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Marcelino Laruelo Roa

Muertes Paralelas

Muertes paralelas

El coronel de Artillería José Franco Mussió, director de la
Fábrica de cañones de Trubia, no acompañó al
coronel Aranda cuando éste se sublevó.

 

 

José Franco Mussió, el coronel que no siguió a Aranda.

 


Por Marcelino Laruelo.
Muertes Paralelas. Gijón, 2004.

 


El domingo catorce de Noviembre de 1937, antes de que amaneciera, el coronel de Artillería José Franco Mussió, director de la Fábrica de Cañones de Trubia, fue fusilado junto a otros siete oficiales en un campo próximo al estadio de fútbol de Oviedo, en la zona de Los Catalanes. Tal vez ignorase que su hijo, el capitán de Artillería José Franco Soto, también había sido condenado a pena de muerte por un tribunal militar nacionalista en Santander y sería ejecutado cuatro días después que él.

El coronel José Franco Mussió, que tenía cincuenta y ocho años de edad, era el director de la Fábrica de Cañones desde su nombramiento por el gobierno en Mayo de 1935. Estuvo al mando de la Fábrica hasta que se derrumbó el Frente Norte y las fuerzas nacionalistas entraron en Gijón, los mismos que tres semanas más tarde le condenarían a pena de muerte y le mandarían fusilar. Franco Mussió no se unió a la sublevación militar cuando el coronel Aranda, comandante militar de Asturias, se alzó contra el gobierno y declaró el estado de guerra en la región. Franco Mussió permaneció en su puesto hasta el final y varias veces tuvo, además, que compaginarlo con otros cargos de gran responsabilidad.

Cuando el veinte de Octubre de 1937 el Consejo Soberano de Asturias y León decidió la evacuación por mar de milicianos y civiles, y todas las autoridades, incluidas las militares, huyeron en los barcos para tratar de alcanzar las costas francesas, el coronel Franco Mussió se quedó. Disponía de un pasaporte para embarcar en el pesquero “Mary Carmen” junto con su mujer y un hijo, pero rechazó esa opción y esperó la entrada de las fuerzas enemigas en la comandancia militar de Gijón. El gobierno republicano le había nombrado jefe del Ejército de operaciones en Asturias en los primeros días de la guerra y él quiso ser también el último jefe militar de las mismas.

En aquel sábado dieciocho de Julio de 1936, en Trubia se enteraron por las noticias que dio la radio por la noche que las fuerzas militares españolas destinadas en el norte de Africa se habían sublevado. Al día siguiente, domingo, el coronel Franco Mussió estuvo en Oviedo y al mediodía se entrevistó con el coronel Aranda. Cambiaron impresiones sobre una reunión de la junta de la Subdelegación en Asturias de la Subsecretaría de Armamento que se celebraría el lunes y a la que estaban citados el delegado del gobierno, el coronel Caracabche, director de la Fábrica de Armas de Oviedo, el coronel Franco, director de la Trubia, y dos representantes de los trabajadores. Como es natural, también hablaron de los graves acontecimientos que en esos momentos se estaban produciendo en España. Aranda, que el sábado se había reunido con el comandante militar de Gijón, coronel Pinilla, para coordinar el operativo de la sublevación, no le dijo una sola palabra de ello al coronel Franco. Sí le informó de la salida de una columna “de unos mil mineros” en trenes para Madrid, a los que había entregado unos trescientos fusiles y la correspondiente munición. Aranda estaba encantado de que se hubieran ido porque, decía, así sería más fácil mantener el orden en la región. Aranda le dijo que confiaba que en Asturias no se producirían incidentes graves, pues ya había acordado con el comité del Frente Popular “la formación de columnas mixtas de milicianos y tropas del Ejército”. Cuando los dos coroneles entraron en el despacho de Aranda, llamaron a éste por teléfono desde el Gobierno Civil. Terminada la conversación telefónica, Aranda le contó a Franco Mussió que los del Frente Popular le llamaban porque se habían alarmado mucho al enterarse de unos movimientos de carros de combate en el cuartel de Pelayo y también porque les habían informado que el jefe del grupo de Montaña había pedido al de Ingenieros unos camiones.

Durante esa conversación, el coronel Franco Mussió le preguntó a Aranda por las medidas de seguridad para proteger la Fábrica de Trubia y éste le respondió que le iba a enviar ciento cincuenta guardias civiles, a pesar de que Franco Mussió consideraba que con ochenta y la compañía de Infantería destacada en la Fábrica le bastaría para la protección de la misma. El director de la Fábrica de Cañones de Trubia, en aquellos momentos, confiaba plenamente en la sinceridad y en la amistad de Aranda, así como en sus “altas dotes de mando, tanto militares como políticas”. Franco Mussió también dejó dicho algo que nos permite intuir por dónde debían de ir sus simpatías políticas personales, pues afirmó que a la una del mediodía del domingo “no sabía la caída del gobierno de Martínez Barrio, en quién confiaba para el arreglo de la situación”. Es decir, el republicanismo de derechas leal al régimen.

De regreso a Trubia, a las cuatro y media de la tarde le vino a ver el brigada de la Guardia Civil Cesáreo Iglesias, comandante del puesto, para informarle que había recibido órdenes de su teniente coronel de irse todos los guardias a Oviedo. Ante este cambio de planes, el coronel Franco Mussió llamó desde su despacho por la línea directa al Gobierno Militar. Pudo hablar con Aranda y éste le confirmó lo dicho por el sargento, pues se necesitaban esos guardias para formar las columnas mixtas (¿columnas mixtas? Lo que queda patente es que Aranda persistía en tener engañado al coronel Franco Mussió y ocultarle sus verdaderas intenciones).

Entonces, el director de la Fábrica le respondió al coronel Aranda que con los cuarenta hombres de la compañía de Infantería del Regimiento Milán, recién incorporados a filas y casi sin instruir, no tenía fuerzas ni para cubrir los accesos a la Fábrica en caso de que se produjesen disturbios. Tras escucharle y meditar un momento, Aranda le ordenó lo siguiente:
1º) Mandar todas las familias a Oviedo, así como todos los jefes y oficiales de la Fábrica.
2º) Que quedase solamente el coronel Franco en la Fábrica.
3º) Que mandase a Oviedo los obturadores de las ocho piezas montaña del ciento cinco terminadas, que se estaban pintando en la Fábrica, ya que estos obturadores no se construían en España.
4º) Que destruyese los transformadores de 50.000 voltios de la Fábrica.
5º) Que todo eso tendría que estar hecho a las diecisiete treinta, hora en que saldrían para Oviedo los guardias civiles.

El coronel Franco Mussió, en la media hora que le quedaba para cumplimentar la orden de Aranda, lo primero que hizo fue reunir a todos los jefes y oficiales que en aquel momento se encontraban en la Fábrica y ponerles al corriente. Todos accedieron a mandar a sus familias para Oviedo, pero se negaron a abandonar a su jefe. Así que a hacia las seis de la tarde salía de Trubia un convoy con todos los guardias civiles de Trubia, Grado y los concejos próximos. En un ómnibus iban las familias de los jefes y oficiales, con lo puesto y con el dinero que tenían en casa. En un coche, el capitán Cuartero y unos obreros cargaron todos los obturadores que había en la Fábrica, así como todo el dinero que había en la caja fuerte, unas quinientas mil pesetas. Esta suma la portaba en un maletín el capitán pagador Santiago, con orden de ingresarlo en la cuenta del Banco España que, por aquellas fechas, debía de tener un saldo de dos millones y medio de pesetas. También partieron para Oviedo el comisario de Guerra, Santos, y el teniente de Intendencia, Aranáiz. El subdirector de la Fábrica, teniente coronel de Artillería Ayuela, se encontraba en Oviedo disfrutando del permiso de verano y se le dieron instrucciones para que se pusiera a las órdenes de Aranda. El propio coronel Franco Mussió envió a Oviedo a sus hijas y a un hijo de catorce años, quedándose con él en Trubia su mujer, un hijo que estaba cojo y el hijo mayor, capitán de Artillería, que estaba destinado en la Fábrica.

