Manifiesto
de los trabajadores internacionales
de la sección de Madrid a los trabajadores
de toda España en 1869
El
comité de la sección organizadora central
provisional de España estaba formado por las siguientes
personas:
Comisión
Administrativa.- Presidente: Bernardo Pérez (guarnicionero).-
Vicepresidente: Fabricio Jiménez (guarnicionero).
Contador: Angel Mora (carpintero).
Tesorero: Francisco Oliva (papelista decorador).
Secretario general: Eligio Puga (tipógrafo).
Vocales: Luis Castillón (carpintero); Miguel Jiménez
(papelista decorador).
Comisión
de Correspondencia.- Presidente: Felipe Martín (cerrajero).
Secretario: Enrique Borrel (sastre).
Vocales: José María Fernández (broncista);
Francisco Miñaca (cerrajero); Juan Carpena (jornalero);
Claro Díaz (cerrajero); Diego Basabilbaso (tornero
en hierro).
Comisión
de Propaganda.- Presidente: Vicente López (zapatero).
Secretario: Hipólito Pauly (tipógrafo).
Vocales: Máximo Ambau (tornero en hierro); Juan Alcázar
(papelista); Anselmo Lorenzo (tipógrafo); Francisco
Mora (zapatero); Tomás González Morago (grabador
en metales).
Manifiesto
Hermanos
en el infortunio: Al intentar dirigiros nuestra
débil voz, un temor ha detenido nuestra pluma. ¡Y
temor fundado! Tenemos que deciros grandes verdades.
¿Sabremos decirlas? Tenemos que señalaros
un faro, un verdadero puerto de salvación. ¿Tendremos
la suerte de hacernos entender? Víctimas nosotros
como vosotros todos, del odioso privilegio, dedicados desde
nuestros primeros años a las rudas tareas de un trabajo
material y penoso; privados de toda instrucción,
tal vez no sepamos hacer distinguir la verdad y la honradez
que inspiran nuestras palabras, del intencionado y habilidoso
estilo que tan diestramente manejan para explotarnos en
todos los sentidos, los que dueños del privilegio
de la ciencia, nos hacen creer una y otra vez que ellos
serán nuestros redentores para hacernos experimentar
después cada uno de ellos un nuevo desengaño.
Difícil,
pero no imposible nos parece conseguir que descubráis
la rectitud de nuestras intenciones, sólo en la forma
de participaros nuestro propósito.
Escuchadnos.
Siempre que algún hombre audaz y ambicioso necesita
del concurso nuestro para realizar sus planes utilitarios,
habréis observado que dirige con especial cuidado
todos sus esfuerzos a rodearse de una aureola de imparcialidad
y desinterés, que contrasta extraordinariamente con
la impaciencia que manifiesta en formarse una falange de
hombres dispuestos siempre a escuchar sus voz como un oráculo,
a esperarlo todo de él, en una palabra, dispuestos
a no pensar sino por lo que él piense; a no desear
sino lo que él desee; a no hacer si no lo que él
diga que se debe hacer. ¡Esto es muy cómodo
para nosotros! Tener quien piense y desee por nosotros,
y que cuando quiera hacer, le paguemos con hacer como el
diga y para él. Así se hacen los apóstatas,
y como de los apóstatas se hacen los tiranos de la
peor especie, así se prolonga nuestro terrible y
criminal martirologio.
(…)
¡Triste es por cierto nuestra suerte! Obligados por
la odiosa organización de la sociedad no sólo
a cumplir nuestro deber, esto es, a producir para tener
el derecho de consumir, sino que, además, tenemos
sobre nosotros la obligación de producir también
para los que no hacen más que gozar, para los que
nada producen y a los cuales tenemos que ceder todavía
una mayor parte de nuestro producto. ¿Y esto es inmutable?
Porque a lo menos no es justo. Pues si no es justo, el progreso
es y debe ser nuestra esperanza; el progreso que se verifica
con la suma de todas las observaciones e ideas que unas
generaciones legan a las venideras, nos hace concebir muy
halagüeñas esperanzas y nos presta muy provechosas
lecciones.
Trabajadores:
Vosotros sabéis como nosotros que hace muchos siglos
que la humanidad viene agitándose sin cesar por hallar
la más pura manifestación de la justicia.
Hasta hoy, se han estrellado todas sus esfuerzos en las
hondas y ridículas divisiones que nos han dominado.
