anterioridad, en el período 1931 a 1933, este mismo cargo de gobernador civil en las provincias de Almería, Jaén, Toledo y Pontevedra. Llegaba a Asturias después de cesar como máxima autoridad del gobierno en las islas Baleares. Quizás sea necesario recordar en este punto que, disfrutando únicamente Cataluña de un estatuto de autonomía, durante la II República el gobernador civil detentaba todas las competencias del Estado en el territorio de cada provincia. Las primeras declaraciones de Liarte a la prensa le mostraron en plan moderado y contemporizador, resaltando que, desde su llegada al Gobierno Civil de la provincia, se había volcado exclusivamente en buscar la solución y el acuerdo para los distintos conflictos laborales que se vivían en la región.

El día diecisiete de Julio, por la tarde, a Liarte Lausín le llamaron por teléfono desde el Ministerio de la Gobernación para informarle de la sublevación de parte del Ejército del norte de Africa. Cabe suponer que, a su vez, comunicaría al Ministerio la situación de normalidad existente en Asturias y recibiría instrucciones para la adopción de medidas preventivas. Es lo cierto que esa tarde noche el gobernador convocó a una reunión al coronel Aranda, comandante militar de Asturias, al teniente coronel comandante de las fuerzas de la Guardia Civil y al comandante Ros, jefe del grupo de las fuerzas de Asalto. Probablemente no se tomó ningún acuerdo importante hasta la mañana siguiente, del sábado dieciocho, que fue cuando el comandante Ros recibió órdenes de desplegar fuerzas en los lugares céntricos y emplazar ametralladoras en puntos estratégicos de la ciudad.

Por otra parte, Benigno Arango Alonso, secretario del Gobierno Civil de Asturias, procesado en la misma causa que Liarte Lausín, declaró que esa noche del viernes diecisiete había sido testigo de una conversación telefónica entre el gobernador y el diputado y dirigente socialista Ramón González Peña, que se encontraba en Latores, aldea próxima a la capital. Tras la conversación, Peña se presentó en el despacho del gobernador sobre las dos de la madrugada y le comunicó a Liarte que Prieto, desde el Ministerio de la Guerra, ordenaba que se entregaran las armas a las milicias. Fue, quizás, la primera vez que se puso sobre el tapete la formación y armamento de las milicias obreras. No obstante, y al margen de que el gobernador no hubiera recibido ninguna comunicación oficial al respecto, la verdad es que en la sede del Gobierno Civil no había más armas largas que cuatro mosquetones que tenían en la Comisaría, situada en la planta baja del edificio. Estos mosquetones se entregaron al día siguiente a un representante obrero llamado Daniel Lafuente Moratinos.

El gobernador Liarte afirmó meses después, en la declaración al juez militar que instruía su causa, comandante de Artillería Joaquín Suárez Vivero, que el sábado dieciocho, por la mañana, le confirmaron telefónicamente desde el Ministerio, que “el gobierno había aceptado el ofrecimiento que se le había hecho por dirigentes de las masas obreras de Madrid, de la cooperación de los obreros de Asturias, los que emprenderían la marcha aquella misma noche.” Y que en las primeras horas de la tarde, Velao, ministro de Obras Públicas, le informó que había dado órdenes a la Compañía de Ferrocarriles del Norte, para que en trenes ordinarios y especiales se facilitase el traslado a Madrid de los obreros asturianos; también pedía el ministro al gobernador que se facilitasen todos los vehículos posibles para que pudieran viajar por carretera todos los que no lo hicieran por ferrocarril. Estas columnas de obreros que partían hacia Madrid, estaba previsto que, primero, se concentrasen en León en la mañana del domingo día diecinueve. Iban encuadrados, además de por dirigentes obreros, como Dutor, por oficiales de Asalto a los que Aranda había entregado antes de partir, siguiendo también las instrucciones del gobierno, doscientos fusiles con su munición. A esos fusiles, y a las escopetas y pistolas que, sin duda, portarían muchos de sus componentes, se vinieron a sumar las varias toneladas de dinamita, unas declaraciones hablan de dos toneladas y otras de cuatro, que por orden del gobernador, y en cumplimiento de las instrucciones dadas por el gobierno, fueron entregadas a los responsables de las columnas en la Sociedad de Explosivos “Santa Bárbara”. Pese a ello, muchos dirigentes del Frente Popular hicieron pública su postura contraria a que esas fuerzas proletarias saliesen de Asturias, tanto por considerar que iban pobremente armadas, como por creer que no se podían fiar de la fidelidad del coronel Aranda al régimen republicano.

