En honor de Blasco Ibáñez
Crónica
de los actos celebrados en Valencia
el domingo 16 de Diciembre de 1906.
Publicada en El Pueblo, diario republicano de Valencia.
Hemeroteca Municipal de Valencia.
¡Gracias
republicanos! El día de ayer fue una página
gloriosa del partido Unión Republicana. Grande
creímos siempre el entusiasmo de nuestros correligionarios,
su amor, su veneración a Blasco Ibáñez,
al inmortal pintor de nuestro cielo, de nuestra vega,
de nuestras costumbres, al conquistador de la libertad
de la región, pero el acto de ayer rebasa los
límites de toda ponderación.
No tenemos espacio para expresar cuán grande
es nuestra admiración hacia esas masas, hacia
ese entusiasta y aguerrido ejército.
Por hoy nos limitamos a decir a todos en nombre de Blasco
Ibáñez:
¡Gracias, muchas gracias, republicanos!
La
manifestación.
Antes de las diez de la mañana los locales del
partido y la rotonda del Casino comenzaron a ser invadidos
por numerosos correligionarios. En todos los pechos
palpitaba el mismo anhelo; todos los corazones latían
al unísono; en todos los semblantes observábase
idéntico regocijo, la misma alegría.
Todos acudían al mágico conjuro de un
nombre, del más respetado y querido, el de Blasco
Ibáñez, amigo queridísimo, jefe
entusiasta, literato eminente, valenciano ilustre. Pronto
se hizo imposible circular por dentro del Casino, tal
era la aglomeración de correligionarios que en
él se habían congregado.
Allí estaban representantes y amigos cariñosos
de los pueblos de la provincia; portadores eran del
entusiasmo, de la abnegación, de los plácemes
y felicitaciones de los republicanos de los mismos que
no quisieron que se celebrase acto tan importante sin
que en él ocupasen un puesto.
A las once y cuarto la muchedumbre formaba un
grupo imponente a la puerta del Centro y llenaba casi
por completo la calle de Libreros y la plaza del Patriarca.
En el Centro encontrábanse los diputados provinciales
y los individuos de la Junta Municipal del partido y
representaciones de casinos y entidades republicanas
de Valencia y la provincia.
Poco antes de las once y media llegaron al Centro varias
personalidades del partido y la redacción de
El Pueblo con su director, Félix Azzati. Pronto
sonaron vivas entusiastas, aplausos atronadores y a
los gritos de ¡viva Valencia!, ¡viva la
República francesa! y ¡viva Blasco Ibáñez!,
púsose en marcha la manifestación,
encabezada con los miembros de la Junta Municipal con
su presidente, Francisco Garrido, y nuestro compañero
Azzati.
Los aplausos eran continuados, atronadores y entusiastas.
Aquella masa inmensa púsose en marcha dificultosamente
en dirección a la Casa del Ayuntamiento, donde
esperaban a los manifestantes los concejales del partido.
Muchos miles de personas vitoreaban a Blasco Ibáñez,
batían palmas y se abrían los balcones
y se asomaban gentes que se unían al entusiasmo
de los manifestantes. Estos se dirigieron al
Ayuntamiento en número que superaba los diez
mil, pasando por las calles de la Nave, Universidad,
Pintor Sorolla y plaza de Castelar. Al llegar a la calle
de la Sangre, esperaban en ella gran número de
republicanos para engrosar la manifestación.
En el salón de la Alcaldía se
encontraba la comisión oficial, compuesta por
el Alcalde, los concejales Paredes y Bort, y el secretario
del Ayuntamiento, Jiménez Valdivieso. Todos ellos
ocuparon un landó y se trasladaron al consulado
francés para recibir allí a los manifestantes.
Al presentarse en el patio de las Casas Consistoriales
todos los concejales del partido con la Junta Municipal
y los señores Gil y Morte, Beltrán, Azzati,
Algarra, Barral, Pinto, Veres, Cru y demás personalidades,
estalló una formidable ovación, sucediéndose
las aclamaciones y los vivas a Blasco Ibáñez
y a Sorolla.
La calle de la Sangre y buena parte de la de San Vicente
y de la plaza de Castelar estaban ocupadas por completo,
hasta el extremo de haber tenido que detenerse los tranvías,
suspendiendo el servicio hasta que la manifestación
reanudó la marcha. Aquella inmensa ola humana
apretujábase abriendo paso a las personalidades
del partido para que juntamente con los concejales formasen
el frente de los manifestantes.
