El domingo catorce de Noviembre de 1937, antes de
que amaneciera, el coronel de Artillería José
Franco Mussió, director de la Fábrica de Cañones
de Trubia, fue fusilado junto a otros siete oficiales en
un campo próximo al estadio de fútbol de Oviedo,
en la zona de Los Catalanes. Tal vez ignorase que su hijo,
el capitán de Artillería José Franco
Soto, también había sido condenado a pena
de muerte por un tribunal militar nacionalista en Santander
y sería ejecutado cuatro días después
que él.
El
coronel José Franco Mussió, que tenía
cincuenta y ocho años de edad, era el director de
la Fábrica de Cañones desde su nombramiento
por el gobierno en Mayo de 1935. Estuvo al mando de la Fábrica
hasta que se derrumbó el Frente Norte y las fuerzas
nacionalistas entraron en Gijón, los mismos que tres
semanas más tarde le condenarían a pena de
muerte y le mandarían fusilar. Franco Mussió
no se unió a la sublevación militar cuando
el coronel Aranda, comandante militar de Asturias, se alzó
contra el gobierno y declaró el estado de guerra
en la región. Franco Mussió permaneció
en su puesto hasta el final y varias veces tuvo, además,
que compaginarlo con otros cargos de gran responsabilidad.
Cuando
el veinte de Octubre de 1937 el Consejo Soberano de Asturias
y León decidió la evacuación por mar
de milicianos y civiles, y todas las autoridades, incluidas
las militares, huyeron en los barcos para tratar de alcanzar
las costas francesas, el coronel Franco Mussió se
quedó. Disponía de un pasaporte para
embarcar en el pesquero “Mary Carmen” junto
con su mujer y un hijo, pero rechazó esa opción
y esperó la entrada de las fuerzas enemigas en la
comandancia militar de Gijón. El gobierno republicano
le había nombrado jefe del Ejército de operaciones
en Asturias en los primeros días de la guerra y él
quiso ser también el último jefe militar de
las mismas.
En
aquel sábado dieciocho de Julio de 1936, en Trubia
se enteraron por las noticias que dio la radio por la noche
que las fuerzas militares españolas destinadas en
el norte de Africa se habían sublevado. Al día
siguiente, domingo, el coronel Franco Mussió estuvo
en Oviedo y al mediodía se entrevistó con
el coronel Aranda. Cambiaron impresiones sobre una reunión
de la junta de la Subdelegación en Asturias de la
Subsecretaría de Armamento que se celebraría
el lunes y a la que estaban citados el delegado del gobierno,
el coronel Caracabche, director de la Fábrica de
Armas de Oviedo, el coronel Franco, director de la Trubia,
y dos representantes de los trabajadores. Como es natural,
también hablaron de los graves acontecimientos que
en esos momentos se estaban produciendo en España.
Aranda, que el sábado se había reunido con
el comandante militar de Gijón, coronel Pinilla,
para coordinar el operativo de la sublevación, no
le dijo una sola palabra de ello al coronel Franco. Sí
le informó de la salida de una columna “de
unos mil mineros” en trenes para Madrid, a los que
había entregado unos trescientos fusiles y la correspondiente
munición. Aranda estaba encantado de que se hubieran
ido porque, decía, así sería más
fácil mantener el orden en la región. Aranda
le dijo que confiaba que en Asturias no se producirían
incidentes graves, pues ya había acordado con el
comité del Frente Popular “la formación
de columnas mixtas de milicianos y tropas del Ejército”.
Cuando los dos coroneles entraron en el despacho de Aranda,
llamaron a éste por teléfono desde el Gobierno
Civil. Terminada la conversación telefónica,
Aranda le contó a Franco Mussió que los del
Frente Popular le llamaban porque se habían alarmado
mucho al enterarse de unos movimientos de carros de combate
en el cuartel de Pelayo y también porque les habían
informado que el jefe del grupo de Montaña había
pedido al de Ingenieros unos camiones.
Durante
esa conversación, el coronel Franco Mussió
le preguntó a Aranda por las medidas de seguridad
para proteger la Fábrica de Trubia y éste
le respondió que le iba a enviar ciento cincuenta
guardias civiles, a pesar de que Franco Mussió consideraba
que con ochenta y la compañía de Infantería
destacada en la Fábrica le bastaría para la
protección de la misma. El director de la
Fábrica de Cañones de Trubia, en aquellos
momentos, confiaba plenamente en la sinceridad y en la amistad
de Aranda, así como en sus “altas dotes de
mando, tanto militares como políticas”.
Franco Mussió también dejó dicho algo
que nos permite intuir por dónde debían de
ir sus simpatías políticas personales, pues
afirmó que a la una del mediodía del domingo
“no sabía la caída del gobierno de Martínez
Barrio, en quién confiaba para el arreglo de la situación”.
Es decir, el republicanismo de derechas leal al régimen.
De
regreso a Trubia, a las cuatro y media de la tarde le vino
a ver el brigada de la Guardia Civil Cesáreo Iglesias,
comandante del puesto, para informarle que había
recibido órdenes de su teniente coronel de irse todos
los guardias a Oviedo. Ante este cambio de planes, el coronel
Franco Mussió llamó desde su despacho por
la línea directa al Gobierno Militar. Pudo
hablar con Aranda y éste le confirmó lo dicho
por el sargento, pues se necesitaban esos guardias para
formar las columnas mixtas (¿columnas mixtas? Lo
que queda patente es que Aranda persistía en tener
engañado al coronel Franco Mussió y ocultarle
sus verdaderas intenciones).
Entonces,
el director de la Fábrica le respondió al
coronel Aranda que con los cuarenta hombres de la compañía
de Infantería del Regimiento Milán, recién
incorporados a filas y casi sin instruir, no tenía
fuerzas ni para cubrir los accesos a la Fábrica en
caso de que se produjesen disturbios. Tras escucharle y
meditar un momento, Aranda le ordenó lo siguiente:
1º) Mandar todas las familias a Oviedo, así
como todos los jefes y oficiales de la Fábrica.
2º) Que quedase solamente el coronel Franco en la Fábrica.
3º) Que mandase a Oviedo los obturadores de las ocho
piezas montaña del ciento cinco terminadas, que se
estaban pintando en la Fábrica, ya que estos obturadores
no se construían en España.
4º) Que destruyese los transformadores de 50.000 voltios
de la Fábrica.
5º) Que todo eso tendría que estar hecho
a las diecisiete treinta, hora en que saldrían para
Oviedo los guardias civiles.
El
coronel Franco Mussió, en la media hora que le quedaba
para cumplimentar la orden de Aranda, lo primero que hizo
fue reunir a todos los jefes y oficiales que en aquel momento
se encontraban en la Fábrica y ponerles al corriente.
Todos accedieron a mandar a sus familias para Oviedo,
pero se negaron a abandonar a su jefe. Así
que a hacia las seis de la tarde salía de Trubia
un convoy con todos los guardias civiles de Trubia, Grado
y los concejos próximos. En un ómnibus iban
las familias de los jefes y oficiales, con lo puesto y con
el dinero que tenían en casa. En un coche, el capitán
Cuartero y unos obreros cargaron todos los obturadores que
había en la Fábrica, así como todo
el dinero que había en la caja fuerte, unas quinientas
mil pesetas. Esta suma la portaba en un maletín el
capitán pagador Santiago, con orden de ingresarlo
en la cuenta del Banco España que, por aquellas fechas,
debía de tener un saldo de dos millones y medio de
pesetas. También partieron para Oviedo el comisario
de Guerra, Santos, y el teniente de Intendencia, Aranáiz.
El subdirector de la Fábrica, teniente coronel de
Artillería Ayuela, se encontraba en Oviedo disfrutando
del permiso de verano y se le dieron instrucciones para
que se pusiera a las órdenes de Aranda. El
propio coronel Franco Mussió envió a Oviedo
a sus hijas y a un hijo de catorce años, quedándose
con él en Trubia su mujer, un hijo que estaba cojo
y el hijo mayor, capitán de Artillería, que
estaba destinado en la Fábrica.
