Primera República|Entre Repúblicas|Segunda República|Crítica Republicana a la II República |Contacta
|Dictadura franquista|
La Libertad es un bien muy preciado
El destino de los prisioneros: Campos de concentración. Batallones de trabajadores y cárceles


En los sistemas de terror todo el mundo es sospechoso y todo sospechoso es encarcelable.
Si a esto añadimos el creciente número de prisioneros de guerra, se comprenderá que en la España nacionalista un rosario de cárceles, prisiones provisionales, depósitos y campos de concentración cubría su territorio.

Sobre la vida de los prisioneros en campos de concentración y cárceles, todos los testimonios coinciden en estas características: hambre, hacinamiento, ausencia de higiene, enfermedades, malos tratos y arbitrariedad.

Del hambre que pasaban los presos, baste decir que aquel preso que no recibía paquetes de comida de su familia y dinero para suministrarse en el economato de la prisión, lo más probable era que se terminase muriendo. En muchas cárceles y campos, los asturianos se hicieron famosos por sus “comunas”. En esas “comunas” lo que cada uno recibía de la familia era equitativamente repartido entre todos los demás compañeros.

Según informes del coronel jefe de la Inspección de Campos de Concentración, las delegaciones y campos habían ahorrado de la asignación para alimentos de los prisioneros las siguientes cantidades:

Santander, año 1937.

Septiembre:     281.292,15 pts.

Octubre:          252.328,55 pts.

Noviembre:     141.697.-  pts.

Asturias, año 1937.

Noviembre:     35.050,40 pts. (Con unas existencias de carne en conserva por valor de 98.000.- pts.)

Campo de Concentración de San Marcos, León, año 1937.

De Octubre a Diciembre: 101.445,75 pts.

Total ahorrado en los campos dependientes de la Inspección:

            1.002.843,66 pts. de economías.

Dado en Burgos, el 31 de Diciembre de 1937 por el comandante de Intendencia. VºBº el coronel Inspector. Conforme del Comisario de Guerra. Esta cantidad se reintegra al Tesoro]       

El hacinamiento era extremo. Todas las personas con las que hablé coinciden en la misma frase: “como sardinas en lata”. En las celdas de la cárcel de El Coto, de unos dos por tres metros, estaban catorce presos, y en las aglomeraciones, todos los días se calculaba en centímetros el ancho que podía ocupar cada preso.

La falta de higiene era total: nada de duchas, solamente unos retretes precarios, incapaces de sumir los detritus de aquella masa humana; a veces, simples baldes que se retiraban una vez al día. Plagas de chinches y piojos. El agua escaseaba o llegaba a faltar totalmente. Su potabilidad era siempre más que dudosa. En muchos casos, para empeorar las condiciones, se daba la orden de que las ventanas permaneciesen cerradas y el aire se hacía irrespirable.

El hambre debilita las defensas del organismo humano. La ausencia de higiene provoca brotes epidémicos y el hacinamiento y la ausencia de ventilación favorecen el contagio.

Hubo cárceles y campos de concentración en los que los presos morían como moscas. No sé si habrían planificado la eliminación de presos creando las condiciones precisas para que enfermasen y se muriesen. Lo cierto es que las condiciones de vida de los presos en las cárceles, en los campos de concentración y en los batallones de trabajadores dependían, sobre todo, del director o mando superior de los mismos, también del capellán y, en menor medida, de jefes y guardianes. El director de una cárcel o el jefe de un campo de concentración podían permitir o no que se robase, que se estraperlase con el presupuesto y con la comida de los presos; podía imponer un régimen severo y vengativo, u otro que beneficiase a los presos. Por eso en unos sitios se comía mejor y en otros se morían de hambre; en unos, las palizas eran frecuentes, y en otros, excepcionales.

Las enfermedades fueron para muchos presos otras condenas de muerte de las que, como si de una cruel repesca se tratase, no se pudieron librar. Siempre rondó la muerte en las prisiones, siempre el temor a los ruidos nocturnos, a que cualquier traslado pudiera terminar en una cuneta o en la pared de cualquier cementerio. Si la mortandad en las cárceles fue siempre muy elevada, en el año 1941 y en algunas prisiones en particular alcanzó cotas de exterminio.