Por fin, se reanudó la marcha, presentando la
calle de San Vicente hermoso golpe de vista. Un
verdadero mar de cabezas, más de quince mil personas,
avanzaban lentamente, aplaudiendo con verdadero frenesí,
vitoreando a Blasco Ibáñez, a la Francia
republicana y a Valencia. Para que se pueda
tener una idea de lo imponente y numerosa que era la
manifestación, baste decir que al llegar la cabeza
de la misma a la plaza de la reina, aun salían
manifestantes por la de la Sangre.
Los vítores y las aclamaciones revistieron el
carácter de verdadero delirio al cruzar por la
calle de París y Valero; aquellos vivas, aquellas
aclamaciones eran una contestación categórica,
terminante; era un verdadero plebiscito, una réplica
de gigante que la Valencia honrada, liberal, revolucionaria,
la que sabe hacer justicia a sus hijos, daba a los injuriadores,
a los envidiosos, a los impotentes que amarillos de
cólera, temblorosos de emoción presenciaban
desde los balcones de su cachapera aquel inacabable
desfile.
Nuestros correligionarios contestaban y Valencia también
a las campañas de calumnia en forma harto elocuente
y terminante para que los cuatro desgraciados que estaban
en el casino Radical, por muchos entusiasmos que por
su causa sientan no los vieran deshechos, distraídos.
Bien hicieron nuestros correligionarios despreciando
a los impotentes; bastante castigados quedaron ayer
al ver desfilar ante ellos miles y miles de hombres
que pronunciaban todos con idéntica veneración
el mismo nombre: ¡Blasco Ibáñez!
Al llegar la manifestación a la calle
frente a la Glorieta, encontrábase en el kiosco
de conciertos del paseo la Banda Municipal. Los manifestantes
prorrumpieron en aclamaciones y pidieron a la Banda,
en medio de grandes vivas a Francia y a Blasco Ibáñez,
que tocase La Marsellesa. Así lo hizo la Banda
atendiendo las órdenes de los concejales. El
momento fue solemne, conmovedor; miles de sombreros
se agitaban en el aire mientras se vitoreaba a la Francia
republicana, a Blasco Ibáñez y a Valencia.
Las valientes notas de La Marsellesa, unidas a los vítores
y aclamaciones, se sucedían.
Los manifestantes prosiguieron su marcha por la plaza
de Tetuán, dando una nota simpática al
pasar por frente al cuartel de Santo Domingo, aplaudiendo
estrepitosamente al Ejército. Al atravesar el
puente del Mar, la manifestación era imponente
y al llegar al consulado francés, sito en la
Alameda, los grandes jardines que preceden al hermoso
chalet en que está instalado, fueron invadidos
por los manifestantes. Fuera del jardín había
una masa que ocupaba el camino de la Soledad y la parte
de la Alameda que dan frente al consulado. El excelentísimo
señor conde de Valicurt, acompañado de
personal oficial del consulado esperaba a los concejales
a la puerta.
Grandes vivas a la nación hermana, a la libre
Francia y a la República se confundían
con otros a Valencia, a Sorolla y a Blasco Ibáñez.
El momento no podía ser más solemne. El
cónsul francés acompañó
a los visitantes hasta el salón de recepciones,
en cuyas paredes vimos colgados cuadros de costumbres
valencianas, buena prueba del cariño y del aprecio
que siente por nuestra ciudad.
Ya en el salón de recepciones, el Alcalde
Sanchís Bergón, en nombre de la ciudad,
pronunció breves y elocuentes frases demostrativas
de la simpatía que Valencia siente hacia la República
francesa y el testimonio de gratitud de la ciudad por
la distinción que el gobierno de Francia ha otorgado
al pintor de su huerta y de su mar, y al que con su
pluma inmortalizó las hermosuras de nuestro suelo
y nuestras costumbres: a Sorolla y Blasco Ibáñez.
En nombre de la ciudad, Sanchís Bergón
rogó al señor cónsul francés
que transmitiera a su gobierno estos anhelos de Valencia.
Terminó con un ¡Viva Francia! que fue unánimemente
contestado.
El conde de Valicourt pronunció un discurso
en castellano muy sincero y elocuente. Agradeció
en nombre de su gobierno las frases pronunciadas por
el alcalde de Valencia y prometió transmitirlas
a su gobierno. También tuvo frases muy
elocuentes para el Ayuntamiento, asegurando que tenía
mucho gusto en consignar que el Ayuntamiento que sabe
revolucionar una ciudad, abrir nuevas vías, transformar
su aspecto hermoseando su fisonomía, sabe también
rendir tributo a sus preclaros hijos Sorolla y Blasco
Ibáñez, como lo probaba aquella inmensa
muchedumbre que aplaudía y vitoreaba aquellos
dos nombres. Terminó su discurso dando
un viva a Valencia que fue contestado por otros vivas
a Francia. A continuación, el cónsul y
el alcalde salieron al balcón a saludar a la
multitud que aplaudía sin cesar.
