(...) Era
amado de la muchedumbre por su virtud, adorado
de sus amigos, admirado de los buenos, y de nadie aborrecido,
ni aun de los enemigos, por ser hombre de una índole
sumamente
benigna, magnánimo, impasible a la ira, al deleite
y a la codicia, y
mantenía siempre su ánimo firme e inflexible
en lo honesto y en lo justo.
Sobre todo, lo que principalmente le ganó el afecto
general fue la confianza
que se tenía en la rectitud de sus intenciones.
Plutarco
Con
las últimas luces de la tarde de aquel sábado
de Febrero, el alférez médico José
Alvarez Cofiño procedió a reconocer el cuerpo
ensangrentado y aún caliente que yacía en
el suelo de uno de los patios de la cárcel de Oviedo.
Mero trámite. Acribillado a balazos, estaba
muerto y bien muerto. Entonces, el secretario del juzgado
militar comenzó a redactar con lenguaje leguleyo
la diligencia para acreditar la ejecución de otro
crimen legal:
“En Oviedo, a veinte de Febrero de 1937. El señor
juez acordó consignar por medio de la presente diligencia
que a las dieciocho horas del día de hoy ha tenido
lugar la ejecución de la pena de muerte en la persona
del reo Leopoldo Alas Argüelles, pasando al condenado
por las armas. La ejecución ha tenido lugar en la
prisión provincial de esta plaza. Hecha la descarga
por el piquete, el alférez médico José
Alvarez Cofiño reconoció el cuerpo del reo,
certificando su defunción. Y para que conste, firma
la presente dicho señor médico con S. Sª,
de todo lo cual, certifico.”
No
sería el único crimen de esa tarde: Manuel
Martínez Fernández, Alfredo Villeta Rey, Braulio
Alvarez Tiñana y Francisco Vázquez Fernández
fueron fusilados igualmente por los franquistas.
Jerga
judicial y puntillosidad procedimental para asesinar al
catedrático de Derecho Civil, al rector de la Universidad,
al diputado de las Constituyentes, al subsecretario de Justicia,
al hijo de Clarín... De nada sirvieron las
peticiones de indulto aparecidas en la prensa internacional
ni las enviadas por centenares de profesores de universidades
europeas y americanas. Valga como muestra de esa solidaridad
internacional estas dos notas remitidas por los embajadores
de España en Estados Unidos, Fernando de los Ríos,
y en Bélgica, Ossorio:
“Washington, 13 Feb. 1937. Nº 56 “Sólo
de Universidad Columbia y Nueva York han solicitado ochenta
y un profesores conmutación pena Alas. Continúo
moviendo adhesiones. Ríos.” “Bruselas,
8 Feb.1937. Pen Club escritores belgas lengua francesa ha
telegrafiado ya interesándose indulto Alas así
como entidades Amberes. Ossorio.” Decenas de peticiones
similares, tal vez centenares, están depositadas
en el archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores... ¡Y
pensar que todavía hay quien ensalza las virtudes
humanas y militares, el carácter liberal y no se
sabe cuántas cosas más del general Aranda!
(Aranda, el condecorado por Juan Carlos y excluido de la
lista de la pantomima memorialística (¡) por
el ex juez del tribunal de excepción que cerraba
periódicos y grababa las conversaciones de los abogados
defensores).
¡Viva
la República! ¡Viva la Libertad! Eso dicen
las mujeres presas en la cárcel de Oviedo que oyeron
gritar al rector de la Universidad de Oviedo cuando encaró
al pelotón que iba a fusilarle. Los republicanos
asturianos, “los rojos” que cercaban Oviedo,
habían lanzado su amenaza: “Si matáis
a Leopoldo Alas, quemamos Oviedo”. Casualidad o no,
se puede decir que cumplieron su palabra. Y cuando se supo
que su fusilamiento ya tenía fecha, ese mismo día
iniciaron la mayor ofensiva contra Oviedo de toda la guerra.
Quizás no tuviera ningún viso de realidad,
pero en el Gijón de entonces había prendido
el rumor de que las autoridades tenían decidido que,
si tomaban Oviedo, Leopoldo Alas Argüelles sería
el nuevo alcalde republicano.
A
Leopoldo Alas Argüelles le detuvieron los esbirros
a las órdenes de los sublevados en su domicilio
ovetense de la calle Altamirano, en el piso segundo de la
casa número 8, y le condujeron a la cárcel
provincial. Fue el veintinueve de Julio de 1936, apenas
diez días después de que se hubieran adueñado
de la ciudad. Junto con él estaba su mujer, Mª
Cristina y su hija pequeña, Mary Paz, que tendría
unos ocho años. Cristina, la hija mayor, estaba en
Mieres, en casa de los abuelos. El matrimonio había
tenido también un hijo varón, el primogénito,
al que llamaron Leopoldo y que se les murió a los
ocho meses de nacer. Con ellas estaba la tía Carmen,
que sería el único miembro de la familia que,
meses después, asistiría al consejo de guerra.
Primero,
sufrieron el saqueo continuado de libros y enseres,
“requisas” que le decían los franco-falangistas.
Consiguieron frenarlo en parte intimidando a los “requisadores”
con la intervención de un teniente coronel. Así
fue como se pudieron salvar algunos documentos y manuscritos,
y la máquina de escribir de Leopoldo Alas. Les terminaron
echando de la casa en que vivían, que era de alquiler,
y las tres mujeres se vieron en la calle, en las calles
del Oviedo asediado. Encontraron refugio y protección
en la casa de Benigna Suárez, viuda del médico
Marcelo Alas, primo de Leopoldo y abuelos del conocido periodista
y “comunicólogo” Juan Cueto Alas. Fue
la salvación y, pese a contraer el tifus por beber
el agua contaminada de los pozos, consiguieron sobrevivir.
La
otra hija siguió en Mieres, ignorante de la suerte
de su padre. Fue evacuada a Francia junto con su prima Margarita,
de dos años, a cargo del ama Teresa Babío.
Salieron de Ribadesella en un mercante inglés que
les condujo hasta el puerto francés de La Rochelle-La
Pallice. Coincidió con ellas en ese viaje Soledad
Ortega, hermana del consejero de Propaganda Antonio Ortega.
