Réplica
al libro de Juan Antonio Cabezas,
"Asturias: catorce meses de Guerra Civil”.
Por
Ramón Alvarez Palomo.
Dejar
sin réplica el libro de Juan Antonio Cabezas "Asturias:
catorce meses de Guerra Civil". Madrid, Edic. G. del
Toro, 1975. Premio Larra, memorias de guerra, 1975 (no fueron
catorce, sino quince meses lo que duró la guerra
en Asturias), en cuyas páginas se dan cita el parcialismo
sectario, la cobardía y el odio a la C.N.T. constituiría
indigna complicidad con la ofensa cainita inferida a la
militancia confederal que, en los valles y picachos de nuestra
brava región, ofrendó su vida, luchando por
la libertad del mundo.
Sin
contar que nuestro silencio alentaría a otras voluntades
quebradizas, ansiosas de premios literarios, otorgados con
la venia y los votos de los vencedores de la contienda civil,
a los cuales corresponde buena parte de los concurrentes
—saludamos, sin embargo, emocionados a esa otra porción
que salva el honor y la alta causa de los vencidos—
falseando la verdad y echando un piadoso velo sobre el siniestro
panorama de lo que fue la horrible y demencial represión
"cristiana" del franquismo.
Sin
revelar los oscuros entresijos de su espíritu vindicativo,
Juan Antonio Cabezas, ex-redactor de AVANCE, órgano
del socialismo asturiano, se ha pasado al campo de los raros
casos de traición que registra la reciente historia
—a partir de octubre de 1934— de las relaciones
entre socialistas y libertarios astures, contactos y pactos
no exentos a veces de divergencias al apreciar los problemas
políticos, militares, económicos y revolucionarios
suscitados por la guerra civil.
Ya
en las primeras páginas de la obra aparece nuestro
hombre entregado al favorito juego de la pirueta literaria
—que en otras ocasiones había aplicado tan
hábilmente para servir a Cristo después de
haber bendecido al diablo— con la intención
de escamotear al lector poco avisado, las causas de su prudente
y premeditado silencio en torno al período de guerra
civil en Asturias. Es verdad que a las «treinta y
ocho primaveras de la dramática aventura, puede ser
historia contada con serenidad», pero estamos seguros
que, en el calculado aplazamiento ha tenido mucho que ver
el miedo a la reacción brutal de un enemigo que todavía
hoy persigue y condena todo gesto de oposición al
Régimen.
En
la página 18 del libro, resumiendo las reuniones
celebradas en el Gobierno Civil de Oviedo, durante las angustiosas
48 horas que precedieron a la traición del coronel
Aranda, aparecen citados personalmente con nombres y apellidos,
las representaciones socialista y comunista, y el comandante
de la Guardia de Asalto, fusilado por los rebeldes en los
primeros momentos por su adhesión al Gobierno legítimo.
No olvida el nombre del capitán ayudante de Aranda
ni siquiera el del jefe de la Guardia Civil que secundaría
la sublevación. En cambio, la C.N.T., totalmente
ignorada, debemos suponerla englobada en esta frase: "y
otros". Registramos el desdén con que nos trata
porque constituye norma intencional a lo largo de las trescientas
páginas de lectura.
Cuando
la presión de la Columna gallega, lanzada por tierras
de Asturias en socorro de los sitiados de Oviedo, determinó
el urgente desplazamiento de fuerzas de contención
hacia el sector occidental de la provincia, Cabezas
registra la salida en aquella dirección de «los
principales batallones de espontáneos combatientes,
de los mineros», y cita algún nombre. Nunca
de la C.N.T. pese a que en los frentes de aquella
zona combatían las Milicias Libertarias al mando
de Higinio Carrocera, Onofre García —herido
en los reñidísimos combates del Escamplero—,
Víctor Álvarez y "Nelín",
ambos heridos igualmente en las cercanías de Malleza;
Celesto "el Topu" y Flórez, para no nombrarlos
a todos.
¡Claro
que no vamos a tardar en topar con la compensación
a tantos olvidos premeditados!... Siempre sin citar nombres,
a partir de la página 39 inicia el ataque frontal
y en regla contra las "masas" de la C.N.T. «dueñas
de Gijón, villa de retaguardia agria y trágica
en torno al Cuartel de Simancas, que durante la primera
quincena de agosto continuaba su resistencia, siendo sus
defensores escasos y cuya oficialidad se mantuvo con valentía
hasta el final». Por si el incienso quemado
en honor del "heroísmo" de los rebeldes
pareciese poco a los que podían premiar la obra,
unas páginas más adelante llora el
desenlace del combate en términos que ponen al descubierto
del lado de la barricada que busca y necesita los aplausos:
«Volví a Gijón el día 20 de agosto,
cuando acababa de consumarse la tragedia del Cuartel de
Simancas».
Rosario
de embustes.
