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Crítica republicana a la II República
Hildegart escribe sobre sus cuatro años
de militancia socialista (IV).

Cuatro años de militancia socialista.

Aprendiendo a conjugar el verbo "sacrificarse".

Por Hildegart

 

Poco antes de venir la República, o sea, al iniciarse el tercer año de mi estancia en el partido, prodújose en el seno de éste una transformación hondísima. Era ésta la fiebre de los procesos. A cuántas escenas cómicas dio ello lugar; sólo los que vivimos aquella etapa en el seno de la Casa del Pueblo madrileña lo sabemos. Tanto y tan grande era el afán de conquista un “proceso”, de ser mártires por la causa de la República (martirologio éste que había de reclamarse más tarde como mérito al llegar el momento de pasar la cuenta por los “sacrificios” realizados), que se comprometía materialmente a los delegados de la autoridad para que hallaran materia punible en los discursos pronunciados o artículos publicados en la prensa socialista.

Santiago Carrillo era uno de los más interesados en conseguir un proceso. A su ida a Valencia como informador de un congreso municipalista escribió en El Socialista unos artículos sobre Sagunto y su historia que decidieron, en efecto, su procesamiento e hicieron exclamar a su padre, alborozado, entrando pocas noches después en el café de la Casa del Pueblo madrileña:
-¡Por fin han procesado a mi hijo!

Un proceso contra mi voluntad

Poco tiempo después tenía lugar un mitin socialista en el Salón Olimpia, en el cual habló, conmigo, Adolfo Llopis. A los dos nos procesaron, proceso que se siguió en la secretaría del Sr. Argote. En torno a este proceso, primero en el que fui llamada a declarar, sucedió otro cómico incidente. Hallábame una tarde, poco después de que las primeras diligencias hubieran tenido lugar, en la Cacharrería del Ateneo hablando con Llopis, cuando Vidarte, el hoy secretario de las Constituyentes, se acercó a saludarme: “¿Cómo estás?”, me preguntó. Llopis, volviéndose rápidamente, le contestó: “Procesada como yo.” No puedo recordar sin sonreírme el gesto de admiración envidiosa con que acogió Vidarte la estupenda nueva. Me preguntó con verdadera inquietud los motivos del procesamiento, y al enterarse de que había sido por el mitin celebrado en el Salón Olimpia, hacía ya más de tres semanas, me contestó, con un gesto de alivio: “¡Ah! Pues entonces ya no desespero de que me procesen, porque el mitin en que yo intervine no fue más que una semana antes y en la Casa del Pueblo.” Tanta y tan grande era el ansia de procesos que no consiguieron los que más ansiaban, y, en cambio, cayeron sobre quienes, por tener muchas ocupaciones y muy pocos deseos de convertirse en mártires, hubiéramos renunciado de buen grado a la “notoriedad” y “sacrificio” que ello suponía.

Me salvo por un día del Tribunal Tutelar de Menores.

Por si ello pareciera poco, con fecha 10 de diciembre de 1930 tuve la “oportunidad” de publicar en “Renovación” un artículo sobre el militarismo, donde exaltaba el pacifismo. Era un artículo enviado a la redacción hacía ya algunas semanas, y que ocupó su puesto entonces para suplir los huecos y blancos a que obligaba la censura interna del periódico cuando no convenía una recogida del número. Pero el artículo, “tomado como injurias al ejército”, mereció la condenación del que era (Jurisdicción de Guerra por entonces) juez militar, comandante señor Arribas, y tachado el artículo con lápiz rojo, fui llamada a declarar a su casa. Esto le proporcionó una prueba de mi “auténtica juventud”. El Sr. Arribas tuvo que solicitar mi partida de nacimiento para conocer con toda exactitud mi edad. Y como había cumplido los dieciséis años el día 9 de diciembre de 1930, y el artículo habíase publicado el 10, caía éste, por veinticuatro horas, fuera de la jurisdicción del Tribunal de Menores y de lleno en la competencia del Juzgado militar. Ello me proporcionó unas cuantas molestias (que la amabilidad del Sr. Arribas no logró eliminar), tales como la de que se me hiciera la “ficha” en Prisiones Militares, declaraciones en ésta, firmas, etc. En este proceso me defendió, hasta lograr el sobreseimiento de la causa, Jiménez de Asúa, que no era por entonces socialista.