Cuando hacia las seis de la tarde salió de Trubia el convoy, Franco Mussió llamó a Oviedo para comunicárselo a Aranda pero no le pudo localizar. Sí pudo hablar con el capitán Cores, de Estado Mayor, y, en presencia de varios de sus oficiales, le puso al corriente de lo actuado. Más adelante, ante la imposibilidad de comunicar directamente con Aranda, envió a Oviedo a buscar órdenes al teniente Panadero, que ya no regresó. Pero hacia las diez de la noche pudo localizar al coronel Aranda y hablar con él, informándole la telefonista de Oviedo que la consigna era la palabra “chosrfa” (o “chorfa”). El coronel Aranda, al enterarse de cómo se habían cumplimentado sus órdenes le dijo al coronel Franco que estaba muy contento con él y le insistió en que tuviese preparada la destrucción de los transformadores de 50.000 voltios.

El coronel Franco Mussió siempre consideró un error esa orden de Aranda y su insistencia en destruir los transformadores eléctricos para que la Fábrica no pudiese funcionar. Y lo consideraba un error porque, en caso de insurrección y de que la Fábrica cayese en manos de los revolucionarios como en 1934, éstos podrían reemplazarlos fácilmente con otros transformadores similares traídos de otras partes de Asturias. Además, con esa sola medida no se garantizaría la paralización de la Fábrica, pues esos transformadores lo que hacían era pasar la energía eléctrica a cinco mil voltios para que otros transformadores situados dentro de la fábrica la bajasen a 220 voltios. Por otra parte, desde la central hidroeléctrica de Puerta, que estaba conectada a la Fábrica se seguiría mandando energía a 5.000 voltios directamente a los transformadores de la Fábrica, como se había hecho siempre que fallaba el suministro de Somiedo.

Aparte de carecer de explosivos para hacer esas voladuras, el intentar inutilizar los transformadores de dentro de la Fábrica hubiera alertado inevitablemente a los trabajadores que, no sin razón, lo hubieran considerado un sabotaje y actuado en consecuencia con todos los mandos militares. Por otra parte, tanto el coronel Franco Mussió como los demás jefes y oficiales a sus órdenes, y, muy probablemente, como la mayoría de la gente, tenían la sensación de que la situación que vivía el país en esos momentos duraría, a lo sumo, una semana, y que luego todo iría volviendo poco a poco a la normalidad: ¿Quién podía pensar entonces que se estaba en los prolegómenos de una guerra total que iba a durar casi tres años?

El coronel Aranda informó también al director de la Fábrica de Trubia que el gobernador civil había resignado el mando y que él se encontraba en el cuartel de Pelayo. Como Aranda no había declarado el estado de guerra, el coronel Franco lo interpretó como que no se unía al movimiento militar. Además, tanto la actuación del gobernador civil como la alocución por radio de Aranda esa noche solamente se podían interpretar, en palabras de Franco Mussió como “un aviso de disturbios, una medida previsora, un llamamiento a la cordura y nada más”. Y cuando el lunes veinte, Aranda declaró el estado de guerra, ni por radio ni por ningún otro medio le envió Aranda al coronel Franco órdenes de ninguna clase.

Esa misma noche del domingo diecinueve, el coronel Franco ordenó a la compañía de protección que se concentrase en los talleres y adoptó la medida de conceder dos días de permiso retribuido a todos los trabajadores. Con esta medida lo que pretendía era impedir que los trabajadores realizaran alguna acción dentro de la Fábrica, toda vez que tuvo noticias de que acaba de constituirse en Trubia un comité del Frente Popular. Representantes de ese comité acudieron a entrevistarse con el coronel Franco y le pidieron armas. Querían que les entregara unos treinta y ocho mosquetones viejos, de los usados en la Revolución de Octubre y recuperados por la Guardia Civil, que estaban depositados en la Fábrica.

Nada de importancia sucedió hasta el martes veintiuno por la mañana. Se afirma que hasta esa fecha se seguía enviando a Oviedo por radio los partes de “sin novedad”. Fue entonces cuando llegó a Trubia la columna de mineros que había salido el sábado de Oviedo con dirección a Madrid. Enterados en Benavente de que Aranda también se había sublevado en Oviedo, dieron la vuelta y entraron en Asturias por Somiedo. Se sabe que algunos grupos de esa columna consiguieron llegar a Madrid por carretera. La mayoría se desviaron, supongo que por ferrocarril y en camiones hacia Ponferrada no solamente por buscar la solidaridad de los trabajadores de esas cuencas mineras, sino también para evitar encontrarse en León con las fuerzas del general Bosch, que había declarado el estado de guerra a las dos de la tarde del lunes día veinte. En el Bierzo, en Ponferrada y Villablino, se produjeron fuertes combates con la Guardia Civil y fuerzas nacionalistas. La columna asturiana, a la que se sumaron todos los elementos de izquierdas de las zonas de León por donde pasaba, se batió en retirada hacia Asturias. Lo más probable es que las fuerzas milicianas que se presentaron en Trubia el martes veintiuno, al mando del comandante Aixa, fuesen la avanzadilla de esa columna, fuerzas destacadas para tratar de frenar la sublevación de Aranda.

El comandante Aixa, que había sido ayudante de Casares Quiroga, se entrevistó a solas con el coronel Franco Mussió. Aixa le mostró la orden firmada por el general Gómez Caminero que le nombraba jefe de las columnas gubernamentales y ordenaba entregarle todo el armamento y munición que hubiera. Se le entregaron los treinta y tantos mosquetones antes citados y como no le parecieran de confianza las fuerzas de la compañía de Infantería, al mando del capitán Allas Herranz, procedió a licenciarla, de acuerdo con las instrucciones del gobierno de Madrid. El comandante Aixa se hizo cargo de todo el armamento y munición, incluidas las pistolas de los oficiales de la citada compañía, así como de cuatro ametralladoras. Muy pocas más fueron las armas que se encontraron en la Fábrica.

A partir del martes veintiuno de Julio, la Fábrica de Cañones de Trubia quedó regida por distintos comités en los que, según el coronel Franco, eran mayoría los comunistas. Afirma el coronel que durante ese tiempo la producción fue casi nula y que tanto la cooperativa de víveres de la Fábrica como la enfermería y la botica las dejaron vacías. En la Fábrica solamente se atendían las reposiciones, cargando bombas y proyectiles, que al principio iban en lastre por carecer de trilita. Posteriormente, se pudieron cargar con pólvora traída de Santa Bárbara y Cayés, así como de un depósito de municiones que se encontró en el Fuerte de Santa Catalina de Gijón. Las piezas de artillería de montaña no pudieron ser utilizadas contra Oviedo hasta que llegaron unos obturadores de Barcelona y otros del 10,5 Vickers, de Reinosa, que hubo que adaptar.

