Marirró
Suárez Vega: "Mi padre, Honesto Suárez,
se
enfrentó a Belarmino Tomás por los crímenes
que se
cometían y le condenaron a muerte por querer
salir en un barco.
Y
cuando le cogieron los de Franco, también le
pusieron pena de muerte."
«Cuando estalló la guerra, vivíamos
en la Plazuela San Miguel, esquina Cura Sama. Yo tenía
siete años y mi hermano, tres. Vivía también
con nosotros el abuelo Honesto; papá era hijo único
y, al casarse, se llevó al padre a vivir con él.
Mi madre, en cuatro días de guerra, perdió
a dos hermanos: uno, José Luis Vega, era
presidente del Pósito de Pescadores (¿o de
la Rula de Armadores de Buques Pesqueros?) y estaba preso
en La Iglesiona, y a ése lo pasearon; y el otro,
Alfredo Vega, que había sido el número uno
de su promoción de Ingenieros y era teniente, murió
en el Simancas; fue de los que, a última hora, se
pasó del cuartel de Zapadores al de Simancas. Creo
que solamente hubo uno de la promoción de mi tío
que no se pasó y se salvó; creo que era de
los de Suardíaz. El tío Alfredo estaba ya
para casarse con Aurorina Figaredo y ya estaba pedida la
mano y todo.
Honesto, mi padre, cuando se enteró que su cuñado
Pepe estaba preso en La lglesiona, le dijo a mi madre que
no le gustaba nada que lo tuvieran allí metido. Decidió
intentar sacarlo con la disculpa de operarle de una hernia
que realmente tenía. Cuando mi padre le fue a buscar,
resultó que ya era demasiado tarde. En la madrugada
de ese mismo día, se presentaron en La Iglesiona
unos milicianos con unos papeles falsos, se lo llevaron
a la playa y allí le dieron siete tiros.
Mi padre se fue a ver a Belarmino Tomás y
se enfrentó con él. Le dijo a Belarmino
que se estaban cometiendo muchos crímenes y que eso
no se podía tolerar. Belarmino Tomás llegó
a amenazarle. Le dijo que tenía mucha familia muy
de derechas por parte de la mujer y que tenía ganas
de echarle el guante. Así que mi padre estaba muy
enfrentado con Belarmino.
Luego vino lo del barco en el que detuvieron a mi
padre. Era ese un barco que se había fletado exclusivamente
para sacarle a él. Lo fletó un tío
nuestro, hermano de mi abuelo Honesto, un solterón
que vivía en Méjico y era muy rico, y espléndido,
porque nos mandaba dólares a chorro.
Mi madre, mi hermano y yo ya habíamos salido
de Gijón antes, en un destroyer inglés. Fue
gracias a la amistad que mi padre tenía con el cónsul
inglés en Gijón. Recuerdo que salimos de noche
en una motora que nos llevó a alta mar y que me mareé
muchísimo. Al despedirse, mi padre le dijo a mi madre:
"Mira, Aurora, éstos están todos preparando
la marcha, porque esto se acaba, y éstos, si pueden,
a mí me "pasean". Así que yo, en
cuanto pueda, me quiero marchar de aquí."
Llegamos a Burdeos, y de Burdeos nos fuimos a París.
En París vivíamos en un hotel, pero a mí,
mi madre me metió interna en las Damas Negras. Fueron
las de Cobián, que estaban en el mismo hotel que
mi madre, las que le recomendaron ese colegio, porque ellas
habían estudiado en él. Recuerdo con cariño
a aquellas monjas, me trataron estupendísimamente.
Era la única española en el colegio y no sabía
una sola palabra de francés; bueno, pues a los tres
meses ya lo hablaba; claro, tenía siete años,
y a esas edades se aprenden los idiomas que es un primor.
En cuanto pudo, lo primero que hizo mi madre fue
escribir al tío de Méjico y decirle que había
que sacar a Honesto de Asturias como fuese. Lo
que se les ocurrió fue fletar un barco con bandera
de la Cruz Roja, que fuese a Asturias con alimentos y, una
vez allí, que mi padre se embarcase en él
con la disculpa de ir a buscar medicamentos o lo que fuese:
millón y medio de pesetas, ¡de las de aquella
época!, le costó a mi tío fletar ese
barco. Y, efectivamente, el barco llegó a Asturias.
Mi padre le pidió un permiso oficial para salir en
él y se lo dieron, pero cuando se enteró Belarmino
Tomás mandó que le detuviesen inmediatamente.
En ese barco iba también mi abuelo, y eso también
perjudicó mucho a mi padre. Cogieron a mi
padre y le metieron en la cárcel. Le juzgó
un tribunal popular y le condenaron a muerte.
