Filipinas
y las órdenes religiosas (II).
Miguel Morayta
Con
el apoyo del general Izquierdo, recobraron los elementos
reaccionarios su antiguo vigor; y seguros ya de que en mucho
tiempo no habría ministro bastante osado para dar
la razón al clero indígena, ni para resucitar
las medidas favorables a la exclaustración, ni a
la reforma de la enseñanza, fijaron su atención
en su conveniencia de hacer entender a los indios que sólo
habían nacido para obedecer ciegamente al fraile;
les iba en ello la prolongación de su omnímodo
poder, sólo posible mientras los indígenas
se mostraban más súbditos de los conventos
que de España.
Decir
de ellos, que no adoraban en los frailes, era para éstos
la derrota, y como así no cabía tacharlos
de revolucionarios, se les acusó de antiespañoles.
Y para ello, ¿cómo no enderezar desde luego
la puntería contra aquellos, que respondiendo a los
halagos del general de la Torre, le habían obsequiado
con serenatas y asistido a su palacio y roto así
la valla que les separaba de los peninsulares, y tras lo
cual iba aparejada la desconsideración del fraile?
De esto nacieron las explicaciones peregrinas, de
que al verse los indios acariciados y protegidos, resolvieron
declararse independientes. Pensar en ingratitudes
por recibir alivio, el constantemente atormentado, es psicológicamente
imposible.
Fue
el caso, que al poco de llegar a Manila el general Izquierdo,
comenzó a hablarse de conspiraciones filibusteras.
Como consecuencia de ello, al palacio de la Capitanía
General llegaron de continuo misteriosos avisos, acusando
directamente ya a uno, ya a otro, y dando noticias circunstanciadas
de proyectos de alzamientos y trabajos de zapa. El general
Izquierdo, no dio durante largo tiempo, asenso alguno a
aquellos anónimos, no pocos desprovistos de sentido
común.
La
agitación, sin embargo, era visible: notábase
en la intranquilidad existente en la población indígena
y la avivan los excesos de las autoridades. Con tal rigor
trataron éstas a doña Carmen Torres, que habiéndosela
hecho imposible la existencia, se suicidó. Don Faustino
Villabrille, creyendo mostrar la inutilidad de la creación
de la guardia veterana o vengarse de no habérsele
dado un puesto en ella, preparó un asalto a la casa
del magistrado señor Dávila, y descubierta
su participación, fue fusilado. ¡Qué
horrores engendra una perversa administración!