Rafael
del Riego condenado a la horca.
Mina se exilia en Inglaterra.
Por Francisco Pi y Margall en
Historia de España
Desde
el 27 de Octubre, hallábase encerrado en la cárcel
de Corte de Madrid
el general don Rafael del Riego. El proceso que se le formó
basábase en el decreto antes referido (1-10-1823),
por el que se condenaba a muerte a los diputados que en
la sesión del 11 de Junio votaron la destitución
temporal del Rey. Pidió el fiscal para él
la pena de horca y desmembración del cadaver, colocando
la cabeza en el pueblo donde el año 1820 se dio el
grito de libertad, y los pedazos del cuerpo en Sevilla,
isla de León y Madrid; el tribunal no quiso acceder
a esta profanación póstuma de los restos del
caudillo de los liberales, y le impuso la pena ordinaria
de horca, a la que sería conducido arrastrado por
todas las calles del transito, confiscándosele sus
bienes. Pusiéronle el 5 de Noviembre
en capilla, y ya en ella, aprovechándose de la debilidad
que sus padecimientos físicos le habían producido,
llegaron a hacerle creer que obtendría indulto si
firmaba una retractación de cuantos hechos políticos
había realizado. El documento que por tan villano
modo le hicieron suscribir decía lo que sigue:
«Yo, don Rafael del Riego, preso y estando en la capilla
de la real cárcel de Corte, hallándome en
mi cabal juicio, memoria, entendimiento y voluntad, cual
su divina Majestad se ha servido darme, creyendo, como firmemente
creo todos los misterios de nuestra santa fe, propuestos
por nuestra madre la Iglesia, en cuyo seno deseo morir,
movido imperiosamente de los avisos de mi conciencia que
por espacio de mas de quince días han obrado vivamente
en mi
Interior antes de separarme de mis semejantes, quiero manifestar
a todas las partes donde haya podido llegar mi memoria que
muero resignado en las disposiciones de soberana Providencia,
cuya justicia adoro y venero, pues conozco los delitos que
me hacen merecedor de la muerte.
Asimismo publico el sentimiento que me asiste por la parte
que he tenido
en el sistema llamado constitucional, en la revolución
y en sus fatales consecuencias; por todo lo cual, así
como he pedido y pido perdón a Dios de todos mis
crímenes, igualmente imploro la clemencia de mi santa
religión, de mi Rey, y de todos los pueblos é
individuos de la Nación a quienes haya ofendido en
vida, honra y hacienda, suplicando, como suplico, a la Iglesia,
al Trono y a todos los españoles, que no se acuerden
tanto de mis excesos como de esta exposición sucinta
y verdadera, que por las circunstancias aún no corresponde
a mis deseos, con los cuales solicito por último
los auxilios de la caridad española para mi alma.
Esta manifestación que hago de mi libre y espontánea
voluntad, es mi deseo que por la superioridad de la sala
de señores alcaldes de la real casa y Corte de S.
M., se le dé la publicidad necesaria, y al efecto
la escribo de mi puño y letra y la firmo ante el
presente escribano de S. M. en la real cárcel de
Corte y capilla de sentenciados, a las ocho de la noche
del día 6 de Noviembre de 1823.— RAFAEL DEL
RIEGO. — Presente fué de orden verbal del señor
gobernador de la Sala.— JULIAN GARCÍA HUERTA.»
Los infames verdugos de Riego consumaron su obra,
después de desprestigiarle así ante la posteridad,
conduciéndole al patíbulo en la mañana
del siguiente día, metido en un serón, y presentándole
casi exánime a los ojos del populacho realista que
aún le aturdía con procaces insultos.
No merecía Riego ciertamente la notoriedad
que alcanzó, fuera del acto revolucionario de 1820,
como tampoco era merecedor del suplicio. Este hizo
de él un héroe legendario, no obstante haber
muerto sin valor ni grandeza, consiguiendo que simbolizara
su nombre la época de la libertad.
Llegó Fernando a Madrid seis días después,
en medio del entusiasmo frenético
de sus partidarios, y la guerra pudo entonces considerarse
terminada, pues
Mina, el único general que mantenía
en Cataluña la resistencia, juzgándola ya
estéril, ajustó una honrosa capitulación
con el mariscal Moncey y embarcóse en un bergantín
francés dirigiéndose a Inglaterra.