En Francia, tras no pocos avatares y mucha suerte consiguieron
reunirse con su tío Enrique Rodríguez Mata
y permanecieron en Le Croisic, pueblecito próximo
a Nantes, hasta 1942. Cristina, aun albergando un cierto
temor, no supo que habían fusilado a su padre hasta
que se volvió a reunir con su madre en Oviedo. Para
agravar todavía más la situación de
penuria económica, la mujer de Leopoldo Alas fue
“depurada” y no se le permitió ejercer
su profesión de maestra hasta el curso 1942/43. Excepcionalmente,
no fue desterrada fuera de Asturias y pudo reingresar en
su anterior plaza de la Escuela Normal de Oviedo.
Leopoldo
Alas permaneció en la cárcel junto a tantos
otros, más que como prisionero, como rehén
del coronel Aranda. La ofensiva republicana de
Octubre a punto estuvo de hacerse con el dominio de toda
la ciudad y dejar a los militares sublevados sitiados en
los cuarteles. De conseguirlo, hubiera significado la toma
de la cárcel y la liberación de todos los
presos, pero la ruptura del cerco en la zona del Escamplero-Gallegos-Naranco
por las tropas gallegas, legionarias y moras permitió
a Aranda establecer una línea de comunicación
y avituallamiento. Superado el peligro y roto el
aislamiento, los prisioneros rehenes ya no eran necesarios:
los consejos de guerra, los fusilamientos y los “paseos”
se sucedieron con intensidad, unos en Oviedo y otros en
Luarca.
Con
fecha cuatro de Noviembre, el comisario de Investigación
y Vigilancia ovetense dirigió un escrito al comandante
militar de la plaza, coronel Eduardo Recas, para comunicarle,
“a los efectos que proceda”, que tenía
detenido al rector de la Universidad, Leopoldo Alas, desde
Julio. Para ese señor comisario, Leopoldo Alas era
“uno de los elementos más destacados de la
extrema izquierda republicana, tomando parte en multitud
de actos extremistas, distinguiéndose con frecuencia
en ataques al Ejército”. También afirmaba
el comisario que Leopoldo Alas era el presidente de un organismo
tan denostado por la reacción como la Asociación
de Trabajadores de la Enseñanza de Asturias (ATEA)
y que su proclamación como candidato a diputado en
Cortes por el Frente Popular había originado incidentes
en la Universidad. Por todo ello, y a juicio del citado
comisario de Investigación y Vigilancia, había
que considerar a Leopoldo Alas “como peligroso y gran
colaborador del estado insurreccional asturiano.”
¡Ya tenían el papel que valía
la vida de un hombre justo y cabal! ¡Podía
comenzar la representación de la farsa jurídico
militar que conduciría al trágico final del
fusilamiento!
Así
que el día trece de Noviembre, el teniente de Artillería
León Aliaga Esparza fue nombrado juez instructor
de la causa seguida contra Leopoldo Alas “por el supuesto
delito de Rebelión.” El teniente Aliaga inició
sus actuaciones y lo primero que hizo fue designar como
secretario al cabo de Infantería Antonio Fernández
Blanco, sustituido más adelante por Camilo Díaz
Seoane.
En
los días siguientes, prestaron declaración
el encausado y varios testigos: el catedrático de
la Facultad de Derecho Sabino Alvarez Gendín, el
magistral de la catedral de Oviedo Benjamín Ortiz,
y los estudiantes de Derecho, alumnos de Leopoldo Alas,
Braulio Canga Rodríguez, Eugenio Miñón
Ferreiro y Antonio Pérez Campoamor.
Leopoldo
Alas afirmó haber pertenecido, como todo el mundo
sabía, al Partido Radical Socialista y, después,
a Izquierda Republicana. Reconoció haber sido diputado
en las Cortes Constituyentes y Subsecretario de Justicia,
pero también reiteró que desde la disolución
de aquellas Cortes se había apartado totalmente de
toda actividad política para dedicarse en exclusiva
al desempeño de su cátedra. Esa decisión
ya la había hecho pública en una carta que
apareció en La Voz de Asturias el día 29 de
Enero de 1936, como consecuencia “de ciertos alborotos
que se promovieron entre los estudiantes de esta Universidad”
por rumorearse su participación en la candidatura
del Frente Popular. Alas quiso dejar claro también
en su declaración que en sus discursos “jamás
atacó a ninguna institución fundamental del
Estado, como el Ejército, por ejemplo, a las que
siempre creyó su deber fortalecer en lugar de menguar
en su prestigio”. Negó pertenecer o haber pertenecido
a la ATEA así como no haber realizado nunca propaganda
política en sus actividades universitarias. Finalmente,
en el folio y medio mecanografiado que ocupan sus palabras,
el rector de la Universidad de Oviedo dejó sentado
“que desde el día en que estalló el
Movimiento hasta el día en que fue detenido, que
fue el día 29 de Julio, no recibió en su casa
visita ninguna de carácter político, únicamente
la de su primo hermano don Alvaro Martínez y García
Argüelles, que como tal pariente le visita con frecuencia,
así como el resto de su familia; que durante dichos
días no salió de su casa ni un solo momento
hasta que la Policía vino a detenerle.” Alvaro
Martínez era hijo del médico Alfredo Martínez
García-Argüelles, correligionario e íntimo
amigo de Melquiades Alvarez, que había sido diputado
en Cortes y ministro de Justicia y Trabajo. Alfredo Martínez
había sido asesinado en Oviedo en la primavera de
1936. Otro hijo de Alfredo Martínez, Fernando, abogado,
fue el que se encargó de redactar el escrito con
la petición de indulto para Leopoldo Alas que se
dirigió a las autoridades franquistas una vez conocida
la sentencia del consejo de guerra.
No
importaba lo que hubiera hecho o dejado de hacer ni lo que
dijera o dejara de decir: rebelión militar y pena
de muerte, porque, como tantos y tantos otros, Leopoldo
Alas también estaba condenado de antemano.
Ignorante del destino que le habían trazado, sin
poder imaginar hasta dónde podía llegar la
maldad y la crueldad de aquellos hombres, militares y civiles,
que conformaban las jerarquías franquistas, Leopoldo
Alas le pedía a su mujer que le trajera libros para
preparar oposiciones a notarías. ¡Oposiciones
a notarías! Cabe suponer que su razonamiento sería
que los franquistas le tendrían en la cárcel
hasta el final de la guerra y, si la ganaban, le quitarían
la cátedra y le expulsarían de la Universidad.
Resulta difícil imaginar lo nunca visto.
