En los sistemas de terror todo el mundo es sospechoso
y todo sospechoso es encarcelable.
Si a esto añadimos el creciente número
de prisioneros de guerra, se comprenderá que
en la España nacionalista un rosario de cárceles,
prisiones provisionales, depósitos y campos de
concentración cubría su territorio.
Sobre
la vida de los prisioneros en campos de concentración
y cárceles, todos los testimonios coinciden en
estas características: hambre, hacinamiento,
ausencia de higiene, enfermedades, malos tratos y arbitrariedad.
Del
hambre que pasaban los presos, baste decir que aquel
preso que no recibía paquetes de comida de su
familia y dinero para suministrarse en el economato
de la prisión, lo más probable era que
se terminase muriendo. En muchas cárceles
y campos, los asturianos se hicieron famosos por sus
“comunas”. En esas “comunas”
lo que cada uno recibía de la familia era equitativamente
repartido entre todos los demás compañeros.
Según
informes del coronel jefe de la Inspección de
Campos de Concentración, las delegaciones y campos
habían ahorrado de la asignación para
alimentos de los prisioneros las siguientes cantidades:
Santander,
año 1937.
Septiembre:
281.292,15 pts.
Octubre:
252.328,55 pts.
Noviembre:
141.697.- pts.
Asturias,
año 1937.
Noviembre:
35.050,40 pts. (Con unas existencias de carne en conserva
por valor de 98.000.- pts.)
Campo
de Concentración de San Marcos, León,
año 1937.
De
Octubre a Diciembre: 101.445,75 pts.
Total
ahorrado en los campos dependientes de la Inspección:
1.002.843,66 pts. de economías.
Dado
en Burgos, el 31 de Diciembre de 1937 por el comandante
de Intendencia. VºBº el coronel Inspector.
Conforme del Comisario de Guerra. Esta cantidad se reintegra
al Tesoro]
El
hacinamiento era extremo. Todas las personas con
las que hablé coinciden en la misma frase: “como
sardinas en lata”. En las celdas de la cárcel
de El Coto, de unos dos por tres metros, estaban catorce
presos, y en las aglomeraciones, todos los días
se calculaba en centímetros el ancho que podía
ocupar cada preso.
La
falta de higiene era total: nada de duchas, solamente
unos retretes precarios, incapaces de sumir los detritus
de aquella masa humana; a veces, simples baldes que
se retiraban una vez al día. Plagas de chinches
y piojos. El agua escaseaba o llegaba a faltar totalmente.
Su potabilidad era siempre más que dudosa. En
muchos casos, para empeorar las condiciones, se daba
la orden de que las ventanas permaneciesen cerradas
y el aire se hacía irrespirable.
El
hambre debilita las defensas del organismo humano. La
ausencia de higiene provoca brotes epidémicos
y el hacinamiento y la ausencia de ventilación
favorecen el contagio.
Hubo
cárceles y campos de concentración en
los que los presos morían como moscas. No sé
si habrían planificado la eliminación
de presos creando las condiciones precisas para que
enfermasen y se muriesen. Lo cierto es que las condiciones
de vida de los presos en las cárceles, en los
campos de concentración y en los batallones de
trabajadores dependían, sobre todo, del director
o mando superior de los mismos, también del capellán
y, en menor medida, de jefes y guardianes. El director
de una cárcel o el jefe de un campo de concentración
podían permitir o no que se robase, que se estraperlase
con el presupuesto y con la comida de los presos; podía
imponer un régimen severo y vengativo, u otro
que beneficiase a los presos. Por eso en unos sitios
se comía mejor y en otros se morían de
hambre; en unos, las palizas eran frecuentes, y en otros,
excepcionales.
Las
enfermedades fueron para muchos presos otras condenas
de muerte de las que, como si de una cruel repesca se
tratase, no se pudieron librar. Siempre rondó
la muerte en las prisiones, siempre el temor a los ruidos
nocturnos, a que cualquier traslado pudiera terminar
en una cuneta o en la pared de cualquier cementerio.
Si la mortandad en las cárceles fue siempre muy
elevada, en el año 1941 y en algunas prisiones
en particular alcanzó cotas de exterminio.
En
Abril de 1937, las autoridades franquistas aprobaron
una ley que reconocía el derecho al trabajo de
los prisioneros de guerra y presos políticos.