Al enterarse de lo ocurrido, mi madre se fue inmediatamente
para Valencia, para hablar con el Gobierno. La recibió
Martínez Barrios, que la atendió muy bien,
pero le dijo que lo sentían mucho, pero que como
el gobierno de Asturias se había declarado independiente,
no podían hacer nada. Porque, claro, mi padre
había sido fundador de Izquierda Republicana en Gijón,
así que la mayoría de los ministros le conocían.
Al día siguiente de estar mi madre por Valencia
visitando todos los ministerios, porque mi madre tenía
un carácter muy decidido, pues al día siguiente,
salió una nota en un periódico de Valencia
firmado por aquella famosa comunista: Margarita Nelken.
La nota ponía: "¿Cómo se permite
a cierta señora de destacada familia franquista asturiana
entrar por todos los ministerios como Pedro por su casa?"
¡No sabían bien quién era mi madre!
Al otro día, mi madre fue a ese periódico
y en el mismo sitio que había salido aquella nota,
hizo poner esta otra: "Hay margaritas que ni los gochos
las quieren".
Mi madre volvió para París desesperada.
Cuando se enteró que llegaban a Burdeos barcos con
evacuados de Asturias, se fue hasta Burdeos para ver si
en alguno venía mi padre. No venía, pero se
pudo enterar que el médico Carlos Martínez
había ido a la cárcel y puesto en libertad
a mi padre. Carlos Martínez, compañero
y buen amigo de mi padre, le dijo: "Honesto, nos vamos
todos en un barco, pero no se te ocurra venir con nosotros,
sería fatal para ti. ¡Escóndete! Las
tropas de los sublevados están a punto de entrar
y, si te cogen, te matarán." A continuación,
le abrió la puerta de la cárcel y le dejó
en libertad.
Mi padre, entonces, se fue a esconder a una aldea cercana
a Gijón, a la casa de nuestra cocinera. En
esa casa estuvo varios meses, hasta que le descubrieron
y le detuvieron. Luego le hicieron un consejo de guerra
acusándole de cosas y casos que él ni conocía...
¡Y sin poder llevar abogado defensor!
El comienzo de su cautiverio, en la cárcel
de Gijón, fue terrible: ien celdas para
uno o dos presos tenían encerrados a dieciséis!
Esa época fue la peor para él. Estando preso
en Gijón, murió su padre y no le permitieron
asistir al entierro. Este hecho fue para él causa
de una pena muy grande, porque era hijo único. Su
madre había muerto cuando tenía ocho años
y el padre, o sea, mi abuelo, que también se llamaba
Honesto, nunca se volvió a casar. Este abuelo era
un americano rico que continuó trabajando mucho en
Gijón. Gracias a eso, mi padre pudo hacer
medicina y 'la especialidad de oftalmología, cursando
estudios en Madrid, París y Burdeos.
De Gijón, junto con otros presos, le trasladaron
al Penal del Puerto de Santa María, donde pasó
varios años. En ese penal le autorizaron
a ejercer la carrera y se dedicaba a atender a los presos
enfermos. Más tarde, le llevaron a terminar de cumplir
la condena a Carabanchel.
Mi abuelo Honesto, el padre de mi padre, se quedó
en Gijón a la entrada de los nacionales, le saquearon
la casa y se marcharon con todo. Mi abuelo materno,
Alfredo Vega, vivía en un chalet, en la calle Ramón
y Cajal, n° 13, y cuando se enteró se fue a buscar
al abuelo Honesto y se lo llevó a vivir con él.
Primero murió mi abuelo Alfredo y, al poco tiempo,
murió mi abuelo Honesto. Hace ya unos años,
alguien le comentó a mi padre que el comedor y la
habitación del matrimonio, que habían comprado
en "Casa Viena" cuando se casaron, unos muebles
de caoba estupendísimos, los habían visto
en casa de un gobernador militar en León.
Mi madre, mi hermano y yo estuvimos en París
tres años. Nos cogió la guerra con los alemanes,
vimos los bombardeos y cuadros espantosos. Mi madre
quería volver a España, pero mi abuelo Alfredo
no la dejó. Le escribió diciendo que no se
le ocurriese volver, que no se podía imaginar los
odios que había, que se iba a encontrar por la calle
con gente que la iba a insultar... En fin, que su padre
le escribía unas cartas que es una verdadera pena
que no se haya conservado ninguna. Estaba muy decepcionado
de todo lo de Franco, y se lo llegó a decir en la
propia cara al propio Franco. En un año, Franco le
recibió catorce veces en Burgos, porque mi abuelo
no paró hasta que consiguió levantar la condena
de muerte que le habían puesto al yerno, o sea, a
mi padre, que se pasó dieciocho meses con condena
de pena de muerte.