En Abril de 1937, las autoridades franquistas aprobaron una ley que reconocía el derecho al trabajo de los prisioneros de guerra y presos políticos. Se les pagaba dos pesetas diarias, de las que se les retenía una con cincuenta céntimos; si estaba casado legalmente y la familia residía en la zona nacionalista, se le entregaba a la mujer dos pesetas diarias y otra peseta más por cada hijo menor de quince años.

En Julio de ese mismo año se creó la Inspección de los Campos de Concentración para prisioneros, nombrándose como jefe de la misma al coronel Luis de Martín Pinillos:

«(...) Habida cuenta del gran número de los mismos (prisioneros de guerra) que se iban acumulando a medida que nuestro Ejército adelantaba en su carrera victoriosa, y habida cuenta también de la índole especial de la guerra que mantenemos, diferente en muchísimos aspectos de una guerra internacional y de la mayor parte de las guerras civiles que han ensangrentado el suelo de nuestra Patria y el de otras naciones, pues no se trata en nuestro caso de dilucidar cruentamente una discordia meramente política, pero en la que los bandos contendientes, por lo demás, estén formados por hombres honrados que profesan sus ideales de buena fe y que al luchar guardan el respeto debido a la dignidad humana y a las leyes caballerescas de la guerra, sino que desgraciadamente, en este caso de España, frente al Ejército Nacional no se alza otro Ejército, sino una horda de asesinos y forajidos y junto a ellos, y como menos culpables, unos bellacos engañados por una propaganda infame y no es eso lo peor, sino que junto a esas dos clases de elementos, asesinos y bellacos, forman también, aunque a la fuerza, buen número de hermanos nuestros, de nuestras ideas y convicciones y que la desgracia los ha llevado a estar entre los rojos al estallar el glorioso alzamiento nacional y salvador de nuestra Patria y de la civilización cristiana. Estas circunstancias complican extraordinariamente el problema a resolver por la Inspección de prisioneros, pues el régimen a aplicar a los mismos ha de ser distinto al que habría que seguir en una guerra regular, internacional o civil. No obstante y por disposición especial de nuestro magnánimo Generalísimo, los prisioneros que no hubiesen realizado crímenes y delitos comunes han de gozar de todas las garantías del Convenio de Ginebra de 1929.»

La Inspección de Campos de Concentración tenía su sede en Burgos y estaba estructurada en cinco secciones: Personal; Intendencia e Intervención; Sanidad y Farmacia; Trabajos y Obras, y Justicia. Al frente de las mismas había un jefe de Ingenieros, otro de Intendencia y otro de Sanidad; un capitán de Estado Mayor de Infantería y otro capitán de Farmacia; un teniente Auditor de 2ª y un capellán. Aunque su misión, organización y dependencia orgánica no habían sido definidas en ninguna disposición oficial, “la fuerza incontrastable de la realidad ha hecho que la Inspección dependa exclusivamente del Cuartel General del Generalísimo”.

La caída de Santander en poder del ejército nacionalista en Agosto del treinta y siete trajo consigo la captura de unos cincuenta mil prisioneros. Tan elevado número ocasionó serias dificultades al mando nacionalista, de tal modo que el coronel jefe de la Inspección de Campos, en la memoria que envía en Mayo de 1938 al “Generalísimo” y al general Dávila, considera uno de los mayores logros de esa Inspección el haber conseguido solucionar el problema de “alojar” y “alimentar” a aquella masa enorme de prisioneros en pocas horas. Para ello, se crearon en Santoña cuatro campos de concentración con un total de 1.200 prisioneros; varios campos en Laredo para unos 9.000 prisioneros; otros más en Castro Urdiales que albergaban a 10.000 prisioneros, y cuatro en Santander para un total de 12.000 prisioneros. Hay que suponer que el resto de prisioneros serían trasladados a otros campos fuera de Cantabria. Para dirigir y administrar todos estos nuevos campos de concentración, se creó en Santander una delegación de la Inspección de Campos, a cuyo frente se puso un teniente coronel y varios jefes y oficiales. Posteriormente, se crearían otras delegaciones en Asturias, Galicia, Bilbao, Zaragoza, Baleares, Cáceres y Andalucía.

