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La Libertad es un bien muy preciado
Testimonios del terror en la España nacionalista


Los militares sublevados tardaron quince meses en poder dominar Asturias. Fueron quince meses de guerra, de lucha intensa. En cambio, otras regiones de España quedaron en manos de los nacionalistas desde el primer día de la sublevación sin que apenas hubiera resistencia.

Al hablar de la represión y del terror, hay una frase que a fuerza de oírse en boca de todo el mundo se ha convertido ya en lugar común; una frase que se acepta como verdad porque, efectivamente, lo es: “los rojos también mataron a mucha gente”; se afirma. Es otro gran éxito de la propaganda nacionalista, porque partiendo de un hecho real, como es que “los rojos” mataron a gente, se consigue que el razonamiento pase del “hecho”, de la “causa”, al número. La propaganda reaccionaria ha conseguido que la discusión se centre en si unos mataron a quinientos y los otros a mil quinientos. O sea, en si unos eran más bestias, más criminales que los otros. A la conclusión a la que se quiere llegar es que “tan malos eran los unos como los otros”: ¡alto ahí!

Alto ahí, porque, en primer lugar, fueron los enemigos de la libertad, de la equidad y del progreso los que llevaron al país a un guerra total que duró tres años; luego, suya es la responsabilidad de todos, repito, todos, los crímenes por haber iniciado la confrontación; porque no creo que fuera tan difícil de imaginar lo que habría de ocurrir en aquellas ciudades, pueblos o aldeas en que, derrotada la sublevación, se quedaran sin la tutela de ninguno de los resortes del estado y en medio de la vorágine del enfrentamiento total. Pero es que, además, en aquellas regiones que dominaron desde el primer momento de la sublevación, allí donde no hubo una sola víctima de los rojos, ellos, los sublevados, los militares nacionalistas y todos los que les apoyaban, contando con el especial bendición de la Iglesia Católica, se pusieron a matar inocentes a troche y moche. En la zona nacionalista, al contrario que en la parte republicana, no hubo “quinta columna”, la situación la tuvieron perfectamente controlada y no se movía una paja sin que se enterasen, sin su permiso. Los bandos de guerra les otorgaban plenos poderes y la disciplina era “militar”.

Lo primero que hicieron los coroneles sublevados fue matar a sus propios compañeros: los generales que se mantuvieron al lado del gobierno. Fue una escabechina bestial de todas las autoridades políticas y militares, no ya porque permaneciesen leales al gobierno constitucional republicano, sino, simplemente, porque titubeasen o no se manifestasen abiertamente a favor de la sublevación.

Galicia

Fue una región que los nacionalistas dominaron desde el principio y allí la represión también fue terrible. En Ferrol, donde la resistencia republicana protagonizada por trabajadores del Arsenal y marinería del acorazado “España” y del crucero “Almirante Cervera” duró dos días, los consejos de guerra empezaron a dictar penas de muerte sin parar: contralmirantes, capitanes de navío..., y maquinistas, contramaestres, marineros y obreros...; y alcaldes y concejales... Todos acabaron ante el piquete de ejecución. José G. Rendueles, coronel auditor de la Marina y jefe de la Auditoría de la Base Naval Principal de El Ferrol, fue el que se encargó de dirigir la sangrienta represión con el Código de Justicia Militar (inverso) en la mano.

En Cedeira, donde, andando el tiempo, se instalaría un campo de concentración al que fueron conducidos muchos de los prisioneros capturados cuando huían por mar al derrumbarse el Frente Norte, pues en esa misma Cedeira fueron fusilados por los sublevados el alcalde y su hijo, el teniente de alcalde, el jefe de Correos, el veterinario, dos maestros, el gerente del Banco Pastor y varias personas más. Lo cuenta Xosé Manuel Suárez en su libro: “O alzamento de 1936 no Norte da Coruña”.