Se les pagaba dos pesetas diarias, de las que se les
retenía una con cincuenta céntimos; si
estaba casado legalmente y la familia residía
en la zona nacionalista, se le entregaba a la mujer
dos pesetas diarias y otra peseta más por cada
hijo menor de quince años.
En
Julio de ese mismo año se creó la Inspección
de los Campos de Concentración para prisioneros,
nombrándose como jefe de la misma al coronel
Luis de Martín Pinillos:
«(...)
Habida cuenta del gran número de los mismos (prisioneros
de guerra) que se iban acumulando a medida que nuestro
Ejército adelantaba en su carrera victoriosa,
y habida cuenta también de la índole especial
de la guerra que mantenemos, diferente en muchísimos
aspectos de una guerra internacional y de la mayor parte
de las guerras civiles que han ensangrentado el suelo
de nuestra Patria y el de otras naciones, pues no se
trata en nuestro caso de dilucidar cruentamente una
discordia meramente política, pero en la que
los bandos contendientes, por lo demás, estén
formados por hombres honrados que profesan sus ideales
de buena fe y que al luchar guardan el respeto debido
a la dignidad humana y a las leyes caballerescas de
la guerra, sino que desgraciadamente, en este caso de
España, frente al Ejército Nacional
no se alza otro Ejército, sino una horda de asesinos
y forajidos y junto a ellos, y como menos culpables,
unos bellacos engañados por una propaganda infame
y no es eso lo peor, sino que junto a esas dos clases
de elementos, asesinos y bellacos, forman también,
aunque a la fuerza, buen número de hermanos nuestros,
de nuestras ideas y convicciones y que la desgracia
los ha llevado a estar entre los rojos al estallar el
glorioso alzamiento nacional y salvador de nuestra Patria
y de la civilización cristiana. Estas circunstancias
complican extraordinariamente el problema a resolver
por la Inspección de prisioneros, pues el régimen
a aplicar a los mismos ha de ser distinto al que habría
que seguir en una guerra regular, internacional o civil.
No obstante y por disposición especial de
nuestro magnánimo Generalísimo, los prisioneros
que no hubiesen realizado crímenes y delitos
comunes han de gozar de todas las garantías del
Convenio de Ginebra de 1929.»
La
Inspección de Campos de Concentración
tenía su sede en Burgos y estaba estructurada
en cinco secciones: Personal; Intendencia e Intervención;
Sanidad y Farmacia; Trabajos y Obras, y Justicia.
Al frente de las mismas había un jefe de Ingenieros,
otro de Intendencia y otro de Sanidad; un capitán
de Estado Mayor de Infantería y otro capitán
de Farmacia; un teniente Auditor de 2ª y un capellán.
Aunque su misión, organización y dependencia
orgánica no habían sido definidas en ninguna
disposición oficial, “la fuerza incontrastable
de la realidad ha hecho que la Inspección dependa
exclusivamente del Cuartel General del Generalísimo”.
La
caída de Santander en poder del ejército
nacionalista en Agosto del treinta y siete trajo consigo
la captura de unos cincuenta mil prisioneros. Tan
elevado número ocasionó serias dificultades
al mando nacionalista, de tal modo que el coronel jefe
de la Inspección de Campos, en la memoria que
envía en Mayo de 1938 al “Generalísimo”
y al general Dávila, considera uno de los mayores
logros de esa Inspección el haber conseguido
solucionar el problema de “alojar” y “alimentar”
a aquella masa enorme de prisioneros en pocas horas.
Para ello, se crearon en Santoña cuatro campos
de concentración con un total de 1.200 prisioneros;
varios campos en Laredo para unos 9.000 prisioneros;
otros más en Castro Urdiales que albergaban a
10.000 prisioneros, y cuatro en Santander para un total
de 12.000 prisioneros. Hay que suponer que el resto
de prisioneros serían trasladados a otros campos
fuera de Cantabria. Para dirigir y administrar todos
estos nuevos campos de concentración, se creó
en Santander una delegación de la Inspección
de Campos, a cuyo frente se puso un teniente coronel
y varios jefes y oficiales. Posteriormente, se crearían
otras delegaciones en Asturias, Galicia, Bilbao, Zaragoza,
Baleares, Cáceres y Andalucía.