Cuando
hacia las seis de la tarde salió de Trubia el convoy,
Franco Mussió llamó a Oviedo para comunicárselo
a Aranda pero no le pudo localizar. Sí pudo hablar
con el capitán Cores, de Estado Mayor, y, en presencia
de varios de sus oficiales, le puso al corriente de lo actuado.
Más adelante, ante la imposibilidad de comunicar
directamente con Aranda, envió a Oviedo a buscar
órdenes al teniente Panadero, que ya no regresó.
Pero hacia las diez de la noche pudo localizar al coronel
Aranda y hablar con él, informándole la telefonista
de Oviedo que la consigna era la palabra “chosrfa”
(o “chorfa”). El coronel Aranda, al enterarse
de cómo se habían cumplimentado sus órdenes
le dijo al coronel Franco que estaba muy contento con él
y le insistió en que tuviese preparada la destrucción
de los transformadores de 50.000 voltios.
El
coronel Franco Mussió siempre consideró un
error esa orden de Aranda y su insistencia en destruir los
transformadores eléctricos para que la Fábrica
no pudiese funcionar. Y lo consideraba un error porque,
en caso de insurrección y de que la Fábrica
cayese en manos de los revolucionarios como en 1934, éstos
podrían reemplazarlos fácilmente con otros
transformadores similares traídos de otras partes
de Asturias. Además, con esa sola medida no se garantizaría
la paralización de la Fábrica, pues esos transformadores
lo que hacían era pasar la energía eléctrica
a cinco mil voltios para que otros transformadores situados
dentro de la fábrica la bajasen a 220 voltios. Por
otra parte, desde la central hidroeléctrica de Puerta,
que estaba conectada a la Fábrica se seguiría
mandando energía a 5.000 voltios directamente a los
transformadores de la Fábrica, como se había
hecho siempre que fallaba el suministro de Somiedo.
Aparte
de carecer de explosivos para hacer esas voladuras, el intentar
inutilizar los transformadores de dentro de la Fábrica
hubiera alertado inevitablemente a los trabajadores que,
no sin razón, lo hubieran considerado un sabotaje
y actuado en consecuencia con todos los mandos militares.
Por otra parte, tanto el coronel Franco Mussió como
los demás jefes y oficiales a sus órdenes,
y, muy probablemente, como la mayoría de la gente,
tenían la sensación de que la situación
que vivía el país en esos momentos duraría,
a lo sumo, una semana, y que luego todo iría volviendo
poco a poco a la normalidad: ¿Quién podía
pensar entonces que se estaba en los prolegómenos
de una guerra total que iba a durar casi tres años?
El
coronel Aranda informó también al director
de la Fábrica de Trubia que el gobernador civil había
resignado el mando y que él se encontraba en el cuartel
de Pelayo. Como Aranda no había declarado el estado
de guerra, el coronel Franco lo interpretó como que
no se unía al movimiento militar. Además,
tanto la actuación del gobernador civil como la alocución
por radio de Aranda esa noche solamente se podían
interpretar, en palabras de Franco Mussió como “un
aviso de disturbios, una medida previsora, un llamamiento
a la cordura y nada más”. Y cuando el lunes
veinte, Aranda declaró el estado de guerra, ni por
radio ni por ningún otro medio le envió Aranda
al coronel Franco órdenes de ninguna clase.
Esa
misma noche del domingo diecinueve, el coronel Franco ordenó
a la compañía de protección que se
concentrase en los talleres y adoptó la medida de
conceder dos días de permiso retribuido a todos los
trabajadores. Con esta medida lo que pretendía era
impedir que los trabajadores realizaran alguna acción
dentro de la Fábrica, toda vez que tuvo noticias
de que acaba de constituirse en Trubia un comité
del Frente Popular. Representantes de ese comité
acudieron a entrevistarse con el coronel Franco y le pidieron
armas. Querían que les entregara unos treinta y ocho
mosquetones viejos, de los usados en la Revolución
de Octubre y recuperados por la Guardia Civil, que estaban
depositados en la Fábrica.
Nada
de importancia sucedió hasta el martes veintiuno
por la mañana. Se afirma que hasta esa fecha se seguía
enviando a Oviedo por radio los partes de “sin novedad”.
Fue entonces cuando llegó a Trubia la columna de
mineros que había salido el sábado de Oviedo
con dirección a Madrid. Enterados en Benavente
de que Aranda también se había sublevado en
Oviedo, dieron la vuelta y entraron en Asturias por Somiedo.
Se sabe que algunos grupos de esa columna consiguieron llegar
a Madrid por carretera. La mayoría se desviaron,
supongo que por ferrocarril y en camiones hacia Ponferrada
no solamente por buscar la solidaridad de los trabajadores
de esas cuencas mineras, sino también para evitar
encontrarse en León con las fuerzas del general Bosch,
que había declarado el estado de guerra a las dos
de la tarde del lunes día veinte. En el Bierzo, en
Ponferrada y Villablino, se produjeron fuertes combates
con la Guardia Civil y fuerzas nacionalistas. La columna
asturiana, a la que se sumaron todos los elementos de izquierdas
de las zonas de León por donde pasaba, se batió
en retirada hacia Asturias. Lo más probable es que
las fuerzas milicianas que se presentaron en Trubia el martes
veintiuno, al mando del comandante Aixa, fuesen la avanzadilla
de esa columna, fuerzas destacadas para tratar de frenar
la sublevación de Aranda.
El
comandante Aixa, que había sido ayudante de Casares
Quiroga, se entrevistó a solas con el coronel Franco
Mussió. Aixa le mostró la orden firmada por
el general Gómez Caminero que le nombraba jefe de
las columnas gubernamentales y ordenaba entregarle todo
el armamento y munición que hubiera. Se
le entregaron los treinta y tantos mosquetones antes citados
y como no le parecieran de confianza las fuerzas de la compañía
de Infantería, al mando del capitán Allas
Herranz, procedió a licenciarla, de acuerdo con las
instrucciones del gobierno de Madrid. El comandante Aixa
se hizo cargo de todo el armamento y munición, incluidas
las pistolas de los oficiales de la citada compañía,
así como de cuatro ametralladoras. Muy pocas más
fueron las armas que se encontraron en la Fábrica.
A
partir del martes veintiuno de Julio, la Fábrica
de Cañones de Trubia quedó regida por distintos
comités en los que, según el coronel Franco,
eran mayoría los comunistas. Afirma el coronel que
durante ese tiempo la producción fue casi nula y
que tanto la cooperativa de víveres de la Fábrica
como la enfermería y la botica las dejaron vacías.
En la Fábrica solamente se atendían las reposiciones,
cargando bombas y proyectiles, que al principio iban en
lastre por carecer de trilita. Posteriormente, se pudieron
cargar con pólvora traída de Santa Bárbara
y Cayés, así como de un depósito de
municiones que se encontró en el Fuerte de Santa
Catalina de Gijón. Las piezas de artillería
de montaña no pudieron ser utilizadas contra Oviedo
hasta que llegaron unos obturadores de Barcelona y otros
del 10,5 Vickers, de Reinosa, que hubo que adaptar.
En
Septiembre las cosas iban de mal en peor, tanto en la Fábrica
de Cañones como en el frente occidental. El coronel
Franco Mussió recibió entonces dos peticiones
que no pudo sino aceptar. Por un lado, el comité
de control de la Fábrica le pidió que volviese
a encargarse de la dirección de la misma; por otro,
y en esas mismas fechas, una representación
del Comité provincial del Frente Popular, con sede
en Gijón, vino a verle con el encargo de nombrarle
jefe del Ejército en Asturias, puesto que desempeñaría
sin renunciar al de director de la Fábrica de Cañones.
