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Oficina de Defensa del Anciano

Marcelino Laruelo Roa

Muertes Paralelas


Honesto Suárez, el oftalmólogo gijonés que sobrevivió
a dos condenas a pena de muerte

Honesto Suárez fue condenado a pena de muerte por los republicanos y por los franquistas.


La Libertad es un bien muy preciado.
M.L.R. Gijón, 1999.

 

Marirró Suárez Vega: "Mi padre, Honesto Suárez, se
enfrentó a Belarmino Tomás por los crímenes que se
cometían y le condenaron a muerte por querer
salir en un barco.
Y cuando le cogieron los de Franco, también le
pusieron pena de muerte."


«Cuando estalló la guerra, vivíamos en la Plazuela San Miguel, esquina Cura Sama. Yo tenía siete años y mi hermano, tres. Vivía también con nosotros el abuelo Honesto; papá era hijo único y, al casarse, se llevó al padre a vivir con él. Mi madre, en cuatro días de guerra, perdió a dos hermanos: uno, José Luis Vega, era presidente del Pósito de Pescadores (¿o de la Rula de Armadores de Buques Pesqueros?) y estaba preso en La Iglesiona, y a ése lo pasearon; y el otro, Alfredo Vega, que había sido el número uno de su promoción de Ingenieros y era teniente, murió en el Simancas; fue de los que, a última hora, se pasó del cuartel de Zapadores al de Simancas. Creo que solamente hubo uno de la promoción de mi tío que no se pasó y se salvó; creo que era de los de Suardíaz. El tío Alfredo estaba ya para casarse con Aurorina Figaredo y ya estaba pedida la mano y todo.
Honesto, mi padre, cuando se enteró que su cuñado Pepe estaba preso en La lglesiona, le dijo a mi madre que no le gustaba nada que lo tuvieran allí metido. Decidió intentar sacarlo con la disculpa de operarle de una hernia que realmente tenía. Cuando mi padre le fue a buscar, resultó que ya era demasiado tarde. En la madrugada de ese mismo día, se presentaron en La Iglesiona unos milicianos con unos papeles falsos, se lo llevaron a la playa y allí le dieron siete tiros.

Mi padre se fue a ver a Belarmino Tomás y se enfrentó con él. Le dijo a Belarmino que se estaban cometiendo muchos crímenes y que eso no se podía tolerar. Belarmino Tomás llegó a amenazarle. Le dijo que tenía mucha familia muy de derechas por parte de la mujer y que tenía ganas de echarle el guante. Así que mi padre estaba muy enfrentado con Belarmino.

Luego vino lo del barco en el que detuvieron a mi padre. Era ese un barco que se había fletado exclusivamente para sacarle a él. Lo fletó un tío nuestro, hermano de mi abuelo Honesto, un solterón que vivía en Méjico y era muy rico, y espléndido, porque nos mandaba dólares a chorro.

Mi madre, mi hermano y yo ya habíamos salido de Gijón antes, en un destroyer inglés. Fue gracias a la amistad que mi padre tenía con el cónsul inglés en Gijón. Recuerdo que salimos de noche en una motora que nos llevó a alta mar y que me mareé muchísimo. Al despedirse, mi padre le dijo a mi madre: "Mira, Aurora, éstos están todos preparando la marcha, porque esto se acaba, y éstos, si pueden, a mí me "pasean". Así que yo, en cuanto pueda, me quiero marchar de aquí."

Llegamos a Burdeos, y de Burdeos nos fuimos a París. En París vivíamos en un hotel, pero a mí, mi madre me metió interna en las Damas Negras. Fueron las de Cobián, que estaban en el mismo hotel que mi madre, las que le recomendaron ese colegio, porque ellas habían estudiado en él. Recuerdo con cariño a aquellas monjas, me trataron estupendísimamente. Era la única española en el colegio y no sabía una sola palabra de francés; bueno, pues a los tres meses ya lo hablaba; claro, tenía siete años, y a esas edades se aprenden los idiomas que es un primor.

En cuanto pudo, lo primero que hizo mi madre fue escribir al tío de Méjico y decirle que había que sacar a Honesto de Asturias como fuese. Lo que se les ocurrió fue fletar un barco con bandera de la Cruz Roja, que fuese a Asturias con alimentos y, una vez allí, que mi padre se embarcase en él con la disculpa de ir a buscar medicamentos o lo que fuese: millón y medio de pesetas, ¡de las de aquella época!, le costó a mi tío fletar ese barco. Y, efectivamente, el barco llegó a Asturias. Mi padre le pidió un permiso oficial para salir en él y se lo dieron, pero cuando se enteró Belarmino Tomás mandó que le detuviesen inmediatamente. En ese barco iba también mi abuelo, y eso también perjudicó mucho a mi padre. Cogieron a mi padre y le metieron en la cárcel. Le juzgó un tribunal popular y le condenaron a muerte.