Para
llevar a cabo la clasificación de los prisioneros,
los generales de división o al mando de fuerza
estaban autorizados para constituir en las ciudades
conquistadas y en el número que considerasen
oportuno las llamadas Comisiones Clasificadoras de
Prisioneros y Presentados. Cada una de estas Comisiones
estaba formada por un jefe del Ejército o de
la Armada, dos oficiales, uno de los cuales tenía
que ser del cuerpo Jurídico, y personal subalterno.
Su misión consistía en “proceder
rápidamente, con amplitud y libertad de procedimiento,
a clasificar a los prisioneros y presentados según
su presunta o comprobada conducta o responsabilidad.”
Esta clasificación se hacía en cinco grupos,
de acuerdo con el supuesto mayor o menor grado de responsabilidad
política, militar, etc., del prisionero. Los
clasificados en el grupo “A” eran puestos
en libertad o enviados a la Caja de Recluta si estaban
en edad militar. Los de los grupos “A” dudosos
y “B” eran enviados a campos de concentración
en expectativa de ser destinados a Batallones de Trabajadores
si su edad y estado de salud lo permitían. Los
de los grupos “C” y “D” quedaban
a disposición de las correspondientes autoridades
judiciales. Previamente, todas las actas de clasificación
tenían que ser remitidas a la Auditoría
de Guerra correspondiente, que podía aprobarlas
u ordenar que se practicasen diligencias escritas sobre
todos aquellos casos en los que discrepara de la clasificación
propuesta por la Comisión.
A
finales de 1937, las cifras oficiales de prisioneros
en poder del ejército nacionalista eran las siguientes:
Grupo A:
58.972
Grupo A (dudosos): 15.753
Grupo B:
13.925
Grupo C:
9.483
Grupo D:
2.282
Pendientes clasificar: 6.407
Total:
106.822
Aunque
en la memoria de la Inspección de Campos de Mayo
de 1938 se dice que el número de prisioneros
pasaba de 160.000, es difícil saber si esa
respetable cifra era la cantidad total de presos en
la zona nacionalista o, como yo me inclino a creer,
no se incluía a los condenados en consejo de
guerra que cumplían condena en Pamplona, Burgos
y Puerto de Santa María, ni a los presos civiles
encerrados en cárceles dependientes de Instituciones
Penitenciarias, en las “chekas” de Falange,
en comisarías y cuarteles de la policía
y Guardia Civil y en los calabozos de los Ayuntamientos.
Por esas mismas fechas, estuvo estudiándose
un proyecto para trasladar a la isla de Annobón,
isla de diecisiete kilómetros cuadrados situada
en la Guinea Ecuatorial, a todos los presos condenados
a entre veinte y treinta años de cárcel,
y a los catalogados como inadaptables o peligrosos.
La
mayor parte de los prisioneros hechos en Asturias en
1937 fueron internados en campos de concentración
y prisiones provisionales situadas en la propia Asturias
y en las regiones vecinas. Ahí permanecieron
hasta que fueron clasificados, trasladándoseles
después a la ciudades donde actuaban los tribunales
militares o a los batallones de Trabajadores.
He
aquí una relación de cárceles y
campos de concentración cuyo nombre y ubicación
he podido averiguar:
En
Asturias:
Campo
de Concentración de Celorio (Llanes).
Plaza
de Toros de Gijón.
Cárcel
de El Coto (Gijón).
Prisión
provisional de El Cerillero (Gijón).
Prisión
provisional de La Harinera (Gijón).
Cárcel
de Oviedo
Campo
de Concentración de La Cadellada (Oviedo).
Campo
de Concentración de Candás.
Campo
de Concentración de La Vidriera (Avilés)
Campo
de Concentración de Canero
Campo
de Concentración de Ortiguera
Campo
de Concentración de Andes (Navia)
Campo
de Concentración de Figueras (Castropol)
Además,
con una duración más efímera, también
se utilizaron las cárceles de partido judicial,
cines, escuelas y fábricas a lo largo y ancho
de la región.
El
campo de concentración de Celorio desapareció
en Febrero del 38, trasladándose la Jefatura
a Avilés.