En Septiembre las cosas iban de mal en peor, tanto en la Fábrica de Cañones como en el frente occidental. El coronel Franco Mussió recibió entonces dos peticiones que no pudo sino aceptar. Por un lado, el comité de control de la Fábrica le pidió que volviese a encargarse de la dirección de la misma; por otro, y en esas mismas fechas, una representación del Comité provincial del Frente Popular, con sede en Gijón, vino a verle con el encargo de nombrarle jefe del Ejército en Asturias, puesto que desempeñaría sin renunciar al de director de la Fábrica de Cañones. Como máximo jefe militar permaneció dos semanas, pues no contaba con la confianza del Partido Comunista y de su diputado nacional, el trubieco José Manso del Abad. Según Franco Mussió, fue en esa época cuando llegaron de Madrid el teniente de Estado Mayor Ciutat acompañado de un asesor alemán llamado Von Pulitz, que fueron los que dirigieron las operaciones, sin conseguir frenar el avance de las columnas gallegas hasta las proximidades de Trubia. El dirigente cenetista González Mallada, entonces comisario político de las fuerzas republicanas y, más tarde, alcalde de Gijón, también menciona a “un técnico alemán” que preparaba la ofensiva sobre Oviedo. Por otra parte, y sobre este mismo tema, el comandante de Artillería de la Fábrica de Trubia Manuel Espiñeira, declaró que a los pocos meses de iniciarse la guerra “el Estado Mayor rojo estaba asesorado por un comité ruso presidido por el general Lavedan.”

Cuando el coronel Franco Mussió se puso de nuevo al frente de la Fábrica de Cañones, los bombardeos de la aviación habían causado daños muy importantes. A sus órdenes inmediatas tenía los mismos jefes y oficiales de antes de que comenzase la guerra: comandante Espiñeira, capitanes Sáenz de Cenzano, Revilla, González Reguerín, Cuartero y Bonet. Faltaban los que estaban de permiso de verano y ya no pudieron regresar. El capitán de Artillería Luis de la Revilla, se encontraba en Madrid en compañía del maestro armero Rogelio Areces, en comisión de servicio para realizar las pruebas de un nuevo carro de combate y de un montaje bifleche, este último diseño del propio coronel Franco. Ambos prototipos fueron aprobados por la Comisión de Experiencias. Al estallar la guerra, Rogelio Areces recibió instrucciones de Teodomiro Menéndez y de Indalecio Prieto para trasladarse a Asturias. Pudo hacerlo por vía aérea y, acompañado del capitán Revilla, aterrizaron en Llanes el trece de Agosto, trasladándose a continuación a Trubia.

El caso del teniente de Artillería Luis Alau fue diferente. Se encontraba de permiso de verano en Candás, acompañado de sus padres y de un hermano. El seis de Agosto de 1936 le fueron a buscar cuatro milicianos y le trajeron a Gijón, a presencia del comandante militar, que le preguntó si estaba en condiciones de disparar con un cañón de costa en la Campa Torres contra el crucero “Cervera”. Se escabulló como pudo y cuatro días después le mandaron al sector de La Espina a buscar asentamientos para la artillería. De nuevo en Gijón, el comandante Gállego le mandó el día veinte de Agosto al fuerte de Santa Catalina a esperar la llegada de dos piezas del 15,5 procedentes de San Sebastián y que finalmente no llegaron. Eran los momentos del asalto final al cuartel de Simancas, donde resistían fieramente los sublevados. Le enviaron al sector que mandaba el capitán Caravera, en la zona de la cárcel del Coto, y el teniente Luis Alau, según sus propias afirmaciones, para no participar en los combates se pegó un tiro en un brazo, por lo que estuvo hospitalizado hasta primeros de Noviembre. Luego, estuvo destinado como profesor en la Academia de Artillería de Deva, en Gijón, de donde pasó como inspector jefe a un taller de carga de proyectiles en Mieres.

El coronel Franco Mussió ante las autoridades nacionalistas, como primero hiciera frente a las republicanas, siempre trató de defender a los oficiales a sus órdenes y al personal de la Fábrica en general. Pero la importancia de la Fábrica de Cañones de Trubia era tan grande que su coronel director estaba permanentemente en el punto de mira de las fuerzas políticas que rivalizaban por detentar la hegemonía dentro del Frente Popular. Así, en Marzo de 1937 el PCE de Asturias lanzó una operación para adueñarse de la Fábrica de Trubia. El diputado comunista Juan José Manso del Abad presentó un informe en el que se denunciaba al coronel Franco Mussió y al comandante Espiñeira Cornide por sabotaje. Manso estaba casado con la química Pilar González González que había empezado a trabajar en la Fábrica durante la guerra. Técnicos rusos habían visitado Trubia y elaborado un plan para el traslado de la Fábrica entera a otra parte.

A consecuencia de la denuncia de Manso, el día once de Abril se les detuvo a los dos y se les condujo a Gijón. Permanecieron un mes encarcelados en la prisión de La Iglesiona, pasando luego a régimen de prisión atenuada hasta la celebración del juicio. El día dos de Junio, a las nueve y media de la mañana se constituyó en Gijón el tribunal popular y dio comienzo el juicio. Presidía el tribunal de Derecho Juan Pablo García Alvarez y lo completaban los magistrados Juan del Hoyo Sánchez y Juan Fernández Lavandera. Actuó de fiscal Acacio Martínez García y la defensa de los encausados la llevó el abogado gijonés Dionisio Morán. Duró el juicio dos días, en sesiones de mañana y tarde, y fue numerosísimo el público que acudió a presenciarlo.

El coronel Franco Mussió fue el primero en prestar declaración y responder a las preguntas del tribunal, del fiscal y de la defensa. Su declaración coincide básicamente con la que haría cinco meses más tarde ante el consejo de guerra a que fue sometido por el Ejército nacionalista. Interesa destacar la afirmación del coronel Franco Mussió de haber sido procesado durante la dictadura de Primo de Rivera y condenado a una pena de destierro que cumplió íntegra. No se ha podido encontrar referencia alguna a esa condena en la hoja de servicios del coronel. Donde también parece haber una contradicción es en lo que respecta a los dos días de permiso retribuido que concedió a los obreros de la Fábrica el lunes veinte y el martes veintiuno de Julio de 1936, pues mientras ante el tribunal popular afirma que lo hizo al enterarse que la columna de mineros que regresaba a Asturias había sido destrozada en Ponferrada, lo que le llevó suponer que la provincia de León estaba en manos de los rebeldes y que, por lo tanto, desde el aeródromo de la Virgen del Camino, en León, podían enviar aviones a bombardear la Fábrica de Trubia; en el consejo de guerra nacionalista Franco Mussió declaró que dio esos dos días de permiso para que los obreros de la Fábrica se fueran a sus casas y no provocasen tumultos. En cierta medida, ambas cosas pueden ser verdad y responder a las motivaciones del coronel de impedir que los trabajadores ocupasen la Fábrica y al mismo tiempo protegerlos de un ataque por sorpresa de la aviación.

Respecto a la producción de guerra, el coronel Franco recibió del Comité de Fábrica varias propuestas para doblar la producción de proyectiles. No se opuso pero sí que hizo varias objeciones técnicas. En algunos talleres la producción era el doble de lo normal, y si en otros la producción no era la óptima, ello se debía a las constantes órdenes que se recibían que obligaban a variar esa producción. De igual modo, también influía en esa menor producción la marcha al frente de muchos obreros y técnicos, pues el coronel director consideró, habida cuenta de los grandes stocks existentes, que el detener el avance de las columnas gallegas era prioritario. Por otra parte, se encargó de organizar la transformación de tres fábricas situadas en tres pueblos diferentes de Asturias para que se dedicasen a la producción de guerra.

