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Manifiesto de los trabajadores
de la AIT de Madrid en 1869

 

Manifiesto de los trabajadores internacionales
de la sección de Madrid a los trabajadores
de toda España en 1869

 

El comité de la sección organizadora central provisional de España estaba formado por las siguientes personas:

Comisión Administrativa.- Presidente: Bernardo Pérez (guarnicionero).- Vicepresidente: Fabricio Jiménez (guarnicionero).
Contador: Angel Mora (carpintero).
Tesorero: Francisco Oliva (papelista decorador).
Secretario general: Eligio Puga (tipógrafo).
Vocales: Luis Castillón (carpintero); Miguel Jiménez (papelista decorador).

Comisión de Correspondencia.- Presidente: Felipe Martín (cerrajero).
Secretario: Enrique Borrel (sastre).
Vocales: José María Fernández (broncista); Francisco Miñaca (cerrajero); Juan Carpena (jornalero); Claro Díaz (cerrajero); Diego Basabilbaso (tornero en hierro).

Comisión de Propaganda.- Presidente: Vicente López (zapatero).
Secretario: Hipólito Pauly (tipógrafo).
Vocales: Máximo Ambau (tornero en hierro); Juan Alcázar (papelista); Anselmo Lorenzo (tipógrafo); Francisco Mora (zapatero); Tomás González Morago (grabador en metales).

 

Manifiesto

Hermanos en el infortunio: Al intentar dirigiros nuestra débil voz, un temor ha detenido nuestra pluma. ¡Y temor fundado! Tenemos que deciros grandes verdades. ¿Sabremos decirlas? Tenemos que señalaros un faro, un verdadero puerto de salvación. ¿Tendremos la suerte de hacernos entender? Víctimas nosotros como vosotros todos, del odioso privilegio, dedicados desde nuestros primeros años a las rudas tareas de un trabajo material y penoso; privados de toda instrucción, tal vez no sepamos hacer distinguir la verdad y la honradez que inspiran nuestras palabras, del intencionado y habilidoso estilo que tan diestramente manejan para explotarnos en todos los sentidos, los que dueños del privilegio de la ciencia, nos hacen creer una y otra vez que ellos serán nuestros redentores para hacernos experimentar después cada uno de ellos un nuevo desengaño.

Difícil, pero no imposible nos parece conseguir que descubráis la rectitud de nuestras intenciones, sólo en la forma de participaros nuestro propósito.

Escuchadnos. Siempre que algún hombre audaz y ambicioso necesita del concurso nuestro para realizar sus planes utilitarios, habréis observado que dirige con especial cuidado todos sus esfuerzos a rodearse de una aureola de imparcialidad y desinterés, que contrasta extraordinariamente con la impaciencia que manifiesta en formarse una falange de hombres dispuestos siempre a escuchar sus voz como un oráculo, a esperarlo todo de él, en una palabra, dispuestos a no pensar sino por lo que él piense; a no desear sino lo que él desee; a no hacer si no lo que él diga que se debe hacer. ¡Esto es muy cómodo para nosotros! Tener quien piense y desee por nosotros, y que cuando quiera hacer, le paguemos con hacer como el diga y para él. Así se hacen los apóstatas, y como de los apóstatas se hacen los tiranos de la peor especie, así se prolonga nuestro terrible y criminal martirologio.

(…) ¡Triste es por cierto nuestra suerte! Obligados por la odiosa organización de la sociedad no sólo a cumplir nuestro deber, esto es, a producir para tener el derecho de consumir, sino que, además, tenemos sobre nosotros la obligación de producir también para los que no hacen más que gozar, para los que nada producen y a los cuales tenemos que ceder todavía una mayor parte de nuestro producto. ¿Y esto es inmutable? Porque a lo menos no es justo. Pues si no es justo, el progreso es y debe ser nuestra esperanza; el progreso que se verifica con la suma de todas las observaciones e ideas que unas generaciones legan a las venideras, nos hace concebir muy halagüeñas esperanzas y nos presta muy provechosas lecciones.