En La Guardia, municipio de la provincia de Pontevedra situado en la desembocadura del Miño, en cuya ribera se ubicaría otro famoso campo de concentración: el de Camposancos, en el que tantos miles de asturianos estuvieron presos; pues era alcalde del municipio guardés Brasilino Alvarez, simpatizante del Partido Galleguista. Brasilino Alvarez había retornado de la emigración americana con una regular fortuna que le permitía vivir de las rentas. En los siete días que transcurrieron desde el inicio la sublevación en Africa hasta que un conglomerado de tropas, guardias civiles y falangistas entraron en La Guardia, no se produjo incidente de ninguna clase. El alcalde entregó el mando al jefe de la fuerza y se fue a su casa. Pues Brasilino Alvarez también fue fusilado, en Tuy, junto con otros, el siete de Diciembre de 1936 después de haber sido condenado a pena de muerte en un consejo de guerra. Según los autores del libro “Aillados”, solamente dos alcaldes constitucionales salvaron la vida en toda la provincia de Pontevedra.

Juan Noya Gil, concejal republicano de La Guardia, galleguista, activista cultural y deportivo, cofundador de la sociedad obrera local, escribió un libro titulado “Fuxidos”. En ese libro autobiográfico, se narra en detalle lo que fue la represión en la comarca del Bajo Miño. A él pertenecen estos párrafos:

«A las cinco de la tarde habían sido asesinadas cinco personas en La Guardia, entre las cuales figuraban mis cuñados Angel y Antonio. Quedé anonadado. Mi pensamiento volaba hacia la santa mujer que era mi suegra y hacia mi entrañable esposa.

Ese fatídico día habían hecho acto de presencia en La Guardia el capitán de la Guardia Civil Teresa y el teniente de Carabineros Salvador Buhígas. También se vio al capitán de Artillería Benito Alvarez. Ignoro la responsabilidad en que este último haya incurrido, por eso me abstengo de señalarla.

En el hotel del Monte Santa Tecla se celebró ese día una comida que, con los primeros nombrados, compartieron Paco Moreno (alcalde) y toda la cohorte de criminales falangistas de la localidad.

Allí -versión que merece entero crédito- se discutió como si fueran sardinas en lata el número de republicanos y obreros que debían eliminarse aquella tarde. Se asegura que la cifra demandada por el capitán Teresa y el teniente Buhigas era muy alta y que Paco Moreno la fue regateando hasta acceder a que se concretase a la de los cinco que oportunamente reseñaremos.»

Un hermano de Juan Noya fue también torturado y asesinado. Y el propio Juan Noya se salvó de una muerte más que segura gracias a que consiguió permanecer escondido durante cuatro años sin que le descubrieran ni delataran.

Testimonio

Manuel Domínguez: “Tuve que aguantar a uno de los asesinos de mis hermanos trabajando conmigo.”

Concha (su mujer): “Me tuvieron nueve meses metida en un cuarto en Tuy, en prisión gubernativa.”

Manuel.- (...) Todos éramos de izquierdas. Uno de los hermanos que me asesinaron era funcionario del Ayuntamiento; el otro que asesinaron era un miembro destacado del Sindicato Pesquero, que pertenecía a la CNT. (...)El veintisiete de Julio llegaron las primeras fuerzas sublevadas. Eran soldados y falangistas al mando de militares. Quiero que quede claro por mi parte, que sí, que los falangistas fueron el brazo ejecutor, pero detrás de ellos había un mando del ejército. (...)El caso es que de esos cinco que luego “pasearon”, dos eran hermanos míos. Ese capitán fue el que mandó el pelotón de fusilamiento, que lo formaron diez falangistas de aquí. (...)A Manuel Noya, que era el hombre teórico de la CNT en La Guardia, le mataron el veinticinco de Agosto. Era maestro sastre y tenía un pequeño taller. Había sido alcalde provisional diez días tras las elecciones de Febrero del 36.

