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La Libertad es un bien muy preciado
La ocupación de Gijón por las tropas nacionalistas


En las últimas horas del día veinte de Octubre de 1937, los requetés de las brigadas Navarras que mandaba el general Solchaga habían sobrepasado ligeramente Villaviciosa en su avance hacia Gijón. Ese mismo día, el gobierno de Asturias y León, reunido bajo al presidencia de Belarmino Tomás, acordó por unanimidad ordenar la evacuación por mar.
Se cursaron las órdenes para que el mayor número posible de fuerzas del ejército republicano del Norte, así como funcionarios y miembros de los partidos y sindicatos del Frente Popular, se dirigiesen al anochecer hacia los puertos de la zona de costa comprendida entre Gijón y Avilés para embarcar con rumbo a Francia. Así mismo, se dieron instrucciones para la destrucción de todas las industrias estratégicas y de guerra, medios de transporte y documentación de interés.

A las cinco de la tarde de ese veinte de Octubre, partían del puerto de El Musel a bordo del “Torpedero nº 3” la cúpula militar y algunos dirigentes políticos. Horas más tarde, Belarmino Tomás y la casi totalidad de los miembros del gobierno de Asturias y León, junto con otras personas, zarpaban de ese mismo puerto en el pesquero “Abascal”. Ambos buques conseguirían arribar a puertos franceses sin novedad. Otras sesenta embarcaciones de todo tipo también lograrían alcanzar las costas francesas del Atlántico. En su mayoría, eran pequeños pesqueros que iban abarrotados de milicianos y civiles. Otros barcos y lanchas, en un total aproximado de veintiséis, fueron apresados por la Marina nacionalista que bloqueaba la costa. Los avatares de unos y otros han sido relatados con detalle en el mencionado libro “Asturias, Octubre del 37: ¡El “Cervera” a la vista!”

Mas en la zona republicana de Asturias no llegó a producirse un vacío de poder. Ausentes las autoridades políticas y militares, recayó el mando en el coronel de Artillería Franco Mussió. Este coronel era el director de la Fábrica de Trubia cuando se inició la sublevación militar en Africa. Mientras el coronel Aranda se sumaba a la sublevación y conseguía dominar Oviedo, el coronel Franco se mantuvo leal y la Fábrica de Cañones de Trubia estuvo funcionando al servicio de las fuerzas republicanas hasta el útlimo día. A pesar de disponer de una orden de embarque, el coronel Franco se negó a hacerlo y asumió su responsabilidad. Hay un gran paralelismo entre la actitud de este coronel y la que un año y medio más tarde mantendría en similares circunstancias el general republicano Antonio Escobar. El destino de ambos sería idéntico: el pelotón de fusilamiento.


El coronel Franco Mussió

Las tareas que se marca el coronel Franco Mussió son elementales y limitadas: mantenimiento del orden, evitando que se produzcan víctimas, y tratar de que a última hora no se cometan desmanes ni destrucciones. Le auxilian en su misión los comandantes Bertrand y Espiñeira, los capitanes Revilla y Bonet, el teniente Alau y otros. Una de las primeras medidas que toma es ordenar a los batallones que estaban en Gijón que se dirigiesen hacia Avilés para evitar cualquier intento de resistencia a la entrada nacionalista en la ciudad. No da la orden de destrucción de fábricas y minas, retrasándola y sustituyéndola en algunos casos por la de “inutilización temporal”, lo que contribuye a crear confusión y a que, en último término, no se lleve a cabo. Ordena la puesta en libertad de los presos, entregándoseles algunas armas para que contribuyan al mantenimiento del orden hasta la entrada de las tropas nacionalistas. Envía al encuentro de las columnas que avanzan desde Villaviciosa al capitán Altuna junto con un aviador alemán que estaba preso en Gijón para que atestiguara lo que estaba sucediendo. En los tejados de las casas se colocan banderas blancas y se mantienen funcionando los servicios indispensables de la ciudad y de las fábricas. Por último, el coronel Franco Mussió dio la orden de rendición a los frentes.

A las once y media de la mañana del día 21, el dirigente de la Falange de Avilés, Márquez, estableció contacto por radio desde Gijón con el Estado Mayor del VIII Cuerpo de Ejército nacionalista. A partir del mediodía, varias escuadrillas de aparatos nacionalistas sobrevolaron reiteradamente Gijón a baja altura. A las tres y media de la tarde, un grupo de oficiales franquistas, acompañados de requetés, se entrevistó con los mandos republicanos. La ciudad está ya en manos de la “quinta columna”, es decir, de derechistas que hasta entonces estaban presos o escondidos, y de gentes que cambian de chaqueta, a los que se suman los que empiezan a hacer méritos para congraciarse con los que van a ser los nuevos amos de la situación.

La IV Brigada de Navarra entró en Gijón por Somió sin disparar un solo tiro. El cronista oficial de las operaciones del ejército de Franco, que firmaba bajo el seudónimo de El Tebib Arrumi, lo contaba de esta manera:

«(...)La Cuarta Brigada de Navarra, que es la que más cerca se hallaba de Gijón, emprendió la marcha a las ocho de la mañana, y en sólo cinco horas cubrió los 36 kilómetros que la separaban. Treinta y seis, porque estaban volados varios puentes y fue preciso hacer un largo rodeo por caminos apartados. El avance fue tan veloz que a las cinco de la tarde los requetés se hallaban en “El Puentín”.