Uno
de los servicios que funcionó admirablemente en Gijón
desde los primeros días, gracias a la competencia
y a los desvelos del Sindicato Único del Ramo de
la Alimentación, fue el de Abastos, creando
comités de barrio para atender al grueso de la población
civil, cuidando el racionamiento de las milicias en lo que
servía de cuarteles improvisados y abasteciendo los
comedores públicos instalados en la Cocina Económica,
Hotel Comercio, Restaurant Mercedes, Fábrica de Orueta,
etc.
Según
este insidioso sujeto que no conoce freno ni límite
tratándose de agravar el pliego de cargos contra
la C.N.T., «en Gijón no se encontraba comida
debido a las órdenes disparatadas de las organizaciones
cenetistas empeñadas en resucitar el falansterio
a lo siglo XIX», lo que obligaba a las mujeres del
pueblo a caminatas interminables en busca de alimentos —esto
sucedió al final, ya bloqueada la región y
a punto de sucumbir, pero no cuando él lo cita—
que trocaban por duros de verdad, los únicos que
aceptaban los campesinos.
Pese
a tantas dificultades e imprevisión no tardó
Cabezas, periodista "obrero", en encontrar, gracias
a complicidades no cenetistas, lo que buscaba con tanto
afán: un comedor clandestino "donde seguía
comiéndose a lo burgués", aunque
no ha podido citar el nombre de ningún comensal de
la C.N.T. entre los asiduos que allí concurrían
a matar el hambre y reírse de nuestra inocencia.
Siempre
acosado por el alucinante problema del estómago,
que fue por los visto su obsesión principal, también
logró obtener mesa y plato en un cuartel que se complace
en definir como la obra de unos "enchufados" de
la C.N.T. olvidando que la palabreja no fue inventada pensando
en nosotros. Lo curioso del caso —curioso e indecente—
es que en una ciudad desabastecida y caótica un hombre
de tantos principios y no menos escrúpulos, no se
quedase nunca sin pitanza ni insinuase la menor protesta
contra los abusos cuando podían tener remedio, guardándolos
en el recuerdo para hacérselo premiar ahora por los
mismos que fusilaron a sus correligionarios y amigos: Graciano
Antuña, diputado socialista y secretario del Sindicato
Minero, y Javier Bueno, director de Avance.
A
su despreciable rosario de embustes, y poniéndolo
en boca de Amador Fernández, socialista y consejero
de Comercio, hombre al que reconocimos apreciables
méritos — ¡así somos los de la
C.N.T.!— y del que nos ha separado durante la guerra
la interpretación de ciertos problemas (por ejemplo,
el de preferir los pequeños comerciantes a los empleados,
mil veces más competentes en el ejercicio de la profesión
y más seguros, según nuestra estimación,
para la defensa de nuestros intereses, cosa muy de tener
en cuenta durante aquellas heroicas jornadas en las que
se jugaba nuestro destino), añade Cabezas el proyecto
de conquistar Gijón —¡ya podía
haber puesto el pensamiento en Oviedo que estaba en manos
del enemigo!— rescatándolo de la anarquía,
para instalar en la ciudad confederal el gobierno provincial,
y a lo que sólo accedimos —siempre según
la generosidad del tal Cabezas— impresionados por
el avance de la Columna gallega... Ignoramos desde cuando
nuestro hombre milita en las filas del socialismo —suponiendo
que haya actuado en alguna parte antes de la guerra civil—,
pero nos atrevemos a pensar que su falta de experiencia
política tampoco es ajena a la formulación
de muchos de sus atrevidos juicios, atrevidos y canallescos
cuando habla de nosotros.
Al
estallar la sublevación militar y por encima de las
divergencias que pudieron manifestarse entre libertarios
y socialistas, consecuencia lógica de distancias
doctrinales y filosóficas, los contactos fueron cordiales
y confiados, a tal punto que nuestros consejeros
asistieron a Belarmino Tomás en la redacción
de alguna nota pública y precisamente a requerimientos
suyos, lo que desmiente del modo más categórico
las reservas que nos presta Cabezas ante la eventualidad
del traslado a Gijón del Comité Provincial,
hasta entonces instalado en Sama de Langreo.
En
la página 44 acusa a los «héroes de
la retaguardia que para no ir al frente se dedicaban a quemar
iglesias y llevarse personas de derechas para Gijón,
que a lo mejor no volvían. Así pudo comprobar
que se habían presentado en Margolles, su pueblo
natal, unos gijoneses, «habían quemado la iglesia
y se habían llevado al cura y a dos vecinos que no
aparecieron más».
Ignorando
la veracidad de los hechos, que sólo podríamos
conocer por los autores o los testigos del crimen —si
crimen existió— nos guardaremos de caer en
la imprudencia y mala intención que venimos combatiendo
en este comentario. La C.N.T. tal vez no esté
exenta de culpas en los excesos cometidos, como
no lo está ninguna de las entidades que participaron
en el choque sangriento provocado por los más cristianos.