A continuación, prestó declaración el otro procesado, comandante de Artillería Manuel Espiñeira Cornide, que afirmó que estuvo condenado a reclusión perpetua en la época de la dictadura primorriverista. Aunque no fuera él quien lo dijera, parece ser que se le consideraba de ideas republicanas y había pertenecido a la masonería hasta 1932. El comandante Espiñeira estuvo un mes al frente de la Fábrica de Trubia, mientras el coronel Franco mandaba las fuerzas militares republicanas en Asturias, continuando durante ese período las instrucciones dejadas por éste.

El primer testigo de cargo en prestar declaración fue el diputado comunista Juan José Manso. A tenor de la amplia crónica publicada en Avance, el abogado defensor, Dionisio Morán, le destrozó con sus preguntas. Porque, cómo podía hablar Manso de sabotaje en la producción si tuvo que reconocer que ignoraba totalmente cuáles eran las cifras de producción de la Fábrica en tiempos normales, antes de la guerra. Además, según el abogado defensor le iba estrechando con más preguntas, más iba quedando patente que todas sus denuncias se basaban en referencias de otras personas, personas que en algunos casos no podía recordar quiénes eran. Hubo un momento en que el testigo se negó a seguir contestando a las preguntas de la defensa, siendo reconvenido por el tribunal. Fue en este interrogatorio cuando ya quedó claro para todo el mundo la maniobra del PCE para eliminar al coronel Franco y apoderarse de la Fábrica de Trubia.

Tras la declaración del diputado Manso, le tocó el turno al capitán de Artillería Bonet. Este capitán estaba destinado en Trubia cuando estalló la guerra, pero desde finales de año desempeñaba el cargo de director de Industrias Movilizadas, con residencia en Gijón, y era el jefe de la cuarta sección del Estado Mayor. En su declaración dijo que, efectivamente, la producción en Trubia era baja y podía aumentarse, así como que los dos procesados habían puesto obstáculos para la construcción de refugios contra la aviación y a la implantación de los tres turnos de trabajo, pero sin poder asegurar que los procesados saboteasen ni fueran enemigos del régimen republicano. También declaró que de la Fábrica habían salido equipos de obreros especializados para trabajar en otras fábricas de Asturias y de Bilbao, lo que tuvo que repercutir en la disminución de la producción. Por último, afirmó que tras la detención de los procesados se observaron las mismas deficiencias que antes. Este capitán probablemente fuera hasta entonces un protegido del PCE, pues después de la celebración de este juicio fue destituido de sus cargos y trasladado a Santander.

Continuó el juicio con la declaración del testigo Francisco Lluch, capitán de Infantería, que había salido con la columna de trabajadores que mandaban el comandante de Caballería Aixa y el dirigente socialista Dutor. En su opinión, cuando la columna se presentó en Trubia, la actitud del coronel Franco era dudosa. Por su parte, el teniente coronel de Artillería Luis Flórez manifestó que los pedidos que hacía a Trubia unas veces los servían con regularidad y otras no, justificándolo con los trastornos propios de la guerra. De lo que más se quejó el teniente coronel Flórez fue de la mala carga de los proyectiles, culpando de ello al coronel Franco Mussió. A petición del abogado defensor, el presidente del tribunal accedió a que se hiciera un careo entre el testigo y el procesado sobre esta cuestión técnica, suspendiéndose la sesión para reanudarla a las tres y media de la tarde. Reanudada la sesión, el resultado del careo fue favorable para el coronel director de la Fábrica de Trubia, pues la causa de que la mayoría de los proyectiles se cargasen con pólvora en vez de con trilita se debía a la escasez de esta sustancia, que le obligaba a reservarla para los proyectiles del 15,5.

La declaración de la química Pilar González, tal y como viene recogida en la crónica de Avance no aportó nada nuevo ni trascendente. El tornero de la Fábrica de Trubia, Luis Castrillo López, acusó al coronel Franco Mussió de no hacer nada en los primeros días por defender la Fábrica y de negarse a entregar armas a los obreros a pesar de haberle presentado el testigo un oficio del gobernador ordenándoselo. También afirmó que el coronel Franco hacía cuanto era posible por favorecer a los nacionalistas. Al ser interrogado por la defensa, el testigo se mostró vacilante y no supo qué responder cuando se le recordó que su declaración no concordaba con la prestada anteriormente ante el juez instructor; tampoco pudo explicar por qué la mayoría de los trabajadores de la Fábrica habían votado a favor del coronel Franco Mussió. A continuación, fueron prestando declaración Alfonso Castrillo López, hermano del anterior y miembro del Comité de Guerra de Trubia; Miguel Suárez González, tornero; José Fueyo, obrero; Avelino Alonso, obrero; y Custodio Fernández Menéndez, ajustador y miembro del Comité de Fábrica, que defendió sin ambages la actuación del coronel director al frente de la misma. Fue la última declaración de la tarde, suspendiéndose la sesión hasta el día siguiente a las nueve y media de la mañana.

En la sesión de la mañana del jueves tres de Junio, el primer testigo en subir al estrado fue el alcalde de Gijón y destacado miembro de la CNT, Avelino González Mallada, que había desempeñado el cargo de comisario de guerra cuando el coronel Franco mandaba las fuerzas republicanas en Asturias. Lo más destacado de la declaración de Mallada fue la exculpación que hizo de la acusación de ocultar municiones que se había formulado contra el coronel. Mallada desveló que se habían guardado doscientas cajas de munición en un túnel de Fuso de la Reina, de acuerdo con el Comisariado, como reserva para una necesidad extraordinaria y en previsión de que los comandantes de batallón no se apoderasen de ellas por viva fuerza, como ya había sucedido en más de una ocasión.

Otro cenetista sucedió a Mallada como testigo, se trataba de Silverio Tuñón, que a su condición de trabajador de la Fábrica de Trubia unía la de ser el secretario general de la CNT de Asturias, León y Palencia. Tuñón afirmó taxativamente que en la carta del gobernador para el coronel Franco Mussió no se hablaba para nada de la entrega de armas y que el coronel nunca se negó a ello. La Fábrica se cerró por dos días de común acuerdo con los representantes obreros, cumpliendo con ello, según las palabras de Tuñón, las órdenes de Largo Caballero de declarar la huelga revolucionaria en toda España. A Tuñón le siguió el testigo Saturnino García, ajustador, que declaró que el coronel puso de su parte todo cuanto pudo para aumentar la producción. El obrero Manuel Menéndez afirmó que el acusado nunca había prohibido el acceso de los trabajadores a la Fábrica.

Téngase en cuenta que todos estos testigos lo eran de cargo, pues habían sido llamados por el fiscal, que llamó también a declarar al capitán de Artillería Ignacio Cuartero y al obrero Juan Bautista Suárez, renunciando a los restantes.

El capitán Cuartero Larrea defendió la actuación del coronel Franco Mussió, al que sustituía en esos momentos como director de la Fábrica, y culpó al teniente coronel Ayuela de haberse llevado los obturadores de los cañones a Oviedo y de ser el único que conocía la existencia de los treinta mosquetones y las cuatro ametralladoras; lo cual, como se ha visto, no concuerda con lo que afirmaba el coronel Franco. El obrero Juan Bautista Suárez repitió las acusaciones contra el coronel director de negarse a entregar las citadas armas, de impedir la entrada de los obreros en la Fábrica y de no incrementar la producción; pero añadió otra más, la de ocultar tres mil proyectiles de cañón. Claro está, en cuanto le tocó el turno a la defensa esa acusación fue ridiculizada, pues para mover tal cantidad de proyectiles no basta con una persona, sino que haría falta una brigada de obreros y, dado su volumen, tampoco podrían ocultarse en un armario.