Fui invitado por el general jefe de las Brigadas a entrar en Gijón. Hicimos la entrada junto con Camilo Alonso, precedidos por los carros de asalto. Gijón no nos esperaba tan pronto, y no bien comenzaron a entrar las primeras fuerzas, el entusiasmo se desbordó...»

A las seis de la tarde, el coronel Franco hacía entrega del mando de toda la Asturias republicana al coronel Camilo Alonso, jefe de la IV Brigada de Navarra. Se había mantenido el orden durante veinticuatro horas, no se habían cometido asesinatos ni desmanes de ningún género y tampoco se llevaron a cabo las destrucciones planeadas.

El coronel de Artillería José Franco Mussió fue sometido a un consejo de guerra de oficiales generales que se celebró en Oviedo el día ocho de Noviembre de 1937. Junto a él, se sentaron en el banquillo otros jefes y oficiales de Artillería destinados en la Fábrica de Cañones de Trubia. Acusados de traición, fueron condenados a pena de muerte y ejecutados cinco días después en un campo próximo al “Stádium” (Los Catalanes).

Para el resto de la población comenzaba también la represión. Los presos y la “quinta columna”, antes aún de la entrada de las Brigadas Navarras, habían empezado ya con los ajustes de cuentas, las detenciones, los apaleamientos, los asesinatos...

Autoridades nacionalistas

-Gobernador Militar de Asturias: General Rafael Latorre Roca.

-Gobernador Civil: Gerardo Caballero.

-       "            "  Octubre-38: José Ceano Vivas-Sabau (coronel de Infantería)

-Delegado Orden Público de Gijón:  Capitán de la Guardia Civil José Alonso

Martínez de Celada. Interino: tte G. C Castor Ramos

-20-3-38 Nuevo obispo: Manuel Arce Ochotorena

-Primer alcalde interino: Alberto Menéndez Setién (estuvo preso hasta la entrada de los nacionales).

-Delegado de Orden Público: Pedro Martínez García.

-Subdelegado de Orden Público: Agustín Tato.

-Jefe de la oficina de Información de la Delegación de Orden Público, teniente de la Guardia Civil, Domingo Oliva Quirós.

-Capitán jefe del cuerpo de Seguridad de Gijón: Emilio Muinelo Quesada. En Noviembre del 37 era también capitán-jefe de la 37 Cía. de Asalto de la plantilla de San Sebastián, destacada en Gijón.

-Capitán Policía Armada: José G. Parreño.

-Alférez de la 42 compañía de Asalto: Fernando Rubio de la Riva,

-Comandante militar (Nov.-37): Teniente coronel Eloy Soto Menlle.

-11-11-37 Toma posesión sustituyendo al coronel Gerardo Mayoral.

- Tte. coronel Cte. Militar de Gijón Javier Soto Reguera (o Rivera)

-3-6-38 Nuevo Cte. Militar de Gijón: Manuel Tuero Castro, coronel del Regimiento de

Simancas (estuvo en defensa Alcazar de Toledo)

-Comandante Militar interino, teniente coronel de Caballería Martín Uzquiano.

-11-1-39 Nuevo Comandante Militar interino, teniente coronel Manuel Quiroga Macías.
-Comandante de Marina: capitán de fragata Bernardo Pereira Borrajo. En 1939, capitán de navío Manuel Pita da Veiga.

-19-7-39 Delegado Prov. de Justicia y Derecho, Silva Melero

-Nueva Gestora Municipal (8-11-37):

         Alcalde:                       Paulino Vigón Cortés

         Interior y Ceremonial:    Julio Gavito Arroyo

         Beneficencia/Sanidad:   Avelino González Fernández

         Cultura:                        Antonio Fernández Cobo

         Hacienda:                     Julián García Cifuentes

          Abastos:                      Manuel Fernández Sánchez

          Luz, Agua y Alcant.:      Oscar de la Riera Acebal

          Policía Rural:                Julio Paquet Cangas

          Policía Urbana:              Manuel García Manso

-19-7-39 Comisario-jefe de la Comisaría Investigación y Vigilancia, Juan Sánchez Pérez.

-Subdelegado de Hacienda: R. D. de Lastra, 19-7-39, Altolaguirre.

-19-7-39 Aduana, Carlos Rúa Figueroa.

-Jefe Servicios de Intendencia: Comandante Ignacio Sanguesa

-Jefe Local FET y de las JONS: Roberto Paraja. Antes 19-7-39, Rodríguez Navia.

-Secretario Local de la Delegación de Información e Investigación de FET y de las JONS: J. M. Basterrechea.

- José Díaz Acebal, secretario de la Jefatura Local de FET y de las JONS de Gijón.

-Delegado Local de Prensa y Propaganda: T. Martín Escobar

-Jefe Local del SEU: Guillermo Rodríguez Quirós; sede: Cabrales, 49

-Jefe Milicias Flechas, Guillermo Rocha

-  "        "       Cadetes, Carlos Méndez Cuervo

-Jefe de Centuria: José Manuel Risueño

-Subdelegado del  Llano de FET de JONS: José Luis Moro

-Delegado de Tremañes de   "      "     "    : Angel González

Andrés Escandón Guardado, jefe de Falange de Luanco.