Concha.- Me enteré de que mi marido se había evadido. Porque también sabíamos que aquí, en la cárcel de Tuy, a presos que tenían allí sin juzgar, les ofrecían sacarlos si se apuntaban voluntarios para ir al frente, y, luego, en el frente, les daban un tiro. Claro, yo tenía miedo que con él hicieran lo mismo, así que tenía que pasarse. El se pasó el dieciocho de Septiembre y nueve días más tarde, ya nos vinieron a prender. ¡Tuvimos que pagar nosotras el billete del autobús para ir a la cárcel de Tuy!

Me tuvieron en la cárcel Tuy nueve meses, metidas en un cuarto, en unas condiciones deplorables, sin juzgarme, en prisión gubernativa. Eramos ocho mujeres y nos faltaba el aire porque tenían clavadas las ventanas.

A mi suegra la soltaron poco después de Año Nuevo. Yo, muy contenta porque, por lo menos, ella salía. ¡Resulta que era porque había muerto el marido! Ella no sabía nada (...)


La Guardia desde EL Tecla

Zamora

El fusilamiento de Amparo Barayón, mujer del escritor Ramón J. Sénder

Ramón J. Sénder, el gran novelista español, no figuraba en los libros de Literatura de los bachilleres españoles. Claro que, allá por mediados de los sesenta, tan lejos, tan cerca, eso hubiera dado lo mismo: en las clases nunca se llegaba al siglo XX, ni al XIX. En Literatura, como en Historia, el programa real de la asignatura siempre terminaba en los comienzos del siglo XIX: Espronceda, Bécquer y la guerra de Independencia. ¡Vaya profesorado! ¡Vaya catedráticos!

Sénder ya había ganado el Premio Nacional de Literatura en 1935 y escrito artículos en los periódicos revolucionarios de la época. Tampoco sabíamos nada de su actuación durante la guerra: ni que había estado en el frente y participado en los primeros combates de Guadarrama, y, claro, ¿cómo íbamos a saber que Sénder se había alistado en el famoso “Quinto Regimiento” y que había ascendido a capitán y comandante, y que a punto había estado de aparecer flotando en el Manzanares con un balazo en la espalda por sus desavenencias con Líster? De todo eso no podíamos saber nada. Tuvieron que pasar bastantes años hasta que alguien me enterase de lo que le había ocurrido a la mujer de Sénder: que la habían fusilado los nacionales durante la guerra. También el propio hijo de la víctima, Ramón Sénder Barayón, ignoraba el drama que le habían hecho sufrir a su madre.

Amparo Barayón, la mujer de Sénder, había nacido en Zamora en 1904. Pertenecía a una familia de clase media, propietaria de un café, el “Café Iberia”, que su padre había abierto en 1912. Ese café era uno de los pocos sitios en Zamora en donde los clientes solían debatir de política, de política de izquierdas. Quizás por ello, al poco de iniciarse la sublevación militar, el café fue clausurado y dos hermanos de Amparo, detenidos y, posteriormente, “paseados”.

Fue en Madrid donde conoció a Sénder. Se casaron. En 1936 tenían dos hijos: un niño, Ramón, de dos años, y una niña, Andrea, recién nacida. El matrimonio Sénder-Barayón, con los dos niños y una niñera, estaba veraneando en San Rafael, un pueblecito de la Sierra de Guadarrama. Y allí les sorprendió la sublevación militar. En la confusión de los primeros días, Sénder decidió pasar hacia Madrid por el monte. Al despedirse, Sénder le dijo a su mujer que quemara todos los papeles y todos los manuscritos que llevaran su nombre y que tratara de irse con los niños a Zamora, porque “en Zamora no pasa nunca nada”: ¡Cuánto se equivocaba!

Una denuncia, y otra vez fue detenida. Esta vez iba a ser la definitiva. La metieron en la cárcel junto con su hija Andreína, de siete meses, a la que tenía que dar el pecho. El día once de Octubre de 1936, Amparo Barayón fue fusilada contra las tapias del cementerio de Zamora junto con otras dos mujeres llamadas Juliana Luis García y Antonia Blanes Luis. Unas semanas antes habían fusilado también a sus dos hermanos.