Como máximo jefe militar permaneció dos semanas,
pues no contaba con la confianza del Partido Comunista y
de su diputado nacional, el trubieco José Manso del
Abad. Según Franco Mussió, fue en
esa época cuando llegaron de Madrid el teniente de
Estado Mayor Ciutat acompañado de un asesor alemán
llamado Von Pulitz, que fueron los que dirigieron las operaciones,
sin conseguir frenar el avance de las columnas gallegas
hasta las proximidades de Trubia. El dirigente
cenetista González Mallada, entonces comisario político
de las fuerzas republicanas y, más tarde, alcalde
de Gijón, también menciona a “un técnico
alemán” que preparaba la ofensiva sobre Oviedo.
Por otra parte, y sobre este mismo tema, el comandante de
Artillería de la Fábrica de Trubia Manuel
Espiñeira, declaró que a los pocos meses de
iniciarse la guerra “el Estado Mayor rojo estaba asesorado
por un comité ruso presidido por el general Lavedan.”
Cuando
el coronel Franco Mussió se puso de nuevo al frente
de la Fábrica de Cañones, los bombardeos de
la aviación habían causado daños muy
importantes. A sus órdenes inmediatas tenía
los mismos jefes y oficiales de antes de que comenzase la
guerra: comandante Espiñeira, capitanes Sáenz
de Cenzano, Revilla, González Reguerín, Cuartero
y Bonet. Faltaban los que estaban de permiso de
verano y ya no pudieron regresar. El capitán de Artillería
Luis de la Revilla, se encontraba en Madrid en compañía
del maestro armero Rogelio Areces, en comisión de
servicio para realizar las pruebas de un nuevo carro de
combate y de un montaje bifleche, este último diseño
del propio coronel Franco. Ambos prototipos fueron aprobados
por la Comisión de Experiencias. Al estallar la guerra,
Rogelio Areces recibió instrucciones de Teodomiro
Menéndez y de Indalecio Prieto para trasladarse a
Asturias. Pudo hacerlo por vía aérea y, acompañado
del capitán Revilla, aterrizaron en Llanes el trece
de Agosto, trasladándose a continuación a
Trubia.
El
caso del teniente de Artillería Luis Alau fue diferente.
Se encontraba de permiso de verano en Candás, acompañado
de sus padres y de un hermano. El seis de Agosto de 1936
le fueron a buscar cuatro milicianos y le trajeron a Gijón,
a presencia del comandante militar, que le preguntó
si estaba en condiciones de disparar con un cañón
de costa en la Campa Torres contra el crucero “Cervera”.
Se escabulló como pudo y cuatro días después
le mandaron al sector de La Espina a buscar asentamientos
para la artillería. De nuevo en Gijón, el
comandante Gállego le mandó el día
veinte de Agosto al fuerte de Santa Catalina a esperar la
llegada de dos piezas del 15,5 procedentes de San Sebastián
y que finalmente no llegaron. Eran los momentos del asalto
final al cuartel de Simancas, donde resistían fieramente
los sublevados. Le enviaron al sector que mandaba el capitán
Caravera, en la zona de la cárcel del Coto, y el
teniente Luis Alau, según sus propias afirmaciones,
para no participar en los combates se pegó un tiro
en un brazo, por lo que estuvo hospitalizado hasta primeros
de Noviembre. Luego, estuvo destinado como profesor en la
Academia de Artillería de Deva, en Gijón,
de donde pasó como inspector jefe a un taller de
carga de proyectiles en Mieres.
El
coronel Franco Mussió ante las autoridades nacionalistas,
como primero hiciera frente a las republicanas, siempre
trató de defender a los oficiales a sus órdenes
y al personal de la Fábrica en general. Pero la importancia
de la Fábrica de Cañones de Trubia era tan
grande que su coronel director estaba permanentemente en
el punto de mira de las fuerzas políticas que rivalizaban
por detentar la hegemonía dentro del Frente Popular.
Así, en Marzo de 1937 el PCE de Asturias
lanzó una operación para adueñarse
de la Fábrica de Trubia. El diputado comunista
Juan José Manso del Abad presentó un informe
en el que se denunciaba al coronel Franco Mussió
y al comandante Espiñeira Cornide por sabotaje. Manso
estaba casado con la química Pilar González
González que había empezado a trabajar en
la Fábrica durante la guerra. Técnicos rusos
habían visitado Trubia y elaborado un plan para el
traslado de la Fábrica entera a otra parte.
A
consecuencia de la denuncia de Manso, el día once
de Abril se les detuvo a los dos y se les condujo a Gijón.
Permanecieron un mes encarcelados en la prisión
de La Iglesiona, pasando luego a régimen
de prisión atenuada hasta la celebración del
juicio. El día dos de Junio, a las nueve y media
de la mañana se constituyó en Gijón
el tribunal popular y dio comienzo el juicio. Presidía
el tribunal de Derecho Juan Pablo García Alvarez
y lo completaban los magistrados Juan del Hoyo Sánchez
y Juan Fernández Lavandera. Actuó de fiscal
Acacio Martínez García y la defensa de los
encausados la llevó el abogado gijonés Dionisio
Morán. Duró el juicio dos días, en
sesiones de mañana y tarde, y fue numerosísimo
el público que acudió a presenciarlo.
El
coronel Franco Mussió fue el primero en prestar declaración
y responder a las preguntas del tribunal, del fiscal y de
la defensa. Su declaración coincide básicamente
con la que haría cinco meses más tarde ante
el consejo de guerra a que fue sometido por el Ejército
nacionalista. Interesa destacar la afirmación
del coronel Franco Mussió de haber sido procesado
durante la dictadura de Primo de Rivera y condenado a una
pena de destierro que cumplió íntegra.
No se ha podido encontrar referencia alguna a esa condena
en la hoja de servicios del coronel. Donde también
parece haber una contradicción es en lo que respecta
a los dos días de permiso retribuido que concedió
a los obreros de la Fábrica el lunes veinte y el
martes veintiuno de Julio de 1936, pues mientras ante el
tribunal popular afirma que lo hizo al enterarse que la
columna de mineros que regresaba a Asturias había
sido destrozada en Ponferrada, lo que le llevó suponer
que la provincia de León estaba en manos de los rebeldes
y que, por lo tanto, desde el aeródromo de la Virgen
del Camino, en León, podían enviar aviones
a bombardear la Fábrica de Trubia; en el consejo
de guerra nacionalista Franco Mussió declaró
que dio esos dos días de permiso para que los obreros
de la Fábrica se fueran a sus casas y no provocasen
tumultos. En cierta medida, ambas cosas pueden ser verdad
y responder a las motivaciones del coronel de impedir que
los trabajadores ocupasen la Fábrica y al mismo tiempo
protegerlos de un ataque por sorpresa de la aviación.
Respecto
a la producción de guerra, el coronel Franco recibió
del Comité de Fábrica varias propuestas para
doblar la producción de proyectiles. No se opuso
pero sí que hizo varias objeciones técnicas.
En algunos talleres la producción era el doble de
lo normal, y si en otros la producción no era la
óptima, ello se debía a las constantes órdenes
que se recibían que obligaban a variar esa producción.
De igual modo, también influía en esa menor
producción la marcha al frente de muchos obreros
y técnicos, pues el coronel director consideró,
habida cuenta de los grandes stocks existentes, que el detener
el avance de las columnas gallegas era prioritario. Por
otra parte, se encargó de organizar la transformación
de tres fábricas situadas en tres pueblos diferentes
de Asturias para que se dedicasen a la producción
de guerra.
A
continuación, prestó declaración el
otro procesado, comandante de Artillería
Manuel Espiñeira Cornide, que afirmó que estuvo
condenado a reclusión perpetua en la época
de la dictadura primorriverista. Aunque no fuera
él quien lo dijera, parece ser que se le consideraba
de ideas republicanas y había pertenecido a la masonería
hasta 1932. El comandante Espiñeira estuvo un mes
al frente de la Fábrica de Trubia, mientras el coronel
Franco mandaba las fuerzas militares republicanas en Asturias,
continuando durante ese período las instrucciones
dejadas por éste.