Cumplida la misión en el consulado, los manifestantes
se dirigieron por el paseo de la Alameda, puente del
Real, plaza de Tetuán y Glorieta a la redacción
de El Pueblo, con objeto de cumplimentar el acuerdo
de saludar al padre de Blasco Ibáñez.
La calle de Juan de Austria era insuficiente para contener
la masa de correligionarios que formaban la manifestación.
En el gran salón de El Pueblo, Gaspar Blasco,
el padre del jefe querido, del maestro inolvidable,
recibió profundamente emocionado la felicitación
de las autoridades del partido, a las que patentizó
su agradecimiento.
Como en la calle había miles de personas, salieron
al balcón el padre de Blasco Ibáñez
y nuestro compañero Azzati. El momento resultó
solemne, sentido, y mientras en la calle los nombres
de Azzati y Blasco Ibáñez se entrelazaban,
arriba, en el balcón, el padre del gran novelista
abrazaba al discípulo predilecto, a Félix
Azzati, que hubo de pronunciar unas breves palabras.
El
mitin.
El teatro presentaba un aspecto brillantísimo,
totalmente ocupado por la inmensa multitud que oía
con gran atención los discursos de la velada.
Se habían quitado las butacas y sillas de la
entrada general con objeto de que fuera mayor el espacio
y no hubiese local ocupado inútilmente.
La sala se hallaba adornada con guirnaldas entrelazadas
a lo largo de las columnas para servir de marco a los
medallones anunciadores de las obras de Blasco Ibáñez
y a los escudos y banderas de Francia y España.
En el centro de cada columna y rodeados de guirnaldas
se hallaban enclavados grandes cartelones pintados con
arte y con ingenio y en los que se leían los
títulos de las obras de Blasco Ibáñez
al lado del dibujo representando la escena más
saliente de la obra. A los lados del escenario,
y como presidiendo la fecunda labor del genio valenciano,
erguían sus nombres los dos grandes periódicos
fundados por Blasco Ibáñez. El Pueblo
a un lado, representado por el cartel debido al pincel
de Sorolla, y La Bandera Federal al otro, destacando
su nombre entre los pliegues de una bandera tricolor,
que en son de guerra tremola una mujer republicana.
Al levantarse el telón e iluminarse el escenario,
el entusiasmo popular se desbordó ante aquel
derroche de arte, y los aplausos para los artistas no
cesaban, así como los vítores a Blasco
Ibáñez.
(...) A los pocos minutos de haber sido levantado
el telón entraron en el escenario oradores y
personalidades del partido. Formaban la mesa el presidente
de la Junta Municipal, Francisco Garrido, y Adolfo Gil
Morte, Adolfo Beltrán y Juan Barral en representación
de los diputados provinciales; Mariano Cuber y Juan
Bort en la de los concejales de la mayoría republicana;
José Mira, secretario de la Junta Municipal,
y Félix Azzati, director de El Pueblo. Detrás
de ellos se hallaban sentados los concejales, diputados
provinciales y representantes de todos los casinos y
entidades del partido Unión Republicana de Valencia,
y todos los ediles que forman la mayoría del
Ayuntamiento. También estaban presentes los diputados
provinciales Pinto, Veres y Cubella. Todos vestían
de etiqueta y llevaban las insignias del cargo.
Al aparecer en el escenario los oradores resonó
una formidable ovación y la Banda Municipal tocó
La Marsellesa. Los aplausos y vivas eran ensordecedores
y una masa enorme ocupaba totalmente el teatro Pizarro,
destacándose entre ella un gran número
de señoras.
Hicieron uso de la palabra Francisco Garrido, Mariano
Cuber, Juan Barral, Félix Azzati, Adolfo Beltrán
y Adolfo Gil Morte. El periodista Salvador Ariño
leyó una poesía de Serrano Clavero.
(...)Al día siguiente, la corporación
valenciana aprobó la proposición de urgencia
en la que se pedía que se declarase a Blasco
Ibáñez hijo predilecto de Valencia, que
se diese su nombre a la plaza de la Reina, que se abriese
una suscripción popular para fundir la lápida
con el nuevo nombre y que el día de la colocación
acudiese el Ayuntamiento en Corporación.