Al enterarse de lo ocurrido, mi madre se fue inmediatamente para Valencia, para hablar con el Gobierno. La recibió Martínez Barrios, que la atendió muy bien, pero le dijo que lo sentían mucho, pero que como el gobierno de Asturias se había declarado independiente, no podían hacer nada. Porque, claro, mi padre había sido fundador de Izquierda Republicana en Gijón, así que la mayoría de los ministros le conocían. Al día siguiente de estar mi madre por Valencia visitando todos los ministerios, porque mi madre tenía un carácter muy decidido, pues al día siguiente, salió una nota en un periódico de Valencia firmado por aquella famosa comunista: Margarita Nelken. La nota ponía: "¿Cómo se permite a cierta señora de destacada familia franquista asturiana entrar por todos los ministerios como Pedro por su casa?" ¡No sabían bien quién era mi madre! Al otro día, mi madre fue a ese periódico y en el mismo sitio que había salido aquella nota, hizo poner esta otra: "Hay margaritas que ni los gochos las quieren".

Mi madre volvió para París desesperada. Cuando se enteró que llegaban a Burdeos barcos con evacuados de Asturias, se fue hasta Burdeos para ver si en alguno venía mi padre. No venía, pero se pudo enterar que el médico Carlos Martínez había ido a la cárcel y puesto en libertad a mi padre. Carlos Martínez, compañero y buen amigo de mi padre, le dijo: "Honesto, nos vamos todos en un barco, pero no se te ocurra venir con nosotros, sería fatal para ti. ¡Escóndete! Las tropas de los sublevados están a punto de entrar y, si te cogen, te matarán." A continuación, le abrió la puerta de la cárcel y le dejó en libertad.
Mi padre, entonces, se fue a esconder a una aldea cercana a Gijón, a la casa de nuestra cocinera. En esa casa estuvo varios meses, hasta que le descubrieron y le detuvieron. Luego le hicieron un consejo de guerra acusándole de cosas y casos que él ni conocía... ¡Y sin poder llevar abogado defensor!

El comienzo de su cautiverio, en la cárcel de Gijón, fue terrible: ien celdas para uno o dos presos tenían encerrados a dieciséis! Esa época fue la peor para él. Estando preso en Gijón, murió su padre y no le permitieron asistir al entierro. Este hecho fue para él causa de una pena muy grande, porque era hijo único. Su madre había muerto cuando tenía ocho años y el padre, o sea, mi abuelo, que también se llamaba Honesto, nunca se volvió a casar. Este abuelo era un americano rico que continuó trabajando mucho en Gijón. Gracias a eso, mi padre pudo hacer medicina y 'la especialidad de oftalmología, cursando estudios en Madrid, París y Burdeos.

De Gijón, junto con otros presos, le trasladaron al Penal del Puerto de Santa María, donde pasó varios años. En ese penal le autorizaron a ejercer la carrera y se dedicaba a atender a los presos enfermos. Más tarde, le llevaron a terminar de cumplir la condena a Carabanchel.

Mi abuelo Honesto, el padre de mi padre, se quedó en Gijón a la entrada de los nacionales, le saquearon la casa y se marcharon con todo. Mi abuelo materno, Alfredo Vega, vivía en un chalet, en la calle Ramón y Cajal, n° 13, y cuando se enteró se fue a buscar al abuelo Honesto y se lo llevó a vivir con él. Primero murió mi abuelo Alfredo y, al poco tiempo, murió mi abuelo Honesto. Hace ya unos años, alguien le comentó a mi padre que el comedor y la habitación del matrimonio, que habían comprado en "Casa Viena" cuando se casaron, unos muebles de caoba estupendísimos, los habían visto en casa de un gobernador militar en León.

Mi madre, mi hermano y yo estuvimos en París tres años. Nos cogió la guerra con los alemanes, vimos los bombardeos y cuadros espantosos. Mi madre quería volver a España, pero mi abuelo Alfredo no la dejó. Le escribió diciendo que no se le ocurriese volver, que no se podía imaginar los odios que había, que se iba a encontrar por la calle con gente que la iba a insultar... En fin, que su padre le escribía unas cartas que es una verdadera pena que no se haya conservado ninguna. Estaba muy decepcionado de todo lo de Franco, y se lo llegó a decir en la propia cara al propio Franco. En un año, Franco le recibió catorce veces en Burgos, porque mi abuelo no paró hasta que consiguió levantar la condena de muerte que le habían puesto al yerno, o sea, a mi padre, que se pasó dieciocho meses con condena de pena de muerte.