Entre
los días dieciocho y veintiuno de Noviembre, los
testigos citados acudieron a prestar declaración
ante el juez militar. Todos eran de derechas y partidarios
de los sublevados, y varios, además, estaban luchando
en el frente de Oviedo. El primero en hacerlo fue el catedrático
de Derecho Administrativo Sabino Alvarez Gendín que
afirmó que sabía por los alumnos de derechas
que Leopoldo Alas “siempre se ha comportado con exquisita
corrección, dedicándose única y exclusivamente
a su labor de enseñanza.” Y, más adelante,
añadió que “con motivo del conflicto
escolar provocado por los alumnos en el mes de Enero del
año actual (1936), por creer que don Leopoldo Alas
Argüelles iba a hacer propaganda para las elecciones
del mes de Febrero siguiente, éste señor (Alas),
cree el declarante que hizo unas declaraciones a la Prensa
haciendo constar la solidaridad del resto de los compañeros
con su conducta: entonces, el dicente, de acuerdo con el
señor Tejerina (seguramente se refiere al profesor
Isaías Sánchez Tejerina), provocó una
reunión con otros compañeros a fin de publicar
una nota en la que se dijese que nuestra solidaridad con
el Rector terminaría si el titular del Rectorado
figurase en la próxima contienda electoral en candidatura
aliada a los que ocasionaron el incendio de la Universidad,
patrocinase o propagase dicha candidatura. Algún
compañero mostró su deseo de que en vez de
publicarse la nota, se entrevistase una comisión
con el señor Alas con el objeto de que éste,
de una manera espontánea, hiciese constar, por medio
de una carta dirigida a la prensa, su alejamiento de la
próxima contienda electoral. Esta comisión
cumplió su cometido y dicha carta apareció
en uno de los números de La Voz de Asturias, correspondiente
al mes de Enero, cuyo recorte exhibe el declarante.”
Con lo que Alvarez Gendín dio por finalizado su testimonio.
Benjamín
Ortiz, magistral de la Catedral de Oviedo, tenía
cincuenta años y era natural de Montiel, en la provincia
de Ciudad Real: era el detalle que faltaba para que todo
tomase ya el aire de un revival de “La Regenta”
y el aspecto de una vendetta de la Vetusta más reaccionaria
contra el primogénito de Clarín. La relación
del magistral con Leopoldo Alas Argüelles se había
iniciado durante el curso de Teología que el testigo
había dado en la Universidad y, más tarde,
como alumno de Alas en las clases de Derecho Civil. Benjamín
Ortiz afirmó que durante su asistencia a las citadas
clases “no ha encontrado en las explicaciones del
señor Alas extremismos de carácter político
ni social...” y que “a raíz del movimiento
de Octubre, al abrirse las clases en la Escuela Normal tuvo
frases de reprobación para un movimiento que había
tenido manifestaciones como el incendio de la Universidad
y la destrucción de la Cámara Santa.”
El
resto de los testigos no hizo sino reiterar, como no podía
ser de otra manera, este tono exculpatorio. Braulio Canga
Rodríguez, natural de La Felguera y vecino de Oviedo,
de veinte años, presidente de la Asociación
de Derecho de la Federación de Estudiantes Católicos
de Oviedo, dijo que “no le oyó hacer en la
Cátedra ninguna manifestación política”.
La declaración de Antonio Miñón Ferreiro,
natural de Gijón, de veintiún años
y licenciado en Derecho, añadió algún
matiz más, pues si bien ratificó el apoliticismo
en el desempeño de la cátedra, hizo la siguiente
excepción: “con motivo de la huelga de veinticuatro
horas provocada por los estudiantes con ocasión del
indulto a favor de González Peña, manifestó
(Alas) que había que tener en cuenta que por encima
de la letra fría de la Ley existía el corazón
de los hombres.” (En este punto, Cristina, la hija
de Leopoldo, me cuenta que una de las compañeras
de juegos de la infancia en aquellos años de 1934
y 1935 era una niña llamada Conchitina. Un día,
se presentaron en el domicilio de Alas una mujer con dos
niñas y una de ellas era Conchitina: resultó
ser que era hija de Ramón González Peña.
Detenido éste, su mujer, Mª Concepción
Fueyo Rodríguez, y las dos hijas venían a
pedir a Leopoldo Alas que aceptase la defensa de Peña
ante el consejo de guerra en el que habría de comparecer.
Leopoldo Alas estaba sumamente indignado y dolido con la
destrucción de la Universidad, pero toda la familia
se apiadaba de aquellos tres seres indefensos. A González
Peña le defendió el señor Matilla;
no hay certeza de que Leopoldo Alas colaborara en la defensa.)
Volviendo a Braulio Canga, también tuvo unas palabras
para recordar que a raíz de unos incidentes ocurridos
en Llanes, durante un viaje de los estudiantes a Santander,
el rector les culpó a ellos por haber provocado a
los obreros cantando continuamente la Marcha Real y otros
himnos derechistas. Terminó su declaración
Antonio Miñón diciendo que “con ocasión
de haberse hecho circular el rumor de que el señor
Alas iba a ser proclamado candidato a Diputado a Cortes
para las elecciones del mes de Febrero del corriente año
(1936), un grupo de estudiantes dio diversos gritos, entre
los que figuraban los siguientes: “Abajo los incendiarios”
y “Viva España”; que el señor
Alas se dio por aludido y se encaró con aquel grupo,
y al contestarle un estudiante que dando gritos de “Viva
España” no ofendía a nadie, el señor
Alas le contestó que como aquellos gritos no eran
frecuentes y además los enlazaban con los de “Abajo
los incendiarios”, precisamente en el momento en que
se hablaba de su proclamación como candidato de Izquierda
Republicana, tenía que darse por aludido; este incidente
terminó con la intervención del señor
Decano y no tuvo más trascendencia”.
Antonio
Pérez Campoamor, natural de Oviedo, de veintiún
años, abogado, declaró en el mismo sentido
que los anteriores y añadió que Alas había
sido colaborador del periódico “Cartel”,
órgano del izquierdismo asturiano, publicado después
de las elecciones del mes de Febrero del año actual”.
Terminada
la instrucción del sumario, llegó la hora
de celebrar el consejo de guerra en “plaza sitiada”.
Tuvo lugar en el salón de actos del palacio de la
Diputación el día veintiuno de Enero de 1937.
