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Crítica republicana a la II República
Hildegart escribe sobre sus cuatro años
de militancia socialista (IX).

Detalles pintorescos.

Por Hildegart

 


Socialistas de antes de diciembre y después de abril.

Un caso aleccionador entre los muchos que, perdidos en el anónimo, se han dado en muchas localidades españolas, fue ofrecido por la organización socialista jienense. Era militante de ella, bastante reciente, el abogado del estado Jerónimo Bugeda. Aproximóse la fecha del movimiento de diciembre de 1930. Y al conocer los propósitos del Comité Revolucionario, el señor Bugeda se dio de baja en el Partido Socialista, por no querer perder la carrera y el puesto oficial que desempeñaba. Pasó el 14 de abril y cursó de nuevo su alta en el Partido Socialista. Se le admitió y aún eligió como diputado. Y apenas llegado a las Cortes, cuando para desempeñar sus puestos de director general de Propiedades y delegado del gobierno en el consejo administrador de la mina de Almadén y Arrayanes necesitaba abandonar su carrera de abogado del estado, renunció a ella con la máxima facilidad. Este caso, que no es único, muestra cuán dispuestos al “sacrificio” se hallan los militantes socialistas.

Una frase ejemplar y un acuerdo decisivo.

Un amigo nuestro, dibujante de fama y ex militante en las filas socialistas, tuvo que visitar en una ocasión al teniente de alcalde de la Universidad y diputado a Cortes, Cayetano Redondo, para asuntos completamente particulares. Al interesarse por las actividades artísticas del muchacho, y como éste le indicara que si no colaboraba en Solidaridad Obrera era únicamente porque no gustaría de hacer caricaturas en contra del Partido Socialista, le respondió con frase ejemplar y aleccionadora: “Hace usted mal, porque primero es el estómago que las ideas”.

Por lo que hace al acuerdo decisivo, se trata de la Agrupación Socialista de Carabanchel Bajo, que acordó en una junta celebrada a últimos del año pasado abrir oficialmente sus puertas a los militantes de la Unión Patriótica que así lo solicitaran. Prueba documental ofrecida a los que afirmaban la colaboración del partido con la dictadura.

Una evolución aprovechada.

En la cárcel de Madrid había ya una cama reservada para un pensionista tan habituado a visitarla, que habíase familiarizado con el lóbrego recinto. Tratábase de un militante comunista, y su nombre era Agapito García Atadell. Era tipógrafo, pero, debido a sus “ideas”, rara vez encontraba trabajo. Por no sabemos qué medios, la conciencia del comunista acérrimo sufrió una evolución por demás curiosa. Ingresó en el socialismo, ingreso que patrocinó Saborit. Pocas horas después, Atadell empezó a ganarse la confianza de los dirigentes. No habían transcurrido meses cuando, con dietas de propagandista oficial, salía a realizar campañas en exaltación de la colaboración ministerial y, en particular, del Sr. Largo Caballero, pocos meses antes de las elecciones de Constituyentes, desde el mes de abril, pues marchó a Vivero antes del 1 de mayo del primer año de República. Atadell intentó, sin éxito, conquistar un acta por Galicia. Inútil empeño, pese a su “reclamo personal” en El Socialista, donde enviaba diariamente informes telegráficos que terminaban con grandes ovaciones y aclamaciones “al futuro diputado por el distrito”. A su regreso, Atadell ingresó en la “carrera de consolación” de los cargos retribuidos, y nada menos que en la Secretaría de la UGT, de donde se desplaza accidentalmente en la labor de propaganda sindical. De la cárcel a la poltrona secretarial va, desde luego, una bien apreciable diferencia.

Socialistas y monárquicos.

Repetidas veces nos hemos indignado ante la acusación indirectamente lanzada por los socialistas en contra de los comunistas y sindicalistas por su pretendida colaboración con los monárquicos. Para los que esto afirman, queremos recordarles un botón de muestra: En los comedores de Asistencia Social, y para ingresar en el personal encargado del mismo, se presentó una compañera socialista. Pertenecía ésta a la organización de sastras de lo militar; pero, por hallarse sin trabajo, se decidió a optar a un puesto de celadora y para la limpieza de los citados comedores. Sin buscar la menor influencia, por hacer el número tres de las propuestas, ingresó allí. Pocos días después, y por “táctica de favor”, puesto que no había acudido al concurso, ingresó una más, en calidad de encargada. Bien pronto empezó a advertirse el carácter reaccionario del nuevo elemento. Reprochaba a la citada compañera que leyera El Socialista; mantenía con ella constantes discusiones en un tono de violencia y acritud, y hasta en cierta ocasión le ordenó que tirara un busto de la República y lo hiciera pedazos. La obrera socialista, compañera Belmonte, dio cuenta del hecho; pero cuál no sería su sorpresa cuando, con el pretexto de evitar las continuas discusiones a que su presencia daba lugar, se le dio la orden de despido. La compañera denunció el hecho ante la Agrupación Socialista y en ella se incoó expediente a Cayetano Redondo, el cual intentó justificarse en la junta celebrada recientemente por esta entidad, diciendo que para el puesto de encargada, por tener bajo su custodia cubiertos, platos, etc., necesitaba “una mujer de toda confianza”, prescindiendo de ideas políticas. Tan peregrina respuesta, que dejó en bien mal lugar la honorabilidad de la compañera socialista, presente, provocó, afortunadamente, una reacción adversa en la asamblea, que desaprobó por mayoría la acción “monarquizante” del “compañero Redondo” y por unanimidad la petición de reingreso de la citada compañera en los Comedores, petición que no se llevó a efecto por la intervención de Saborit, entre otros que hablaron de la mala situación en que quedaría con ello la minoría socialista municipal.

Cuento que bien pudiera ser historia.

Entre los periodistas y algunos diputados corrió la siguiente anécdota, que bien pudiera ser historia, pero de cuya exacta veracidad no respondemos como de las anteriores más que en parte, por no haber podido lograr hasta ahora una comprobación oficial y categórica. En el Ministerio de Trabajo había unos cuantos funcionarios que sin ser de plantilla, actuaban en la subsecretaria del mismo. Al venir Fabra Ribas a la subsecretaria, por dimisión de Araquistain, e iniciarse la reducción en los nuevos presupuestos, se habló de la necesidad urgente de relevar a aquellos funcionarios de sus cargos, en vista de lo indispensable de las economías. Pero la situación en que se hallaban conmovió las “tiernas fibras” del corazón del flamantes subsecretario, que halló al problema la siguiente solución: renunciaría a uno de sus sueldos en beneficio de los temporeros, convirtiéndolos a éstos en personal de plantilla. Pero para ello era preciso reducir lo que cobraban los mismos en veinte duros a cada uno de ellos. La solución era “relativamente” armónica y conciliadora. Pero cuentan las crónicas que el Sr. Fabra Ribas continúa cobrando todos sus sueldos, los funcionarios cobran veinte duros menos y el subsecretario no sólo no ha cedido ninguno de sus sueldos, sino que se embolsa los “veinte duros por cabeza”, y mensuales, de que tan hábilmente despojó a los citados funcionarios.