La
sexta columna
Por
J. Loredo Aparicio
(Publicado en el periódico
socialista asturiano Avance)
Las
sectas revolucionarias, los parásitos,
las burocracias, los tiranuelos y los verdugos,
vinieron luego, en la retaguardia, mientras los hijos
del pueblo, sin distinción de ideas ni matices
sociales, daban su vida en las trincheras
por la República, por la Revolución. ¡Por
la Patria!
Fernando Valera. El Diluvio. Barcelona.
Tenemos bastantes enemigos en la retaguardia, es
cierto: nada menos que la clase social dominada –todavía
no vencida- a cuyos individuos no podemos aniquilar físicamente,
porque lo mismo en la guerra social que en la otra, no debe
eliminarse personalmente, sino al mero combatiente.
Esos enemigos dejarán de serlo en cuanto se tomen
las posiciones económicas en que asientan su poder.
No dudamos de la existencia de la Quinta Columna, el espionaje,
los emboscados, los traidores, que dejar de creer en las
actividades fascistas y fascistoides de nuestros adversarios
sería insigne puerilidad. Lo que no debemos es exagerar
su valor, su acometividad, su importancia, porque ello equivale
a fomentar entre nosotros el pánico, cuando no a
encubrir las propias incompetencias y cobardías.
No se olvide que la manía persecutoria es umbral
de locura.
Las fuerzas decisivas de nuestros contrarios están
allá, al otro lado de las trincheras; entre nosotros
quedaron ocultos los que no pudieron huir, los que tienen
habilidad para estar a la expectativa, y los miedosos. Para
dominarlos bastan y sobran una Policía activa, de
confianza, y unos Tribunales rectos y enérgicos.
Ambas cosas tenemos.
Otro enemigo nos queda, el más importante,
el de más peligro, porque convive con nosotros a
título de aliado, y quizás viva dentro de
nosotros mismos.
La guerra, como la revolución (siguen unas palabras
ilegibles) sociales. Suben, revueltas, a la superficie las
inmundicias que la vida va convirtiendo en cieno. Contra
lo que suele creerse, y decirse, guerra y revolución
dan aliento a las peores pasiones, a los vicios, a las peores
cualidades: egoísmo, avaricia, lujuria, arrivismo,
latrocinio... En lucha con tanta infamia, el espíritu
de organización, la fuerza creadora, el heroísmo
del que por estar en el frente no se cree con más
o menos derechos que los que están en la retaguardia.
Ese enemigo, con máscara de leal, nos hace
un daño inmenso. A título de revolucionario,
organiza el hambre, se enquista como parásito en
la burocracia, siembra el pánico con su cobardía
y luego culpa a la Quinta Columna. Jefecillo de un pueblo,
persigue a sus enemigos personales y los tilda de fascistas;
en vez de atraer y conquistar con la justicia, ahuyenta
con la arbitrariedad; a título de requisar víveres,
roba las modestas existencias de los campesinos; pretextando
comisiones numerosas que le obligan a continuos viajes,
se apodera de un auto y consume gasolina sin tasa...
No es esto lo general, desde luego, ni mucho menos. Pero
la especie abunda bastante para que se denuncie el peligro,
y se remedie le mal con la rapidez que las necesidades de
la guerra imponen.
Es intolerable, por ejemplo, que lleguen a un pueblo
docenas de sacos de patatas, para sembrar o comer, y que
la incuria de una gestora, de un comité o de lo que
sea, den lugar que haya que arrojarlas, podridas, al río.
Es punible que mientras que las mujeres pasan la noche y
el día en las colas en espera de los escasos víveres,
se arrojen también al mar cientos de kilos de carne
en conserva putrefacta por no haber querido, o no haber
sabido, distribuirlas unos cuantos burócratas. No
hablemos de la turba de parásitos que inundaron las
cooperativas , los controles, los organismos de distribución
de artículos, que con sus sueldos, raterías
y trapacerías, encarecen los artículos en
un cien por cien, haciéndonos añorar
al tendero con sus fabulosas ganancias de cinco céntimos
en kilo de mercancía.
Hay otro tipo de la peor calaña, más
dañino que el auténtico fascista, porque a
este se le descubre o se le conoce, mientras que nuestro
camaleón es más revolucionario que el propio
Lenin: se trata del advenedizo de la revolución,
del convertido. Es en los pueblos más reaccionarios,
más atrasados, donde ese “amigo” se dio
con más prolijidad. El fenómeno es explicable:
puede ser que a mayor opresión, corresponda mayor
energía en la protesta. Pero de los convertidos súbitamente,
diremos con el cura: “libera nos Domine”. Este
revolucionario cien por cien, fue casi siempre un lame traseros
de los caciques, votó a las derechas desde que se
estableció el sufragio universal hasta febrero último,
y ahora se enrola en la organización que a él
le parece más extremista; adopta actitudes feroces;
los cuatro vecinos de izquierda que había en el término
municipal quedan desplazados por el Robespierre en agraz,
si no es que los persigue, y el resultado de su nefasta
actuación consiste en hacer que renieguen del Frente
Popular cientos de ciudadanos que se sentían solidarios
con la nueva situación.
Hay que atacar a los de la sexta columna. Sobre
el militante antiguo, probado, más o menos inteligente,
pero honrado, no pude prevalecer el advenedizo de la revolución:
brutal, ignorante, audaz; de los organismos de
producción, consumo, distribución y vigilancia
debe desaparecer el egoísta conchabado en un cargo
completamente parasitario; nuestra administración
ha de ser depurada de puestos, cargos, comisiones y comités,
que sólo sirven para estorbar, encarecer e impedir
la buena marcha de las funciones de la retaguardia. Y por
encima de la turbamulta de advenedizos hay que elevar al
hombre honrado, inteligente, capacitado para cumplir un
servicio y llenar un función.
Hacerlo así es acelerar el triunfo en la guerra y
consolidar la victoria en la retaguardia ¡y acordémonos
de Málaga!
José
Loredo Aparicio nació en Sama de Langreo en 1897
y murió exiliado en México en 1947. Abogado
y periodista, fue un destacado político. Comenzó
su activismo político en las juventudes reformistas,
perteneció a la masonería y escribió
en el periódico El Noroeste. Pasó a militar
en las Juventudes Socialistas y en 1920 presidió
el comité regional de las mismas. Participó
en la fundación del Partido Comunista de Asturias
junto a Isidoro Acevedo. En 1923 realizó un viaje
por la Rusia soviética publicando a la vuelta sus
impresiones en El Noroeste. En su evolución política
se acercó a las posiciones de León Trotsky
y de la Oposición de Izquierdas, y formó el
primer núcleo trotskysta de Asturias. Durante la
dictadura de Primo de Rivera fue encarcelado y deportado.
Escribió en la revista Comunismo y participó
activamente junto con otros miembros de Izquierda Comunista
en la Revolución de Octubre de 1934, motivo por el
cual se tuvo que huir al extranjero y exiliarse en Francia
y Bélgica. Durante la guerra, colaboró con
el Consejo de Asturias y León desempeñando
diversos cargos, hasta que fue nombrado por el gobierno
de la República agregado cultural y primer secretario
de la embajada española en Méjico en el verano
de 1937, siendo embajador Félix Gordón Ordás.
Entre 1941 y 1945 fue cónsul honorario de Méjico
en Chile. Regresó a Méjico y continuó
con su colaboración en diversos periódicos
y publicaciones. De su pluma salieron los libros titulados
El general Prim en Méjico y La piedad de Franco.
(GEA)