Merece la pena detenerse un momento en este asunto de las columnas de trabajadores que salieron de Asturias al conocerse las primeras noticias de la sublevación militar. Como se sabe, en León, por mandato del gobierno, las autoridades militares les tuvieron que entregar otros trescientos fusiles, algunas ametralladoras y munición. Cabe preguntarse si en aquellos días esos cerca de tres mil hombres, con los medios que se han detallado, y de haber contado con una dirección revolucionaria que les hubiera señalado unos objetivos claros, no se hubieran bastado para someter y dejar en manos de los trabajadores todas las provincias de León y Castilla en su marcha hacia la capital de España. Por otra parte, sin minusvalorar la importancia de la capital, ese mismo criterio preventivo con el que se quería actuar en Madrid al solicitar fuerzas obreras de choque cuando todavía la insurrección militar no había prendido allí, bien se hubiera podido haber aplicado en el resto del país, y otra habría sido la historia.

Pero volviendo al gobierno civil de Oviedo, la mayoría de los dirigentes del Frente Popular seguían reunidos allí con Liarte Lausín desde primeras horas de la mañana de ese sábado dieciocho. Se le pidió que telefonease al coronel Aranda para que se presentara en las dependencias del Gobierno Civil. Aranda no estaba en Oviedo, sino que, sin comunicárselo al gobernador, se había ido a Gijón para entrevistarse con el coronel Pinilla. Pero al ser localizado y recibir el aviso de que el gobernador civil reclamaba su presencia, regresó a Oviedo y se dirigió a verle: Aranda todavía era gubernamental. En esa reunión, los dirigentes del Frente Popular ya le solicitaron al coronel Aranda, sin resultado, la entrega de armas para la formación de milicias. Puede ser que de dicha reunión saliese la entrega de los doscientos fusiles para la columna que partía hacia Madrid y la idea de estudiar la preparación de otras columnas mixtas de soldados y civiles que estarían mandadas por oficiales del Ejército y de la Guardia Civil, aparte de las ya formadas, cuya salida hacia Castilla y Madrid se había fijado para esa noche y la mañana del domingo. A los reunidos en el Gobierno Civil no dejarían de llegarles noticias de cómo se extendía la insurrección militar por Andalucía, con los nuevos pronunciamientos de Queipo de Llano en Sevilla y del general López Pinto en Cádiz.

En la mañana del domingo diecinueve, mientras la insurrección militar ganaba nuevas plazas en la Península, se repitieron las reuniones de las mismas personas en el Gobierno Civil. Fue entonces cuando el coronel Aranda, acompañado de su ayudante, el capitán Loperena, y del teniente coronel de la Guardia Civil convencieron a Liarte Lausín para que aprobase la concentración en Oviedo de las fuerzas de la Guardia Civil de todos los pueblos de Asturias en los que se pudiera prever que no iban a producirse incidentes (otros testimonios hablan “de los pueblos donde no hubiera alcalde socialista”) y el establecimiento de controles en las carreteras. Esta movilización de la Guardia Civil se justificó como precaución ante la masiva afluencia de trabajadores, principalmente de las cuencas mineras, sobre la capital. Por su parte, los dirigentes del Frente Popular presentes en el Gobierno Civil, por boca de Ramón González Peña, informaron a Liarte Lausín que la orden de entrega de las armas a las milicias obreras ya se tenía que haber recibido en la Comandancia Militar. El gobernador reiteró al propio coronel Aranda dicha petición que, además, era una orden del gobierno. El coronel Aranda se mantuvo en una ambigüedad calculada y le dijo al gobernador que regresaba a la Comandancia Militar para, desde su despacho, confirmar telefónicamente dicha orden con el Ministerio de la Guerra. En ese momento abandonaron Aranda y sus acompañantes las dependencias del Gobierno Civil.