Las diferentes ideas religiosas, la nacionalidad,
o sea, el llamado amor patrio, las diversas opiniones políticas
que nos han dividido, y principalmente la falta de unión
estrecha entre todos los trabajadores del mundo, la falta
de solidaridad entre nosotros; todas estas han sido y son
la causa única y verdadera de nuestros inmerecidos
males. Distraída nuestra atención
sobre las diferencias religiosas, no veíamos que
a cada uno de nosotros nos predicaban en la que profesábamos
la gloria que ganaríamos por nuestros sufrimientos
(que entre nosotros son los mismos), pero sin que los que
tal nos dicen adopten ese medio para alcanzarla, cambiando
su posición por la nuestra.
Impregnados
por la criminal idea de nacionalidad, fundada en la razón
de no amar a los que un conquistador, o no pudo dominar
o despreció y quedaron al otro lado de un límite
que se llama frontera, no pensamos que allí como
aquí hay hombres honrados, laboriosos y víctimas
como nosotros de odiosa explotación; que
ellos como nosotros suspiran por la misma causa, por la
destrucción del crimen que se designa con el nombre
de explotación del hombre por el hombre.
Divididos
por el odio y pasión de partido político,
no hemos podido llegar a ponernos de acuerdo sobre lo poco
que a nosotros puede y debe importarnos estos o los otros
hombres, estos o los otros principios, cuando las reformas
que nos prometen son puramente políticas y no afectan
en nada a la organización social. Pedimos
como energúmenos libertad de imprenta ¡y hacemos
muy bien! Pero, ¿podemos nosotros imprimir? Menos
que eso, ¿podemos escribir? ¿Tenemos tiempo
cuando trabajamos, absorbidos por una tarea diaria de doce,
catorce y hasta dieciséis horas de un rudo trabajo?
Y cuando no tenemos trabajo (que es sinónimo de no
tener qué comer), ¿tenemos gusto para escribir?
Y aunque quisiéramos verter sobre el papel para hacer
públicos nuestros sufrimientos, ¿tenemos los
cuartos disponibles en tal situación para emplearlos
en papel? ¿Tenemos luz? ¿Tenemos instrucción?
¡Todo nos falta a los que todo lo producimos!
Nosotros venimos trabajando desde Enero para conseguir hoy
a costa de muchos, muchísimos sacrificios y privaciones,
dirigiros nuestra voz; voz que a pesar de ser franca aunque
ruda, tendrá que morir ahogada, si por carecer de
ciencia, sin tener vosotros en cuenta que lo que nos falta
de ésta, nos sobra de razón y verdad, no acudís
presurosos a prestarnos vuestro apoyo.
Pedimos
sufragio universal, y como por nuestra posición social
somos esclavos del capital, al hacer uso de ese derecho,
o comprometemos el pan de nuestra familia, o damos nuestro
voto a gusto de quien por explotarnos en todo, nos arrebata,
y sin violencia aparente, nuestra conciencia, dejando nosotros
con cada voto así arrancado, declarada la legalidad
de situaciones como las que de tales elecciones se desprenden.
El sufragio así practicado no puede aprovecharnos
a nosotros los trabajadores, porque teniendo que ceder a
las insinuaciones sino exigencias del capital, este recoge
nuevamente el poder para perpetuar con el la continuación
de sus privilegios; para nosotros no será una verdad
útil el sufragio universal, sino cuando sea una verdad
la igualdad política económica y social de
las clases y los individuos.
Y
en términos más generales, ¿qué
ganamos nosotros con defender y hacer triunfar un sistema
cualquiera político? ¿Preferís el absolutismo?
Desgraciados de vosotros si tal hacéis; sobre sufrir
todas, absolutamente todas las calamidades inherentes a
nuestra clase, seréis deportados, degollados y fusilados
si interrumpís con vuestros lamentos el sosegado
gozar de vuestros señores; porque bajo tal sistema,
todo lo que sucede es como quiere el señor y señores,
y no tiene nadie derecho de pedir que esté mejor
que como ellos crean o declaren que está muy bien.
¿Preferís
el sistema constitucional o monárquico democrático?
Cualquiera de los dos que escojáis os encontraréis
con que no es más que una careta con que el absolutismo
quiere encubrir su deformidad. Gastada ya la primera, de
grosero cartón, intenta cubrirse ahora con otra de
tersa y bien pintada cera, pero careta al fin y con la cual
se propone continuar la farsa que debió terminar
en Septiembre del 68.