Los testimonios recogidos por Sénder hijo entre las mujeres que habían sido compañeras de cárcel de Amparo Barayón son otros tantos retazos de crueldad: mujeres enfermas a las que el médico de la cárcel niega cualquier clase de medicinas; bebés que se mueren de hambre porque a sus madres se les han secado los pechos; celdas que estaban a bajo cero y las presas y sus hijos tenían que dormir sobre el cemento sin una manta para cobijarse; una maestra, Engracia del Río, fusilada cuando estaba embarazada de ocho meses...

Uno de esos curas fue el que, después de escuchar la confesión de Amparo Barayón momentos antes de que la llevasen a fusilar, se negó a darle la absolución porque no estaba casada por la iglesia. ¿Qué hacía o que no hacía, qué decía o dejaba de decir de todo lo que estaba ocurriendo ante sus ojos el entonces obispo de Zamora, Manuel Arce Ochotorena, poco después ascendido a Arzobispo de Oviedo?

Salamanca

Jerónimo La Madrid (“Jero”): “De Peñaranda fusilaron a seis y “pasearon” a diez o doce”

(...)La cárcel de Peñaranda era una cárcel de partido con cuatro celdas que, en plan de guerra, podían albergar cada una a cinco personas como mucho: pues nos metieron allí a unos cincuenta o sesenta. A la mayoría nos llevaron para la cárcel de Salamanca, donde calculo que habría unos tres mil presos, incluidas las numerosas mujeres, que estaban en zona separada; y aparte los que hubiera en la prisión militar. Vi sacar a mucha gente para llevarla a matar.

(...)De ese consejo terminaron fusilando a seis: un Ruipérez; Armenteros, que era ferroviario; los hermanos Marcelino y Pedro Galindo, carpinteros; a uno que le decíamos “el Tiritas” y a otro cuyo nombre no recuerdo. En ese consejo de guerra fue el mayor grupo de gente de Peñaranda, pero todavía hubo algunos vecinos que pasaron por otros consejos de guerra.

El partido judicial de Peñaranda comprende treinta y tres pueblos. En todos los pueblos detuvieron a una media de seis o siete vecinos y en casi todos mataron a gente. Solamente algunos pocos hubo que no, gracias al cura o al médico que, cuando iban allí a matar a alguien, les decían que a la cárcel que sí, pero que matar que no. (...) De Peñaranda fusilaron a los seis del consejo de guerra y a otros diez o doce, “paseados”. Había en Peñaranda siete u ocho maestros. Mataron a uno, Artacho, que era republicano. Le vinieron a buscar de noche y le mataron(...)


León Garzón con sus primos Jesús y Germán
Sánchez Ruipérez en los jardines de Peñaranda

León Garzón: “Con el plan de estudios que impusieron aprendimos más teología que los curas”

«Era la mía una familia republicana y aunque yo iba a cumplir los doce años y a esa edad no te preocupas de la política, sí que era consciente de que, en aquel año de 1936, las cosas estaban revueltas. Nosotros éramos de Peñaranda, en la provincia de Salamanca, pero por aquella época mi padre estaba de subdirector de “La Unión y el Fénix” en Jaén.

(...)Para nosotros, siendo niños, nuestra vida, nuestros juegos, debieran haber seguido su cauce natural, pero también nos alcanzó la represión. Tenía una bicicleta, marca “La Veloz”, que compartía con mi hermano...¡Me la requisaron!