A continuación, le tocó el turno a la prueba testifical de la defensa y fue le primero en subir al estrado para prestar declaración el testigo Rufino Sánchez, maestro de taller, que afirmó que el coronel director entraba constantemente en los talleres para activar, con su presencia, la producción. Le siguieron José Palacios González, Mario Fernández, Donato Peláez, presidente de la Agrupación Socialista de Ablaña, y José Gutiérrez, todos trabajadores de la Fábrica de Cañones. Defendieron unánimemente la actuación del coronel director, mereciendo reseñarse lo siguiente: Que era de público conocimiento la frialdad con que Franco Mussió trató a Gil Robles, ministro de la Guerra, cuando visitó Trubia en 1935; que no cumplió la orden de Aranda que prohibía que los obreros estuviesen presentes en las prácticas de cañones para que no se ejercitasen en el tiro; que siempre estuvo pendiente de los trabajos de protección contra los bombardeos aéreos y que organizó en Trubia el servicio de recarga de cartuchos, labor que no se realizaba antes de la guerra, solventando con su competencia técnica todos los problemas que se presentaron.

Por la tarde, después de que el abogado defensor renunciase a llamar a estrados a más testigos, comparecieron los peritos propuestos por la acusación: el capitán de Artillería José Fernández Caravera y el teniente del mismo arma Francisco Alau. Ambos achacaron la disminución del rendimiento normal de la Fábrica a los cambios de producción ordenados por la superioridad, y a la realización de otras tareas, tales como la fabricación de blindajes y la recarga de cartuchos.

El fiscal renunció a la prueba documental y modificó sus conclusiones en el sentido de retirar la acusación contra el comandante Espiñeira Cornide y modificar la del coronel Franco Mussió, al que pasó a acusar de los delitos de auxilio a la rebelión y espionaje. Mientras que la defensa pidió para ambos la libre absolución. El abogado defensor, Dionisio Morán, cuyo discurso mereció el elogio y la felicitación del periodista de Avance que siguió el desarrollo del juicio, finalizó su intervención diciendo que “por primera vez en su vida profesional, no se conforma con una sentencia absolutoria. Es preciso que el trance amargo por el que pasó el coronel al sentarse en el banquillo sirva para sublimar su conducta y exaltar su figura hacia los límites más elevados. La Revolución no puede devorar a sus propios hombres, y el pueblo debe añadir a la ejecutoria limpia del leal militar un galardón más.”

Tras retirarse a deliberar, el jurado dictó su veredicto, que fue de completa y plena inculpabilidad. El público, que abarrotaba la sala, saludó el veredicto con grandes aplausos: felicitaciones a los dos artilleros, “vivas” a la República... Además, suscrita por la mayoría de los miembros del jurado, se hizo pública una nota que leyó el presidente del Tribunal y que publicó íntegra Avance:
“Los vocales-jurados del Tribunal Popular de Justicia que suscriben, examinado detenidamente el sumario incoado contra el coronel de la Fábrica Nacional de Trubia, José Franco Mussió, y vista la prueba practicada en el acto del juicio, declaran, con la misma solemnidad y espíritu de justicia con que contestó al veredicto de la Sala, que el coronel procesado no solamente es inocente de los cargos que gratuitamente contra él se formularon, sino que ha sido víctima de una ligereza imperdonable que reviste todos los caracteres de una indignidad, una vileza y una animosidad personal repudiable con fines inconfesables. Nuestro criterio y esta nota son posteriores al juicio. Nada sabíamos –porque no debíamos saberlo- de la culpabilidad o inculpabilidad del procesado con anterioridad al juicio. Ahora, una vez redactada la sentencia firme y quedar proclamada la verdad legal, nosotros, como representantes de la Justicia del Pueblo, que es la única Justicia, nos creemos en la obligación de completarla. Para esto declaramos que el coronel de la Fábrica de Artillería de Trubia, José Franco Mussió, ha sido víctima de acusaciones totalmente falsas.
Gijón, 3 de Junio de 1937.”

Para ratificar esta defensa del coronel Franco Mussió frente a las maquinaciones del PCE para colocar bajo su influencia los resortes más importantes del estado, el propio Belarmino Tomás, máxima autoridad republicana en Asturias, le recibió al día siguiente en su despacho oficial e hizo pública una nota de prensa expresando su satisfacción por el veredicto y exhortándole a que, “como hasta ahora, siguiese prestando su valiosa cooperación al Gobierno de la República.”

Ahora bien, si está clara la maquinación del PCE para ampliar su influencia en esta área, utilizando para ello esa acusación contra el coronel, también conviene aclarar que ni el coronel Franco Mussió ni ninguno de los oficiales de Artillería simpatizaban con el socialismo, el anarquismo o la revolución. Tal vez alguno de ellos se sintiera republicano, pero la mayoría eran de derechas o de extrema derecha. Por eso, y aún tomándolo en los estrictos términos de defensa en que está escrito, el coronel Franco Mussió en su posterior declaración ante el juez instructor nacionalista definió a los oficiales a sus órdenes del modo siguiente: comandante Espiñeira, indiferente; capitán Villegas, derechista, capitán Cuartero, derechista; capitán Cenzano, derechista; capitán Reguerín, indiferente; capitán Bonet, indiferente; capitán Franco, hijo del coronel, también de derechas; teniente Fernández de Velasco, derechista. Más adelante el coronel completó esa definición con este párrafo: “...comenzaron a sabotear todo demasiado descaradamente, pues jamás vio el que declara tanto infortunio en las prensas y máquinas, constantemente con averías; no iban a los talleres, hacían cundir el desaliento entre los operarios y el que habla, a su vez, estaba aterrado por rumores que hasta él llegaban, sobre todo, para Villegas y Fernández Velasco; en una ocasión, para todos, que patrocinó el teniente coronel de Artillería, Sr. Flórez, ahora en Valencia.” Además, hay que recordar que todos tenían a sus familias en la zona controlada por los nacionalistas. Por otra parte, los capitanes Villegas, Fernández Velasco y el capitán de Infantería Conrado Allas, que mandaba en Julio de 1936 la compañía de protección de la Fábrica, se pasaron a zona nacionalista en Diciembre de ese año tras varios intentos fallidos. Todos ellos se negaron de una u otra forma a disparar o a ubicar las baterías de cañones, por lo que los máximos responsables de la Artillería republicana fueron el teniente Caravera y el teniente coronel Flórez.

El coronel Franco Mussió desempeñó en la zona republicana durante los últimos meses la dirección de las industrias de guerra de Asturias, compaginándola con la de Trubia. Todos los planes de producción tenían que venir aprobados por el Delegado del Ministro de la Defensa Nacional en toda la zona Norte, que era el teniente coronel de Artillería de Marina Norberto Morell, que contaba con la confianza plena del ministro y estaba facultado para realizar toda clase de compras en el extranjero.

Aunque las fábricas estaban regidas por comités de la UGT y la CNT, el coronel Franco Mussió aprovechó la orden de militarización de las consideradas estratégicas para implantar las jerarquías militares al personal, siendo la máxima la de comandante, reservada para ingenieros industriales o de minas que dirigiesen agrupaciones de fábricas, y asimilando a capitanes, tenientes, sargentos y cabos al resto de personal técnico. A los comisarios políticos los utilizó para que mediasen en los conflictos que pudiesen surgir con los trabajadores, lo que unido a otros cambios introducidos en la administración, hizo que muchos trabajadores dijeran que era la vuelta al capitalismo.