¿Preferís
la república unitaria? Si incurrís en tamaña
inocentada, bien comprendemos que será porque ignoráis
que la república unitaria no difiere de la monarquía
sino en que a aquella la llaman república y monarquía
a ésta, y en que el jefe del Estado de aquella
le denominan rey y al de ésta, presidente; siendo
mucho mayor el parecido entre ambas cuando el cargo es vitalicio.
Sin embargo, y a fuer de francos, debemos declarar en que
difieren entre sí un monarca y un presidente; y es
en que como el primero no teme por su suerte mucho, puede
obligar al país a aceptar una calma que conduciéndole
por grados al terrible quietismo, polo opuesto de la ley
del movimiento que rige a la naturaleza, si bien no resuelve
nada en nuestro beneficio, nos proporciona ocasiones más
abundantes de prestarnos a constante explotación;
mientras que el presidente, si tiene familia y ambición
(todos los hombres la tenemos), como existe igual centralización
que con la monarquía, dispone y reparte los cargos
en consideración, no a lo que reclaman, sino a la
retribución que se les asigna, con cuya inocente
medida y algunos desórdenes preparados y pagados
por el mismo, para justificar su conducta, acaba con el
trabajo, y en ocasión oportuna, cuando viene a pelo
y está todo preparado, hace lo que hizo Napoleón
III. Ni exageramos ni mentimos, los hechos hablan por nosotros.
¿Suspiráis
por la república federal? ¿Trabajáis
empleando todos vuestros esfuerzos, comprometéis
vuestra tranquilidad y aspiráis sólo a conseguir
para mejorar vuestra terrible situación al triunfo
de la república federal? Hacéis tan mal, si
así lo hacéis, como si encontrándoos
suspendido de un andamio colocado a una terrible altura,
os conformaseis en sosteneros en aquella terrible posición
sin pretender ganar la cima. La clase media, acaparadora
de todos los privilegios, dueña del capital, dueña
de la ciencia, dueña por consiguiente de la magistratura,
dueña de la tierra, dueña de sus frutos, dueña
del ferrocarril, dueña del telégrafo, dueña
de las habitaciones, dueña de las minas, dueña
de los caminos, de los puertos, de los mares, de los peces
que la naturaleza multiplica en su seno, de los bosques
que recubren su superficie, de las primeras materias, de
los elementos de producción, como máquinas
y herramientas, dueña del Estado, y por consiguiente
de todo, os concederá con la república federal
todas las libertades políticas: tendréis libertad
de comercio, pero ¿supone por ventura la libertad
de comercio que nosotros tendremos, pobres desheredados,
en qué ni con qué comerciar? Nos dará
libertad de industria: pero a los que sin culpa nuestra
nada poseemos ¿nos dará la libertad de industria
los medios de disfrutarla? Nos garantizará la libertad
del pensamiento, nos permitirá el culto exterior
de la religión que más nos plazca. ¡Cruel
sarcasmo que hace temblar de indignación nuestra
pluma! ¡Libertad de pensamiento! ¿Acaso la
puede dar una ley al que es esclavo de la ignorancia? ¡Libertad
de cultos! ¿Qué es, qué significa que
nos den la libertad de cultos en una ley, si nos prohíben
de una manera absoluta, por medio de la organización
social, la entrada en el templo de la ciencia, verdadero
culto que hace de cada hombre un dios?
La
república federal, como forma política, es
a nuestro entender la menos mala de todas las formas de
gobierno; pero, entededlo bien, bajo el punto de vista político.
La república federal deja a todos los ciudadanos
que tienen medios, por otro nombre capital, una esfera más
ancha donde poder desarrollar su actividad absorbente, pero
es igualmente impotente, como lo son todos, absolutamente
todos los sistemas políticos, para resolver el problema
de nuestra emancipación. Poco conseguiría
el pobre pajarillo, preso en estrecha jaula, con tener delante
de su vista un dilatado espacio: dejadle en cambio sólo
el sitio para salir y él se extenderá hasta
escalar las nubes.
(…)
Pensamos que cuando, olvidando nuestros propios y únicos
intereses, anteponemos a las reformas sociales las pasiones
políticas y nos lanzamos como fieras sedientas de
sangre a empuñar las armas fratricidas, desconociendo
u olvidando que no son los hombres, sino las instituciones
lo que debemos destruir, somos, más aun que el soldado,
ciegos instrumentos de intenciones extrañas.