El
primer testigo de cargo en prestar declaración fue
el diputado comunista Juan José Manso. A tenor de
la amplia crónica publicada en Avance, el abogado
defensor, Dionisio Morán, le destrozó con
sus preguntas. Porque, cómo podía hablar Manso
de sabotaje en la producción si tuvo que reconocer
que ignoraba totalmente cuáles eran las cifras de
producción de la Fábrica en tiempos normales,
antes de la guerra. Además, según el abogado
defensor le iba estrechando con más preguntas, más
iba quedando patente que todas sus denuncias se basaban
en referencias de otras personas, personas que en algunos
casos no podía recordar quiénes eran. Hubo
un momento en que el testigo se negó a seguir contestando
a las preguntas de la defensa, siendo reconvenido por el
tribunal. Fue en este interrogatorio cuando ya quedó
claro para todo el mundo la maniobra del PCE para eliminar
al coronel Franco y apoderarse de la Fábrica de Trubia.
Tras
la declaración del diputado Manso, le tocó
el turno al capitán de Artillería Bonet. Este
capitán estaba destinado en Trubia cuando estalló
la guerra, pero desde finales de año desempeñaba
el cargo de director de Industrias Movilizadas, con residencia
en Gijón, y era el jefe de la cuarta sección
del Estado Mayor. En su declaración dijo que, efectivamente,
la producción en Trubia era baja y podía aumentarse,
así como que los dos procesados habían puesto
obstáculos para la construcción de refugios
contra la aviación y a la implantación de
los tres turnos de trabajo, pero sin poder asegurar que
los procesados saboteasen ni fueran enemigos del régimen
republicano. También declaró que de
la Fábrica habían salido equipos de obreros
especializados para trabajar en otras fábricas de
Asturias y de Bilbao, lo que tuvo que repercutir
en la disminución de la producción. Por último,
afirmó que tras la detención de los procesados
se observaron las mismas deficiencias que antes. Este capitán
probablemente fuera hasta entonces un protegido del PCE,
pues después de la celebración de este juicio
fue destituido de sus cargos y trasladado a Santander.
Continuó
el juicio con la declaración del testigo Francisco
Lluch, capitán de Infantería, que había
salido con la columna de trabajadores que mandaban el comandante
de Caballería Aixa y el dirigente socialista Dutor.
En su opinión, cuando la columna se presentó
en Trubia, la actitud del coronel Franco era dudosa. Por
su parte, el teniente coronel de Artillería Luis
Flórez manifestó que los pedidos que hacía
a Trubia unas veces los servían con regularidad y
otras no, justificándolo con los trastornos propios
de la guerra. De lo que más se quejó el teniente
coronel Flórez fue de la mala carga de los proyectiles,
culpando de ello al coronel Franco Mussió. A petición
del abogado defensor, el presidente del tribunal accedió
a que se hiciera un careo entre el testigo y el procesado
sobre esta cuestión técnica, suspendiéndose
la sesión para reanudarla a las tres y media de la
tarde. Reanudada la sesión, el resultado del careo
fue favorable para el coronel director de la Fábrica
de Trubia, pues la causa de que la mayoría de los
proyectiles se cargasen con pólvora en vez de con
trilita se debía a la escasez de esta sustancia,
que le obligaba a reservarla para los proyectiles del 15,5.
La
declaración de la química Pilar González,
tal y como viene recogida en la crónica de Avance
no aportó nada nuevo ni trascendente. El tornero
de la Fábrica de Trubia, Luis Castrillo López,
acusó al coronel Franco Mussió de no hacer
nada en los primeros días por defender la Fábrica
y de negarse a entregar armas a los obreros a pesar de haberle
presentado el testigo un oficio del gobernador ordenándoselo.
También afirmó que el coronel Franco hacía
cuanto era posible por favorecer a los nacionalistas. Al
ser interrogado por la defensa, el testigo se mostró
vacilante y no supo qué responder cuando se le recordó
que su declaración no concordaba con la prestada
anteriormente ante el juez instructor; tampoco pudo explicar
por qué la mayoría de los trabajadores de
la Fábrica habían votado a favor del coronel
Franco Mussió. A continuación, fueron prestando
declaración Alfonso Castrillo López, hermano
del anterior y miembro del Comité de Guerra de Trubia;
Miguel Suárez González, tornero; José
Fueyo, obrero; Avelino Alonso, obrero; y Custodio Fernández
Menéndez, ajustador y miembro del Comité de
Fábrica, que defendió sin ambages la actuación
del coronel director al frente de la misma. Fue la última
declaración de la tarde, suspendiéndose la
sesión hasta el día siguiente a las nueve
y media de la mañana.
En
la sesión de la mañana del jueves tres de
Junio, el primer testigo en subir al estrado fue el alcalde
de Gijón y destacado miembro de la CNT, Avelino González
Mallada, que había desempeñado el cargo de
comisario de guerra cuando el coronel Franco mandaba las
fuerzas republicanas en Asturias. Lo más
destacado de la declaración de Mallada fue la exculpación
que hizo de la acusación de ocultar municiones que
se había formulado contra el coronel. Mallada desveló
que se habían guardado doscientas cajas de munición
en un túnel de Fuso de la Reina, de acuerdo con el
Comisariado, como reserva para una necesidad extraordinaria
y en previsión de que los comandantes de batallón
no se apoderasen de ellas por viva fuerza, como ya había
sucedido en más de una ocasión.
Otro
cenetista sucedió a Mallada como testigo, se trataba
de Silverio Tuñón, que a su condición
de trabajador de la Fábrica de Trubia unía
la de ser el secretario general de la CNT de Asturias, León
y Palencia. Tuñón afirmó taxativamente
que en la carta del gobernador para el coronel Franco Mussió
no se hablaba para nada de la entrega de armas y que el
coronel nunca se negó a ello. La Fábrica se
cerró por dos días de común acuerdo
con los representantes obreros, cumpliendo con ello, según
las palabras de Tuñón, las órdenes
de Largo Caballero de declarar la huelga revolucionaria
en toda España. A Tuñón le siguió
el testigo Saturnino García, ajustador, que declaró
que el coronel puso de su parte todo cuanto pudo para aumentar
la producción. El obrero Manuel Menéndez afirmó
que el acusado nunca había prohibido el acceso de
los trabajadores a la Fábrica.
Téngase
en cuenta que todos estos testigos lo eran de cargo, pues
habían sido llamados por el fiscal, que llamó
también a declarar al capitán de Artillería
Ignacio Cuartero y al obrero Juan Bautista Suárez,
renunciando a los restantes.
El
capitán Cuartero Larrea defendió la actuación
del coronel Franco Mussió, al que sustituía
en esos momentos como director de la Fábrica, y culpó
al teniente coronel Ayuela de haberse llevado los obturadores
de los cañones a Oviedo y de ser el único
que conocía la existencia de los treinta mosquetones
y las cuatro ametralladoras; lo cual, como se ha visto,
no concuerda con lo que afirmaba el coronel Franco. El obrero
Juan Bautista Suárez repitió las acusaciones
contra el coronel director de negarse a entregar las citadas
armas, de impedir la entrada de los obreros en la Fábrica
y de no incrementar la producción; pero añadió
otra más, la de ocultar tres mil proyectiles de cañón.
Claro está, en cuanto le tocó el turno a la
defensa esa acusación fue ridiculizada, pues para
mover tal cantidad de proyectiles no basta con una persona,
sino que haría falta una brigada de obreros y, dado
su volumen, tampoco podrían ocultarse en un armario.
