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Crítica republicana a la II República
Hildegart escribe sobre sus cuatro años
de militancia socialista (XIV).


Un hijo abandonado.

Por Hildegart.


Emilito Santiago

Estampa típica del socialenchufismo egoísta e injusto. Una madre y un niño, abandonados, a que aludimos ya bastantes veces en estas columnas, y de modo especial en un cuadro de Nochebuena que publicamos en los últimos días del pasado año. La madre y el hijo del socialfascista Enrique Santiago vuelven a surgir una vez más en el tapete de la actualidad.

No hace muchas horas que, llevando para la madre la pequeña solución económica de una lección alterna de francés, la visitamos en su hogar humildísimo de la calle de Cartagena, 24, que comparte con otro matrimonio, reparador en lo posible de la injusticia del abandono en que se ve sumida.

Gozoso y saltarín, como un pajarillo, acudió a recibirnos el pequeño Emilio Santiago. Ojos grandes, inmensos, de magnífica negrura, que contrastaban con los cabellos castaños, rebeldes; mejillas rosadas, cuerpecillo infantil aún y que ya presagia una fuerte musculatura.

“Yo quiero trabajar”.

Sólo una pena latía en aquel hogar. Terminaban ahora las clases, y durante todo el verano esta mujer abnegada y madre amantísima que es doña Emilia de Santiago pensaba en su hijo sin otra distracción que la calle, sin la disciplina de un trabajo diario y continuado.

El pequeño nos miraba con sus ojos interrogantes. Tiene trece años y una mirada viva, despierta, inteligente, una actividad que le retoza por el cuerpo, y un poco de tristeza honda, tristeza de sima en los ojos que desde tan niño han aprendido a conocer las privaciones y saben ya llorar por algo de infinita importancia, por algo que no es un capricho de la infancia, por el abandono de su padre, por la suerte de su pobre madre, bandeada por todas las olas de las inclemencias.

Doña Emilia y yo hemos callado un momento ante la evocación de aquella preocupación materna. Y en este momento, la voz límpida del pequeño Emi se deja sentir con matices de insospechada imposición viril:
-Yo quiero trabajar...
-¿Tú...?

Y la madre tiende hacia él los brazos acogiéndole en ellos, en tanto unas lágrimas se deslizan mansamente por sus mejillas. Y luego, como una explicación a su llanto, me dice, vueltos hacia mí los ojos, que debieron ser bellísimos:
-¡Es tan pequeño aún...!

Pero el chiquillo rebélase ante la suave y emotiva ternura maternal. Es todo él un varoncito rebelde que quiere mirar cara a cara a la vida.

Yo le apoyo en su gesto. El puede trabajar según sus fuerzas, según sus aptitudes. El puede enseñar el francés en sus juegos, en sus conversaciones, a otros pequeñuelos. Aunque sea poco lo que gane, satisfará él su deseo de trabajo y ocupará su tiempo. La madre me mira ya resignada.

-Si pudiera ser...- me explica con un gesto de duda en la voz dulcísima.
-Será, Emilia, será.

Al día siguiente, en nuestra visita al periódico La Tierra, redactamos un a modo de anuncio. El niño abandonado de Enrique Santiago pedía un poco de trabajo, ofreciéndose para enseñar francés a otros nenes como él.

Un futuro abogado.

Al día siguiente, muy temprano, se presentó en nuestra casa un pequeñuelo. Ojos magníficos, negros como la mora; pelo negro y crespo; tez morena, en bello contraste con la blusita de crespón blanca. Inteligencia suma en la mirada, ávida, y una voz musical que nos pide apenas abrimos la puerta:
-Quisiera ver a ese niño...

“Ese niño” era Emilito Santiago. El que por él preguntaba, un chiquitín que ya conocen los lectores de La Tierra, Pedrito Sánchez, periodista ya con sus doce años, que hubo de escribir precisamente en nuestro periódico un artículo para otro pequeñuelo abandonado en Casas Viejas, un artículo en que vibraba toda su almita pura, bellísima, ingenua.

El caso de Pedrito Sánchez, que es tan inteligente como buenos sentimientos tiene –que ya es decir-, merece capítulo aparte. Chiquillo excepcional éste al que procuraremos dedicar la atención que merece, no ya en el medio proletario, sino en otros sectores de la Prensa burguesa donde debe ser conocido. Feliz coincidencia la del niño de Enrique Santiago, que nos ha permitido ahora conocer a este otro pequeño, magnífico vivero de posibilidades, futuro abogado de fama y periodista de renombre, que vino, en cumplimiento de un deseo de su almita generosa, a ayudar con lo poco que el podía a otro niño que tenía menos que él y a quien le faltaba sobre todo el apoyo, el amparo de un padre como el que tiene la fortuna de serlo de Pedrito Sánchez, y de quien el mayor elogio que puede hacerse es que es digno padre de su hijo.

Un buen socialista.

Aquella misma tarde una carta nos llegó por correo. Firmábala nuestro buen amigo el Sr. Barrio de Medina, y proponía para el pequeño Emilio una colocación en su casa, semiinterno, para ayudar a sus nenes a aprender francés, y ofreciendo, a más del sueldo inicial de diez duros mensuales, el hacer de Emilio un hombre de provecho, por lo pronto un practicante y posiblemente un médico.

La propuesta del corazón generoso del doctor Barrio de Medina llenó de júbilo el corazón del pequeño Emilio. La madre aún albergaba el temor que me expresaba momentos antes... “Es tan pequeño aún... Yo no sé si sabrá cumplir con sus compromisos...”

Pero Emilio Santiago está contento. Hoy ha empezado a trabajar en su nuevo hogar. En el mes de septiembre hará sus primeros exámenes de ingreso en cualquiera de los Institutos madrileños. En el doctor Barrio, en su esposa, ha hallado esa acogida cordial, comprensiva, cariñosa, de quien todo se lo debe a su esfuerzo personal y conoce las amarguras de las luchas primeras.

Hemos dicho que el pequeño Emilio está contento.
-Ahora- nos dice muy bajito cuando va a disponerse a marchar a su trabajo- ya no necesitaré de mi padre para nada...

Gratitud.

Emilio se siente hombre capaz de ganarse ya la vida por sí; ha sentido por vez primera la emulación de no depender de los brazos febles de su madre para su sustento. Ya no es una carga. Ya rinde a esa sociedad que los dos forman trabajosamente, con formidable abnegación por ambas partes, en tanto Enrique Santiago, el aprovechado “socialista”, hace continuos viajes a Ginebra y vive espléndidamente, olvidado ya de una mujer y de un niño que llevan sus apellidos, como su sangre, y que han luchado durante muchos meses entre la ignorancia del lenguaje, la falta de medios y de amigos comprensivos y cariñosos.

Magnífico contraste también el de Enrique Santiago, socialfascista que abandona a la carne de su carne, y el del doctor Barrio de Medina, “socialista” que recoge con ternura un hijo ajeno sin otro propósito que el de convertirle en un hombre útil a la sociedad, que no sea carga ni rémora, de ningún modo parásito que viva a costa del ajeno esfuerzo.

Emilio Santiago está contento y empieza a trabajar.

A Pedrín Sánchez y al doctor Barrio reiteramos desde aquí nuestra gratitud por su gesto de verdadera aristocracia espiritual.