Al saberse que Aranda y el teniente coronel de la Guardia Civil se habían ido, muchos de los dirigentes del Frente Popular y de las organizaciones obreras allí presentes expresaron su protesta y desazón, pues pensaban, y así lo habían expuesto, que a los dos mandos militares no se les debería de haber dejado salir del Gobierno Civil hasta que hubiera constancia de que los militares habían cumplimentado la orden del gobierno de armar a las milicias obreras. Tenían razón, el coronel Aranda iba directamente a lanzarse a la sublevación contra el gobierno de la nación. Además de la ayuda que le brindó la indecisión de los dirigentes del Frente Popular y del propio gobernador, Aranda tuvo de su lado la suerte, tan decisiva en esas situaciones. Por alguna razón que ningún historiador ha conseguido desentrañar hasta el momento, el gobierno, en Madrid, supo que Aranda iba a traicionarles y telegrafió al Gobierno Civil de Oviedo el domingo diecinueve ordenando la detención del coronel. Parece ser que, según su propia declaración en el consejo de guerra, el secretario del Gobierno Civil de Oviedo, Benigno Arango Alonso, retuvo ese telegrama, en el que, además de la detención del coronel Aranda, se ordenaba también la del comandante Caballero. Si bien pudiera tratarse de una argucia para granjearse el favor del tribunal militar, a mí me parece que probablemente fuera verdad, pues, más tarde, cuando estaba detenido en la cárcel de Oviedo, Benigno Arango no bajó nunca al patio por temor a ser agredido por los presos republicanos, que le tachaban de traidor. Por otro lado, el propio Liarte Lausín afirmó no saber nada de la existencia del citado telegrama, lo que viene a confirmar la versión de Arango. Benigno Arango, y el secretario particular del gobernador, el estudiante de medicina Armando López González, miembro de la directiva de Izquierda Republicana, que había desempeñado igual puesto de confianza con Bosque y que fue recomendado a Liarte por Carlos Martínez, fueron condenados en el mismo consejo de guerra a doce años de cárcel cada uno.

Que el gobernador Liarte Lausín estaba decidido a defender la legalidad republicana y a cumplir las órdenes del gobierno lo demuestra el hecho de que en el cuartel de Asalto se hubiera empezado ya, el domingo diecinueve, a la entrega de armas a las masas republicanas que con esa finalidad allí se habían ido concentrando. Quizás fuera esa determinación observada en el gobernador lo que hizo que Aranda se viera obligado a precipitar los acontecimientos. Porque nada más comenzar la entrega de fusiles en el cuartel de Santa Clara de las fuerzas de Asalto, se presentó allí un camión con guardias civiles y de Asalto capitaneados por el comandante Gerardo Caballero que, como se sabe, había sido su jefe hasta que fue destituido por el gobierno unas semanas atrás. Caballero ordenó que se suspendiera el reparto de armas y se detuviera a los paisanos que ya las portaban. El comandante Ros, con un grupo de guardias y medio centenar de paisanos armados se retiró a otras dependencias del cuartel y se fortificó. Se inició un tiroteo y la resistencia dentro del cuartel continuó hasta el día siguiente. Sitiados, trataron de negociar la rendición, pero cuando salían los comisionados para parlamentar, parece ser que fueron tiroteados. Fuera como fuese, se calcula que veintiocho personas perdieron la vida, entre ellas, el propio comandante Ros.

Poco más de un año después, el siete de Septiembre de 1937, se celebró en La Coruña un consejo de guerra presidido por el general de brigada Angel Ramos Ordóñez. Acusados de rebelión militar por la oposición que hicieron al comandante Caballero en el cuartel de Santa Clara de Oviedo, fueron condenados a pena de muerte el capitán Juan Montiel Sánchez y el teniente Antonio Hernández Rives, que en Julio de 1936 formaban parte de las fuerzas de Asalto de Oviedo.

