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Oficina de Defensa del Anciano

Marcelino Laruelo Roa

Muertes Paralelas

Muertes paralelas

Discurso radiado de Eduardo Barriobero en Julio de 1936.

 

Discurso de Eduardo Barriobero ante los micrófonos de la emisora madrileña Unión Radio el 30 de Julio de 1936.

 

Españoles: Por mi modesta voz os habla el Partido Republicano Democrático Federal, decano de los partidos republicanos españoles, puesto que pronto contará con un siglo de existencia.

No ha intervenido directa ni indirectamente en el Gobierno de la actual República, y si por ello no ha ganado laureles, tampoco puede ser censurado.

Cuando se creó la Primera Internacional de Trabajadores, a mediados del siglo pasado, nuestro partido fue el único partido de la política europea que se incorporó a ella y nuestro líder de entonces, el gran maestro Pi y Margall, la defendió con tesón y acierto.

Esta es nuestra ejecutoria y por ello asumimos la autoridad y responsabilidad de dirigirnos a las gloriosas y denodadas fuerzas cívico militares que defienden la República, a los rebeldes que la combaten y al Gobierno que, ciertamente, se afana en estos momentos por cumplir su difícil cometido.

Compañeros de la libertad, héroes de la democracia: el mundo entero admira vuestra proeza y aplaude con entusiasmo sincero vuestro sacrificio, pues si vuestros mayores contaban con más elementos de combate para tirar a voleo las páginas de las epopeyas más salientes, los enemigos de entonces contaban con menos elementos de ataque y defensa. Pero yo admiro más que estos episodios, vuestro valor imponderable.

Cuando advino la República teníais derecho a demoler todas las instituciones y todas las fuerzas que os habían martirizado, pero no quisisteis ser una nota discordante en el gran concierto de la paz española y heroicamente os sometisteis a vivir arrastrando el trozo de cadena que acompañó siempre a los oprimidos. Pero héroes estáticos o héroes dinámicos, para vosotros es el cariño y la admiración del pueblo español.

Por la libertad y el derecho se luchó en la guerra europea y por el derecho y la libertad en su interpretación económica, que no es precisamente la interpretación materialista, lucháis vosotros ahora.

Que no decaiga vuestro entusiasmo. De él depende la continuidad histórica de nuestra nación gloriosa. Cada uno de vosotros sois una línea de vuestra historia militante por todos envidiada.

Unas palabras ahora para vosotros, que lucháis contra el Poder legítimamente conquistado en la cruzada incruenta del catorce de abril.

¿Qué es lo que tratáis de conquistar? ¿España? Arrancad de vuestros ojos la venda de la vanidad. No pudieron hacer eso a lo largo de los siglos los grandes capitanes que forjaba el genio y los grandes ejércitos que organizaba el ingenio. ¿Quién de vosotros puede dar un Napoleón, un César o un Abderramahn? Deteneos un momento para reflexionar y no sigáis en el ridículo de intentar imposibles. Porque en España no hay más que pueblo, y lo demás pereció en vuestras manos cuando gobernásteis.

Lo que no era precisamente pueblo se entregó a una oligarquía teocrática, a la Compañía de Jesús, y ved el comentario que hace de este poder el prudente Melchor Cano. A los caballeros que toman en sus manos, en lugar de hacerlos hombres, los hacen gallinas y si los encuentran gallinas, los hacen pollos. Si el turco hubiera de enviar a España una legión para hacer de las mujeres y caballeros, mercaderes, no enviaría otra cosa más apropiada que los jesuitas. Pero en España no hay más que pueblo. Como el pueblo se salvó de esta condenación, el pueblo español jamás será vuestro.

Sin vuestra pedagogía logramos alcanzar un alto nivel intelectual, en el que como se sabe, a vosotros os acompañó la iglesia, pero los doce apóstoles, hablando a la vez –milagro novísimo- por doce mil radioemisoras, no lograrían convencer a un minero asturiano o a un segador castellano ni a un pescador vasco de que después de esta vida hay otro infierno.

Creéis que el dinero no tiene en la vida otro destino que el de ser poseído para gozar, y cuando el régimen no satisface vuestras concupiscencias encerráis el dinero o lo hacéis pasar la frontera. Pero el dinero tiene otro concepto, otro destino. Porque es un instrumento de cambio y trabajo, y cuando no se hace trabajo y no circula cometéis un delito contra la vida colectiva. Mediante este delito habéis provocado huelgas, habéis fomentado el paro involuntario y habéis pretendido inmovilizar la obra de trabajo.