Ocupadas por los nacionalistas Vizcaya y Santander, y cuando las fuerzas republicanas tras resistir lo indecible perdieron la batalla del Mazucu, el coronel Franco Mussió se entrevistó con Belarmino Tomás, presidente del Consejo Soberano de Asturias y León, y le dijo que toda resistencia era ya inútil y que Gijón caería en cuestión de días. El coronel le propuso a Belarmino Tomás que le diese el mando de todas las fuerzas republicanas con la única finalidad de negociar con los nacionalistas un armisticio con las garantías que se quisiesen, incluso a su mujer e hijos como rehenes.

El hijo mayor de Franco Mussió, el capitán de Artillería José Franco Soto, ya era un rehén, pues había sido hecho prisionero al ocupar Santander las tropas nacionalistas. Llevaba destinado en Trubia desde 1930 y había desempeñado, entre otros, los puestos de ingeniero jefe de los talleres de “Laminación” y “Forjas Medianas y Pequeñas”, pasando después a ocupar la jefatura de los laboratorios. Cinco días después de la caída de Bilbao en poder del Ejército franquista, recibió órdenes de su padre para que se trasladase a Trucíos y se hiciese cargo de la organización de la Artillería del Ejército Vasco. Posteriormente, ocupó igual puesto al frente de la Artillería republicana en Santander. No había pasado ni una semana desde que se derrumbase el Frente Norte, cuando el “rehén” fue sometido a un consejo de guerra de oficiales generales en Santander. Además de a él, el tribunal militar condenó a pena de muerte al comandante de Aviación Antonio Gudín Fernández, al capitán de Infantería Manuel Barco Garricho, al alférez del mismo arma Manuel Barba del Barrio y al alférez de Ingenieros de complemento Félix Borbolla González. Conmutada la de este último, el capitán de Artillería José Franco Soto y los demás militares condenados a la última pena en ese mismo consejo de guerra fueron fusilados a las siete de la mañana del día dieciocho de Noviembre de 1937.

El capitán José Franco Soto había finalizado sus estudios en la Academia de Artillería en Abril de 1922 y, con la graduación de teniente, pasó a mandar una batería de artillería ligera durante los años que duró la guerra de Marruecos. Ascendió a capitán en 1927 y en Julio de 1930 vino a Trubia por primera vez en comisión de servicio. En la Fábrica de Cañones desempeñó durante cinco años el puesto de jefe de talleres de “Laminación” y “Forjas Medianas y Pequeñas”, haciéndose cargo ocasionalmente de los de “Embutición y Proyectiles” y de los Laboratorios. Fue profesor en la Escuela de Artes y Oficios de la Fábrica y miembro de la Junta Directiva de la Sociedad de Socorros Mutuos. Durante la Revolución de Octubre de 1934 había estado prisionero de los revolucionarios durante once días, hasta que llegó a la Fábrica la columna mandada por el teniente coronel Yagüe. Cuando fue fusilado, tenía treinta y seis años y estaba soltero.

Volviendo al plan del coronel Franco Mussió, consistía éste en declarar el estado de guerra, desarmar los frentes y recoger las armas, y que todos los que lo deseasen se pudiesen poner a salvo embarcando hacia Francia. Según el coronel, “en aquellos momentos, los dirigentes del Partido Socialista en masa estuvieron conformes y Manuel González Peña se ofreció para quedarse a su lado...” Sin embargo, en una reunión de la Comisión de Guerra del Consejo Soberano, el coronel Prada, jefe de las fuerzas republicanas, y el comandante Ciutat, jefe del Estado Mayor, consiguieron convencer a los dirigentes políticos de que era muy prematuro para tomar tal decisión y que todavía se podían establecer nuevas líneas de resistencia y recortar el frente abandonando todo el territorio al sur del Nalón, al mismo tiempo que trataban de movilizar nuevos contingentes de trabajadores.

El día de la ocupación de Villaviciosa por los nacionales, población situada en la costa a treinta kilómetros de Gijón, se celebró una reunión de la Comisión de Guerra a la que se invitó a asistir al coronel Franco Mussió, que no era miembro de la misma. Todavía en esa reunión se reelaboraron nuevos planes de resistencia, volviendo Franco Mussió a insistir, sin éxito, que se dejase a los militares negociar la rendición. A última hora de la tarde del día diecinueve recibió órdenes de tener preparada en setenta y dos horas la destrucción de todas las industrias de guerra, lo que era tanto como decir de toda la industria de Asturias. El coronel Franco Mussió transmitió esa orden a los jefes de agrupación, pero sustituyó la palabra “destrucción” por la de “inutilización temporal” y añadió que no se hiciese nada sin una orden previa del Estado Mayor.

El día veinte por la mañana se le dio orden de volar todos los parques de artillería y a las cuatro de la tarde se le entregó el pasaporte para que embarcase junto con su mujer e hijo en el barco de los dirigentes, estados mayores y mandos. No se sabe con certeza si habría un barco preparado ex profeso para llevar a las citadas personalidades, pero lo cierto es que el último bombardeo de la aviación nacionalista al puerto de El Musel provocó el hundimiento del destructor “Císcar” y del submarino “C-6”. La mayoría de los altos mandos militares tuvieron que huir entonces a bordo del torpedero nº 3, mientras que los miembros del Consejo Soberano lo hicieron en el pesquero “Abascal”. Ambos buques consiguieron llegar a los puertos franceses Pauillac y Douarnenec, respectivamente. Aunque resulta dudoso que en los pocos pasaportes que se repartieron, comparados con la masa humana que embarcó después, figurase un barco en concreto en el que embarcar, al coronel Franco Mussió le habían asignado en el suyo el vapor “Mª del Carmen”, en el que también debían embarcar las siguientes personas: Javier Bueno (director de Avance), Jesús de la Vallina (concejal socialista de Oviedo), Manuel González Peña (alcalde socialista de Mieres), José y Manuel G. Echarán, Aurelio Cuartas (concejal ovetense), Rogelio Lagar, Guillermo Torrijos, Eliseo Fernández, Juan Herrero, Antonio Bueno, Francisco Fernández, Vicente Bravo, José Barreiro (del PSOE), Herminio Prieto, Adolfo Villa, Julio Argüelles, Moisés Carballo (dirigente ferroviario de la UGT), José Sáinz, Alfredo G. (¿González?) Peña, Agustín González, Ramón Granda (alcalde socialista de Avilés), Lorenzo López Mulero (alcalde socialista de Oviedo) y Manuel Martínez. Como en realidad fue un “sálvese el que pueda”, cada uno embarcó si quiso y pudo, y donde encontró un sitio.

El coronel Franco Mussió había decidido quedarse, así que aguardó en su despacho a que los dirigentes y jefes del Ejército se hubieran ido, y asumió el mando. Habló entonces por teléfono con todos los frentes y les comunicó que estuvieran a la espera de sus órdenes. En su despacho estaban reunidos el comandante Espiñeira, el capitán Luis de la Revilla, el teniente Alau, el comandante Bertrand y el ingeniero naval Lafuente. Se dieron órdenes para que los batallones que estaban en Gijón se desplazasen hacia Avilés y evitar así cualquier tentativa de resistencia a última hora. No se tramitó la orden del coronel Prada de destrucción general de industrias, minas e infraestructuras. Fomentando cierta confusión, y con el auxilio de Julián Muñiz, tampoco se produjo la destrucción de maquinaria e inundación de pozos en las cuencas mineras, que no dependían del mando militar. Además, los presentes acordaron poner en libertad a los presos y armarlos para que junto con la gente de derechas y los que ya estaban cambiando de chaqueta, se encargasen de mantener el orden en Gijón. Con esa finalidad, se trasladaron a la cárcel del Coto el capitán De la Revilla y el teniente Alau, acompañados de unos guardias de Asalto, poniendo en libertad a los presos y armándolos en grupos de diez.