Terminamos saliendo de Francia en un barco de carga
francés que habían habilitado para llevar
también pasajeros, creo que se llamaba "De
Lassalle". Sería en 1940. No nos admitieron
en primera clase porque éramos españoles,
¡y eso que pagábamos en dólares! Iba
lleno de refugiados españoles y todos en las bodegas.
Fuimos a dar a la República Dominicana. Cuando estábamos
en alta mar, apareció un submarino alemán.
Empezaron a comunicar por señales. Entonces, vimos
que en nuestro barco sacaban un cañoncito que casi
no se veía. Mi madre nos dijo que nos pusiésemos
a rezar las últimas oraciones porque íbamos
a morir todos allí. Pero no, se conoce que explicaron
a los alemanes que era un barco de carga pero que iba lleno
de gente, que había muchos niños. No nos hicieron
nada y nos dejaron seguir rumbo. La verdad es que tuvimos
una suerte loca.
En la República Dominicana, cuando desembarcamos,
nos hicieron un recibimiento maravilloso. Ocurría
que era el primer barco que llegaba en mucho tiempo. Eran
muy cariñosos los dominicanos. A mi madre, que era
todavía joven, la paraban por la calle y le proponían
el matrimonio. Mi madre les decía que estaba casada,
pero era igual, ellos le respondían que allí
existía el divorcio y que todo se podía arreglar.
Con el cónsul de Méjico ocurrió algo
todavía peor. Mi madre le fue a pedir el visado para
poder entrar en Méjico, que era el destino de nuestro
viaje. El cónsul le empezó a decir que le
valía más quedarse en Ciudad Trujillo, que
él tenía un chalecito muy mono, que allí
iba a ser feliz... Cuando llegamos al hotel, nos encontramos
con un centro de flores que le había enviado el cónsul
ese. Fue la señora del hotel la que nos puso sobre
aviso. Nos dijo que al cónsul mejicano le daba por
enamorarse y que, por lo tanto, que no contase con que le
diese el visado. Mi madre iba todos los días al consulado
a por el visado, y nada, el cónsul venga a hablarle
del chalecito: ¡Tuvimos que terminar por solicitar
el visado para Cuba y llegar a Méjico vía
La Habana! Bueno, gracias a eso conocimos Cuba.
La Habana, entonces, era una maravilla; aunque las diferencias
entre el rico y el pobre eran terribles y los niños
andaban desnudos por la calle... De tal manera, que mi madre
dijo que allí tenía que estallar una gorda.
De Cuba fuimos a Méjico y desembarcamos en Veracruz.
Llegamos, por fin, a casa de mi tío, que vivía
en un pueblo en una zona muy atrasada. Allí, toda
la población eran de una tribu india y mi tío
lo que tenía era un almacén de compraventa
de cereales al por mayor. Era un clima tropical espantoso
y mi madre vio que aquello no era plan para nosotros. Mi
madre le propuso a mi tío irnos a vivir a la capital,
y a él le pareció muy bien, porque él
ya tenía su vida organizada allí y, por más
que sea, mi madre era una señora que llega a la casa
y se pone a mandar. El tenía allí muchachas
de servicio desde el año catapún, que estaban
acostumbradas a hacer lo que les daba la gana y mi madre,
que quería mangonearlo todo, pues...
Nos fuimos a la capital, y en la capital, muy bien,
porque, entonces, Méjico capital eran dos millones
de habitantes. A mí me metieron mediopensionista
en las Teresianas, y a mi hermano, en un colegio inglés,
porque él siempre habló muy bien el inglés
y el francés. Llevábamos ya unos años
allí cuando, un día, la viuda de Azaña
le dijo a mi madre que porque no me mandaba a mí
al colegio "Madrid", que era donde iban todos
los españoles; porque nosotros, con la viuda de Azaña,
hemos tenido mucha amistad. Ese colegio lo había
fundado Prieto y estaba muy bien hecho. Eran varios edificios
con unos jardines inmensos, situado en la Colonia del Valle,
que todavía existe. Todo el profesorado era español
y era un profesorado excelente. Por ejemplo, a mí
me daba música un hijo de Manolo Giner de los Ríos;
estudiaban allí los hijos de Rivas Cherif...; o sea,
que muy bien, muy bien. En el colegio "Madrid"
yo fui feliz.