Trabajadores: Vosotros sabéis como nosotros que hace muchos siglos que la humanidad viene agitándose sin cesar por hallar la más pura manifestación de la justicia. Hasta hoy, se han estrellado todas sus esfuerzos en las hondas y ridículas divisiones que nos han dominado. Las diferentes ideas religiosas, la nacionalidad, o sea, el llamado amor patrio, las diversas opiniones políticas que nos han dividido, y principalmente la falta de unión estrecha entre todos los trabajadores del mundo, la falta de solidaridad entre nosotros; todas estas han sido y son la causa única y verdadera de nuestros inmerecidos males. Distraída nuestra atención sobre las diferencias religiosas, no veíamos que a cada uno de nosotros nos predicaban en la que profesábamos la gloria que ganaríamos por nuestros sufrimientos (que entre nosotros son los mismos), pero sin que los que tal nos dicen adopten ese medio para alcanzarla, cambiando su posición por la nuestra.

Impregnados por la criminal idea de nacionalidad, fundada en la razón de no amar a los que un conquistador, o no pudo dominar o despreció y quedaron al otro lado de un límite que se llama frontera, no pensamos que allí como aquí hay hombres honrados, laboriosos y víctimas como nosotros de odiosa explotación; que ellos como nosotros suspiran por la misma causa, por la destrucción del crimen que se designa con el nombre de explotación del hombre por el hombre.

Divididos por el odio y pasión de partido político, no hemos podido llegar a ponernos de acuerdo sobre lo poco que a nosotros puede y debe importarnos estos o los otros hombres, estos o los otros principios, cuando las reformas que nos prometen son puramente políticas y no afectan en nada a la organización social. Pedimos como energúmenos libertad de imprenta ¡y hacemos muy bien! Pero, ¿podemos nosotros imprimir? Menos que eso, ¿podemos escribir? ¿Tenemos tiempo cuando trabajamos, absorbidos por una tarea diaria de doce, catorce y hasta dieciséis horas de un rudo trabajo? Y cuando no tenemos trabajo (que es sinónimo de no tener qué comer), ¿tenemos gusto para escribir? Y aunque quisiéramos verter sobre el papel para hacer públicos nuestros sufrimientos, ¿tenemos los cuartos disponibles en tal situación para emplearlos en papel? ¿Tenemos luz? ¿Tenemos instrucción? ¡Todo nos falta a los que todo lo producimos! Nosotros venimos trabajando desde Enero para conseguir hoy a costa de muchos, muchísimos sacrificios y privaciones, dirigiros nuestra voz; voz que a pesar de ser franca aunque ruda, tendrá que morir ahogada, si por carecer de ciencia, sin tener vosotros en cuenta que lo que nos falta de ésta, nos sobra de razón y verdad, no acudís presurosos a prestarnos vuestro apoyo.

Pedimos sufragio universal, y como por nuestra posición social somos esclavos del capital, al hacer uso de ese derecho, o comprometemos el pan de nuestra familia, o damos nuestro voto a gusto de quien por explotarnos en todo, nos arrebata, y sin violencia aparente, nuestra conciencia, dejando nosotros con cada voto así arrancado, declarada la legalidad de situaciones como las que de tales elecciones se desprenden. El sufragio así practicado no puede aprovecharnos a nosotros los trabajadores, porque teniendo que ceder a las insinuaciones sino exigencias del capital, este recoge nuevamente el poder para perpetuar con el la continuación de sus privilegios; para nosotros no será una verdad útil el sufragio universal, sino cuando sea una verdad la igualdad política económica y social de las clases y los individuos.

Y en términos más generales, ¿qué ganamos nosotros con defender y hacer triunfar un sistema cualquiera político? ¿Preferís el absolutismo? Desgraciados de vosotros si tal hacéis; sobre sufrir todas, absolutamente todas las calamidades inherentes a nuestra clase, seréis deportados, degollados y fusilados si interrumpís con vuestros lamentos el sosegado gozar de vuestros señores; porque bajo tal sistema, todo lo que sucede es como quiere el señor y señores, y no tiene nadie derecho de pedir que esté mejor que como ellos crean o declaren que está muy bien.

¿Preferís el sistema constitucional o monárquico democrático? Cualquiera de los dos que escojáis os encontraréis con que no es más que una careta con que el absolutismo quiere encubrir su deformidad. Gastada ya la primera, de grosero cartón, intenta cubrirse ahora con otra de tersa y bien pintada cera, pero careta al fin y con la cual se propone continuar la farsa que debió terminar en Septiembre del 68.