La orden de rendición y desmovilización se envió a los frentes en la mañana del veintiuno a través de Avilés, por estar cortadas parcialmente las comunicaciones a causa del avance nacionalista. Al mismo tiempo, se ordenó al capitán Altuna para que, en compañía de un piloto alemán prisionero que sirviera de testigo, entrase en contacto con las fuerzas nacionalistas que avanzaban desde Villaviciosa para comunicarles la rendición. A las seis y media de la tarde, el coronel Franco Mussió confirmaba la rendición de la Asturias republicana ante el coronel nacionalista Camilo Alonso Vega, jefe de la IV Brigada de Navarra. A continuación, se constituyó en arrestado, bajo palabra de honor, en su domicilio. Días más tarde fue conducido con el resto de los oficiales de la Fábrica de Trubia a la prisión provisional habilitada en el Hospital de Las Salesas, en Oviedo.

El coronel Franco Mussió trató en todo momento de salvar a los oficiales a sus órdenes, y al personal de la Fábrica de Trubia, de las iras vengativas de los nacionalistas. Buena prueba de ello es este párrafo de su declaración ante el coronel de Infantería, Luis Soto Rodríguez, nombrado juez instructor por los nacionalistas, en el que sale, una vez más, en defensa de aquellos y afirma que “sus oficiales no han hecho nada deshonroso. Valen muchísimo y, sin exclusión, sus tendencias y formación moral son antimarxistas. Los obreros de la Fábrica de Trubia, como todo obrero campesino, como el de Mieres también, en realidad, apolíticos, y por la cobardía que caracteriza a esta clase obrera en todo el mundo, ante el temor de perder la cosecha o el ganado, se doblegan siempre al más fuerte. Los de Trubia, para defenderlos, le hicieron pasar horas muy amargas al declarante y, por fortuna, no cree que en las persecuciones hayan caído muchos, a excepción de las víctimas de venganzas personales, cuya cuantía y nombre no sabe, pero cree sean pocas.”

El consejo de guerra sumarísimo contra el coronel Franco Mussió y los demás oficiales del arma de Artillería de la Fábrica de Cañones de Trubia se celebró en Oviedo el ocho de Noviembre de 1937, en sesiones de mañana y tarde, y en audiencia pública. El tribunal militar estaba presidido por el general de brigada Salvador Múgica Buhigas, completándolo como vocales del mismo, los coroneles de Artillería Antonio Corsanego y Waters Horcasitas y José Fano Díaz, el coronel de Estado Mayor Antonio García Navarro, el coronel de Infantería José Ceano Vivas y el teniente coronel de Caballería Martín Uzquiano Leonard. El ponente fue el auditor de brigada Hernán Martín de Barbadillo y Paúl; mientras que el fiscal encargado de la acusación fue el teniente auditor de primera Joaquín Otero Goyanes. De la defensa del coronel Franco se encargó el comandante de Infantería Juan Janáriz, Enrique Rengifo Flórez del capitán Bonet, y el teniente coronel César Mateos Alvarez-Rivera del resto de los procesados. Un total de catorce testigos fueron llamados a declarar y todos coincidieron en subrayar la ideología derechista de los procesados y que todos se habían visto forzados a prestar servicios a los rojos, obstruyendo y dificultándolo siempre que les era posible. Algunos de los testigos, como José Muñiz Serrano, que había prestado servicio en una batería de costa, fueron detenidos tras prestar declaración; a otros más, como el ingeniero químico Vicente Urrutia, el comandante retirado de Artillería Mariano Sanz o el maestro de taller Rogelio Areces, se les ordenó que se presenten al día siguiente ante el auditor de guerra. El fiscal pidió que se condenase a los procesados a pena de muerte como autores de un delito de traición, mientras que los defensores estimaron que, a lo sumo, se les podría condenar por un delito de negligencia a penas de prisión. A continuación, el consejo de guerra se reunió en sesión secreta para deliberar.

No sabemos ni el tiempo que emplearían en esa deliberación ni tan siquiera si deliberarían de algo. Lo único cierto es que en la sentencia se condenó a todos los procesados a pena de muerte previa degradación, sin que conste ningún voto particular ni otro disenso entre los miembros del tribunal. Uno de los vocales del tribunal, el coronel Antonio Corsanego, había sustituido a Franco Mussió en el mando del Regimiento de Artillería de Costa nº 2, en Ferrol, al que también había pertenecido, en la misma época que lo mandó Franco Mussió, otro de los vocales, el coronel de Artillería José Fano Díaz. Para que luego se llenen la boca con grandilocuentes frases sobre la camaradería y el compañerismo en el Ejército...

Al día siguiente, nueve de Noviembre, el auditor de guerra Ulpiano Pereiro ofició al jefe del Ejército del Norte, general Fidel Dávila, proponiendo la aprobación de la sentencia dictada y, en ese caso, disponer su inmediata ejecución. El día once, Dávila firmó en Burgos el decreto aprobando la sentencia de pena de muerte para todos los condenados, ordenando que “antes de ejecutar las penas impuestas, se dará conocimiento de las mismas a S. E. el Generalísimo, esperando el enterado o la resolución que se digne adoptar.” El “enterado” del Generalísimo no tardó ni veinticuatro horas y el día trece, el juez instructor se la notificó a los condenados, que entrando en capilla a medianoche en un local habilitado al efecto en la citada prisión del Hospital de Las Salesas.

A las siete de la mañana del día catorce, en el lugar y por las fuerzas designadas por el comandante militar de Oviedo, fueron fusilados el coronel de Artillería José Franco Mussió, el comandante, capitanes y teniente del mismo arma Manuel Espiñeira Cornide, Ernesto González-Reguerín Suárez, Ignacio Cuartero Larrea, Hilario Sanz de Cenzano y Pinillos, José Bonet Molina, Luis de la Revilla y de la Fuente y Luis Alau y Gómez Acebo. Reconocidos los cuerpos y certificada su defunción por el capitán médico Fernando Conde López, fueron enterrados en el sector Norte del cementerio municipal, en ocho fosas en tierra formando dos grupos, uno de tres y otro de cinco.

El coronel José Franco Mussió había nacido muy lejos de Oviedo, en Manila, capital de Filipinas cuando ese archipiélago era una colonia española. Vio la primera luz el cuatro de Febrero de 1879 y eran sus padres Erlinda Mussió y José Franco Manzano, militar, que estaba allí destinado como subinspector médico. En Septiembre de 1894, con quince años de edad, sacó plaza por oposición como alumno de la Academia de Artillería de Segovia, fundada por Carlos III. Cursó estudios durante dos años y medio y salió segundo teniente en Febrero de 1897 y primer teniente un año más tarde. Estuvo destinado en Mahón, Burgos y Valladolid, donde el cinco de Agosto de 1900, con veintiún años, se casó con Mª Luisa Soto Sancho. Permaneció en Valladolid unos tres años más, hasta que en Febrero de 1903 vino destinado a la Fábrica de Cañones de Trubia por primera vez. En Noviembre de 1904 pasó oficialmente a ocupar plaza en la comandancia de Artillería de San Sebastián, aunque continuó en Trubia en comisión de servicio.