Personal de servicio el 17-11-37 en la cárcel de El Coto:

Oficial Antonio Valle, inspector de Servicios y Oficina.

Oficial Francisco Fernández, Cocina y Enfermería.

Guardias: José Piñera (Oficina), Angel Casielles (diligencias), Alfredo M. Fano (Rastrillo), Higinio Marqués (1ª Gal.), Manuel González (2ª Gal.), Ovidio Castro (3ª Gal.), Carlos Vallina (4ª Gal.).

Auxiliares: Ernesto Linaje, Fco. Sáinz, Luis García, Ramón Eufemiano Soto, Emilio Martín Foyaca, José Quintela, Fco. Martínez, Tomás Carro, Amador Fdez., Pedro Murcia, Ramón Cuervo, Benito Fernández, Corsino Menéndez, Manuel García, Constantino Vázquez, Fco. Díaz.

-Directores de la cárcel de El Coto:

Conrado Sabugo Collantes,

Santos Ibáñez

Eduardo de Carantoña y Gullón

Rafael Avila Guzmán

Médico de la cárcel, Honorio Manso (Durante la República fue médico forense Juzgado de Instrucción del Distrito de Oriente Gijón)

Federico López Lasanta, director en 1940 de la prisión central de La Tabacalera, en Santander.

José Mª Figueroa Munis, director en 1943 de la prisión central de Valdenocedo, en Burgos.

Consejo de Guerra. Tribunal Permanente nº 1

Presidente: Comandante Caballería Luis de Vicente

Fiscal: Alférez honorífico del Cuerpo Jurídico Antonio Iglesias

Secretario del Consejo: Bonifacio Lorenzo Somonte

Defensor: Capitán Infantería Amable Cerviño

      "        Teniente Luis Barreiro Paradela

      "         Principales defensores:   Cerviño, de la Viña, Guillermo Rodríguez Quirós, Lavandera, Cifuentes, Vigil Escalera.

Consejo de Guerra sumarísimo de oficiales generales.

Presidente:

General de División, Ambrosio Feijoo Pardiñas.

Vocales:

Coronel de la Guardia Civil, Pedro Romero.

Coronel de la Guardia Civil, Emilio Cortés.

Coronel de la Guardia Civil, Miguel Arredonda.

Teniente coronel de Artillería, José Mª Fernández Ladreda.

Teniente coronel de Caballería, Martín Uzquiano.

Vocal Ponente:

Brigada auditor, Hernán Martín Barbadillo.

Fiscal:

Teniente auditor, Joaquín Otero Goyanes.

Defensor:

Capitán de Artillería de Costa, Darío Pérez López.

Otro tribunal de oficiales.

Tribunal:

Presidente: general de División, Ambrosio Feijoo Pardiñas

Vocales:

    Coronel de Infantería Emilio Cortés Reyes

    Coronel de Infantería, Alfonso Velayos Valenziaga.

    Coronel de Infantería, Miguel Arredonda Lorza

    Coronel de Artillería, Ginés Montel Martínez.

    Teniente coronel de Infantería, César Mateos Rivera

Vocales suplentes:

    Teniente coronel de Inválidos, Eladio Amigó.

Vocal Ponente:

    Auditor de Brigada, Hernán Martín Barbadillo.

Fiscal:

    Teniente Auditor de primera, Joaquín Otero Goyanes.

Defensor:

    Alférez provisional de Infantería, Elías González Castaño.

Otro tribunal de oficiales:

Tribunal:

Presidente:

General de brigada Angel García Benítez.

Vocales:

Coronel de Infantería Adolfo Velayos Valenciaga.

Coronel de Infantería José Voyer Méndez.

Teniente coronel de Infantería César Español Núñez. 

Teniente coronel de Infantería José Rodríguez Abella.

Teniente coronel de Caballería Martín Uzquiano Leonard.

Vocales suplentes:

Coronel de Infantería Cecilio Arias Fariña.

Teniente coronel de Infantería Antonio Gómez Iglesias.

Vocal ponente:

Auditor de Brigada Hernán Martín de Barbadillo Paúl.

Fiscal Jurídico Militar de la Región:

Teniente auditor de primera Joaquín Otero Goyanes.

Defensores:

Capitán de Asalto José González Díaz Parreño.

Capitán de Artillería López.

Capitán de Intendencia, Rodríguez Vega.

Bonifacio Lorenzo Somonte, oficial tercero honorífico del Cuerpo Jurídico Militar y juez militar especial de liquidaciones de la plaza de Gijón, 30-4-40.

Arturo García Pérez, secretario de Causas del Juzgado Militar de Gijón, del que es juez instructor el alférez honorífico del cuerpo Jurídico Fernando Luis G. Pondal.

Victor Manuel Morán Prendes, alférez jurídico de los juzgados militares nº 4; 5 y 6

Fructuoso Prendes Ezcurdia, comandante de Infantería, juez instructor del Juzgado Permanente de Gijón.

Alejandro Harguindey Salmonte, teniente juez instructor.

Julio García Rosado, capitán honorífico jurídico.

El 5-4-41 componía el  Consejo de Guerra en Gijón: presidente, Cecilio Olivier Sobera;

vocales, capitanes: Gaspar García Guantes, Alberto Maderuelo Gómez, Gaspar Sastre

Miralles, Ambrosio Iglesias y Daniel Apilánez Albaina; vocal ponente, Valentín Silva.