(...)Ahora que, sí, desde el principio todos tuvimos clara una cosa: el terror. Estábamos aterrorizados. ¿Por qué? Pues porque empezabas a oír a la gente contar que en tal sitio habían encontrado a uno muerto... Llegaba la lechera a casa y nos contaba que había visto tales cadáveres en tal sitio o en tal otro. Yo mismo, como era verano, salíamos con la bicicleta, y más de una vez tuvimos la sensación de ver un cadáver tirado en la cuneta. Los jueves, que era el día del mercado, pues llegaban en un coche descapotable y se iban a buscar a mengano y a fulano. Se los llevaban y desaparecían. O sea, que se empezaban a ver los “paseos”. O, por ejemplo, oías contar que a tal persona la habían detenido y la habían metido en la camioneta; durante el trayecto, había conseguido saltar en marcha y se había metido en un convento a refugiarse... ¡y las monjas lo habían entregado y, a continuación, lo habían fusilado! Cosas de este tipo que empezaron a aterrorizarnos: “¿Pero qué es lo que está pasando aquí? ¿Por qué son dueños de las vidas de las personas, por qué asesinan?” Nos preguntábamos. Se vivía un clima de terror, pero de un terror que sabías que estaba dirigido, controlado.

Los mayores asesinos, aunque hubiera excepciones, no eran los señoritos. Para cometer los asesinatos cogían a individuos de baja estofa. Todo consistía en eso, en ir a buscar a la gente a casa, llevarlos a un descampado y allí mismo... Hubo casos en que como los fusilamientos los hacían por la noche, pues a alguno le dieron por muerto y solamente estaba mal herido. Y alguno hubo que arrastrándose pudo escapar. Tuvimos nosotros un primo segundo al que le pasó eso: no le remataron y, cuando se fueron, consiguió llegar a casa y se salvó. Se pasó toda la guerra emparedado en un escondite que le hicieron.

(...)A un primo que había estado en la URSS, fue de los primeros que encarcelaron, y a ese le fusilaron. En los primeros días, detuvieron a tíos y primos nuestros y se los llevaron a la cárcel de Salamanca. Si digo que fueron quince, igual me quedo corto.

Mi madre era apolítica. Era una maestra nacional que estaba entusiasmada con su carrera y con Marcelino Domingo, que era el ministro de Instrucción Pública. Hoy sabemos muy bien que fue ese ministro el que dignificó al magisterio, y no sólo económicamente. La detuvieron a ella y a una hermana. Al marido de mi tía, que es el padre del de Anaya, le llevaron a la cárcel de Celanova. La fórmula para detener a toda la gente como mi madre era siempre la misma: auxilio a la rebelión. Nuestro padre, en la zona republicana, y nuestra madre, en la cárcel: huérfanos nos dejaron. Hace mucho tiempo que me he dado cuenta de que la pasta humana es perversa: ¿cómo es posible que amigos y conocidos hicieran aquello? ¿Acaso no se daban cuenta que estaban haciendo huérfanos a unas inocentes criaturas que no habían hecho ningún daño a nadie? Nos acogió el abuelo, que tenía dos hijas solteras y que, de repente, se encontraron con ocho nietos en casa.

(...)El frente estaba en el Alto de Los Leones, no demasiado lejos. De vez en cuando nos llegaban noticias de que había muerto alguien del pueblo, un falangista, un voluntario. Entonces había que echarse a temblar, porque eso significaba que iban a “pasear” a varios. Estaba la “Guardia Cívica”, que la formaban la gente de la CEDA y que no eran los peores, aunque alguno había que... Los peores eran los falangistas. Y algún que otro fraile. No es cuestión de personalizar ni nada, pero en Peñaranda sabemos de dos frailes que iban y “paseaban” a gente.