Volviendo a la viuda de Azaña, tengo que
decir que vivía con gran modestia. Me recuerdo
perfectamente cuando llamaba por teléfono a casa
para pedirle prestado a mi madre algún sombrero porque
tenía una boda. La viuda de Azaña vivía
puerta con puerta con Carmen, la mujer de Cipriano Rivas
Cherif, y Carmen daba clases en un instituto. También
teníamos amistad con varios ex ministros: Giral,
Ruiz Funes, Giner de los Ríos. ..Todos vivían
modestamente y, hasta que empezaron a poder ejercer sus
carreras en universidades y hospitales, algunos lo pasaron
verdaderamente mal, incluso soportando enfermedades y hasta
hambre.
Vinimos de Méjico para España en el
cuarenta y cinco, a bordo del "Marqués de Comillas".
Desembarcamos en La Coruña, pero mi padre no pudo
venir a recibirnos, porque aunque ya le habían puesto
en "libertad", durante dos años no le permitieron
moverse de Madrid. Tampoco le dejaban venir a Asturias y
cada no sé cuántos días se tenía
que presentar a la policía. Así,
durante dos años, al cabo de los cuales nos fuimos
a vivir a La Coruña. Nosotros le animábamos
a que pusiese consulta, pero el no quería, había
salido muy desmoralizado de la cárcel. Había
pasado dieciocho meses condenado a pena de muerte por Franco,
y todas las noches sacaban a compañeros para llevarlos
a fusilar.
En La Coruña, vivíamos de los dos
pesqueros, bueno, de uno, porque el otro se había
hundido en el puerto estando mi padre todavía en
la cárcel; fue un asunto muy raro porque
no se cobró el seguro ni nada. Y en La Coruña
estuvo diez años, hasta que se vino para Ribadeo.
Hizo allí muchos amigos de todas clases, porque él
era una persona muy afable y que jamás decía
ni hacía nada que pudiese resultar ofensivo a nadie.
Yo ya me había casado y me vine a vivir a
Ribadeo. A mi marido, que es químico, le habían
nombrado director de unas minas de hierro y plomo en San
Martín de Oscos, pero había fijado la residencia
en Ribadeo. Como consecuencia de ello, mi padre vendió
el pesquero y se decidió a venir a vivir a Ribadeo
y abrir consulta: ¡tenía sesenta y tres años!
Quizás por su propio carácter y también
por esa norma que tienen los masones de cultivarse permanentemente,
era un hombre que todos los días abría sus
libros de medicina y se pasaba dos o tres horas leyendo.
Aparte de los ingresos económicos, para él,
la consulta de Ribadeo constituyó una satisfacción
personal, y la gente estaba muy contenta con él.
Yo me siento orgullosa de mis padres y guardo un
gran recuerdo de ellos, puesto que fueron muy valientes
e infatigables luchadores. Mi madre se enfrentó
a la adversidad en 1936 llevándonos con ella a mi
hermano, que tenía tres años, y a mí,
que tenía siete. Se tuvo que ir mundo adelante con
dos niños de la mano. Aquello tuvo que ser muy duro
para ella. Del carácter de mi padre destacaría
varias cualidades: su bondad, su humanidad y su generosidad.
Desde la cárcel, solía escribir a mi madre
sin pasar por la censura,
pues un tío mío trabajaba en eso. Siempre
le pedía que a mi hermano y a mí no nos inculcara
odio ni rencor a nadie. Simplemente, que habíamos
sido los perdedores de una guerra. El nunca guardó
rencor a nadie ni a nada, aunque sí recuerdo haberle
oído comentar que aquellos juicios habían
sido totalmente injustos y falsos. Trataba a todo el mundo
con un respeto y un tacto enorme, desde el más humilde
al más importante. Mi padre era uno de esos hombres
que rinden culto a la amistad. Yo, que soy católica
y practicante, cuando en la misa escucho lo de "ama
a tu prójimo como a ti mismo", no puedo evitar
el recordarle.
Cuando mi padre murió, hará ahora dieciocho
años, Paulino Vicente, al darme el pésame,
me dijo: "no conocí hombre más bueno
que tu padre." Por su parte, Maldonado lo definió
así: "Honesto Suárez fue la persona de
más humanidad que conocí."
Honesto
Suárez visto por el historiador Chemi Lombardero
Honesto Suárez había nacido en Gijón
en 1900. Le conocí cuando se instaló en Ribadeo
hacia el año 1965. Procedía de La Coruña,
ciudad en la que había pasado más de veinte
años, pues al salir de la cárcel fue desterrado
lejos de su ciudad natal.
Honesto Suárez era oculista, pero en La Coruña
no pudo ejercer su profesión. Vivió de lo
que, como armador, le rentaban dos barcos de pesca que ya
pertenecían a su familia, en Gijón, antes
de la guerra.