-Los consejos de guerra se Celebran en el Salon de Actos del Instituto y los de "Oficiales Generales", en el Salón de Plenos del Ayuntamiento. A partir del 1-7-38 los se celebran en local habilitado del cuartel de Zapadores.

16-5-38 (Lunes)

SE SUSPENDEN LOS CONSEJOS DE GUERRA

POR TRASLADARSE EL TRIBUNAL

AL CAMPO DE CONCENTRACIÓN

DE CAMPOSANCOS (PONTEVEDRA)

27-5-38

Se reanudan los consejos de guerra con el Tribunal Permanente de Asturias nº 3, que venía actuando en Oviedo, pero con los mismos fiscales y defensores de antes.

Presidente: Manuel Herbella Zobel

Vocales: Andrés Gutiérrez García, Valentín Méndez, Manuel Armesto, Eugenio ... Saiz.

El 16-3-38 el tribunal en Oviedo era: Manuel Herbella Zobel, Andrés Gutiérrez García, Manuel Armesto, Valentín Méndez y José M. García Rodríguez.

El 27-6-39 formaban el tribunal: José Bento López, Simón Alonso, Julio Alvarez Veloso, Valentín Silva y otro.

El 12-12-39, formaban el tribunal del consejo de guerra permanente de Oviedo:

Presidente: Eleuterio Velasco Joaquín

Vocales: Gerardo Albornoz, José Gutiérrez Camacho, Bernabé Poncela Sampedro.

Vocal ponente: Valentín Silva Melero.

En 1946, Presidente de la Junta Provincial de Libertad Vigilada de Oviedo, Joaquín Mier y Vigil-Escalera; vicesecretario, Samuel Martínez de Blas.

Juzgados de Gijón.

Juez: Juan Olano de la Torre; secretario: Agustín Eleno Luengo.

Manuel J. González Riera, juez municipal suplente; Eduardo Ibaseta Gutiérrez, secretario suplente del Registro Civil de Occidente.

Isidoro Cortina Carriles, juez municipal suplente, y Eduardo Ibaseta Gutiérrez, secretario.

Antonio Solares Cabal, juez municipal accidental del distrito de Oriente.

Antonio Pizarro Carrión, secretario.

Manuel Menéndez Revilla, juez municipal suplente en funciones del distrito de Occidente y encargado de su Registro Civil.

Consejo Supremo de Justicia Militar. Diciembre de 1941.

Presidente: R. Del Portal.

Consejeros: Valdés Cabanilles, Conde Pumpido, Topete Urrutia y F. De la Mora.

Secretario: Teniente coronel auditor del cuerpo jurídico de la Armada, Eduardo Callejo y García-Amado.

Niños menores de 15 años naturales de Gijón fallecidos por enfermedad en esta ciudad.

Del 22-10-37 al 22-11-37                       Comparación tiempos normales (1935)

(Primer mes de ocupación nacionalista)            Del 21-10-35 al 21-11-35

Distrito de Oriente:                55                        Distrito de Oriente:                       10

Distrito de Occidente:           37                        Distrito de Occidente:                     8

Comparación con el mes anterior (último del gobierno republicano)

Del 20-9-37 al 20-10-37

Distrito de Oriente:                26

Distrito de Occidente:           22

José Enrique Llera Iglesias: “Dentro del mal, los que estábamos en la Plaza de Toros teníamos cierta seguridad.”


José Enrique Llera en 1942

(Texto extraído de las memorias manuscritas inéditas tituladas: “Prisionero del odio”)

«Pertenecía como soldado al Batallón “Asturias” nº 218 que mandaba Tano “el de Olloniego”, uno de los comandantes que aguantó en el frente hasta el último momento y no abandonó a sus tropas como otros. Veníamos retrocediendo del frente de Arriondas.

Un grupo de cuatro amigos nos teníamos marcada una meta: llegar a Gijón antes de la rendición a ver si podíamos coger un barco con el que llegar a Francia, pasar de nuevo a España por la frontera de Cataluña, incorporarnos al ejército de la República y seguir luchando. Después de mil peripecias y al cabo de dos días, alimentándonos con manzanas y castañas, llegamos a Gijón la noche del diecinueve o el veinte de Octubre.

En Gijón, el espectáculo era dantesco, con el gran resplandor de los depósitos de gasolina de la CAMPSA incendiados iluminando a la ciudad en tinieblas. Por las calles había personal civil y soldados por miles. Unos, con la ilusión de embarcar; otros, que se marchaban para los pueblos de los alrededores y, otros más, a esconderse donde buenamente pudiesen. Había una psicosis general de miedo a la represión; era como un presentimiento que, fatalmente, se cumplió. Fueron muchos los miles que, unos por las “chekas” de Falange y otros en consejos de guerra sumarísimos, perdieron la vida.

A la entrada de Gijón nos dividimos en dos grupos. Dos compañeros de Mieres, de los que nunca más volví a saber nada, se dirigieron directamente para El Muelle, mientras que el otro y yo nos fuimos para su casa. Gran alegría llevó su madre al verle llegar. Nos dio de cenar y, mientras cenábamos, teníamos los pies metidos en agua caliente con sal, lo cual, como estaban llenos de llagas de tanto caminar, nos sirvió de gran alivio.