Como ya se ha dicho, el comandante Gerardo Caballero Olabézar, había sido destituido y residenciado por el gobierno en Zaragoza, en calidad de disponible forzoso. Sin autorización del gobierno, había regresado a principios de Julio a Oviedo, donde tenía la familia. El recién llegado Liarte Lausín, al tener noticia de la presencia de Caballero en Oviedo, mandó al comisario de policía Arcadio Cano que le dijera a Caballero que ese mismo día, sin falta, pasara a entrevistarse con el gobernador. Según declaraciones del propio Caballero, acudió esa misma tarde al Gobierno Civil. Fue una entrevista larga de la que Caballero solamente reseña la petición que le hizo Liarte Lausín de que se ausentase de Oviedo, pues, de no hacerlo, se vería obligado a adoptar medidas más enérgicas. Liarte Lausín, por si se le habían olvidado, le recordó a Caballero que “distintas personas y entidades del Frente Popular le acusaban de ser un elemento peligroso de marcada tendencia derechista y por ejercer presiones sobre los guardias de Asalto.” También le dijo Liarte Lausín que estaban al corriente de las visitas que miembros de las fuerzas de Asalto hacían a Caballero en su domicilio. Tras esa entrevista, el propio Caballero se dio cuenta que era objeto de una vigilancia especial por parte de la policía.

El domingo diecinueve de Julio, por la tarde, y de vuelta al edificio del Gobierno Civil, entre los dirigentes del Frente Popular cundía la impaciencia y la desazón ante la tardanza del coronel Aranda en responder para confirmar la recepción y cumplimiento de la orden del gobierno de entregar armas a las milicias obreras. Liarte Lausín pidió comunicación con la Comandancia Militar, pero, tras varios intentos, la telefonista le dijo que nadie cogía allí el teléfono. Pidió entonces el gobernador que le pusieran con el cuartel de Pelayo, pero a los pocos minutos la propia telefonista le informó que las comunicaciones telefónicas del Gobierno Civil habían sido cortadas. Esa fue la señal para que todos los representantes del Frente Popular allí presentes abandonasen precipitadamente el edificio. Liarte Lausín quedó solo, acompañado por sus dos secretarios, el personal de servicio ese día y las fuerzas de Asalto que custodiaban el edificio. Lo primero que hizo entonces fue mandar a su secretario particular a la estación radio del gobierno civil para que se enviara un telegrama al gobierno de Madrid comunicando que las fuerzas de la guarnición de Oviedo se habían sublevado.

Poco después, se recibió en el Gobierno Civil una llamada del coronel Aranda exigiendo al gobernador que entregara el mando a las fuerzas que se presentaran.
Liarte Lausín respondió que solamente lo haría por la violencia, por lo que Aranda le amenazó con cañonear el edificio si transcurridos diez minutos no lo había entregado. El todavía gobernador de Asturias se dirigió al capitán Curiel, que mandaba las fuerzas de Asalto encargadas de la protección del Gobierno Civil, y le preguntó si las fuerzas a sus órdenes estaban dispuestas a defender el edificio. El capitán Curiel le respondió que los guardias no dispararían contra las fuerzas del Ejército. Entonces, Liarte Lausín le dijo al capitán Curiel que si consideraba que el edificio era poco resistente y quería defender a la República, le autorizaba a que con las fuerzas que le siguiesen se fuera al edificio del periódico socialista Avance y se pusiera a disposición del comité del Frente Popular, pero el capitán Curiel también se negó a cumplir esta orden. En ese momento, Liarte Lausín, dirigiéndose al comisario de policía Arcadio Cano Herranz, pronunció estas palabras: “si los que tienen la obligación de defendernos no lo hacen, no tenemos más remedio que rendirnos.”