A
continuación, le tocó el turno a la prueba
testifical de la defensa y fue le primero en subir al estrado
para prestar declaración el testigo Rufino Sánchez,
maestro de taller, que afirmó que el coronel director
entraba constantemente en los talleres para activar, con
su presencia, la producción. Le siguieron José
Palacios González, Mario Fernández, Donato
Peláez, presidente de la Agrupación Socialista
de Ablaña, y José Gutiérrez, todos
trabajadores de la Fábrica de Cañones. Defendieron
unánimemente la actuación del coronel director,
mereciendo reseñarse lo siguiente: Que era
de público conocimiento la frialdad con que Franco
Mussió trató a Gil Robles, ministro de la
Guerra, cuando visitó Trubia en 1935; que no cumplió
la orden de Aranda que prohibía que los obreros estuviesen
presentes en las prácticas de cañones para
que no se ejercitasen en el tiro; que siempre estuvo
pendiente de los trabajos de protección contra los
bombardeos aéreos y que organizó en Trubia
el servicio de recarga de cartuchos, labor que no se realizaba
antes de la guerra, solventando con su competencia técnica
todos los problemas que se presentaron.
Por
la tarde, después de que el abogado defensor renunciase
a llamar a estrados a más testigos, comparecieron
los peritos propuestos por la acusación: el capitán
de Artillería José Fernández Caravera
y el teniente del mismo arma Francisco Alau. Ambos achacaron
la disminución del rendimiento normal de la Fábrica
a los cambios de producción ordenados por la superioridad,
y a la realización de otras tareas, tales como la
fabricación de blindajes y la recarga de cartuchos.
El
fiscal renunció a la prueba documental y modificó
sus conclusiones en el sentido de retirar la acusación
contra el comandante Espiñeira Cornide y modificar
la del coronel Franco Mussió, al que pasó
a acusar de los delitos de auxilio a la rebelión
y espionaje. Mientras que la defensa pidió para ambos
la libre absolución. El abogado defensor, Dionisio
Morán, cuyo discurso mereció el elogio y la
felicitación del periodista de Avance que siguió
el desarrollo del juicio, finalizó su intervención
diciendo que “por primera vez en su vida profesional,
no se conforma con una sentencia absolutoria. Es preciso
que el trance amargo por el que pasó el coronel al
sentarse en el banquillo sirva para sublimar su conducta
y exaltar su figura hacia los límites más
elevados. La Revolución no puede devorar a sus propios
hombres, y el pueblo debe añadir a la ejecutoria
limpia del leal militar un galardón más.”
Tras
retirarse a deliberar, el jurado dictó su veredicto,
que fue de completa y plena inculpabilidad. El público,
que abarrotaba la sala, saludó el veredicto con grandes
aplausos: felicitaciones a los dos artilleros, “vivas”
a la República... Además, suscrita por la
mayoría de los miembros del jurado, se hizo pública
una nota que leyó el presidente del Tribunal y que
publicó íntegra Avance:
“Los vocales-jurados del Tribunal Popular de Justicia
que suscriben, examinado detenidamente el sumario incoado
contra el coronel de la Fábrica Nacional de Trubia,
José Franco Mussió, y vista la prueba practicada
en el acto del juicio, declaran, con la misma solemnidad
y espíritu de justicia con que contestó al
veredicto de la Sala, que el coronel procesado no solamente
es inocente de los cargos que gratuitamente contra él
se formularon, sino que ha sido víctima de una ligereza
imperdonable que reviste todos los caracteres de una indignidad,
una vileza y una animosidad personal repudiable con fines
inconfesables. Nuestro criterio y esta nota son posteriores
al juicio. Nada sabíamos –porque no debíamos
saberlo- de la culpabilidad o inculpabilidad del procesado
con anterioridad al juicio. Ahora, una vez redactada
la sentencia firme y quedar proclamada la verdad legal,
nosotros, como representantes de la Justicia del Pueblo,
que es la única Justicia, nos creemos en la obligación
de completarla. Para esto declaramos que el coronel de la
Fábrica de Artillería de Trubia, José
Franco Mussió, ha sido víctima de acusaciones
totalmente falsas.
Gijón, 3 de Junio de 1937.”
Para
ratificar esta defensa del coronel Franco Mussió
frente a las maquinaciones del PCE para colocar bajo su
influencia los resortes más importantes del estado,
el propio Belarmino Tomás, máxima autoridad
republicana en Asturias, le recibió al día
siguiente en su despacho oficial e hizo pública una
nota de prensa expresando su satisfacción por el
veredicto y exhortándole a que, “como hasta
ahora, siguiese prestando su valiosa cooperación
al Gobierno de la República.”
Ahora
bien, si está clara la maquinación del PCE
para ampliar su influencia en esta área, utilizando
para ello esa acusación contra el coronel, también
conviene aclarar que ni el coronel Franco Mussió
ni ninguno de los oficiales de Artillería simpatizaban
con el socialismo, el anarquismo o la revolución.
Tal vez alguno de ellos se sintiera republicano, pero la
mayoría eran de derechas o de extrema derecha.
Por eso, y aún tomándolo en los estrictos
términos de defensa en que está escrito, el
coronel Franco Mussió en su posterior declaración
ante el juez instructor nacionalista definió a los
oficiales a sus órdenes del modo siguiente: comandante
Espiñeira, indiferente; capitán Villegas,
derechista, capitán Cuartero, derechista; capitán
Cenzano, derechista; capitán Reguerín, indiferente;
capitán Bonet, indiferente; capitán Franco,
hijo del coronel, también de derechas; teniente Fernández
de Velasco, derechista. Más adelante el coronel completó
esa definición con este párrafo: “...comenzaron
a sabotear todo demasiado descaradamente, pues jamás
vio el que declara tanto infortunio en las prensas y máquinas,
constantemente con averías; no iban a los talleres,
hacían cundir el desaliento entre los operarios y
el que habla, a su vez, estaba aterrado por rumores que
hasta él llegaban, sobre todo, para Villegas y Fernández
Velasco; en una ocasión, para todos, que patrocinó
el teniente coronel de Artillería, Sr. Flórez,
ahora en Valencia.” Además, hay que recordar
que todos tenían a sus familias en la zona controlada
por los nacionalistas. Por otra parte, los capitanes Villegas,
Fernández Velasco y el capitán de Infantería
Conrado Allas, que mandaba en Julio de 1936 la compañía
de protección de la Fábrica, se pasaron a
zona nacionalista en Diciembre de ese año tras varios
intentos fallidos. Todos ellos se negaron de una u otra
forma a disparar o a ubicar las baterías de cañones,
por lo que los máximos responsables de la
Artillería republicana fueron el teniente Caravera
y el teniente coronel Flórez.
El
coronel Franco Mussió desempeñó en
la zona republicana durante los últimos meses la
dirección de las industrias de guerra de Asturias,
compaginándola con la de Trubia. Todos los planes
de producción tenían que venir aprobados por
el Delegado del Ministro de la Defensa Nacional en toda
la zona Norte, que era el teniente coronel de Artillería
de Marina Norberto Morell, que contaba con la confianza
plena del ministro y estaba facultado para realizar toda
clase de compras en el extranjero.
Aunque
las fábricas estaban regidas por comités de
la UGT y la CNT, el coronel Franco Mussió aprovechó
la orden de militarización de las consideradas estratégicas
para implantar las jerarquías militares al personal,
siendo la máxima la de comandante, reservada para
ingenieros industriales o de minas que dirigiesen agrupaciones
de fábricas, y asimilando a capitanes, tenientes,
sargentos y cabos al resto de personal técnico. A
los comisarios políticos los utilizó para
que mediasen en los conflictos que pudiesen surgir con los
trabajadores, lo que unido a otros cambios introducidos
en la administración, hizo que muchos trabajadores
dijeran que era la vuelta al capitalismo.