Presidió el tribunal militar el coronel Carlos Arias
de la Torre, de la Caja de Recluta nº 54; los vocales
que completaron el tribunal todos capitanes, fueron los
siguientes: Luis Fernández Corugedo, del Grupo de
Artillería de la Brigada Mixta; Gerardo Albornoz
García, del Regimiento Simancas nº 40; Enrique
Rengifo Flórez, del Regimiento de Infantería
Milán nº 32, al que también pertenecían
Eduardo Gispert Iturmendi y Juan Naranjo Martínez.
Actuó como vocal ponente el alférez honorífico
del cuerpo Jurídico militar, Alfonso Fidalgo Pereira,
y de fiscal, el alférez honorífico del citado
cuerpo, José María García Rodríguez.
Se encargó de la defensa de Leopoldo Alas el alférez
de complemento Diego Sánchez Eguíbar, perteneciente
también al “Milán”.
Leopoldo
Alas había elegido semanas atrás, en concreto,
el veintitrés de noviembre, otro defensor: el capitán
Enrique Rengifo, que ahora formaba parte del tribunal militar.
El dieciocho de Enero, tres días antes de
que se celebrase el consejo de guerra, Alas tuvo que buscar
y designar un nuevo defensor, que resultó
ser el alférez de complemento Fernando Valdés
Hevia. Mas tampoco aceptó éste la defensa
por encontrarse desempeñando funciones de juez instructor,
recayendo aquella entonces en Sánchez Eguíbar.
En la celebración del consejo de guerra se encontraban
también presentes los dos vocales suplentes: capitanes
Ricardo Rodríguez Lechuga, del “Milán”,
y Juan Rodríguez Gámez, de la Comandancia
de Voluntarios. Leopoldo Alas Argüelles asistió
al consejo de guerra que se celebró en “audiencia
pública”.
Comparecieron
en el consejo de guerra, además de los testigos que
ya habían depuesto en autos, Fernando Valdés
Hevia, alférez de complemento; José María
Serrano Suárez, catedrático de la Universidad
de Oviedo, y José Fernández Fernández,
estudiante de Ciencias. Como no había de qué
acusar a Leopoldo Alas Argüelles, todo se redujo a
hacer repetir a los testigos hasta la saciedad, la pertenencia
del rector al Partido Radical Socialista, primero, y a Izquierda
Republicana después; el haber desempeñado
el cargo de Subsecretario de Justicia y si había
jubilado a jueces o no; si apoyaba a los estudiantes de
la FUE más que a los de derechas o no; si era masón
o no; si se había opuesto o no a la reconstrucción
de la capilla destruida durante el incendio de la Universidad;
si se había manifestado a favor del indulto a González
Peña o no; si había defendido la enseñanza
laica en el discurso que pronunció en la “Semana
Pedagógica” que se había celebrado en
Llanes o no; si había participado o no en la campaña
electoral de Febrero de 1936 y si era realmente él
o, más bien, Pérez Lozana el que había
hablado en un mitin en San Juan de la Arena; si había
participado en un acto del Socorro Rojo Internacional a
favor de las viudas y huérfanos de la Revolución
de Octubre o no...; y todo en ese plan: ¿Dónde
estaba el delito?, ¿dónde la rebelión
militar?
El
resumen de este consejo de guerra, que duró un día
entero, puede ser este párrafo de las conclusiones
finales del fiscal, el alférez José María
García Rodríguez: “No pretende
el fiscal que se tengan en cuenta pasados crímenes
(¡?), pero sí que se valoren los hechos en
recta apreciación, buscando con constante y perpetua
voluntad definir las conductas, defender a España
(¡!) y dar a cada uno la pena que según la
Ley le corresponde, y en la acusación del ministerio
fiscal, exenta de personalismos, en que más que delincuentes
vulgares, se acusa a traidores a España (¡!),
no veáis, señores del Consejo, sino una complacencia
en la verdad y un profundo amor a la Justicia (¡!).
Y en la represión, indudablemente rigurosa, de tanto
crimen (¡!), se ha de empezar por todos aquellos que
por su cultura y por su capacidad, más que suficiente
para apreciar la significación de los idearios de
la izquierda, envenenaron día a día la conciencia
española (¡!) y pusieron, sin duda alguna,
las armas en la mano de muchos de lo que hoy combaten contra
nosotros, siendo tan responsables como ellos, y por su formación
espiritual, más que ellos, de tanta nobilísima
sangre española pródigamente derramada. Ellos,
que fueron infieles con su patria (¡!), pusieron su
inteligencia al servicio de su egoísmo y al calor
de la inspiración masónica (¡!), engreídos
con alabanzas inoportunas de aduladores profesionales, se
sintieron imprescindibles y potentes por los apoyos extranjeros
que recibían, llevaron a España a las puertas
de la anarquía y el caos, del que la libertan los
que, cobijados en la bandera roja y gualda, vierten día
a día su sangre por la patria...”
Después
de párrafos como ése y de otros iguales o
peores, ¿qué podía importar lo que
dijera o dejara de decir el abogado defensor? La suerte
de Leopoldo Alas Argüelles estaba decidida desde antes
de que le detuvieran en su casa. Terminado el consejo de
guerra, los miembros del tribunal militar se reunieron en
sesión secreta y en una sentencia que parece redactada
por ese mismo fiscal, firmaron la pena de muerte.
El
día diez de Febrero, el general jefe de las fuerzas
militares en Asturias, Antonio Aranda Mata, aprobaba la
sentencia dictada y daba orden de que se comunicase
telegráficamente a la Secretaría de Guerra
del Estado, quedando en suspenso su ejecución hasta
que llegara el “enterado” o la “conmutación”.
El “enterado” llegaría diez días
después, el veinte de Febrero. Entonces, el juez
instructor y el secretario acudieron a la cárcel
y procedieron a leerle la sentencia al prisionero Leopoldo
Alas, que horas después sería fusilado.
En
el Archivo Municipal de Oviedo se conserva un diario del
catedrático de la Universidad de Oviedo Alvarez Gendín
en que aparecen referencias a las gestiones realizadas,
supuestamente, para intentar salvar la vida de Leopoldo
Alas. Yo no sé, ni tampoco me interesa mucho, si
el señor Alvarez Gendín y los demás
testigos de la causa contra el rector de la Universidad
de Oviedo eran franquistas, colaboracionistas del régimen
o, simplemente, acomodaticios. Lo que es indudable es que
eran gente sobradamente preparada, con formación
universitaria y, además, doctorados en leyes. ¡Y
se prestaron a participar y amparar con su presencia aquella
farsa judicial que iba a terminar en asesinato! Y no estoy
sugiriendo heroicidades, bastaba con que se hubieran quedado
en casa, o en las trincheras del frente...