Para llevar a cabo la clasificación de los prisioneros, los generales de división o al mando de fuerza estaban autorizados para constituir en las ciudades conquistadas y en el número que considerasen oportuno las llamadas Comisiones Clasificadoras de Prisioneros y Presentados. Cada una de estas Comisiones estaba formada por un jefe del Ejército o de la Armada, dos oficiales, uno de los cuales tenía que ser del cuerpo Jurídico, y personal subalterno. Su misión consistía en “proceder rápidamente, con amplitud y libertad de procedimiento, a clasificar a los prisioneros y presentados según su presunta o comprobada conducta o responsabilidad.” Esta clasificación se hacía en cinco grupos, de acuerdo con el supuesto mayor o menor grado de responsabilidad política, militar, etc., del prisionero. Los clasificados en el grupo “A” eran puestos en libertad o enviados a la Caja de Recluta si estaban en edad militar. Los de los grupos “A” dudosos y “B” eran enviados a campos de concentración en expectativa de ser destinados a Batallones de Trabajadores si su edad y estado de salud lo permitían. Los de los grupos “C” y “D” quedaban a disposición de las correspondientes autoridades judiciales. Previamente, todas las actas de clasificación tenían que ser remitidas a la Auditoría de Guerra correspondiente, que podía aprobarlas u ordenar que se practicasen diligencias escritas sobre todos aquellos casos en los que discrepara de la clasificación propuesta por la Comisión.

A finales de 1937, las cifras oficiales de prisioneros en poder del ejército nacionalista eran las siguientes:

            Grupo A:                    58.972

            Grupo A (dudosos):   15.753

            Grupo B:                    13.925

            Grupo C:                     9.483

            Grupo D:                     2.282

            Pendientes clasificar:    6.407

            Total:                        106.822

Aunque en la memoria de la Inspección de Campos de Mayo de 1938 se dice que el número de prisioneros pasaba de 160.000, es difícil saber si esa respetable cifra era la cantidad total de presos en la zona nacionalista o, como yo me inclino a creer, no se incluía a los condenados en consejo de guerra que cumplían condena en Pamplona, Burgos y Puerto de Santa María, ni a los presos civiles encerrados en cárceles dependientes de Instituciones Penitenciarias, en las “chekas” de Falange, en comisarías y cuarteles de la policía y Guardia Civil y en los calabozos de los Ayuntamientos. Por esas mismas fechas, estuvo estudiándose un proyecto para trasladar a la isla de Annobón, isla de diecisiete kilómetros cuadrados situada en la Guinea Ecuatorial, a todos los presos condenados a entre veinte y treinta años de cárcel, y a los catalogados como inadaptables o peligrosos.  

La mayor parte de los prisioneros hechos en Asturias en 1937 fueron internados en campos de concentración y prisiones provisionales situadas en la propia Asturias y en las regiones vecinas. Ahí permanecieron hasta que fueron clasificados, trasladándoseles después a la ciudades donde actuaban los tribunales militares o a los batallones de Trabajadores.

He aquí una relación de cárceles y campos de concentración cuyo nombre y ubicación he podido averiguar:

En Asturias:

Campo de Concentración de Celorio (Llanes).

Plaza de Toros de Gijón.

Cárcel de El Coto (Gijón).

Prisión provisional de El Cerillero (Gijón).

Prisión provisional de La Harinera (Gijón).

Cárcel de Oviedo

Campo de Concentración de La Cadellada (Oviedo).

Campo de Concentración de Candás.

Campo de Concentración de La Vidriera (Avilés)

Campo de Concentración de Canero

Campo de Concentración de Ortiguera

Campo de Concentración de Andes (Navia)

Campo de Concentración de Figueras (Castropol)

Además, con una duración más efímera, también se utilizaron las cárceles de partido judicial, cines, escuelas y fábricas a lo largo y ancho de la región.

El campo de concentración de Celorio desapareció en Febrero del 38, trasladándose la Jefatura a Avilés.

