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Crítica republicana a la II República
Hildegart escribe sobre sus cuatro años
de militancia socialista (III).

Cuatro años de militancia socialista

La más curiosa polémica dentro del Partido Socialista.

Por Hildegart

 


Sarracenos e isabelinos.

Estos nombres sorprenderán a buen seguro al lector de buena fe. ¿Qué quiere decir esta extraña denominación de sarracenos e isabelinos? Empecemos por aclarar que antes de éste habían llevado los dos bandos del partido el nombre, menos poético, pero más veraz, de mayoritarios y minoritarios. Eran mayoritarios los que sostenían la participación en el poder. Eramos minoritarios los que defendíamos lo contrario. Pero como nuestra opinión ganaba adeptos visiblemente, y nos parecía una postura un poco humilde la de minoritarios, he aquí que, de repente, y por obra y gracia del ensalmo de una cita histórica, nos vimos cambiados en sarracenos. El episodio vale, sin embargo, la pena de contarse.

Quién dio lugar a la denominación.

De las muchas y muy variadas versiones que de boca en boca corrieron entre los afiliados al partido, coinciden todas ellas en los siguiente: Fabra Ribas, hallándose un día ante un cuadro de “La rendición de Granada”, recién dimitidos los antiparticipacionistas (Besteiro, Saborit, Lucio Martínez, Trifón Gómez y Aníbal Sánchez), identificó la escena del cuadro con lo que iba a suceder en el seno del Partido Socialista. Se vio él como Isabel la Católica. Reservó el puesto de Fernando el Católico a Largo Caballero y personificó a Saborit en Boabdill. No logré averiguar, pese a mis esfuerzos, cuál de los personajes del cuadro era Besteiro. Sé que a todos ellos, por cierto parecido en el rostro o por la mayor humildad en las actitudes, buscóles su identificación con algunos de los más destacados “jefes” del movimiento minoritario. Pero la inquina debía dirigirse de modo especial contra Saborit, ya que es Boabdil quien se halla, en la posición más humillante, entregando las llaves, de rodillas, ante los monarcas castellanos. Dicen que Fabra Rivas exclamó: “Así me ha de entregar él las llaves de la fortaleza socialista.” Corrió el cuento, que es historia; traspasó las fronteras de los amigos incondicionales, y, como es difícil guardar un secreto, todos lo contamos unos a otros, al oído y en voz baja, con el resultado de que bien pocos días después, no había nadie en la Casa del Pueblo que no conociese ya la clásica denominación, y que al saludar no lo hiciese, si desconocía la “filiación” del recién venido, dándole una palmadita en el hombro y diciéndole: “¡Vaya, vaya! Conque isabelino, ¿eh?” Todo ello animado con una pícara sonrisa que permitía la afirmación más entusiasta, caso de ser cierta la filiación adjudicada, o la negativa y un “te lo decía en broma”, si el aludido, como solíamos hacerlo los “sarracenos” por entonces, protestábamos si por azar se nos adjudicaba la denominación del bando contrario.

Lucha y personajes destacados de los dos bandos.

La lucha de los dos bandos fue verdaderamente épica, porque se mantenía en la sombra y con todas las apariencias del compañerismo. Las juventudes eran casi todas ellas nutridas por elementos “sarracenos”. La de Madrid tenía bastantes excepciones. Eran los que parodiando el nombre de los ciudadanos norteamericanos “hijos de sus obras”, eran hijos de “sus padres”. Distinguíanse en el bando “isabelino” Santiago Carrillo (hijo de Wenceslao del mismo apellido), Sócrates Gómez (hijo de José Gómez Ossorio, ferroviario, que era, por cierto, “sarraceno”), Agapito García Atadell (ex comunista, que al ingresar en el partido había ascendido a cargo retribuido de primera clase en la Secretaría de Unión General de Trabajadores y cobraba dietas de propagandista por cantar las excelencias de la labor y la persona del ministro de Trabajo) y otros. Figuraban en la vanguardia de las Juventudes “sarracenas” José Castro, Mariano Rojo, Felipe García y, en realidad con contadas excepciones, la Ejecutiva de la Federación Nacional de Juventudes Socialistas.

“El Socialista” frente a “Renovación”.

Esto dio lugar a un hecho curioso. El Socialista acababa de admitir como redactores a Carrillo, Sócrates y, con ellos, otros “isabelinos” menos notables: Isidro Rodríguez Mendieta, Serrano Poncela, etc. Renovación estaba en manos de José Castro (“sarraceno”) y, poco después, de Antonio Cabrera, recién venido de Francia, y por entonces rebelde “marxista” y antiparticipacionista acérrimo. En este período entré yo a colaborar en Renovación y mis artículos fueron siempre inspirados en idéntico espíritu anticolaboracionista. Y he aquí a las redacciones de El Socialista y Renovación frente a frente.

En Renovación se inició por entonces una sección que se titulaba “El del mazo”. Su misión era hacer la misma labor de depuración interna de nuestro partido que desde fuera realizara La Tierra. En “El del mazo”, sección que redactaba José Castro, salieron a la luz Morón –que contestó en un tono violento y descompuesto en demasía-, Egocheaga y Jiménez de la Serrana. Ello motivó un conflicto con la Ejecutiva del partido. Escribió Albar una carta reprochándonos esta conducta, que se imprimió en forma de circular. Contestó Mariano Rojo con otra que era por entonces todo un “programa de sarracenismo”.

De sarracenos a isabelinos.

El conflicto no pasó a más porque la Ejecutiva del partido debió convencerse de que era táctica mucho más acertada el atraer que el rechazar, e inició una labor de atracción. Cabrera, con el acta de diputado en el bolsillo, escribió un artículo en defensa de la definitiva redacción del artículo 24, que hubiera firmado el bendito Leizaola o cualquiera de los vasconavarros de nuestro Parlamento. José Castro, empleado en la Federación de Obreros de la Tierra, con cargo retribuido (en la actualidad es vicesecretario de la misma), cesó en la publicación de la sección “El del mazo”. Calló Mariano Rojo, y limitóse a una labor pausada y anónima tendente a conservar su acta para unas elecciones próximas. El leader de los sarracenos, Besteiro, consiguió con el abrazo del Europa la presidencia de las Cortes Constituyentes, que le permitieron ascender de un salto a un puesto privilegiado en la nación, merced a la misma participación ministerial, con mejor sueldo y mejor situación política que sus compañeros. Saborit defendió la actuación del ministro de Trabajo en sus actuaciones parlamentarias, y proponía la solución de una oposición amistosa como transición a la que debería ser nuestra oposición genuinamente de clase. Cayetano Redondo cambió la camisa de sarraceno, que, cierto es, le proporcionó bastantes disgustos, incluso el despido de su hijo, por esta simple razón, de la administración de El Socialista; por la de isabelino fervoroso. Lucio Martínez se preocupó de traer a la UGT las masas de campesinos que hoy militan en ella, ignorantes en absoluto del “crimen de lesa organización” que con ellos comete la aprobada Reforma agraria. Trifón Gómez perdió su prestigio revolucionario en la tramitación del pleito ferroviario. Aníbal Sánchez y Andrés Ovejero esfumáronse políticamente en la sombra de las pequeñas ambiciones. Y así, en mi tercer año de militante socialista, vi el principio y el fin de aquel período de lucha entre sarracenos e isabelinos; se cumplió la profecía de Fabra Ribas y terminó quien esto escribe de convencerse de que ni aun el sector sarraceno del partido podía albergar a los que, genuinamente marxistas, no podíamos explicarnos la actuación paradójica del Partido Socialista Obrero Español.