Terminamos saliendo de Francia en un barco de carga francés que habían habilitado para llevar también pasajeros, creo que se llamaba "De Lassalle". Sería en 1940. No nos admitieron en primera clase porque éramos españoles, ¡y eso que pagábamos en dólares! Iba lleno de refugiados españoles y todos en las bodegas. Fuimos a dar a la República Dominicana. Cuando estábamos en alta mar, apareció un submarino alemán. Empezaron a comunicar por señales. Entonces, vimos que en nuestro barco sacaban un cañoncito que casi no se veía. Mi madre nos dijo que nos pusiésemos a rezar las últimas oraciones porque íbamos a morir todos allí. Pero no, se conoce que explicaron a los alemanes que era un barco de carga pero que iba lleno de gente, que había muchos niños. No nos hicieron nada y nos dejaron seguir rumbo. La verdad es que tuvimos una suerte loca.

En la República Dominicana, cuando desembarcamos, nos hicieron un recibimiento maravilloso. Ocurría que era el primer barco que llegaba en mucho tiempo. Eran muy cariñosos los dominicanos. A mi madre, que era todavía joven, la paraban por la calle y le proponían el matrimonio. Mi madre les decía que estaba casada, pero era igual, ellos le respondían que allí existía el divorcio y que todo se podía arreglar. Con el cónsul de Méjico ocurrió algo todavía peor. Mi madre le fue a pedir el visado para poder entrar en Méjico, que era el destino de nuestro viaje. El cónsul le empezó a decir que le valía más quedarse en Ciudad Trujillo, que él tenía un chalecito muy mono, que allí iba a ser feliz... Cuando llegamos al hotel, nos encontramos con un centro de flores que le había enviado el cónsul ese. Fue la señora del hotel la que nos puso sobre aviso. Nos dijo que al cónsul mejicano le daba por enamorarse y que, por lo tanto, que no contase con que le diese el visado. Mi madre iba todos los días al consulado a por el visado, y nada, el cónsul venga a hablarle del chalecito: ¡Tuvimos que terminar por solicitar el visado para Cuba y llegar a Méjico vía La Habana! Bueno, gracias a eso conocimos Cuba. La Habana, entonces, era una maravilla; aunque las diferencias entre el rico y el pobre eran terribles y los niños andaban desnudos por la calle... De tal manera, que mi madre dijo que allí tenía que estallar una gorda. De Cuba fuimos a Méjico y desembarcamos en Veracruz.

Llegamos, por fin, a casa de mi tío, que vivía en un pueblo en una zona muy atrasada. Allí, toda la población eran de una tribu india y mi tío lo que tenía era un almacén de compraventa de cereales al por mayor. Era un clima tropical espantoso y mi madre vio que aquello no era plan para nosotros. Mi madre le propuso a mi tío irnos a vivir a la capital, y a él le pareció muy bien, porque él ya tenía su vida organizada allí y, por más que sea, mi madre era una señora que llega a la casa y se pone a mandar. El tenía allí muchachas de servicio desde el año catapún, que estaban acostumbradas a hacer lo que les daba la gana y mi madre, que quería mangonearlo todo, pues...

Nos fuimos a la capital, y en la capital, muy bien, porque, entonces, Méjico capital eran dos millones de habitantes. A mí me metieron mediopensionista en las Teresianas, y a mi hermano, en un colegio inglés, porque él siempre habló muy bien el inglés y el francés. Llevábamos ya unos años allí cuando, un día, la viuda de Azaña le dijo a mi madre que porque no me mandaba a mí al colegio "Madrid", que era donde iban todos los españoles; porque nosotros, con la viuda de Azaña, hemos tenido mucha amistad. Ese colegio lo había fundado Prieto y estaba muy bien hecho. Eran varios edificios con unos jardines inmensos, situado en la Colonia del Valle, que todavía existe. Todo el profesorado era español y era un profesorado excelente. Por ejemplo, a mí me daba música un hijo de Manolo Giner de los Ríos; estudiaban allí los hijos de Rivas Cherif...; o sea, que muy bien, muy bien. En el colegio "Madrid" yo fui feliz.