Cuando nos dispusimos a partir, la madre, llorando y suplicando, se plantó en la puerta y consiguió convencer a su hijo para que se quedara. Marché, pues, solo; desde Ceares en dirección al Muelle. Había guerreras y gorras militares tiradas por doquier. Los urinarios que había en el Paseo de Begoña estaban atiborrados de ellas.

Una vez en El Muelle, me puse en una larga cola que había para subir al “María Elena”, un barco del gobierno de Euzkadi que llevaba varios meses en el puerto. Faltarían unas veinte personas para llegarme el turno para embarcar, cuando se formó un tiroteo. En medio de un gran desconcierto, todo el mundo echó a correr, y yo me refugié en un portal. Cuando renació la calma y volví a la zona de embarque, el “María Elena” ya había levado anclas, retirado la pasarela, y, poco a poco, se alejaba del muelle, iniciando una singladura que le llevaría a su meta. Años después, supe que este barco, sobrecargado como estaba y con una gran vía de agua en una de sus bodegas, logró llegar a Francia, hundiéndose pocas horas después en el puerto de Burdeos.

El cansancio era enorme, pero, no obstante, me uní a un grupo y partimos caminando hacia El Musel, a ver si en este puerto teníamos mejor suerte, pues nuestra obsesión era marcharnos a toda costa. Mas tampoco allí nos acompañaría la fortuna, y ya no hubo forma alguna de embarcar. Agotados como estábamos, regresamos a Gijón. Llegamos de madrugada, nos sentamos en un portal y nos quedamos dormidos. Cuando despertamos era ya de día. Por las calles se empezaban a ver grupos armados que por la pinta que tenían -unos, con la barba muy crecida, y otros, muy pálidos- pensé, y acerté, que eran de la “quinta columna” o “emboscados”, que así se solía llamar a esta clase de elementos.

En vista de lo difícil que se nos ponían las cosas, optamos por separarnos y cada uno tiró por un lado; además, todos éramos de diferentes pueblos de la provincia. Deambulé por Gijón de un lado para otro, sin saber qué hacer ni a dónde ir. El estómago pedía comida y, para engañarle, bebí un vaso de agua que me dieron en una casa. Esa noche dormí en un agujero entre los escombros de una casa medio destruida.

Al día siguiente, desperté temprano: el hambre es mala compañía para dormir. Me dispuse a salir de Gijón porque, pensé, manzanas, por lo menos, las encontraría. Aquel año hubo una de las mayores cosechas de manzana que se conocieron en Asturias.

Cerca del puente del río Piles, por la carretera de Somió, a ambos lados de la carretera y con un estandarte y una bandera al frente, vi dos interminables filas de soldados que se dirigían a la ciudad: comenzaban a llegar a Gijón las primeras tropas de ocupación. Tuve miedo de cruzarme con ellas, di media vuelta, y otra vez a deambular por las calles. En las aceras de la calle Corrida, junto a la Telefónica, se agolpaba la gente. Fui a ver qué ocurría y eran las tropas que desfilaban por la principal arteria de la villa. A mi lado estaba un muchacho de diecisiete años, evadido de Oviedo, que había sido soldado del Batallón “Sangre de Octubre”. Estaba desmoralizado, como todos: “Ahora -me decía-, ¿cómo me presento yo en Oviedo?” “¿Y cómo me presento yo en Colunga?”, le contesté yo. Porque aunque uno no hubiese hecho mal alguno, parecía que se presentía el futuro, y el horizonte se veía muy negro.

En la calle Corrida, atravesada de un lado a otro de la calle, había una monumental pancarta con el famoso eslogan de “¡No pasarán!” Los soldados, al pasar desfilando por debajo de ella, unos, sonreían, y otros hacían gestos de burla. Un sargento, mirando muy serio para la acera, dijo en voz alta: “¡Ya estamos pasando!, ¿qué nos vais a hacer?” Esto fue para mí ya la primera humillación.

Más tarde, anunciaron por unos altavoces que en Los Campos se iba a servir comida fría a los miles de milicianos que había por las calles. La “fame” pudo más que el amor propio, me dirigí allí y me puse en la larguísima cola. Por fin, me llegó el turno y me dieron lo que a todo el mundo: un panecillo, una lata de sardinas y dos onzas de chocolate. Todavía no habían comenzado las detenciones ni represión alguna. Tiempo después, comprendí que lo hacían para que nos confiásemos y, después, la redada fuese más fructífera, como así fue.

Me senté a comer en el suelo y a unos metros vi a mi amigo y vecino Enrique Granda. Hacía meses que no nos veíamos y el encuentro nos alegró mucho. Hablamos largo y tendido de nuestro común problema: el regreso a casa. Optamos por coger el toro por los cuernos y decidimos partir para Colunga.

A la salida de Gijón, nos encontramos con un guardia civil de Colunga que había pasado la guerra defendiendo Oviedo.

-¡Hola!, ¡hola! -Nos dijo al vernos-. ¡Vaya parejina!, ¿a dónde vais?

-Pa casa -contestamos-.

-Bueno, bueno. En Colunga os quiero yo ver.

Y el guardia civil siguió camino adelante.

Con este precedente, a punto estuvimos de dar la vuelta. Pero más que el temor a lo que nos pudiera ocurrir podía el ansia de saber algo de nuestras familias. Junto a Colunga había un campo de aviación y éste y la villa habían sufrido durísimos bombardeos de los “Junkers” nazis, y tanto mi amigo como yo, hacía tiempo que no sabíamos nada de la familia.

