Cuatro
años de militancia socialista
La
más curiosa polémica dentro del Partido
Socialista.
Por
Hildegart
Sarracenos e isabelinos.
Estos
nombres sorprenderán a buen seguro al lector de
buena fe. ¿Qué quiere decir esta extraña
denominación de sarracenos e isabelinos? Empecemos
por aclarar que antes de éste habían llevado
los dos bandos del partido el nombre, menos poético,
pero más veraz, de mayoritarios y minoritarios.
Eran mayoritarios los que sostenían la participación
en el poder. Eramos minoritarios los que defendíamos
lo contrario. Pero como nuestra opinión ganaba
adeptos visiblemente, y nos parecía una postura
un poco humilde la de minoritarios, he aquí que,
de repente, y por obra y gracia del ensalmo de una cita
histórica, nos vimos cambiados en sarracenos. El
episodio vale, sin embargo, la pena de contarse.
Quién
dio lugar a la denominación.
De
las muchas y muy variadas versiones que de boca en boca
corrieron entre los afiliados al partido, coinciden todas
ellas en los siguiente: Fabra Ribas, hallándose
un día ante un cuadro de “La rendición
de Granada”, recién dimitidos los antiparticipacionistas
(Besteiro, Saborit, Lucio Martínez, Trifón
Gómez y Aníbal Sánchez), identificó
la escena del cuadro con lo que iba a suceder en el seno
del Partido Socialista. Se vio él como Isabel la
Católica. Reservó el puesto de Fernando
el Católico a Largo Caballero y personificó
a Saborit en Boabdill. No logré averiguar, pese
a mis esfuerzos, cuál de los personajes del cuadro
era Besteiro. Sé que a todos ellos, por
cierto parecido en el rostro o por la mayor humildad en
las actitudes, buscóles su identificación
con algunos de los más destacados “jefes”
del movimiento minoritario. Pero la inquina debía
dirigirse de modo especial contra Saborit, ya que es Boabdil
quien se halla, en la posición más humillante,
entregando las llaves, de rodillas, ante los monarcas
castellanos. Dicen que Fabra Rivas exclamó: “Así
me ha de entregar él las llaves de la fortaleza
socialista.” Corrió el cuento, que es historia;
traspasó las fronteras de los amigos incondicionales,
y, como es difícil guardar un secreto, todos lo
contamos unos a otros, al oído y en voz baja, con
el resultado de que bien pocos días después,
no había nadie en la Casa del Pueblo que no conociese
ya la clásica denominación, y que al saludar
no lo hiciese, si desconocía la “filiación”
del recién venido, dándole una palmadita
en el hombro y diciéndole: “¡Vaya,
vaya! Conque isabelino, ¿eh?” Todo ello animado
con una pícara sonrisa que permitía la afirmación
más entusiasta, caso de ser cierta la filiación
adjudicada, o la negativa y un “te lo decía
en broma”, si el aludido, como solíamos hacerlo
los “sarracenos” por entonces, protestábamos
si por azar se nos adjudicaba la denominación del
bando contrario.
Lucha
y personajes destacados de los dos bandos.
La
lucha de los dos bandos fue verdaderamente épica,
porque se mantenía en la sombra y con todas las
apariencias del compañerismo. Las juventudes
eran casi todas ellas nutridas por elementos “sarracenos”.
La de Madrid tenía bastantes excepciones. Eran
los que parodiando el nombre de los ciudadanos norteamericanos
“hijos de sus obras”, eran hijos de “sus
padres”. Distinguíanse en el bando “isabelino”
Santiago Carrillo (hijo de Wenceslao del mismo apellido),
Sócrates Gómez (hijo de José Gómez
Ossorio, ferroviario, que era, por cierto, “sarraceno”),
Agapito García Atadell (ex comunista, que al ingresar
en el partido había ascendido a cargo retribuido
de primera clase en la Secretaría de Unión
General de Trabajadores y cobraba dietas de propagandista
por cantar las excelencias de la labor y la persona del
ministro de Trabajo) y otros. Figuraban en la vanguardia
de las Juventudes “sarracenas” José
Castro, Mariano Rojo, Felipe García y, en realidad
con contadas excepciones, la Ejecutiva de la Federación
Nacional de Juventudes Socialistas.