Volviendo a la viuda de Azaña, tengo que decir que vivía con gran modestia. Me recuerdo perfectamente cuando llamaba por teléfono a casa para pedirle prestado a mi madre algún sombrero porque tenía una boda. La viuda de Azaña vivía puerta con puerta con Carmen, la mujer de Cipriano Rivas Cherif, y Carmen daba clases en un instituto. También teníamos amistad con varios ex ministros: Giral, Ruiz Funes, Giner de los Ríos. ..Todos vivían modestamente y, hasta que empezaron a poder ejercer sus carreras en universidades y hospitales, algunos lo pasaron verdaderamente mal, incluso soportando enfermedades y hasta hambre.

Vinimos de Méjico para España en el cuarenta y cinco, a bordo del "Marqués de Comillas". Desembarcamos en La Coruña, pero mi padre no pudo venir a recibirnos, porque aunque ya le habían puesto en "libertad", durante dos años no le permitieron moverse de Madrid. Tampoco le dejaban venir a Asturias y cada no sé cuántos días se tenía que presentar a la policía. Así, durante dos años, al cabo de los cuales nos fuimos a vivir a La Coruña. Nosotros le animábamos a que pusiese consulta, pero el no quería, había salido muy desmoralizado de la cárcel. Había pasado dieciocho meses condenado a pena de muerte por Franco, y todas las noches sacaban a compañeros para llevarlos a fusilar.

En La Coruña, vivíamos de los dos pesqueros, bueno, de uno, porque el otro se había hundido en el puerto estando mi padre todavía en la cárcel; fue un asunto muy raro porque no se cobró el seguro ni nada. Y en La Coruña estuvo diez años, hasta que se vino para Ribadeo. Hizo allí muchos amigos de todas clases, porque él era una persona muy afable y que jamás decía ni hacía nada que pudiese resultar ofensivo a nadie.

Yo ya me había casado y me vine a vivir a Ribadeo. A mi marido, que es químico, le habían nombrado director de unas minas de hierro y plomo en San Martín de Oscos, pero había fijado la residencia en Ribadeo. Como consecuencia de ello, mi padre vendió el pesquero y se decidió a venir a vivir a Ribadeo y abrir consulta: ¡tenía sesenta y tres años! Quizás por su propio carácter y también por esa norma que tienen los masones de cultivarse permanentemente, era un hombre que todos los días abría sus libros de medicina y se pasaba dos o tres horas leyendo. Aparte de los ingresos económicos, para él, la consulta de Ribadeo constituyó una satisfacción personal, y la gente estaba muy contenta con él.

Yo me siento orgullosa de mis padres y guardo un gran recuerdo de ellos, puesto que fueron muy valientes e infatigables luchadores. Mi madre se enfrentó a la adversidad en 1936 llevándonos con ella a mi hermano, que tenía tres años, y a mí, que tenía siete. Se tuvo que ir mundo adelante con dos niños de la mano. Aquello tuvo que ser muy duro para ella. Del carácter de mi padre destacaría varias cualidades: su bondad, su humanidad y su generosidad. Desde la cárcel, solía escribir a mi madre sin pasar por la
censura, pues un tío mío trabajaba en eso. Siempre le pedía que a mi hermano y a mí no nos inculcara odio ni rencor a nadie. Simplemente, que habíamos sido los perdedores de una guerra. El nunca guardó rencor a nadie ni a nada, aunque sí recuerdo haberle oído comentar que aquellos juicios habían sido totalmente injustos y falsos. Trataba a todo el mundo con un respeto y un tacto enorme, desde el más humilde al más importante. Mi padre era uno de esos hombres que rinden culto a la amistad. Yo, que soy católica y practicante, cuando en la misa escucho lo de "ama a tu prójimo como a ti mismo", no puedo evitar el recordarle.

Cuando mi padre murió, hará ahora dieciocho años, Paulino Vicente, al darme el pésame, me dijo: "no conocí hombre más bueno que tu padre." Por su parte, Maldonado lo definió así: "Honesto Suárez fue la persona de más humanidad que conocí."

Honesto Suárez visto por el historiador Chemi Lombardero


Honesto Suárez había nacido en Gijón en 1900. Le conocí cuando se instaló en Ribadeo hacia el año 1965. Procedía de La Coruña, ciudad en la que había pasado más de veinte años, pues al salir de la cárcel fue desterrado lejos de su ciudad natal.

Honesto Suárez era oculista, pero en La Coruña no pudo ejercer su profesión. Vivió de lo que, como armador, le rentaban dos barcos de pesca que ya pertenecían a su familia, en Gijón, antes de la guerra.