En Somió, nos cruzamos con una larguísima fila de soldados de Infantería que se dirigían a Gijón con sus carros, camiones y mulos. Ocupaban toda la calzada y nosotros, cabizbajos y sin apenas mirarlos, caminábamos por la cuneta. De repente, un teniente nos llama la atención y nos dice:

-¡Oigan, a la bandera se le saluda!

-¿Con qué mano, con la derecha o con la izquierda? -Pregunté yo-.

No sé cómo se me ocurrió, pero me salió espontáneo.

-¡Qué cínico! ¡Con la derecha! ¡Así! -Exclamó el teniente, al mismo tiempo que levantaba el brazo extendido y hacía el saludo fascista.

-¡Qué creen ustedes, que están todavía entre los rojos! -Añadió.

Total, que levantamos el brazo y seguimos caminando. Pero era tal la cantidad de banderas y estandartes que portaban que teníamos que ir prácticamente caminando con el brazo en alto. Algunos se reían y nos llamaban “rojos” e “hijos de puta”. Tragando bilis, nos metimos por la primera “caleya” que vimos y en una pomarada llenamos la barriga y los macutos. Luego, nos tumbamos detrás de una “sebe” a esperar pacientemente a que pasara la columna.

Continuamos rumbo a La Providencia y un “Junker”, seguramente de reconocimiento, pasó a cincuenta metros por encima de nuestras cabezas. Nos tiramos al suelo y nos quedamos inmóviles. Se le veían perfectamente los tubos de las ametralladoras y al nazi que iba detrás de ellas.

Al llegar a Quintueles, salimos a la carretera, y ahí terminó nuestro viaje y nuestra libertad. Unos soldados de las Brigadas Navarras que estaban jugando al fútbol nos llamaron y nos preguntaron si llevábamos pase. Al responder negativamente, nos dicen que nos lo dará el alférez y un soldado nos manda acompañarle hasta una casa situada en el comienzo de la bajada al puente de Arroes. Había allí una docena de milicianos en fila y, según llamaba un soldado que estaba en la puerta, iban entrando de uno en uno.

Me puse algo nervioso y pedí permiso para ir a hacer mis necesidades. Como nos habían dicho que tuviéramos la cartera preparada, aproveché para romper el carnet de la CNT y el certificado de las Fuerzas Aéreas del Norte de España, en el que figuraba como aprobado para hacer el curso de piloto.

Para lo de piloto nos habían reunido en Santander hacia el diez de Junio del treinta y siete a unos quinientos jóvenes de entre dieciocho y veintidós años. La mitad iríamos a Francia y la otra mitad a Rusia, a hacer un curso de una duración de seis meses, al cabo de los cuales y con sesenta horas de vuelo se salía de la academia como sargento piloto y te incorporabas a las Fuerzas Aéreas de la República. El viaje lo íbamos a hacer en el trasatlántico francés “Lafayette”, que ya estaba anclado en el puerto. La ofensiva fascista sobre Reinosa echó por tierra todos esos planes.

Me llamaron y entregué al alférez de las Brigadas Navarras la cartera con algunas fotos, documentos sin importancia y “belarminos”, los billetes de banco del Consejo de Asturias y León. Tenía también cuarenta y ocho pesetas en monedas de plata, y esas no las entregué. Me pasaron a la parte posterior de la casa, un patio y un gallinero bastante amplios, que estaban repletos de camaradas de distintos batallones. Al oscurecer, nos sacaron a la carretera y nos llevaron formados a un lagar, a unos cien metros, donde nos encerraron. Por la noche, nos llamaron y nos devolvieron las carteras, sin que en la mía notara falta alguna.

Al día siguiente, como no nos daban nada de comer, pedimos permiso al soldado de guardia y cogimos manzanas de una pomarada que había frente al lagar. Por la tarde, uno de los soldados se puso a escribir una carta y nos preguntó cómo se llamaba aquel pueblo. Charlamos un rato con él y le contamos el tiempo que llevábamos comiendo sólo manzanas, y la “tristeza” que nuestros estómagos tenían. Nos llevó con él a la casa que hacía de cuartel, sacó de su mochila dos chuscos bastante duros y dos latas de conserva y nos los dio. Lo devoramos todo sin pestañear, y el pan nos sabía igual que recién cocido.

Todos estos soldados de las Brigadas Navarras, en la parte izquierda de la guerrera, a la altura del corazón, llevaban prendida una medalla del “Corazón de Jesús” con esta inscripción: “¡Detente bala!” Esto demuestra el fanatismo que por aquellos tiempos tenían estas tropas.

Llevábamos ya dos días encerrados en el lagar y seguían sin darnos de comer, por lo que nos teníamos que arreglar con las manzanas de la pomarada próxima. Continuaban llegando más milicianos, seríamos más de cien, y el lagar era insuficiente para acogernos y no había espacio ni para poder sentarse. Entonces, nos sacaron, nos formaron en columna de tres y con fuerte escolta emprendimos el regreso a Gijón.