Paso
a reproducir a continuación algunas partes de ese
diario; entre paréntesis van las aclaraciones que
consideré preciso realizar:
“Día
9 ( de Enero de 1937).- Dedico la mañana a obtener
permiso para ir a Grado a fin de conseguir del general Aranda
un salvoconducto para David Alvarez para ir a campo rojo
a gestionar la libertad de Mauro con la carta de Antuña,
dirigente rojo, prisionero en Oviedo y otros.” (Se
trata del dirigente socialista Graciano Antuña, diputado
en Cortes. Estamos ante un buen ejemplo de cómo se
utilizaban a los prisioneros destacados como rehenes con
los que poder negociar).
“Recibo, acabado de comer en casa, a donde bajé,
como solía permitirme el capitán (Janáriz),
la visita de Guillermo Estrada, el Secretario de la Universidad,
un poco alarmado temiendo le apliquen la ley de fugas a
nuestro Rector, Leopoldo Alas, por haber llegado a nosotros
rumores de haberse efectuado con algunos detenidos. ¡Qué
grave injusticia sería no utilizar los trámites
procesales! Sin duda es obra de ex-rojos que quieren desacreditar
nuestro glorioso Movimiento patriótico.
De una tal jaez y causada sin duda por esos elementos de
psicología rojizante fue la caída de Winter,
director del Orfanato Minero, y de su hijo, y eso que testimonió
en el seno del Patronato del despojo de las maestras derechistas
de este establecimiento hecho por Amador Fernández
y Belarmino Tomás, ¡y cuántos miembros
del Patronato de nuestra ideología no se atrevieron
a declarar el despojo en reunión del mismo!
De la visita de Estrada se derivaron otras que hice a Serrano
y Galcerán, compañeros de la Universidad,
quedando en que yo hablaría con el general Aranda
para interesarle la seguridad personal de Alas y que se
aplicasen las normas procesales reconocidas por el nuevo
Estado.”
Día
10.- (...) Me acompañó por la tarde (el secretario
del Ayuntamiento de Grado, José Ramón Díez)
y para ver a Aranda. Bien recibido fui. Accede a que David
vaya al campo rojo a llevar la carta para jefes socialistas
a fin de rescatar a Mauro. Hablará con Oviedo el
capitán Alonso para que extienda el salvoconducto
etc., para esta misión puramente particular.
En cuanto a las garantías de seguridad personal y
procesales en el sumario del Rector, las ofrece plenamente,
haciendo protestas de atenerse a la legalidad del nuevo
régimen, y ofreciendo impedir que nadie se sobrepase
a sancionar a los detenidos, misión que cumple únicamente
a las autoridades y sus agentes. (Ese mismo día,
el general Aranda había dado su conformidad a la
sentencia de pena de muerte impuesta a Leopoldo Alas). En
un principio me dice que no hubo sanciones porque se desconocían
las figuras de delitos que establecería el nuevo
régimen. Una vez conocidas, desde luego se sancionarían
con arreglo al vigente o conocido procedimiento de justicia
militar con la garantía de que para confirmar los
fallos, que no comprenden la pena de muerte, tiene él
jurisdicción y para la pena de muerte, el general
de la División.
Día
25.- Con ocasión de ponerme de acuerdo con los compañeros,
catedráticos, para ver si logramos el indulto del
ex-rector de nuestra Universidad, Leopoldo Alas, condenado
por un Tribunal militar a la pena capital, me dirigí
a la casa de Serrano a la tarde, pero antes entré
en la de mi cuñado Fernando, calle de San Francisco.
¡Qué cañoneo infernal! Bajamos al piso
primero, pero pasé miedo. (...) Después vi
a Serrano y planeamos pidiera el indulto de Alas, condenado
a muerte por el consejo de guerra, el defensor, según
lo que el anterior día nos aconsejara el vocal ponente
del Tribunal sentenciador. Pero pensamos en otras gestiones
de índole particular.
Día
29.- Aparte algunas visitas que hicimos a algún amigo
del Generalísimo para tratar del indulto de Alas,
decidimos los catedráticos ver a Aranda para que
aconsejara el indulto si a él correspondía
informar, y acudimos al Gobierno Civil a recabar del comandante
Caballero el pase para Grado, donde reside el general; (el
comandante Gerardo Caballero Olabézar mandaba las
fuerzas de la Guardia de Asalto en Oviedo y fue cesado por
el gobierno del Frente Popular y residenciado fuera de Asturias.
En Julio de 1936 estaba ilegalmente en Oviedo y es considerado
como uno de los principales instigadores de la sublevación
en la capital asturiana, sino el principal) mas Caballero
creyó inútil toda gestión. Le parecía
que era un asunto personal de Aranda. Manifestó que
sólo fuera uno y el Sr. Galcerán –apuntó
mi nombre-. Mala faena –alguno dijo que me había
hecho-. Los demás compañeros estimamos que
él, como Rector accidental era el llamado a ir a
Salamanca.
Dimes y diretes sobre quien va en toda la noche. Ni conmigo
accedió a solicitar la gracia.
Día
30.- Al fin se decidió Galcerán a que yo lo
acompañara.
Día
31.- Salimos Galcerán y yo, obtenido el pase gubernativo,
para Salamanca. Hicimos el viaje, en auto de Busto, para
Lugo.
Día
1 (de Febrero).- (...) De Zamora a Salamanca en poco más
de tres horas. Unos 150 kilómetros. Peregrinación
por hoteles. No hay albergue. ¡Eureka!, topamos a
Falo Nieto, que nos lleva al Hotel Covadonga, cuyos dueños,
asturianos de pura cepa, y parientes suyos, nos colman de
agasajos. Nos aseamos, y al Palacio Episcopal, donde reside
el Generalísimo. Inscripciones, fichas, etc., para
ver al Jefe de la Secretaría de S.E. Le expresamos
nuestro propósito. Nos cita a las nueve de la tarde
para ver al teniente coronel del Cuerpo Jurídico
Militar, asesor del Jefe del Estado en asuntos de justicia.