¿Preferís la república unitaria? Si incurrís en tamaña inocentada, bien comprendemos que será porque ignoráis que la república unitaria no difiere de la monarquía sino en que a aquella la llaman república y monarquía a ésta, y en que el jefe del Estado de aquella le denominan rey y al de ésta, presidente; siendo mucho mayor el parecido entre ambas cuando el cargo es vitalicio. Sin embargo, y a fuer de francos, debemos declarar en que difieren entre sí un monarca y un presidente; y es en que como el primero no teme por su suerte mucho, puede obligar al país a aceptar una calma que conduciéndole por grados al terrible quietismo, polo opuesto de la ley del movimiento que rige a la naturaleza, si bien no resuelve nada en nuestro beneficio, nos proporciona ocasiones más abundantes de prestarnos a constante explotación; mientras que el presidente, si tiene familia y ambición (todos los hombres la tenemos), como existe igual centralización que con la monarquía, dispone y reparte los cargos en consideración, no a lo que reclaman, sino a la retribución que se les asigna, con cuya inocente medida y algunos desórdenes preparados y pagados por el mismo, para justificar su conducta, acaba con el trabajo, y en ocasión oportuna, cuando viene a pelo y está todo preparado, hace lo que hizo Napoleón III. Ni exageramos ni mentimos, los hechos hablan por nosotros.

¿Suspiráis por la república federal? ¿Trabajáis empleando todos vuestros esfuerzos, comprometéis vuestra tranquilidad y aspiráis sólo a conseguir para mejorar vuestra terrible situación al triunfo de la república federal? Hacéis tan mal, si así lo hacéis, como si encontrándoos suspendido de un andamio colocado a una terrible altura, os conformaseis en sosteneros en aquella terrible posición sin pretender ganar la cima. La clase media, acaparadora de todos los privilegios, dueña del capital, dueña de la ciencia, dueña por consiguiente de la magistratura, dueña de la tierra, dueña de sus frutos, dueña del ferrocarril, dueña del telégrafo, dueña de las habitaciones, dueña de las minas, dueña de los caminos, de los puertos, de los mares, de los peces que la naturaleza multiplica en su seno, de los bosques que recubren su superficie, de las primeras materias, de los elementos de producción, como máquinas y herramientas, dueña del Estado, y por consiguiente de todo, os concederá con la república federal todas las libertades políticas: tendréis libertad de comercio, pero ¿supone por ventura la libertad de comercio que nosotros tendremos, pobres desheredados, en qué ni con qué comerciar? Nos dará libertad de industria: pero a los que sin culpa nuestra nada poseemos ¿nos dará la libertad de industria los medios de disfrutarla? Nos garantizará la libertad del pensamiento, nos permitirá el culto exterior de la religión que más nos plazca. ¡Cruel sarcasmo que hace temblar de indignación nuestra pluma! ¡Libertad de pensamiento! ¿Acaso la puede dar una ley al que es esclavo de la ignorancia? ¡Libertad de cultos! ¿Qué es, qué significa que nos den la libertad de cultos en una ley, si nos prohíben de una manera absoluta, por medio de la organización social, la entrada en el templo de la ciencia, verdadero culto que hace de cada hombre un dios?

La república federal, como forma política, es a nuestro entender la menos mala de todas las formas de gobierno; pero, entededlo bien, bajo el punto de vista político. La república federal deja a todos los ciudadanos que tienen medios, por otro nombre capital, una esfera más ancha donde poder desarrollar su actividad absorbente, pero es igualmente impotente, como lo son todos, absolutamente todos los sistemas políticos, para resolver el problema de nuestra emancipación. Poco conseguiría el pobre pajarillo, preso en estrecha jaula, con tener delante de su vista un dilatado espacio: dejadle en cambio sólo el sitio para salir y él se extenderá hasta escalar las nubes.

