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Oficina de Defensa del Anciano
La lucha por el poder en el PCE en 1945.


Sobre Cristino García (II).

 

Por Gregorio Morán.
Miseria y grandeza del PCE (1939-1985).

 

Está firmada la sentencia. Carrillo ha cogido en sus manos la organización de Madrid, la más importante del interior; ya no es aquel grupo orientado por el dúo Monzón-Trilla, sin grandes acciones, aunque las pregonen, y con discretos contactos políticos. A Madrid ahora le ha sonado la hora de su liberación. Acaba de llegar José Vitini, en enero; Cristino García en abril. Cada uno, como el Cid, viene con algunos de los suyos, dispuestos a demostrar con un heroísmo sin igual y una ignorancia política absoluta, cómo hay que hacer las cosas para que se repita lo de Francia.

EI gran Vitini, un antiguo oficial de Asalto durante la guerra civil, formado como luchador en la resistencia francesa, dura cuatro meses. Pone bombas en el diario pro-nazi Infomaciones y en la Delegación falangista de Prensa de la calle Montesquinza, pero su obra va a ser el asalto a un local de Falange en el barrio de Cuatro Caminos; el comando mata a dos falangistas de la clase de tropa, Martín Mora y Daniel Lara. Luego, algún atraco de poca monta y mal organizado que no sale a pedir de boca y la represión los diezma. En abril es ya un detenido que va para cadáver; heroico cadáver quizá, pero cadáver al fin y a la postre, mientras la organización del partido está esquilmada. No importa, en 1945 las cosechas de militantes se suceden.

A Vitini le sustituye en la actividad guerrillera de la capital de España, otro asturiano, Cristino García. La continuidad política la sigue manteniendo Agustín Zoroa, que hace escasos viajes a Francia y que va a ser detenido en el terrible verano de 1945, casi al unísono que otros dos enviados al interior, Sebastián Zapirain y Santiago Álvarez, miembros del Comité Central. Zapirain dura en libertad, desde su entrada clandestina, poco más de un mes, y Álvarez apenas si llega al mes, el tiempo que tardó en buscar casa para dormir y contactar con el partido. Zapirain y Álvarez, no obstante, marcarán un hito en la historia del partido porque serán los dos primeros miembros de la dirección que consiguieron librarse del fusilamiento gracias a la solidaridad internacional. Caído Zoroa y con Zapirain y Álvarez en la cárcel, ya no habrá más Delegación del Comité Central en el interior.

Cristino García, el sustituto de Vitini, alcanza Madrid a finales de abril. Llega con la aureola de su legendaria actividad en Francia, luchando en el Gard, en Lozere y Ardeche. Es el vencedor de la batalla de La Madeleine, con un balance de 1.500 prisioneros y 600 bajas al enemigo; es el liberador de Foix y el asaltante de la prisión de Nimes. Tiene cuando llega a Madrid, 31 años, es un veterano que ya luchó en el 34 y que hizo la guerra en el XIV de Guerrilleros. Conserva un inconfundible acento asturiano y el aspecto de minero batallador: alto, delgado, puro nervio. Apenas si durará seis meses, un récord para este hombre que no se arredra ante nada; realiza brillantes atracos, limpios, sin sangre y muy rentables; utiliza el desconocido "plástico" para volar el transformador eléctrico que da corriente a la fábrica Barreiros en la periferia madrileña Tiene un talento innegable de activista nato.

Todos son éxitos y crea el "Grupo Especial", seis hombres como él, dispuestos a todo. La afluencia de militantes, las ganas de pelea entre la gente es tal que se ve obligado a incorporar a más guerrilleros de los que puede controlar. El Grupo Especial se transforma en un estado mayor que no alcanza a orientar a cada partida de la guerrilla urbana. El ritmo de la actividad es imparable y todos están metidos en la vorágine sin tiempo para pensar que el enemigo algún día logrará detener a alguien del "estado mayor" y todo se vendrá abajo.

Ese momento llegó días después de la aparición de un cadáver de mujer en la calle Amor de Dios. Una pobre prostituta que frecuenta un antro denominado El Brasero. La investigación policial les acerca a un cliente habitual de la casa, un derrochón que nadie sabe dónde de trabaja, se llama Francisco Carranque y no tiene nada que ver con esa muerte, pero sí tiene mucho que ver con las actividades guerrilleras. En el partido se le conoce por “Paquito” y es uno de los seis del Grupo Especial de Cristino García.

“Paquito” va armado el día que le detienen, un 16 de octubre de 1945. El resto no es más que la sordidez de una historia de la época. Le ofrecen la libertad y pasaje para Argentina si lo cuenta todo y la policía, para hacerlo más verosímil, contacta con su hermana en Buenos Aires y le provisiona de la documentación precisa. Él no irá nunca a América, sino al paredón, y los demás, con él.

El 20 de octubre detienen a Cristino en la Plaza Mayor. Ha durado seis meses y no ha podido consumar su proyecto: sublevar a los presos políticos el 20 de noviembre, coincidiendo con la marcha falangista sobre la tumba de Jose Antonio Primo de Rivera en El Escorial. Sólo alcanzó a ver la primera parte: la fuga, en mayo, de 33 presos del campo de concentración de Valdemanco.

Le fusilarán el 21 de febrero de 1946 con nueve de los suyos y el gobierno francés cerrará, por orden del general De Gaulle, la frontera francesa en su honor. Le concederán, a título póstumo, un año más tarde, la más alta condecoración: la Cruz de Guerra. Su detención arrastró la de casi todo el partido en el interior, que se renovará a las pocas semanas con un entusiasmo suicida, desbordante de satisfacción por el fin del franquismo, que se ve cerca. De veinte en veinte, grupos de activistas mantienen la llama sagrada de la fe con aquel tipo de actividad guerrillera entrecomillada, que apenas necesitaba de más gente para cumplir su único objetivo: desestabilizar y crear inseguridad en el régimen. Pretenderán debilitarle y sí demostrarán que se trata de un régimen débil, pero el terror individual le fortalecerá. Si el valor y el heroísmo que demostraron aquellos hombres que cruzaron la frontera para liberar España hay que escribirlo con letras de oro, la incompetencia política de quienes les mandaron debería esculpirse en piedra y ponérsela al cuello, de ronzal.

La actividad guerrillera urbana, concentrada fundamentalmente en Madrid, donde se traen a los mejores hombres y que tuvo en el año 1945 su mayor derroche de capacidades y energías, no sólo fue una historia negra, donde se mezcla el heroísmo y el crimen político, sino que fue un error de incalculables consecuencias para la lucha antifranquista, para el Partido Comunista y para los aliados políticos de dentro y fuera de España.