Podemos manejar documentos de la época para demostrar
nuestra hostilidad contra las represalias inútiles
y a veces injustas, pero no podemos —ni lo queremos
tampoco— reprimir un grito desesperado para que se
nos diga —si alguien se atreve—, qué
representan los excesos de aquellos días de fiebre
en nuestra zona comparados con el sistemático exterminio
llevado a cabo contra los vencidos, incluso muchos años
después del último parte de guerra.
Podríamos
continuar el relato aportando pruebas del carácter
insidioso de las imputaciones de Cabezas, pero
nos negamos a intentar proceso público en este terreno
a ninguna de las fuerzas que lucharon a nuestro lado, mientras
no se vea la verdadera causa general de los crímenes
cometidos por los hombres de la cruzada. Seguros estamos
que el mundo reculará avergonzado el día que
pueda conocer las dimensiones de la sangría a que
fue sometido el pueblo español, crimen que callan
o atenúan estos cazadores de premios, que han tratado
de salvarse y vivir a costa de muchas renuncias que serán
la pesadilla que los persiga hasta el fin de sus días.
Aún
no está dicho todo.
Otra
víctima propiciatoria de la incontenible ira de Cabezas
es Eleuterio Quintanilla, entidad moral e inteligencia
privilegiada, reconocida y saludada por figuras de todos
los sectores políticos del país, y apenas
puesta en tela de juicio, si salvamos las excepciones de
un frustrado autor gijonés, un atrevido universitario
ovetense —que todo lo juzga desde el alto sitial levantado
por su vanidad insatisfecha— y el rencoroso autor
del libro comentado, que le cubre de infamias, pensando
secretamente que era él el predestinado para salir
con el tesoro artístico de Asturias, lo que le hubiera
ahorrado muchos miedos y no pocas humillaciones (nos conformamos
en este capítulo con recomendar la lectura del libro
«Eleuterio Quintanilla» (Vida y obra del maestro),
contribución de Ramón Álvarez a la
historia del sindicalismo revolucionario en Asturias. Simplemente
añadiremos la manifiesta indocumentación del
tal Cabezas al situar la creación de la Escuela Neutra,
dirigida por Quintanilla, en 1931, cuando esa institución
de enseñanza fue inaugurada en 1911 por doña
Rosario de Acuña).
El
espacio de un comentario ha llegado al extremo límite
sin que —lejos de ello— tengamos agotados los
argumentos, parte de los cuales quedan en reserva no sin
adelantar ya que muchas afirmaciones caprichosas de Cabezas
figuran en el libro únicamente para satisfacción
del enemigo, pues no presenta ni podrá presentar
la menor prueba de que en «Gijón, por ejemplo,
la retaguardia se pudría entre luchas de tendencias,
ambiciones proselitistas e inmoralidades».
Hasta
que aparezca un día la versión libertaria
de la guerra civil en Asturias —obra en la que estamos
empeñados— dejamos en suspenso el comentario
de la exaltación que hace Cabezas respecto al esfuerzo
y los éxitos de los consejeros —¡no cenetistas,
por supuesto!— que se ven premiados con esta exclamación
llena de rencor hacia los libertarios: «¡Qué
lejos ya de aquella administración asturiana de los
días de agosto de 1936, sin otra moneda circulante
que los vales de la C.N.T.!»
Los miembros del Consejo Interprovincial de Asturias y León,
no salieron del puerto de El Musel en un torpedero a las
4 de la tarde, del día 20 de octubre de 1937,
como lo escribe alegremente el «laureado» autor.
En ese buque, hacia las 6, salieron la mayor parte de los
miembros del Estado Mayor y comunistas. La mayor parte de
los consejeros salieron, ya entrada la noche, en un barco
de pesca —el "Abascal"—, propiedad
del armador Ojeda (Entre otros documentos relativos a este
episodio conservamos en nuestros archivos la fotografía
del buque citado y una referencia de la prensa de Douarnenez,
puerto francés situado en la rada de Brest, dando
la noticia de su llegada).
Antes
de concluir esta indispensable réplica a los embustes
de Cabezas, debemos hacer constar que mientras él
se las ingeniaba para vender su alma al diablo, salvándose
por la pluma que había sido causa de su condena,
Juan Peiró, a quien se propuso la libertad si ponía
al servicio del sindicalismo vertical su experiencia de
militante confederal, optó por la muerte. Igualmente,
Higinio Carrocera, consagrado como guerrillero ejemplar
en la heroica defensa del Mazuco, prefirió el fusilamiento
a la oferta de salvarse aceptando el mando de una unidad
militar falangista.
Sepa,
pues, el difamador, que aún no lo hemos dicho todo.
El Sub-Comité Regional de la C.N.T. de Asturias,
León y Palencia en el exilio.