León Garzón Ruipérez, profesor
emérito de la Universidad de Oviedo

Ampliación del testimonio anterior con datos extraídos del manuscrito inédito de Martín Sánchez Ruipérez y del libro de Leonor Ruipérez Cristóbal, “Relato de mi vida”

De los primeros meses de guerra en Peñaranda, Leonor Ruipérez, madre de León Garzón, cuenta en el libro citado lo siguiente:

«Por la sorpresa, por la impotencia, por la menor eficacia, por lo que fuera, la provincia (Salamanca) quedó sometida. Se hicieron dueños del poder, ¡y de qué forma! Empezaron a ingresar en la cárcel montones de personas. Mi hermano Paco; algún día después, sus tres hijos. Mi hermano Salvador, que era alcalde, se encontraba reponiéndose de una pulmonía en un pueblecito llamado Navalperal del Tormes, fue requerido, y al enterarse dónde estaba, le fueron a buscar para ingresarle en la prisión de Peñaranda. Le acompañaban en tan “inolvidable” viaje, su mujer y una niñita que no tenía el año. Los “servidores de los nuevos amos” les hicieron en el camino descender del coche y a Salvador le pasearon entre fusiles con idea, un sí o un no, de quitarle la vida; pero surgió un guardia civil bueno, no sé si conocido o no, que respondió por él, y le salvó la vida. Ya en la prisión, los que fueron le sacaron de ella con la intención malvada de matarle; pero otra vez la Providencia, en forma de amistad, actuó sobre el santo varón que era mi hermano y le escondió. Las fieras olfatearon por las casas de los familiares. Fueron a la de mi padre, registraron, y al penetrar en la habitación donde estaba la figura venerable de éste, con sus ochenta años, alguna fibra debió vibrar en ellos con un sentir más humano, pues dejaron la búsqueda y yo noté un cambio en sus semblantes. Mi hermano fue llevado, como también los demás, a la prisión provincial de la capital. El peligro de perder la vida era inminente en todas las personas más o menos ligadas a los ideales de la democracia. Nuestro despertar de sueños de pesadillas era de temor, pues siempre sabíamos de nuevas masacres. Iban por ellos, les subían en las camionetas, sin atender las súplicas y llantos de padres, ni de hijos, ni de hermanos, ¡y los dejaban tendidos en las carreteras! El monte Arauzo fue uno de los lugares elegidos como cementerio para sepultar seres inocentes y de historia ejemplar. Una de las víctimas de aquellos primeros días fue el mencionado novio de mi sobrina Asunción, llamado Antero Pérez, muy joven y de excelentes valores físicos y espirituales.»

De la familia Ruipérez fueron detenidos varios hermanos: Francisco y sus hijos, y Salvador, Leonor y Encarna, y el marido de Encarna. Francisco era abogado y se había presentado a las elecciones de Febrero del 36 por Izquierda Republicana en la candidatura del Frente Popular; no salió elegido y, más adelante, se negó a aceptar el acta que le ofrecieron al anularse, durante la revisión, algunas de las que habían sido adjudicadas a las derechas. Sus hijos eran de las Juventudes Socialistas. Fortu, el hijo mayor de Paco Ruipérez fue condenado a muerte y murió a los venticuatro años, fusilado junto con otros el veintidós de Mayo de 1937 mientras gritaba: “¡Vivan los pobres del mundo!”, “primera bienaventuranza de Jesús, pero

-escribe Leonor-, este mártir no será canonizado.” Salvador Ruipérez pertenecía también a Izquierda Republicana y era alcalde de Peñaranda antes del golpe militar.

Leonor y Encarna Ruipérez fueron detenidas, junto con otro hermano, el diecisiete de Noviembre de 1936. Este hermano, que era más bien de derechas, había sido presidente de la Diputación hasta el triunfo del Frente Popular. Leonor y Encarna eran maestras y a pesar de que la Junta Depuradora del Magisterio, integrada por elementos adictos a los sublevados, las había incluido entre los maestros que podían seguir ejerciendo, fueron sometidas a un consejo de guerra, junto con treinta y cinco personas más, y condenadas a nueve años de cárcel por “auxilio a la rebelión”. El marido de Encarna, simple afiliado a Izquierda Republicana, también fue detenido y encarcelado.

En Peñaranda funcionaba un Asilo Benéfico que había sido fundado por Elisa Amador. Esta señora había designado en su testamento como administradores vitalicios del Asilo al médico y al padre de los Ruipérez. También llegó ahí el afán “depurador” del nuevo régimen, de modo que los dos fueron destituidos y sustituidos por otras personas.