Al poco tiempo, sobre las nueve de la noche, se presentaron en el Gobierno Civil fuerzas del Ejército al mando del comandante Caballero que se hizo cargo por la fuerza de todas las dependencias. Liarte Lausín fue conducido por orden de Caballero a la casa de Benigno Arango, donde permaneció recluido y vigilado permanentemente por una pareja de guardias de Seguridad hasta su ingreso en la cárcel.

La causa contra Isidro Liarte Lausín, Benigno Arango Alonso y Armando López González se comenzó a instruir por el comandante de Artillería Joaquín Suárez Vivero el doce de Noviembre de 1936, aunque dio fin a la instrucción del sumario el teniente coronel de Infantería César Mateos Ribera. Acusados de “rebelión militar”, se señaló el día cuatro de Diciembre de ese año para la celebración del consejo de guerra. El tribunal militar, presidido por el teniente coronel Alvaro Arias de la Torre, de la Caja de Recluta nº 54, quedó formado por los siguientes vocales, todos ellos capitanes: Pedro Bruzo Valdés, del Regimiento de Infantería Milán nº 32; Juan García San Miguel y Angel Chain García de la Comandancia de Voluntarios; Luis Fernández-Corugedo González y José Cabeza Prieto, del Grupo de Artillería de la Brigada Mixta de Asturias. Figuraban convocados como vocales suplentes, los también capitanes: Santiago Méndez-Nava del Río, del 16 Regimiento de Artillería Ligera, y Juan García-Vaquero del Río, de la Comandancia de Ingenieros. El vocal ponente fue el teniente auditor de 2ª honorífico Rafael Alonso Pérez-Hickman; de la acusación se ocupó el alférez honorífico del cuerpo Jurídico, José Mª García Rodríguez, mientras que la defensa de los tres acusados estuvo a cargo del capitán del Regimiento de Infantería Milán nº 32, Enrique Rengifo Flórez. No deja de llamar la atención que ni en la tramitación de la causa ni durante la celebración del consejo de guerra se hubiera recabado el testimonio de un protagonista tan importante como el dirigente socialista Graciano Antuña, prisionero en la cárcel de Oviedo. Al día siguiente, el presidente del tribunal militar leyó la sentencia: pena de muerte para Isidro Liarte Lausín y las de doce años de cárcel para Arango y Armando López. Además, se condenaba a los tres a una indemnización conjunta al Estado, “por los perjuicios sufridos con motivo del delito realizado”, de medio millón de pesetas.

Isidro Liarte Lausín tenía cuarenta y cuatro años cuando le fusilaron en Oviedo en vísperas de Nochebuena. Estaba casado, pero desconozco si tenía hijos y cuántos eran. Había nacido en Arándiga, en la provincia de Zaragoza, en cuya Universidad se había licenciado en Derecho y donde coincidió unos años y tuvo como compañero de estudios a José Calvo Sotelo, durante la etapa en que el padre de éste, que era magistrado, estuvo destinado en la capital aragonesa. A pesar de las diferencias ideológicas, mantenían la amistad y Liarte Lausín había estado hablando con Calvo Sotelo en las Cortes días antes de venir a hacerse cargo de su nuevo destino en Asturias, rogándole Calvo Sotelo que disculpase lo que hubiera podido tener de culpa en su traslado a Asturias.

El antecesor de Liarte en el Gobierno Civil, Rafael Bosque Bosque, al ser destituido salió con su familia para su pueblo natal, Caspe, también en Zaragoza, probablemente con la intención de pasar allí el verano. Pertenecía al partido de Azaña y allí le cogió la sublevación militar, fue hecho prisionero y asesinado. Todos los intentos que hice por conseguir autorización para consultar la causa del consejo de guerra resultaron infructuosos. Rafael Bosque había desempeñado, durante el período de 1931 a 1933, el cargo de gobernador civil en las provincias de Almería, Burgos y Soria. El día veintiuno de Febrero de 1936, Azaña le nombró gobernador civil de Huesca, cargo en el que apenas si permaneció tres semanas, pues el once de Marzo se hizo oficial su nombramiento como gobernador civil de Asturias.