Merendamos bien, para extinguir el hambre. Volvemos
a la morada del Generalísimo. Nos recibe el teniente
Molina, del Cuerpo Jurídico. Me conoce. Nos presenta
a Martínez Fusé. Exponemos el deseo de ver
al General Franco para solicitar el indulto de Alas. También
saludamos a Blas Pérez, capitán jurídico,
compañero mío de pensión en Madrid,
Cruz, 42, cuando yo preparaba la tesis doctoral y él
seguía la carrera de Derecho. Me reconoció
enseguida.
Nos dice Martínez Fusé que el Generalísimo
no suele recibir para estos efectos, y que él al
despachar mañana le transmitirá nuestro deseo,
que él muestra preocupación por el sumario,
que remitirá el Tribunal de Valladolid.
No insistimos. Conversamos con ellos durante un rato y nos
despedimos, ya dadas las 10 de la noche. (El teniente
coronel Lorenzo Martínez Fuset, “tinerfeño
de corazón”, estaba destinado, con la graduación
de comandante jurídico, en Canarias, a las órdenes
de Franco, cuando éste se sublevó. Franco
le trajo consigo a la Península y pasó a desempeñar
el cargo de jefe de la Oficina jurídica del Cuartel
General del Generalísimo, última instancia
en la que se confirmaban o conmutaban las penas de muerte
dictadas por los tribunales militares nacionalistas.)
Día
10.- Me entero (en Anleo, Navia) del nombramiento (suyo)
de Rector de la Universidad de Oviedo al leer La Voz de
Asturias en casa del maestro.”
Sorprendido
por la ofensiva republicana sobre Oviedo de finales de Febrero
de 1937, Sabino Alvarez Gendín no pudo regresar a
la capital hasta el día cuatro de Marzo, después
de “bordear y ascender el Monte Naranco, chapoteando
en el barro y el agua. Me hundo hasta la rodilla.”
El día cinco de Marzo tomó posesión
del cargo de Rector de la Universidad de Oviedo en las oficinas
de la calle Jovellanos, “aunque no me desmovilizo,
así que poseo el fusil y la munición en casa”.
Leopoldo
Alas Argüelles había nacido en Oviedo en Septiembre
de 1883. Fueron sus padres, Leopoldo García-Alas
Ureña y Onofre García Argüelles, por
lo que los apellidos que le correspondería llevar
serían: García y García, pero Leopoldo
tomó de su padre el “Alas”, que haría
famoso en el mundo el notable escritor y profesor, “Clarín”,
autor de esa novela señera titulada “La Regenta”,
y como segundo apellido, el “Argüelles”
de su madre. Leopoldo, el primogénito, tuvo dos hermanos
más: Adolfo y Elisa.
Sigo,
fundamentalmente, a Constantino Suárez, “Españolito”,
para este apunte biográfico del hijo de “Clarín”
y por él sabemos que el propio “Clarín”
actuaba con su hijo Leopoldo, y supongo que con los otros
dos de igual manera, como una suerte de profesor particular
empeñado en aumentar y completar los conocimientos
que recibían en la escuela y en el instituto. Tener
un padre catedrático de la Universidad siempre será
de más utilidad en los estudios que si fuera picapedrero,
así que en 1899, sin haber cumplido aún los
dieciséis años, Leopoldo finalizaba el bachillerato
con la calificación de sobresaliente. Pasó
a estudiar Derecho en la Universidad de Oviedo, donde “Clarín”,
que murió en 1901, desempeñó las cátedras
de “Derecho Romano”, primero, y de “Derecho
Natural”, después.
El
joven Leopoldo obtuvo su licenciatura en Derecho el año
1904 con premio extraordinario. Ya escribía
artículos en los periódicos progresistas asturianos
y en ellos se dejaban notar sus inquietudes políticas
y sociales, que no en vano “Clarín”,
su padre, había sido concejal republicano en el Ayuntamiento
de Oviedo. Poco después, se trasladó a vivir
a Madrid para conocer la vida de la capital y preparar el
doctorado. Melquiades Alvarez le abrió la puerta
de su despacho profesional a la práctica de la abogacía
y el joven licenciado empezó a trabajar en él
como “pasante”. Al poco de fundarse la “Junta
para la Ampliación de Estudios e Investigaciones
Científicas” en Enero de 1907, Leopoldo consiguió
un empleo en la secretaría de esa institución,
en cuyo desempeño permaneció varios años.
En 1913, la propia Junta le otorgó una beca para
ampliar estudios en la universidad alemana de Halle. Allí
recibió clases del afamadísimo jurista alemán
Rudolf Stammler, especialista en filosofía del derecho.
Redactó entonces una memoria titulada “Problemas
de la codificación del Derecho privado”, que
envió a España, lo que le valió para
que la Junta para la Ampliación de Estudios le otorgase
una prórroga de un año más en Alemania.
Sin embargo, el estallido de la Primera Guerra Mundial le
obligó a regresar a España.
En
Madrid, La Junta para la Ampliación de Estudios le
continuó protegiendo y le destinó como colaborador
a la sección de Derecho del Centro de Estudios Históricos.
Ahí, bajo la dirección del catedrático
de Derecho Civil Pedro Clemente de Diego, permaneció
varios años. Fueron años en los que, primero,
obtuvo el doctorado en Derecho por la Universidad Central
con la tesis titulada: “Las fuentes del Derecho y
el Código Civil alemán”. Esta tesis
fue premio extraordinario y se publicó en la “Revista
General de Legislación y Jurisprudencia”. En
ese tiempo Leopoldo Alas se inició como conferenciante
y autor de artículos y colaboraciones que publicaba
en la prensa de izquierdas: El Radical, El Heraldo de Madrid,
El País y El Socialista. Además, junto con
Demófilo de Buen y Enrique R. Ramos dieron a la imprenta
en 1916 y 1918 las obras: “De la usucapión”
y “De la prescripción extintiva”.
En
1920 consiguió por oposición la cátedra
de Derecho Civil de la Universidad de Oviedo, que
era una de las metas más importantes que se había
marcado. De ese mismo año, y publicada en Madrid,
es la obra titulada: “La publicidad y los bienes muebles”.