Cuando llegó a Ribadeo, pudo reanudar su actividad
médica como oculista. Abrió una consulta y
se mantuvo en activo hasta su muerte en 1981.
Honesto era un hombre muy educado y amable, vitalista y
espléndido, que no había perdido el interés
por la vida ni acumulado odios; a pesar de que la Guerra
había truncado su vida cuando estaba en su mejor
momento. Recuerdo que me contaba que, cuando se produjo
la rebelión militar, estaba ya casado y tenía
dos hijos. La moderna consulta que tenía instalada
en el centro de Gijón funcionaba con notable éxito,
entre otros motivos, porque todas las incidencias oftalmológicas
que afectaban al numeroso personal de la Fábrica
de Moreda las atendía él en exclusiva. Su
padre era un "indiano" rico, y él estaba
afiliado a la organización masónica de la
ciudad y con una posición destacada en Izquierda
Republicana, uno de los partidos en el poder.
Tuve oportunidad de tratar a Honesto Suárez gracias
a los fuertes lazos que le unían a mi padre y a la
amistad existente entre ambas familias. Mi padre, que también
había pertenecido al mismo partido, había
conocido a Honesto en Asturias, antes de la Guerra. Solía
contar de él un episodio que creo que refleja bastante
bien la personalidad de Honesto Suárez: mi padre
estaba destinado como dentista en uno de los hospitales
de guerra que se habían improvisado en una de las
numerosas mansiones existentes entre Ribadesella y Llanes.
Eran los meses finales de la guerra y el ambiente era de
total relajo y desorden. Los milicianos se negaban a ser
dados de alta, la confraternización con las enfermeras
no se correspondía con la seriedad exigida a un hospital
de guerra y el director, asustado, era incapaz de hacerse
con el control de la situación. Entre el personal
sanitario se opinaba que la única manera de solventar
aquello era clausurando el hospital. Entonces, un día,
apareció por allí Honesto Suárez en
visita de inspección, pues tenía el cargo
de Director de Hospitales Militares. Al informase de lo
que allí estaba ocurriendo, procedió a dar
de alta, él solo, a los milicianos y consiguió
reorganizar el centro sin dificultad.
Unos meses antes de la caída de Asturias, Honesto,
que veía la situación perdida preparó
su propia huida con la disculpa de ir a buscar medicinas
a Bilbao en un barco que había sido fletado gracias
a la ayuda económica que aportó un tío
suyo, muy rico, que vivía en Méjico. Con anterioridad,
y gracias a la ayuda del cónsul inglés en
Gijón, había conseguido que su mujer y sus
hijos evacuaran a Francia a bordo de un destructor británico.
Cuando Honesto Suárez había conseguido ya
subir a bordo del buque en el que pensaba escapar y éste
estaba a punto de zarpar, le descubrieron y le detuvieron.
Fue juzgado por el Tribunal popular y condenado a pena de
muerte. La sentencia no se llegó a ejecutar porque
el Gobierno republicano no dio el consentimiento a ninguna
de las pocas penas de muerte que dictaron los tribunales
populares de Asturias. Al poco tiempo de entrar Honesto
Suárez en la cárcel, huían, esos sí,
en expedición organizada por las autoridades, un
grupo numeroso de personalidades de la judicatura y de la
administración rumbo a la costa francesa y con destino
al territorio controlado por la República.
Al derrumbarse la resistencia en Asturias, Honesto fue liberado
y pudo esconderse en los alrededores de Gijón durante
una temporada. Detenido por los franquistas, fue nuevamente
condenado a muerte por un tribunal militar. Pudo salvarse
gracias a la intercesión de su suegro ante el propio
Franco. Su suegro era un hombre de derechas que había
perdido dos hijos, uno que era militar y otro que fue "paseado"
cuando estaba preso en "La Iglesiona" de Gijón.
El siete de Noviembre de 1977, con motivo del homenaje celebrado
en Tuña, Tineo, en memoria de Riego, hubo un encuentro
de un pequeño grupo de viejos militantes de Izquierda
Republicana. Maldonado, uno de los asistentes, al calor
del recibimiento que se le había dado en Oviedo días
antes en su calidad de Presidente de la República,
planteó la posibilidad de revitalizar algún
tipo de organización republicana en Asturias. Honesto
Suárez se encargó, junto con los demás,
de desengañarlo, pues había pasado su momento
histórico. Los demás viejos republicanos eran:
Jesús Lema y Paredano, de Luarca, y Evaristo Lombardero,
de Ribadeo.
(Chemi Lombardero es autor del libro "Asociacionismo
ribadense, 1900-1936.")