Cuando llegó a Ribadeo, pudo reanudar su actividad médica como oculista. Abrió una consulta y se mantuvo en activo hasta su muerte en 1981.

Honesto era un hombre muy educado y amable, vitalista y espléndido, que no había perdido el interés por la vida ni acumulado odios; a pesar de que la Guerra había truncado su vida cuando estaba en su mejor momento. Recuerdo que me contaba que, cuando se produjo la rebelión militar, estaba ya casado y tenía dos hijos. La moderna consulta que tenía instalada en el centro de Gijón funcionaba con notable éxito, entre otros motivos, porque todas las incidencias oftalmológicas que afectaban al numeroso personal de la Fábrica de Moreda las atendía él en exclusiva. Su padre era un "indiano" rico, y él estaba afiliado a la organización masónica de la ciudad y con una posición destacada en Izquierda Republicana, uno de los partidos en el poder.

Tuve oportunidad de tratar a Honesto Suárez gracias a los fuertes lazos que le unían a mi padre y a la amistad existente entre ambas familias. Mi padre, que también había pertenecido al mismo partido, había conocido a Honesto en Asturias, antes de la Guerra. Solía contar de él un episodio que creo que refleja bastante bien la personalidad de Honesto Suárez: mi padre estaba destinado como dentista en uno de los hospitales de guerra que se habían improvisado en una de las numerosas mansiones existentes entre Ribadesella y Llanes. Eran los meses finales de la guerra y el ambiente era de total relajo y desorden. Los milicianos se negaban a ser dados de alta, la confraternización con las enfermeras no se correspondía con la seriedad exigida a un hospital de guerra y el director, asustado, era incapaz de hacerse con el control de la situación. Entre el personal sanitario se opinaba que la única manera de solventar aquello era clausurando el hospital. Entonces, un día, apareció por allí Honesto Suárez en visita de inspección, pues tenía el cargo de Director de Hospitales Militares. Al informase de lo que allí estaba ocurriendo, procedió a dar de alta, él solo, a los milicianos y consiguió reorganizar el centro sin dificultad.

Unos meses antes de la caída de Asturias, Honesto, que veía la situación perdida preparó su propia huida con la disculpa de ir a buscar medicinas a Bilbao en un barco que había sido fletado gracias a la ayuda económica que aportó un tío suyo, muy rico, que vivía en Méjico. Con anterioridad, y gracias a la ayuda del cónsul inglés en Gijón, había conseguido que su mujer y sus hijos evacuaran a Francia a bordo de un destructor británico. Cuando Honesto Suárez había conseguido ya subir a bordo del buque en el que pensaba escapar y éste estaba a punto de zarpar, le descubrieron y le detuvieron. Fue juzgado por el Tribunal popular y condenado a pena de muerte. La sentencia no se llegó a ejecutar porque el Gobierno republicano no dio el consentimiento a ninguna de las pocas penas de muerte que dictaron los tribunales populares de Asturias. Al poco tiempo de entrar Honesto Suárez en la cárcel, huían, esos sí, en expedición organizada por las autoridades, un grupo numeroso de personalidades de la judicatura y de la administración rumbo a la costa francesa y con destino al territorio controlado por la República.

Al derrumbarse la resistencia en Asturias, Honesto fue liberado y pudo esconderse en los alrededores de Gijón durante una temporada. Detenido por los franquistas, fue nuevamente condenado a muerte por un tribunal militar. Pudo salvarse gracias a la intercesión de su suegro ante el propio Franco. Su suegro era un hombre de derechas que había perdido dos hijos, uno que era militar y otro que fue "paseado" cuando estaba preso en "La Iglesiona" de Gijón.

El siete de Noviembre de 1977, con motivo del homenaje celebrado en Tuña, Tineo, en memoria de Riego, hubo un encuentro de un pequeño grupo de viejos militantes de Izquierda Republicana. Maldonado, uno de los asistentes, al calor del recibimiento que se le había dado en Oviedo días antes en su calidad de Presidente de la República, planteó la posibilidad de revitalizar algún tipo de organización republicana en Asturias. Honesto Suárez se encargó, junto con los demás, de desengañarlo, pues había pasado su momento histórico. Los demás viejos republicanos eran: Jesús Lema y Paredano, de Luarca, y Evaristo Lombardero, de Ribadeo.
(Chemi Lombardero es autor del libro "Asociacionismo ribadense, 1900-1936.")