Nos llevaron a la Plaza de Toros, donde había miles de camaradas en la misma situación que nosotros. También había prisioneros en El Cerillero, La Iglesiona, El Coto, Falange y en las cuadras del cuartel de la Guardia Civil de Los Campos. Por las noches, sentíamos tiros y ráfagas de ametralladora y creíamos que eran partisanos: ¡qué equivocados estábamos! Los disparos eran en la playa, en La Providencia o en el cementerio de Ceares, lugares preferidos por las “chekas” (de Falange) para efectuar sus asesinatos. De La Iglesiona, por camiones sacaban a los prisioneros para asesinarles en Ceares. La brutal, salvaje y ensañada represión sobre el vencido comenzaba así en Gijón.

Dentro del mal, los que estábamos en la Plaza de Toros teníamos cierta seguridad. Dos o tres veces que fueron los de las “chekas” a sacar presos y los militares que estaban de guardia los despacharon de mala manera. Una de las veces, en pleno día, un teniente les llamó asesinos y les dijo que si no se marchaban inmediatamente ordenaba a sus soldados hacer fuego sobre ellos. Estos hechos ocurrieron en la calle, frente a la entrada principal de la Plaza. Lo vimos todos los que estábamos paseando por la parte interior de la verja, porque hasta por la noche no nos cerraban dentro de la Plaza. Dormíamos en el suelo, sobre unas tablas y, para combatir el frío, encendíamos fogatas con la madera de la propia Plaza.

Al lado mío, había un grupo de gallegos, los cuales, bien ignorantes estarían de la situación, hacía poco tiempo que se habían pasado a nuestras filas por el frente de San Esteban de Pravia. Esos tenían un verdadero problema, pues, supongo, más tarde el juez les juzgaría como desertores.

Después de llevar siete días a base de manzanas, al día siguiente de llegar a la Plaza de Toros comenzaron a darnos de comer. También empezaron los palos. Irrumpían dentro de la plaza los guardias de Asalto y al grito de: “¡A formar!”, comenzaban a dar patadas, hostias y culatazos. En quince días que duró mi estancia en la Plaza, solamente me cazaron una vez que estaba sentado, pues, de pie, corría más que ellos. Me dieron un culatazo en el pecho que me tiró de espaldas. Me levanté como si tuviera un resorte y emulando al mejor velocista llegué a la formación. Tuve dolores en el pecho y un renegrón que me duró más de un mes. Esto fue al principio, porque, luego, ya pusimos “guardias” en las puertas que nos avisaban cuando venían los de Asalto y echábamos a correr de un lado para otro. En honor a la verdad, debo decir que los militares encargados de nuestra vigilancia, durante mi estancia en la Plaza, no pegaron a nadie. Eran siempre los de Asalto, claro que alguna autorización presentarían para que los dejaran pasar.

Un día, nos pusieron tropas de Regulares, moros, de guardia; pero al día siguiente los retiraron y volvieron los soldados españoles.

Desde la verja, vi pasar por la calle a un soldado que era de Gobiendes y al que conocía. Le llamé, hablé con él y por su mediación pude mandar aviso a mi madre, que me vino a ver y me trajo castañas cocidas, nueces y chocolate, que no sé de dónde lo habría sacado la pobre; y también una manta. Le pregunté por mi hermano y me dijo que hacía más de un mes que nada sabía de él.

Bastante tiempo después, por su propia boca, pude conocer la odisea de mi hermano, desde que le hicieron prisionero en El Mazuco hasta terminar yendo a dar a un Batallón Disciplinario en el Campo de Gibraltar. Merece la pena dejar un momento mis memorias para contar cómo hicieron prisionero a mi hermano. Luego, quien esto lea que saque sus conclusiones sobre los motivos que tuvieron los autodenominados “cruzados” para traer a los enemigos de la cruz a ayudarles.

“Estábamos -cuenta mi hermano- en pleno combate en la Sierra del Mazuco, cuando sentimos gritar a nuestras espaldas: “¡alto, paisa!, ¡alto, paisa!” Nos coparon, pensé. Miro tras de mí y veo a un numeroso grupo de moros. Los teníamos a nuestras espaldas apuntándonos y con las bayonetas caladas. Nosotros seríamos unos cincuenta. Levantamos los brazos y se acercaron a nosotros y empezaron a cachear a la gente. Lo quitaban todo: botas, carteras, relojes, chaquetas de cuero, todo. Y luego los asesinaban hundiéndoles la bayoneta. Me llegó el turno; me estaba quitando las botas y no acertaba. El moro, bayoneta en ristre, me metía prisa. Yo no podía más, viendo la muerte en las manos de aquel asesino. Me acordé de mi hija que, con poco más de un año, se quedaba huérfana. Me hice por mí las necesidades, pues en esos momentos los valientes no existen. Como en el cine, la salvación llegó en los últimos segundos: la mía y la de dieciséis compañeros más. Apareció un alférez español de Regulares que, fusta en mano y hablando en árabe muy indignado, empezó a repartir fustazos a diestro y siniestro. De esta forma se terminó la matanza. Nos puso una escolta de soldados españoles y nos bajaron para Llanes.” Y así terminó mi hermano su relato.