De vuelta a Oviedo, resuelta su vida con la cátedra
recién obtenida, se casó en diciembre con
Mª Cristina Rodríguez Velasco, celebrándose
la boda en Mieres. Mª Cristina era maestra, obtuvo
el número uno en las oposiciones y ejerció
como profesora en la Escuela Aneja a la Normal, en la ovetense
calle Quintana. Habían sido ocho hermanos, de los
que sobrevivieron solamente cuatro hermanas. Su padre, Ramón
Rodríguez fue un destacado profesor de la Escuela
de Capataces de Minas de Mieres. La mayor de las hermanas,
Carmen, era también maestra y no se llegó
a casar. Mercedes, maestra igualmente, formó matrimonio
con Vital Alvarez-Buylla Sampil, abogado, periodista, escritor
y activista cultural en Mieres; que presidió la Juventud
Republicana y fue uno de los organizadores de la Conjunción
Republicano-Socialista en la localidad. A Cristina la seguía
Margarita, que se casó con Enrique Rodríguez
Mata, discípulo de Flores de Lemus y catedrático
de Economía de la Universidad de Zaragoza. Al iniciarse
la guerra, era director del Banco de España y se
opuso a la salida del oro hacia Rusia, por lo que se exilió.
Al terminarse la guerra, continuó en el exilio francés,
donde tradujo algunas obras de economistas alemanes; colaboró
con la Resistencia y fue deportado a un campo de concentración.
Más tarde, vivió en Tánger, donde trabajó
para la importante familia judía de los Salama, que
le encargaron de sus negocios y le montaron un despacho
en Madrid, a donde finalmente regresó. Su mujer,
Margarita Rodríguez Velasco, había hecho los
estudios de Magisterio y se licenció en Derecho y
en Letras. En Madrid, fue directora, antes de la guerra,
de la Residencia de Niñas del Instituto-Escuela,
ubicado en chalet de la calle Ríos Rosas. El Instituto-Escuela
había sido creado en 1918 por la Institución
Libre de Enseñanza.
Leopoldo
Alas, como catedrático de la Universidad de Oviedo,
se volcó por entero tanto en la actividad docente
como en la tarea de contribuir al engrandecimiento de la
propia Universidad. Por sus méritos y esfuerzos,
fue elegido Decano de la Facultad de Derecho y en 1931,
a propuesta unánime del Claustro, fue nombrado Rector
de la Universidad, cargo en el que permaneció hasta
ser detenido por fuerzas a las órdenes del coronel
Aranda tras la sublevación de éste en Julio
de 1936.
Durante
la dictadura de Primo de Rivera manifestó su oposición
a la misma, siempre que pudo, en escritos y conferencias,
y colaboró en la elaboración de la propaganda
republicana, además de apoyar los intentos revolucionarios
que pretendían instaurar un régimen republicano
y de libertades en España. Tras el triunfo de la
coalición republicano-socialista en las elecciones
municipales de Abril de 1931 y la instauración de
la II República, Leopoldo Alas salió elegido,
como ya se sabe, diputado por Asturias a Cortes Constituyentes
en las filas del Partido Radical Socialista fundado por
Marcelino Domingo, Alvaro de Albornoz y Angel Galarza. Sus
intervenciones parlamentarias fueron mínimas, compaginado
esa actividad con la de vocal del Consejo de Instrucción
Pública.
Cuando
Alvaro de Albornoz fue nombrado ministro de Justicia, designó
para el cargo de subsecretario del Ministerio a Leopoldo
Alas. Es necesario recordar que Alvaro de Albornoz
se había licenciado en Derecho en la Universidad
de Oviedo y había tenido como profesor a Leopoldo
Alas padre. Al frente de la Subsecretaría del Ministerio
de Justicia permaneció desde Diciembre de 1931 hasta
la disolución de las Constituyentes en Septiembre
de 1933. Fue durante esa etapa cuando se elaboraron y aprobaron
todas las leyes tendentes a poner freno y limitar el poder
del clericalismo, para intentar que España fuera
un estado laico en el que se respetase la libertad de creencias
y de conciencia del individuo. Como es fácil de suponer,
todas estas leyes fueron ferozmente combatidas por las fuerzas
reaccionarias de la sociedad española.
Su
hermano Adolfo fue nombrado gobernador civil de Almería
el veintinueve de Octubre de 1931. Su relación con
esa provincia venía de atrás, pues en ella
había vivido varios años al frente de negocios
industriales. El seis de Mayo de 1932 presentó la
dimisión del cargo como respuesta a las críticas
de que había sido objeto por el Comité provincial
del Partido Radical-Socialista. Efectivo su cese el quince
de Junio, le sucedió en el puesto, precisamente,
Isidro Liarte Lausín.
Leopoldo
Alas declinó presentarse a la reelección como
diputado por Asturias en las elecciones de Noviembre de
1933. Quizás supo prever el descalabro del Partido
Radical Socialista que de cincuenta y tantos diputados en
las Constituyentes, pasó a tener sólo tres.
En la candidatura por Asturias de Izquierda Republicana
figuraba su hermano Adolfo. Separado voluntariamente del
activismo político, Leopoldo Alas se dedicó
con todas sus fuerzas a las tareas docentes de la cátedra
y a la labor ingente del rectorado, sin abandonar otras
actividades intelectuales, tanto como articulista en periódicos
y revistas, o como traductor de importantes obras extranjeras
sobre Derecho Civil. Por desgracia, sus esfuerzos y desvelos
en pro de la Universidad de Oviedo serían anulados
por una formidable catástrofe: durante la
Revolución de Octubre de 1934, la Universidad sería
incendiada y reducida a escombros: bibliotecas, archivos,
cuadros, todo quedó convertido en cenizas.
En
la reunión del Claustro celebrada el diez de Octubre
de 1934 en la Cátedra de Química Analítica
del pabellón de la Facultad de Ciencias, Leopoldo
Alas, que como rector la presidía, pronunció
estas palabras, que reproduzco tal y como figuran recogidas
en el acta correspondiente: “Por vivir muy cerca del
edificio tuvo el sentimiento de presenciar parte de lo ocurrido
y describe cuanto pudo apreciar desde su casa. Procuró
mandar recado al Comité que actuaba en este barrio
pero no le fue posible. El hecho ocurrió el día
mismo en que se retiraban los que se apoderaron de la Universidad.
Tengo la seguridad –añade- que la destrucción
no fue consecuencia de un accidente de la lucha, sino que
la Universidad fue incendiada con toda intención.