Un cuñado de Leonor, Clemente Garzón, que trataba de pasar desapercibido en Vigo, un día que iba paseando por la orilla de la mar vio venir a unos falangistas de frente y creyó que iban a detenerle: le entró tal pánico que no se le ocurrió otra cosa que tirarse al mar. Se estrelló contra las rocas y allí pereció.

Badajoz

La matanza

Badajoz fue tomada por los nacionalistas el 14 de Agosto de 1936 tras duros combates. Fue sitiada, cañoneada y bombardeada por los trimotores “de duro aluminio reflejando los rayos de sol”, probablemente “junkers” alemanes que ya intervenían en operaciones militares cuando no había transcurrido un mes desde la sublevación. Los legionarios y los moros de las columnas que mandaban los comandantes Carlos Asensio y Antonio Castejón, ambos a las órdenes del teniente coronel Yagüe, entraron en Badajoz después de encarnizados combates. A los periodistas que acompañaban a las fuerzas de Yagüe en su avance desde el Sur, se les prohibió ir al Badajoz recién conquistado, pero desde la cercana frontera portuguesa de Caya, el periodista portugués del “Diario de Lisboa” Mario Neves y los franceses Jacques Berthet, del “Temps”, y Marcel Dany, de la “Agencia Havas”, consiguieron entrar en la ciudad el día quince. (...) Por los relatos de estos tres periodistas, por el reportaje del fotógrafo René Bru, de la Pathé Newsreels, y por lo que escribió el norteamericano Jay Allen, corresponsal del “Chicago Tribune”, que llegó a Badajoz nueve días después, el mundo pudo conocer la magnitud de la ola de terror que acompañaba al avance de las fuerzas nacionalistas por el sur de España.

En los primeros momentos, tras la toma de Badajoz, legionarios y moros fusilaban sumariamente a todos los hombres que encontraban por las calles con señales de haber disparado un fusil. Posteriormente, fueron concentrando a los prisioneros en la plaza de toros, donde los iban fusilando por grupos con ametralladoras. También se fusilaba en el foso de las murallas y en las puertas del cementerio.

El día dieciséis, una columna de humo blanco que se elevaba a un kilómetro y medio de la ciudad atrajo la atención del periodista portugués Mario Neves. La gente a la que preguntó le dijo que en aquella zona estaba el cementerio. Al día siguiente, Mario Neves se encontró por casualidad con un cura y entabló conversación con él. Fue gracias a este cura como pudo descubrir el origen de la misteriosa columna de humo: era de los cadáveres; los amontonaban en el cementerio, los rociaban con gasolina y les prendían fuego. El propio cura le llevó al cementerio para que lo pudiera ver con sus propios ojos. La impresión fue tan fuerte que Mario Neves comenzó el despacho telefónico de ese día así: «Voy a marcharme. Quiero dejar Badajoz, cueste lo que cueste, lo más rápido posible y prometiéndome solemnemente a mí mismo que no volveré nunca.» Y, en efecto, no lo hizo sino hasta cuarenta y seis años más tarde y a petición de la cadena inglesa Granada TV que preparaba una serie titulada “The Spanish Civil War”.

Justo Vila Izquierdo, en su libro: “Extremadura: la Guerra Civil”, publicado en 1983, estima que más de cuatro mil personas fueron fusiladas en la plaza de toros de Badajoz, muchas de las cuales fueron entregadas por la policía portuguesa de Salazar.