En
Galicia:
Campo
de Concentración de Ribadeo (Lugo)
Campo
de Concentración de Betanzos (La Coruña)
Campo
de Concentración de Cedeira (La Coruña)
Campo
de Concentración de Muros (La Coruña)
Campo
de Concentración de la Puebla del Caramiñal
(La Coruña)
Campo
de Concentración de Santiago (La Coruña)
Campo
de Concentración de Rianxo (Pontevedra)
Prisión
habilitada en el cuartel de Artillería de Figueirido
(Pontevedra)
Campo
de Concentración del Lazareto de la isla de San
Simón (Pontevedra)
Campo
de Concentración de Camposancos (Pontevedra)
Campo
de Concentración del monasterio de Santa María
de Oya (Pontevedra)
Prisión
provisional de Celanova (Orense)
En
León:
Campo
de Concentración del Monasterio de San Marcos
Campo
de Concentración de Santa Ana
Campo
de Concentración de Santocildes (Astorga)
En
Cantabria:
Campo
de Concentración del seminario de Corbán
Prisión
provisional de La Tabacalera (Santander)
Prisión
provisional de Las Oblatas (Santander)
Campo
de Concentración de La Magdalena (Santander)
Penal
de El Dueso (Santoña)
Campo
de Concentración del Instituto Manzanedo (Santoña)
Campo
de Concentración del cuartel de Infantería
(Santoña)
Campos
de Concentración (provisionales) de Laredo
Campos
de Concentración (provisionales) de Castro Urdiales
En
Vizcaya:
Prisión
de Larrínaga (Bilbao)
Prisión
provisional de Los Escolapios (Bilbao)
Prisión
provisional de El Carmelo (Bilbao)
Campo
de concentración de la Universidad Comercial
de Deusto
Prisión
de mujeres de Amorebieta.
Campo
de Concentración de Orduña.
En
Guipúzcoa:
Prisión
de Mujeres de Saturrarán (Motrico).
Prisión
de Mujeres de Ondarreta.
En
Alava:
Campo
de Concentración del colegio convento de Murguía.
Campo
de Concentración de Nanclares de Oca.
En
Navarra:
Penal
del castillo de San Cristóbal.
Campo
de Concentración del Monasterio de Irache.
Campo
de Concentración de Estella.
En
Logroño:
Campo
de Concentración de la plaza de toros
En
Burgos:
Penal
de Burgos.
Campo
de Concentración de Miranda de Ebro.
Campo
de Concentración del Monasterio San Pedro de
Cardeña
Campo
de Concentración de Lerma.
Campo
de Concentración de Aranda de Duero.
En
Valladolid:
Campo
de Concentración del Monasterio de la Santa Espina
Campo
de Concentración de Medina de Rioseco.
En
Zaragoza:
Campo
de Concentración de San Gregorio (en la antigua
Academia General Militar)
Campo
de Concentración de San Juan de Mozarrífar
En
Cáceres:
Campo
de Concentración de Los Arenales
Campo
de Concentración de la plaza de toros de Plasencia.
Cádiz:
Penal
del Puerto de Santa María.
Campo
de Concentración de la almadraba de Rota.
Campo de concentración de Muros de San Pedro
(La Coruña)
La
Inspección de Campos también creó
su propia red de hospitales para prisioneros. Estos
hospitales estaba situados en el colegio de los Sagrados
Corazones, de Santander; en el balneario de Liérganes,
en el antiguo hospital militar de Santoña y el
hospital para infecciosos del lazareto de Sanidad exterior
de Maliaño, los cuatro en Cantabria; y en Vizcaya,
el hospital de la Universidad Comercial de Deusto y
el hospital del colegio de los Agustinos de Guernica.
El número total de camas era 2.285. La cantidad
diaria asignada por cada prisionero hospitalizado era
de dos pesetas y quince céntimos, cantidad que,
según la propia Inspección de Campos,
exigía un verdadero esfuerzo para mantener “el
excelente régimen de comidas a que están
sometidos los heridos y enfermos”.
También
se estaban realizando obras para convertir en hospital
para tuberculosos el convento de Legarrea, en Oyarzun,
mientras que a los prisioneros dementes se les internaba
en los manicomios de Santa Agueda y Mondragón.
Seguramente
que debía de haber otros campos de concentración
en Andalucía, donde el número de presos,
según informes de los propios auditores militares,
había alcanzado niveles nunca vistos antes; y
en Mallorca, y en las islas Canarias, desde donde se
pidieron barcos mercantes para utilizarlos como prisiones
flotantes ante la imposibilidad de encontrar locales
suficientes para tantos presos; y en Melilla y en Ceuta...
Se conoce la existencia de más campos de concentración
en Soria, en Talavera de la Reina y Córdoba.