En Septiembre de 1906 Franco Mussió recibió el ascenso a capitán. En la Fábrica de Cañones de Trubia estaba encargado de los laboratorios químico y mecánico, y de los talleres de Fundición de Acero y Prensa. En 1908 añadió a las jefaturas anteriores la de proyectiles por embutición y desempeñó interinamente la jefatura de los talleres de Afino y Forja, y Cartuchería Metálica. En Junio de 1909, Franco Mussió, que tenía amplios conocimientos de los idiomas inglés y francés, recibió el encargo de partir en comisión de servicio para Francia, concretamente, a Le Creusot, donde tiene su sede el gran complejo siderometalúrgico de los Schneider. Su misión consiste en recepcionar el material de artillería contratado por el gobierno español. Permaneció en Francia hasta finales de año, en que regresó a Trubia. La campaña militar en el norte de Marruecos acababa de comenzar y ya se había producido el primer desastre militar: el del Barranco del Lobo.

El capitán de Artillería José Franco Mussió abandonó Trubia en Marzo de 1910 y partió para Marruecos, quedando adscrito a la Comandancia de Melilla y, posteriormente, al Regimiento Mixto de Artillería de Montaña. Al mando de una batería, formó parte de distintas columnas y entró en combate numerosas veces: Río Kert, Yshafen, Monte Arruit, Beni Sidel... Cruces, medallas, menciones honoríficas y gratificaciones. Hasta que el seis de Octubre de 1914 embarcó para la Península y se hizo cargo de su nuevo destino como profesor en la Academia de Artillería, donde dio clases de Topografía y Física.

En Septiembre de 1917 fue enviado a Cartagena y de aquí pasó a Ceuta y a Tetuán, donde tomó el mando de una batería de Montaña, con la que se trasladó al Rincón del Medik. Permaneció en ese lugar hasta finales de año, en que regresó a Tetuán. En enero de 1918 estuvo de profesor en la Academia de Brigadas, en Ceuta, y en Diciembre cesó al ser ascendido a comandante, quedando como disponible en la 7ª Región Militar. En Febrero de 1919 volvió a ejercer como profesor, esta vez en la Escuela Central de Tiro, donde se hizo cargo del grupo de Artillería Pesada. En Octubre de 1921 regresó a Melilla, pocos meses después de otro de los “desastres” famosos, el de Annual, con sus más ocho mil soldados españoles muertos. A Melilla, con la Legión, había llegado también otro comandante de apellido Franco, pero de nombre, Francisco, doce o trece años más joven que nuestro artillero.

En Melilla, el comandante Franco Mussió recibió el mando del primer Grupo de Montaña del Regimiento Mixto. Al frente de dos baterías y dos compañías de Infantería con una sección de ametralladoras se encargó de proteger el flanco derecho de la columna que mandaba el general Sanjurjo. En días siguientes realiza idéntica misión de protección con la columna del general Berenguer. Se trataba de la ofensiva para recuperar algunas de las posiciones pérdidas tras las derrotas de Annual y Monte Arruit. Durante todo el año de 1922 participó en primera línea en los combates y en las operaciones que desarrollaron tanto las columnas citadas anteriormente como en la mandada por el general Cabanellas, y diversas ocasiones estuvo a las órdenes del coronel Saro y del teniente coronel Núñez de Prado. Fue citado como distinguido en varias veces, “por sus acertadas disposiciones y bien dirigido fuego de sus baterías e intervención eficaz en el desarrollo de las operaciones”. El general Correa le mencionó como “distinguidísimo” por considerar sobresalientes sus desvelos, competencia y rectitud y firmeza en el mando. En Agosto regresó a Melilla y pasó a desempeñar el puesto de comandante mayor del regimiento que, poco después, tuvo que compaginar con el de ayudante del coronel Comandante Principal de Artillería de ese territorio, al que acompañó en las numerosas visitas de inspección a todas las posiciones artillados.

En Enero de 1924 ascendió a teniente coronel por méritos de guerra y con antigüedad del treinta y uno de Julio de 1922, pero, de acuerdo con las normas establecidas entre los artilleros, renunció a dicho ascenso y lo permutó por la “Cruz de segunda clase del Mérito Militar con distintivo rojo”. Más condecoraciones y medallas. Permaneció en Melilla hasta Julio de 1926 en que fue ascendido a teniente coronel y destinado en comisión de servicio a Inglaterra, a fin de inspeccionar la fabricación del material de guerra que el gobierno español ha contratado en ese país.

Con nuevo destino en la sección de Artillería del Ministerio de la Guerra, continuó en Inglaterra como inspector en las factorías Vickers, Amstrong y en algunos astilleros donde se realizaban encargos para la Sociedad Española de Construcción Naval. A primeros de Junio de 1927 murió su mujer en Melilla, pero el teniente coronel Franco Mussió no regresó a la Península hasta finales de Agosto, siendo sustituido por el también teniente coronel Julián López Vista. Permaneció en el Ministerio de la Guerra hasta finales de Junio del año siguiente, en que de nuevo partió para Inglaterra con idéntica misión y relevando al citado teniente coronel. En Inglaterra va a permanecer hasta Diciembre de 1931. En esa época conoció a la que iba a ser su segunda mujer: Catalina Rosalina Margarita Lorenzo y Harley, con la que se casó el diecisiete de Junio de 1929. En 1930, el Ministerio ordenó que el personal adscrito a dicha comisión de recepción de material quedase reducido al teniente coronel Franco y al maestro de fábrica Julián García Fernández.

Proclamada la República, el teniente coronel José Franco Mussió “firmó promesa por su honor de servir bien y fielmente a la República, obedecer sus leyes y defenderla con las armas.” Habilitado para desempeñar cargos de superior categoría, a finales de Noviembre se le confirió el mando del 4º Regimiento de Artillería a pie. Una vez finalizadas las tareas de la comisión que desempeñaba en Inglaterra, regresó a España el 18 de Diciembre y cuatro días más tarde se hizo cargo del mando de dicho regimiento en Medina del Campo, así como de la Comandancia Militar de dicha plaza.

A finales de Febrero de 1932, el ministro de la Guerra le otorgó el mando del Primer Regimiento de Artillería de Montaña en la 4ª División. En Septiembre ascendió a coronel y en varias ocasiones tuvo que hacerse cargo de la 4ª Brigada de Artillería por ausencia del general jefe de la misma, permaneciendo de guarnición en Barcelona.

En Septiembre de 1933 fue nombrado jefe del Regimiento de Artillería de Costa nº 2 de Ferrol. Asumió además los cargos de director del Parque de Artillería y la presidencia de la Comisión Técnica de artillado de la Base Naval de Ferrol. Bajo su dirección se llevaron a cabo las obras de explanar y montar las nuevas baterías Vickers de 38,1 cms. del monte San Pedro, efectuándose tres disparos por pieza. Inspeccionó y dirigió las pruebas para las explanadas y predictores de las baterías antiaéreas del 10,5 Vickers en las posiciones de Prior, Prioriño, Montefaro, Monte San Pedro y Camprelo. También dirigió las operaciones de desartillado de las baterías instaladas en Vigo. Permaneció al mando del citado regimiento hasta primeros de Mayo de 1935, fecha en que una resolución del Presidente de la República le nombró Director de la Fábrica de Cañones de Trubia, tomando posesión el día veinticuatro de ese mes. Desde entonces, desempeñó ese puesto, igual durante la paz que durante la guerra, y cuando se produjo el derrumbe del Frente Norte en Octubre de 1937 fue la única autoridad republicana que siguió en su puesto y esperó la llegada de los vencedores para entregarles el mando.

Cuarenta y tres años, dos meses y catorce días de servicio en el arma de Artillería que fueron gratificados con cinco balazos.