La crisis moral republicana
Por
Augusto Vivero
Mucho me temo que al analizar este lamentable período
de abril a diciembre de 1931, la Historia culpe
a la Prensa republicana, en no leve parte, del falseamiento
de la República. Y es de temer así
porque únicamente la Prensa republicana pudo contrarrestar
los estragos, fáciles de advertir, ocasionados
a la República con el conformismo a ultranza
–sanchopancismo, dijérase antes- que suplantó
en las Cortes al espíritu de disciplina.
Pero el conformismo parlamentario trascendió a
la Prensa, y, con muy pocas excepciones –una, señaladísima,
la de La Tierra-, esa fiscalización, esa imprescindible
fiscalización que faltaba en las Cortes, faltó
a la vez en el periodismo republicano. Destiñéronse
los periódicos, sobre poco más o menos,
como se habían desteñido los diputados,
y todo se redujo a callar los errores o a verter sobre
ellos montañas de dulces elogios. Juntamente,
claro es, se iba destiñendo la República,
que no había nacido ni para verse advocada al Sagrado
Corazón, ni para tener capilla pública,
ni para llevar a cuestas al nuncio.
Hoy comienzan las lamentaciones en privado, y algunas
asoman con timidez en público. Pero lo que va despertando
lamentaciones era muy previsible. La casi total desaparición
de la crítica republicana en la Prensa hubiera
sido menos grave si las Cortes, fieles al sentido izquierdista
con que las eligió el pueblo, guiasen a la República
por el natural camino. Mas la falta de crítica
republicana tenía que ser desastrosa cuando las
Cortes, ajenas a su partida de nacimiento, se desviaban
de la significación electoral suya para seguir
la del Gobierno, postrado siempre de hinojos ante
los misterios del Pacto de San Sebastián,
sobre los cuales revoloteaba la paloma del Espíritu
Santo, sugiriendo transacciones, componendas y amistades
con los enemigos de la República.
Y la política del misterioso pacto de San
Sebastián, dominante por mayoría de votos
en el Gobierno, se impuso a la política que votaron
en las urnas las muchedumbres republicanas, dominantes
por mayoría de votos en la Cámara.
Las derechas, vencidas primero en abril, después
aplastadas en junio, viéronse triunfadoras en el
Parlamento merced al conformismo suplantador de la verdadera
disciplina. Y ante la mudez de la Prensa, el espíritu
derechista corrió libre y desembarazado en Cortes,
pervirtiendo la Constitución, pese al notorio desencanto
de las muchedumbres.
¿Qué podían hacer, para impedirlo,
los contadísimos diputados que pugnaban contra
tal desdicha? Mucho hubieran podido, de haberlos ayudado
la Prensa, de haber cumplido la Prensa republicana
la insigne labor que le correspondía, no menos
grande y eficaz que la de las Cortes. Mas la Prensa, con
excasas excepciones, o les hizo el vacío o arremetió
contra ellos. Así, bastardeado el Parlamento, muda
o aplaudidora la mayor parte de la Prensa cuanto a las
claudicaciones obradas en nombre de una disciplina de
rebaño, no de agrupaciones ideológicas,
se fue organizando lo que por contraposición
a una frase de don José Ortega podría llamarse
“la tristeza de la República”.
Tristeza que no viene de ser triste la República,
sino de haberse arrojado extramuros de la República
casi todos los principios fundamentales que sirvieron
de flámula durante muchos años de proselitismo
y con los cuales todavía se inflamó a los
electores en junio.
Se nos ha hecho una República triste porque se
le quitó casi toda el alma republicana. Se ha vuelto
triste la República –tan jubilosa en abril,
cuando la trajo el pueblo; tan alegre en junio, cuando
el pueblo le dio colorido- porque los republicanos
ven perpetuarse en ella, más o menos atenuadas,
cosas de que siempre abominaron en la monarquía.
Y eso no sucediera, estamos seguros, si frente a la victoria
frigia, si ante unas Cortes blanduzcas, fofas, se hubiera
erguido, vigorosa y pujante, una Prensa republicana, portavoz
de las aspiraciones republicanas nacionales.
Era preciso que lo hecho por La Tierra en su campo ideológico
lo hiciesen los demás periódicos republicanos
en el suyo. Pues que en las Cortes faltaba el
freno de una oposición eficaz –por efecto
de ser casi en conjunto secuela del Gobierno-, hacía
indispensable que la Prensa lo supliese con una obra de
crítica republicana. Y entonces, ni se
habría estropeado y abuñolado el proyecto
de Constitución, ni hubieran podido nacer y desarrollarse
los gérmenes de la crisis moral en que hoy viven,
no ya la mayoría de los partidos ministeriales,
pero también todos los republicanos, que jamás
imaginaron una República tan poco República
como la engendrada por el Pacto de San Sebastián
desde la “Gaceta” y el “Diario de Sesiones”.
Cuando se analicen a distancia los factores de esa crisis
moral –que aún desatienden los responsables
directos de ella-, entonces habrá llegado la hora
de las justicias. Entonces se apreciará la magnitud
del servicio que prestaron a la República quienes,
dentro del aniquilador conformismo imperante por encima
del pueblo, quisieron impedir que se viciase y deformase
la obra nacional republicana. Aquel día, cuando
se advierta cuál debió ser la fisonomía
propia de la República y cómo y por qué
se le puso una careta encima, se apreciará en su
justo valor el provecho de la acción crítica
efectuada por La Tierra, frente al morbo conformista.
Y se dirá que si hubiese habido media docena
de periódicos al servicio de la realidad republicana,
con las sinceridades de La Tierra, tendríamos una
República auténtica, no la caricatura en
que la ha convertido el aluvión monárquico
al arrimo del Pacto de San Sebastián y de la disciplina
rebañega en que se apoya.
Publicado
en el diario La Tierra.
Hemeroteca Municipal de Madrid