Si morimos ambos en la lucha, este término fatal
nos iguala a todos; si a consecuencia de una herida quedamos
inútiles para el trabajo, quedamos aún peor
que él; para nosotros no hay esas patentes de criminal
laborio o que llaman cruces pensionadas o premios al valor;
para nosotros no hay oficina donde poder firmar todos los
meses con el brazo que nos quedó el precio en que
está tasado el que se ha perdido. Para nuestras mujeres
y nuestros hijos, para las mujeres y los hijos de los trabajadores,
para las familias de los canallas, para el populacho, no
hay pensiones ni viudedades que acrediten y recuerden ennobleciéndola,
la memoria de un gran asesino de oficio. ¡Ah! ¡Trabajadores,
pensad detenidamente nuestras palabras, y después
juzgad!
En
cambio de las desgracias que aumentamos al número
de las que nos abruman si somos vencidos, podemos entretenernos
agradablemente si salimos vencedores, contestando
a los que nos pregunten qué ventajas hemos obtenido
de tan rudos sacrificios, que si bien no tenemos tampoco
qué comer, en cambio ya no nos hace tanta falta,
porque nosotros, sólo con que haya libertades, engordamos.
A nosotros nos basta con poder gritar llenos de entusiasmo:
¡Nos morimos de hambre!...
Nada
queremos añadir a lo que dejamos dicho del provecho
que podamos retirar de la libertad de imprenta y el sufragio
universal, sobre los insignificantes frutos que guardan
para nosotros todas las libertades políticas, desde
el momento que estas libertades necesitan para ser gozadas,
que el individuo se halle en condiciones. La libertad sin
absoluta igualdad de medios, es la tiranía de los
privilegiados. Es al libertad que tienen el cordero y el
tigre de batirse en buena lid: acertad si podéis
cuál será el vencido.
Hasta
la libertad de enseñanza es para nosotros vana ilusión.
Si tenéis que trabajar para ganar un escatimado jornal
desde el amanecer hasta después de ocultarse el sol,
mal alimentados y no mejor vestidos, agobiados por el roedor
y constante pensamiento del porvenir de vuestros hijos:
¿no es cierto que iréis con mucho gusto dos
horas cada noche a una clase de Física y Química
y otra u otras dos horas a otras clases, de Matemáticas
y Filosofía, por ejemplo?
Por
lo menos, si no tenéis gusto para asistir a las clases,
en cambio podéis perfectamente dedicar el dinero
que os sobra, siempre de vuestro jornal, en la compra de
libros, papel, tinta, luz y algunos accesorios, con lo cual,
si el cansancio y la necesidad de interrumpir vuestro sueño
a primera hora no os lo impide, podéis estudiar en
vuestra casa sin preocuparos con las infinitas privaciones,
no ya que habéis experimentado y sufrís, sino
ni aun por las que os amenazan para el porvenir, ni por
los lamentos de vuestros tiernos hijos, que muertos de hambre
y frío no les falta más que la edad para lamentarse
de la desgracia inmerecida que fue para ellos el haber nacido
ligados a vuestra suerte, y hasta sin escuchar a vuestra
mujer que se lamenta de que gastáis en luz y en libros
lo que invertido en pan no bastaría para satisfacer
el hambre… (ilegible). Nosotros, por desgracia, ya
lo hemos intentado y hemos tenido que ceder.
(…)
Profesad en buena hora las ideas que queráis, sed
absolutistas, constitucionales del 12 o del 69, realistas
descubiertos o realistas vergonzantes; republicanos unitarios
o republicanos federales; sed en religión lo que
más os plazca, creed o no en la existencia de Dios;
no tratamos de imponeros nuestra opinión particular
sobre materia y extremos que tanto han contribuido, sembrando
la división entre nosotros, a hacer cada vez más
horrible la posibilidad de nuestra emancipación.
(…)
Todas las calamidades que pesan sobre nosotros son
el fruto natural de la forzosa ignorancia a que por efecto
de la mala organización social vivimos condenados,
y a su funesta consecuencia, que es el aislamiento, siquiera
sea colectivo, en que vivimos, del cual resulta que por
no estar asociados, cuando el capital explotador se propone
reducir la ya escasa retribución que no puede prescindir
de darnos a cambio de nuestro penoso trabajo, no podemos
ponernos de acuerdo para resistir tan criminal imposición,
resultando por el contrario que como no podemos prescindir
de comer, y somos tantos los que tenemos hambre, si unos
se resiste, otros acuden a llenar su puesto, considerándose
todavía muy felices por haber encontrado aquella
ocasión y exclamando: “¡Poco es, pero,
¿qué hemos de hacer?, mejor es esto que morirse
de hambre!”