Ocupadas
por los nacionalistas Vizcaya y Santander, y cuando las
fuerzas republicanas tras resistir lo indecible perdieron
la batalla del Mazucu, el coronel Franco Mussió se
entrevistó con Belarmino Tomás, presidente
del Consejo Soberano de Asturias y León, y le dijo
que toda resistencia era ya inútil y que Gijón
caería en cuestión de días.
El coronel le propuso a Belarmino Tomás que le diese
el mando de todas las fuerzas republicanas con la única
finalidad de negociar con los nacionalistas un armisticio
con las garantías que se quisiesen, incluso a su
mujer e hijos como rehenes.
El
hijo mayor de Franco Mussió, el capitán de
Artillería José Franco Soto, ya era un rehén,
pues había sido hecho prisionero al ocupar Santander
las tropas nacionalistas. Llevaba destinado en
Trubia desde 1930 y había desempeñado, entre
otros, los puestos de ingeniero jefe de los talleres de
“Laminación” y “Forjas Medianas
y Pequeñas”, pasando después a ocupar
la jefatura de los laboratorios. Cinco días después
de la caída de Bilbao en poder del Ejército
franquista, recibió órdenes de su padre para
que se trasladase a Trucíos y se hiciese cargo de
la organización de la Artillería del Ejército
Vasco. Posteriormente, ocupó igual puesto al frente
de la Artillería republicana en Santander. No había
pasado ni una semana desde que se derrumbase el Frente Norte,
cuando el “rehén” fue sometido a un consejo
de guerra de oficiales generales en Santander. Además
de a él, el tribunal militar condenó a pena
de muerte al comandante de Aviación Antonio Gudín
Fernández, al capitán de Infantería
Manuel Barco Garricho, al alférez del mismo arma
Manuel Barba del Barrio y al alférez de Ingenieros
de complemento Félix Borbolla González. Conmutada
la de este último, el capitán de Artillería
José Franco Soto y los demás militares condenados
a la última pena en ese mismo consejo de guerra fueron
fusilados a las siete de la mañana del día
dieciocho de Noviembre de 1937.
El
capitán José Franco Soto había finalizado
sus estudios en la Academia de Artillería en Abril
de 1922 y, con la graduación de teniente, pasó
a mandar una batería de artillería ligera
durante los años que duró la guerra de Marruecos.
Ascendió a capitán en 1927 y en Julio de 1930
vino a Trubia por primera vez en comisión de servicio.
En la Fábrica de Cañones desempeñó
durante cinco años el puesto de jefe de talleres
de “Laminación” y “Forjas Medianas
y Pequeñas”, haciéndose cargo ocasionalmente
de los de “Embutición y Proyectiles”
y de los Laboratorios. Fue profesor en la Escuela de Artes
y Oficios de la Fábrica y miembro de la Junta Directiva
de la Sociedad de Socorros Mutuos. Durante la Revolución
de Octubre de 1934 había estado prisionero de los
revolucionarios durante once días, hasta que llegó
a la Fábrica la columna mandada por el teniente coronel
Yagüe. Cuando fue fusilado, tenía treinta y
seis años y estaba soltero.
Volviendo
al plan del coronel Franco Mussió, consistía
éste en declarar el estado de guerra, desarmar los
frentes y recoger las armas, y que todos los que lo deseasen
se pudiesen poner a salvo embarcando hacia Francia. Según
el coronel, “en aquellos momentos, los dirigentes
del Partido Socialista en masa estuvieron conformes y Manuel
González Peña se ofreció para quedarse
a su lado...” Sin embargo, en una reunión
de la Comisión de Guerra del Consejo Soberano, el
coronel Prada, jefe de las fuerzas republicanas, y el comandante
Ciutat, jefe del Estado Mayor, consiguieron convencer a
los dirigentes políticos de que era muy prematuro
para tomar tal decisión y que todavía se podían
establecer nuevas líneas de resistencia y recortar
el frente abandonando todo el territorio al sur del Nalón,
al mismo tiempo que trataban de movilizar nuevos contingentes
de trabajadores.
El
día de la ocupación de Villaviciosa por los
nacionales, población situada en la costa
a treinta kilómetros de Gijón, se celebró
una reunión de la Comisión de Guerra a la
que se invitó a asistir al coronel Franco Mussió,
que no era miembro de la misma. Todavía en esa reunión
se reelaboraron nuevos planes de resistencia, volviendo
Franco Mussió a insistir, sin éxito, que se
dejase a los militares negociar la rendición. A última
hora de la tarde del día diecinueve recibió
órdenes de tener preparada en setenta y dos horas
la destrucción de todas las industrias de guerra,
lo que era tanto como decir de toda la industria de Asturias.
El coronel Franco Mussió transmitió esa orden
a los jefes de agrupación, pero sustituyó
la palabra “destrucción” por la de “inutilización
temporal” y añadió que no se hiciese
nada sin una orden previa del Estado Mayor.
El
día veinte por la mañana se le dio orden de
volar todos los parques de artillería y a las cuatro
de la tarde se le entregó el pasaporte para que embarcase
junto con su mujer e hijo en el barco de los dirigentes,
estados mayores y mandos. No se sabe con certeza
si habría un barco preparado ex profeso para llevar
a las citadas personalidades, pero lo cierto es que el último
bombardeo de la aviación nacionalista al puerto de
El Musel provocó el hundimiento del destructor “Císcar”
y del submarino “C-6”. La mayoría de
los altos mandos militares tuvieron que huir entonces a
bordo del torpedero nº 3, mientras que los miembros
del Consejo Soberano lo hicieron en el pesquero “Abascal”.
Ambos buques consiguieron llegar a los puertos franceses
Pauillac y Douarnenec, respectivamente. Aunque resulta dudoso
que en los pocos pasaportes que se repartieron, comparados
con la masa humana que embarcó después, figurase
un barco en concreto en el que embarcar, al coronel Franco
Mussió le habían asignado en el suyo el vapor
“Mª del Carmen”, en el que también
debían embarcar las siguientes personas: Javier Bueno
(director de Avance), Jesús de la Vallina (concejal
socialista de Oviedo), Manuel González Peña
(alcalde socialista de Mieres), José y Manuel G.
Echarán, Aurelio Cuartas (concejal ovetense), Rogelio
Lagar, Guillermo Torrijos, Eliseo Fernández, Juan
Herrero, Antonio Bueno, Francisco Fernández, Vicente
Bravo, José Barreiro (del PSOE), Herminio Prieto,
Adolfo Villa, Julio Argüelles, Moisés Carballo
(dirigente ferroviario de la UGT), José Sáinz,
Alfredo G. (¿González?) Peña, Agustín
González, Ramón Granda (alcalde socialista
de Avilés), Lorenzo López Mulero (alcalde
socialista de Oviedo) y Manuel Martínez. Como en
realidad fue un “sálvese el que pueda”,
cada uno embarcó si quiso y pudo, y donde encontró
un sitio.
El
coronel Franco Mussió había decidido quedarse,
así que aguardó en su despacho a que los dirigentes
y jefes del Ejército se hubieran ido, y asumió
el mando. Habló entonces por teléfono
con todos los frentes y les comunicó que estuvieran
a la espera de sus órdenes. En su despacho estaban
reunidos el comandante Espiñeira, el capitán
Luis de la Revilla, el teniente Alau, el comandante Bertrand
y el ingeniero naval Lafuente. Se dieron órdenes
para que los batallones que estaban en Gijón se desplazasen
hacia Avilés y evitar así cualquier tentativa
de resistencia a última hora. No se tramitó
la orden del coronel Prada de destrucción general
de industrias, minas e infraestructuras. Fomentando cierta
confusión, y con el auxilio de Julián Muñiz,
tampoco se produjo la destrucción de maquinaria e
inundación de pozos en las cuencas mineras, que no
dependían del mando militar. Además, los presentes
acordaron poner en libertad a los presos y armarlos para
que junto con la gente de derechas y los que ya estaban
cambiando de chaqueta, se encargasen de mantener el orden
en Gijón. Con esa finalidad, se trasladaron a la
cárcel del Coto el capitán De la Revilla y
el teniente Alau, acompañados de unos guardias de
Asalto, poniendo en libertad a los presos y armándolos
en grupos de diez.
