La
represión de la Revolución de Octubre
Denuncia
presentada ante el presidente del Gobierno y el
fiscal de la República por Julio Alvarez del Vayo
(1ª parte).
Excelentísimo señor Presidente del Consejo
de Ministros.
Excelentísimo
señor:
En la mañana de hoy presenté personalmente
al Sr. Fiscal General de la República el original
del adjunto escrito, acompañado de otro mío,
en el que al destacar la extraordinaria gravedad de las
denuncias formuladas, le requería a que procediese
en consecuencia.
Por el volumen de los hechos en él denunciados,
por las circunstancias de ser avalado con quinientas sesenta
y cuatro firmas autógrafas, de personas todas ellas
actualmente detenidas en la Cárcel Modelo de Oviedo,
y que pese a su situación no vacilan en aportar
su testimonio, constituye el adjunto escrito, a juicio
del que suscribe, el documento de mayor trascendencia
sobre la represión asturiana entre los conocidos
hasta hoy.
Ello hace que, simultáneamente a su presentación
al Sr. Fiscal General de la República, me decida
a ponerlo, por el elevado conducto de V.E., en conocimiento
del Consejo de Ministros.
Respetuosamente saluda a V.E.,
Julio Alvarez del Vayo
(Firmado y rubricado)
Madrid, 31-1-935.
Al excelentísimo señor Fiscal general de
la República:
Los abajo firmantes, detenidos todos en la Cárcel
Modelo de Oviedo, a consecuencia del movimiento revolucionario
de Octubre de 1934, han sabido que, de orden del Gobierno
de la República y por la alta autoridad fiscalizadora
de V.E. se ha abierto una investigación para aquilatar
la verdad de ciertas denuncias que aparecieron formuladas
en un periódico francés y que se atribuyen
al diputado de la nación don Fernando de los Ríos.
Y, comoquiera que los hechos denunciados son, en su casi
totalidad, del conocimiento directo de los que suscriben,
y muchos hubieron de ser vividos, desgraciadamente, por
ellos en días bien cercanos y en circunstancias
cuya memoria no se puede borrar ni oscurecer; creen cumplir
un alto deber de ciudadanía y contribuir al esclarecimiento
de la verdad y a la acción depuradora y sancionadora
de la justicia compareciendo por propia iniciativa en
el sumario abierto o que haya de incoarse, para exponer,
como lo hacen por medio de este escrito, aquellos hechos
de cuya certeza pueden testimoniar. Y, al hacerlo, aunque
de muchos de ellos hayan sido víctimas la mayoría
de los que suscriben, en sus personas, en sus familias
o en sus compañeros de trabajo, quieren en el presente
escrito, posponer cuanto signifique pasión y emoción
personales, sentimiento muy legítimo de propio
dolor y grito de vidas laceradas y deshechas, para ser
fríos y serenos relatores de aquello que, con plena
conciencia de su responsabilidad ante la justicia y aún
ante la historia, pueden atestiguar. Por ello mismo, y
porque este sentido de la responsabilidad, obligado de
suyo, ha de verse por fuerza agigantado ante denuncias
de tamaña magnitud y ante sucesos en los que los
dolores personales y las amarguras privadas, por lacerantes
que ellos sean, tienen que sentirse cohibidos por el respeto
que todos apetecemos para el nombre de un pueblo civilizado
y para el juicio que haya de merecer del mundo y de la
historia, sabremos circunscribirnos en todo momento, en
los datos que aportemos a hechos cuya veracidad nos consta
por elementos racionales de certeza comprobable. Y aun
de entre estos, nos limitaremos a enunciar aquí,
como ejemplos clamorosos, aquellos que más se destaquen,
por su monstruosidad, de un panorama general que, por
desdicha, en fuerza de repetirse, aún siendo monstruoso
en su grado más ínfimo, podría ya
considerarse corriente y vulgar.