En Galicia:

Campo de Concentración de Ribadeo (Lugo)

Campo de Concentración de Betanzos (La Coruña)

Campo de Concentración de Cedeira (La Coruña)

Campo de Concentración de Muros (La Coruña)

Campo de Concentración de la Puebla del Caramiñal (La Coruña)

Campo de Concentración de Santiago (La Coruña)

Campo de Concentración de Rianxo (Pontevedra)

Prisión habilitada en el cuartel de Artillería de Figueirido (Pontevedra)

Campo de Concentración del Lazareto de la isla de San Simón (Pontevedra)

Campo de Concentración de Camposancos (Pontevedra)

Campo de Concentración del monasterio de Santa María de Oya (Pontevedra)

Prisión provisional de Celanova (Orense)

En León:

Campo de Concentración del Monasterio de San Marcos

Campo de Concentración de Santa Ana

Campo de Concentración de Santocildes (Astorga)

En Cantabria:

Campo de Concentración del seminario de Corbán

Prisión provisional de La Tabacalera (Santander)

Prisión provisional de Las Oblatas (Santander)

Campo de Concentración de La Magdalena (Santander)

Penal de El Dueso (Santoña)

Campo de Concentración del Instituto Manzanedo (Santoña)

Campo de Concentración del cuartel de Infantería (Santoña)

Campos de Concentración (provisionales) de Laredo

Campos de Concentración (provisionales) de Castro Urdiales

En Vizcaya:

Prisión de Larrínaga (Bilbao)

Prisión provisional de Los Escolapios (Bilbao)

Prisión provisional de El Carmelo (Bilbao)

Campo de concentración de la Universidad Comercial de Deusto

Prisión de mujeres de Amorebieta.

Campo de Concentración de Orduña.

En Guipúzcoa:

Prisión de Mujeres de Saturrarán (Motrico).

Prisión de Mujeres de Ondarreta.

En Alava:

Campo de Concentración del colegio convento de Murguía.

Campo de Concentración de Nanclares de Oca.

En Navarra:

Penal del castillo de San Cristóbal.

Campo de Concentración del Monasterio de Irache.

Campo de Concentración de Estella.

En Logroño:

Campo de Concentración de la plaza de toros

En Burgos:

Penal de Burgos.

Campo de Concentración de Miranda de Ebro.

Campo de Concentración del Monasterio San Pedro de Cardeña

Campo de Concentración de Lerma.

Campo de Concentración de Aranda de Duero.

En Valladolid:

Campo de Concentración del Monasterio de la Santa Espina

Campo de Concentración de Medina de Rioseco.

En Zaragoza:

Campo de Concentración de San Gregorio (en la antigua Academia General Militar)

Campo de Concentración de San Juan de Mozarrífar

En Cáceres:

Campo de Concentración de Los Arenales

Campo de Concentración de la plaza de toros de Plasencia.

Cádiz:

Penal del Puerto de Santa María.

Campo de Concentración de la almadraba de Rota.


Campo de concentración de Muros de San Pedro (La Coruña)

La Inspección de Campos también creó su propia red de hospitales para prisioneros. Estos hospitales estaba situados en el colegio de los Sagrados Corazones, de Santander; en el balneario de Liérganes, en el antiguo hospital militar de Santoña y el hospital para infecciosos del lazareto de Sanidad exterior de Maliaño, los cuatro en Cantabria; y en Vizcaya, el hospital de la Universidad Comercial de Deusto y el hospital del colegio de los Agustinos de Guernica. El número total de camas era 2.285. La cantidad diaria asignada por cada prisionero hospitalizado era de dos pesetas y quince céntimos, cantidad que, según la propia Inspección de Campos, exigía un verdadero esfuerzo para mantener “el excelente régimen de comidas a que están sometidos los heridos y enfermos”.

También se estaban realizando obras para convertir en hospital para tuberculosos el convento de Legarrea, en Oyarzun, mientras que a los prisioneros dementes se les internaba en los manicomios de Santa Agueda y Mondragón.

Seguramente que debía de haber otros campos de concentración en Andalucía, donde el número de presos, según informes de los propios auditores militares, había alcanzado niveles nunca vistos antes; y en Mallorca, y en las islas Canarias, desde donde se pidieron barcos mercantes para utilizarlos como prisiones flotantes ante la imposibilidad de encontrar locales suficientes para tantos presos; y en Melilla y en Ceuta... Se conoce la existencia de más campos de concentración en Soria, en Talavera de la Reina y Córdoba.

