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Crítica republicana a la II República
Sobre las responsabilidades del Partido Comunista alemán en la llegada de Hitler al poder.

El triunfo de Hitler y los comunistas.

Por Juan Peiró.


Muchas vueltas se le está dando a la situación política de Alemania, pero a nadie se le ha ocurrido señalar a los verdaderos responsables del estrépito o crack de la democracia germana. Y ahora que los petrolíferos españoles, amorales como todos los comunoides de la tierra, gritan como condenados empeñados en aparecer como el centro de gravedad del universo, vamos a subrayar lo que, al parecer, nadie recuerda. El mandoble herirá a dos de los mitos que más preocupan al mundo actualmente: al comunismo macutero y al sistema parlamentario.

No discutamos ahora cómo ha podido Hitler adjudicarse el triunfo electoral del día 5 de Marzo. Sería un tiempo perdido en cominerías. Lo que interesa destacar, en primer término, es que el triunfo de Hitler no se produce en la jornada electoral, sino en el momento en que Hindemburg exalta el aventurero al poder del Reich, desde el cual puede el ex pintor preparar las elecciones a su antojo. El triunfo de Hitler, pues, ha sido elaborado pacienzudamente, con esa sangre fría tan característica en los alemanes, por el más destacado de los generales del último de los Hohenzollern imperantes.

Sin Hindemburg jefe de estado, probablemente no hubiese existido Hitler exaltado a la dictadura sobre el pueblo alemán. Es ésta una afirmación nada temeraria.

El pueblo alemán tenía poderosísimas razones para no elegir a Hindemburg para presidente del Reich; los reaccionarios alemanes no tenían fuerza para erigir al claveteado general a la primera magistratura de la república. Sin los comunistas, Hindemburg no hubiese salido del ostracismo en que lo hundiera la revolución de 1918, y es a los comunistas a quien el viejo general debe agradecer la posición que le permite uncir el pueblo alemán al yugo de una dictadura vergonzosa y criminal, y propiciar el retorno de los Hohenzollern.

Muerto Ebert, el socialista que fue el primer presidente de la república, naturalmente había que designar a quien le substituyera en el alto sitial. Los socialdemócratas designaron a su candidato; los racistas y los reaccionarios de todo pelambre, mancomunados, designaron el suyo. Hindemburg, y los comunistas, que sabían que la presentación de su candidato había de favorecer a la candidatura del general, se prestaron a ser instrumento de la reacción. La candidatura de Thaelman restó muchos miles de votos que de antemano se sabía estaban condenados a la esterilidad, e Hindemburg, cuya figura auguraba al pueblo alemán perspectivas nada halagüeñas, triunfó ruidosamente.

Socialistas y comunistas encumbran la dictadura de Hitler.

Terminado el mandato presidencial de Hindemburg, y al ser convocadas nuevas elecciones presidenciales, se repitieron los hechos con exactitud matemática. Otra vez fueron los comunistas los que dieron el triunfo al que, pasados unos años, los necesarios para desvanecer recelos, había de dejar paso a la más grosera y brutal de las dictaduras y preparar descaradamente el retorno de la monarquía imperial extirpada con violencia.

Bien puede decirse ahora que mal paga el diablo a quien bien le sirve. Las primeras víctimas de la dictadura de Hitler lo fueron y lo están siendo los comunistas alemanes –y que se nos perdone que dejemos en paz a los socialdemócratas, de cuya alma de burgués y de cuyo espíritu antirrevolucionario no se podía esperar otra cosa que su inmensa cobardía-. En cuanto a los comunistas, la cruenta persecución de que son blanco es la penitencia que la historia les impone por su pecado. Más que posible, es probable que el juego suyo a favor de la reacción obedeciera a una consigna de Moscú, santuario de la moderna Loyola, que mueven al proletariado inconsciente de todo el mundo en provecho del capitalismo internacional, buen aliado, a fin de cuentas, de Stalin y sus secretarios de cámara.

Sea lo que fuere, el hecho incuestionable es que los comunistas alemanes le dieron por dos veces el triunfo a Hindemburg, que éste ha posibilitado la dictadura de Hitler, que se complace en aplastar a los que, llamándose a sí mismos “campeones del frente único”, se gozan seccionando al proletariado en sus cruzadas, no importa cuáles, contra el capitalismo y la reacción.

Y, señores, ¿de qué les ha servido a los comunistas alemanes sus millones de votantes y de qué sus decenas de diputados? Queriendo crear un mundo universalmente nuevo, en Moscú inventaron la nueva doctrina del “parlamentarismo revolucionario”, doctrina que consiste en la estrategia del chillido y de la estridencia bullanguera. Los chillidos y las estridencias se han prodigado como pan bendito hasta que los gobiernos han comprendido que el sedativo para calmarles los nervios a los “diputados revolucionarios” era el camino que conduce a negociar con la república de los soviets, después de reconocerla como nación legal y regular; y con ello termina la nueva doctrina estratégica, y este juego no puede convenirles a los trabajadores. El sedativo ha dado excelentes resultados en Francia, donde los jefes comunistas acabaron ya de dar aquellos trepidantes espectáculos que nos sabían a revolución social a dos minutos vista; y allí donde el sedativo ha sido insuficiente a los gerifaltes de Moscú, ha bastado un Hitler para que las decenas de diputados y los millones de votantes probaran su ineficacia pura, que de nada sirven cuando alguien se empeña en demostrar que el mejor regulador de no importa qué justicia no es la razón, sino la fuerza.

Misión de los comunistas españoles.

Los comunistas alemanes, como los de todos los países, como los mismos socialdemócratas, le muestran o le han mostrado al pueblo la papeleta electoral como el arma formidable, y cuando esta papeleta electoral, en manos del proletariado, no ha servido para entronizar a Hindemburg, símbolo de la reacción y del militarismo, ha servido para elegir a unos señores que han salido de estampía al tropezarse con lo que ellos tenían el deber de evitar revolucionariamente en la calle y puestos al frente de las masas proletarias.

Resumiendo, preguntémonos qué pueden decir ya los comunistas españoles después del desastre moral y material del comunismo alemán y ante el resultado absolutamente negativo de las grandes masas de votantes y de las grandes legiones de “diputados revolucionarios”. Preguntémonos sino sería mejor que nuestros comunoides abandonaran su “pose” de revolucionarios “ful” para dedicarse exclusivamente a comisionistas del petróleo ruso y de la célebre regaliz del Cáucaso.

Por lo menos, ganaría la moral revolucionaria del proletariado español, puesto que una parte de éste dejaría de creer en el truco del “parlamentarismo revolucionario” como medio realizador de la revolución social... que en Rusia ha quedado por hacer.