La
orden de rendición y desmovilización se envió
a los frentes en la mañana del veintiuno a través
de Avilés, por estar cortadas parcialmente las comunicaciones
a causa del avance nacionalista. Al mismo tiempo,
se ordenó al capitán Altuna para que, en compañía
de un piloto alemán prisionero que sirviera de testigo,
entrase en contacto con las fuerzas nacionalistas que avanzaban
desde Villaviciosa para comunicarles la rendición.
A las seis y media de la tarde, el coronel Franco
Mussió confirmaba la rendición de la Asturias
republicana ante el coronel nacionalista Camilo Alonso Vega,
jefe de la IV Brigada de Navarra. A continuación,
se constituyó en arrestado, bajo palabra de honor,
en su domicilio. Días más tarde fue conducido
con el resto de los oficiales de la Fábrica de Trubia
a la prisión provisional habilitada en el Hospital
de Las Salesas, en Oviedo.
El
coronel Franco Mussió trató en todo momento
de salvar a los oficiales a sus órdenes, y al personal
de la Fábrica de Trubia, de las iras vengativas de
los nacionalistas. Buena prueba de ello es este
párrafo de su declaración ante el coronel
de Infantería, Luis Soto Rodríguez, nombrado
juez instructor por los nacionalistas, en el que sale, una
vez más, en defensa de aquellos y afirma que “sus
oficiales no han hecho nada deshonroso. Valen muchísimo
y, sin exclusión, sus tendencias y formación
moral son antimarxistas. Los obreros de la Fábrica
de Trubia, como todo obrero campesino, como el de Mieres
también, en realidad, apolíticos, y por la
cobardía que caracteriza a esta clase obrera en todo
el mundo, ante el temor de perder la cosecha o el ganado,
se doblegan siempre al más fuerte. Los de Trubia,
para defenderlos, le hicieron pasar horas muy amargas al
declarante y, por fortuna, no cree que en las persecuciones
hayan caído muchos, a excepción de las víctimas
de venganzas personales, cuya cuantía y nombre no
sabe, pero cree sean pocas.”
El
consejo de guerra sumarísimo contra el coronel Franco
Mussió y los demás oficiales del arma de Artillería
de la Fábrica de Cañones de Trubia se celebró
en Oviedo el ocho de Noviembre de 1937, en sesiones de mañana
y tarde, y en audiencia pública. El tribunal militar
estaba presidido por el general de brigada Salvador Múgica
Buhigas, completándolo como vocales del mismo, los
coroneles de Artillería Antonio Corsanego y Waters
Horcasitas y José Fano Díaz, el coronel de
Estado Mayor Antonio García Navarro, el coronel de
Infantería José Ceano Vivas y el teniente
coronel de Caballería Martín Uzquiano Leonard.
El ponente fue el auditor de brigada Hernán Martín
de Barbadillo y Paúl; mientras que el fiscal encargado
de la acusación fue el teniente auditor de primera
Joaquín Otero Goyanes. De la defensa del
coronel Franco se encargó el comandante de Infantería
Juan Janáriz, Enrique Rengifo Flórez del capitán
Bonet, y el teniente coronel César Mateos Alvarez-Rivera
del resto de los procesados. Un total de catorce testigos
fueron llamados a declarar y todos coincidieron en subrayar
la ideología derechista de los procesados y que todos
se habían visto forzados a prestar servicios a los
rojos, obstruyendo y dificultándolo siempre que les
era posible. Algunos de los testigos, como José Muñiz
Serrano, que había prestado servicio en una batería
de costa, fueron detenidos tras prestar declaración;
a otros más, como el ingeniero químico Vicente
Urrutia, el comandante retirado de Artillería Mariano
Sanz o el maestro de taller Rogelio Areces, se les ordenó
que se presenten al día siguiente ante el auditor
de guerra. El fiscal pidió que se condenase a los
procesados a pena de muerte como autores de un delito de
traición, mientras que los defensores estimaron que,
a lo sumo, se les podría condenar por un delito de
negligencia a penas de prisión. A continuación,
el consejo de guerra se reunió en sesión secreta
para deliberar.
No
sabemos ni el tiempo que emplearían en esa deliberación
ni tan siquiera si deliberarían de algo. Lo único
cierto es que en la sentencia se condenó a todos
los procesados a pena de muerte previa degradación,
sin que conste ningún voto particular ni otro disenso
entre los miembros del tribunal. Uno de los vocales del
tribunal, el coronel Antonio Corsanego, había sustituido
a Franco Mussió en el mando del Regimiento de Artillería
de Costa nº 2, en Ferrol, al que también había
pertenecido, en la misma época que lo mandó
Franco Mussió, otro de los vocales, el coronel de
Artillería José Fano Díaz. Para que
luego se llenen la boca con grandilocuentes frases sobre
la camaradería y el compañerismo en el Ejército...
Al
día siguiente, nueve de Noviembre, el auditor de
guerra Ulpiano Pereiro ofició al jefe del Ejército
del Norte, general Fidel Dávila, proponiendo la aprobación
de la sentencia dictada y, en ese caso, disponer su inmediata
ejecución. El día once, Dávila firmó
en Burgos el decreto aprobando la sentencia de pena de muerte
para todos los condenados, ordenando que “antes de
ejecutar las penas impuestas, se dará conocimiento
de las mismas a S. E. el Generalísimo, esperando
el enterado o la resolución que se digne adoptar.”
El “enterado” del Generalísimo no tardó
ni veinticuatro horas y el día trece, el juez instructor
se la notificó a los condenados, que entrando en
capilla a medianoche en un local habilitado al efecto en
la citada prisión del Hospital de Las Salesas.
A
las siete de la mañana del día catorce, en
el lugar y por las fuerzas designadas por el comandante
militar de Oviedo, fueron fusilados el coronel
de Artillería José Franco Mussió, el
comandante, capitanes y teniente del mismo arma Manuel Espiñeira
Cornide, Ernesto González-Reguerín Suárez,
Ignacio Cuartero Larrea, Hilario Sanz de Cenzano y Pinillos,
José Bonet Molina, Luis de la Revilla y de la Fuente
y Luis Alau y Gómez Acebo. Reconocidos los cuerpos
y certificada su defunción por el capitán
médico Fernando Conde López, fueron enterrados
en el sector Norte del cementerio municipal, en ocho fosas
en tierra formando dos grupos, uno de tres y otro de cinco.
El
coronel José Franco Mussió había nacido
muy lejos de Oviedo, en Manila, capital de Filipinas
cuando ese archipiélago era una colonia española.
Vio la primera luz el cuatro de Febrero de 1879 y eran sus
padres Erlinda Mussió y José Franco Manzano,
militar, que estaba allí destinado como subinspector
médico. En Septiembre de 1894, con quince años
de edad, sacó plaza por oposición como alumno
de la Academia de Artillería de Segovia, fundada
por Carlos III. Cursó estudios durante dos años
y medio y salió segundo teniente en Febrero de 1897
y primer teniente un año más tarde. Estuvo
destinado en Mahón, Burgos y Valladolid, donde el
cinco de Agosto de 1900, con veintiún años,
se casó con Mª Luisa Soto Sancho. Permaneció
en Valladolid unos tres años más, hasta que
en Febrero de 1903 vino destinado a la Fábrica de
Cañones de Trubia por primera vez. En Noviembre de
1904 pasó oficialmente a ocupar plaza en la comandancia
de Artillería de San Sebastián, aunque continuó
en Trubia en comisión de servicio.
