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Crítica republicana a la II República
Hildegart escribe sobre sus cuatro años
de militancia socialista (X).

La historia de mi baja.

Por Hildegart

 

 

Un propósito preconcebido.

En mi marcha del Partido Socialista Obrero Español ocurrieron, naturalmente, incidentes que la apresuraron. Desde principios de verano pensé y redacté el libro de recientísima aparición “¿Se equivocó Marx? ¿Fracasa el socialismo?”, en el cual va mi baja oficial del partido socialista y de la Unión General de Trabajadores.

Desde hace más de dos años, mi situación dentro del partido era cada vez de una tirantez más extrema. Prueba de ello, lo siguiente. En la fecha del 1 de mayo, la Secretaría de la UGT envía cartas de invitación a todos los oradores más o menos destacados, y les destina a los pueblos o capitales donde hayan de intervenir. El 1 de mayo de 1931 y el de 1932 no se me envió ninguna carta. Y aún intentaron impedir que las organizaciones me invitaran. El 1 de mayo de 1931, las agrupaciones de Nueva Montaña, en Santander, se dirigieron a Enrique Santiago solicitando mi concurso. Sin darme cuenta de la invitación, contestó diciendo que me iba a ser imposible acudir, y cuando ellos insistieron y me escribieron, después de tres tentativas, a mi domicilio, que por fin lograron averiguar, les mantuvo en la incertidumbre con noticias contradictorias, de tal suerte que hasta el día de mi llegada no estaban seguros de mi presencia allí.

Cuando en el verano de 1930 se inició el coqueteo de los socialistas con el Poder, yo empecé a expresar mi opinión desfavorable. Desde diciembre de 1930, las columnas de El Socialista estaban casi cerradas a mis artículos. Recuerdo con fecha 26 de mayo de 1931 escribí una carta a Manuel Albar, lamentándome de que las impresiones de mi viaje a Santander no se publicaran en “El Socialista” y de que hubiera transcurrido el día 26 sin aparecer unas líneas de recuerdo a la memoria de Mariana Pineda, cuando había enviado un artículo mío, conmemorativo de esa fecha. Y decía yo en la carta: “El Socialista debe prestar atención a las organizaciones de provincias y a los acontecimientos nacionales, ya que de las primeras se nutre y a los segundos se debe. Pocos más fueron los artículos que logré publicar “a viva fuerza” en El Socialista. Con fecha 14 de noviembre de 1931, conservo una carta que firmaba Emiliano M. Aguilera, que al comunicarme que iba a hacer una crítica de dos de mis libros: “Rebeldía sexual de la juventud” y “Revolución sexual”, decía: “deducí de sus comentarios a mi interés que no es usted persona muy grata entre los nuevos elementos que constituyen la pseudo e infantil Redacción de El Socialista. Creo, sin embargo, que lo darán; pero, con un espíritu lamentable, retrasarán la publicación. No se moleste por ello ni se dé por aludida. Espere y confíe, que esto y otras anormalidades tendrán muy pronto fin.” ¿Sería así? La realidad vino a demostrarme lo contrario.

Un Congreso y sus derivaciones.