La
falta de precisión en todo lo referido a prisioneros
y campos de concentración se debe a que buena
parte de la documentación existente en los archivos
militares permanece clasificada y no se permite que
los investigadores la consulten, y ello a pesar de que
haya pasado ya con creces el plazo de cincuenta años
que marca la ley.
Lazareto de la isla de San Simón, en la ría
de Vigo, convertido
en campo de concentración.
Campo de concentración de Rianxo (Pontevedra)
Presos
extranjeros en poder del ejército franquista
el 31-9-38 por nacionalidades:
Estados
Unidos:
69
Francia: 55
Portugal:
54
Argentina:
41
Cuba: 41
Inglaterra:
39
Polonia: 30
Holanda:
21
Canadá
17
Yugoslavia:
14
Suecia: 14
Checoslovaquia:
13
Islandia:
12
Escocia: 12
Suiza: 11
Dinamarca:
8
Hungría:
7
Noruega:
5
Bélgica:
5
Grecia: 4
Chile: 4
Estonia:
3
Bulgaria:
3
Rusia: 2
Rumanía:
2
Méjico:
2
Perú: 2
Filipinas:
2
Turquía:
2
China:
1
Uruguay:
1
Puerto Rico:
1
Finlandia:
1
Letonia:
1
Sin
determinar:
88
TOTAL:
587
Algunos
campos de concentración tuvieron una vida corta
y se iban cerrando a medida que los prisioneros que
albergaban eran sometidos a consejos de guerra o destinados
a Batallones de Trabajadores. Al mismo tiempo, se abrían
otros nuevos en los territorios que iban cayendo en
poder del ejército nacionalista, de manera especial
con la conquista de Cataluña y, finalmente, con
la rendición del ejército republicano.
El
campo de concentración de San Juan de Mozarrífar,
en Zaragoza, se convirtió en centro distribuidor
de todos los prisioneros procedentes de los campos de
concentración instalados en Cataluña.
Otro campo de concentración famoso, el de
Miranda de Ebro, tal vez el de mayores dimensiones y
mayor número de presos, estaba situado aprovechando
las instalaciones de una antigua fábrica de azúcar,
a la orilla del Ebro. Posteriormente fue ampliado con
terrenos pertenecientes a la S.A. de Sulfatos Españoles.
Este campo de concentración de Miranda debió
de ser el que más tiempo permaneció en
funcionamiento. Albergó primero a prisioneros
de los frentes vascos, pasando, más tarde, a
funcionar también como centro distribuidor de
los prisioneros de la zona Norte destinados a Batallones
de Trabajadores. Durante la II Guerra Mundial, los extranjeros
pertenecientes a los países beligerantes, o que
estuvieran indocumentados o resultaran sospechosos,
eran internados en este campo de concentración.
En 1943 había allí 3.500 prisioneros
extranjeros, a pesar de que su capacidad había
quedado oficialmente establecida en 2.600. La propia
dirección del campo se quejaba, además,
de que todos los días les enviaban un número
creciente de prisioneros que no tenían donde
meter.
Uno
de los mayores problemas de los campos de concentración
en general, y del de Miranda de Ebro en particular,
era el suministro de agua potable a los prisioneros.
En ese año de 1943, según informes de
las propias autoridades franquistas, el campo de Miranda
de Ebro contaba con una sola fuente de un solo grifo
para que los prisioneros pudieran coger agua para beber.
Los
prisioneros extranjeros se agrupaban por nacionalidades
y tenían un jefe de grupo que era el encargado
de enlazar con el oficial español. El trato que
se les daba era el de soldados, formaban para izar y
arriar la bandera, y permanecían el resto del
día sin ninguna otra obligación. Las
deplorables condiciones de vida del campo de Miranda
hicieron que en ese año de 1943 los prisioneros
organizaran diversas protestas y hasta una huelga de
hambre. Los representantes consulares solicitaron
a las autoridades españolas permiso para poder
visitar el campo y conocer así la situación
real de sus compatriotas, pero todos esos permisos fueron
sistemáticamente rechazados hasta que, un año
después, con la realización de ciertas
mejoras en las instalaciones del campo de concentración
y una drástica disminución del número
de prisioneros, la situación mejoró ostensiblemente.
Se autorizaron entonces las visitas de los representantes
diplomáticos, los cuales, además, se encargaban
de entregar a los prisioneros de sus países respectivos
alimentos, ropa y dinero.