Por triste y angustiosa experiencia propia y ajena,
podemos atestiguar que, salvo excepciones muy contadas,
todos los detenidos en Asturias a consecuencia del movimiento
revolucionario de Octubre, y ya plenamente sofocado éste,
fueron sometidos sistemáticamente a malos tratos
por los órganos ejecutivos de la autoridad; malos
tratos que en una muchedumbre incontable de casos rebasan
ya el concepto de tales, para convertirse en tormentos
calificados y en refinadas torturas, que se aplicaban
con la finalidad de escarnecer a los presos, quebrantar
su espíritu y hacerles suscribir, perdido el dominio
de la voluntad, las acusaciones que se les formulaban
y, no pocas veces, declaraciones ya redactadas de antemano,
y cuyo contenido ignoraba el firmante. Los golpes y los
apaleamientos eran norma general en todas las prevenciones,
acompañados de insultos y vejaciones de palabra
indescriptibles. En muchos, en muchísimos casos,
estos procedimientos de violencia se combinaban con métodos
de tortura, de cuyas modalidades no pretendemos hacer
una relación completa. Anticipando las
de los casos documentales que enseguida expondremos, si
podemos puntualizar las siguientes: retorcimiento
de testículos; aplicación del fuego a los
órganos sexuales y otras partes del cuerpo; atenazamiento
de las manos y de otros miembros; empleo del trinquete,
el cepo y el potro; golpeamiento con martillos de los
huesos de las manos y las rodillas; introducción
de palillos entre las uñas y la carne de los dedos;
rociamiento de partes desnudas del cuerpo con agua hirviendo;
colocación de rodillas sobre piedrecitas menudas;
simulacros de fusilamientos; detenidos puestos a cavar
su fosa y otros enterrados en ella hasta la rodilla; detenidos
torturados a presencia de sus madres, llevadas allí
para aumentar más todavía la tortura con
su presencia, a la vez que se las torturaba a ellas con
el más cruel de los martirios; detenidos entregados
a los deudos de personas muertas por los revolucionarios
o durante la revolución, para que saciaran sobre
los indefensos, supuestos autores de las muertes, la venganza
de su sangre. Sobre este fondo sombrío
de tormentos, que no agotan, ni con mucho, la siniestra
realidad, se destacan como los más usuales
y empleados de un modo más asiduo los conocidos
los conocidos con los nombres sarcásticos del “trimotor”,
el “tubo de la risa" y el “baño
maría". El primero consiste en suspender
al detenido en el aire, colgado con los brazos atrás,
por la anilla de las esposas que le agarrotan las muñecas,
de una cuerda que corre sobre una polea sujeta al techo;
una vez en el aire, se le azota para imprimir a su cuerpo
un movimiento de balanceo; a algunos se les ata a los
pies un cubo lleno de agua o un saco de arena, con lo
que se fuerza todavía más el descoyuntamiento
de los miembros de la víctima. Pasar por el “tubo
de la risa” llaman a hacer pasar al detenido por
delante de una, o entre dos filas de guardias que, al
cruzar él, dejan caer las culatas de los fusiles
sobre sus pies, o bien le azotan con vergajos o descargan
cobre sus cuerpos los mismos fusiles, hincándoles
a veces en la carne sus cañones. Finalmente, el
"baño maría” consiste en sumergir
al detenido en una bañera llena de .agua helada
y tenerlo allí largo rato, azotándole después,
una vez que la piel, con el frío está suficientemente
excitada para que los azotes o los latigazos sean doblemente
dolorosos. En la gran mayoría de los casos, para
pegar a los detenidos, se les hacía desnudar de
cintura para arriba, y a veces por entero. A una
mujer joven, a Maruja Lafuente, de Oviedo, hermana de
otra muchacha fusilada por las tropas en las afueras de
la capital, la obligaron a quedarse desnuda delante de
las fuerzas que le tomaron declaración.
A veces, los que apaleaban a los detenidos se confortaban
bebiendo a presencia de aquéllos vasos de vino
o coñac, y en ocasiones daban muestras evidentes
de estar embriagados.
Ante sufrimientos tales, nada tiene de extraño
que muchos de los torturados sintiesen flaquear su razón,
hasta el extremo de atentar contra su vida y querer ponerle
fin, en la obsesión de rematar el martirio, cuando
los mismos sufrimientos no la acababan. El suicidio era,
en muchos casos, en el espíritu de los atornentados,
una liberación, y de ello ofrecerán comprobación
cumplida los ejemplos documentales que, sin más
explicaciones previas, pasamos a aducir.