Pero,
diréis vosotros, si es a nuestra ignorancia a lo
que atribuís todos nuestros males, y antes haciéndoos
fielmente cargo de la imposibilidad de destruirla por efecto
de la carencia total de medios tales como tiempo, dinero,
ni aún gusto para ello, ¿qué es lo
que os proponéis al presentarnos tan de frente y
tan clara nuestra desesperada situación?
Tened
un poco de paciencia y escuchadnos aún: La
ignorancia a que vivimos condenados no podremos sacudirla
mientras no consigamos mejorar relativamente nuestra actual
situación, cosa imposible si pretendiéramos
conseguirlo cada uno por sí e individualmente.
Pero
lo que resulta imposible para cada uno, no es ni siquiera
difícil para todos juntos; unidos todos los de un
oficio o profesión de un pueblo con los del mismo
oficio de España y del extranjero, aparte de las
ventajas que podamos obtener del establecimiento de los
Comités de colocación
para facilitar trabajo a los obreros que carezcan de él;
de Comités de defensa cuya misión
sea velar por todos los obreros de su localidad y defender,
apoyar y proteger a los que fuesen injustamente perjudicados,
oprimidos o calumniados por sus amos, maestros o principales;
de Sociedades de socorros mutuos, de instrucción,
etc. Tenemos las inmensas que nos reportará la fundación
de la Caja de resistencia, la cual debe
llamar muy especialmente nuestra atención, por ser
a su rápida organización a la que deberemos
una mayor parte de las ventajas que hemos de conseguir.
Con su ayuda, y cuando un oficio o profesión se encuentre
con arreglo a justicia, con derecho a rechazar una de tantas
imposiciones de que estamos siendo víctimas por parte
del capital monopolizado por una clase explotadora, tales
como reducción del jornal, aumento de horas de trabajo
u otras tan injustas y vejatorias como hoy estamos a cada
paso teniendo que aguantar, mal que nos pese, podremos entonces
decirles a los soberbios poseedores del dinero, que no aceptamos
sus injustas imposiciones, porque ya no somos una…
(ilegible). Pero cuando vean que todos los obreros del mundo
se apresuran, en cumplimiento del pacto de solidaridad,
a facilitarnos todo lo necesario para ayudarnos a salir
triunfantes en nuestra justa demanda, cuando vean que todos
los trabajadores de Suiza, Inglaterra, Alemania, Francia,
España, de todo el mundo, hacen suya nuestra causa,
como nosotros haremos nuestra la suya, empezarán
los explotadores seguramente a vacilar, y la única
esperanza que en tales circunstancias les queda para no
ceder por completo, será llamar operarios de otros
pueblos o naciones.
(…)
Pero por grande y legítimo que sea nuestro deseo
de abreviar, cumple antes a nuestra lealtad y a nuestro
deber, no sólo determinar todos los males que nos
aquejan, no sólo el origen de donde proceden, sino
también denunciar los falsos o equivocados caminos
que a pesar de las fascinadores apariencias, en vez de conducirnos
al inmediato, y más que inmediato, al seguro establecimiento
de la organización social con arreglo al más
puro criterio de justicia, nos apartan cada vez más
e insensiblemente de él. La cuestión que nos
proponemos tratar a continuación es delicada, grave,
y de una suma importancia por sus espantosas y trascendentales
consecuencias. Sabemos que la inmensa mayoría de
los trabajadores no han opinado sobre ella del mismo modo
que nosotros, algunos quizás aun después de
escucharnos difieran en su opinión de la nuestra,
pero como nuestro objeto preferente es decir la
verdad lisa y llana, no podemos adular ni debemos transigir
con ciertas opiniones, siquiera sean generales, con tal
que no sean justas o verdaderas: con el mismo valor, con
la misma franqueza trataremos éste, en la seguridad
de que si os tomáis la pena de pensar detenidamente
nuestras observaciones, más tarde unos, más
temprano otros, pero al fin todos convendréis con
nuestro parecer.