Fracasado en vuestro intento inútil, en vuestro crimen, tomáis las armas y os lanzáis para sembrar la desolación y la muerte por esos campos y por esos poblados que vivían tranquilos y acaso felices, confiando en vuestra defensa y a su vez afianzados por un juramento de honor.

¿Será posible que no comprendáis la enormidad de vuestro desafuero? No. No se puede ocultar que aun cuando triunfarais –supuesto teórico totalmente absurdo- vuestro triunfo no es total, porque se levantarán en vuestro recuerdo los cadáveres que habéis causado y de la España que se salve sólo contaréis con vuestro parasitismo burocrático, pero de los demás nadie, absolutamente nadie, habrá de obedeceros.

¿Habéis pensado en la riqueza monumental, artística e histórica que estáis destruyendo y que la reconstrucción ha de ser a costa de la Hacienda?

Deteneos en vuestra obra destructora, ya que la presente guerra civil no puede crear en España problemas económicos, y si los creara será a costa vuestra, porque nosotros somos pobres de solemnidad y habéis de repararlo todo y reconstruirlo todo.

Deteneos, rendiros, porque la justicia del pueblo sabrá ser como la de Don Quijote, templada, y sólo ante las tumbas abiertas y los ríos tintos en sangres deberá ser ejemplar.

Aún no os he anticipado que hemos de apuntar en vuestro haber dos partidas verdaderamente importantes: la reparación de vuestros estragos absorberá por veinte años enteros el paro forzoso. La primera partida de descargo. Y la segunda consiste en que vuestra subversión ha determinado que el pueblo, del que realmente quedaba poco en esta República burguesa, pase a ser su eje y su luz.

Rectificad, porque ante los grandes acontecimientos, ante los grandes problemas de la historia, todos tenemos que rectificar algo. Yo mismo, que me he trazado una línea recta e inquebrantable, y la he seguido con tesón, aguantando las persecuciones más sañudas y pertinaces, y comencé mi adolescencia, reiteradamente encarcelado –y aún no sé si habré terminado aún- me han cerrado las puertas del Parlamento, en el que muchas veces casi solo, luché contra las oligarquías monárquicas. Yo, que hice de mi vida un apostolado al servicio del pueblo rebelde; que cuento en mi haber con aciertos tales como haber abogado por el desarme: todos soldados en tiempo de guerra; nadie soldado en tiempo de paz. Y que he conseguido que la ley de Congregaciones religiosas se apruebe con un solo artículo.

Yo he recordado siempre a los gobiernos el axioma de Cicerón y lo recuerdo ahora ante la intentona fascista. Yo he pedido con lágrimas en los ojos la abolición de la pena de muerte.

Pero ahora tengo que rectificar algo. Viví con ilusión de morir sin haber tenido en mis manos más armas que el amor del pueblo. Y ahora os hablo con el hombro herido por el peso de un fusil. Al hacerlo, mancillo mi virginidad más codiciada.

Rendíos, porque nunca es el hombre tan grande como cuando, convencido de sus errores, ofrece su vida en rescate de lo que sacrifica.

Para terminar, con las autoridad de mi veteranía, quiero dirigir al Gobierno unas palabras. Estamos al servicio del pueblo, y al situarse gallardamente el Gobierno al servicio del pueblo, nosotros nos confundimos con el Gobierno en cuerpo y alma, y quisiéramos que esta unión, a la que aportaremos otra mucha obra, comprenda el espíritu federal que es inequívocamente federal. Y en modo alguno hemos de deponer las armas porque este Gobierno debe dar un cauce jurídico a las aspiraciones revolucionarias, comprendiendo en el derecho al triunfo de la revolución, pues un Gobierno de derecho sigue siempre la senda humanista y por lo tanto la humanización de las fuerzas.

Se trata, y es preciso ungir con la divina permanencia que el pueblo español sepa crear o conquistar.

La República ha tenido la debilidad de incorporar a su peculio los tres únicos instrumentos de gobierno utilizados por la democracia y nacidos de la revolución del 68, como son la retórica, las credenciales y la cárcel. Pero estos tres instrumentos hay que descartarlos del Gobierno. En adelante, menos discursos, menos funcionarios y menos presos. En cuanto a los trabajadores, ocuparse más de si comen que de si delinquen. Hay que resolver por todos los medios los problemas económicos, pero antes hay que limitar el número de credenciales, que eternizan los expedientes donde queda encastillada la vida nacional.

Otra vez mi saludo cordial y vehemente a los que en los campos de batalla con su sangre están defendiendo la nueva civilización. Un saludo en representación del decano de los partidos republicanos españoles. Contestad estentóreamente: ¡Viva España republicana! ¡Viva la Libertad! y ¡Viva el Pueblo!