Mallorca

“Los grandes cementerios bajo la Luna”. La represión nacionalista en Mallorca vista por el escritor francés Georges Bernanos

Se trata de uno de los alegatos más importantes contra la barbarie nacionalista que conozco. A través de la lectura de ese libro se puede uno imaginar lo que era el terror en la zona nacionalista, en Mallorca en este caso. El gran valor de este testimonio viene dado, no tanto por lo que se cuenta ni por cómo se cuenta, sino por quien lo cuenta. Tampoco importa mucho que Bernanos hubiera nacido en Francia, ni que luchase en la I Guerra Mundial, ni que fuera partidario de reinstaurar la monarquía francesa, ni que tuviese un hijo falangista que llegaría a teniente... Lo que realmente da importancia al libro es que su autor es un creyente, un católico practicante:

«En Mallorca, he visto cruzar la Rambla camiones repletos de hombres. Rodaban con un ruido de trueno, al ras de las terrazas multicolores, recién regadas, empapadas, con un alegre murmullo de fiesta campestre. Los camiones estaban grises del polvo de los caminos, grises también los hombres, sentados de cuatro en cuatro, con sus gorras grises colocadas de través y sus manos abiertas sobre sus pantalones de dril, muy quietos. Todas las tardes, a la hora en que volvían del campo, se los llevaban de sus caseríos perdidos; partían para el último viaje con la camisa pegada al cuerpo por el sudor, los brazos aún cansados del trabajo del día, dejando la sopa servida sobre la mesa y a una mujer, sin aliento, que llegó demasiado tarde al porche del jardín, con el hatillo envuelto en una servilleta nueva: ¡Adiós! ¡Recuerdos!

Se vuelve sentimental, me dicen. ¡Dios me guarde! Simplemente repito, y no me cansaré de repetirlo, que eran hombres que no habían matado ni herido a nadie. Eran campesinos semejantes a los que vosotros conocéis, mejor dicho, a los que conocieron vuestros padres, a los que vuestros padres estrechaban la mano, muy parecidos a los campesinos de nuestras aldeas francesas, de enérgica cabeza, adoctrinados por la propaganda gambetista, parecidos a esos viñadores del Var, a quienes el viejo cínico de Georges Clemenceau llevaba en otros tiempos el mensaje de la Ciencia y el Progreso Humano. Pensad que acababan de conseguir su república -¡Viva la República!-, que aún era, la tarde del 18 de Julio de 1936, el régimen legal aceptado por todos, aclamado por los militares, y aprobado por los farmacéuticos, médicos, maestros de escuela, en fin, por todos los intelectuales.

-No hay duda que eran buena gente -replicarán los obispos españoles-, pues la mayoría de estos desgraciados se convirtieron in extremis. Según testimonia nuestro Venerable Hermano de Mallorca, únicamente el diez por ciento de estos queridos hijos rechazaron los sacramentos antes de ser despachados por nuestros bravos militares.

El porcentaje es grande, lo confieso, y dice mucho del celo de Vuestra Señoría. ¡Que Dios se lo pague!»

«Afirmo, bajo palabra de honor, que durante los meses que precedieron a la guerra santa no se cometió en la isla ningún atentado contra personas ni bienes. Dirán: “En España se mataba.” Ciento treinta y cinco asesinatos políticos desde el mes de Marzo al mes de Julio de 1936. Es verdad. Por eso, el terror de las derechas pudo tener un carácter de desquite, feroz, ciego, que alcanzaba a los inocentes, a los criminales y a sus cómplices. Pero en Mallorca, donde los crímenes no existieron, sólo podía manifestarse como una depuración preventiva, como la sistemática exterminación de los sospechosos. La mayoría de las condenas legales, efectuadas por los tribunales militares mallorquinos -hablaré después de las ejecuciones sumarias, mucho más numerosas-, sólo se hicieron por el crimen de desafección al “movimiento salvador”, de palabra o incluso de gesto. Una familia de cuatro personas, excelentes burgueses, padre, madre y dos hijos de dieciséis y diecinueve años respectivamente, fueron condenados a muerte por el solo hecho de que cierto número de personas afirmaban haberlas visto aplaudir, desde su jardín, a los aviones catalanes que pasaban. La intervención del cónsul norteamericano logró salvar a la mujer, pues era de origen portorriqueño.»