La falta de precisión en todo lo referido a prisioneros y campos de concentración se debe a que buena parte de la documentación existente en los archivos militares permanece clasificada y no se permite que los investigadores la consulten, y ello a pesar de que haya pasado ya con creces el plazo de cincuenta años que marca la ley.


Lazareto de la isla de San Simón, en la ría de Vigo, convertido
en campo de concentración.


Campo de concentración de Rianxo (Pontevedra)

Presos extranjeros en poder del ejército franquista el 31-9-38 por nacionalidades:

Estados Unidos:         69
Francia:                     55
Portugal:                    54
Argentina:                   41
Cuba:                         41
Inglaterra:                   39
Polonia:                      30       
Holanda:                     21
Canadá                       17       
Yugoslavia:                 14
Suecia:                       14       
Checoslovaquia:          13
Islandia:                      12       
Escocia:                     12
Suiza:                         11       
Dinamarca:                   8
Hungría:                        7       
Noruega:                       5
Bélgica:                        5       
Grecia:                         4
Chile:                           4       
Estonia:                       3
Bulgaria:                      3       
Rusia:                          2
Rumanía:                     2
Méjico:                        2
Perú:                           2       
Filipinas:                      2
Turquía:                        2       
China:                          1
Uruguay:                      1       
Puerto Rico:                 1
Finlandia:                     1
Letonia:                        1

Sin determinar:            88       

TOTAL:         587

Algunos campos de concentración tuvieron una vida corta y se iban cerrando a medida que los prisioneros que albergaban eran sometidos a consejos de guerra o destinados a Batallones de Trabajadores. Al mismo tiempo, se abrían otros nuevos en los territorios que iban cayendo en poder del ejército nacionalista, de manera especial con la conquista de Cataluña y, finalmente, con la rendición del ejército republicano.

El campo de concentración de San Juan de Mozarrífar, en Zaragoza, se convirtió en centro distribuidor de todos los prisioneros procedentes de los campos de concentración instalados en Cataluña. Otro campo de concentración famoso, el de Miranda de Ebro, tal vez el de mayores dimensiones y mayor número de presos, estaba situado aprovechando las instalaciones de una antigua fábrica de azúcar, a la orilla del Ebro. Posteriormente fue ampliado con terrenos pertenecientes a la S.A. de Sulfatos Españoles. Este campo de concentración de Miranda debió de ser el que más tiempo permaneció en funcionamiento. Albergó primero a prisioneros de los frentes vascos, pasando, más tarde, a funcionar también como centro distribuidor de los prisioneros de la zona Norte destinados a Batallones de Trabajadores. Durante la II Guerra Mundial, los extranjeros pertenecientes a los países beligerantes, o que estuvieran indocumentados o resultaran sospechosos, eran internados en este campo de concentración. En 1943 había allí 3.500 prisioneros extranjeros, a pesar de que su capacidad había quedado oficialmente establecida en 2.600. La propia dirección del campo se quejaba, además, de que todos los días les enviaban un número creciente de prisioneros que no tenían donde meter.

Uno de los mayores problemas de los campos de concentración en general, y del de Miranda de Ebro en particular, era el suministro de agua potable a los prisioneros. En ese año de 1943, según informes de las propias autoridades franquistas, el campo de Miranda de Ebro contaba con una sola fuente de un solo grifo para que los prisioneros pudieran coger agua para beber.

Los prisioneros extranjeros se agrupaban por nacionalidades y tenían un jefe de grupo que era el encargado de enlazar con el oficial español. El trato que se les daba era el de soldados, formaban para izar y arriar la bandera, y permanecían el resto del día sin ninguna otra obligación. Las deplorables condiciones de vida del campo de Miranda hicieron que en ese año de 1943 los prisioneros organizaran diversas protestas y hasta una huelga de hambre. Los representantes consulares solicitaron a las autoridades españolas permiso para poder visitar el campo y conocer así la situación real de sus compatriotas, pero todos esos permisos fueron sistemáticamente rechazados hasta que, un año después, con la realización de ciertas mejoras en las instalaciones del campo de concentración y una drástica disminución del número de prisioneros, la situación mejoró ostensiblemente. Se autorizaron entonces las visitas de los representantes diplomáticos, los cuales, además, se encargaban de entregar a los prisioneros de sus países respectivos alimentos, ropa y dinero.

