Cuatro
años de militancia socialista
La
marcha interna de un partido "obrero"
Por
Hildegart
Al iniciar
mi colaboración en La Tierra, cúmpleme hacer
un poco de historia. Hacer ahora cuatro años,
cuando aún no tenía catorce de edad, llevada
de mi deseo de ayudar a los trabajadores, de compartir
con ellos sus luchas y sus actividades, entré en
la Juventud Socialista. Recuerdo que por la misma
fecha, el mes de diciembre de 1928, en que yo cumplía
los catorce años, edad que yo misma me fijé
como mínima para iniciar mis actividades políticas,
ingresé en el Ateneo de Divulgación Social,
cuando éste residía aún en la calle
Relatores, y que mi primera actuación seria fue
en este último Centro con una conferencia sobre
el tema “Orientaciones”.
Concurría
yo entonces a aquellas sesiones históricas de los
tiempos de la Dictadura en la Academia de Jurisprudencia,
en que el fervor izquierdista cuajaba y llegaba a adquirir
grandes proporciones. Me acompañaba mi
querido maestro D. Mario Méndez Bejarano, federal
acérrimo y de probada malquerencia al partido socialista,
que no lograba, a pesar de todo, amenguar mi entusiasmo
juvenil. Yo buscaba un sitio en que hubiera trabajadores,
en que servir mi fervor republicano, y Madrid no ofrecía
entonces más que el partido socialista. En
aquellas sesiones de la Academia de Jurisprudencia aprendí
a conocer y admirar a Barriobero. Recuerdo sus
interrupciones más famosas, cuando del grupo de
los monárquicos se aludía al surco abierto
por la Dictadura, y Barriobero interrumpía diciendo:
“Un surco, sí, una sepultura.” Pero
yo estaba muy ilusionada con mi ideario político
y no aspiraba más que a compenetrarme con él,
y desde el primer instante empecé a leer con verdadera
avidez textos socialistas. Dice De Maintre “que
las lecturas son una segunda naturaleza en el individuo”.
Yo he gustado siempre de leer, y mis lecturas han decidido
buena parte de mi actitud futura. Permanecí los
primeros meses casi alejada de la actuación interna
del partido. Era el primer período de desorientación
natural. De sus jefes políticos no conocía
entonces más que a Besteiro, y éste, del
primer curso de Lógica que yo cursaba en la Universidad
Central. En este período mandé unos cuantos
artículos, pocos, a “El Socialista”.
Era director Saborit, y por lo que recuerdo me fueron
publicados siempre. En el mes de septiembre del
año 1929 tenía lugar un congreso de la Federación
Nacional de Juventudes. No asistí a él.
No conocía la génesis de los asuntos que
se debatían, y veía a unos cuantos muñecos
debatirse sin conocer las causas. Pero con motivo de una
delegación que me había conferido, sin yo
saberlo, la Juventud Socialista de Barcelona, fui a las
sesiones a enterarme del papel que debía cumplir,
y en aquel Congreso mismo los compañeros
me nombraron vicepresidente de la Juventud Socialista
Madrileña. Recuerdo que por entonces iniciábase
la constitución de un grupo de estudiantes socialistas
que acaudillaba Graco Marsá, coincidiendo con la
estancia aquí de un camarada alemán, y que
con ello inicié mi actuación en la vida
interna de la Juventud Socialista. Las columnas de “Renovación”,
el periódico juvenil socialista, tenían
un cuadro fijo de redactores y seguían cerradas
para mi colaboración.
He de hacer
aquí un breve inciso que justifique mi actuación.
Soy de un carácter que no gusta, por repugnancia
biológica y congénita, de la adulación;
jamás me ha gustado ponerme delante de los hombres
destacados para que ellos se fijaran en mí o me
saludaran. Y me ha parecido, no ya indignante, sino extraño
y sin explicación posible, esta conducta en los
demás. Recuerdo, por ejemplo, que al reunirse el
Comité Nacional de la Unión General de Trabajadores
no ha mucho en la Casa del Pueblo madrileña, en
el salón-terraza, habiendo ido yo por casualidad
aquella mañana a dejar una carta para la Juventud
Socialista, me encontré a unos cuantos compañeros,
viejos militantes, que, al saludarme, como siempre, con
afecto, me comunicaron la asombrosa nueva: “mire
usted, compañera Hildegart, han venido los tres
ministros, nada menos que los tres ministros.” Y
me llevaron al exterior, donde en las calles Góngora
y Piamonte aparecían uniformados los “autos”
oficiales. Descendí de la Secretaría de
la Juventud y los hallé sentados en la escaleras:
“¿Vienen ustedes?”, les dije. “No,
nosotros nos quedamos hasta que bajen, aunque no comamos
hoy. ¡Ibamos a perder de ver juntos a los tres ministros…!
Les miré con asombro. Creía que el poder
no los había convertido en figuras de mazapán
o de chocolate a las que tuviéramos que contemplar
con arrobo. Es cierto que a Fernando de los Ríos
nunca lo vimos en la Casa del Pueblo, que Prieto era una
fisonomía desconocida para nosotros casi tanto
como para los obreros bilbaínos, cuyo
Círculo Socialista no ha pisado Prieto desde sus
primeras luchas juveniles, y que a Largo Caballero,
desde que “llegó a ministro”, hacía
ya más de un año que tampoco le habíamos
visto por las escaleras de la Casa del Pueblo;
pero el fin, el motivo de su presencia allí, no
creo justificara aquella expectación servil e inconsciente
de aquellos pobres camaradas.
Pero, en fin,
cerremos el inciso y volvamos a la historia. Conocí
todas las interioridades de un comité. Supe cómo
se “preparaban” las juntas, cómo se
“hacían” las elecciones, cómo
se “destacaban” compañeros, se “planteaban”
cuestiones de no ha lugar a deliberar, se “pedían”
votos de confianza y se apelaba, en suma, a todos los
para mí entonces desconocidos trucos del socialismo
militante. Estaba entonces en su auge la fiebre de los
comités paritarios y de la justificación
del Consejo de Estado. De esta primera parte de la historia
de mi vida en el partido socialista puedo guardar, a pesar
de mi buena fe de mi ignorancia, el para mí gratísimo
recuerdo de que jamás pronuncié un discurso
en un mitin o dediqué una conferencia a defender
la participación en el Consejo de Estado o a los
comités paritarios; de que jamás saliera
de mis labios una frase que no fuera una condenación
de la Dictadura y de la monarquía. Y con este bagaje,
que no era, como véis, lo más a propósito
para “hacer carrera” en el seno del partido,
entré yo en mis quince años y el segundo
de militante en las organizaciones socialistas.
Publicado
en el diario madrileño La Tierra.
Septiembre de 1932
(Hemeroteca Municipal de Madrid)