[En un panegírico dedicado a J.E. Casariego y escrito por varios autores, un artículo de Juan A. Cabezas, titulado: “J.E. Casariego: un asturiano leal, humanista y humanitario”; y en el se dice lo siguiente: “(...)Siempre demostró Casariego la fidelidad a sus ideas, pero jamás utilizó la venganza y la crueldad con sus enemigos. Se hizo notorio su comportamiento con un grupo de prisioneros “rojos”, capturados por su unidad en los combates de la asturiana Sierra de Cuera, en el concejo de Llanes. Como sabía que iban a ser fusilados, los llevó a “tierra de nadie”, ordenó al piquete que disparasen al aire varias ráfagas de fusil ametrallador y mandó a los prisioneros (jóvenes bisoños de las últimas quintas movilizadas por los republicanos) que huyesen por el monte. Con aquel fingido “fusilamiento”, salvó el capitán Casariego una veintena vidas.”

La pregunta que surge inmediatamente es si todavía tras más de un año de guerra seguía siendo la norma en el ejército nacionalista fusilar a los prisioneros. En caso afirmativo, entonces los moros no hacían sino lo que veían hacer...]

Entre otros, estaba en la Plaza de Toros un tal Rendueles, que en el año treinta y seis era portero de fútbol del Sporting. Era muy simpático y un tanto alocado. Todos los días llegaba gente preguntando, unos, por sus familiares; otros, indagando en plan policiaco si estaba determinada persona para, luego, reclamarla. Como éramos varios miles y todavía no nos habían hecho filiación alguna, cuando venían a preguntar por alguien, el oficial de guardia acudía a Rendueles y éste se subía a un destartalado camión que estaba junto a la verja y pedía silencio; contaba un par de chistes y nombraba a la persona reclamada. Esta, según viera quién preguntaba por ella, lo cual era fácil de averiguar, pues el oficial la acompañaba, se presentaba o no.

Al lado de la Plaza de Toros estaba el chalet de Víctor Salas y lo habilitaron para oficinas. Un día, pidieron voluntarios para hacer la filiación de vascos y montañeses, y, entre otros, salimos Granda y yo. La filiación o ficha constaba de: nombre y apellidos, edad, pueblo del que eras natural, partido político al que pertenecías, si habías ido voluntario al frente o por la quinta, graduación, si te habías entregado o te habían hecho prisionero, con armas o sin ellas y de qué clase. Ese trabajo duró cinco días, durante los cuales podíamos comer en la cocina y repetir las veces que quisiéramos.

Otro día, a la hora de la comida, se presentó un equipo de cine alemán y nos estuvo filmando durante media hora. Ese día nos habían dado rancho extraordinario y postre, y un kilo de pan blanco por persona. Se ve que la propaganda la tenían bien organizada.

Llevaríamos quince días en la Plaza, cuando un día de principios de Noviembre llegan los de Asalto en tromba y dando leña a todo el mundo como siempre. Pero esta vez mandan que los asturianos formásemos dentro de la Plaza. Creíamos que era una formación más, pero, no sé por dónde se supo, pronto circuló el rumor de que nos marchábamos. Formar a más de mil personas con edades que iban de los dieciséis a los sesenta años y con los de Asalto repartiendo leña origina confusión y lleva su tiempo. Rápidamente, me fui al lugar en el que acampaba, cogí una manta, el macuto con ropa, la maquinilla de afeitar, el plato y la cuchara, y volví a la formación, que aún tardó en terminar de hacerse. Igual que yo hicieron otros, y acertamos, pues una vez formados nos sacaron de la Plaza. Me quedó allí otra manta y casi toda la comida que me había llevado mi madre, todo lo cual di a los gallegos.

A la salida de la Plaza, una chica, llorando, gritó: “¡Adiós, padre! ¿Dónde te llevan?” Y al mismo tiempo trató de darle un abrazo. Un guardia de Asalto le pegó una bofetada, la cogió bruscamente por un brazo y gritando: “¡Hala, roja, tú también!”, la metió en la formación. La llevó hasta El Muelle y allí la mandó marchar.

Fuimos caminando por Marqués de San Esteban, sin saber si el destino era la Estación del Norte o El Musel. Sería El Musel. Entre mi amigo Granda y yo, como buenamente pudimos, llevamos casi en volandas a un señor, ya mayor, de Caravia Alta, el cual estaba enfermo y muy reumático, por lo que apenas si podía andar. Tiempo después, a este mismo señor lo trajeron de vuelta del campo de concentración para Gijón y le fusilaron.

En La Calzada, próxima a Cuatro Caminos, había una fuente al lado de la calle. Varios prisioneros se acercaron a ella para saciar su sed y, al momento, fueron maltratados por los guardias con toda clase de golpes, patadas y bofetadas. Uno de ellos estaba bebiendo por un plato, lo que le impidió ver acercarse al guardia que, de un culatazo, le metió el plato por la boca y le partió tres dientes.

En El Musel, nos embarcaron en un viejo carguero: el “Alfonso Senra”. Este barco había estado primero cruzando el Estrecho trayendo moros para España y estaba lleno de piojos. Nada más sentarte en el suelo o apoyarte en cualquier lado, te llenabas de ellos. El barco tenía cuatro bodegas de dos pisos cada una: dos a proa y dos a popa. Una vez en las bodegas, los guardias de Asalto nos dieron una última despedida a base de golpes para que bajásemos a la bodega inferior. Ya nunca más los tuvimos de guardianes. A bordo, les relevaron falangistas. Partimos inmediatamente sin saber a dónde nos llevaban, hasta que nos vimos anclados en el puerto de La Coruña, frente a la Banca Pastor.»