A principios de 1944, ante la evolución de la guerra en Europa y en previsión de una gran avalancha de refugiados y evadidos, el Estado Mayor franquista propuso que en las regiones militares IV y V, Aragón y Cataluña, se buscasen emplazamientos para nuevos campos de concentración. Se sabe de la existencia de los de Jaca, Sabiñánigo y Boltaña; los de Cervera, en Lérida, y Figueras en Gerona; los de Vendrell y Sitges, Caldas de Malavella, Llano de Balaguer, Jaraba y Alhama de Aragón. En Jaraba, Zaragoza, estuvieron internados los oficiales pertenecientes a los ejércitos de los países beligerantes. Entre los nuevos emplazamientos en los que se planeaba construir campos de concentración, figuraba también una antigua fábrica de papel situada a 3 kms. del pueblo de La Riba, en la comarca de Valls-Montblanch; y otro en la zona de La Almunia, próximo al pueblo de Calatorao.

Los prisioneros hechos por las fuerzas franquistas al rendirse Asturias en Octubre de 1937

Al cesar la resistencia republicana en Asturias, el número de prisioneros capturados por los nacionalistas fue muy elevado. Los que fueron capturados por la Armada nacionalista en la mar, a bordo de los mercantes y pesqueros en los que trataban de alcanzar la costa atlántica francesa, se les condujo convoyados hasta Ribadeo. Allí, a unos se les desembarcó para internarlos en los campos de concentración de Figueras y Ribadeo; otros, la mayoría, fueron trasladados por mar a la base naval de Ferrol y al campo de concentración de Camposancos. Días después, los que estaban en Ferrol, en los mismos barcos en que se encontraban detenidos, fueron trasladados a La Coruña, donde, una vez clasificados, se les distribuyó por los campos de concentración de Cedeira, Rianxo y Muros de San Pedro.

Según las instrucciones dadas por el coronel jefe de la Inspección de Campos, los prisioneros internados en ellos estaban militarizados y sujetos al Código de Justicia Militar y a los convenios de Ginebra. Al mismo tiempo, se redactó un reglamento de régimen interior, en el que venían detallados todos los aspectos de la vida en un campo de concentración. Los prisioneros tenían que formar por la mañana, para izar la bandera, y al anochecer, para arriarla, además de otras llamadas a formación a lo largo del día. Estaban también obligados a saludar brazo en alto, cantar los himnos y dar los tres “vivas” de rigor. De la labor religiosa entre los prisioneros se encargaba el clero castrense, contando con sacerdotes todos los campos de concentración y batallones de Trabajadores. Así mismo, la asistencia a misa los domingos era obligatoria, concurriendo a ella los prisioneros en formación.

Los prisioneros capturados en Asturias que no habían intentado huir por mar fueron internados en campos de concentración provisionales como los instalados en Llanes, Celorio, en la Plaza de Toros, en “La Harinera” y en el Cerillero, en Gijón; en Candás, en “La Vidriera” de Avilés; en “La Cadellada”, en Oviedo; en Luarca, en Ortiguera, en Andes (Navia) y en Figueras. Todos estos campos, con un total de unos treinta mil prisioneros, quedaron adscritos a la recién creada delegación de Asturias de la Inspección de Campos de Concentración. Además, en cada capital de concejo de la parte de Asturias que había permanecido en manos republicanas, se ordenó la presentación de los mozos de las quintas que habían sido movilizadas y, una vez concentrados, se les trasladó a depósitos provisionales, como los que hubo en Infiesto, Pola de Siero, Grado y otras partes. A su vez, la Falange, la Guardia Civil, la Guardia de Asalto y la policía procedieron a detener y encarcelar en sus respectivas dependencias a todo aquel que consideraban sospechoso.

En un telegrama del coronel jefe de la Inspección de Campos de Concentración dirigido al Cuartel General del Generalísimo, fechado el veintiocho de Febrero de 1938, se comunica que ya habían sido trasladados fuera de Asturias todos los prisioneros de los campos de concentración y evacuados a hospitales de prisioneros los más de 700 heridos hospitalizados en la zona republicana de Asturias. A los 387 heridos que estaban ingresados en los hospitales de Gijón se les trasladó a Bilbao.