Y, por último, tuvo lugar un mitin en Carabanchel Alto. No recuerdo siquiera los conceptos vertidos. Serían aproximadamente los de los mítines que precedieron a la campaña electoral que nos trajo la República. Pero el juez de Getafe me llamó a declarar por un nuevo procesamiento por injurias a la institución monárquica. Olvidé la fecha de la orden que me había sido entregada, y cuando la recordé, felizmente para todos, había venido la República. Y así, hasta última hora tuve sobre mi cabeza pendiente la espada de Damocles de algún proceso de esos que tan sin resultado buscaban entonces los jóvenes socialistas. A buen seguro que éstos defenderían entonces un “reparto” más equitativo de los mismo. Pero las “injusticias” del régimen capitalista me dieron lo que a ellos les fue negado.

Desciende la temperatura, pero continúa el “sacrificio”

Calmóse, sin embargo, con la llegada de la República la fiebre de los procesos. Bajó la temperatura del “revolucionarismo”. Flojeó en entusiasmo y sinceridad la campaña de diputados a Cortes por parte de los jóvenes socialistas. Pasaron a la historia los cómicos incidentes de antaño. Consoláronse los “olvidados” de la justicia humana con bullir como militantes de la “guardia republicana”, que efectuó “arriesgadas” empresas a los pocos días de venir la República. Aplicáronse a la tarea individual y desperdigada de buscar cada uno y para sí el cobijo requerido. Y así desaparecieron Antonio Cabrera, camino de Ciudad Real, por donde conquistó “a puños” su acta, gracias a los fondos de la UGT, en pro de la cual y como propagandista oficial había hecho su campaña (lo que no hubiera salido a la luz si el secretario interino de la UGT, Enrique Santiago, no albergara el propósito de haberse presentado como candidato por la misma circunscripción de Ciudad Real utilizando a su vez los mismo medios que censuraba a su aprovechado predecesor: los fondos de las organizaciones afiliadas a la UGT, utilizadas para satisfacer ambiciones políticas); Agapito García Atadell, con menos fortuna, pues no le propusieron, pese a sus esfuerzos, pero no mejores intenciones, camino de Vivero. Tanto fue así, que la Juventud Socialista Madrileña propuso en junta que se pusiera en El Socialista un anuncio solicitando a quien lo hubiera encontrado la devolución del citado compañero Atadell, que era por entonces secretario de la misma, y a quien la campaña de preparación de acta había robado, sin que supiéramos de su paradero desde hacía varios meses. Y como estos ejemplos, muchos otros no coronados por el éxito.

¿Diputada a las Constituyentes?

Quien esto escribe recibió proposiciones de actas de diputado por la provincia de Avila, cuyos compañeros le fueron presentados en el Ateneo de Madrid por el hoy presidente de la Federación de Trabajadores de la Tierra, Martínez Hervás; de Badajoz, donde los compañeros de Fuente del Maestre indicáronle su propósito en repetidas ocasiones; por Jaén, donde José Piqueras, alcalde de La Carolina, y Domingo Latorre, aún no diputados por entonces, solicitaron para su distrito el poder presentarme como candidato para las Cortes Constituyentes. Eran, pues, todas ellas proposiciones inmejorables, ya que en particular Jaén y Badajoz eran de las provincias donde las organizaciones obreras, por lo numerosas y nutridas, garantizaban un éxito rotundo y sin precedentes a la candidatura socialista, como así fue. Pero mi falta de edad (no contaba entonces más que dieciséis años) y la necesidad de terminar mis carreras pendientes me hicieron renunciar rotundamente a ello, pese a sus repetidas instancias y disponerme en el delicioso papel de espectador a presenciar la obra de tantos camaradas como había conocido en mis campañas de propaganda y que acudían hoy a los escaños del Congreso en insospechada avalancha. Del desengaño sufrido por su actuación hablaré en mi próximo artículo, donde historio el año más aleccionador para mí, el último de mi estancia en el partido, y que acabó con mis últimas esperanzas en la “viabilidad revolucionaria” de las fuerzas socialistas.