En
Septiembre de 1906 Franco Mussió recibió el
ascenso a capitán. En la Fábrica de Cañones
de Trubia estaba encargado de los laboratorios químico
y mecánico, y de los talleres de Fundición
de Acero y Prensa. En 1908 añadió a las jefaturas
anteriores la de proyectiles por embutición y desempeñó
interinamente la jefatura de los talleres de Afino y Forja,
y Cartuchería Metálica. En Junio de 1909,
Franco Mussió, que tenía amplios conocimientos
de los idiomas inglés y francés, recibió
el encargo de partir en comisión de servicio para
Francia, concretamente, a Le Creusot, donde tiene su sede
el gran complejo siderometalúrgico de los Schneider.
Su misión consiste en recepcionar el material de
artillería contratado por el gobierno español.
Permaneció en Francia hasta finales de año,
en que regresó a Trubia. La campaña militar
en el norte de Marruecos acababa de comenzar y ya se había
producido el primer desastre militar: el del Barranco del
Lobo.
El
capitán de Artillería José Franco Mussió
abandonó Trubia en Marzo de 1910 y partió
para Marruecos, quedando adscrito a la Comandancia de Melilla
y, posteriormente, al Regimiento Mixto de Artillería
de Montaña. Al mando de una batería, formó
parte de distintas columnas y entró en combate numerosas
veces: Río Kert, Yshafen, Monte Arruit, Beni Sidel...
Cruces, medallas, menciones honoríficas y gratificaciones.
Hasta que el seis de Octubre de 1914 embarcó para
la Península y se hizo cargo de su nuevo destino
como profesor en la Academia de Artillería, donde
dio clases de Topografía y Física.
En
Septiembre de 1917 fue enviado a Cartagena y de aquí
pasó a Ceuta y a Tetuán, donde tomó
el mando de una batería de Montaña, con la
que se trasladó al Rincón del Medik. Permaneció
en ese lugar hasta finales de año, en que regresó
a Tetuán. En enero de 1918 estuvo de profesor en
la Academia de Brigadas, en Ceuta, y en Diciembre cesó
al ser ascendido a comandante, quedando como disponible
en la 7ª Región Militar. En Febrero de 1919
volvió a ejercer como profesor, esta vez en la Escuela
Central de Tiro, donde se hizo cargo del grupo de Artillería
Pesada. En Octubre de 1921 regresó a Melilla, pocos
meses después de otro de los “desastres”
famosos, el de Annual, con sus más ocho mil soldados
españoles muertos. A Melilla, con la Legión,
había llegado también otro comandante de apellido
Franco, pero de nombre, Francisco, doce o trece años
más joven que nuestro artillero.
En
Melilla, el comandante Franco Mussió recibió
el mando del primer Grupo de Montaña del Regimiento
Mixto. Al frente de dos baterías y dos compañías
de Infantería con una sección de ametralladoras
se encargó de proteger el flanco derecho de la columna
que mandaba el general Sanjurjo. En días siguientes
realiza idéntica misión de protección
con la columna del general Berenguer. Se trataba de la ofensiva
para recuperar algunas de las posiciones pérdidas
tras las derrotas de Annual y Monte Arruit. Durante todo
el año de 1922 participó en primera línea
en los combates y en las operaciones que desarrollaron tanto
las columnas citadas anteriormente como en la mandada por
el general Cabanellas, y diversas ocasiones estuvo a las
órdenes del coronel Saro y del teniente coronel Núñez
de Prado. Fue citado como distinguido en varias veces, “por
sus acertadas disposiciones y bien dirigido fuego de sus
baterías e intervención eficaz en el desarrollo
de las operaciones”. El general Correa le mencionó
como “distinguidísimo” por considerar
sobresalientes sus desvelos, competencia y rectitud y firmeza
en el mando. En Agosto regresó a Melilla y pasó
a desempeñar el puesto de comandante mayor del regimiento
que, poco después, tuvo que compaginar con el de
ayudante del coronel Comandante Principal de Artillería
de ese territorio, al que acompañó en las
numerosas visitas de inspección a todas las posiciones
artillados.
En
Enero de 1924 ascendió a teniente coronel por méritos
de guerra y con antigüedad del treinta y uno de Julio
de 1922, pero, de acuerdo con las normas establecidas entre
los artilleros, renunció a dicho ascenso y lo permutó
por la “Cruz de segunda clase del Mérito Militar
con distintivo rojo”. Más condecoraciones
y medallas. Permaneció en Melilla hasta Julio de
1926 en que fue ascendido a teniente coronel y destinado
en comisión de servicio a Inglaterra, a fin de inspeccionar
la fabricación del material de guerra que el gobierno
español ha contratado en ese país.
Con
nuevo destino en la sección de Artillería
del Ministerio de la Guerra, continuó en Inglaterra
como inspector en las factorías Vickers, Amstrong
y en algunos astilleros donde se realizaban encargos para
la Sociedad Española de Construcción Naval.
A primeros de Junio de 1927 murió su mujer en Melilla,
pero el teniente coronel Franco Mussió no regresó
a la Península hasta finales de Agosto, siendo sustituido
por el también teniente coronel Julián López
Vista. Permaneció en el Ministerio de la Guerra hasta
finales de Junio del año siguiente, en que de nuevo
partió para Inglaterra con idéntica misión
y relevando al citado teniente coronel. En Inglaterra va
a permanecer hasta Diciembre de 1931. En esa época
conoció a la que iba a ser su segunda mujer: Catalina
Rosalina Margarita Lorenzo y Harley, con la que se casó
el diecisiete de Junio de 1929. En 1930, el Ministerio ordenó
que el personal adscrito a dicha comisión de recepción
de material quedase reducido al teniente coronel Franco
y al maestro de fábrica Julián García
Fernández.
Proclamada
la República, el teniente coronel José Franco
Mussió “firmó promesa por su honor de
servir bien y fielmente a la República, obedecer
sus leyes y defenderla con las armas.” Habilitado
para desempeñar cargos de superior categoría,
a finales de Noviembre se le confirió el mando del
4º Regimiento de Artillería a pie. Una vez finalizadas
las tareas de la comisión que desempeñaba
en Inglaterra, regresó a España el 18 de Diciembre
y cuatro días más tarde se hizo cargo del
mando de dicho regimiento en Medina del Campo, así
como de la Comandancia Militar de dicha plaza.
A
finales de Febrero de 1932, el ministro de la Guerra le
otorgó el mando del Primer Regimiento de Artillería
de Montaña en la 4ª División. En Septiembre
ascendió a coronel y en varias ocasiones tuvo que
hacerse cargo de la 4ª Brigada de Artillería
por ausencia del general jefe de la misma, permaneciendo
de guarnición en Barcelona.
En
Septiembre de 1933 fue nombrado jefe del Regimiento de Artillería
de Costa nº 2 de Ferrol. Asumió además
los cargos de director del Parque de Artillería y
la presidencia de la Comisión Técnica de artillado
de la Base Naval de Ferrol. Bajo su dirección se
llevaron a cabo las obras de explanar y montar las nuevas
baterías Vickers de 38,1 cms. del monte San Pedro,
efectuándose tres disparos por pieza. Inspeccionó
y dirigió las pruebas para las explanadas y predictores
de las baterías antiaéreas del 10,5 Vickers
en las posiciones de Prior, Prioriño, Montefaro,
Monte San Pedro y Camprelo. También dirigió
las operaciones de desartillado de las baterías instaladas
en Vigo. Permaneció al mando del citado regimiento
hasta primeros de Mayo de 1935, fecha en que una
resolución del Presidente de la República
le nombró Director de la Fábrica de Cañones
de Trubia, tomando posesión el día veinticuatro
de ese mes. Desde entonces, desempeñó
ese puesto, igual durante la paz que durante la guerra,
y cuando se produjo el derrumbe del Frente Norte en Octubre
de 1937 fue la única autoridad republicana que siguió
en su puesto y esperó la llegada de los vencedores
para entregarles el mando.
Cuarenta
y tres años, dos meses y catorce días de servicio
en el arma de Artillería que fueron gratificados
con cinco balazos.