A
principios de 1944, ante la evolución de la guerra
en Europa y en previsión de una gran avalancha
de refugiados y evadidos, el Estado Mayor franquista
propuso que en las regiones militares IV y V, Aragón
y Cataluña, se buscasen emplazamientos para nuevos
campos de concentración. Se sabe de la existencia
de los de Jaca, Sabiñánigo y Boltaña;
los de Cervera, en Lérida, y Figueras en Gerona;
los de Vendrell y Sitges, Caldas de Malavella, Llano
de Balaguer, Jaraba y Alhama de Aragón. En Jaraba,
Zaragoza, estuvieron internados los oficiales pertenecientes
a los ejércitos de los países beligerantes.
Entre los nuevos emplazamientos en los que se planeaba
construir campos de concentración, figuraba también
una antigua fábrica de papel situada a 3 kms.
del pueblo de La Riba, en la comarca de Valls-Montblanch;
y otro en la zona de La Almunia, próximo al pueblo
de Calatorao.
Los
prisioneros hechos por las fuerzas franquistas al rendirse
Asturias en Octubre de 1937
Al
cesar la resistencia republicana en Asturias, el número
de prisioneros capturados por los nacionalistas fue
muy elevado. Los que fueron capturados por la Armada
nacionalista en la mar, a bordo de los mercantes y pesqueros
en los que trataban de alcanzar la costa atlántica
francesa, se les condujo convoyados hasta Ribadeo. Allí,
a unos se les desembarcó para internarlos en
los campos de concentración de Figueras y
Ribadeo; otros, la mayoría, fueron trasladados
por mar a la base naval de Ferrol y al campo de concentración
de Camposancos. Días después, los
que estaban en Ferrol, en los mismos barcos en que se
encontraban detenidos, fueron trasladados a La Coruña,
donde, una vez clasificados, se les distribuyó
por los campos de concentración de Cedeira, Rianxo
y Muros de San Pedro.
Según
las instrucciones dadas por el coronel jefe de la Inspección
de Campos, los prisioneros internados en ellos estaban
militarizados y sujetos al Código de Justicia
Militar y a los convenios de Ginebra. Al mismo tiempo,
se redactó un reglamento de régimen interior,
en el que venían detallados todos los aspectos
de la vida en un campo de concentración. Los
prisioneros tenían que formar por la mañana,
para izar la bandera, y al anochecer, para arriarla,
además de otras llamadas a formación a
lo largo del día. Estaban también obligados
a saludar brazo en alto, cantar los himnos y dar los
tres “vivas” de rigor. De la labor religiosa
entre los prisioneros se encargaba el clero castrense,
contando con sacerdotes todos los campos de concentración
y batallones de Trabajadores. Así mismo, la asistencia
a misa los domingos era obligatoria, concurriendo a
ella los prisioneros en formación.
Los
prisioneros capturados en Asturias que no habían
intentado huir por mar fueron internados en campos de
concentración provisionales como los instalados
en Llanes, Celorio, en la Plaza de Toros, en “La
Harinera” y en el Cerillero, en Gijón;
en Candás, en “La Vidriera” de Avilés;
en “La Cadellada”, en Oviedo; en Luarca,
en Ortiguera, en Andes (Navia) y en Figueras. Todos
estos campos, con un total de unos treinta mil prisioneros,
quedaron adscritos a la recién creada delegación
de Asturias de la Inspección de Campos de Concentración.
Además, en cada capital de concejo de la parte
de Asturias que había permanecido en manos republicanas,
se ordenó la presentación de los mozos
de las quintas que habían sido movilizadas y,
una vez concentrados, se les trasladó a depósitos
provisionales, como los que hubo en Infiesto, Pola de
Siero, Grado y otras partes. A su vez, la Falange, la
Guardia Civil, la Guardia de Asalto y la policía
procedieron a detener y encarcelar en sus respectivas
dependencias a todo aquel que consideraban sospechoso.
En
un telegrama del coronel jefe de la Inspección
de Campos de Concentración dirigido al Cuartel
General del Generalísimo, fechado el veintiocho
de Febrero de 1938, se comunica que ya habían
sido trasladados fuera de Asturias todos los prisioneros
de los campos de concentración y evacuados a
hospitales de prisioneros los más de 700 heridos
hospitalizados en la zona republicana de Asturias. A
los 387 heridos que estaban ingresados en los hospitales
de Gijón se les trasladó a Bilbao.