(…) Pensamos que cuando, olvidando nuestros propios y únicos intereses, anteponemos a las reformas sociales las pasiones políticas y nos lanzamos como fieras sedientas de sangre a empuñar las armas fratricidas, desconociendo u olvidando que no son los hombres, sino las instituciones lo que debemos destruir, somos, más aun que el soldado, ciegos instrumentos de intenciones extrañas. Si morimos ambos en la lucha, este término fatal nos iguala a todos; si a consecuencia de una herida quedamos inútiles para el trabajo, quedamos aún peor que él; para nosotros no hay esas patentes de criminal laborio o que llaman cruces pensionadas o premios al valor; para nosotros no hay oficina donde poder firmar todos los meses con el brazo que nos quedó el precio en que está tasado el que se ha perdido. Para nuestras mujeres y nuestros hijos, para las mujeres y los hijos de los trabajadores, para las familias de los canallas, para el populacho, no hay pensiones ni viudedades que acrediten y recuerden ennobleciéndola, la memoria de un gran asesino de oficio. ¡Ah! ¡Trabajadores, pensad detenidamente nuestras palabras, y después juzgad!

En cambio de las desgracias que aumentamos al número de las que nos abruman si somos vencidos, podemos entretenernos agradablemente si salimos vencedores, contestando a los que nos pregunten qué ventajas hemos obtenido de tan rudos sacrificios, que si bien no tenemos tampoco qué comer, en cambio ya no nos hace tanta falta, porque nosotros, sólo con que haya libertades, engordamos. A nosotros nos basta con poder gritar llenos de entusiasmo: ¡Nos morimos de hambre!...

Nada queremos añadir a lo que dejamos dicho del provecho que podamos retirar de la libertad de imprenta y el sufragio universal, sobre los insignificantes frutos que guardan para nosotros todas las libertades políticas, desde el momento que estas libertades necesitan para ser gozadas, que el individuo se halle en condiciones. La libertad sin absoluta igualdad de medios, es la tiranía de los privilegiados. Es al libertad que tienen el cordero y el tigre de batirse en buena lid: acertad si podéis cuál será el vencido.

Hasta la libertad de enseñanza es para nosotros vana ilusión. Si tenéis que trabajar para ganar un escatimado jornal desde el amanecer hasta después de ocultarse el sol, mal alimentados y no mejor vestidos, agobiados por el roedor y constante pensamiento del porvenir de vuestros hijos: ¿no es cierto que iréis con mucho gusto dos horas cada noche a una clase de Física y Química y otra u otras dos horas a otras clases, de Matemáticas y Filosofía, por ejemplo?

Por lo menos, si no tenéis gusto para asistir a las clases, en cambio podéis perfectamente dedicar el dinero que os sobra, siempre de vuestro jornal, en la compra de libros, papel, tinta, luz y algunos accesorios, con lo cual, si el cansancio y la necesidad de interrumpir vuestro sueño a primera hora no os lo impide, podéis estudiar en vuestra casa sin preocuparos con las infinitas privaciones, no ya que habéis experimentado y sufrís, sino ni aun por las que os amenazan para el porvenir, ni por los lamentos de vuestros tiernos hijos, que muertos de hambre y frío no les falta más que la edad para lamentarse de la desgracia inmerecida que fue para ellos el haber nacido ligados a vuestra suerte, y hasta sin escuchar a vuestra mujer que se lamenta de que gastáis en luz y en libros lo que invertido en pan no bastaría para satisfacer el hambre… (ilegible). Nosotros, por desgracia, ya lo hemos intentado y hemos tenido que ceder.

(…) Profesad en buena hora las ideas que queráis, sed absolutistas, constitucionales del 12 o del 69, realistas descubiertos o realistas vergonzantes; republicanos unitarios o republicanos federales; sed en religión lo que más os plazca, creed o no en la existencia de Dios; no tratamos de imponeros nuestra opinión particular sobre materia y extremos que tanto han contribuido, sembrando la división entre nosotros, a hacer cada vez más horrible la posibilidad de nuestra emancipación.

(…) Todas las calamidades que pesan sobre nosotros son el fruto natural de la forzosa ignorancia a que por efecto de la mala organización social vivimos condenados, y a su funesta consecuencia, que es el aislamiento, siquiera sea colectivo, en que vivimos, del cual resulta que por no estar asociados, cuando el capital explotador se propone reducir la ya escasa retribución que no puede prescindir de darnos a cambio de nuestro penoso trabajo, no podemos ponernos de acuerdo para resistir tan criminal imposición, resultando por el contrario que como no podemos prescindir de comer, y somos tantos los que tenemos hambre, si unos se resiste, otros acuden a llenar su puesto, considerándose todavía muy felices por haber encontrado aquella ocasión y exclamando: “¡Poco es, pero, ¿qué hemos de hacer?, mejor es esto que morirse de hambre!”