“El
Socialista” frente a “Renovación”.
Esto
dio lugar a un hecho curioso. El Socialista acababa
de admitir como redactores a Carrillo, Sócrates
y, con ellos, otros “isabelinos” menos notables:
Isidro Rodríguez Mendieta, Serrano Poncela, etc.
Renovación estaba en manos de José Castro
(“sarraceno”) y, poco después, de Antonio
Cabrera, recién venido de Francia, y por entonces
rebelde “marxista” y antiparticipacionista
acérrimo. En este período entré
yo a colaborar en Renovación y mis artículos
fueron siempre inspirados en idéntico espíritu
anticolaboracionista. Y he aquí a las redacciones
de El Socialista y Renovación frente a frente.
En
Renovación se inició por entonces una sección
que se titulaba “El del mazo”. Su misión
era hacer la misma labor de depuración interna
de nuestro partido que desde fuera realizara La Tierra.
En “El del mazo”, sección que redactaba
José Castro, salieron a la luz Morón –que
contestó en un tono violento y descompuesto en
demasía-, Egocheaga y Jiménez de la Serrana.
Ello motivó un conflicto con la Ejecutiva del partido.
Escribió Albar una carta reprochándonos
esta conducta, que se imprimió en forma de circular.
Contestó Mariano Rojo con otra que era por entonces
todo un “programa de sarracenismo”.
De
sarracenos a isabelinos.
El
conflicto no pasó a más porque la Ejecutiva
del partido debió convencerse de que era táctica
mucho más acertada el atraer que el rechazar, e
inició una labor de atracción. Cabrera,
con el acta de diputado en el bolsillo, escribió
un artículo en defensa de la definitiva redacción
del artículo 24, que hubiera firmado el bendito
Leizaola o cualquiera de los vasconavarros de nuestro
Parlamento. José Castro, empleado en la
Federación de Obreros de la Tierra, con cargo retribuido
(en la actualidad es vicesecretario de la misma), cesó
en la publicación de la sección “El
del mazo”. Calló Mariano Rojo, y
limitóse a una labor pausada y anónima tendente
a conservar su acta para unas elecciones próximas.
El leader de los sarracenos, Besteiro, consiguió
con el abrazo del Europa la presidencia de las Cortes
Constituyentes, que le permitieron ascender de
un salto a un puesto privilegiado en la nación,
merced a la misma participación ministerial, con
mejor sueldo y mejor situación política
que sus compañeros. Saborit defendió
la actuación del ministro de Trabajo en sus actuaciones
parlamentarias, y proponía la solución de
una oposición amistosa como transición a
la que debería ser nuestra oposición genuinamente
de clase. Cayetano Redondo cambió
la camisa de sarraceno, que, cierto es, le proporcionó
bastantes disgustos, incluso el despido de su hijo, por
esta simple razón, de la administración
de El Socialista; por la de isabelino fervoroso.
Lucio Martínez se preocupó de traer
a la UGT las masas de campesinos que hoy militan en ella,
ignorantes en absoluto del “crimen de lesa organización”
que con ellos comete la aprobada Reforma agraria.
Trifón Gómez perdió su prestigio
revolucionario en la tramitación del pleito ferroviario.
Aníbal Sánchez y Andrés Ovejero
esfumáronse políticamente en la sombra de
las pequeñas ambiciones. Y así, en mi tercer
año de militante socialista, vi el principio y
el fin de aquel período de lucha entre sarracenos
e isabelinos; se cumplió la profecía
de Fabra Ribas y terminó quien esto escribe
de convencerse de que ni aun el sector sarraceno del partido
podía albergar a los que, genuinamente marxistas,
no podíamos explicarnos la actuación paradójica
del Partido Socialista Obrero Español.