Nos
referimos a las llamadas sociedades cooperativas de construcción
o producción. Formadas por agrupaciones locales y
aisladas unas de otras por representar intereses distintos
y hasta contrarios, siendo la base de su organización
la necesidad de reunir el capital necesario para empezar
su marcha, esto hace que aquel que quiera gozar de los beneficios
que pueda un día producir tenga que aportar una parte
de capital que, por más que sea insignificante, representa
todas las riquezas del mundo para el que no le posee, para
el que no tiene más que un tesoro de hambre. Pues
bien, si los productos pertenecerán, como es de derecho,
a los que por no ser bastante pobres pudieron reunir el
capital, claro es que nada afectan sus resultados al mejoramiento
de la clase trabajadora. Su único resultado
es sacar a unos cuantos obreros de la condición de
explotados elevándoles a la de explotadores.
Reparad,
que sobre ser insuficiente para realizar nuestra emancipación,
es injustísimo el principio que ese sistema establece,
puesto que siendo en lo desgraciado y terrible de su posición
en lo que indudablemente se inspiran los que proponen realizarlo,
esto no obstante, cuanto menos desgraciada sea la situación
de los trabajadores que lo intenten, más fácilmente
lo pueden realizar.
(…)
Mucho tendríamos que añadir, si dijéramos
todo lo que en apoyo de nuestras ideas, con respecto a este
último punto se nos ocurre, pero teniendo en cuenta
la ya excesiva extensión de este manifiesto, preferimos
dejarlo para otra ocasión, esperando, como esperamos,
que no será esta la última vez que escuchéis
nuestra franca palabra: pues abrigamos la confianza
de que aceptaréis la suscripción que os proponemos
al periódico órgano de la Asociación
Internacional de Trabajadores, que empezaremos a publicar
el próximo mes de Enero, si como esperamos, conseguimos
obtener siquiera 500 suscripciones.
Su
título será La Solidaridad, y saldrá
a la luz todos los sábados. Hecho por trabajadores
y para los trabajadores, el precio de suscripción
es tan económico, que no dudamos estará al
alcance de todos, pues costará solamente cuatro reales
cada tres meses en toda España.
En
el primer número y sucesivos publicaremos en vez
de folletín el reglamento y estatutos generales de
la Asociación Internacional de Trabajadores, el de
la Caja de resistencia y los Estatutos para la federación
de las secciones locales.
Damos
la preferencia para su inmediata publicación a los
referidos reglamentos y estatutos por considerar de absoluta
necesidad su conocimiento para la más pronta y sólida
organización de la Asociación, y con el fin
de vencer por este medio los inconvenientes con que tropezamos
para enterar detalladamente y por cartas a los muchísimos
trabajadores que de todas las provincias de España
nos han pedido pormenores sobre este punto; pero una vez
terminados, publicaremos las sesiones de los diferentes
Congresos obreros de la Asociación.
Suplicamos
a las sociedades de provincias se dignen tomar a su cargo
el recibo de los suscripciones, para lo cual, deberán
dirigirse con anticipación a la administración,
establecida en la calle Calvario, número 16, cuarto
principal, local de la Internacional.
Las
personas que deseen para suscribirse tratar directamente
con la administración, remitirán el importe
de la suscripción, en letra de fácil cobro,
o de no ser posible, su equivalencia en sellos de franqueo.
Esperamos
que, como medio de poder estrechar nuestros lazos, así
como para conseguir estar al corriente de todo lo que como
obreros puede sernos de algún interés, tanto
en lo que al movimiento obrero en el resto del mundo se
refiera, como lo que afecto sólo a los progresos
que en la buena senda realicemos los obreros en España;
teniendo en cuenta que el presente Manifiesto-prospecto,
primero y único que los trabajadores internacionales
de Madrid hemos podido dar a la luz, representa los desvelos,
privaciones y ahorros que desde Enero del presente año
hemos podido realizar, esperamos que os haréis
una obligación moral de adquirirle y procuraréis
por todos los medios que estén a vuestro alcance
proporcionarnos todas las suscripciones posibles, máxime
cuando como podréis ver por el reglamento del periódico
que publicaremos en el primer número, no se trata
ni de una empresa periodística ni de un cuerpo de
redacción que vaya a vivir de hacer artículos.
Aquí
todos somos trabajadores. Aquí todo lo esperamos
de los trabajadores. Si acudís, cumplís un
deber; si permanecéis indiferentes conste que os
suicidáis y tendréis que avergonzaros el día
que no sepáis cómo responder a vuestros hijos,
cuando os pregunten qué habéis construido
vosotros para el edificio de la sociedad del porvenir que
tan laboriosa y activamente se ocupan en levantar los trabajadores
del resto del mundo.
SALUD,
TRABAJO Y JUSTICIA.
Madrid,
21 de Diciembre de 1869.