Pero, diréis vosotros, si es a nuestra ignorancia a lo que atribuís todos nuestros males, y antes haciéndoos fielmente cargo de la imposibilidad de destruirla por efecto de la carencia total de medios tales como tiempo, dinero, ni aún gusto para ello, ¿qué es lo que os proponéis al presentarnos tan de frente y tan clara nuestra desesperada situación?

Tened un poco de paciencia y escuchadnos aún: La ignorancia a que vivimos condenados no podremos sacudirla mientras no consigamos mejorar relativamente nuestra actual situación, cosa imposible si pretendiéramos conseguirlo cada uno por sí e individualmente.

Pero lo que resulta imposible para cada uno, no es ni siquiera difícil para todos juntos; unidos todos los de un oficio o profesión de un pueblo con los del mismo oficio de España y del extranjero, aparte de las ventajas que podamos obtener del establecimiento de los Comités de colocación para facilitar trabajo a los obreros que carezcan de él; de Comités de defensa cuya misión sea velar por todos los obreros de su localidad y defender, apoyar y proteger a los que fuesen injustamente perjudicados, oprimidos o calumniados por sus amos, maestros o principales; de Sociedades de socorros mutuos, de instrucción, etc. Tenemos las inmensas que nos reportará la fundación de la Caja de resistencia, la cual debe llamar muy especialmente nuestra atención, por ser a su rápida organización a la que deberemos una mayor parte de las ventajas que hemos de conseguir. Con su ayuda, y cuando un oficio o profesión se encuentre con arreglo a justicia, con derecho a rechazar una de tantas imposiciones de que estamos siendo víctimas por parte del capital monopolizado por una clase explotadora, tales como reducción del jornal, aumento de horas de trabajo u otras tan injustas y vejatorias como hoy estamos a cada paso teniendo que aguantar, mal que nos pese, podremos entonces decirles a los soberbios poseedores del dinero, que no aceptamos sus injustas imposiciones, porque ya no somos una… (ilegible). Pero cuando vean que todos los obreros del mundo se apresuran, en cumplimiento del pacto de solidaridad, a facilitarnos todo lo necesario para ayudarnos a salir triunfantes en nuestra justa demanda, cuando vean que todos los trabajadores de Suiza, Inglaterra, Alemania, Francia, España, de todo el mundo, hacen suya nuestra causa, como nosotros haremos nuestra la suya, empezarán los explotadores seguramente a vacilar, y la única esperanza que en tales circunstancias les queda para no ceder por completo, será llamar operarios de otros pueblos o naciones.

(…) Pero por grande y legítimo que sea nuestro deseo de abreviar, cumple antes a nuestra lealtad y a nuestro deber, no sólo determinar todos los males que nos aquejan, no sólo el origen de donde proceden, sino también denunciar los falsos o equivocados caminos que a pesar de las fascinadores apariencias, en vez de conducirnos al inmediato, y más que inmediato, al seguro establecimiento de la organización social con arreglo al más puro criterio de justicia, nos apartan cada vez más e insensiblemente de él. La cuestión que nos proponemos tratar a continuación es delicada, grave, y de una suma importancia por sus espantosas y trascendentales consecuencias. Sabemos que la inmensa mayoría de los trabajadores no han opinado sobre ella del mismo modo que nosotros, algunos quizás aun después de escucharnos difieran en su opinión de la nuestra, pero como nuestro objeto preferente es decir la verdad lisa y llana, no podemos adular ni debemos transigir con ciertas opiniones, siquiera sean generales, con tal que no sean justas o verdaderas: con el mismo valor, con la misma franqueza trataremos éste, en la seguridad de que si os tomáis la pena de pensar detenidamente nuestras observaciones, más tarde unos, más temprano otros, pero al fin todos convendréis con nuestro parecer.