En febrero de 1932 tuvo lugar el Congreso de las Juventudes Socialistas, a cuyas sesiones no asistí. La delegación asturiana, que la ostentaba un tal Antuña, a quien no conocía, se permitió pronunciar frases molestas para mí, a las que contestaron adecuadamente tanto la representación de Levante (Pascual Sánchez) como la de Santander (Francisco Quintana y Juan Ruiz). No conociendo yo al citado delegado, el hecho hubiera sido extraño si no fuera Asturias la patria de Wenceslao Carrillo, que era uno de los más interesados en minarme el terreno; y su exasperación, lógica si se tiene en cuenta que de los 15.800 jóvenes que fueran representados en él obtuviera yo para vocal del Comité nacional, puesto que dimití a las cuatro semanas de tomar posesión, 15.700; esto es, más votos que el propio presidente del mismo. Marché poco después a Asturias, invitada por los ateneos de la misma, a dar conferencias científicas; y, a pesar de que había solicitado una rectificación de las injurias proferidas por el tal Antuña y que esta rectificación no había llegado, llevada por mi excesiva bondad, cedí en un día y, por ende, en la retribución aneja por conferencia, a dar una gratuita en la Juventud Socialista de Mieres, y me dispuse a ceder otro día para Oviedo. Los “compañeros” de Mieres llevaron su gentileza al extremo de hacerme ignorar que en esta industriosa población asturiana hubiera, como hay, alcalde socialista, concejales socialistas, directivos de Casa del Pueblo, Agrupación y Juventud socialistas. Ni uno solo acudió a saludarme, y fueron republicanos y comunistas, quienes formaban la directiva del Ateneo, los que se desvivieron por atenderme. La labor de difamación de Antuña continuaba, y entonces me negué terminantemente a dar la conferencia socialista en Oviedo, conferencia que había despertado enorme expectación. De esto tomó pie Asturias para mandar a Madrid una denuncia por mi indisciplina, a la que contesté, en copia que conservo, alegando con todo detalle lo indicado aquí, y diciendo que, no habiendo sido invitada por las agrupaciones socialistas, no podía ser indisciplina mi negativa, cuando eran ellos los culpables, por su grosería e indelicadeza, de la que decía habían tenido también dolorosas pruebas compañeros como Rodolfo Llopis, que en tiempos de la Dictadura, por su postura de ala izquierda, habían sido siempre malquistos de las organizaciones conservadoras, como lo han sido en todo instante las asturianas.

Sin propósito de enmienda.

El Socialista empezó a hacerle el amor a Azorín, reproduciendo sus artículos en los términos más elogiosos. Pensaba yo, y así lo dije en una carta a la Agrupación Socialista madrileña, que la trayectoria de nuestro diario era absurda, ya que reproducir los elogios de la burguesía era tanto como afirmar nuestra tácita condenación. Pero poco después supe la asombrosa nueva. Azorín pensaba ingresar en el Partido Socialista, y hacerlo con un acta de diputado. No transcurrieron horas sin que Luz lanzara la propuesta para la vacante por Madrid. Al siguiente día, Gómez Hidalgo publicó en La Libertad una carta recordando el pasado político de Azorín y proponiendo en su lugar para diputado por Madrid a Antonio Zozaya. Aquella misma tarde envié una carta, publicada inmediatamente, a la misma Libertad, donde me adhería a la propuesta, recordaba que el nombre de un defensor de La Cierva no podía olvidarlo el proletariado español, hablaba de que el Partido Socialista había dado recientemente buen número de tropezones políticos y no debía dar uno más; me dirigía a las mujeres republicanas para que, sin partidismo alguno, hicieran suya la candidatura de Zozaya, y daba una alerta a los proletarios socialistas para que no se dejasen engañar por falacias y bellas palabras. “Mano de santo”. Azorín no volvió a ver publicados sus artículos en El Socialista. Luz acalló su propuesta, pero…

Una expulsión y una baja.

Los directivos aludidos protestaron, y la Juventud Socialista madrileña se creyó en el caso de abrir un nuevo expediente. Y por fin, en martes y 13 de septiembre, acordó expulsarme de su seno por 52 votos contra 10. Grande e inmensa paradoja. Elegida por 15.700 votos y expulsada por 52. No me molesté en recurrir el acuerdo. El propósito de mi marcha estaba fijado, y adelantarlo unos días no representaba un gran trastorno. Con fecha 20 de septiembre envié mi baja con una carta historia a la Agrupación Socialista madrileña, carta que tal vez verá la luz en breve, así como algunas otras historias no menos escandalosas que las publicadas en anteriores artículos, pero la actualidad de las discusiones del Congreso socialista nos obligan a dedicar a éste la atención que él y sus figuras más destacadas merecen.

Esta es la historia de mis cuatro años de militante socialista. Sin nada de qué avergonzarme y con mucho de qué enorgullecerme.