En la investigación que se hizo al día siguiente
de restablecerse la paz, se encontraron cierres de bidones
de gasolina y otros objetos que prueban como el incendio
fue provocado. También hubo diversas explosiones
que contribuyeron a la destrucción y aniquilamiento
de los arcos y paredes del Claustro. Decir que protestaba
con toda energía de lo ocurrido y que la desgracia
le llega al alma, como a la de todos, es inútil.”
En
esa misma reunión del Claustro se tomaron acuerdos
importantes, tales como fotografiar el estado en que había
quedado la Universidad para que en su día esas fotografías
pudieran servir como pruebas y formar una comisión,
integrada por el rector y el vicerrector, los decanos y
el secretario, con la misión de buscar locales en
los que se pudiera reanudar las clases como fuera. A tal
fin, se terminarían utilizando aulas de la Normal
y del pabellón de maestras. Posteriormente se aceptarían
también los locales del Orfeón Ovetense, ofrecidos
por su presidente, el diputado melquiadista Pedro Miñor.
La Facultad de Ciencias pudo continuar utilizando en precario
sus propias instalaciones. Otro de los acuerdos tomados
en esa reunión fue señalar el día doce
de Noviembre para el comienzo de las clases. Para vigilar
las tareas de desescombro, se nombró otra comisión,
pero finalizadas aquellas tareas, no se pudo recuperar ni
un solo libro ni ningún otro objeto de interés.
Una
de las primeras autoridades en visitar las ruinas de lo
que había sido Universidad de Oviedo fue el subsecretario
de Instrucción Pública, Ramón Prieto
Bances, catedrático de la propia Universidad y futuro
ministro de Instrucción Pública. Ramón
Prieto inmediatamente realizó las oportunas gestiones
para que las tareas de reconstrucción pudieran iniciarse
lo primero posible. El Ministerio de Instrucción
Pública designó al arquitecto José
Avelino Díaz Fernández-Omaña para que
se encargase de redactar el proyecto de reconstrucción.
José Avelino Díaz, según datos que
me proporciona el arquitecto Joaquín Aranda, fue
el autor del proyecto de Instituto de Enseñanza Media
“Alfonso II”, de Oviedo, pues el anterior edificio
había resultado destruido también durante
la Revolución de Octubre; fue arquitecto municipal
de Gijón hasta su jubilación en 1958, y autor
de proyectos tan conocidos como “La Escalerona”
de la playa de Gijón, el edificio de Bomberos, el
mercado de San Agustín y el Polígono de las
1.500 viviendas de Pumarín. Para la reconstrucción
de la Universidad, en principio, se barajaron dos opciones:
reconstruir un edificio idéntico al anterior o mantener
la identidad exterior y la del claustro, modificando la
distribución interior en aras de una mayor funcionalidad,
además de construir un nuevo edificio para la Facultad
de Ciencias. Se terminaría optando por esta última
solución.
Sin
libros, no hay Universidad, así que uno
de los primeros objetivos fue volver a formar una nueva
biblioteca general y las correspondientes a las facultades.
Inmediatamente empezaron a llegar muestras de solidaridad
de muchos catedráticos de España y de antiguos
profesores. Bolívar y Altamira hicieron importantes
ofrecimientos para la reconstrucción del Museo de
Historia Natural. De Inglaterra enviaron donativos en metálico
y lotes de libros. Manuel Rico, a la sazón Alto Comisario
en Marruecos, hizo entrega de diez mil pesetas recaudadas
por suscripción popular y libros. Se iniciaron también
las gestiones para la adquisición de la biblioteca
de Roque Pidal que, tras el correspondiente peritaje, fue
valorada en medio millón de pesetas. Pero uno de
los pasos más importantes que se dieron fue la creación
de la Asociación de Antiguos Alumnos y Amigos de
la Universidad de Oviedo, que se presentó como continuadora
de la fundada por Fermín Canella en los años
del centenario. Se nombró presidente de honor al
ministro de Instrucción Pública, Filiberto
Villalobos, que asignó a la Asociación un
administrativo y un local en el propio Ministerio. Se crearon
juntas de la Asociación en distintas ciudades españolas
y extranjeras, pues, según se afirmaba, allí
donde había un antiguo alumno había una delegación.
La Junta de la Asociación en Oviedo la presidía
el propio Leopoldo Alas, mientras que la presidencia efectiva
de la de Madrid la detentaba Melquiades Alvarez. También
existía un comité ejecutivo que presidía
Adolfo Posada.
La
reconstrucción de los edificios de la Universidad
avanzaba a buen ritmo y un continuo goteo de donaciones
iba dotando a la biblioteca de los libros más imprescindibles.
La Universidad alemana de Friburgo donó a comienzos
de 1936, gracias a la mediación del profesor Traviesas,
dos mil libros de un valor y calidad tan señalados
que lo convirtieron en la aportación más importante
de las recibidas por la Universidad, motivo por el cual
el Claustro aprobó pedir al gobierno una condecoración
para el rector y bibliotecario de dicha universidad. El
veintinueve de Enero de ese año, a propuesta del
Rector, el Claustro aprobó solicitar al gobierno
la concesión de un presupuesto extraordinario que
permitiese afrontar la inauguración, amueblado y
decoración del nuevo edificio. En la última
reunión del Claustro antes de la guerra, celebrada
el veintinueve de Junio, se acordó comprar el reloj
para la torre a los relojeros de Corao, “que son caros,
pero de excelente calidad”.
A
pesar de la destrucción y a pesar de la agitación
estudiantil que obligó, para calmarla, a conceder
unas vacaciones hasta después de las elecciones de
Febrero, la Universidad de Oviedo estaba de nuevo en marcha
gracias al esfuerzo de muchos. Leopoldo Alas fue el Rector
al que le tocó dirigir, unir, coordinar, buscar y
pedir. Por todo ello, aunque sin renunciar a sus ideales
y militando ya en Izquierda Republicana, el partido de Azaña,
Leopoldo Alas declinó ocupar un puesto en la lista
electoral del Frente Popular en Asturias para las elecciones
a diputados en Cortes de Febrero de 1936.
Tras
el triunfo electoral y la constitución de un gobierno
presidido por Azaña, Blasco Garzón, ministro
de Justicia, pensó en Leopoldo Alas para presidir
el Tribunal Supremo, pero él prefirió seguir
pilotando los destinos de la Universidad de Oviedo en unos
momentos tan difíciles. Tanto esfuerzo y tanto desvelo
fueron premiados, meses después, con la descarga
de un pelotón de ejecución.