Nos referimos a las llamadas sociedades cooperativas de construcción o producción. Formadas por agrupaciones locales y aisladas unas de otras por representar intereses distintos y hasta contrarios, siendo la base de su organización la necesidad de reunir el capital necesario para empezar su marcha, esto hace que aquel que quiera gozar de los beneficios que pueda un día producir tenga que aportar una parte de capital que, por más que sea insignificante, representa todas las riquezas del mundo para el que no le posee, para el que no tiene más que un tesoro de hambre. Pues bien, si los productos pertenecerán, como es de derecho, a los que por no ser bastante pobres pudieron reunir el capital, claro es que nada afectan sus resultados al mejoramiento de la clase trabajadora. Su único resultado es sacar a unos cuantos obreros de la condición de explotados elevándoles a la de explotadores.

Reparad, que sobre ser insuficiente para realizar nuestra emancipación, es injustísimo el principio que ese sistema establece, puesto que siendo en lo desgraciado y terrible de su posición en lo que indudablemente se inspiran los que proponen realizarlo, esto no obstante, cuanto menos desgraciada sea la situación de los trabajadores que lo intenten, más fácilmente lo pueden realizar.

(…) Mucho tendríamos que añadir, si dijéramos todo lo que en apoyo de nuestras ideas, con respecto a este último punto se nos ocurre, pero teniendo en cuenta la ya excesiva extensión de este manifiesto, preferimos dejarlo para otra ocasión, esperando, como esperamos, que no será esta la última vez que escuchéis nuestra franca palabra: pues abrigamos la confianza de que aceptaréis la suscripción que os proponemos al periódico órgano de la Asociación Internacional de Trabajadores, que empezaremos a publicar el próximo mes de Enero, si como esperamos, conseguimos obtener siquiera 500 suscripciones.

Su título será La Solidaridad, y saldrá a la luz todos los sábados. Hecho por trabajadores y para los trabajadores, el precio de suscripción es tan económico, que no dudamos estará al alcance de todos, pues costará solamente cuatro reales cada tres meses en toda España.

En el primer número y sucesivos publicaremos en vez de folletín el reglamento y estatutos generales de la Asociación Internacional de Trabajadores, el de la Caja de resistencia y los Estatutos para la federación de las secciones locales.

Damos la preferencia para su inmediata publicación a los referidos reglamentos y estatutos por considerar de absoluta necesidad su conocimiento para la más pronta y sólida organización de la Asociación, y con el fin de vencer por este medio los inconvenientes con que tropezamos para enterar detalladamente y por cartas a los muchísimos trabajadores que de todas las provincias de España nos han pedido pormenores sobre este punto; pero una vez terminados, publicaremos las sesiones de los diferentes Congresos obreros de la Asociación.

Suplicamos a las sociedades de provincias se dignen tomar a su cargo el recibo de los suscripciones, para lo cual, deberán dirigirse con anticipación a la administración, establecida en la calle Calvario, número 16, cuarto principal, local de la Internacional.

Las personas que deseen para suscribirse tratar directamente con la administración, remitirán el importe de la suscripción, en letra de fácil cobro, o de no ser posible, su equivalencia en sellos de franqueo.

Esperamos que, como medio de poder estrechar nuestros lazos, así como para conseguir estar al corriente de todo lo que como obreros puede sernos de algún interés, tanto en lo que al movimiento obrero en el resto del mundo se refiera, como lo que afecto sólo a los progresos que en la buena senda realicemos los obreros en España; teniendo en cuenta que el presente Manifiesto-prospecto, primero y único que los trabajadores internacionales de Madrid hemos podido dar a la luz, representa los desvelos, privaciones y ahorros que desde Enero del presente año hemos podido realizar, esperamos que os haréis una obligación moral de adquirirle y procuraréis por todos los medios que estén a vuestro alcance proporcionarnos todas las suscripciones posibles, máxime cuando como podréis ver por el reglamento del periódico que publicaremos en el primer número, no se trata ni de una empresa periodística ni de un cuerpo de redacción que vaya a vivir de hacer artículos.

Aquí todos somos trabajadores. Aquí todo lo esperamos de los trabajadores. Si acudís, cumplís un deber; si permanecéis indiferentes conste que os suicidáis y tendréis que avergonzaros el día que no sepáis cómo responder a vuestros hijos, cuando os pregunten qué habéis construido vosotros para el edificio de la sociedad del porvenir que tan laboriosa y activamente se ocupan en levantar los trabajadores del resto del mundo.

SALUD, TRABAJO Y JUSTICIA.

Madrid, 21 de Diciembre de 1869.